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In the name of the Father... por Thelovearesick

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Notas del capitulo:

Eddie recuerda varias de sus decepciones entorno a las actividades de la Iglesia y a su vida personal, mientras espera pacientemente la visita de Waylon dentro del templo. Decide dialogar con otro miembro de la comunidad al respecto para que la visita del joven no sea tan sorpresiva...

 

Felices fiestas a todos, espero disfruten este capitulo. Tuve la colaboración en opiniones de cierta persona que me ayudo a decidir ciertos aspectos del fic la estar indecisa sobre como llevar las situaciones, pero ya todo parece más claro ahora (?). 

— Capítulo II.  Castitate —

Waylon.

 Así que ese era su nombre. No podía dejar de repetirlo en su mente mientras recreaba aquellos recuerdos que aún se mantenían frescos. Esa ansiedad se volvía cada vez más palpable ahora que el objeto de sus deseos se materializaba, haciendo de esta una experiencia realista. Intentó guardar la compostura, despejando un poco la maraña de pensamientos que habían estado consumiendo dentro su necesidad más básica. La señora Park seguía estando presente.

Eddie sintió que le tomó lo que fue una eternidad el calmar nuevamente a la Señora Park, entre sus sollozos, sus lamentaciones y todas aquellas palabras sin sentido que brotaban de sus labios agrietados y secos, empezando a expresar la necesidad y remordimiento que tenía ante la agobiante soledad por causa del marido. Que desagradable espectáculo, pensó el Padre Gluskin, quien nunca se había inmutado ante las lamentaciones de las viudas o cualquiera que fuese la persona quien demostrara tales actos denigrantes y patéticos.

Tenía cosas más importantes en que pensar por ahora. Gluskin tendría que planear bien el encuentro, tendría que aparentar y hacer uso de sus maquinaciones para que no fueran evidentes sus claras intenciones. La idea de tener al joven cerca era demasiado para sus emociones a decir verdad, no pudiendo evitar imaginar los múltiples escenarios en los cuales podrían encontrarse nuevamente. A paso apresurado llegó a su cuarto, empezando a recorrer en línea recta el pequeño lugar como si de un león enjaulado se tratase.

¿Cuánto tiempo le tomaría volver a ver al joven? ¿Cómo será su personalidad, sus gustos o sus actitudes? ¿Cómo se escuchará el sonido de su voz? Todo esto se lo preguntaba a medida que su mente divagaba nuevamente, recordando los ojos tristes de un café demasiado claro, demasiado bello, que con pesar le regresaba la mirada desde su asiento.

Estaba consciente de lo infantil que resultaba su comportamiento, a sus 30 años de edad, teniendo tanta experiencia y años en aquel recinto, dejándose engatusar de esa manera por alguien que ni siquiera sabía su nombre. Más no podía evitarlo. Hacía mucho tiempo que no experimentaba la dicha o el gozo de poder dejar que su mente volara, estando estancado en la aburrición de su rutina y en la forma en la cual los días pasaban sin nada en particular que le emocionara. Si era total y completamente sincero consigo mismo, tenía que admitir que llevaba años siendo infeliz. La desesperación lo había invadido desde hace tiempo atrás.

Al principio, cuando había comenzado con sus labores dentro de la iglesia, su motivación y entusiasmo eran contagiosos ante el montón de ideas y vivencias que quería desarrollar. Eddie siempre se consideró una persona con un carácter muy especial, siendo autoritario y, en algunos casos, explosivo. Eddie tenía un mal carácter y eso no pasaba desapercibido para el resto de la de los sacerdotes, quienes siempre intentaban frenar un poco aquellos impulsos repentinos que en ocasiones brotaban por cosas tan cotidianas.

Sus ideas y visiones no fueron bien recibidas debido a esto, considerando que el Padre Gluskin no tenía la paciencia y los elementos que se requerían para guiar las comunidades de jóvenes,  siendo rechazado o mal visto ante el resto de los sacerdotes, lo que provocó que el entusiasmo en sus intenciones se fuera apagando de forma gradual y apresurada.

Debido a esto, Eddie empezó a sentir sus días cada vez más rutinarios y pesados, a tal grado que realizaba sus diversas actividades de forma cada vez más mecanizada, sin sentir que aportaba algo realmente al decir los sermones frente a los fieles, aprendiendo a fingir con su comportamiento una falsa amabilidad y entendimiento a sus diversas problemáticas.

