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Sombras del pasado. por Seiken

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Capítulo 11.

Nuevas Reglas.

—Habrá nuevas reglas que deberán obedecer en el tiempo que tardemos en entrenarlos, para después dejar Thundera en sus manos, unas capacitadas para gobernar, porque yo solo soy el Señor de los Thundercats… Interino, aunque prefiero que me llamen Comandante Leo.

Tygus recordaba haber estado en la misma situación, pero en el interior de la celda del anciano león que le había tomado como compañero, en una celda solitaria, para que no se lastimara, a punto de recibir las nuevas reglas, unas implementadas por su captor, para que siempre le obedeciera.

—Futuro señor de los Thundercats Lion-O, y su Tyaty Tygra.

Leo llevo ambas manos a los hombros del joven príncipe, aun le faltaba crecer y madurar, pero en sus manos, se convertiría en un líder ejemplar, poderoso, sabio, invencible, la clase de líder que merecía su pueblo, y una vez que el orden regresara a Thundera, ellos podrían marcharse.

—¿No has tomado su reino? ¿No te llamaste a ti mismo el señor de los Thundercats?

Tygra le pregunto, junto a Tygus, su parecido era limitado, no era tan magnifico ni tan hermoso como su compañero, se veía joven, así que como su señor maduraría para ser un poco mas alto, un poco más fuerte, sobrepasaría a su amado en estatura y fuerza física, eso era seguro, las especies de tigres eran diferentes, su amor era un Javan, el ultimo de ellos, su protegido era un tigre siberiano, si no se equivocaba.

—Nunca dije eso, dije que sería el regente interino, pero pueden llamarme Comandante Leo, si no les gusta decirme Señor o Lord… también es demasiado pomposo y solo me gusta escucharlo de unos labios en particular.

Tygra no parecía convencido, pero no le importaba, no tenía porque explicar sus acciones con nadie, mucho menos un pequeño tigre al que aun le faltaba madurar, sin importar que Grune le haya dicho que ya era lo suficiente adulto para tomar una pareja.

—¿Por qué dejaste que mataran a nuestro padre? ¿Por qué le dijiste a Grune que puede cortejarme?

Tygus guardaba silencio absoluto, como cada ocasión en la cual se encontraba molesto con él por cualquier extraña razón, Lion-O asintió, porque no les había ayudado si tenía el poder para eso, logrando que Leo suspirara, estaba cansado de que siempre dudaran de sus acciones, acaso no había demostrado con las mismas que era un compañero dedicado al bienestar de su tigre, que le importaba Thundera, sus príncipes, que lo único que buscaba era la forma de librarse de la Bestia de una buena vez por todas.

—Le advertí a tu padre, los lagartos estaban realizando movimientos extraños y no me escucharon, ese anciano de nombre Jaga, Claudius, creyeron que mentía, no era justo atacar un pueblo desarmado, no era justo realizar el primer golpe, pero yo tenía razón.

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Leo visitaba esa ciudad cada año después de haberle perdido, después cada lustro, cuando ese tiempo se hizo muy pequeño al darse cuenta que no perecería como su amado, cada década pero sus visitas se volvían muy dolorosas, cada ocasión dejaba pasar más tiempo, hasta que se volvió un lapso de cien años, un siglo, el que transcurría sin visitar su tumba, su refugio, esperando por la sangre adecuada, por la llegada de aquella cosa, porque sabia que regresaría, necesitaba alimentarse, siempre lo hacía.

Esa ocasión le recibió un león que logro que su pelaje se erizara, era idéntico a su padre, en tamaño, en apariencia, de no tener una expresión completamente diferente le habría disparado en ese instante, pero ese león gigantesco no era su padre, era solo un felino que se veía idéntico a él.

Un felino que había olvidado todo respecto a la tecnología, le había prohibido, encerrado a su pueblo en Thundera, debilitado sus tratados al comportarse como un hombre débil, pero, sobre todo, un señor de los Thundercats, que no recordaba quien era, mucho menos le creyó, ni siquiera cuando se quito el casco.

—¿Qué clase de aparición eres tú? ¿Por qué te pareces a mi hijo?

Leo estuvo a punto de reírse, suponiendo que estaba bromeando, pero en el jardín podían verse dos cachorros practicando, un león de apenas unos siete años y un tigre de unos doce, aparentemente dos felinos eran sus maestros, un salvaje dientes de sable junto a lo que parecía ser una Panthera, ambos mestizos, por lo que alcanzaba a ver.

