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Escorpio por Ariadne

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Milo había tenido el sueño más extraño de toda su vida.  En él, llevaba puesta una túnica de lino blanco; justo como la que su madre hubiera tejido para él cuando él era aun un niño.  Pudo ver la fina tela cubrir su cuerpo, el cinto ajustándola a la cintura.  El hombro descubierto.  De repente, Milo se encontraba bajo el manzano fuera de la cabaña; allí estaban aún las marcas de su entrenamiento y ahora, las de Jabu.  Sonrió al tocarlas.
‘Te esperaba’ alguien casi susurró en su sueño.
Cuando se dio la vuelta para ver quién era el que le había hablado; se dio cuenta que no había tal persona allí; lo único que pudo sentir fue una mano deslizándose suavemente por su espalda.  Escorpio había cerrado los ojos para poder disfrutar plenamente de la sensación.
Sin embargo, despertó súbitamente.  Su respiración era poco controlada; sudaba copiosamente y creía que la luz que ahora entraba por su ventana iba a enceguecerle.
El hombre se desperezó estirando sus brazos al sentarse al borde de la cama, para levantarse luego y tomar los primeros pantalones deportivos que encontró.  Al salir de la habitación se dirigió a la cocina.  Aún trataba de organizar su muy desaliñado cabello a la vez que bostezaba.  Pensó por un momento que podría encontrar el lugar con los ojos cerrados. El olor que salía del lugar se había esparcido por toda la casa, haciendo que su estómago gruñera en agonía.
“Buenos días”  saludó a la figura que se movía de un lado para otro.  Jabu se giró a verle para regresar presuroso a sus labores.
“Buenos días” repitió el otro acercándose a la mesa que había allí, sentándose en una de las sillas.
“Son tardes,” espetó el joven “y coma rápido, Maestro; tiene visitas.”  El antiguo Unicornio puso un plato de comida enfrente de Milo y le señaló hacia el recinto de Atena.  Milo le miró intrigado, restándole importancia a su última acción.  Hasta el momento sus conversaciones habían sido siempre llevadas en un tono amable y sin los matices de ironía y distancia que habían ahora en la voz de Jabu.  Finalmente, cuando se decidió a mirar hacia la otra habitación—y después que el otro la señalara casi por tercera vez—fue que Milo vio la melena roja de Camus.  Su dueño parecía estar meditando en ese momento; a lo que él respondió frunciendo el ceño.
“¿Tu no comes?” preguntó.
Al no recibir respuesta, bufó con rabia.  En un momento que Jabu pasó por su lado, Milo le tomó por la muñeca, obligándolo a que le mirara.  La furia en los ojos de Jabu, su deseo por liberarse de él—“¿Qué demonios te pasa, Jabu?”
El haberle tomado así hizo que Milo tuviera que ponerse de pie.  El joven Escorpio respiró fuertemente, tratando de que el otro le dejara ir; pero el otro no se lo dejaría tan fácil.  Milo no se lo permitiría.
“¿Problemas, Milo?”
Al escuchar la voz de Camus, Milo casi soltó el brazo de Jabu, lo que le permitió al último alejarse, mientras azotaba la puerta al salir.
“Sabes…esa conducta jamás sería admitida en Acuario, es por demás intolerable, una vez—”
“¿Qué haces aquí, Camus?” preguntó Milo, recuperando su compostura y tomando asiento de nuevo.  Se dedicó al alimento que le fuera servido antes sin mirar a Camus por un momento.
“—te decía Milo—”
“No me interesa Camus; tu puedes hacer en la Casa de Acuario a tu antojo, al igual que yo lo hago en la de Escorpio…” interrumpió Milo, dejando caer la cuchara sobre el plato violentamente, “ahora responde, ¿qué haces aquí?”
“Regresé ayer temprano,” comenzó Acuario, sentándose frente al otro, “tu alumno tuvo la desfachatez de correrme de aquí hace dos noches cuando vine a verte y te encontré durmiendo.  Te confieso que mi intención era quedarme contigo, vigilar tu sueño; pero él no lo habría permitido.”
Milo le miraba impasible, manteniendo en su memoria los pedazos de información que en realidad le importaban.
“[…] regresé porque creí que te encontraría despierto, pero hasta ahora lo haces y he tenido que esperar aquí abajo todo el tiempo. El Unicornio me prohibió subir a tu habitación, ¿puedes creer su atrevimiento?”
En otro momento, Milo lo habría dado todo por la sonrisa que ahora le era ofrecida, pero—
“Jabu sólo seguía mis órdenes, Camus” mintió él “pero de todas maneras, sigo sin entender a qué has venido.  Acaso no eras tu quien decía que los deberes no podían desatenderse; que la Diosa estaba primero que todo y que por eso no podías estar conmigo?”
Camus no supo qué responder.  La voz de Milo sonaba tan tranquila y sin reproches, y al mismo tiempo tan honesta, que para él era como si miles de escorpiones le aguijonearan al mismo tiempo.
“No te entiendo de verdad” continuó Milo, descansando su espalda en la silla, poniendo la sonrisa más sarcástica que hubiese en su repertorio, “aunque creo que lo que te agradaba era que yo engrosara tu orgullo, que te encantaba que te rogara por tu amor y tu atención—”
“No Milo, no es así.” Camus se levantó de su lugar y caminó hacia Milo, buscando acomodarse a horcajadas en sus piernas; tomando su rostro entre sus manos, “siempre te he amado, siempre.” Dijo mientras le besaba.
Escorpio no respondió al beso.  Al contrario, tomó a Camus y le obligó a ponerse de pie mientras él hacía lo propio.
“Tu te cerraste a mí y me sacaste de tu vida.  Me llenaste de culpas y ahora me doy cuenta que me obligaste a hacer lo mismo.  Mi amor por ti, se convirtió en servicio a la Diosa que tanto amas y que adorabas anteponer a mí.” Dijo él. Por primera vez en mucho tiempo no había reproches ni lamentaciones.  “Creo que Jabu ya te enseñó donde queda la salida, ¿no?”  Milo se dio vuelta caminando de regreso a su habitación.  Dejando a Camus perplejo, de pie en la cocina. 
Acuario quiso seguirle; pero el cosmos de Milo había formado una barrera alrededor del lugar.  Veneno puro que Camus no supo cómo contra restar; por lo que tragándose su rabia y reconociéndose a sí mismo como artífice de todo, tuvo que marcharse.

