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Sombras del pasado. por Seiken

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Capítulo 13.

Victoria.

Leo fue quien se encargó de la misión de rescate, dejando a Panthera a cargo de los últimos detalles de su ciudad, deteniéndose cuando vio una bandera que significaba enfermedad, posando su mirada en su tigre, que vestía unos harapos que en algún momento fueron piezas de un uniforme militar, según parecía, su apresurado plan de escape, no funciono como esperaban o tal vez eran los elementos que los rodeaban, después de todo, los tigres eran criaturas nacidas bajo el amparo del frio, pero lo necesario para subsistir no.

—Tygus…

El capitán de las fuerzas especiales, que, hasta la caída de la pirámide negra, eran un grupo de tigres que servían directamente a la criatura se veía demacrado, parecía haber bajado de peso algunos cuantos kilos, su pelaje se había opacado, así como su cabello crecido algunos centímetros, el que se encontraba descuidado.

Aun así, Leo no podía dejar de considerarle hermoso, desearle de todas formas, sin importar el tiempo que había pasado, diciéndose en silencio que una vez que regresaran a Thundera, su tigre, porque así debía ser, tendría los lujos que se merecía.

—O debo decir… ¿Capitán Tygus?... no, ya no eres eso… ahora es… ¿Anciano Tygus?

Tygus no pronuncio ningún sonido, llevando sus manos detrás de su espalda, escuchando lo que tenia que decirle, sabía que le había traicionado, que Leo tenía todo el derecho de tratarle como a un mentiroso, de rechazar su suplica, porque esos tanques podían traer ayuda, o soldados, la cura a su mal o la muerte en las manos de los otros felinos.

La vida en ese planeta a Leo le sentaba perfectamente, se veía mucho mas fornido, su cabello resplandecía y podía asegurar que, con el paso de los años, como todos los de su especie seguía creciendo, ganando masa, estatura, mientras se acercaba a la madurez de un león, el que seguía siendo un poco más bajo que cualquier otro león macho, pero más alto que él.

Haciendo que se preguntara que edad tenía cuando la criatura le nombro comandante, tal vez unos veinte años, era un muchacho, pero ya sabia que lo que deseaba y como obtenerlo, en ese momento no sabia cuales eran los pensamientos de su compañero, pero esperaba que aun así quisiera ayudarle.

—Eres un felino muy difícil de encontrar, me tarde unos dos años en seguir una sola pista, para encontrarme con los restos de una vieja nave de carga y supongo que de no ser porque a Shen le gusta pavonear sus alianzas, no sabría dónde te encuentras.

Tygus dejo que viera su sorpresa, preguntándose si Shen le había traicionado de nuevo, cuando le brindo ayuda apenas los encontró, explicándole que, en aquellos momentos, tenía que proteger a su pueblo, que pensó por unos instantes que Panthera tenía razón, que estaba seguro en las garras del comandante.

Y aunque ya no podría confiar de la misma forma en su viejo amigo, que también fue su primer amor, no estaba en posición para tomar cualquier represalia por esa prueba infalible de que no podía confiar en nadie que no fuera uno de los suyos.

—No tenía por qué decírmelo, no te delato, su arquitectura por otro lado… eso sí lo hizo.

Leo se acerco unos pasos más a su compañero, ya tenía treinta, era un león maduro, se sabía uno muy apuesto, o eso creía por las miradas de las hembras que le veían o algunos machos, encontrando que, en ese momento, era un poco más alto que su tigre.

Una de las muchas ventajas de ser un león, eran mucho más fuertes que una pantera, mas rápidos que un cheetah sin tener un limite respecto al tiempo que podían mantenerse corriendo, tan astutos como los tigres, eran sin duda la mejor raza que jamás habría existido.

—¿Porque me llamaste?

Estaba demasiado contento de verle, pero su voz era fría, lejana, no podía permitirle ver que tanto lo extrañaba, quería que Tygus le pidiera su ayuda, suplicara por ella si era preciso, que regresara a su lado, para ya no volver a marcharse de nuevo.

—Se muere.

Susurro, como si eso fuera una explicación suficiente para él, llevando sus brazos a sus costados, la desesperación que sentía grabada en sus facciones, estrujando su corazón en el proceso.

—¿Qué dices?

