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Popular, nerd; lo mismo. por Baozi173

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Para cuando salió del departamento ya había detenido dos inundaciones y un incendio. YiFan en definitiva no era del tipo de macho independiente que se podía tostar un pan en la sartén sin que luego tuviera que lanzar esta al fregadero para apagar las llamas que amenazaban con consumirlo todo, incluso a él. Para cuando salió del departamento su flequillo rubio estaba pegado a sus cejas de una forma muy poco elegante. Suspiró pesado una vez más, ya no quería saber nada del mundo, pero ahí estaba, en el pasillo del departamento junto a una caja que pesaba tanto como el cuerpo de dos vacas inconscientes. Eran muchos libros que había encontrado regados hasta en lugares que no hubiera imaginado, ¿qué demonios era lo que tenía Tao en la cabeza para comprarse tantas tonterías sin utilidad? YiFan se había hartado de reunir, día tras día, pequeñeces que encontraba cuando por fin lograba dejar de notar que estaba solo en el apartamento. Había decidido deshacerse de la evidencia reuniendo todo en una gran caja para ir a entregarle todo a Tao.

«Oye, mira, estas son todas las cosas que dejaste en mi casa» se propuso decirle.

Todo lo que pudiera encontrar después de ese día tendría derecho a quemarlo, sonaba razonable, ¿no?

Salió al pasillo a tropezones, arrastrando el paquete con dificultad al no tener voluntad de volver a despegarlo del suelo. Llegó al ascensor y dejó caer el cuerpo contra una de las paredes al tiempo que este cerraba sus puertas. Su cabeza divagaba, teniendo la dirección de Tao en el bolsillo derecho no tenía idea de cómo llegaría a su puerta y le daría los golpes necesarios para que su excompañero lo recibiera.

—Muchacho Wu, ¿va a salir? —YiFan salió de su ensoñación cuando sintió que la voz de una de sus vecinas se colaba en sus pensamientos. Las puertas del elevador habían vuelto a abrirse en el primer piso del edificio y esa mujer lo miraba fijo, casi juzgándolo, al verlo sin intenciones moverse.

—Sí, disculpe. —gruñó inclinando el cuerpo para volver a arrastrar la caja fuera del ascensor. La señora lo miraba salir mientras ella entraba. Seguro YiFan medía el doble de esa mujer, pero con esos feos tacos de oficina y cabello tan ajustado en una coleta él también podía adivinar que ella le doblaba la edad.

—¿Va a dejar un encargo para sus padres? —preguntó con un poco de curiosidad; manteniendo la mueca antipática, acomodando sus lentes de pasta gruesa sobre el puente de su nariz.

—Voy a visitar a mi novio. —explicó.

—Oh. —soltó haciendo círculo con sus boca— Salúdeme a ZiTao, que tenga mucha salud.

YiFan asintió y para cuando terminó de desocupar el ascensor con su santa paciencia las puertas automáticas se estaban cerrando. No dijo nada más después de eso. Siguió su camino hasta la entrada, rezando a los dioses que estuvieran despiertos que nadie que conociera lo notara salir de su departamento con esa apariencia.

Llamó un taxi tan pronto como noto que uno se asomaba por la calle, agitó la mano tan fuerte por encima de su cabeza que sintió que se estaba por desacomodar algo. El taxi frenó despacio frente a él. No preguntó nada, solo abrió la puerta y se lanzó dentro para después hacer un esfuerzo sobrehumano y encajar la caja junto a él de un tirón. Gruñó como recuperando aire, dictándole seguidamente la dirección de Tao al conductor. Este le asintió, mirándolo por el espejo retrovisor y arrancando con paciencia.

Se quedó, de nuevo, solo con sus pensamientos. Esas últimas dos semanas pasaron por su mente, un recuento de todo lo que había ocurrido y lo que le tocaba asumir tras la repartición de culpas. Vaya, YiFan nunca creyó verse en esa situación. Tao, con todo y sus arranques raros de molestia, tristeza y efusividad —aquellos sentimientos que él amaba atacar— era, aunque no quisiera o fuera a admitir, la base de toda su vida.

Las comidas, horarios para limpiar, dormir, ¡YiFan era casi su hijo! Si lo pensaba bien, era él la razón por la que sobrevivió al cambio de país. El dejar su casa, sus padres, sus amigos.

Demonios, YiFan estaba pensando cosas agradables sobre Tao.

Maldijo para sus adentros, Tao era demasiado grande en su vida. No podía procesar que se había ido tan rápido. Habían pasado tanto tiempo peleando que no se detuvo a pensar que en algún momento debían dejar de hacerlo. Tanto tiempo intentando escaparse uno del otro que YiFan no se lo creyó cuando Tao le dijo que había encontrado la forma de irse.

