Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Siete Pecados por Aurora Execution

[Reviews - 24]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Y un  buen día volví xD

¡Hola! Espero hayan estado bien en mi ausencia. En verdad que estuve bastante ocupada en cuanto a trabajo y estudio, ya estamos casi terminando el año y los deberes crecen u.u

También me tomé unas mini vacaciones el fin de semana pasado, siendo que aquí en Argentina se hizo la Comi-Con y además me vi a Pearl Jam... No puedo estar más feliz :D

Con respecto al capítulo, bueno, sinceramente espero y sea de su agrado.

VI
Avaricia
 
 
No lo había podido evitar. No había querido escuchar. Ahora todo ya estaba hecho... perdido.
 
Claro. Eso pensaban los demás. Poco le interesaba a él lo que ellos pensaran, lo que sintieran. Si se revolcaban en el suelo anegados por el sufrimiento, ese tan fuerte que evita levantarse y retuerce desde el interior cada visera, produciendo un dolor insondable que te arrastra por los infiernos, manchándote de fango mientras contemplas como todo, absolutamente todo, pierde sentido.
 
Desde el cómodo sillón perteneciente a un Rey, contemplaba su nueva adquisición. Vaya que había sido difícil obtenerla, pero eso sólo aumentaba su voluptuosidad.
 
«Mi niño de Oro, no dejes que nadie opaque tu brillo» Una y otra vez resonaba en su mente aquella frase que fuese acaso, el punto de inflexión entre lo que fue y lo que decidió ser.
 
Las plumas danzaban en su mano, formando estelas luminosas que brillaban aún más cuando los impertinentes rayos de sol se colaban y resaltaban el fuego que de ellas desprendía. 
Unas plumas magníficas, imposibles de conseguir, imposibles de admirar... inigualables. Y él las tenía para sí.
 
Ya nadie dirá que su brillo es inalcanzable, pues ahora lo poseía. Ahora ya nada brillaría a su par, seguiría siendo el niño de Oro. Ser un Santo Dorado fue apenas la punta del iceberg, su cosmos también debía brillar, osando compararse al Sol. Su vida, sus posesiones, nadie podía equiparar su brillo. Los Dioses le otorgaron, incluso, los rizos de Apolo.
 
No quedaba nada en la Tierra que pudiera confrontar la magnificencia del Oro que él irradiaba... Hasta que se topó con aquellas plumas. Nunca pensó que su vuelo pudiera destruir todo lo que había construido por años, todo lo que él representaba estaba siendo amenazado por la alas de aquella ave, sus plumas... Esa maldita Armadura...
 
Y el deseo lúbrico de poseerlas, corroyó su existencia. Y su actuada seducción, ayudado por la innegable imagen de viudo dolido, le valió la confianza del joven, incluso mejor de lo que hubiera esperado. Cayendo en su juego como el insecto que se deja seducir por la luz. Del dicho al hecho sólo bastaron un par de noches en compañía de estrellas y su belleza.
 
No había sido un mal amante después de todo. No le gustaban las pieles oscuras, prefería las blancas y tersas, como el más fino marmol, esas brillan en contacto con el sol, produciéndole una exitación extraordinaria. Pero por esta vez había hecho una excepción, mientras sus expertas manos se encargaron de prodigarle placer a su amante.
 
Los ruidos externos a sus pensamientos despertaron su ensoñada mente. Alzó la vista.
 
La inverosimilitud que reflejó el rostro contrario fue un regocijo indescriptible.
 
—¿Qué carajo es lo que sucede contigo?
 
Como era de esperar, la voz que escuchó se transformaba con cada silaba pronunciada, elevando el tono y llenando su habitación de una furia excesiva. Cuya furia aumentaba increíblemente mientras el cinismo en su rostro se hacía más evidente.
 
El otro ardía en cólera, mientras observaba por primera vez en completo estupor la habitación que era negada para el resto del mundo. Esas reacciones eran sin dudas un placer. Se incorporó del asiento recorriendo con parsimonia y frialdad, desvirtuando lo que fuera de ella sucedía. Tomó una copa de una vitrina finamente decorada, en cristal y Oro. La copa, que llevaba las mismas características, fue llenada con vino.
 
El rechinar del los dientes del Arconte de Leo y las descargas en el ambiente producto de su inestable cosmos le provocaba risa. Sí, risa, no la privó claro y una suave melodía se escapó de sus labios mientras degustaba el vino.
 
—Excelente. A Camus le hubiera encantado... 
 
—¡Deja de hablar de Camus malnacido!  Sabes que te expulsarán por esto—los puños del castaño crujían.
 
El otro ni se inmutó.
 
—No exageres, no he hecho nada malo.
 
Los ojos de su rival oscurecieron de incredulidad, sintiendo como cada gota de sangre le helaba las venas. Su vista pasó de observar al rubio para contemplar asqueado la ostentabilidad que había allí. Infinidad de objetos, cuadros, pieles, telas... todo con un común denominador; El Oro.
Había oído por otros el gusto que tenía el Santo de Escorpio por el Oro, nunca le había dado importancia, pero cuando los rumores de muertes y robos misteriosos comenzaron a recaer sobre él, decidió investigar por su cuenta. 
 