Que se estaba muriendo, quien, para ser preciso, porque según sabía ya habían cavado algunas tumbas, todas ellas de los ancianos del consejo, por esa razón su compañero ahora poseía ese honor sin precedentes en un tigre que apenas sobrepasaba los treinta años, apenas un cachorro para muchos de esos felinos encorvados.

—Se está muriendo y no puedo hacer nada para salvarle.

Tykus, el anciano que le maldijo cuando le pidió la mano de su joven discípulo, del tigre que lo veía como su padre, cuyas rayas eran completamente diferentes, pero aun así lo había protegido como su progenitor nunca hizo.

—¿Por eso me llamaste? ¿Para salvar la vida de ese anciano?

Tygus asintió, tragando un poco de saliva, esperando que Leo quisiera ayudarle, que aun lo deseara lo suficiente para brindarle su ayuda, estaba desesperado, su única oportunidad era apelar a la piedad de un león.

—Es mi padre, yo le debo mi vida y tú, el que yo siga existiendo.

Leo negó eso, furioso de pronto, sosteniéndolo del cuello con fuerza suficiente para que no intentara soltarse, pero permitiéndole respirar, sin hacerle daño realmente, sorprendiéndole por esa agresividad.

—¡Yo no le debo nada, ni a ti tampoco!

Grito, esperando que comprendiera que estaba furioso, lo había traicionado, se alejo sin mirar atrás, pero no conforme con eso, acepto la benevolencia de Shen, perdono sus actos en su contra como si no fueran nada, estaba seguro de que aún le quería, al menos un poquito, como estaba seguro de que entre ellos hubo algo mucho mas profundo que la amistad, haciéndole sentir celoso.

—¡Tú me debes todo!

Le recordó, todas esas noches en vela, todos sus esfuerzos por mantenerle seguro y se fue, ni siquiera le había dado las gracias o un beso, comportándose como si le temiera, como si le diera nauseas estar a su lado, despreciándolo como todos sus hermanos, las hembras de su padre, pero no era su culpa, Tygus sólo conocía al comandante Leo, no conocía al felino enamorado, ni al nuevo Señor de los Thundercats, de hacerlo, su tigre le aceptaría a su lado, de eso estaba seguro.

—Aun así, te marchaste, cuando te mande a visitar a tu maestro, ustedes abandonaron la nave, después de presentarte como mi compañero, de hablar de tus proezas, tu te fuiste, sin cumplir con tu palabra.

Leo suspiro, permitiendo que Tygus se alejara unos pasos, para inmediatamente después hincarse en el suelo, sus manos en la tierra, mostrándole su cuello en señal de sumisión.

—Sí lo salvas, te prometo que esta vez sí honrare mi promesa.

El sitio en donde se encontraba su marca, logrando que Leo se preguntara porque se estaba humillando, su Tygus nunca haría nada como eso, era demasiado orgulloso, a menos que la vida de ese anciano fuera tan valiosa para suplicar por ella, de una forma en que no lo hizo cuando le solicito su ayuda para la rebelión.

—No puedo creerte, no eres más que un mentiroso.

Le respondió, aunque ya tenía toda la ayuda que podían necesitar en sus tanques, su respuesta sería la misma, si Tygus le prometía seguirlo a Thundera o quedarse en esas montañas, no podía dejar que los testarudos tigres perecieran por su maldito orgullo.

—Sálvalo, te lo pido como tu compañero y tu Tyaty, como tu consorte y tu esposo, por el amor que dices tenerme.

Tygus al ver que aquella postura no funcionaba para ablandar el corazón de Leo, gateo en su dirección, inclinando su cabeza frente a sus pies, escuchando los movimientos rápidos del comandante, que le ayudaba a levantarse, no dejaría que siguiera humillándose.

—¿Qué haces? ¿Por qué haces esto?

El capitán pensó que no le brindarían su ayuda, así que hizo lo impensable, le beso con desesperación, mostrándole la marca de su cuello, esperando que sus instintos le orillaran a aceptar su petición, recordándole de forma silenciosa lo que significaba esa mordida.

—Salva a Tykus, salva a mi gente, y sabremos corresponder esta muestra de bondad para con nosotros de la forma en la que tú lo deseas.

Leo asintió, sabía exactamente que era lo que deseaba recibir, Tygus se marcharía con él, abandonaría a los suyos y jamás regresaría, nunca más volvería a separarse de su lado.

—Con una condición…

Tygus abrió los ojos, mirándole con esperanza y algo de temor.