—Al menos mantienes la tradición del Tyaty…

El resultado de aquel combate fue el esperado, el pequeño león perdió, pero cuando fuera un adulto barrería el piso con ese tigre, si no usaba su don, un acto que esperaba, si la educación era la adecuada, jamás pasara por la mente de su futuro compañero.

—¡No has respondido mi pregunta!

Le amenazo, con la espada en su mano, logrando que rugiera, no soportaba esa apariencia con esa actitud, muchas veces su padre le dio una paliza por algún error inventado, creyéndolo débil, pero ya no lo era, nadie podía amenazarlo.

—Soy el comandante Leo, si has leído algún libro de historia conocerás mi nombre, si no lo haces, soy tu aliado, un amigo que viene a esta ciudad cada cien años, mi estatua aun adorna uno de los jardines, el que construí para nosotros.

Eso lo dijo con tristeza, recordando que allí estaba su amado, encerrado en una tumba que le protegería del paso de los siglos, esperando que Claudius le escuchara, pero si no lo hacía, estaba seguro de que la espada aun le recordaba, ella no lo lastimaría, nunca lo había hecho.

—Los lagartos han realizado varios movimientos extraños, demasiados para ser bueno, debes hacerles recordar porque somos mejores, porque no deben pensar en atacarnos y porque ellos están en el sitio exacto en donde pertenecen, sino, te arrepentirás.

No tenía porque agacharse frente a Claudius, era el señor de los Thundercats, pero no era mejor que él, no era su superior, por el contrario, todos los que le siguieron al reinado de sus hijos, siempre le mostraban el respeto que se merecía, menos este león enorme con el rostro de su padre.

—No tengo porque obedecerte, los últimos tratados con Slithe han funcionado bien hasta el momento y no somos unos asesinos.

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—¿Quién tiene hambre?

Leo pregunto de Pronto, realizando ese gesto que tanto desconcertaba a Tygus, una palmada enfrente de su pecho, con una sonrisa que te hacia preguntarte si estaba loco, o no recordaba que estaba pasando hasta ese momento.

—Se supone, que nos darías algunas reglas… o eso dijiste.

Todo ese Tiempo Lion-O guardaba silencio, haciendo que Leo pensara que Tygra no solo era sus ojos o sus oídos, también era sus labios, porque preguntaba lo que su hermano deseaba saber, siempre pendiente del menor, como si le preocupara su seguridad y esta fuera su responsabilidad.

—Sólo es una regla y es esta, nos obedecerán en todo como sus maestros, a menos, que alguna de aquellas ordenes, contradigan alguna mía, en ese caso, me obedecen a mí.

Cheetara no había dicho nada hasta ese momento, ambos felinos se comportaban como si el único que le interesara en ese instante, fuera su supuesto alumno, aunque no era del todo cierto, podía ver que sus sentidos estaban fijos en su contraparte, esperando algún movimiento inesperado.

—No puede hablar en serio, Lion-O es el heredero al trono, usted sólo es un usurpador.

Leo no le había prestado suficiente atención, pero de pronto, sus ojos azules estaban fijos en los de ella, su expresión sería, como si pensara en alguna forma de castigarle, para poco después encogerse de hombros, llevando un brazo alrededor de su heredero, quien no trato de soltarse, tal vez conocía su historia, tal vez su parecido mutuo le asombraba, lo que importaba era que no saltaba a desagradables conclusiones solo porque tenía todo el derecho de hacerlo.

—No confías en mi… estás en tu derecho, yo tampoco confiaría en mi de estar en tus zapatos…

Lion-O mantenía absoluto silencio, porque temía que, de abrir los labios, pronunciaría algo que podría meterlos en un embrollo aun peor del que se encontraban, por primera vez comprendía las palabras de Jaga acerca de la prudencia y hasta no saber qué clase de hombre era Leo, lo mejor era no hacerlo enojar, supuso, pensando en el bienestar de su hermano, antes que del clérigo.

—Cheetara…

Era un nombre bonito, supuso Leo, sonriendo cuando comprendió que su silencio era para que le dijera quien tenia el descaro de hablarle en ese tono, cuando se estaba comportando con demasiada paciencia, encontrándolo incompleto, para ser del clan del que era.

—¿Cheetara? Sin ninguna palabra al final, eso quiere decir que no tienes clan, que triste, eres huérfana… Cheetara sin clan.

Susurro, esperando hacerle ver que no le molestaba insultarla, que tenía el control y que no permitía que un soldado inferior le hablara de ese modo, a Claudius podían humillarlo sus soldados, el aún mantenía los estrictos protocolos que les hicieron grandes.

