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DO YOU por venus

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Notas del capitulo:

Chicas, no podéis imaginaros lo que me ha costado escribir la segunda parte. Cada vez que lo escribía, me sentía tan agobiada por darles una decepción al pensar que no era lo suficientemente perfecto, que lo acababa borrando. Al final, a la quinta vez que lo he escrito y es el que vais a leer, me he rendido y me he dicho, '¡a tomar por culo!', así se queda.

Quería pedirles disculpas, no era mi intención que se tomaran como una amenaza lo que comenté en el primer capítulo de que si no me dejabn reviews, lo borraría. De verdad que lo siento mucho, tal vez fue un comentario codicioso y malo, pero quiero aclarar que no era mi intención. Repito, lo siento.

Y bueno, espero no decepcionaros, porque, la verdad es que me preocupo mucho por complacer a mis lectoras, y escribo conforme a eso. Me exijo demasiado para que vosotras puedan leer un buen fic y, lo más importante, que lo disfruten. Y, claro, tengo un terrible temor por no lograr complaceros y que, al final, penséis que, literalmente, 'menuda mierda'.

Sinceramente, espero que no sea así, y que de verdad acabéis este fic pensando en que realmente ha valido la pena leerlo.

                Gemidos. Gemidos descontrolados eran lo único que sonaba dentro de esas cuatro paredes cerradas. Mientras los carnosos labios de Namjoon lo maravillaban con cada dulce roce y con cada atrevido movimiento, sus manos recorrían con caricias hasta el mínimo rincón más escondido de su anatomía, manoseando su cuerpo y disfrutando de su suave piel. Seokjin estaba estático, solo podía gemir sumisamente y dejarse hacer. Deseaba eso, deseaba a Namjoon, y su lado impulsivo y descarado estaba permitiendo que sus deseos se hicieran realidad. Sin embargo, en su mente, ajena a la situación que su cuerpo estaba experimentando, se reproducía una y otra vez el nombre de ''Dios'', y la culpa y el arrepentimiento lo golpeaban con tanta fuerza que lo aturdían.

                Aunque, lo que más le aturdió, fue el repentino y estridente sonido de la alarma que lo había despertado de ese, por una parte, increíble, y por otra parte, terrible, sueño. Con la respiración acelerada y algunas gotas de sudor empapando sus sienes, Seokjin agarró con fuerza las sábanas, estrujadas por sus manos, intentando controlar las sensaciones y emociones que había experimentado con esa pesadilla; pese a que, más que pesadilla, había sido un sueño.

                Era domingo, por lo tanto, debía prepararse para ir a misa. Aún no tenía el suficiente coraje y atrevimiento para presentarse en la Iglesia después de su confesión dos días atrás, la cual el padre había ignorado pues se había quedado sin palabras ante tal hecho y eso había dejado extremadamente avergonzado a Seokjin; pero ir a misa era como una obligación con la que debía cumplir siempre si no quería tener ''consecuencias''.

                Después de ducharse y vestirse, se dispuso a buscar su pañuelo favorito, aquel que siempre llevaba los domingos por ser un día especial y aquel que su abuela le había regalado por su primera comunión. Sin embargo, a pesar de haber registrado cada mínimo rincón de su habitación y de la casa, no consiguió encontrarlo por ninguna parte. Hasta que una pequeña chispa se encendió en su mente. El pañuelo no estaba en su armario, ni debajo de su cama, ni en el cesto de la ropa sucia, ni en la lavadora. El pañuelo estaba en la casa de Namjoon.

                Namjoon. De repente, su piel se estremeció, mientras que su temperatura corporal comenzaba a aumentar y los latidos de su corazón a descontrolarse. Daba igual cuántas veces rezara, daba igual todas las veces que suplicara; Dios no aceptaba su perdón, ¿y qué mejor castigo que torturarlo metiéndole a Namjoon en cada célula de su piel? Hiciera lo que hiciera, mirara a dónde mirara, tocara lo que tocara, por su mente siempre pasaba fugazmente Namjoon, provocando miles de extrañas sensaciones en su cuerpo que lo atormentaban placenteramente.

                Era evidente, Namjoon le gustaba, le atraía sexualmente, y lo que su organismo experimentaba cada vez que pensaba en él o soñaba con sus labios, se lo demostraba. Sin embargo, a pesar de admitirlo y estar seguro de ello, Seokjin no podía aceptarlo. La homosexualidad era algo que la Iglesia rechazaba, algo que no soportaba y que, por lo tanto, era pecado. Estaba prohibido sentir amor o atracción sexual hacia una persona de su mismo sexo. Seokjin nunca se había planteado su sexualidad, ni siquiera se había fijado en alguna persona en toda su vida, ya que su concentración se encontraba única y exclusivamente en sus estudios y en su catolicismo, y no en el amor. Y, casualmente, en la primera vez que comienza a sentir algo por alguien, es por un chico.