El padre Gluskin se sentía cada vez más como una especie de actor, alguien cuya farsa había llegado a los límites de considerar el tomar las pocas posesiones que le quedaban, empacarlas y abandonar aquel templo, sin mirar atrás, comenzando así una nueva vida. ¿Tan rápido había perdido la vocación? Las diferentes decepciones no solo implicaban sus propias motivaciones juveniles, sino el ser testigo de toda la red de mentiras y corrupción que podría conllevar el ser partícipe de una congregación, en donde la guerra de poder y la guerra de egos estaba siempre presente, sin importar que todos aquellos hombres fueran llamados por la “fe”.

Más que otra cosa, era el prestigio una de las principales motivaciones para entrar al sacerdocio, además de tener la vida asegurada financieramente. Eddie se sentía repugnado al escuchar las diversas conversaciones de algunos otros párrocos, quienes confesaban abiertamente lo poco que les importaba en realidad el bienestar de los creyentes, siempre y cuando sus bolsillos estuvieran llenos. Era irónico, ya que sentía que se había vuelto parte de ellos.

Entendía entonces el porqué de su emoción con aquel joven ante su desesperación por sentir algo verdadero. Estaba seguro de que el sentimiento que tenía era real. De que aquella sensación de emoción que brotó en ese instante era similar a la emoción que sintió al momento de parase frente a las puertas del seminario. La sensación de lo nuevo y desconocido que tan bien conocía, sin saber con certeza que pasaría con el pasar del tiempo.

Al cerrar sus ojos por un momento, nuevamente pudo imaginar al joven parado frente a sí, siempre mostrando esa sonrisa cargada de indiferencia y rebeldía, mantenido el andar en su dirección, siempre tan tentador, siempre tan atractivo…Su mente era muy volátil desde hace días.

Intentó despejar su mente por ese momento, deteniéndose para admirar el ambiente que la iglesia poseía en ese momento del día. En lo particular, lo que Eddie continuaba disfrutando era de la belleza rustica que el lugar ofrecía, no siendo un templo en lo particular ostentoso, pero sabiendo manejar la luz del sol ante los inmensos ventanales implantados en cada uno de sus lados. Su vista se levantó en dirección a la imagen de Cristo yaciendo en una enorme cruz de madera que se alzaba por sobre todo, siendo esta una de las figuras más representativas del cristianismo y uno de los mayores tesoros donados al templo. A Eddie le gustaba el panorama que brindaba toda aquella decoración, siendo uno de sus ventanales favoritos uno en particular, adornado con la llegada del Espíritu Santo, manifestándose como una luz que bajaba del cielo ante la incredulidad y la redención de los testigos.

Caminó a paso lento por el templo mientras miraba a su alrededor. Había pocas personas sentadas en algunas bancas, muchas de ellas eran mujeres mayores que rezaban con, con los ojos firmemente cerrados mientras sostenían entre sus arrugados dedos el rosario, como si de aquel instrumento dependiera su salvación. Eddie siempre sentiría cierta repulsión por aquel espectáculo, por más cruel que parecieran sus pensamientos. No había nada más desagradable que ver aquello.

Sus pasos se hacían cada vez más pesados mientras se acercaba a la parte interna del templo, sintiendo un pesar sobre sus hombros cada vez más cansados y tensos. Un suspiro salió de sus labios al abrir la puerta de la estancia trasera.

— ¿Padre Gluskin? —mencionó la voz de un hombre anciano, quien incrédulo miraba en su dirección. No de esperase que se extrañara de su presencia, ya que no solía acudir con frecuencia a esas zonas, al menos no por un tiempo prolongado. Eddie evitaba cada que podía el estar en presencia de los demás miembros de la comunidad, sintiendo un genuino desprecio por los mismos.

—Padre Martín, buenas tardes, ¿me permite un momento para hablar con usted? —dijo con cautela Eddie, quien siempre mantenía sus reservas al dialogar con aquel hombre.  La diferencia de estatura entre ambos hombres era considerable, teniendo que bajar la mirada en dirección del anciano para poder mirarlo frente a frente. Siempre se sentía humillado al saberse inferior que aquel hombre en cuanto a nivel de importancia y relevancia en los movimientos de la iglesia.