—Como iba diciendo Cheetara, de estar en tus zapatos tendría la misma actitud, desafiante y grosera, eso lo admiro, porque sigues siendo leal a la corona, que esta en la melena poco preparada de Lion-O, porque su padre, no lo entreno como era debido.

Todo lo decía con una sonrisa, la clase de expresión que helaba la sangre de cualquiera, pero ella se mantuvo firme, solo pudo ver el dolor en su mirada, cuando le dijo que no tenia clan, que estaba sola, seguramente aun le molestaba haberles perdido.

Pero si permitía que cualquier soldado cuestionara sus acciones, dentro de poco, sin duda alguna, algún felino lo suficiente fuerte y avaricioso, querría la corona para él, eso no podía permitirlo, ese era el legado que tendría el menor de los leones, cuando estuviera preparado para gobernar.

—Porque veras, los tiempos difíciles crean hombres fuertes, estos crean civilizaciones prosperas, la prosperidad me temo, crea hombres débiles, y estos tiempos difíciles, es un círculo vicioso, del que podemos aprender.

Lion-O guardaba silencio sin comprender de donde sacaba la fuerza para eso, no estaba dispuesto a escuchar mas insultos en contra de su padre, pero su hermano no había dicho nada tampoco, porque Tygus le imploraba no decir nada, no era bueno hacer enojar a Leo, mucho menos, cuando creía que estaba haciendo lo correcto y su liderazgo era cuestionado.

—Lion-O es el señor de los Thundercats, Tygra, su Tyaty, eso no estaba en duda, lo que esta en duda es su entrenamiento, que espero no sea muy tardado, porque deseo regresar a mi hogar, con mi propio Tyaty para retozar a su lado el resto de lo que nos queda de vida, no pudrirme en Thundera por otros cincuenta años.

Finalizo furioso, deteniéndose a unos cuantos pasos de ella, relamiéndose los labios, le agradaba que los cachorros no dijeran nada, pero no le gustaba que el clérigo cuestionara sus acciones, ellos estaban entrenados para servirle a la cabeza de Thundera, no para dudar de sus buenas intenciones.

—Así que, en vista de que estas actuando como lo sugiriere tu deber, Cheetara, pasare por alto tu falta de respeto a la corona de Thundera, que, por el momento, me temo, descansa en mi cabeza.

Leo le dio la espalda, acercándose a Tygus, quien trago un poco de saliva, preguntándose que era lo que tenia planeado su compañero, escuchando a los cachorros moverse, el tigre buscando a su león, para acariciar su mejilla con ternura, como siempre soñó que Tygus lo hiciera con él, pero algún día pasaría eso, sin su maestro poniéndolo en su contra sería mucho más fácil que aceptara su amor por él.

— Puedes retirarte, y prepararte para la celebración de hoy en la noche, todos nosotros estaremos sentados en los lugares de honor, creo que después de la muerte de todos los tuyos, eres el único Clérigo que nos queda con vida, por culpa de la necedad de Claudius.

No le importaba el dolor del clérigo, solo admirar el cabello ahora largo de su tigre, el cual creció el tiempo que estuvo encerrado en esa cámara de animación suspendida, encontrándolo mucho mas hermoso aun, con ese cabello blanco, lacio, sedoso.

—Ustedes también deben ir a sus habitaciones, deben prepararse para la cena, además, en ella hablaremos de las condiciones de tu cortejo por parte del General Grune el Destructor, yo creo que es sincero en sus afectos...

Antes de que Tygra dijera algo, Leo levanto la mano en señal de que ya no estaba dispuesto a seguir charlando, rodeando el cuerpo de su amado con ambos brazos, cerrando los ojos, ignorando la señal que le hacia el mayor al tigre más joven para que solo se marchara, ya después trataría de convencer a su compañero de no seguir con ese cortejo.

—Bien, mi Tygus y yo, también iremos a prepararnos.

De nuevo estarían solos, pensó Tygus, temeroso de lo que ocurriría en ese momento, respirando hondo cuando Leo lo empujo para llevarlo a sus habitaciones, debían buscar ropa adecuada, agradeciendo que Grune creyendo que serian sus cuartos, en donde viviría con su príncipe, no los destruyo.

—Encontraremos algo adecuado para ti, y para ese hermoso cabello tuyo.

Buscaría algo hermoso, para que todos los presentes admiraran a su compañero, comprendiendo que solo era suyo, que nadie más que él podía tenerlo, y que su amor, su afecto, también era solamente para él, porque se lo había ganado.

