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Siete Pecados por Aurora Execution

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Notas del capitulo:

Bueno, como al capítulo ya lo tenía escrito, y sólo me faltaba corregirlo, decidí subirlo rápido. Así me dedico a terminar de corregir los capítulos de mis otros fics XD

La historia, será un poco morbosa, no suelo escribir cosas así, pero el pecado y el personaje que use se prestan para algo así.

Espero disfruten de la lectura.

V

Envidia

 

Te sientes ignorado, ¿no es así? Ves como fluye en el torrente de tus venas, el veneno infame de la envidia. Se vislumbra a través del filo de tus ojos la crueldad con que el corazón se te estruje. Observas con aquella sensación de vértigo en tu estómago, su sonrisa, la cual, como algo cruel, no te dirige a ti.

 

Te ignora.

 

Piensas, sientes, se tuerce en tu mente; ¿Cómo pudo llegar a olvidar todo lo que vivieron? ¡Si hasta te alegraste por él cuando recupero su vista allí en el sórdido inframundo! Tal muestra de cariño debería recompensarse, sin embargo la desprecia.

 

Te desprecia.

 

Tus ojos en llamas observan atentamente el cuadro invisible que remarca la falsa felicidad que – crees – le produce ella. Ella, quien sostiene ese pequeño bulto del mal. Esa criatura que te privó de su amor. Aprietas tus puños, rabioso por ello.

Maldiciendo a los dioses por haberte entregado ese cuerpo estéril, vacío. Tan inútil que no puede albergar vida en él. Ella sí. Ella le ha entregado vida y tú, no puedes sino envolverte de envidia y celos por no tener aquel cuerpo de mujer.

 

Sales de tu escondite, los celos no te permitirán seguir oculto, él en cambio – y tú bien lo sabes – hacía rato que sabía de tu presencia en ese lugar.

E irrumpes como una tempestad en medio de la calma milenaria en ese rincón perdido en el mundo. Irrumpes y reclamas. Gritas ¡oh vaya que gritas encolerizado! Le dirás sus verdades, le dirás que es un ingrato por haber olvidado todas esas noches en que se amaron, en que su cuerpo te abrazó en un goce sin igual. Donde su sexo y el tuyo, bien conocidos, clamaban en cantos orgásmicos por saberse dueño y soberano de su placer.

 

Él te observa desencajado. Incrédulo y aterrado por todo lo que dices. Y lo niega. No lo puedes creer. Tus ojos la observan, igual de incrédula y destrozada que él. Aprieta el bulto contra su pecho. Ha comenzado a llorar. No entiendes como puede preferirla sobre ti, sobre ti quien le has entregado tu amor y fidelidad, tu vida encomendada a su cuidado. Y él lo niega, te observa con tristeza, busca consolarte, murmura sandeces sobre que busques ayuda, que hace tiempo la necesitas.

 

—Busca tu rumbo en la vida. Busca a quien amar—lo escuchas decir.

 

Y tú, te detienes simplemente a observar el panorama a tu alrededor y más allá donde aquellos compañeros siguen su vida. Tú te anclas en él, pues es lo único que te queda. Después de tantas Guerras y muertes, de recibir los lores de tu Diosa, después de todo eso, nada ya queda. Muertos están todos los que alguna vez amaste; madre, maestro, amigo.

 

No entiendes entonces cómo es que él te quiere privar del último fin de tu existencia, de su amor. Él la abraza, le sonríe con cariño y besa con amor y tú hierves, es ella la raíz de todos tus males, sin ella, te estaría amando, sin ella, él estaría contigo.

Entonces lo ves, no es ella, es ese bulto infernal, que balbucea palabras inentendibles.

 

Es ese bebé quien te aparta de él. Lo enfrentas una vez más.

 

—Te daré felicidad—afirmas.

 

Él tiembla. Aun así, yergue la pared de indiferencia y esquiva tu trastornada mirada, la que – sabe – no augura nada bueno. Te deja partir, sintiendo lástima por tu persona, pensando que tú ya has perdido la razón.

 

Ese deseo inalcanzable se instala en tu ser, te aprieta las vísceras, mientras tú, te hundes en la desquicia. Te detienes en el pueblo a orillas de las montañas y para tu disgusto observas como un par de mujeres, bellas y embarazadas conversan animadamente. Sientes como te observan y enfureces. Están hablando de ti ¿no es así? Se ríen de tu patético cuerpo de hombre, se ríen y sienten lástima de que no puedas concebir, de que no puedas tener en tu vientre, un hijo de él.

 

Las odias. Odias a esas malditas que poseen lo que tú JAMÁS tendrás. Un hijo, un pequeño engendrándose en tu interior.

Algo en tu mirada se transforma, un derrame de inconciencia que cubre todo de un estremecedor color rojo. Ves tus manos manchadas de sangre y el tenue respirar del feto en ellas. A un costado yacen esas mujeres con sus estómagos abiertos…

 

Corres eufórico, contemplas fascinado, pletórico de felicidad a tu hijo, el hijo de ambos. Sonríes imaginando su felicidad al entregárselo en sus brazos.

Él se encuentra a los pies de la cascada, sus largos y oscuros cabellos se mecen con el viento, en su rostro se dibuja el horror. Se lo entregas y besas sus pies. Ahora sí, ya nada podrá separarlos. Tocas tu vientre sangriento y le entregas el no nato.

Él vomita, se sujeta el pecho y llora, cae de rodillas ante el pequeño cadáver y hace rugir a las montañas con sus desgarradores gritos.

 

—¿Qué has hecho? ¡¡¿Qué has hecho?!!—grita. Brama. Enloquece.

 

—Es tu hijo. Acaba de nacer de aquí.

 

Te tocas el vientre orgulloso nuevamente y sonríes, piensas que él llora de felicidad. Él esta pálido, con el rostro descompuesto, no ha parado de vomitar y llorar. Escuchas como detiene a esa entrometida, como le ordena regresar a la cabaña. Que se encierre. ¿Tiene miedo?

 

—Hyoga—te nombra. En sus labios, sientes como tu nombre embellece.

 

Luego es ese puño cuyo fulgor cetrino te destruye por completo el pecho. Es ese puño quien se lleva tu corazón. Lloras y depositas un último beso en sus labios. Claro que sonríes cómo no hacerlo, si ese corazón que llevas dentro, tú hace tiempo que lo entregaste.

 

—Cuida de nuestro hijo Shiryu…

Notas finales:

¿Qué les pareció?

Hyoga, como dije, es un personaje bastante rico si de mentes perturbadas hablamos. Y como yo quería hacer sufrir al pato... bueno, salió esto XD

Espero se haya dejado leer, gracias. Será hasta la próxima.


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