—Vendrás conmigo, a Thundera, nos casaremos como lo hacen los leones, serás mi… por falta de una mejor palabra, serás mi reina, mi Tyaty, mi consorte, serás mi primera pareja y a cambio yo salvare a los tuyos.

Tygus asintió, no tenía otra alternativa, pero al menos Leo estaba dispuesto a brindarles su ayuda, eso era más de lo que podía desear, sin embargo, si sería su primera pareja, en ese caso el comandante, tendría que serle fiel, a la usanza de los tigres.

—Si tu me eres fiel, si yo soy tu único compañero.

Era una promesa que podía cumplir, no deseaba a nadie más y sí eso significaba que esta vez Tygus cumpliría con su palabra, lo haría con gusto.

—Sigues poniendo condiciones, cuando creí que lo que deseabas era que salvara a ese anciano, pero… trato hecho.

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Lin-O estaba sentado a lado de Tygus, que se limitaba a observar su alimento, sin prestarle atención a los presentes, ni a lo que pronunciaba Leo, era como si estuviera meditando, o admirando el paisaje.

Tygra estaba sentado a su lado, con sus mejores ropas, observando fijamente al otro tigre, que parecía ausente, preguntándose si había despertado del todo, tratando de ignorar la forma en que Grune le veía todo ese tiempo, como si estuviera hambriento.

Cheetara a su vez no pronunciaba ningún sonido, realizando su deber, que era proteger a la corona de Thundera, los dos príncipes que habían sido derrocados por el recién llegado y el tigre dormido en esa tumba, el que por azares del destino despertó al mismo tiempo que su mayor enemigo los atacaba.

—Esto es lo que más se extraña cuando estas fuera, las pequeñas cosas, los pequeños placeres de la vida.

Grune se sirvió más vino, del que ya había tomado suficiente, aunque una buena parte se había escapado por su melena, pero era un hombre de guerra, entrenado en el campo de batalla, afecto a la violencia, la clase de felino que rara vez es necesario en tiempos de paz, pero si, cuando la guerra persiste.

—Pero te prometo que no faltaran en nuestra casa, que seré un buen esposo y nunca extrañaras lo que tenías cuando aún vivía Claudius, a quien el rugido debe tener en su gloria.

Tygra volteo a verle, suponiendo que Grune hablaba de él, bebiendo de la copa de vino con soltura, un hilo rojo resbalando sobre su mejilla, escurriendo sobre su barba, logrando que frunciera el ceño al pensar que el deseaba su mano en matrimonio, no solo le doblaba la edad, era posesivo y violento, sino que sus modales también eran los de un salvaje.

—Para desposar a un tigre tienes que trabajar muy duro, son criaturas escurridizas, solitarias, no son material para cualquier felino… un día das un paso, logras un pequeño avance, al día siguiente has retrocedido tres.

Fue la respuesta de Leo, quien compartía el punto de vista de Grune, cuando se estaba lejos se extrañaban las pequeñas cosas, las pequeñas manías de su amado, la forma en que practicaba por horas, para meditar otras tantas, para que al final, cansado y hambriento, hiciera que le sirvieran sus alimentos en la pequeña alberca que mando construirle.

—Pero vale la pena, todo por una sonrisa o una caricia de sus manos y esas rayas, juro que esas rayas me enloquecen.

Tygus gruño por lo bajo, un sonido que Lion-O apenas pudo escuchar, Tygra se sonrojo, apretando los dientes cuando Grune asintió, sonriéndole, estaba seguro de que desearía contar las rayas de su cuerpo una por una, sintiendo desagrado inmediatamente.

—Así es, esas rayas en ese cuerpo, podría jurar que han sido hechos para seducirnos.

Finalizo Grune, sirviéndose un poco más de carne, ansioso por que terminara el banquete y así pudiera charlar con su príncipe, con el permiso de Leo comenzaría su cortejo.

Al mismo tiempo que Leo recordaba su primera celebración en Thundera, cuando Tygus realizo el primer paso para aceptarlo a su lado.

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Era el primer festejo que presenciaba en ese planeta, uno real, como en las historias de su pasado, los mitos de su pueblo, felinos danzando, felices, música y comida para todos, la clase de fiesta que solo presagiaba milagros, épocas de abundancia plena.

Su asiento estaba situado a la mitad de la mesa principal, demostrando su poder, su importancia, Tygus aun no se presentaba, pero lo haría, le había dado su palabra y esta vez la cumpliría, ya no le mentiría más.