¡Y cielos! Enorme la mentira que le había montado a sus padres. En una llamada, con todo y dramatismo fingido, les dijo a los padres de ambos que ellos habían estado saliendo en secreto todo el último año, una pareja hecha y derecha. El rostro de sus madres estaba como para sacarles foto y encuadrar. Que mi niño esto, que mi bebé el otro. Les aplaudieron de mil formas distintas y estaban a un límite de emociones que no se podía creer, que vamos a llamar a tus tíos, que yo lo sabía, que esto y el otro.

Pero ahí estaba el clímax de la enorme patraña que les estaban metiendo— Mamá, papá, tíos; —inició Tao, bajando la mirada como si de verdad le doliera— nosotros empezamos a salir hace un año, más o menos. Pero, el problema va en que… nos hemos separado hace poco menos de una semana.

El mundo se le vino abajo para la familia Wu, a la familia Huang, a todos los tíos, tías y familiares cercanos y lejanos que ellos pudieran o no tener. Fue un cambio brusco de expresión. Tao se aventuró a explicar que tras una larga amistad que luego convirtieron en una relación de pareja tuvieron muchos baches y habían llegado a un punto de quiebre.

Hemos acordado que… necesitamos tiempo, solos.

Y así de fácil, después de una hora más de resaltar que su relación no tendría modo de arreglarse mientras siguieran tan cerca sin poder respirar un solo momento del otro, Tao les pidió a sus padres un departamento.

Santo remedio. Era la mentira más grande que habían dicho a sus padres —después de la de fingir que eran buenos amigos los últimos años— y probablemente la última que tendrían que decir. ¿Qué habría que explicar luego? Tao no tenía la obligación de regresar, tras la pantalla de un corazón roto y una relación próximamente terminada nadie lo podía obligar a volver, igual que YiFan no tendría que ir a buscarlo ni dar explicaciones del porqué siquiera lo consideraba.

—¡Dios! ¡¿Por qué en este lugar no hay ascensor?! —exclamó YiFan enojado tras llegar al segundo piso de ese odioso edificio junto a esa pesada caja. Estaba enojado con las escaleras, con la falta de un portero que se ofreciera a ayudarlo y con el taxista que le había cobrado casi el doble de lo que él esperaba pagar.

Se habían liberado. ¿Si alguien preguntaba? No había problema, solo era cuestión que decir que incluso intentando darse su espacio, no lograron salvar lo que tuvieron. Ellos habrían terminado oficialmente para sus padres en dos meses más y listo. Hasta nunca.

—Porque no. —escuchó decir— ¿Son mis cosas? —Tao venía caminando con el rostro cansado y una bolsa de compras entre los brazos, como si al no abrazar las latas de leche estas se fueran a escapar. Su expresión no era de sorpresa, le miraba como si lo estuviera esperando, como si fuera demasiado predecible.

—Sí, se estaban acumulando. —explicó YiFan, enderezando el cuerpo y limpiando sus rodillas, recuperando la compostura— Preferí devolverlas antes de que me estorben tanto que las tire.

Tao suspiró, sin darle ninguna expresión en específico. Su rostro parecía no tener nada que descifrar. Sus ojos fijos y boca en línea recta eran lo único resaltante.

—Te ayudo a subir esto, ¿sí? —propuso Tao, colocando sus compras encima de la caja, acomodándola con el peso de sus libros. YiFan había asentido con la cabeza mientras en sincronía ambos se pusieron en cuclillas y con un uno, dos, tres juntaron fuerza hasta que el peso del paquete fue ligero.

Llegaron al piso de Tao en silencio. YiFan miró como su excompañero sacaba sus llaves del bolsillo trasero y las colocaba en la cerradura. Se sentía tan incómodo y ajeno a su lado, como unos perfectos extraños que solo tenían en común una infancia atropellada de lejanía.

Cuando abrió la puerta un olor a lavanda y limón le recorrieron las fosas nasales. Tao había limpiado bien su nuevo departamento, seguro hasta sentirse en casa.

—Gracias por traerlas hasta aquí. —le dirigió el menor con los ojos clavados en la caja junto a sus pies— ¿Se te antoja algo de comer?

Las palabras salieron deslizando, como si fuera lo más natural del mundo y en realidad nada entre ellos hubiera quedado sin resolver. Como si de verdad no necesitaran cerrar un capítulo.

—Claro.

Como si no se quisieran decir adiós.

