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Avión de papel por girlutena

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Notas del capitulo:

III capitulo!!

No podías sentir nada más, las manos de aquel hombre se habían quedado impresas en tu pálida piel, los golpes de la noche anterior aún se encontraban marcando su cuerpo, y te sentías sucio, poco a poco tu vida se había ido convertido en un infierno, y solo deseabas despertar, despertar o morir.


No sabías como habías llegado hasta la pequeña ducha, pero poco a poco tus piernas fueron cayendo, tu cuerpo quedó recogido en una de las esquinas, mientras el agua fría caía sobre tu magullada piel, tu pecho dolía al recordar la hermosa sonrisa de tu madre, tus pulmones empezaban a quemarse por la falta de aire, pero solo deseabas acabar con todo esto.


Enterraste tu rostro entre tus temblorosas rodillas, sintiendo como tu pecho se apresaba con mucha más fuerza, las lágrimas ya no brotaban de tus zafiros, y tan solo sentías como el ardor empezaba a consumir tus ojos.


Tomaste la pequeña barra de jabón y la pasaste por todo tu cuerpo, raspándote con tus pequeñas uñas, intentando sacar toda esa mierda de encima, el aroma de aquel viejo que había empezado a tomar tu cuerpo; tus pequeños puños empezaron a golpear con fuerza la vieja pared con azulejos y tu cuerpo se estremeció al sentir como el semen de aquel hombre salía de tu interior.


Soltaste un gemido desgarrador, no lo querías, no querías nada de esto; pero tampoco podías hacer mucho, la vida de tu pequeño hermano estaba en manos de aquel hombre. Las frías gotas se fueron combinando con tus saladas lágrimas, intestaste calmarte.


Cubriste tu desnudez con una toalla, pero tu cuerpo tembló al escuchar el eco de unos fuertes pasos acercarse hacia tu cuerpo, quisiste salir corriendo de aquel lugar, pero la voz ya no salía de tu garganta lastimada.


Soltaste un leve gemido, al sentir como unas manos se cerraban entre tus cabellos, y observaste como esos ojos se clavaban en tu cuerpo desnudo y ultrajado.


-Ya puedes salir. –Aquel hombre tiró de tu cabello, y cerraste con fuerza tus ojos al sentir como la tela de nueva ropa chocaba contra tu rostro.


 


Dos días desde que volviste a sentir los suaves rayos del sol sobre tu nívea piel, observaste detenidamente como el cielo empezaba a cambiar entre los diversos tonos del rojo y naranja; te quedaste de pie, sintiendo el suave viento soplar, removiendo sus cabellos.


Tus pies ya conocían el camino como la palma de tus manos, pero ese día tus pasos eran cansados, no deseabas entrar a clases, y por primera vez no deseabas ver las hermosas gemas de aquel hombre, tus manos se escondieron en los anchos bolsillos de tu pantalón, intentando aspirar el dulce aroma del otoño.


Al pasar cada día empezabas a sentir tu cuerpo mucho más cansado, tus extremidades mucho más adoloridas, mientras que tu sombra se arrastraba, jalando con dolor, tus ganas de vivir.


 


Observaste como el edificio se levantaba delante de tus ojos, tu corazón empezaba a doler al recordar la sonrisa de tu profesor, no deseabas verlo y actuar como si todo estuviese bien; deseabas cubrirte en esos fuertes brazos y volver a sentir aquella protección.


Las hermosas esmeraldas de aquel hermoso hombre te miraban fijamente, intentando leer tus pensamientos suicidas, intentando hacer que tus gemas azules volvieran a brillar; pero tú, cansado de todo, empezabas a rehuirle, a caminar rapido y a no estar a solas con aquel hermoso ser.


Aquel día no entraste a clase, huiste de aquel lugar en el que podías sentirte a salvo, tus pasos volvieron a llevarte a aquel lugar, deseabas escuchar la voz de tu hermanito, deseabas saber que él se encontraba bien, que todo lo que hacías estaba valiendo la pena, por mantenerlo a salvo.


Tu corazón  galopó con fuerza y dolor cuando llegaste a aquella vieja casa, tus pies se detuvieron abruptamente, mientras tus zafiros observaban la puerta de madera, lo único que te separaba del mundo real.


