—Linda, te traje las esferas.
—Muchas gracias Nate, nos hacían falta —Dijo recibiendo la caja.
Asentí intentando actuar como si nada hubiera pasado, aún podía sentir mi cuerpo temblar por el momento de tensión de hace poco, y rogaba para que nadie se diera cuenta de nada.
—Nate, ¿Te sucede algo? —Maldije internamente, volteé a mirarla y negué con la cabeza.
—No Linda, estoy bien.
— ¿Estás seguro? Parece que hubieras visto a un fantasma.
—Oye Linda, me parece que Misa va a dejar caer aquel muñeco de nieve —Dije señalando detrás de ella.
— ¡¿Qué?! —Gritó asustada — ¡Misa, déjame ayudarte!
Se alejó de mí para ayudar a la rubia, era lo que necesitaba, su curiosidad siempre ha sido un gran defecto de su personalidad, Linda siempre ha sido irritante en ese aspecto. Rodé los ojos he intenté centrar mi mente en las actividades de los eventos, mi cabeza comenzaba a doler debido a los pensamientos mezclados, seguía sin creérmelo, aquel muchacho me había hablado.
Al finalizar el día, aún nos faltaban muchas cosas por terminar, el evento comenzaba mañana, así que Linda se ofreció para quedarse unas horas más tarde para finalizar algunas cosas, y otros llegarían temprano al día siguiente para tener todo a tiempo. Linda me pidió el favor de acompañarla y ayudarla a terminar algunas cosas, como era mi única amiga decidí ayudarle.
Durante dos horas estuve ayudando a Linda a finalizar algunos adornos. Comenzaba a oscurecer y una pequeña tormenta de nieve comenzaba a caer, me levanté y miré hacia la ventana, el sol ya casi no era visible y el color azul oscuro comenzaba a teñir el cielo deshaciéndose de lo poco que podría quedar del color naranja del atardecer, acompañado de una leve y helada brisa.
—Linda, ya me voy —Dije. Ella se volteó a mirarme y asintió con la cabeza.
— Muy bien Nate, yo me quedaré un rato más, tú ya puedes irte, gracias por tu ayuda.
Salí del aula, y dirigiéndome hacia la salida me coloqué mi abrigo y mi bufanda, podía ver desde lejos como las luces comenzaban a iluminar el instituto, dándole una visión de cristal, el pavimento se iluminaba obteniendo un pálido y brillante color blanco, dándole a ilusión de ser mármol. Siempre me había encantado como lucía la cuidad de noche, sus lámparas finas con luces de un blanco brillantísimo que iluminaban hasta la más pequeña sombra, incluyendo la tormenta blanca creciente, que caía al suelo dejando montañas de nieve dando la sensación de que es helado de vainilla, y así haciéndome sentir que camino en la luna.
Un pensamiento ridículo, por supuesto.
Caminando de regreso a casa había recordado que mi madre necesitaba unas cosas para preparar un pastel de cumpleaños para mi padre ya que ella no podía porque tenía que trabajar un poco más, así que en la mañana me había encargado a mí a traerlas. Ajusté mi bufanda roja y entré a la tienda más cercana.
Tomé una canasta y de memoria me repasé los ingredientes que debía comprar: Leche, unos dos huevos, una barra de mantequilla y una bolsa de azúcar.
Caminé hacia los refrigeradores para recoger una caja de leche, después tomé la barra de mantequilla y los huevos, solo me faltaba el azúcar, la cual estaba al otro lado de la tienda.
Caminé acortando camino entre los pasillos, distrayéndome con diversos productos.
Divisé la bolsa de azúcar a lo lejos descansando en una estantería al final del pasillo, caminé hacia ahí despreocupadamente cuando de improvisto hacia el otro lado del pasillo llegó un joven pelirrojo caminando tranquilamente, poniéndose en frente de la bolsa de azúcar, sus goggles anaranjados vislumbraban con el reflejo de la luz del pasillo, a juzgar por su vestimenta era muy claro que se trataba del uniforme del instituto, pero nunca lo había visto, o al menos quizá no lo reconozco por su goggles, en su mano llevaba una canasta cuyo contenido parecía ser de cajas de soda aunque obviamente eso no me molestaba, así que decidí ignorarlo y tomar de una vez el azúcar.
Pero cuando comencé a continuar mi paso otra figura apareció del otro pasillo, otro estudiante del instituto también.
—Oye Matt ¿Cuántas sodas necesitas? Ya llevas ahí medio refrigerador —Dijo el otro con un tono bromista, me estremecí al reconocer su voz.
Era él.
—Vamos, ya sabes como es mi familia, les podrías dar un barril entero a cada uno y aun así hay escases de bebidas, estas fiestas son muy complicadas.
—Y yo tuve la maravillosa idea de ayudarte.
Los miraba anonadado, ellos aún no notaban mi presencia y no me sorprendía, pero pocos segundos después se voltearon hacia mí, ambos me miraron con sorpresa, me incomodé bastante, y para no parecer extraño decidí seguir caminando intentando evitar sus miradas, aunque aun así podría jurar que ya no me miraban, después de todo no había nada que mirar.
Crucé camino con él, y por la estreches del pasillo nuestros brazos de rozaron y por unos instantes me sentí mucho más incómodo que antes, pero intenté ignorarlo lo mayor posible.
Tomé la bolsa de azúcar y me dirigí hacia la caja a pagar. Ya no los veía por ningún lado, y eso me hacía sentir menos inquieto. Terminé de pagar y con bolsa en mano salí del local para regresar a mi casa.
Esa parte de la cuadra por alguna razón estaba más obscura que las demás, miré hacia arriba y vi un farol apagado, quizá estaba descompuesto.
Ya faltando unas dos cuadras para llegar a mi casa, noté una extraña figura a lo lejos, semi iluminada por un farol semi apagado, dándole una apariencia fantasmal.
Me acerqué tranquilamente y tendía ignorarle y seguir mi camino, pero ya a unos pocos pasos de aquella figura me detuve en seco. Era él otra vez.
—Mihael…