El padre Martín sonrió de forma animada ante el Eddie, caminando en su dirección mientras la indiferencia y el enojo se marcaban en su entrecejo fruncido, como si el ambiente apestar de un momento a otro. Sabía que debían dialogar antes de la llegada de Waylon, ya que muy probablemente exista cierta confusión para el viejo.

—Hoy por la tarde tuve la visita de la señora Alma Park, hace unos días fue auspiciada la misa por el fallecimiento de su marido. La mujer se encuentra muy preocupada y deprimida por obvias razones. —

—Oh sí, creo haber escuchado eso por parte de la hermana Sofía. Fue usted quien realizo la misa si no me equivoco. La mujer preguntaba por usted a los diferentes miembros del templo, ¿acaso hay algún problema, Gluskin? —

—No, no existe ningún problema. Como sabrá, la viuda Park tiene un hijo de 19 años llamado Waylon. Creo haberlo visto durante la misa, parecía realmente afectado por aquel acontecimiento tan trágico. La señora Park ha pedido mi ayuda para…digamos, guiar al joven y servirle como apoyo en estos momentos, quería informarle que quizás dentro de unos días contemos con la compañía del joven Park por estos rumbos, espero que no le resulte un inconveniente que ande por aquí. —

El padre Gluskin se detuvo por un momento, girando su vista en dirección al viejo sacerdote que se encontraba a su lado. El hombre parecía estar considerando lo mencionado por un breve lapso antes de levantar la mirada, con un semblante de confusión en el rostro.

—Creí que no te agradaba la comunidad de jóvenes Eddie, siempre te mantienes aislado de todas las actividades que hay en el templo, y ahora… ¿quieres ser el consejero de un muchacho? —Eddie simplemente rodo los ojos lentamente, mientras su semblante volvía a endurecerse. Tenía entendido que él no se aislaba de las actividades, sino que había sido aislado hace tiempo atrás, optando por no interferir mejor en todas las festividades, dedicándose a la lectura y al aprendizaje de diferentes temas en soledad.

—Si mal no recuerdo…yo nunca dije que no me agrada el trabajar con jóvenes o participar en las actividades de la comunidad, las circunstancias fueron distintas y sí, me interesa ser consejero de un muchacho. Siempre que pueda ayudar en lo que pueda y ser útil en cuanto a su malestar, entonces no hay ningún inconveniente de mi parte... ¿hay algún inconveniente por su parte, Padre Martín? —

Eddie estaba consciente de que no había moderado su tono. Lo supo al instante en que miró el semblante de Martín, quien se mostraba un tanto confundido e intimidado. La voz, la estatura y la mirada de Gluskin era una mala combinación al momento de tomar una postura más defensiva, sin poder evitar denotar su enojo en su mirada. El anciano tosió ligeramente, aclarando su garganta luego de un momento, negando con la cabeza.

—Por supuesto que no existe ningún inconveniente, claro que es bienvenido, tanto tiempo como le sea necesario, siempre y cuando estés de acuerdo y no interfiera con tus actividades de cada día. Además de eso, podrías recomendarle al joven que se una a algunos de nuestros grupos, quizás el convivir con otros chicos de su edad le ayude bastante.

“Claro que no” pensó Eddie, mientras se limitaba a asentir a cada palabra dada antes de retirarse del lugar. Dio una ligera despedida al inclinar su cabeza, alejándose directamente a su cuarto con una idea fija en mente: debía tenerlo todo preparado para la llegada de Waylon. Si bien, era evidente que sentía una atracción hacía el joven, el tema de la reciente perdida de Waylon era importante en tomar a consideración.

El joven debía estar bastante afectado, supuso Eddie, no teniendo una figura paterna cerca, siendo repentino el paro cardiaco por el cual falleció. Había escuchado que el señor Park era un buen hombre, de descendencia asiática, que vivía en una cómoda casa al lado de su esposa y su único hijo, que era maestro de literatura, que había llegado de niño al país junto con sus padres y que era recordado por todos con cariño, siendo un hombre tranquilo, serio y gentil.