Tygus insistió en acicalarse para él, su apariencia era demasiado desaliñada, seguramente notaria que su pelaje no era tan suave, o que sus años alejados habían cobrado la factura de las malas épocas que había sufrido su raza, esas fueron sus palabras, aunque Leo le aseguro que para él seguía viéndose tan hermoso como ese primer día en las entrañas de la nave.

Sabía que estaba desnutrido y cansado, pero nada que no pudiera solucionarse con un poco de descanso, buena comida, la clase de vida que se merecía su amado tigre, a quien le demostró su confianza permitiéndole estar solo en esos momentos, darle una grata sorpresa después de una serie de traiciones.

Porque el había cumplido con su palabra al pie de la letra, cada una de sus promesas, y creía, que dejarlo solo le demostraría que confiaba en él, en que actuaria con honor permaneciendo a su lado, al mismo tiempo que él gastaba sus recursos en salvar todas las vidas de su clan que pudiera, un acto que de todas formas hubiera realizado, pero, que mejor que obtener lo que deseaba a cambio, que su tigre permaneciera a su lado.

Su general había sugerido que vigilaran a su amado, pero el no quiso hacerlo, seguro de que no se marcharía, esperándolo en la mesa principal, en medio del festejo, con un banquete servido para sus monarcas, el que era compartido con todos los felinos.

De pronto algunos felinos dejaron de bailar, otros comenzaron a susurrar entre ellos, los músicos detuvieron sus dulces melodías, llamando la atención de Leo, que volteo cuando aun la misma Panthera se veía demasiado sorprendida.

Tal vez era porque no habían visto a uno de los suyos en mucho tiempo, durante años, tal vez porque aun le recordaban como el capitán de las fuerzas especiales de Lord Mumm-Ra, tal vez porque le presento como uno de los instigadores, como su salvador, o tal vez, era porque su belleza era sublime, pero de pronto, todas las miradas estaban puestas sobre su compañero que caminaba con lentitud, usando el vestuario que se suponía había sido diseñado por el viejo pavorreal, Cristatus, para el primer momento de su eternidad en compañía de su único amo, su verdadero compañero.

Ropa de seda que caía como agua, delineándole con sutileza, de color azul, con una piedra roja en el centro de su pecho, mangas largas que llegaban hasta la mitad de las palmas de sus manos, con intrincados diseños dorados, como sus ojos que resplandecían, un cinturón de oro rodeaba su cadera, acrecentando las curvas y rectas de su cuerpo, sus largas piernas rayadas se dejaban ver con cada paso que daba en su dirección, sus pies descalzos avanzaban sin titubear.

Como joyería tenía puesto un brazalete en su tobillo izquierdo, una serpiente en su muslo, pulseras y collares, demasiado oro para el gusto de Leo, pero aun así le quito el habla, respirando hondo, sin creer lo que veían sus ojos, lo que sus sentidos le decían.

El rostro de Tygus estaba maquillado de tal forma que sus rayas sobresalían un poco más en aquella luz, el dorado de sus ojos resplandecía por debajo del lienzo que como un velo de novia cubría su cuerpo, una delicada pieza negra casi transparente.

Tygus se agacho frente a Leo, colocando una rodilla en el suelo, como se le había enseñado que debía hacer una vez que la criatura decidiera que ya era hora de reclamar su don, escuchando los murmullos de todos los presentes, tratando de mostrarse tan agradecido como podría estarlo.

—Aquel que morirá por ti te saluda, mi eternidad te pertenece, mi señor Leo, el gran conquistador, destructor de espíritus, asesino de la Bestia, yo que seré tu Tyaty, te pido que cuides de mí.

Leo se levanto inmediatamente, tal vez, intentando que detuviera esa extraña ceremonia, pero tal vez, con algo de suerte, podría comenzar a ganarse su confianza, obtener un poco de la libertad que se le había negado.

—Yo seré tus ojos y tus oídos, seré tu Tyaty…

De pronto Leo le sostuvo de los hombros ayudándole a levantarse, tirando de su lienzo para robarle un beso apasionado, rodeando su cintura para que sus cuerpos ocuparan el mismo lugar en la creación de ser posible, emocionado por esa rendición, por ese juramento que se trataba de un hechizo a medias, que sellaría su destino cuando su entrega fuera completa.

