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Baloncesto callejero por Fullbuster

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Caminaba por la última rampa y dejó su pasaporte a la azafata de la puerta para que corroborase su identidad. Apuntándolo, le devolvió el pasaporte y le habló en un perfecto japonés comentándole que disfrutase de su estancia en Japón. Por fin había vuelto a su hogar. Nueve años viviendo en Estados Unidos había sido demasiado tiempo, añoraba su casa, su idioma, añoraba al que una vez fue el amor de su vida y lo perdió.


No había día que no se sintiera culpable por lo que había hecho. Ahora quería creer que había madurado, que ya no era ese chiquillo que obedecía ciegamente a su padre y que trataba de tener siempre su aprobación. Estar nueve años separado de su padre, de todo lo que había sido su mundo había sido tiempo suficiente como para ser alguien completamente independiente, hasta tenía su propio dinero para no tener que depender de él nunca más. Lo único de lo que se arrepentía en la vida era de haber perdido a Aomine, de haberle sacado de su vida como lo hizo. Quizá nunca se recuperase de aquello y las pesadillas jamás le dejaban descansar.


Veía una y otra vez a Aomine echándole la culpa de todo, era imposible conciliar el sueño, era imposible dormir una noche sin derramar lágrimas por él aunque luego volviera a ser el chico frío y serio de siempre una vez estaba rodeado de gente.


Cogió el pasaporte y siguió por la terminal hasta que vio al chófer de su padre allí esperándole. Era increíble… nueve años y no había cambiado nada, su padre seguía sin tener tiempo para él. Sonrió con cierta perversión dándose cuenta finalmente de todo lo que una vez le dijo Aomine, tuvo razón en todo, jamás le importó a su padre y ya era hora de demostrarle que para él… tampoco eran importantes aquellos momentos familiares.


- Bienvenido, señor – comentó el chófer haciendo una reverencia y Akashi se la devolvió con cortesía – deme su maleta, la llevaré al coche.


- Gracias, pero la llevaré yo mismo.


- ¿Señor? – preguntó confuso.


- No he necesitado ayuda en nueve años y no la necesito ahora. Gracias por su cortesía pero puedo hacerlo yo mismo – comentó con educación.


El chófer al ver cómo Akashi iba directo a abrir el maletero pero se adelantó abriéndolo él. Desde luego Akashi estaba muy cambiado a como todos le conocían. Subió en la parte trasera del vehículo y cuando el conductor arrancó, Akashi aprovechó para ver los carteles de salida hacia la autovía.


- Coja la siguiente salida.


- Pero, señor… la casa de su padre no está en esa dirección.


- No voy a casa de mi padre, voy a la mía.


- Pero su padre dijo…


- No se preocupe por mi padre, yo le explicaré las cosas. Vayamos a mi casa.


Pasaron por el centro de Tokyo cuando Akashi se percató que estaban cerca del apartamento en el que vivió junto a Aomine y miró por la ventanilla los altos edificios recordando el pasado. ¿Cuántas veces había caminado por esas calles con Aomine? Habían ido a comprar juntos, era su barrio.


- ¿Qué ocurrió con mi antiguo apartamento? – preguntó Akashi al chófer.


- Su padre lo alquiló pero como no sabía si usted deseaba ocuparlo de nuevo se deshizo de los últimos inquilinos. Ahora es suyo, señor.


- Detenga el coche – comentó Akashi y prácticamente antes de que lo detuviera, Akashi ya había abierto la puerta.


- Señor – gritó el chófer saliendo del vehículo viendo cómo Akashi salía corriendo por las calles hacia su edificio.


¿Seguirían sirviendo las llaves antiguas? No estaba seguro. Siempre había guardado las dos llaves principales en su llavero actual como un recuerdo de lo que vivió con Aomine. Probó la llave del portal y abrió de inmediato accediendo al interior del edificio. Tocó varias veces el botón del ascensor impaciente porque bajase de una vez. Tardaba mucho y decidió subir por las escaleras. Menos mal que jugar en la NBA le había puesto más en forma aún de lo que estaba antes.


Llegó al décimo piso con la respiración entrecortada de haber subido los peldaños de dos en dos y corrió en su último esfuerzo hasta la puerta buscando la llave en el manojo que llevaba. Estaba tan nervioso que hasta se le cayeron al suelo un par de veces al no poder sostenerlas sus temblorosos dedos. Finalmente consiguió abrir la puerta y entró descubriendo que todo estaba limpio, ni siquiera había muebles, tan sólo la encimera y los electrodomésticos de la cocina.


