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DO YOU por venus

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Notas del fanfic:

Primero de todo quiero aclarar que no soy creyente y que no sé nada sobre Dios y esas cosas, y que si por causalidad ofendo a alguien o lo que sea, lo siento.

Segundo, es mi primer Namjin, espero que les guste. Me inspiré viendo el vídeo de Tooji: The Father Project; en el que el cantante quiere lanzar una protesta contra la Iglesia ya que esta no acepta la homosexualidad.

Tercero, denle una oportunidad, es bonito.

                Todo comenzó cuando tenía diecisiete años.

                Kim Seokjin era el hijo único de una familia tradicional fielmente católica, teniendo como padres a una ama de casa cuya labor era cuidar de su hijo y de su esposo y regalarles todo su apoyo y atención, y a un dueño de una tienda de comida que se encontraba en el barrio en el que habitaban. No tenían demasiado dinero, pues su padre era el único de la familia que tenía un sueldo que muchas veces ni llegaba a fin de mes. Sin embargo, no necesitaban más de lo que tenían, porque pensaban que al ir todos los domingos a misa y rezar todas las noches a Dios, este último les otorgaría la vida que se merecían, y si de ese modo estaban viviendo, era porque era lo que Dios deseaba para ellos.

                Cuando era pequeño, no entendía por qué sus padres creían en Dios, aquel que había creado el mundo, aquel que había sido el responsable del origen del ser humano, aquel que era el Padre de todos. Y menos lo entendió cuando en el instituto, en las asignaturas de ciencias,  le habían enseñado un distinto origen del universo y del hombre. No obstante, el que sus padres lo hubieran acostumbrado desde que nació a ir a la Iglesia y a rezar, habían hecho que no tuviera más remedio en creer en Dios. Aparte, la reacción por parte de su familia y de los que lo habían rodeado durante toda su vida, si se diera el caso de que Seokjin fuese ateo, sería espantosa.

                Fue criado en un ambiente bastante humilde, en el que sus padres solían comprar comida para las organizaciones de ayudas a pobres o a niños del tercer mundo, regalar alimentos a los vagabundos que se encontraban por los callejones oscuros del barrio, ayudar a toda persona que lo necesitara en cualquier cosa, donar sangre para los enfermos, ser voluntarios para cualquier cosa que se necesitase en la Iglesia o en el ayuntamiento, etc. Por ello, Seokjin era la persona que era. Responsable, maduro, humilde, altruista, amable, risueño, siempre dispuesto a dar lo mejor de él. Además, según sus padres, Dios había respondido a los continuos rezos dotando a su querido hijo único de una increíble inteligencia que, en un futuro próximo, los sacaría de la situación en ocasiones pobre en la que vivían. Desde un punto de vista positivo, Seokjin parecía la persona perfecta con la que muchos hombres y muchas mujeres soñaban. Y no solo eso. La belleza que escondía tras sus redondas gafas y sus bufandas, era fascinante: rostro fino, piel tostada, cabello castaño y ligeramente ondulado, ojos oscuros y radiantes en forma de avellana, labios carnosos.

                Ser el primero de la clase en cada materia y el primero de todo el curso en las calificaciones finales, lo hacía, evidentemente, destacar en el instituto. Pero claro está, que no de forma muy agradable. A sus compañeros le encantaban burlarse del niño católico y demasiado cordial con gafas que siempre sacaba dieces en los exámenes y en los trabajos. Fueron muchas las veces que Seokjin llegaba a casa llorando desconsoladamente por las constantes burlas y el desagradable acoso que recibía. Solo necesitaba un hombro en el que llorar, unas manos que lo acariciaran y lo consolaran, una voz que le dijera que fuera fuerte y que ignorara a sus compañeros que no sabían valorarlo. Pero en vez de eso, siempre escuchaba la misma frase por parte de sus padres: ''Si de verdad te estuvieran haciendo todo eso que dices, Dios ya habría intervenido. Seokjin, olvida todo lo que está a tu alrededor y aprovecha la aptitud que Dios te ha otorgado con esfuerzo y confianza''.

                A veces se cansaba de escuchar tanto Dios, Dios y Dios, que incluso se planteaba si seguir siendo creyente y seguir rezando a un Ser que ni siquiera existía. Porque, con todas las demostraciones que había hecho la ciencia a lo largo de los siglos sobre el origen del universo y del ser humano, ¿cómo era posible que aún siguiera creyendo en Dios? Pero cada vez que esos pensamientos se cruzaban por su cabeza, tan dócil y humilde como lo habían enseñado a ser, Seokjin iba a la Iglesia a confesarse. Ya eran muchas las veces, con tan solo diecisiete años de edad, que había repetido las palabras de ''Padre, he pecado''.