                No podía evitarlo. Namjoon era una persona irresistible, y no solo por su físico, el que muchos envidiaban y al que muchos adoraban: piel morena, rostro masculino, labios carnosos, dientes rectos y blancos, ojos penetrantes, pelo sedoso y llamativo, voz grave. Aparte de ese cuerpo con el que tantas veces soñaba, lo que a Seokjin más le atraía era su sincera mirada, su natural sonrisa, la inteligencia que escondía detrás de tanto atractivo, la simplicidad con la que vivía, su responsabilidad y su organización para las cosas. Y, algo que realmente admiraba, era que, a pesar de que en la escuela Namjoon fuera una persona bastante conocida con la que todos querían estar ya fuera amistosa o amorosamente y que cuyos amigos fueran los más populares; él nunca se había burlado de él, ni de sus buenas notas, ni de su creencia en Dios. Todo lo contrario, le había hablado desde el primer día, siempre intentaba mantener conversaciones con él, y, lo que había dejado prendado a Seokjin, sus sonrisas encantadoras y sus miradas amables no había día en el que no las recibiera.

                Se sentía perdido, desorientado, como si se encontrara en un agobiante laberinto sin salida. Porque, en la situación en la que estaba, no había salida alguna. No podía aceptar sus sentimientos hacia Namjoon, ya que, entonces, decepcionaría a Dios y lo castigaría eternamente por haber cometido tal grave pecado. Sin embargo, le resultaba imposible rehuir de Namjoon, su corazón le empujaba a estar con él, a aceptar sus sentimientos y ser feliz por primer vez en la vida. Pero su mente, al contrario, denunciaba esa idea como irracional y absurda. Seokjin era un cobarde, una marioneta dirigida incapaz de revelarse contra Dios y seguir el dictado de su corazón, incapaz de no hacer lo que más quería con tal de no defraudar tanto a su familia como al Señor.

                Entrando a la Iglesia, todas las miradas, o al menor la mayoría, se posaron sobre él. Lo veía normal, puesto que Seokjin siempre llevaba puesto un pañuelo o una bufanda como si fuera ropa interior; y, el que ese día no llevara ninguna prenda cubriendo su rostro, pues sorprendía a algunos.

                En toda la ceremonia, le resultó imposible permanecer atento. Su vista estaba fija en el Cristo crucificado que se encontraba sobre el altar, que lo miraba con lástima y con dolor, con el rostro reflejando la decepción por haber besado a una persona de su mismo sexo, y, lo peor de todo, por haber planteado su fidelidad hacia Dios, el Padre de todos, aquel que le había otorgado la vida, aquel que le había obsequiado con una belleza increíble y una insuperable inteligencia, aquel que lo amaba por ser tan fiel a él. Le estaba recriminando su falta de respeto hacia el Señor, quien había hecho de todo por él y se lo pagaba de esa manera tan cruel.

                No podía seguir así. ¿De verdad aguantaría toda una vida refugiándose en Dios y en la Iglesia, rechazando hacer todo lo que más deseaba simplemente por permanecer siendo fiel a un Ser que ni siquiera sabía si existía? Presentía que, lo próximo, iba a ser que sus padres le dijeran que no estudiara medicina, porque no es la ciencia la que cura las enfermedades de las personas, sino el poder de Dios. Se imaginaba su futuro, trabajando en una tienda humilde como su padre, sin poder casarse con el amor de su vida por no ser o mujer, o no creer en Dios, o lo que fuera, viviendo en la terrible infelicidad. Pero, para todo ello siempre había una excusa: daba igual lo desagradable que fuera su vida y lo infeliz que se sintiera, siempre tendría el amor y la confianza de Dios por serle tan fiel y con eso bastaba. Seokjin no podía imaginarse una vida así. De solo pensarlo, le daban ganas de quitarse la vida al instante.

                Comenzó a sentirse agobiado, extensamente angustiado y abrumado, por lo que, sin importarle lo que muchos pensaran, se levantó de su asiento repentinamente y corrió hacia la gran puerta de la Iglesia. Necesitaba que la radiante luz del día y la evocadora brisa de la mañana lo bañara, necesitaba aclarar sus desorientados pensamientos. Se apoyó contra una columna y cerró los ojos. Estaba oprimido, reteniendo tantos sentimientos en su interior, callándose demasiadas cosas que deseaba decir, deteniendo a su lado impulsivo que quería revelarse contra todo y ser libre.