Porque ya no era ese pequeño que podían lastimar y que solo se quedaría inmóvil, esperando que no lo vieran, para no sufrir más daños, al que le habían arrancado todo, únicamente porque era demasiado débil para defenderse.

Aun lo recordaba, y aun le molestaba su propia debilidad, la que destruyo por fin después de tantos siglos, para poder pagarle a su tigre todo lo que había hecho por él desde que se trataban de unos niños.

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—¿Otra vez esta enfermo?

Escucho una voz femenina al otro lado de la puerta, era una de las esposas de su padre, la que hablaba con las demás, dos leonas de cabello corto, mellizas, se suponía que debían cuidar de todos los cachorros de su esposo, pero el no les agradaba, mucho menos que fuera el heredero de su padre, por ser su madre, la primera leona, la más importante y la que no soporto el parto que le dio a luz.

—Si, es un milagro que no haya muerto aún.

Respondió una de ellas, y aunque Leo era muy pequeño, estaba seguro de que le molestaba que aún no hubiera fallecido, para dejarle su lugar a cualquiera de sus cachorros.

—Ese niño es un problema, mato a su madre, o eso es lo que dice Claudius… tal vez contagie a nuestros cachorros, no debemos dejar que se junten con él, además es muy raro… nunca llora ni muestra sus sentimientos, es como si no los tuviera.

Leo se cubrió con las sabanas, a esa hora nadie lo visitaba, mucho menos cuando estaba enfermo, muchos leones creían que ya estaba muerto, solo era demasiado necio para aceptar su destino.

—Es muy raro, es cierto, además dicen que Claudius hubiera preferido que él se fuera junto con ella y no queremos que nuestro señor se moleste con nosotras, si tratamos de curar su mal…

Ellas estaban riéndose, logrando herir sus sentimientos, sin embargo, no comprendía que, si el moría, cualquiera de los cachorros podía aspirar a ser el líder del clan, sin importar que fuera un cachorro sano, o no, el era un estorbo para ellas y sus propios vástagos.

—Quien dicen ha crecido mucho, es el cachorro del tigre anciano, él es lo que Leo debería ser, lastima que es uno de esos rayados… y que su padre no es mas que un demente, esconderle uno de sus tributos a Lord Mumm-Ra, eso sí es una locura.

Leo escuchaba atento sus palabras, la fiebre no le dejaría dormir, tenia demasiado frio y nadie se apiadaría de él, mucho menos su padre, así que lo mejor que podía hacer, era escuchar lo que las esposas de su padre cuchicheaban.

—¿Se llamaba Tigris? Al que Claudius odiaba tanto.

Leo sin comprender muy bien la razón, tal vez era la fiebre, decidió levantarse de su cama, dirigirse a un sitio mucho más cómodo, jalando su cobija consigo, escabulléndose entre los túneles, algunos abandonados muchos siglos atrás, tantos que nubes de polvo se elevaban en el aire, haciéndole toser, cuando se sentó recargándose en unas cajas.

Estaba dispuesto a cerrar los ojos y quedarse dormido en la oscuridad, sin importarle lo que ocurriera, cuando lo escucho, un sonido proveniente de unos niveles mucho mas arriba, en una plataforma que bien podía estar abandonada, con demasiados escalones para poder subirlos, pero ese alguien estaba realizando alguna clase de trabajo en la plataforma, soltando tanto polvo que le hicieron toser, con fuerza, llamando la atención de quien se movía en la plataforma.

—¿Hay alguien? ¿Quién esta ahí?

Una voz, la de un niño, unos años mayor que él, con una cabeza rayada y unos ojos que se veían diferentes, de un color que Leo encontró hermoso, creyendo que se veían como dos piezas de joyería, dos lingotes de oro.

—¿Eres un león? ¿Qué haces aquí?

Le preguntaron con cierto recelo, acercándose a el tras verificar que no había ni un solo adulto a su alrededor, observando la cobija que le envolvía, agachándose a su lado para verle de cerca, notando que estaba sonrojado, se veía enfermo.

—¿Estas bien? Porque no te vez nada bien, además, que hace un león en este túnel, se supone que deben estar en su manada…

Le habían advertido al mayor que no debía permitir que vieran sus ojos, que era peligroso, pero sin comprender la razón, Tygus confió en el pequeño león, preocupándose al ver que tan enfermo estaba en realidad.

—¿No has visitado la enfermería?