                Ese día era miércoles, primer día de clase de su último año en el instituto. Estaba emocionado por volver a empezar las clases, y, sobre todo, por acabarlas lo más rápido posible e ingresar en la universidad a estudiar lo que llevaba soñando desde que era un niño: medicina. Tras ponerse el uniforme y colocarse una bufanda blanca que ocultaba la mitad de su rostro, Seokjin cogió su maleta y fue a la escuela, no sin antes rezar para dar las gracias a Dios por todo.

                A pesar de que sabía que nada más poner un pie dentro de la escuela, después de un largo verano, otra vez volvería a escuchar las mismas burlas de siempre sobre cómo era; Seokjin estaba realmente entusiasmado con regresar a su vida de estudiante responsable. Extrañaba que los profesores le dijeran que había sacado un diez y que era el mejo alumno que habían tenido en años. Seokjin cerró los ojos un momento, concentrando su mente. Ser demasiado arrogante, según su madre, era pecado. Tras rezar unas cuantas Aves María y no sé cuántos Padres Nuestros, por fin entró en su instituto y se dirigió a su clase. Su primera asignatura era física. Qué bien empezaba el día.

                Seokjin se sentó en primera fila y sacó todas sus cosas, preparándose para coger apuntes de lo que el profesor explicara. Aunque, conociendo lo inútiles que eran los profesores y lo fácil que se dejaban manejar por los también inútiles alumnos irresponsables, lo más probable era que no dieran clase en los primeros días a petición de los últimos. Soltó un largo suspiro y cerró los ojos. Juzgar a los demás y criticarlos también era pecado. Otra vez Seokjin volvió a rezar más Aves María y más Padres Nuestros. Pero sus rezos fueron interrumpidos cuando el timbre que indicaba el comienzo de las clases sonó y una estampida de alumnos vagos invadió la clase. El profesor de física, más indignado que emocionado por comenzar su trabajo, también entró. Otra vez juzgando. Ese día iba a rezar más de lo que había rezado toda la semana anterior.

-Buenos días alumnos y alumnas, espero que hayáis pasado un verano increíble y que hayáis descansado lo suficiente como para venir con muchas fuerzas y entusiasmo por empezar el último año de la escuela -habló el profesor.

-¡Más quisieras! -comentó alguno de sus compañeros, y la clase entera estalló en carcajadas. La clase entera excepto Seokjin.

-Bueno, a lo que iba -el profesor carraspeó, sonriendo levemente por el dichoso comentario de su alumno- Recuerden que este año se lo tienen que tomar más en serio, ya que, todo el temario que tanto yo como los profesores que impartirán el resto de asignaturas, es el que se deberán estudiar para las pruebas de acceso a la universidad.

-¡Si es que llegamos, porque por lo menos a mí me aprobaron el curso pasado por pena! -volvió a añadir otro graciosillo, y de nuevo, sus compañeros rieron.

-En fin -siguió hablando- Primero que nada, quiero presentar a un nuevo alumno que ha ingresado en esta clase. Kim Namjoon, por favor.

                De repente, todas las miradas se dirigieron hacia un chico que se levantaba en medio de la clase y saludaba. Se escucharon risitas, murmullos y, sobre todo, silbidos. Con el ceño fruncido, Seokjin giró sobre su asiento y dirigió con curiosidad la mirada hacia su nuevo compañero. Camisa por fuera del pantalón y con los primeros botones de arriba desabrochados, corbata mal ajustada, sonrisa amplia y arrogante, y pelo rubio llamativo obviamente teñido. Pensó que seguramente sería otro como Jimin y Taehyung, de su clase, siempre creyéndose superiores al resto, yendo de graciositos y, cómo no, con una alta dosis de arrogancia y altanería en cada gesto y cada movimiento que hacían. Otro suspiro se escapó de sus labios. De nuevo, Seokjin volvía a juzgar a alguien, y lo peor de ello, sin conocerlo. Esta vez iba a rezar el doble.