-¿Seokjin?

                Abrió los ojos repentinamente, dirigiendo su mirada hacia el responsable de aquella grave y ronca voz masculina con la que tantas veces había soñado, pero no hablando, sino gimiendo. Allí estaba, a unos pocos metros de él, con su llamativo pelo rubio de siempre y su mirada penetrante que lo desnudaba hasta dejarlo irremediablemente expuesto. Su corazón comenzó a latir con fuerza, mientras que su mente que quedaba completamente en blanco para llenarse de Namjoon, Namjoon y más Namjoon.

-Venía a traerte un pañuelo -dijo, acercándose poco a poco y provocando que la piel de Seokjin se erizara de la maravillosa conexión que sentía con ese chico- Estos últimos no has ido a la escuela y bueno, tal vez lo necesitabas o algo...

                Seokjin había fingido estar enfermo durante el resto de la semana para no tener que mirar al rubio a la cara. Le daba demasiada vergüenza, y, sobre todo, estar con él lo haría sentir más culpable de lo que ya estaba.

                En esos momentos, no podía hablar. Sus cuerdas vocales se habían atascado, o tal vez era su cerebro que estaba tan ensimismado en maravillarse con Namjoon que ni podía ser capaz de mandar órdenes al resto del sistema nervioso de Seokjin. Era como si Namjoon fuera el mismísimo Satanás, que intentaba corromperlo y llevárselo al Infierno. O, tal vez era él mismo Satanás, quien estaba revelándose repentinamente ante Dios, siendo arrastrado por la oscuridad, que era Namjoon.

                Instintivamente y sin ser consciente de ello, sus pies comenzaron a caminar hacia Namjoon con lentitud, al mismo tiempo que este se acercaba a él. Necesitaba sentir sus ásperas manos tocando su piel, necesitaba acariciar ese rostro masculino que lo había hipnotizado, necesitaba sentir esos gloriosos labios que lo elevaban hasta el mismísimo edén. Necesitaba a Namjoon.

                No hacían falta palabras ni gestos, porque sus mirabas se revelaban todo, desde el deseo que el uno sentía por el otro hasta la pasión que los coloreaba. Como si encajaran a la perfección, el rubio rodeó cintura con sus fornidos brazos, abrazándolo y pegándolo completamente a su cuerpo, mientras que Seokjin pasaba las manos por sus hombros y su cuello, hasta llegar a entrelazarlas tras su nuca. Lentamente, la distancia entre ambos rostros fue desapareciendo. Seokjin cerró los ojos, y, ladeando la cabeza ligeramente, lo besó. No fue Namjoon, tampoco fue su instinto impulsivo y rebelde. Esa vez, era él, Kim Seokjin, y estaba besando al chico que le gustaba, con toda la seguridad y firmeza que había logrado reunir en cuestión de segundos. No le importaba lo que su familia pensara, y mucho menos le importaba que Dios lo juzgara. Había llegado el momento de pensar por sí mismo, de tener sus propios gustos y sus propias opiniones, había llegado el momento de ser Kim Seokjin.

                El movimiento de sus labios era delicado y bastante suave, pero también intenso y decidido, como si hubiera estado esperando valientemente ese momento. Enredó las manos en las finas hebras teñidas de Namjoon, disfrutando del suave tacto de su cabello entre sus dedos. Mientras, el rubio paseaba sus manos por los costados y la espalda de Seokjin con desesperación, logrando estremecer su piel por el contacto. Lo que estaba sintiendo en ese instante, era maravilloso. No solo las sensaciones que provocaba el mismo Namjoon, que, si con solo una mirada conseguía que se ruborizara y tuviera sueños estando despierto, pues lo que alcanzaba con un simple roce de labios era imposible de explicar con palabras. Además de todo ello, Seokjin podía disfrutar libremente del pasional beso que mantenía con la persona que le gustaba y le atraía, ya que, en su mente ya no estaba Dios, no estaba la Virgen María, no estaba Jesús, no estaba ninguno de los numerosos Santos cuyos nombres e historias se sabía de memoria, y tampoco estaban sus padres. Solo estaba él, junto con Namjoon, fundiéndose el uno con el otro, convirtiéndose en la misma persona.

-Sé que soy guapo y estoy bueno, no lo niego. ¡Joder, que puedo presentarme a Míster Universo y ganar millones de veces! -exclamó una vez se hubieron separado, con la respiración agitada, y bajo la confusa y sorprendida mirada de Namjoon- ¡Y sí, soy arrogante! Soy inteligente, soy un chico precioso, y encima soy una persona humilde y sincera. ¡Soy jodidamente perfecto y podría tener a todos y todas comiendo de mi mano!