- ¿Qué ha pasado aquí? – preguntó dudando.


- Su padre se deshizo de todos los muebles cuando se marchó. La casa se alquila tal cual para que la gente pueda traer sus propios muebles.


- No puede ser.


- Su padre deseaba venderla pero está a su nombre así que no pudo hacerlo. Sólo alquilarla.


Akashi paseó por el piso, tantos recuerdos felices que habían vivido allí con Aomine, sus muebles que les habían visto convivir durante seis años habían desaparecido.


- ¿Dónde está Aomine? – preguntó.


- No lo sé, señor. Desapareció hace nueve años y no volvimos a saber nada de él. Recuerdo que tuvo una discusión con su padre.


- ¿Una discusión? ¿Sobre qué?


- No lo sé, señor, lo siento.


Akashi se acercó hasta la ventana y miró la calle, miró el parque de abajo donde solían jugar y pasar las tardes en las que salía el sol leyendo tumbados en el césped. Bueno… él leía, Aomine sólo jugaba al baloncesto y practicaba. Una lágrima resbaló por su mejilla y se alegró de estar dándole la espalda al chófer para que no le viera así.


- Si desea quedarse puedo subirle las maletas – comentó el chófer pero Akashi se limpió la traicionera lágrima que resbalaba por su mejilla.


- No, no quiero quedarme aquí – comentó al verse tan afectado por los recuerdos – vayamos a mi casa.


Akashi salió de allí y el chófer fue quien cerró la puerta del apartamento saliendo tras él. El coche estaba en la puerta y subió a él para ir a su mansión de las afueras. Ya la había cogido lo más lejos posible a su padre aunque dudaba que fuera distancia suficiente.


Su mansión era casi más grande que la de su padre. La NBA pagaba muy bien a sus jugadores y ahora le habían cedido a un equipo de Japón. Cobraba menos pero aún así suficiente con todo lo que había ahorrado para vivir el resto de su vida con todo lujo. Tampoco cobraba poco en el nuevo equipo. Entró por la mansión comprobando antes que nada su cancha de baloncesto privada que había mandado construir llena de enormes cristaleras por las que entraba la luz. Le gustaba su casa pero seguía sintiéndola vacía, igual que su vida desde que no estaba Aomine con él.


El chófer se marchó enseguida y Akashi se tumbó en el nuevo sofá. Era bastante incómodo para el dineral que le había costado, quizá nunca supo elegir muebles cómodos, eso se le daba genial a Aomine. Él siempre elegía cosas baratas pero cómodas mientras que Akashi solía dejarse llevar por la equívoca idea de que lo más caro debía ser lo mejor, sonrió al recordar a Aomine, él habría elegido muebles cómodos para ambos. ¿Dónde estaría? ¿De qué discutiría con su padre? Aquello no le dejaba descansar.


Ya estaba relajándose cuando escuchó el timbre de la puerta y por la pantalla del salón que conectaba con las cámaras de seguridad vio a su padre. Era lo que le faltaba para rematar el día. Abrió la puerta moviendo el dedo hasta el telefonillo de la mesa y le dejó entrar. Su padre se sorprendió al verle allí tirado en el sofá.


- ¿Ésas son formas de recibir a tu padre? – preguntó enfadado.


- Yo también me alegro de verte, el viaje ha ido bien, gracias – comentó burlón.


- Tenías que haber venido a casa.


- Estoy en casa, papá – comentó.


- No en la mía.


- No tengo por qué ir a tu casa, tengo la mía propia y estoy muy cómodo en ella.


- Quería que me contases todo lo que has hecho estos nueve años.


- Oh… es una larga historia. ¿Tienes tiempo para quedarte a cenar y te lo cuento? – le preguntó burlón de nuevo.


- Tengo trabajo que hacer.


- Me lo imaginaba. Pediré entonces una pizza y cenaré viendo la NBA – comentó.


- Creo que no te ha hecho bien ir a Estados Unidos.


- Puede que sea lo mejor que ha podido pasarme – comentó - ¿Qué sabes de Aomine?


- ¿De quién? – preguntó.


- De mi novio.


- Ex-novio, no te convenía para nada. No sé qué habrá sido de él. Llevo nueve años sin verle.