                Cuando Seokjin dejó de concentrarse en tantos pensamientos desordenados y alocados que pasaban por su mente, volvió a posar su mirada sobre el chico nuevo, de nombre Kim Namjoon. No pudo evitar sonrojarse al instante. El muchacho rubio y de apariencia egocéntrica tenía los ojos clavados en él, como si estuviera penetrando en su interior y desnudándolo con la mirada. Seokjin se incorporó y volvió a su posición inicial, mirando fijamente a su profesor esperando que comenzara a explicar la asignatura, aunque con sus mejillas aún sonrojadas.

                Cincuenta minutos después la primera clase del día finalizó, y todos los alumnos, felices de haber sobrevivido a la primera hora y esperando hacerlo a la segunda y al resto del día, salieron prácticamente volando. Seokjin, con toda la tranquilidad y paciencia del mundo, metió las cosas en su mochila, y tras recibir algún que otro saludo y comentario por parte de su profesor de física, salió de la clase y caminó hacia la de matemáticas, su segunda asignatura favorita.

-Hey, hola -habló una voz ligeramente ronca y grave detrás de él.

                Seokjin frunció el ceño y siguió caminando sin inmutarse. Era imposible que alguien lo hablara en ese infierno de escuela a no ser que fuera para insultarlo y decirle alguna bobería o pedirle la tarea sobre algo. Mierda, acababa de decir infierno. Mierda, acababa de decir mierda. Mierda. Seokjin apretó los ojos. Era pecado decir palabrotas, y más aún, nombrar al infierno, lugar prodigioso del mismísimo Satanás. No tenía más remedio que asistir a la Iglesia para confesarse nada más salir de la escuela. Por lo visto, contrario a lo que había pensado, su día no empezaba demasiado bien.

-Hola, tú -volvió a hablar esa voz, pero esa vez a su lado. Era el chico rubio llamativo nuevo, y le estaba sonriendo con una encantadora sonrisa que provocó un ligero sonrojo en las mejillas de Seokjin.

-Hola -murmuró tras la tela de la bufanda, dirigiendo la mirada hacia alrededor por si acaso que no fuera a él a quien saludara, sino a algún ser fantasmal que casualmente no veía.

-¿Cómo te llamas? -Namjoon siguió sonriendo de la misma manera, y eso solo generaba sensaciones extrañas en el interior del castaño.

-Seokjin, Kim Seokjin -respondió con voz suave y baja.

-Vaya, bonito nombre, Seokjin -pronunció el rubio aumentando su sonrisa- Yo soy Kim Namjoon. Que causalidad, tenemos el mismo apellido.

-Sí, ya -fue lo único que Seokjin llegó a decir, pues las miradas intimidantes de los que normalmente solían abusar de él en esos momentos lo estaban amenazando, por lo que, dejando atrás a su nuevo compañero, fue a la clase de matemáticas.

                La mañana transcurrió demasiado rápido, así como el resto de días, que pasaban como si el tiempo estuviera ansioso de seguir adelante. Desde aquel primer día, Seokjin nunca había vuelto a hablar con el muchacho de cabellos rubios, aunque, cada día, siempre le regalaba alguna que otra encantadora sonrisa. Además, Seokjin juraba por Dios y por la Virgen María que sus penetrantes ojos muchas veces estaban puestos sobre él. Esa sensación de estar expuesto que había experimentado cuando se miraron en la clase de física, la sentía constantemente.

                Ya era noviembre. El precioso otoño ya estaba llegando a su fin para darle la bienvenida al frío invierno. Una pena para Seokjin, pues adoraba escuchar el crujido las hojas verdes y naranjas caídas de los árboles desnudos al pisarlas. Y no era lo mismo la agradable frescura del otoño, que el congelador en el que se convertía Seúl cuando llegaban los meses más fríos. Después de ir a la Iglesia a confesarse, ya que reconocía que últimamente tenía pensamientos impuros con cierta persona, caminó hacia una casa desconocida en la que nunca había estado. Ese mismo día la profesora de filosofía les había mandado a hacer un trabajo de investigación en parejas, y, casualmente, lo había emparejado con el mismísimo Kim Namjoon.

                Fue en cuestión de horas que ese muchacho de pelo llamativo comenzó a ser ''el nuevo macizo'' de la escuela. Se había unido al grupito de Jimin, Taehyung y los otros, que se creían el rey de la institución; y, además, sus compañeras, como colegialas enamoradizas y cachondas, siempre estaban murmurando sobre lo guapo y perfecto que era. Al igual que Jimin fue el objeto de comentario de todos cuando en segundo llegó a la escuela, Namjoon lo era ahora. Lo que más le extrañaba a Seokjin, era no haber escuchado de esos irresistibles labios alguna burla sobre sus calificaciones en las materias, sobre lo feo que era con esas horribles gafas, o sobre lo patético que era amar a Dios. Mierda, acababa de decir irresistibles labios. Mierda, acababa de decir mierda. Mierda.