Leo no supo que decirle, en lo único en que podía pensar era en lo hermoso que eran sus ojos, dorados, y la preocupación visible en el mayor, que tomo su mano para llevarlo consigo, cargarlo sobre sus hombros, a esa edad, los tigres ya tenían suficiente fuerza para cargar unos cincuenta kilos, crecían muy rápido, vivían muy poco tiempo, siempre había sido así.

—No puedo llevarte a la enfermería porque Tykus se va a enojar mucho conmigo, no le gusta que me quite el casco ni que vagabundee por aquí, pero Akbar me dijo que debo meditar, si no lo hago, el don se apoderara de mi cordura…

El mayor había dado por hecho, que no era muy importante en el clan, así que seguramente no tenía progenitores, o era demasiado débil para preocuparse por mantenerle vivo, sin embargo, al verle tan indefenso, se dijo que no podía dejarlo sólo a su suerte, como a él tampoco lo abandono Tykus, que no era su padre, pero aun así se encargaba de su bienestar como si lo fuera.

 

—Tengo unas inyecciones, me las dio Tykus, dice que son de campaña y curan varios malestares, tampoco le gusta que visite la enfermería… tal vez te ayuden con esto, sea lo que sea que tengas.

Leo simplemente se dejo cargar por el mayor, que le llevo a la plataforma, en donde había un colchón, varias mantas que habían sido robadas, algunas provisiones que habían desaparecido, una sola pistola y un casco con unas iniciales que el pequeño león jamás podría olvidar.

—No puedo decirte como me llamo, Tykus dice que es peligroso, así que tampoco me digas tu nombre, de acuerdo.

Leo negó aquello, su mirada perdida en el mayor, que tomando una de sus inyecciones se acercó para aplicársela en el brazo, tratando de sonreírle, hacerle sentir mejor, acariciando su cabello con delicadeza, para después buscar algo de comer para los dos.

—Creo que eres muy tímido… y no lloraste, eso me agrada.

Logrando que Leo sonriera por primera vez en mucho tiempo, sintiéndose seguro, acompañado del mayor, que practico unos movimientos extraños, para después marcharse, dándole otra jeringa que podría usar, si seguía sintiéndose mal, aunque le prometió que solo una era suficiente para que se recuperara.

Leo se recuperó, como lo dijo ese otro cachorro, sorprendiendo a muchos, molestando a otros tantos, enfureciendo a su padre, su jeringa la guardo en uno de los túneles, para cuando volviera a necesitarle.

El cachorro de león busco la plataforma en varias ocasiones, pero nunca dio con ella y cuando la encontraba, su amigo no estaba presente, solo sus cosas, en donde a veces dejaba algún dibujo, pequeños obsequios que esperaba le gustaran, encontrando una nota que decía “gracias” en una de sus visitas, preguntándose porque parecía que ya no le vería de nuevo.

Hasta que un día, ese túnel colapso, ya era demasiado antiguo, y terminaría ocurriendo, se dijo a sus once años, aun era un cachorro pequeño para su edad, seguía sin mostrar su dolor, comprendía bien que no tenía ningún caso hacerlo, su padre le odiaba, sus compañeras le temían tanto que no deseaban hacerle enojar, estaba solo, indefenso.

Cuando intentaron matarlo, algunos de los cachorros de Claudius, fue que volvió a verle, cuando salvo su vida para llevarlo a su lugar seguro, de nuevo había actuado en contra de todo lo que le habían enseñado, protegiendo a quien debía ser su enemigo, un tigre tan hermoso como lo recordaba, el mismo numero de nacimiento, el que conecto sus dos terminales y le regalo un dispositivo que según creía, pedía refuerzos en el campo de batalla.

Sus ojos eran dorados, sus pupilas con un hermoso tono ocre, rayas negras, pelaje suave, lo supo porque le toco cuando se distrajo, sorprendiéndolo un poco, logrando que se sonrojara, al mismo tiempo que curaba las pocas heridas que tenía, logrando que sonriera de nuevo, dejando que le mimaran, sintiéndose protegido por segunda vez en toda su vida, que era demasiado corta, como para haber aprendido todo del dolor.

Leo estaba solo, en su habitación, su padre estaba molesto, de nuevo había escapado de su destino, no había forma de que Claudius ignorara lo que sus hermanos estaban planeando, ni siquiera sabía porque se molestaban en intentar asesinarlo, cualquiera de ellos podía tomar su lugar, a menos, que su progenitor hubiera puesto esa condición a cambio de permitirles gobernar el clan.