Tenía tan buenas referencias del hombre y tan pocas sobre su hijo, quien parecía simplemente ausente a todo. Waylon era el arquetipo de joven retraído y solitario. No había necesidad de preguntarle a su madre o a alguien cercano, ya que el semblante en sus ojos y la forma en la cual estaba casi ausente de su entorno demostraba lo mucho que le costaba convivir con otras personas. Esto le pareció particularmente interesante y curioso a Gluskin, quien no podía imaginar cómo sería su primer encuentro frente a frente con él.

Sin duda, si volvía a asistir a la iglesia, sería por persuasión o por obligación de su madre, que estaba seguro insistiría para que el muchacho pudiera asistir, o simplemente para que dejara de rondar la casa como en alma en pena. Eddie se pudo a reflexionar sobre las vivencias que debió haber pasado durante su infancia, siendo cuidado por Alma, quien aparentaba ser bastante sobreprotectora a simple vista, teniendo la balanza nivelada con la compresión y apoyo del señor Park.

Eddie no pudo evitar remontarse a su propia infancia sin darse cuenta. El recuerdo de su madre era una constante en su vida, recordando la tristeza de ese par de bellos ojos azules, que le miraban con temor al apenas escuchar el sonido de la puerta al abrirse. El recuerdo de su padre era muy distinto al de su madre, recordando al instante el dolor que se propagaba en su cuerpo al sentir el puñetazo de aquel hombre sobre su rostro, en una de esas múltiples ocasiones en donde se interponía entre ellos para evitar otra disputa doméstica.

Su madre era una mujer muy hermosa, de largo y rizado cabello negro, de ojos grandes, pestañas prominentes y de actitud noble y gentil, pese a los surcos violetas en sus ojos y las diferentes heridas que yacían en todo su cuerpo, siempre manteniéndose de pie para prepararle el desayuno de Eddie antes de que partiera a la escuela, manteniendo la mejor de las sonrisas en todo momento, ya que lo más importante era que Eddie estuviera bien. Por desgracia para ambos, Eddie ya nunca volvería a ser el mismo. Sus ojos se cerraron al intentar reprimir esos recuerdos en donde su padre llegaba ebrio, apestando a alcohol y a orina, lanzando a su madre al suelo antes de tomar su brazo y jalarlo a la habitación, cerrando la puerta para evitar que su mujer pudiera interponerse y salvarlo…

Sabía que su madre era una víctima, justo como él lo era, pero con el pasar de los años, sus intentos por protegerlo fueron cada vez más débiles, hasta tal punto de mirar a otro lado al notar como su padre se acercaba a pasos lentos a su habitación.  Los gritos y el llanto de Eddie hacían eco en la habitación, siendo ahora una sensación de vacío en su estómago. Él amaba a su madre y nunca había dudado en que su madre lo amaba a él también, pero la obstinación que tenía por permanecer al lado de aquel monstruo era una viva prueba del gran daño emocional y psicológico que la mujer poseía ante la soledad.  

A veces se preguntaba como hubiera sido su vida si su familia hubiera sido normal. Como serían las cosas ahora para él, en donde estaría en este momento, si se hubiera casado, si hubiera podido ser alguien medianamente normal pese a toda estadística posible. Tras la muerte de su padre, las cosas parecían estar en calma para ambos durante un par de años. Su madre parecía recuperarse lentamente de todas aquellas lesiones físicas y emocionales, pudiendo tener una vida con más calidad, pese a que la señora Gluskin tenía que trabajar más arduamente para poder mantener a su hijo.

Eddie estaba más que feliz de ayudar a su madre con el negocio familiar, que consistía en una pequeña tienda de vestidos para todo tipo de ocasión, siendo reconocido el talento de su madre ante una gran variedad de clientela, aprendiendo en poco tiempo a desarrollar habilidades de costura con ayuda de su madre, practicando y perfeccionando su método en poco tiempo. No tenían mucho dinero y vivían con apenas lo básico, pero Eddie nunca se sintió más libre que durante esos cuatro años en donde sólo existían los dos únicamente. Sin embargo, las cosas no podían ser perfectas todo el tiempo…