                Tocó el timbre una sola vez, esperando pacientemente a que alguien abriera la puerta del hogar y lo recibiera. Seokjin era una persona puntual, por lo que a la hora acordada ya estaba allí. Bueno, para ser sinceros, era tan puntual que había llegado veinte minutos antes. Intentaba convencerse de que era para finalizar el trabajo lo antes posible para no tener que volver a verse fuera de la escuela, pero Seokjin sabía que la verdadera razón era su ansiedad por ver a Namjoon y curiosear sobre su vida privada. ¡Ser curioso estaba mal! Las Aves María y los Padres Nuestros, evidentemente, no iban a hacer demasiado efecto.

-Namjoon está duchándose, enseguida bajará, no te preocupes -le dijo la madre mientras tomaba un sorbo de la taza de té que sus manos contenían.

                Estaba sentado en un silloncito pequeño muy cómodo en el gran salón de la casa de Namjoon. Su madre, mientras esperaban a que el rubio finalizara su ducha, le estaba contando anécdotas sobre la infancia de Namjoon, o algún que otro cuchicheo sobre su vida privada. Era bastante amable y risueña, una buena persona que ahora le caía bien.

-¡Mamá! Deja de asustarlo contándole mis cosas -Namjoon bajó por las escaleras y fue a dónde estaban conversando. A Seokjin se le cayó la mandíbula, y también el alma, cuando vio al rubio con unos simples pantalones grises de chándal y su torso, bastante musculoso, completamente desnudo- Siento la tardanza y siento que mi madre esté tan loca.

-No pasa nada -murmuró riendo suavemente contra la tela del pañuelo verde que ese día llevaba, mientras que sus mejillas se coloreaban de un tono carmín. ¿En serio se iba a sonrojar cada vez que Namjoon abriera la boca?

-Bueno, subamos a mi cuarto para comenzar el trabajo -añadió, y seguidamente, regresó por el mismo camino por el que había ido.

-Gracias por la conversación señora Kim, ha sido muy entretenida -Seokjin, al levantarse, hizo una cordial reverencia, sonriéndole con amor a la señora aunque esta no pudiera ver casi su rostro.

                Un poco desorientado, ya que esa casa era nueva para él, Seokjin caminó por el pasillo del piso superior buscando cuál era la habitación de Namjoon. En realidad tenía muchas ganas de ver cómo era. Sabía que el espacio personal de una persona, era reflejo de su personalidad, y Seokjin deseaba conocer al rubio de fuera de la escuela.

-¿Perdido?  -el castaño se sobresaltó al escuchar esa voz grave tan cerca de él.

                Giró hacia su derecha, y allí estaba Namjoon, apoyado sobre el marco de la puerta con los brazos cruzados y su misma sonrisa encantadora de siempre dibujada en su rostro. Seokjin suspiró y se llevó una mano al pecho, por poco le daba un infarto del susto. Sí, era exagerado, pero así era él.

-Perdón si te asusté -el rubio soltó una agradable carcajada que le hizo sonreír- Vamos, pasa, ya tengo las cosas preparadas para empezar.

                La habitación era bastante amplia y espaciosa. Una cama de matrimonio con una colcha azul oscuro, un armario de madera a su lado, y un escritorio con unas estanterías repletas de libros y objetos al fondo. Se veía que Namjoon era una persona bastante sencilla, y que, por lo que estaba presenciando, adoraba el color azul.

                Para la sorpresa de Seokjin, el muchacho rubio ya tenía algunas cosas adelantadas sobre el trabajo de investigación. Siempre que había que hacer un trabajo en grupo, para su desgracia, Seokjin era el que tenía que hacerlo todo, pues el resto de sus compañeros solían ser unos vagos que, o no entendían lo que tenían que hacer, o se hacían los desentendidos para no hacer nada. Sin embargo, el que Namjoon ya tuviera preparados unos datos científicamente demostrables y que incluso le estuviera proponiendo una posible forma de organizar el trabajo; lo había sorprendido, y también entusiasmado.