Sus pensamientos le atormentaban, pero aun así no lloraba, no demostraba su dolor, solo se mantenía aislado de su clan, comprendiendo que el único lugar en donde no estaba seguro era con ellos, con quienes se suponía, que debían protegerle.

“Leoncito”

Leo escucho un sonido proviniendo de su terminal, cada uno de los felinos de aquella nave tenía una, el que llamo su atención, antes de ver una sonrisa, o lo que supuso era una sonrisa.

“¿Estas bien? ¿No te han hecho nada?”

Leo respondió que estaba bien, imaginándose al otro cachorro del otro lado de la nave, pendiente de su bienestar, lo suficiente para preguntarle como se encontraba, logrando que una sola lagrima se resbalara de sus ojos, mojando sus mejillas.

“Me alegra que estés bien, ya debo retirarme”

Se despidió con otra carita sonriente, logrando que sonriera, abrazando la terminal como si fuera el otro cachorro, sintiéndose acompañado, protegido, aun dentro de su clan, sin siquiera conocer su nombre.

Hablaban cada tanto tiempo, Leo encontraba sus conversaciones reconfortantes, el otro cachorro era su único amigo, el único felino sincero, o eso pensaba y deseaba verle de nuevo, quería hablar con él en persona, después de dos años de amistad, creía que sería divertido entrenar juntos, comer algo, lo que fuera para sentirle mucho más cercano a él.

Leo cumpliría trece años y su inteligencia comenzaba a ser obvia, sin importar que no fuera tan fuerte como sus hermanos, si era por mucho más inteligente que ellos, su amigo dieciocho años, seguía siendo amable, aunque sonaba triste, como si temiera a lo que le llamaba el don.

Del que casi no le decía nada, como si lo tuviera prohibido por alguna fuerza omnipotente, pero no importaba que don fuera ese, Leo comenzaba a madurar, a ver su clan como una forma de alcanzar una meta, que desapareció con la misma rapidez, con la que llego a su vida, cuando sus mensajes ya no llegaban a su destino, su amigo simplemente se había marchado, sin decirle adiós, sin decirle nada.

Regresándole a la oscuridad de donde lo había rescatado, su precioso tigre dorado, simplemente ya no estaba presente, su amado tigre había desaparecido y aunque apenas tenía trece, ya sabia que se trataba de la única buena persona de aquella nave, su único amigo.

Y en vez de desesperarse como se suponía que pasaría, supuso, comenzó a entrenar, a estudiar, a utilizar su intelecto en donde sus hermanos únicamente utilizaban su fuerza superior, seguro que tarde o temprano, volvería a encontrarle.

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Llegaron a la habitación de los reyes de Thundera, en donde había una tina con agua caliente, una cama de sabanas blancas, limpias, su mochila predilecta, una que se trataba de una réplica exacta de la que uso en el pasado, fabricada por los osos mecánicos.

Una verdadera obra de arte, en donde guardaba un regalo para su compañero, lo único que necesitaba llevar consigo, seguro que, en esta ocasión, su tigre por fin despertaría.

Tygus comenzó a desvestirse sin prestarle atención, quería darse un baño antes de vestirse con lo que fuera que Leo le tenía preparado, ignorando que habían pasado siglos desde la ultima vez que su compañero pudo verle y el sólo hecho de quitarse la ropa, le distrajo de su tarea.

Logrando que abandonará su regalo de bienvenida, para seguirlo a la tina, en donde Tygus se sumergió por completo, mojando su cabello que había crecido hasta la cintura, el que era blanco, el que jamás había utilizado de aquella forma, buscando algo con que cortarlo, siendo detenido por Leo, que rodeo su torso desnudo, mojado, aun con la ropa puesta, ronroneando casi inmediatamente.

—No lo cortes, me gusta cómo se te ve así…

Y como le gustaba, cada centímetro de su piel, cada raya de su cuerpo era perfecta, la suavidad de su pelaje, el blanco y el rojo mezclándose divinamente con el dorado, su fuerza, la danza mortal de sus habilidades de combate, su mente, su amabilidad, su compasión, cada parte de su tigre era perfecto, lo que buscaba por tanto tiempo que pensó le soñó, le imagino en sus años más oscuros.

—Me gusta todo de ti, todo…

Le susurro besando su cuello, Tygus cerró los ojos, suspirando, Leo siempre era así cuando estaban solos, parecía que no podía dejar de tocarle, besarle, mencionarle cuanto le amaba, cuanto lo deseaba.

—Aun te amo, después de todo el tiempo que ha pasado, aun te amo.