—No solo serás mi Tyaty, también serás mi compañero, mi consorte y el más valioso de mis aliados, porque esta noche, el clan de los tigres ha regresado con sus hermanos, tu y yo, juntos, por siempre.

Leo tenía razón, era uno de los ancianos, después de la plaga que habían sufrido ya solo quedaban tres, un anciano bengala que había enfermado después que su maestro, Tykus y él, convirtiéndolo en algo parecido a su compañero, al menos, en la jerarquía de los suyos, uno de sus líderes.

—Mi amado compañero.

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Lion-O deseaba borrar esa seguridad del rostro de Grune por cualquier medio posible, odiaba a ese anciano, siempre lo había hecho, porque siempre había visto la forma en que sus ojos se posaban en su hermano por mas tiempo del que deberían, la forma en que lo tocaba, como le hablaba, comprendía muy bien que lo deseaba, a pesar de ser solo un niño cuando por fin se marchó.

El banquete había terminado y ahora solo quedaban los bailes en honor a su salvador, por la mañana enterrarían con todos los honores a su padre, contradiciendo las tradiciones, el luto que por respeto debieron realizar.

El héroe del pasado no era como lo supondría y comenzaba a preguntarse, si sería tan ruin como para entregarle la mano de su hermano a Grune, cuando obviamente no le interesaba, no compartía sus sentimientos por él.

Tygra lo único que deseaba en ese momento era esfumarse, perderse de la vista de Grune, que lo seguía a todas partes, aunque intentaba rehuir su desagradable presencia por todos los medios.

—Mi príncipe, he comprado este collar para ti, quisiera si me lo permites, ponértelo en persona.

Tygra negó eso, sin aceptar el regalo que Grune intentaba darle, llamando la atención de Lion-O, quien trato de interrumpirles, siendo sostenido por Leo, que coloco una mano en su hombro.

—Es un buen Tyaty… tu hermano es un buen Tyaty, comprende su lugar, pero tu… tu no comprendes el tuyo.

Lion-O se soltó apretando los dientes, a punto de preguntarle que se suponía que lograría entregando a su hermano, su Tyaty, a Grune, el destructor era un traidor, un mentiroso, porque nadie, ni su antepasado podía comprenderlo.

—Sí no tienes el poder para proteger aquello que amas, se te será arrebatado tarde o temprano, porque lo que no se gana por mérito propio, se pude robar y como leones, debemos proteger a lo que es nuestro, nuestros Tyaty, nuestros compañeros, con nuestras garras, con nuestros dientes, a como dé lugar.

Lion-O al comprender la ultima parte, se sonrojo, negándolo al instante, lo que decía Leo era monstruoso, no podía ser el compañero de Tygra, él era su hermano, aunque deseaba pasar el resto de sus días a su lado.

—Mi hermano no desea a Grune, solo por eso hago esto, no porque… eso es asqueroso.

Leo arqueo una ceja, con una sonrisa burlona, porque lo que había visto entre ellos no hablaba de amor fraternal, el joven león de melena casi inexistente, debido a su corta edad, estaba enamorado de su Tyaty, que resultaba haber sido criado como su hermano mayor, en vez de solo su compañero.

—Grune si desea a tu hermano, de la forma en la que tu dices no quererle, y si tienes razón, porque no permitirle tener un compañero que le será fiel, lo protegerá, lo mantendrá seguro, sólo por tus celos de hermano menor.

Lion-O, no dijo nada más, caminando al encuentro de Grune y su hermano, para usar su cuerpo como si se tratase de un escudo, evitando que ese extraño collar tocara su piel, apretando los dientes como si quisiera pelear con él, demostrando posesividad, una que nada tenía que ver con su amor de hermanos.

—Tal vez ese león te haya dado el permiso de cortejar a mi hermano, pero nosotros seguimos siendo los hijos de nuestro padre, la corona es nuestra por derecho y yo no te permito que sigas atosigándolo, Grune, no eres mas que un general de las castas inferiores, mi hermano no te desea, esta claro, no te le acerques de nuevo.

Los ojos dorados de Tygus les observaban desde el único rincón tranquilo de ese patio, estaba sentado en lo alto de un árbol de entrenamiento, junto a una campana, preguntándose que deseaba Leo con los príncipes, porque permitir que Grune atosigara al que decía era su heredero, pero debía recordarse que su compañero, siempre tenía mas de una carta oculta en sus manos.