* * *

Jabu no se dio cuenta que se encontraba en la playa hasta que se detuvo allí después de mucho caminar.  Se sentía sofocado por Acuario, quien se la pasaba todo el tiempo sin salir de la cabaña.  Aún, si este pareciese dormido o meditabundo, Camus se la pasaba todo el tiempo evaluándolo;  como si buscase algo en él que ni él mismo estaba seguro de tener.
Estaba cansado del escrutinio constante de su huésped.  Jabu rió cuando se detuvo a pensar en ello.  Hacía unos cuantos meses era otro caballero más; el del Unicornio; pero a Saori se le había metido la absurda idea de que él, debido a sus estrellas de nacimiento, debía ser el futuro Escorpión.  Por ella, él lo había aceptado de inmediato, aún después de haberla escuchado discutir el asunto con el odioso de Seiya.  Por un momento le picó la curiosidad en cuanto al asunto entre Saori y Milo.  Hasta el momento, todos habían mencionado una supuesta rencilla, pero la verdad era que nadie estaba muy enterado al respecto.
Jabu miró al horizonte una vez más.  La gama de colores frente a él cambiaba lentamente de un azul muy claro y casi sin nubes, a magentas, ocres y violetas unidos todos por un sinfín de nubes de igual color.  Recordaba esos colores.  Alguna vez fueron suyos, pero ya no.  Aunque de manera leve, el rojo del Escorpión empezaba a hacerse parte suya.  Al principio su reticencia ante el hecho no le permitió ver el cambio en sí mismo, ahora no le interesaba mucho qué o cómo ocurriese.  Era tan real como que él estaba vivo y eso era suficiente.  Milo nunca le había maltratado y hasta ahora, la exigencia que otrora creyó exagerada, sabía que era porque en las mismas palabras del otro Escorpión, él podía dar mucho más—‘y los escorpiones nunca dan menos de lo que puede, Jabu’.
Sonrió.  La voz de Milo resonó en su cabeza y le trajo recuerdos de todos esos meses que ya llevaba en Milos.  Desde el primer momento, su Maestro había sido amable con él.  Allá en el Santuario, todo iba bien hasta que llegó Camus al templo.  Recordó a  Milo y su cara de incertidumbre cuando sintieron el poderoso cosmos extenderse desde la entrada.  Le había visto levantarse y salir del recinto privado, un tanto preocupado y maldiciendo por lo bajo.  Luego, le había visto furioso.  Jamás había sentido el temor que en ese momento. 
Jamás había sentido tanta rabia como el día en que vio a Camus en la cabaña.  Sabía que su molestia se debía a que se preocupaba en demasía por Milo.  Además, le había prometido a Clytus que se encargaría de él y sabía demasiado bien que Milo no estaba en condiciones para recibir a Camus como su huésped.  El cansancio que su maestro reflejaba era ya bastante notorio.  Sería por eso que tal vez le importó muy poco que durmiera por casi dos días seguidos.  Sabía que necesitaba ese momento para descansar.  Pero de nuevo, Camus había llegado una  vez más y esta vez no había querido marcharse.
No se dio cuenta que el tiempo corría rápido y menos aún que él se había adentrado en el agua más de lo que hubiese deseado en un principio.  El agua resplandecía debido a los rayos del sol que se reflejaban en ella y le era imposible no notar los pequeños peces que se reunían alrededor de la playa y que incluso le hacían reír al rozarle con sus aletas.  Pero lo siguiente que sintió no fue algo para reírse.  Un grito de dolor que le hizo caer al agua y el buscar su tobillo pronto le hicieron regresar a la realidad y olvidarse de sus divagares. 
Al mirarse, una masa algo transparente y babosa se había recogido alrededor de su tobillo.  Buscó tomarla de manera que pudiera removerla fácilmente y al lograrlo y lanzarla lejos de él y hacia el mar, fue que pudo notar los hematomas y las heridas en su pierna.  Eso no era lo peor.  El dolor era por decir lo menos, insoportable y no pudo reprimir un nuevo grito que le hizo retorcerse.
Quiso moverse, pero le fue imposible.  El dolor y el llanto le sobrevinieron aún sin que él lo deseara.  Era demasiado fuerte.  Lo único medianamente coherente que alcanzó a hacer, fue incendiar su cosmos.  Necesitaba ayuda.
Rápidamente.