Abriste lentamente la puerta, deseando y suplicando no encontrarte con alguien de aquella familia, y al caminar un poco más, pudiste observa el teléfono en la mesa del comedor, y las ganas de salir corriendo de aquella casa volvieron a invadirte con fuerza, pero sabías que tenías que hacerlo por tu hermano.


-Sabes lo que tienes que hacer antes de llamar a tu querido hermano. –Pero como habías aprendido en tu corta vida, nada era gratis. Tu cuerpo se estremeció al escuchar la voz de su primo detrás de tu cuerpo.


Agachaste tu mirada nublada por el manto de la muerta y mordiste con fuerza tu labio inferior, cerraste con fuerza tus ojos, intentando retener las fuertes arcadas, al sentir aquellas manos toscas recorriendo su cuerpo.


-Me he dado cuenta de cómo lo miras. –Las manos de aquel hombre se aferraron a tu delgada cintura, y la repulsión y nauseas, recorrieron el largo de tu cuerpo, al sentir como el miembro de tu primo empezaba a palpitar contra tu espalda.


Los labios de aquel hombre recorrieron la piel de tu cuello y ahogaste un gemido de dolor, al sentir aquellas horribles caricias empezaban a manosear tu lastimada piel.


No sabías cómo habías llegado hasta tu pequeña habitación, pero tu espalda golpeó con fuerza contra el viejo catre, abriste tus zafiros y pudiste observar como tu camisa era arrancada brutalmente, mordiste con fuerza tu labio inferior, y cerraste con fuerza sus ojos al sentir como su piel era acariciada por la lengua de tu primo.


Abriste con fuerza tus ojos y sintienddo como el miedo invadía tu cuerpo al ver como esos ojos empezaban a cambiar de color. Empezaste a removerte, pero tus manos fueron sujetadas con fuerza por las del mayor.


-¿Qué crees que diría si se enterara de lo que haces con tu primo? –Sí, tuviste miedo, miedo de que tu profesor se enterara. Y él se dio cuenta del temblor que empezó a emanar de tu cuerpo. –Ven, vamos a jugar un rato.


Mateo era un hombre de veintidós años, de cuerpo fornido, sus cabellos rojizos caían por su frente, casi comparándola con una cascada sangrienta, con esos ojos tan profundos, que eran capaz de leer tu propio miedo. Desde que habías llegado a aquella casa, él se había encargado de arruinarle tu ya insignificante vida.


Te obligaste a regresar a la realidad, al escuchar tu propio gemido lleno de dolor cuando Mateo te mordió tu delgado hombro, sentías sus toscas manos acariciar tus partes, e intentaste retener tus lágrimas, al sentir como te penetraba con fuerza.


Aquellas manos se aferraron con fuerza a tu estrecha cintura, y sin importarle que sus dedos se marcarán en tu ya enrojecida piel, empezó a moverse con demasiada brusquedad. Sus dientes se aferraron en tu piel, mientras que tu corazón empezaba a palpitar cada vez más rapido.


Cerraste con fuerza tus ojos, tus pequeñas manos se aferraron con fuerza en la sábanas, mientras que las lágrimas se resbalaban por tus mejillas, mordiste tu labio inferior, sin importarte que la sangre se derramara hasta entrar a tu cavidad, tus pulmones empezaron a arder con fuerza al tener los labios de Mateo sobre los tuyos, sentiste asco al tener la lengua de aquel ser repugnante dentro de tu boca, recorriendola y saboreando tu propia sangre.


Intentaste imaginar los hermosos ojos verdes de tu profesor, mirándote con infinito amor, intentaste imaginar que aquellas manos eran las suaves manos de aquel hombre. Pero nada de eso podía ser verdad.


Estás sucio. Estás marcado.


Los labios de Mateo se aferraron con fuerza a tu piel, sus dientes mordiendo tu labio inferior y el miedo palpando tu cuerpo, y cuando menos te diste cuenta todo había acabado, el corriéndose en tu interior y llenando tu sábana con su semen y tu sangre.