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Varios meses después, tantos como Leo se tardó en regresar la salud a los suyos, por fin llegaba el gran día, el de su boda y aunque no había visitado su tierra, sus montañas, las noticias eran claras, su clan estaba a salvo y solo quedaban dos ancianos en el consejo de los tigres, uno en Thundera, el otro iba en camino, ese era su maestro.

Tygus podía ver varios de los suyos, demasiados, caminando en Thundera como si fuera su propio hogar, todos ellos eran jóvenes, de su edad o menores, la nueva generación que se preguntaba la razón de sus tradiciones, que deseaban olvidarlas ahora que vivían libres en un planeta soleado, que escuchaban de la ciudad felina, y querían verla con sus propios ojos, tal vez, era la mitad de su clan, quienes le habían seguido.

Cada instante del día Leo se encontraba a su lado, comentándole sus planes, hablándole de su futuro, de las buenas cosechas, de sus proezas, pidiéndole su consejo, este león era sin duda uno completamente diferente al que conoció en la nave, un compañero que hasta ese momento no se había atrevido a tocarle más allá de besos, de abrazos, aun no estaban casados, pero pronto lo estarían, cuando el quisiera ser suyo de todas las formas posibles.

No había saltado a su cama ni actuado como lo supuso en un principio y aunque dormían juntos, Leo se mantenía de su lado de su habitación, sin importunarlo cuando sabía que podía encontrarle desnudo, bañándose o cambiándose de ropa, confundiéndole mucho más aun con esa espera, que, con esa nueva personalidad, tan parecida a la del cachorro perdido en esos túneles, que le costaba trabajo verlos como uno solo, al comandante de la nave de la criatura y al señor de los Thundercats.

Leo era tan extraño que no podía comprender su forma de actuar, ni planear una manera de contrarrestarle, porque en ocasiones creía que su compañero planeaba algo, se lo ocultaba tan bien como fingió su lealtad a la criatura.

Mucho más aquel día en que Leo no fue visto por nadie en todo ese día, desde que llegaron las noticias de la próxima visita de Tykus a Thundera, ni siquiera él había logrado verle, en el desayuno o en sus típicas reuniones, era tan extraño del no tan joven león que no pudo más que comenzar a buscarle.

Debía encontrarlo, se dijo, sin saber cuál era la razón, empezando por su estudio, la biblioteca, su sala de armas, aun la cocina, pero Leo no estaba en ninguna habitación del castillo y para ser un león, era toda una hazaña.

Se dijo en silencio, tratando de pensar, observando a Panthera de lejos, ella estaba embarazada, de uno de los miembros de su clan, de la mejor clase de linaje que tenían, cuyo nombre era Pantro, un ingeniero especialmente inteligente, para ser una pantera repitió una insidiosa voz que recordaba su desprecio por las otras especies de felinos, la que le decía más de una vez que Leo no era uno de los suyos, que solamente se trataba de un león, así que las características que hubiera admirado en un tigre, no podía apreciarlas como lo hacía al tener el pelaje equivocado, un linaje incorrecto.

No podía verlo hermoso, fuerte o astuto, esas mismas características en un tigre eran deseables, pero en un león eran cuestión de suspicacia, sin entender muy bien cuál era la razón, debía buscar a una de los suyos, para perpetuar su sangre, era ese su único deber, uno que gracias a Leo aun podía cumplir, si acaso no lo hubiera seleccionado como su compañero.

Siendo el un Javan, el ultimo de su raza, cuyo linaje era el más puro de todos, no podía encariñarse de Leo, tampoco debía desearlo, ni siquiera en ese momento debería buscarle, pero aun así lo hacía.

—Déjalo solo, ya le has hecho demasiado daño, y si no piensas responsabilizarte de tus acciones, entonces, lo mejor es que te marches de una sola vez.

Panthera quiso advertirle, ella tenía cinco meses de embarazo y aun realizaba su deber en ese castillo, aunque faltaba poco para que tuviera que descansar más horas, en compañía de su esposo, esa pantera de linaje puro, a los ojos del tigre, que se detuvo por unos segundos, mirándole fijamente como si no comprendiera sus palabras.

—Soy su compañero, debo saber donde esta, si acaso planea algo a mis espaldas.