                La tarde pasó muy rápida, como últimamente estaba pasando su vida. Llegaron las ocho de la noche y el trabajo estaba perfectamente terminado. Estaba claro que los dos iban a tener un diez, y bien merecido. Fue la primera vez que Seokjin realmente había disfrutado haciendo algo con alguien, ya que, normalmente, no tenía amigos y solo estaba con sus padres o con los de la Iglesia, y disfrutar de hacer algo relacionado con las clases con otra persona, era algo que nunca había podido pensar.

-Bueno, espero que a la profesora Jung le guste, a veces suele ser demasiado exigente -el rubio soltó un largo suspiro, pasándose las manos por el pelo, denotando cansancio.

-Por supuesto que le gustará -sonrió Seokjin, aunque el contrario no viera su sonrisa- La conozco desde hace varios años. Aparenta ser exigente, pero en el fondo es muy buena. Incluso suele ponerle buenas notas a los que no hacen las cosas bien.

                De repente, sin decir nada, Namjoon dirigió su penetrante mirada hacia el castaño, logrando intimidarle. Otra vez más, sus mejillas adquirieron un color rojizo, ruborizándose. No entendía por qué cada vez que lo miraba, le sonreía o le hablaba, siempre acababa sonrojándose, y menos aún entendía por qué su corazón comenzaba a latir con más rapidez, como si intentara superar el récord de latidos por minutos.

-¿Por qué siempre llevas un pañuelo? -preguntó, interrumpiendo el largo silencio que los había acosado durante minutos- Entiendo que en la calle lo lleves por el frío, pero nunca te lo quitas en clase, ni ahora tampoco.

                Simplemente se encogió de hombros. No podía responderle que patéticamente sus padres le advertían de que se cubriera el rostro para que lo valoraran por su manera de ser y por su inteligencia y no por la impresionante belleza que Dios le había regalado. Desvió la mirada de la de Namjoon. Cada vez más se planteaba si valía la pena restringirse tantas cosas por la tradicionalidad de su familia y por la fidelidad que tenían hacia Dios. Tenía diecisiete años, y el único lugar aparte de la escuela y su casa al que había ido era la Iglesia. Y, aparte de agua o zumo de naranja, solo había bebido el agua bendita que todos los domingos el cura ofrecía en la misa. Definitivamente, Seokjin no había disfrutado ni de su infancia ni de su adolescencia.

                Arrepentido, así se sentía. Su humilde y sensible personalidad no le había permitido plantarle cara a sus padres y decirles todos sus sentimientos y pensamientos sobre Dios y todas esas chorradas que le obligaban indirectamente a hacer por él. Todo por Dios, por Jesús, por la Virgen María. Todo por ellos, pero nada por él. Inconscientemente, una traicionera lágrima se escapó de su ojo derecho, y la que se colaba por el izquierdo, no iba a tardar mucho en imitar a su gemela.

                Namjoon extendió su brazo hacia el rostro de un Seokjin perdido en sus pensamientos, porque así estaba, reviviendo cada momento perdido de su vida, por Dios. Lentamente, tras agarrarlo, comenzó a tirar del pañuelo verde que cubría la mitad del rostro del castaño, mientras que con la mano restante le quitaba las gafas. Seokjin simplemente lo miró a los ojos. Quería detenerlo, pero una parte suya no se lo permitía. Cada parte de su cuerpo estaba estático, excepto su pecho, que se movía con más rapidez por la aceleración de los latidos de su corazón.

                Sintió como una ligera brisa proveniente de la ventana abierta de la habitación le acariciaba el rostro. El pañuelo ahora estaba siendo comprimido por las manos de Namjoon, que lo apretaban con fuerza. Ninguno decía nada. La mirada de Seokjin examinaba con cautela la expresión de un Namjoon demasiado ensimismado cuyos ojos, eufóricos y embriagados, recorrían cada mínimo detalle del rostro del castaño. Una de sus manos liberó el pañuelo y, con delicadeza y ternura, comenzó a acariciar con la yema de los dedos sus rasgos. Su frente, sus párpados, su nariz, sus pómulos, sus mejillas, su mentón, sus labios. Namjoon parecía perdido mientras pasaba el pulgar por sus labios una y otra vez, como si realmente estuviera disfrutando del tacto.

