No sé porque nunca se lo dije a Yugi. Trabajar para Kaiba no es vergonzoso pero explicar como es que llegué a ser contratado por su compañía y que él además sea mi jefe inmediato es engorroso. Tal vez por eso pasaron las semanas y yo jamás le dije en nuestros esporádicos encuentros que me había cambiado de trabajo y que ahora trabajaba en una de las propiedades de Kaiba Corp.
Yo estaba medio muerto tras tres meses de estudios y clases, en los que vivía buena parte del día encerrado y la otra durmiendo o viajando. Los traslados no eran un problema como el idiota había dicho pues estaba todo organizado de tal modo que yo no tenía que faltar a clases.
Entonces llegó abril con sus pimpollos de Sakura, los pajaritos volando y toda la cosa. Con días más cálidos y más largos. Todos estábamos más alegres y dispuestos y un día que llegué al muelle de la Academia vi todo decorado fantasiosamente y se me ocurrió que bien podían estar preparando un festival de primavera. La idea me sacó una sonrisa y caminaba alegremente por uno de los senderos admirando los coloridos adornos que estaban por doquier cuando me encuentro a la señorita Alendolfo. Yo en mi interior la llamo así. Ella jamás se ha enterado. En realidad es la señorita Ikebana pero siento que el nombre no le queda.
Y es que el Ikebana es un arte milenario basado en la fragilidad y la belleza y de esas cosas ella… ¡Nanai! Y ese es el porque le llamo señorita Alendolfo, porque al verla uno tiene la “sutil” intuición de que es una solterona, tal vez porque ya peina canas, viste de negro e insiste en que le llamen señorita, es también una de esas personas que si bien se ve como mujer uno tiene la sospecha de que puede ser otra cosa. Como cierto colega muy bueno en estrategia pero que cuesta dar por sentado si es hombre o mujer.
¡Buen día señorita Ikebana!—le digo.
Ella me mira sobre sus lentes de aumento y luego de unos segundos en los que parece preguntarse si le estoy jugando una broma me responde los “buenos días”.
¿Preparan un festival de primavera, no?—digo mirando los adornos.
Ella me contesta con un frío--¡No!—
¿No?—pregunto sorprendido.
¡No!—ella reafirma disgustada, al parecer no le gusta repetir las cosas—Se trata de un encuentro que se ha concertado aquí. ¿No le informaron?—preguntó diminutamente sorprendida.
¡No! Acabo de bajar del ferry—le contesto.
Ella parece pensar que eso no es excusa y me dice—El señor Kaiba ha arreglado un duelo de monstruos con una figura de los campeonatos para mostrar a nuestros estudiantes verdaderas competencias en vivo. Es también como un premio pues tendrán la platea para ellos solos y además de educarse disfrutaran—dice ella mientras yo pienso que eso es típico de Kaiba. Debe haber mandado a traer a un duelista nivel medio para azotar el piso con él frente al alumnado y hacer que lo adoren como a un dios.
¡Me cae la ficha que ni me lo mencionó! El muy desgraciado ni siquiera pensó en mí para este evento. De seguro es porque no quería nadie que le de una verdadera pelea.
Es mejor que vaya a ponerse el traje que deben usar los profesores para el evento—me dice Alendolfo muy durita—Debe estar en el salón de profesores como el de todos—dice a modo de despedida y se desliza por el sendero cual mariposa en el aire.
¡No! Se aleja una ciervo duro y viejo.
La academia tiene vestidor y duchas para los empleados. Allí me pongo el traje, la corbata y los zapatos negros con camisa blanca. Como es un día de sol uso mi mano de visera mientras recorro los senderos pues las clases han sido suspendidas por el día de hoy para dar la bienvenida al veneradísimo director y amado dueño de Kaiba Corp. y su séquito de luciérnagas o de empleados de seguridad que lo siguen como las polillas a un foco.
Mientras disfruto mi paseo me encuentro con dos personas que jamás imaginé encontraría allí.
¿Joey?—pregunta mi pequeño amigo Yugi.