Akashi se vio tentado a preguntarle por la discusión que había mantenido con Aomine pero se contuvo porque no quería delatar al chófer de su padre. Si Masaomi averiguaba que su empleado se había ido de la lengua, seguramente le despediría al instante sin ningún tipo de compasión aunque llevase más de veinte años a su servicio.


- Si no tienes nada más que decirme, puedes volver a tu trabajo. Quiero cenar pronto e irme a descansar. Ha sido un viaje muy largo.


Su padre puso mala cara al pillar su indirecta, le estaba echando de allí de forma sutil. Haber vivido tan lejos de él le había indisciplinado y ahora tendría que volver a enseñarle que debía obedecerle.


- Mañana vendrás a la mansión a comer. Más te vale ser puntual y no hacerme esperar – le ordenó su padre dando media vuelta y marchándose de la casa de su hijo.


Akashi le observó salir de su casa pensando que no tenía ninguna intención de aparecer por allí a la hora de comer. Le hacía gracia que su padre siempre le hubiera exigido puntualidad pero fuera él quien siempre acababa haciéndole esperar en el pasado. Por fin se daba cuenta de que para Masaomi el trabajo siempre era lo primero.


Tras pedir la pizza y cenar solo en su inmensa mansión viendo unos partidos de baloncesto en la televisión, se subió a su frío y solitario dormitorio a intentar dormir. Se tumbó en la cama tamaño matrimonio y se acurrucó abrazando la almohada pensando que era Aomine. Era en momentos como esos cuando más extrañaba la calidez que desprendía su cuerpo y recordaba cómo se abrazaban en las frías noches de invierno buscando el calor del otro para abrigarse y cómo Aomine pegaba sus helados pies a los suyos tratando de entibiarlos al menos. Parecían cubitos de hielo de lo fríos que siempre los tenía.


Dio varias vueltas por la cama incapaz de conciliar el sueño pese a estar cansado. No sabía si era por los recuerdos que le estaban acechando o por el jetlag. Resignado al saber que no podría dormir esa noche, decidió dar una vuelta para despejar la mente, por lo que se vistió y salió de su casa con las llaves de su coche en la mano. Fue hasta la cochera, se subió a su Aston Martin color negro y salió de su propiedad camino al centro de la ciudad.


No tenía ningún destino en mente, solamente condujo sin rumbo fijo hasta que se detuvo al ver la antigua y destartalada cancha de baloncesto donde solía jugar con sus amigos. Parecía que su subconsciente le llevaba siempre a Aomine o a algo que estuviera relacionado con él.


Aparcó su coche y se bajó de él activando la alarma. Se subió el cuello de su abrigo cubriéndose mejor del frío y caminó a paso lento hasta la cancha con las manos metidas en sus bolsillos. Observó cada detalle del lugar, todo estaba mucho más deteriorado comparado con la última vez que puso un pie en ese suelo. Todas las paredes estaban cubiertas de graffitis, apenas tres farolas funcionaban iluminando una parte de la cancha dejando la otra en penumbra y lo que más le sorprendió fue que el aro de la canasta estaba medio descolgado y le faltaba la red.


Se preguntó por qué habían dejado que ese sitio se echase tanto a perder, si hasta el suelo estaba agrietado con algún agujero algo más profundo. Era peligroso siquiera pisar la cancha, en cualquier momento te podías tropezar. ¿Cómo alguien podría jugar en un lugar como ése? Nadie sería tan insensato como para hacerlo o eso creía hasta que vio una pelota atravesar el inclinado aro.


Se sorprendió de saber que alguien más aparte de él estaba a esas horas en un lugar como ése, pensaba que se hallaba solo pero se equivocaba. Sus ojos recorrieron el trayecto inverso a la pelota hasta llegar a su punto de origen para averiguar quién había logrado encestar en esas condiciones. Entonces vio a un niño pelirrojo de unos ocho años con los brazos extendidos tras el tiro que había realizado.


- Buen tiro – le felicitó acercándose a él.


El niño se sobresaltó al oír su voz tras él ya que también pensaba que era la única persona que estaba en la pista. Se giró y le miró desconfiado, nunca se sabía lo que podía ocurrir en un lugar como ése por la noche. Pero cuando la luz de una de las farolas que aún funcionaban iluminó el rostro de Akashi, al niño se le abrieron los ojos y la boca de la impresión.


- E-eres... eres – balbuceaba incapaz de salir de su asombro – Akashi Seijuuro.


El chico dio grandes zancadas hasta llegar a él y le miró entusiasmado con una sonrisa tan amplia que mostraba todos sus blancos dientes.