Lo sabías, no merecías el amor de nadie, ni mucho menos el de un hombre como el moreno.


Pudiste escuchar como Mateo salía de tu habitación, sin voltear siquiera una vez su mirada. Tan solo pudiste acurrucarte entre las sábanas de tu sucia cama, escondiste tu rostro en la almohada, sintiendo como todo tu cuerpo empezaba a doler.


Con el cuerpo adolorido pudiste alcanzar tu mochila, encontrando el pequeño libro, tu pecho empezó a doler al recordar la hermosa sonrisa de aquel hombre.


Aferraste el pequeño libro en tu pecho, imaginando tener al varón junto a ti. Intentando recordar aquel fuerte aroma a canela y a tabaco.


 


Sin importarte que tu cuerpo doliese, caminaste hasta la ducha, tus hermosos y opacados ojos empezaron a soltar infinitas y amargas lágrimas al sentir como el interior de tu cuerpo palpitaba con dolor, tus puños golpearon los azulejos, lleno de frustración al no poder hacer nada.


Te colocaste tu vieja pijama, y a pesar de que tan solo deseaba acurrucarse en tu catre y dormir hasta el día siguiente, te diste el valor de tomar el teléfono.


Hermano! –Tu pecho dolió al escuchar la voz de tu pequeño hermano a través del auricular. –Te extraño.


-Yo... –Su voz sonó tan adolorida, el nudo en su pecho cada vez se hacía más y más grande. –También te extraño, hermanito.


-Adri. –El castaño frunció ligeramente su ceño al escuchar la voz de su hermano tan preocupada. –Voy a regresar a casa.


-¿Qué?


-Sí, ya vienen las vacaciones de invierno y estoy pensando en ir a verte.


Sintió como su mundo empezaba a caer, todo lo que había hecho para tener seguro  a su hermanito, y ahora iba a odiarlo. No podías negarle que vaya a verte, deseabas verlo, abrazarlo, pero el miedo empezó a llenar tu cansada mente.


 


Caminaste lentamente por todo el lugar, esperando no encontrarte con tu amado profesor, tu cuerpo dolía y sentías como tu interior ardía, pero intentabas aparentar.


Los pasillos de la escuela se encontraban vacíos, casi se podía sentir el frío de la mañana, quisiste escapar y poder encontrarte con tus padres, deseabas tanto regresar al pasado, y rogar que aquel accidente nunca hubiese ocurrido.


Caminaste hasta encontrar tu salón, deseabas poder esconderte en aquel lugar, sabía que Mateo nunca llegaba temprano a aquella parte de la escuela, habías salido antes de que todos se levantaran, así que aún te daba un tiempo para que pensaras que era lo que tenías que hacer.


-Te fuiste sin avisar. –La voz de su primo sonó tan aterradora, aquellas manos se aferraron en sus hombros.


-Yo... Tengo examen. –Pero el mayor no le hizo caso, sus frías y toscas manos se aferraron con fuerza sobre tus delgados hombros y sentiste como te ponía de pie para que luego tus rodillas golpearan el frio suelo.


-Aún falta cuarenta minutos para que todo esto se llene. –Cerraste con fuerza tus ojos al escuchar cómo se bajaba la bragueta, pasó su miembro por todo tu rostro, para luego llenar tu boca con aquel pedazo de carne.


Fue tan cruel, y te sentiste sucio. Tu cabeza golpeó el duro y frio suelo, tu mente se encontraba completamente cansada, tus piernas no pudieron soportar el peso de tu cuerpo, y tus ojos se veían vacíos mientras que se habían quedado observando como tu primo se quitaba el condón, y te lo tiraba a sus pies.


Tenías las piernas abiertas, sentías como la sangre salía de tu interior, pero eso a él no le importaba, tú no le importabas a nadie, le viste salir con pasos calmados, el viento frio invadió tu cuerpo, y aunque tu cuerpo tuviera magulladuras, te apresuraste a ponerte los pantalones e intentar arreglar tu camisa.


Todo tu cuerpo dolía, tu interior de ardía, no sentías tus piernas, pero intestaste caminar con prisa hasta el baño, sin darte cuenta que todo era observado por un par de ojos verdes.


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