-¿Seokjin? -preguntó Namjoon boquiabierto, aunque sin poder evitar que una sonrisa orgullosa de colara por sus labios.

-Y quiero estudiar medicina, siempre lo he querido, y me da igual si mis padres no creen en la ciencia porque dicen que es Dios quien cura a las buenas personas. ¡Ah! Y lo más importante -comenzó a reírse, parecía un depravado mental- ¡Ya no creo en Dios! -se giró mirando la Iglesia- ¡Dios no existe! Se lo han inventado las personas para tener algo en lo que refugiarse y poner de excusa para todo. El origen del mundo, de las personas, de absolutamente todo, no es responsabilidad de un ser que nunca ha existido. Dios no ha creado al humano, el humano, con su mente, ha creado a Dios -volvió a girarse, mirando a Namjoon con una amplia sonrisa- ¡Y tú, me gustas! Tienes un pene como yo, ¡eres un maldito hombre, al igual que yo! Pero me da igual ser homosexual o lo que sea, pero me gustas y que le den a Dios.

-Seokjinnie....

-¡Que le den a Dios! -gritó con todas sus fuerzas, sintiéndose por fin libre y sonriendo felizmente.

                Sin embargo, su sonrisa se borró por completo cuando vio a todas las personas, entre ellas sus padres, que habían asistido a misa; asomadas por la puerta, mirando boquiabiertas a Seokjin, atónitas por su confesión. El rostro de le tornó rojo de la vergüenza. Toda la valentía y firmeza que había reunido para besar a Namjoon y confesar todos sus sentimientos, había desaparecido. Se había quedado sin palabras, estaba absolutamente in albis, y sentía que pronto le iba a dar un ataque de ansiedad con tanto agobio que había sentido en esos últimos días. Soltó un pesado suspiro, girándose nuevamente y mirando al rubio suplicante.

-Por favor, dime que correspondes mis sentimientos y que no me vas abandonar en medio de este bochorno -dijo con los ojos aguados, a punto de estallar en lágrimas.

-Ha pasado poco tiempo desde que nos conocimos, y casi no sabemos el uno del otro, Seokjin -suspiró Namjoon, pasándose una mano por el pelo- Pero estoy completamente seguro de mis sentimientos, y también estoy completamente seguro de que te quiero, a pesar de que estés loco -de repente, una encantadora sonrisa se dibujó en su rostro.

                Y las lágrimas por fin salieron. Pero no eran lágrimas humilladas, arrepentidas y angustiadas por la situación inesperada y angustiosa que estaba viviendo. Tampoco eran lágrimas avergonzadas de haber decepcionado a Dios y a sus padres. Eran lágrimas de felicidad, felicidad por poder ser él mismo sin tener que preocuparse por la religión, felicidad por haber expulsado sentimientos y pensamientos que había estado escondiendo por tantos años, felicidad por haber dejado todo atrás y haberse lanzado a la aventura del amor con Namjoon.

                Seokjin sabía que el amor no lo era todo, que él simplemente era un adolescente confuso y inexperto que necesitaba experimentar cosas que en su vida para sentirse satisfecho. No obstante, también sabía que la religión, definitivamente, tampoco lo era todo. Y, como ni el amor ni la religión compaginaban en su situación, debía elegir. Y, por supuesto, eligió el amor, porque prefería mil veces arrepentirse por haber cometido errores y haber abandonado sus prejuicios, que arrepentirse por no haberlos cometido y vivir siempre bajo la misma faceta sin poder ser libre.             

                Comenzaba a ser Kim Seokjin, comenzaba a tener su propio razonamiento, comenzaba a vivir de verdad. Y lo que más le atraía de esa nueva aventura, era que la iba a vivir junto a Namjoon.

                Definitivamente, Namjoon lo había convertido en un pecador hecho y derecho.

Notas finales:

Espero con todas mis ganas que les haya gustado este final, y si no es así, no sean muy crueles conmigo. Ya dije que escribí esta última parte una y otra vez y que al final subí esta por no tardar más, así que confieso que ni siquiera lo revisé para no comerme la cabeza.

En fin, si dejáis algún review se los agradecería un montón, pero no se sientan obligadas, y mucho menos amenazadas como en el primer capítulo.

Si alguna de vosotras quiere escriba un fic sobre una pareja en especial de BTS, decidme que lo haré con mucho gusto.

Muchísimas gracias por leer, muchísimas gracias por tan hermosos reviews, y muchísimas gracias por todo. Las quiero, y hasta pronto si es posible.

Quiero pedir disculpas si a alguna de vosotras que sea creyente le ofende todo lo que he dicho, de verdad.


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