 

 

Milo había subido hacia su cuarto.  Su cosmos se había esparcido por todo el lugar, llenándolo de veneno.  Sabía que Camus no se atrevería a pasarlo.  No por temor,  sino porque tal vez algo en él le haría entender que no era bienvenido. 
Así que había dormido dos días; pensó él mientras se duchaba.  El agua recorría su cuerpo como si le reconociera de hace mucho; como un amante que se pega al cuerpo del otro buscando abrigo.  Acuario seguía allí, afuera.  Su cosmos le permitía saberlo al tocarlo todo y reclamarlo como suyo; sin embargo, a Camus le exigía que se fuera.  No deseaba verle, mucho menos estar con él.  Acuario ya había tenido su tiempo para sanar, pues bien, ahora lo tendría él.  Esos dos días en que durmió sin darse cuenta, habían surtido más efecto en su cuerpo y su psiquis que todos los meses anteriores.  Sentía que el descanso que ahora experimentaba, era solo el inicio de la paz que traería el estar tranquilo.
Buscó ropas limpias.  Quiso llamar a Clytus para que le ayudara, pero al recordar que el hombre estaría en Santuario por unos días más le hizo desistir.  El peine pasaba por su cabello dejándolo libre de enredos y sedoso, para luego él bajar su cabeza y revolcarlo de nuevo.  Al levantarse, sintió como el aire entraba por sus pulmones y la fría cabellera tocaba su espalda.  Pronto había buscado unos pantalones y una camiseta para, según sus planes, sentarse a leer toda esa tarde; pero el brillo rojo que pudo ver a lo lejos y el golpe psíquico que recibió su cosmos le hizo salir a toda prisa de la casa.  Jabu estaba en alguna clase de peligro.
Al llegar al lugar a donde sus sentidos le habían llevado, encontró a Jabu arrastrándose tratando de llegar hasta la arena seca. 
“¡Jabu!”  el hombre gritó al acercarse y dejarse caer al lado del otro, buscando levantarlo entre sus brazos.  El problema ahora era que al hacerlo, Jabu había caído desmayado a causa del dolor y la fiebre que lo aquejaba y no se enteró de nada.