Era una dulce promesa que no debería significar nada para el después de todo ese tiempo, de cuán lejos llego para poder alejarse de este león, pero, aun así, escuchar esa desesperación, sentir sus manos aferrarse a su cuerpo, como si le necesitara para seguir de pie, provocaba que su propia convicción se debilitara.

—¿Cuánto tiempo ha pasado?

Leo no le respondió, no deseaba recordar cuanto tiempo había pasado solo, lo único que necesitaba en ese momento era sentir a su compañero a su lado, eso era todo, Tygus tenía que comprenderlo.

—No importa cuanto tiempo haya pasado, ni porque intentaste abandonarme, sabes que lo siento, yo nunca quise lastimarte, pero no puedo vivir sin ti, no lo soportaría de nuevo.

Leo comenzó a besar su cuello, recorriendo su torso con ambas manos, su ronroneo manteniéndose bajo, Tygus de momento pensó en alejarse, pero no lo hizo, en vez de eso dio la media vuelta para besar los labios de su compañero, aun sumergido en el agua, Leo en el borde de la tina.

—Sólo intentaba que te quedaras, que me dieras una oportunidad para demostrarte mi amor, pero no quisiste escucharme.

Leo le besaba con delicadeza, recorriendo su espalda, enredando sus dedos en su cabello, deteniéndose de pronto, para ayudarle a salir de la tina, de cierta forma sorprendido con aquella actitud en su tigre.

—Llegaremos tarde a la reunión, y aun debemos vestirnos.

Tygus se liberó de Leo, alejándose unos cuantos pasos, pero su compañero le siguió, rodeando su cintura, besando su cuello, lamiendo la nueva marca de su posesión, la que le decía a los otros felinos que ya estaba tomado, escuchando por fin un gemido apagado, cuando sus dedos frotaron su entrepierna y uno de sus pezones.

—Aquí no…

Susurro, gimiendo cuando los hábiles dedos de su compañero seguían recorriéndole, girando entre sus brazos para empujarle, escuchando un jadeo de su león, cuando sus sexos se frotaron con la barrera de ropa separándolos, de momento.

—Sólo un poco…

No lo deseaba, ni siquiera un poco, no era el momento, no debía permitirle a Leo apoderarse de su cuerpo, debía rechazarlo, era un león, era su enemigo, su carcelero, Tykus tenía razón, no debía sucumbir a su belleza, ni al placer que le brindaba, su orgullo debía prevalecer, ante todo.

—No…

Le repitió, retrocediendo tantos pasos que cayeron a la cama de sabanas blancas, Leo sobre su cuerpo, besándole, acariciando su piel, ansioso por tenerlo a su lado después de más de mil años, le necesitaba, su cordura dependía de ello.

—Leo…

Susurro cuando su compañero recorrió uno de sus puntos sensibles, besándole, silenciando sus gemidos al ingresar su lengua en el interior de su boca, escuchándole ronronear, una respuesta involuntaria al placer que en realidad sentía cuando Leo le tocaba.

—Basta…

Le repitió, esperando que Leo pudiera prestarle atención, detenerse como se lo suplicaba, sonrojado, deseoso por sentirle en su cuerpo, ronroneando, su cuerpo reaccionando a la cercanía de su compañero, una actitud deshonrosa, la que Tykus siempre le reprochaba cuando notaba que había vuelto a caer en sus engaños, que dejaba que le utilizara a su antojo.

—Por favor…

Fue lo único que pudo pronunciar, antes de escuchar el sonido de la puerta y unos pasos en aquella habitación, logrando que Leo rugiera, a punto de maldecir o mandar azotar a cualquiera que hubiera entrado sin su permiso.

—¡Quien te has creído que eres!

Leo se levantó con demasiada rapidez para correr a quien fuera que se aventuraba en su habitación, ese era Grune, quien esperaba encontrar a Leo en sus habitaciones, pero no a su Tyaty, mucho menos a dicho felino recostado en su cama, desnudo, con el comandante milenario sobre su cuerpo.

—Disculpe mi interrupción, pero el banquete esta listo, supuse que le gustaría saberlo.

Tygus mostrando demasiado decoro para ser solo un Tyaty, el amante del rey de Thundera, cubrió su cuerpo con algunas almohadas, llamando la atención del tigre dientes de sable, que no pudo ignorar ese pelaje rayado por unos segundos, encontrándole cierto parecido con su príncipe.

—¡Lárgate si no quieres que te castigue por esto! ¡Nadie puede entrar en la habitación del señor de los Thundercats sin ser invitado!