{*}

Todo estaba por salir mal, para algunos. Habían sido días recluido en su cuarto, Sehun se habían negado a salir, incluso después de que Chanyeol lo lograra sacar de su habitación este se había hundido incluso más en su depresión. No desayunaba, apenas almorzaba y le obligaban a cenar.

Fueron cerca de las once de la noche cuando Sehun tuvo la sensación de haber encontrado el cabo suelto de todo ese embrollo en el que había arriesgado sus sentimientos tras exponerlos de una forma tan brusca. Sí, ¡todo estaba claro! El muchacho rodó por la cama, el pecho de la nada le empezó a presionar, fuerte, estaba acelerado. Esta vez no era la vergüenza que le caía como ácido en el estómago, no. Era algo diferente. Estaba frustrado con él mismo por no haberlo recordado antes, no estaba bien, ¿cómo no lo había notado antes? Estuvo ahí todo el tiempo.

Suspiró y se acercó con lentitud a su escritorio. Caminó lento, como si retomara por fin su actitud después de esa mala pasada. Era su rostro muy parecido a lo que sería el Sehun normal. Los ojos le brillaban, había encontrado lo que no estaba encajando. Tomó su celular. Había estado evitando cogerlo, pero justo en ese momento tenía una buena razón.

—Sehun, ¿querrás comer, bebé? —la señora Oh se asomó por el umbral de la puerta, interrumpiendo la sonrisa pequeña que se había formado.

—No, mamá, gracias. —negó con la cabeza, mirándola por pocos instantes y volviendo de inmediato a su trabajo, de pie en medio de su habitación.

—De acuerdo… —la señora parpadeó varias veces antes de responderle que de todos modos le guardaría algo para luego salir al pasillo y continuar con sus quehaceres. Había algo en su hijo que no le había caído bien. Algo en su expresión, como si hubiera desconocido la mueca en su boca. No era su sonrisa normal.

Sehun no estaba bien, la señora Oh lo sospechaba pero no dijo nada.

Para cuando se quedó solo de nuevo, Sehun tenía entre sus dedos el celular. El celular se sentía pequeño para sus manos, debía ser que en algunos días no lo había usado en demasía. Incluso se esforzó por elegir bien sus palabras y dejar que el corrector del teclado hiciera lo suyo.

Recordaba a la perfección las palabras de Chanyeol.

Tú no tuviste la culpa, Sehun… —había dicho muy rápido, casi como para que no notara que le había abordado el tema sin permiso— Algo habrá escuchado, algo habrá ocurrido… Cualquier persona tendría suerte de que la quisieras.

Sí, debía ser eso. ¡Estaba tan claro!

Sehun terminó de escribir, sus muñecas temblaron con un poco de ansiedad antes de decidir que estaba por el camino correcto. Junmyeon había sido por mucho el culpable de que eso le hubiera pasado a él.

«Chanyeol sabes hace cuanto exactamente salen suho y yixing?»

Sehun no pudo sacarse de la cabeza el rebote de las palabras de Junmyeon. La chalina, a Luhan, ¿se había quedado en su casa? Vaya amigo tenía.

—¿Yixing es como la segunda opción? —se preguntó a sí mismo.

{*}

Minseok había salido corriendo tan pronto como separó sus labios de los de Jongdae, él huyó.

Estaba confundido, hundido, como si nunca hubiera dado un beso en toda su vida, Jongdae se quedó quieto mirando como la silueta de Minseok desaparecía por la calle y dejaba un sentimiento revuelto en su estómago.

Esa noche tardó en volver a casa, Jongdae anduvo en zigzag por la acera, divagando entre sus pensamientos y considerando más de un punto de vista. Quiso llegar a casa a hablar con alguien, pero su celular parecía total enemigo de la situación y Vera había partido en un avión con su familia la mañana anterior. No envió ningún mensaje, a nadie. Se metió a la cama para hacer un recuento de lo que había pasado y en qué momento se había perdido. Se quedó dormido sin querer, con la televisión encendida y un millón de alarmas para el sábado. No sabe ni cómo logró levantarse sin caer de cara al suelo su cuerpo estaba muy ligero, como si perdiera un poco la fuerza de sus extremidades.

Se lavó la cara, los dientes y vistió tan pronto como pudo. Jongdae reprodujo esa escena una y otra vez. ¿El viaje en bus? ¡Uff! Un circo, subía y bajaba gente. Nunca se había dado cuenta de que Minseok tenía rasgos muy comunes, los encontraba en mucha gente. Sus mejillas, el tono de su piel, su altura y esa fea sonrisa que salía conjunto a sus encías. Jongdae se había encontrado comparando rasgos y características, apenas notando que había llegado a su destino media hora después de haberse sentado en esa incómoda silla de plástico.