El padre Gluskin se llevó ambas manos al rostro, suspirando con cansancio antes de sentarse en el borde de la cama. Entendía que la infancia de Waylon debía ser mucho mejor que la suya en muchos sentidos, pero podía comprender a la perfección lo que se sentían las pérdidas, más aún de una persona que fuera tan cercana e importante en la vida de alguien, siendo algo repentino sobre todo. Era estúpido, si se permitía admitirlo, el sentir una genuina pena por alguien que no sabía cómo estaba reaccionando ante aquel hecho. Quizás su madre exageraba y Waylon era completamente ajeno a lo vivido durante ese proceso de duelo, quizás el joven estaba mucho más repuesto de lo que su madre era y únicamente no estaba deseoso de salir en este momento, quizás era mucho más maduro y responsable de lo que Alma Park creía. Eddie debía calmar ese sentimentalismo que le rodeaba en torno al chico. No porque fuera atractivo ante sus ojos significaba que las cosas debían ser de tal o cual manera. No debía crearse un juicio previo tan precipitado.

Decidió no darle más vueltas al asunto, empezando a prepararse para dormir. El día había terminado ya para sus deberes y su mente estaba cansada después de tantas emociones y contrastes en tan poco tiempo, optando por recargar la cabeza lentamente sobre la almohada, mirando momentáneamente la pared de su habitación.

Eddie sabía que los siguientes días serían tediosos y largos,  que sería cansado y desesperante ante la idea de cuando aparecería Waylon nuevamente en su vida. Odiaba la incertidumbre más que otra cosa, detestando a la señora Park por no haberle informado del día exacto en el que vendría su hijo, siendo como una especie de tortura ante la idea de si realmente aparecería, conociendo el carácter volátil que un joven de su edad podría tener ante la iglesia y sus derivados. Si era sincero, cuando Eddie tenía la edad de Waylon, no creía que hubiera algún Dios que pudiera salvar su alma después de tanto tormento y sufrimiento.

Estaba resentido con la vida, con su padre, incluso son su madre por ser tan débil para él, teniendo una ira y una manera de ver las cosas completamente fría y ajena a los sentimientos de los demás, sin poder evitar tener un carácter hermético y defensivo ante cualquiera que se cruzara en su camino. Las cosas habían dado un giro inesperado de un momento a otro, encontrando una especie de paz que nunca había experimentado en toda su vida, mientras escuchaba atentamente los demás testimonios de aquellos jóvenes que yacían a su alrededor, que fueron ayudados y salvados por una fuerza superior  y sin lógica. Eddie había decidido en ese momento cuál sería su vocación.

Vaya que las cosas habían cambiado desde ese instante. Se sentía feliz, sentía que podría tener un lugar en el mundo y que podría ayudar a quienes sufrieron los mismos problemas que él tuvo, que podía ayudarle a alguien a combatir esa ira y ese enojo que alguna vez sintió contra la vida y que podría retribuir algo tras la gran cantidad de cosas que había recibido.

Que equivocada estaba y que estúpido era.

No había ayudado a nadie en todo este tiempo, más que a sí mismo. Se había convertido en un ser egoísta y solitario, un ermitaño dentro del templo, un erudito en diversos temas que se reservaba el conocimiento para sí mismo, que miraba con asco a los demás, como si el contacto humano le repeliera de forma instantánea. Se sentía tan infeliz. ¿Podría remediar esta sensación? ¿Podría realmente ayudar a alguien más? Esperaba que esto pudiera funcionar, al menos con Waylon Park. Quizás ese joven resultaría ser su última oportunidad de creer.

Los días pasaron con lentitud desde entonces, teniendo una actitud mucho más distante, como si aquello no fuera posible. Eddie se la pasaba caminando de un lado a otro, mirando a las puertas del templo con insistencia, como quien esperaba a que un milagro pasara. Para su infortunio, Waylon no aparecía por ningún lado, empezando a creer que el rubio realmente no estaba interesado en aquella propuesta y que se había vuelto renuente ante los deseos de su madre.

Una semana paso sin darse cuenta, mientras sus esperanzas por reencontrarse se veían cada vez más apagadas. Eddie estaba acostumbrado a la decepción después de todo. Las horas pasaban lentas, sin embargo, como si fueran un constante recordatorio de lo que sería el resto de su vida, en donde la rutina terminaría por empeorar su de por si perturbado  estado psicológico, hasta que lograra perderse completamente en sí mismo. No había más en el horizonte que esto.