Le advirtió, controlándose para no molerle a golpes, furioso por la interrupción, sin percibir los segundos que Grune poso su mirada en su tigre, que se recuperaba de su estupor, de su deseo por su compañero que nublaba su buen juicio.

—Lo lamento, Lord Leo.

Leo cerro las puertas, preguntándose si cualquiera podía ingresar a las habitaciones del señor de los Thundercats, o Pumyra y Grune, eran casos especiales, que no respetaban lo suficiente la corona de su pueblo, ni a su comandante.

—Vístete o nunca llegaremos a nuestro banquete.

Thundercats-Thundercats- Thundercats-Thundercats-Thundercats-Thundercats

Leo estuvo acompañado de las mariposas de Mumm-Ra durante horas, los cadáveres de cada uno de sus Tyaty, llorando por primera vez en toda su vida, imaginándose a su tigre con ellos, pero antes la clase de penuria a la que le había condenado.

Su padre tenía razón, el destruía aquello que tocaba, mato a su madre, ahora al que deseaba como su compañero, su único amigo, la única persona que había sido buena con el en esa nave, su esperanza, a quien consideraba un regalo del destino, una señal para que no perdiera la fe, sería asesinado.

Leo en ese momento carecía de cualquier clase de barrera psíquica, cualquier clase de control sobre las fuerzas que aun habitaban esa tumba, el don, los resquicios de aquellos que alimentaron a la criatura antes de Tigris, antes de que lo hiciera Tygus.

Aquellas almas enojadas que buscaban el descanso, y también, la venganza, quienes, actuando como una mente única, iniciaron un ataque psíquico en contra del joven león, que poco a poco, con el sonido de una gota de agua que iba en aumento, fue hundiéndose en el mundo oscuro que ellos habitaban, encerrados, usando la figura de la única Javan libre del dominio de la Bestia, para que fuera sus labios, su mensajera.

Una negrura interminable lo engullo, en ella pudo verse de rodillas sobre nada, en donde una mujer le veía con una expresión serena, una mujer tan hermosa y tan triste como nunca había visto a ninguna, una tigresa, una mujer joven que se parecía a su tigre, al menos, en la amabilidad de sus facciones, en su dulzura.

—Eres tan inocente, piensas que Tygus sobrevivirá una vez que la criatura le ha visto…

Leo negó eso, no mataba lo que tocaba, el no destruía a quienes le quisieron, pero esa mujer de apariencia amable se agacho para estar a su altura, haciendo que retrocediera asustado.

—No eres fuerte, y este mundo, esta echo para aquellos que lo son.

Repentinamente un ataúd más se elevó, pero estaba vacío, en su interior no había nada, era donde dormía la criatura, donde se protegía cuando estaba cansada, la criatura que se erguía en su sala del trono, en un planeta que jamás había pisado, a su lado estaba Tygus, vestido como su Tyaty, arrodillado a sus pies, como si se tratase de un esclavo, de un soldado fiel, un tatuaje con las serpientes enrolladas en su espalda.

—Lord Mumm-Ra, Thundera ha caído, ya nada se interpone en su camino para recuperar la ultima piedra de guerra, el ojo del augurio.

La criatura comenzó a reírse, avanzando en dirección de su compañero, que en aquella visión era un tigre adulto, con una expresión despiadada, fría, sin ninguna clase de emoción mas allá de una lealtad ciega hacia esa criatura, cuando acaricio su mejilla, como si le quisiera, como si fuera su compañero y no su esclavo.

—Lo has hecho bien Tygus, mi compañero.

Leo negó lo que veía con un movimiento de su cabeza, su tigre no podía ser el compañero de aquella criatura, ese no era su tigre, no podía serlo, pero sus ojos no le mentían, algo le había cambiado, de alguna forma lo habían corrompido.

—Gracias Lord Mumm-Ra.

Un beso, con un gemido de su tigre, fue suficiente para que Leo quisiera estar en otra parte, para que la negrura regresara a ser lo único que veía, esa negrura y aquella mujer de cabello ondulado.

—Habría muerto de no ser por ti, como un tigre viejo, en campaña, pero tu se lo entregaste y existen destinos aún peores que la muerte, pero aun puedes salvarlo… aun puedes protegerlo.

Leo necesitaba saber cómo, como podría cuidarle, como evitar que esa odiosa imagen se volviera realidad, como evitar la destrucción de su amado tigre.

—Conviértete en lo que el necesita para sobrevivir, no lo que él desea, sólo así, podrás salvarle.


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