El horror de la verdad fue aplastante. Ahora que ante sus ojos estaba la prueba de todos los crímenes que había cometido su compañero de armas, no atinaba a procesar o entender como alguien podía llegar a enloquecer por tener un poco de Oro. Tampoco entendía a esa altura como Camus pudo soportar estar a su lado o si en verdad el francés nunca estuvo enterado del monstruo que dormía a su lado.
 
Si acaso le había sido fiel alguna vez... Lo dudaba.
 
No viendo la asquerosa realidad que era aquel otro griego.
 
—¡Carajo, Milo! Puede perder la vida y tú...
 
—Sigues exagerando Leo. No he cometido ningún crimen, él me las entregó por su propia voluntad—la copa que sostenía fue a parar a una fina mesa de roble con grabados en Oro azul—; Puede ser duro, frío y solitario, incluso maduro comparado con el resto de sus compañeros, pero no deja de ser un ingenuo más.
 
—¡Un niño! ¡Desgraciado!—bramó.
 
—Baja la voz—dijo indiferente a las reacciones del otro—.Puede ser... —concilió.
 
La conversación se vio interrumpida cuando una tercera persona ingresó a la habitación, pasando por alto todo lo que allí había, concentrándose solamente en tomar al Santo de Escorpio por el cuello. Era más bajo, pero no le impidió sujetarlo con fuerza, mientras sus ojos entrecerrados lo observaban con odio y asco a partes iguales. Milo sonrió tomando las manos del recién llegado, y sin mucho esfuerzo se zafó de estas, empujando a su rival sin cuidado alguno.
 
—Fuiste muy lejos esta vez Milo, todo el Santuario está revolucionado por lo que ocurrió.
 
—Ustedes los niños son demasiado pasionales, deberías calmarte un poco, no le des más disgustos a tu maestro—ironizó.
 
Retrocedió unos pasos temblando por la inminente furia que se apoderaba de su ser. Era tan cínico que nombraba a su maestro tan sólo con la finalidad de dejarlo sin replica, sobre todo porque Camus no estaba. Cuánto se alegraba de ello, en verdad.
Y una sonrisa triunfal se elevó en los labios del rubio, mientras caminaba por la habitación, ignorando deliberadamente a los presentes. Su entera atención estaba situada en las plumas que descansaban ahora sobre un cojín de terciopelo escarlata.
 
Bellas. Ni el mejor y más puro Oro podría compararse al brillo que fulguraban. Sus codiciosas manos no resistieron el impulso de acariciarlas nuevamente. Detrás suyo las recriminaciones seguían su acalorado divague. Debía admitir que tal vez se había propasado con el menor y que su vida había estado en grave peligro a causa de su agresivo veneno.
Pero él no podía evitarlo, cada vez que en sus venas se formaba el avaro deseo de poseer algo que contenga el preciado y brillante metal, sus células segregaban cantidades exorbitadas de veneno, que incluso, si no tenía cuidado, podía matarlo.
 
El veneno estaba en su grado más alto cuando fue expulsado junto a su semen en el interior del joven japonés, y no había tenido el recato de cuidarlo. A él solamente le interesaban las plumas de Fenix.  El sexo, las dulces palabras, las caricias bien proporcionadas, fueron el nexo. 
 
Tampoco pudo evitar que Ikki, siendo el más sensato de todos los jóvenes de Bronce, se terminara enamorado de él. Camus en su eterna frialdad e inteligencia no fue capaz de resistirse, el niño no tenía oportunidad de salir indemne.
Sin embargo al único que cuidó de su veneno – como si del Oro mismo se tratase – fue al francés.
 
—¿Sabes qué, Milo...?—la voz del ruso apareció como colándose por sus oídos, trayendo su mente al suelo de la habitación—.Quédate con tus detestables pertenencias, pues es lo único que tendrás, ya nadie confiará en ti...
 
El Santo de Cisne salió como alma que lleva el Diablo. Sus tranquilos ojos fueron a parar a los de Aioria.
 
—Ni la piedra más grande del Inframundo te será suficiente para purgar tus pecados...
 
Dicho esto Milo de Escorpio quedó nuevamente solo en la habitación que reflejaba todo lo que le importaba, el Oro avaro que él representaba. Estaba consciente de que si Ikki fallecía, él sería ejecutado por asesino y sería la misma Athena quien efectuara de verdugo. También sabía que el castigo que los Dioses le otorgarían sería enorme. Pero mientras aquella piedra que aguarda por él en la Tercera Prisión del Inframundo sea de Oro, él estaría feliz de empujarla por el resto de la eternidad, mientras contempla su brillante y codiciada luz.
Notas finales:

Y, ¿qué les pareció?

Bueno, después de haber escrito un fic dulzón. Ahora le tocó a Milo darle la vuelta a la moneda y mostrar una personalidad completamente distinta.

No creo que vuelva a escribir algo en donde lo deje mal parado a mi bicho amado, pero que se le va a hacer, hoy le tocó ser el malo.

Espero hayan disfrutado de la lectura.

Sin más será hasta el próximo capítulo, que también es el último.

Gracias por leer.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).