Caminando nuevamente a sus aposentos, Eddie sentía que el cuerpo le pesaba más y más, que sus piernas eran más lentas y su mente se sentía cada vez más dispersa, escuchando a lo lejos como otro de los sacerdotes le hablaba. Poco le importaba lo que tenía que decirle, si sabía con certeza que él no iba a venir, que importaba el resto del mundo a decir verdad. Sus ojos estaban entrecerrados hasta que sintió una mano sobre su brazo, frunciendo el ceño antes de girarse en dirección del padre Gregory, quien quería detener su andar a como diera lugar. Eddie se sentía molesto, siendo completamente recio a aceptar cualquier contacto físico sin su consentimiento, mirando con coraje en su dirección.

— ¿Qué quieres? —comentó con molestia mientras movía el brazo, liberándose de su agarre ante la sorpresa y el enojo del padre ante el gesto, limitándose a suspirar frente a Gluskin.

—Créeme que no estoy más feliz que tú al tener que hablarte para llamar tu atención, pero esto es importante. Alguien te busca, es el hijo de Alma Park, pero igual si no estás en condiciones de atenderlo podría decirle que…—

— ¿Dónde está él? —interrumpió Eddie antes de que siquiera pudiera terminar de hablar. El padre de dio indicaciones de que se encontraba en la capilla de al lado, retirándose casi enseguida mientras dejaba a Gregory con la palabra en la boca nuevamente. ¿Acaso esto era real?

Su paso se aceleró mientras salía del templo principal, sintiendo que la boca del estómago le ardía ante sus nervios, como su corazón se aceleraba a cada paso dado, sintiendo el impulso de correr en un momento dado. Debes calmarte Eddie, respira….se decía a su mismo al acercarse, deteniéndose frente a la entrada de la pequeña e íntima capilla, destinada para eventos de menos concurrencia en las actividades, dignamente recordada aun así, teniendo diversos adornos y figuras a los alrededores, formando una línea que se daba hasta el altar.

Eddie fijo su vista en dirección recta, notando como una figura delgada y más pequeña que su complexión se encontraba parado justo frente al altar, admirando la estructura de una bella cruza de cristales coloridos, dando un efecto bastante bello al chocar los rayos del sol contra la misma, provocando que la luz se filtrara por el suelo en diversos colores llamativos. El mayor caminó a paso lento, sintiéndose como un adolescente nuevamente, conteniendo la respiración al momento de quedar frente al chico, quien distraídamente se girón en su dirección, con un semblante entre sorprendido y curioso.

Vaya…sus ojos eran mucho más claros de lo que recordaba. Su cabello era un tanto más largo, llegando a cubrir parcialmente ambas orejas, siendo de un tono arenoso y claro, siendo portador de un par de labios pequeños y un rostro afilado y delgado, delicado a decir verdad. Era más atractivo de lo que recordaba…

Su ropa consistía en una camisa de cuadros negros con rojo y unos jeans oscuros, portando unos converse color negro y un reloj en su mano derecha. No era tan bajo como Eddie pensaba, más al lado de Eddie, cualquier persona parecía mucho más pequeña de lo que era realmente ante la diferencia de alturas y de complexiones, al ser un hombre de casi 1.90 y con una complexión un tanto musculosa.

Eddie estaba encantado a decir verdad. Esa apariencia informal de su juventud era fascinante ante sus ojos, quienes no podían disimular la alegría que sentía en ese mismo instante, pese a querer guardar la compostura, pese a querer aparentar seriedad frente al más joven. Waylon notó aquella expresión, preguntándose internamente el porqué, desviando ese pensamiento casi al momento, mientras su mirada se desviaba ligeramente al suelo antes de volver a subirla en dirección al mayor, intentando mostrarse relajado y despreocupado, queriendo ponerle fin a esto cuanto antes.

—Usted debe ser… el padre Gluskin, ¿verdad? —preguntó con lentitud el joven, alzando la mano en su dirección, mientras la más pequeña y fugaz de las sonrisas aparecía en su rostro en ese mismo instante. Eddie tenía que recordarse como respirar nuevamente… —mi nombre es Waylon Park, mi madre ya debe haberle dicho que vendría, es un placer conocerlo. —

Notas finales:

 

 

Tenía que poner a Martin, era una obligación moral xD si hablábamos de religión. Espero disfruten de esto como yo disfrute el escribirlo.


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