* * *

Las noches siguientes habían sido algo críticas.  Jabu había tenido mucha fiebre y por poco y Milo no logra controlarla.   El ambiente que el mismo cosmos del Escorpión había creado, se torno de repente sanador. 
El hombre mayor se la había pasado todo el tiempo de arriba debajo de la casa, buscando compresas, agua caliente por momentos, fría por otros.  Incluso llego un momento en que tuvo que buscar una palangana para usarla para recoger toda la sangre que tuvo que sacarle a Jabu de la pierna.  El tener que desangrarle era un método algo rudimentario pero que pareciera estar surtiendo efecto. 
Al fin, todo parecía estar controlado, pero al mirar por la ventana de la habitación se dio cuenta que ya casi había amanecido.  Ya empezaba a envolver la pierna herida con vendajes y aunque los moretones se veían bastante desagradables, por el mismo color de ellos podía decir que ya no había peligro.  Aunque el otro aún tuviera algo de fiebre.
Milo se sentó en una de las sillas al lado de la cama.  Desde allí podía verle y controlar cualquier movimiento que este hiciera.  Afortunadamente todo estaba dentro de lo normal ahora y en silencio, agradeció a Atena por ello.
“Maestro…” la voz de Clytus le pareció un bálsamo para todo lo que le había ocurrido en los últimos días.  Le escuchó caminar hasta donde él se encontraba para luego sentir la mano del otro en su hombro.
“Ya se encuentra bien, creo.” Respondió Milo, señalando otra silla para que el escudero se sentara.
“No has descansado lo suficiente…por qué—”
“No empieces a tratarme como a un bebé, mi fiel Clytus.” El hombre sonrió cansinamente.  Sabía que el otro le ofrecería irse a dormir, pero a dónde si Jabu reposaba en su cama.    Claro que, algo se le ocurriría, por lo pronto sabía que podría hacer el intento por descansar un poco.
“Ve a su cuarto, yo me quedaré cuidándole y ya luego tu te encargarás de nuevo.”  La mirada que Milo le devolvió le hizo reír.  “Vamos, Maestro, que hasta tu necesitas descansar, además, tu fiel Clytus ya está aquí para hacerse cargo.”
Milo le sonrió de vuelta.  Estiró el brazo y le atrajo hacia su cuerpo. “Es bueno verte, ¿sabes?”
“¿Has comido bien?”  Preguntó el otro arreglando su cabello y sus ropas.  Milo se dejó hacer.
“Camus estuvo aquí.  Después que te fuiste yo dormí por varios días, por lo que me dijeron y él vino.”
“¿Y?”
“Nada, tuvo que marcharse por donde llegó y punto.  No quiero más enredos en mi vida, no—”
“¿Que nada te desequilibre, no?”  dijo el otro sonriendo.
“¿Cómo haces?” empezó Milo mientras el escudero le sacaba casi a rastras de la habitación.
“¿Cómo hago para qué, Maestro?”
“¿Para tratarme como si fuera un chiquillo algunas veces, y otras con tanta deferencia y que yo nunca me enoje?”
“Años de aguantarte, Maestro.”  Los dos rieron ante ese último comentario.  Milo jamás se atrevería a reprocharle algo a Clytus, podía golpearle—de nuevo—y él nunca lo objetaría.  A fin de cuentas, el joven se había ganado ese derecho a creces, después de tanto aguantarle.  Por demás estaba que de niños habían sido compañeros de juego y que el anterior Santo de Escorpio se había encargado de que a pesar de las diferencias en sus rangos, ellos crecieran casi como hermanos.    Finalmente, Milo se fue a descansar, seguro de que todo estaría bien.
Cuando el joven escudero se dio la vuelta para atender a Jabu, se dio cuenta que este había despertado y le sonrió.
“¿Cuánto hace que despertaste?”
“Lo suficiente.”
“¿Lo suficiente para qué, Jabu?”
El joven no respondió.  La verdad era que había recuperado su conciencia hacía ya algún tiempo y simplemente se había dedicado a descansar.  En ese tiempo, había visto a Milo tratando de no dormirse, siempre al pendiente de él.  Le había visto cambiarle las vendas, revisar que cada herida estuviera cerrando correctamente.  Incluso le había cobijado un par de veces con la sábana, como si le preocupase que el calor fuera una molestia para él.
“¿Lo suficiente para qué, Jabu?” repitió Clytus.
“Para entender—”
Dejó la frase en el aire a conciencia.  Sabía que cualquier otra cosa que dijera lo dejaría al descubierto y no estaba muy seguro de querer eso. 
“Hace un momento, Milo te abrazó, Clytus; ¿es que acaso hay algo entre Ustedes?”
El hombre se acercó a la cama sentándose en la silla que antes ocupara Milo.  Cruzó sus brazos sobre su pecho y le miró algo divertido por el comentario.  Algo entre él y Milo, nunca.  Siempre habían sido amigos, además de escudero y maestro y el respeto y cariño fraterno siempre habían predominado.
“¿Algo entre nosotros? Por supuesto que lo hay Jabu; Milo es mi Maestro a quien sirvo con honor y lealtad; si te refieres a algo más allá de esto, siento decepcionarte, no soy más que su amigo.”
“Ahora entiendo por qué Camus se pone así cuando lo ve.” Comenzó Jabu, “incluso me atrevería a decir que entiendo el por qué huyó de él cuando regresó a la vida.” El joven no se atrevía a mirar al otro a la cara, sabiendo de antemano que ya estaba en evidencia.
“Dos escorpiones juntos están destinados a matarse entre ellos.”
“Clytus… ¡¿pero qué dices?!”
El hombre se quedó en silencio mientras le veía hacer gestos y cruzarse de brazos casi ofendido.  Sabía lo que veía en Jabu porque ya lo había visto alguna vez en Milo.   Y ahora, el otro se había pasado esos días allí cuidándole, lo cual sólo le había sido concedido a él mismo y a Camus alguna vez en su vida.  De otra manera, sabía que Milo habría podido convocarle de inmediato aún en la distancia entre el Santuario y la Isla.  Sin embargo, no lo había hecho. 
“¡¿Y ahora también me ignoras?!”
Sí, se dijo Clytus, todo era demasiado—evidente para poder negarlo.
“Claro que no, Jabu; te escucho con cuidado, eso es todo.”

 


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