- No me lo puedo creer. ¿Eres tú realmente o me he dado un golpe en la cabeza y estoy alucinando? - se preguntó y se dio un pellizco en el brazo – Ay, ay, ay... eso ha dolido pero eso significa que eres real.


Akashi sonrió levemente por lo eufórico que estaba ese crío al conocerle en persona. Parecía que su fama era aún mayor de la que se había imaginado.


- He visto todos tus partidos por la tele – le confesó con pasión.


 


Flashback


La televisión estaba encendida mostrando un partido de la NBA, el volumen estaba muy alto y un niño pelirrojo estaba sentado frente a ella en suelo junto a un hombre de pelo azul oscuro y ojos del mismo color, quien le abrazaba por la espalda. El chico tenía apoyados sus codos en la mesita del salón con sus manos sujetando su alegre rostro mientras miraba atento cómo un jugador pelirrojo conseguía que un par de rivales que pretendían bloquearle cayesen de rodillas y los esquivaba para ir hacia canasta. El niño se quedó boquiabierto al verle hacer el mate, él siempre había querido hacer algo así. Su padre era el rey de los mates pero hacía años que no jugaba así que sólo le enseñaba el tiro en suspensión. Al ver a Akashi hacer aquel mate, quiso aprender y ser igual a aquel chico que en su opinión, era el mejor jugador de toda la NBA, Akashi Seijuuro.


Papá, ¿has visto eso? - se giró emocionado a su padre señalando la pantalla del televisor – Es increíble, ojalá pudiera ser como él.


No seas como él – le contestó Aomine abrazándole con más fuerza.


El pequeño le miró sin entender por qué le decía algo así pero al ver la melancolía en sus ojos, prefirió no preguntar.


Fin del flashback


 


- Ya verás cuando se lo diga a mi padre, no se lo va a creer – le decía feliz el menor olvidándose por completo de la tristeza que sintió su padre en aquel momento.


- ¿Cómo te llamas? - le preguntó Akashi.


- Daisuke, aunque mis amigos me llaman Dai.


Ese apodo le trajo tantos recuerdos del amor de su vida que no pudo evitar ponerse nostálgico. Así era como él llamaba a Aomine. No quería ponerse triste delante de ese niño por lo que intentó mantener una conversación con él para apartar esos recuerdos de su mente.


- Es muy tarde para que un niño de tu edad esté a estas horas solo en un lugar como éste. ¿Tus padres saben que estás aquí?


Vio cómo el pequeño pelirrojo se puso nervioso con su pregunta y supo que sus padres no sabían dónde se encontraba su hijo en ese momento.


- ¿Te has escapado de casa?


- Algo así – le confesó cabizbajo – Me he peleado con mi padre y cuando no estaba mirando, he salido para desquitarme con el balón.


- Deberías volver a casa, seguro que ahora mismo debe estar muy preocupado por ti – le dijo esperando que el padre de ese niño no fuese como el suyo y realmente estuviera preguntándose dónde se encontraba su pequeño.


- ¿No me puedo quedar un rato contigo? No todos los días puedo conocer a mi ídolo – le preguntó con ojos de cordero degollado – Me encantaría que me enseñases algunos movimientos.


Akashi sonrió levemente, le caía bien ese crío.


- Haremos un trato. Si te vas ahora para casa, mañana por la mañana volveré y te los enseñaré, ¿te parece bien?


- Sí, sí, claro.


- Como ya es fin de semana, a las once te espero aquí. Ahora ve con tus padres.


Vio a Daisuke asentir eufórico y darse la vuelta para recoger su balón.


- ¿Quieres que te acompañe a tu casa? - le preguntó mientras le veía alejarse. Pensó que no era buena idea dejarle volver solo, podía pasar cualquier cosa en el camino.


El niño estuvo a punto de aceptar su ofrecimiento pero se lo pensó mejor, no quería que su padre le regañara y avergonzara delante de su jugador de baloncesto favorito.


- No te preocupes, vivo cerca – le contestó – No faltes mañana – le gritó mientras se alejaba corriendo y se despedía con la mano.


Akashi permaneció inmóvil en su lugar vigilando que a ese crío no le ocurriera nada mientras estuviera al alcance de su vista. Cuando Daisuke giró en la esquina desapareciendo de su rango de visión, se dio la vuelta para ir hacia su coche. Era mejor que volviera a casa a descansar, parecía que mañana tenía entrenamiento.


 


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