—Gracias, señor. —murmuró antes de bajar del bus con un salto. Sus pies se estrellaron contra la acera, casi pierde el equilibrio.

Siguió caminando, callado y con las manos en los bolsillos de su pantalón. Tenía algunas monedas en el derecho, las movía con los dedos y hacía sonar un poco contra el muslo. En el bolsillo izquierdo apretaba los billetes para su taxi de regreso, estaba muy nervioso.

Respiró hondo por quinta vez desde que salió de su casa. Estaba tratando de mantener los pensamientos en orden, casi ni lograba que sucediera— Por favor, basta. —gruñó para sí mismo cuando notó que sus brazos habían empezado a temblar y el pulso a ir muy rápido, casi doliendo dentro de su pecho.

Cuando llegó se paró firme en medio del lugar. La gente iba y venía haciendo ruido con su andar. El aeropuerto estaba muy concurrido, no podía adivinar si alguna fecha festiva se aproximaba, no podía adivinar porqué tanta gente se había aglomerado en la terminal. ¿Pero eso qué tenía de importancia? Ni siquiera la visita del Papa a Corea era trascendental, su gira por el mundo predicando la palabra de Dios era lo que menos le importaba a Jongdae en ese momento.

Jongdae estaba nervioso y feliz, pues había llegado justo a tiempo. Ahí estaba ella, acercándose con esos ruidosos tacones con los que quedaba justo a su altura y el cabello suelto y enredado sobre sus hombros. La mujer más bella del mundo.

—Señora Kim Ha Neul, bienvenida. —dijo Jongdae estirando su cuerpo hacia ella, apresurando sus pasos y dándole el encuentro, abrazando con fuerza a la mujer frente a él. Su voz temblaba, sus ojos se aguaron y las piernas le flaquearon en cuando sus brazos la envolvieron. Su corazón corría como loco.

—¿En algún momento me quitaste mi título de madre? ¡Meses sin vernos y me llamas por mi nombre! —ella rio sin pensarlo más, estaba llorando desde que el avión hubo anunciado un exitoso aterrizaje y la dejaron salir corriendo a recoger sus maletas— Hola, cariño.

El sollozo alegre de su madre sobre su oído fue suficiente para hacer que Jongdae se aferrara mucho más a su cuerpo como un niño pequeño, ansioso y feliz. Esta vez no era un sueño, no era una promesa en el aire.

—Hola, mamá. —le respondió limpiando sus ojos húmedos en el hombro de su madre, esperando que ella no se diera cuenta de que le estaba empapando la blusa—  ¿Qué tal el viaje?

Estaba más delgada que cuando se fue. Su cabello había crecido pero seguía colorado de ese vivo castaño. Su sonrisa que desembocaba en unos colmillitos graciosos y afilados. Era tan parecida a lo que su memoria le permitió ver. Mejor que las fotos, mejor que las pocas llamadas por webcam. De la nada todo el ruido de alrededor no estaba. Eran ellos entre mucha gente.

Su madre se parecía mucho al recuerdo que evocó en cuando ella le anunció que volvería a casa, indefinidamente.

—Cansado, cariño, pero estoy feliz de haber llegado al fin. —le contestó separando su cuerpo del de su hijo. Le vio los ojos rojitos, la sonrisa chueca y pequeña con sus mejillas rojas— ¿Y tú? ¿Qué tal tu semana? ¿Saliste con tus amigos?

No era su intención mentirle tan pronto la viera, pero los temas pesados eran para después.

—Sí, salimos toda la tarde, ayer fue muy divertido. Te mandan muchos saludos y dicen que vendrán pronto a la casa para verte. —sus ojos seguían lagrimeando, aunque Jongdae seguía siendo Jongdae y ese no era su estilo. Infló el pecho como el hombre que su madre había criado y tomó las dos maletas con sus manos, apurado por llegar a casa y devolverle su habitación a su madre, aunque eso le costara también regresarle su espejo de cuerpo entero.

—¡Yo quiero ver a Junmyeon y Sehun! —exclamó la mujer, emocionada a más no poder y siguiendo el paso de su hijo en dirección a la enorme entrada del aeropuerto— Seguro han crecido mucho, ¿no? —Jongdae asintió en respuesta— Les traje un par de cositas a todos, cariño, y solo espero que haya atinado en la talla de YiFan. —le contó con la atención total de su hijo sobre sus palabras.


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