                Inconscientemente y sin poder resistirse una vez más, Seokjin acarició la mano que en ese instante recorría sus labios con dulces caricias. Namjoon volvió a mirarlo a los ojos, y cogiéndole la mano y depositando ambas sobre la mejilla del castaño, cerró los ojos y, lentamente, acortó la distancia entre ambos rostros. Esos labios que desde el primer día que le sonrieron le habían parecido irresistibles, ahora estaban bailando sobre los suyos con delicadeza y paciencia. Seokjin era un inexperto en esos temas, nunca había besado a alguien y no tenía ni idea de cómo hacerlo, pero optó por dejarse llevar por las maravillosas sensaciones que ese tierno movimiento que los labios del rubio producían y se dispuso a imitarlo.

                No supo en qué momento ocurrió, pero de repente estaba tumbado sobre la cama de Namjoon, quien, sobre su cuerpo, repartía caricias por sus costados y sus caderas mientras sus labios seguían moviéndose dulcemente contra los de Seokjin. Era una experiencia increíble, era como si ese simple beso le hubiera devuelto la vida, como si le estuviera permitiendo experimentar todos los sentimientos, emociones y sensaciones que nunca en su vida había probado y que siempre había deseado hacer. Sin embargo, no era solo el beso lo que le estaba maravillando. El hecho de que fuera el mismísimo Namjoon el que lo estuviera besando, era fascinante.

-No sé cómo puedes ser lo suficientemente valiente para ocultar tanta sobrenatural y asombrosa belleza detrás de un pañuelo -dijo Namjoon una vez se hubieron separado, mirando con éxtasis y emoción los ojos del castaño- Seokjin, siento decirte que eres un egoísta al guardarte tanta excesiva hermosura para ti solo, créeme.

                De repente, de los avellanados ojos de Seokjin comenzaron a salir imparables y descontroladas lágrimas. Deseaba explotar en esos momentos, poder expulsar sus sentimientos y pensamientos sobre todo, quería ser libre de esa presión que oprimía su pecho constantemente. No obstante, sabía que no podía, que era imposible.

                Sin parar de llorar, Seokjin apartó a Namjoon de encima. Tantos sentimientos lo estaban confundiendo, lo hacían replantearse su vida entera. Tras coger sus gafas, ignorando su nombre repetido una y otra vez por la voz grave y desesperada del rubio, salió corriendo de esa casa, no sin antes despedirse cordialmente de la madre del que lo había invitado.

                Sus pies, inconscientemente, lo llevaron con prisas hacia la Iglesia. Los besos, las caricias, las miradas y las sonrisas de Namjoon lo habían impactado. Había dudado sobre su fidelidad a Dios, y eso era algo que ni él mismo podía perdonarse. Necesitaba su perdón, necesitaba saber que lo entendía y que le daría otra oportunidad de comportarse como un católico fiel que era. O bien que lo habían obligado a ser.

                Mientras sus arrepentidos ojos no paraban de dejar escapar más y más lágrimas repletas de sentimientos, Seokjin cogió el frío rosario que llevaba colgado de su cuello y lo besó. Su mirada estaba puesta en aquel Cristo crucificado que se encontraba sobre el altar, y en su mente, miles de Ave María y Padres Nuestros resonaban una y otra vez.

-Padre, vengo a confesarme -habló Seokjin mirando la rejilla que separaba al cura de la Iglesia de dónde él estaba- He vuelto a pecar -reveló con un nudo en la garganta, intentando aguantar las ganas de sollozar.

-Habla, joven. Suéltalo todo, desahógate -respondió una voz que demasiadas veces había escuchado esos últimos meses al otro lado- Dios te perdonará al saber que te has confesado y de que te arrepientes.

                Seokjin se quedó unos minutos en silencio, intentando procesar todos los pensamientos que se amontonaban en su mente, mientras que en su interior los sentimientos lo golpeaban con fuerza y brutalidad, suplicando ser libres.

-He besado a un hombre. Me ha gustado. Y he dudado de mi fidelidad al Señor.

Notas finales:

Espero que les haya gustado. Siento decir esto, puede que suene un poco egocéntrico, pero, si en estos días veo que no hay ningún review, no tendré más remedio que borrar el fic y por lo tanto no seguir con la historia.

Cuando una escritora sube un fic y ve que nadie le reconoce su mérito, se siente muy mal, y lo digo por experiencia. Por ello, si no veo reviews lo tomaré como que no les ha gustado o, concretamente, que es una mierda xD

En fin, espero que les haya gustado y si no es así, perdón por hacerles perder el tiempo.


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