Quiso esconder su preocupación con demasiado éxito, esperando que simplemente le dijera donde podía ver a Leo, después de buscarle por todos los recovecos del castillo, a punto de salir a la plaza, esperando verle allí, admirando las armas, ignorando su titulo para convivir con sus soldados, una actitud que admiraba sin duda, sus hermanos de armas debían saber que eran sus iguales.

—Alla vas otra vez, no importa lo que haga, tu odio hacia los leones no te dejara aceptarle, a nadie que no sea un tigre, así que sin importar lo que pase, lo acusaras de lo que sea para justificar tu fanatismo.

Panthera no se había acercado a él, ni a su paraíso privado hasta el momento, pero seguía siendo la segunda al mando de Leo y ella conocía mucho mas del señor de los Thundercats, de lo que lo hacia su compañero hasta ese momento.

—¿Dónde está?

Tygus no discutiría con ella, solo deseaba conocer el paradero de su esposo, mucho menos importunaría a una mujer embarazada, que estaba seguro, aun podía vencerle en un combate cuerpo a cuerpo.

—¿Por qué quieres saberlo?

Acaso no le diría en donde encontrar a su león, quería verlo, necesitaba encontrarlo por razones que ni siquiera el comprendía, tal vez porque la ultima vez que le vio tenía la expresión de aquel que tiene un corazón roto, haciendo que se preocupara como solo lo hacia por su maestro.

—Me preocupa, es tan difícil de creer.

Trato de ser sincero, pero Panthera no le creería tan fácilmente, así que cruzando sus brazos asintió, para ella era imposible de creer la supuesta preocupación que sentía en ese momento.

—Proviniendo de ti, sí, además, no lo busques si no deseas brindarle al menos un poco de consuelo, lo único que haces con este juego sin sentido es lastimarlo aún más de lo que ya lo han hecho.

Tygus gruño por lo bajo, todos sus instintos le pedían ver a Leo, tal vez era su lazo mental creado al cerrar las puertas de su alma, lo que fuera que le pedía buscarle, no se detendría hasta verle, a salvo, en su habitación.

—Por ultima vez, Panthera, dime donde se encuentra mi compañero.

Panthera sonrió, tal vez comprendía algo que el no, o vio un cambio en su actitud para su compañero que le agrado, relamiendo sus labios, su cola moviéndose de un lado a otro, como si estuviera a punto de saborear un manjar especialmente dulce.

—¿Para qué? ¿Qué harás si lo encuentras?

Tygus desvió la vista preguntándose qué haría de encontrarle, regresarlo a su habitación, pero para que, dormir con el obviamente, descubriendo que no le gustaba acostarse solo, se había acostumbrado a su calor y también a sus besos.

—Es… eso es asunto mío.

Besos que nunca llegaban a las caricias, sonrojándose inmediatamente cuando el dormir juntos cambio su significado por algo mucho mas primitivo, llevando su mano a su cuello, esperando que Panthera le dijera de una vez donde podría verle.

—En tu monumento, ese jardín que cuida tanto, en ese lugar ha estado sumergido todo el día.

Tygus asintió, quiso agradecerle, pero sus piernas ya se movían en dirección del jardín que le ayudo a Leo a terminar de edificar, eligiendo las plantas y alguno que otro adorno, pasando tanto tiempo a lado de su compañero, que de pronto se dio cuenta que comenzaba a extrañarle, su aroma, su belleza, la forma de mirarle, aun sus besos.

—Hoy es un día especial para él, murió su madre y su padre, no el mismo día, pero si la misma fecha.

Tygus recordaba el asesinato de Claudius, en manos de Leo, sin siquiera estar presente a su lado, pero también recordaba que había sido en defensa propia, el temor y el maltrato sufrido bajo el cuidado de ese felino tan cruel eran razones suficientes para matarlo.

—Claudius.

Susurro, suponiendo que aquella era la razón por la cual Leo había desaparecido, pero aun faltaba un poco más de información, que Panthera le entregaría a Tygus, esperando que actuara de una forma diferente con su amigo.

—Y Nova, al darle a luz.

Ella era una leona poderosa, tan hermosa como Leo, fuerte y ágil, muchos decían que su belleza competía con la de una tigresa, pero que su fuerza con la de una pantera, el propio Tykus se preguntaba como una hembra como ella pudo aceptar al comandante como su esposo y como Leo, nació de la unión de ambos.

—¿Nova?

Era un nombre hermoso, el de la madre de Leo, que murió al darle a luz, pero que su propio padre le acusaba de haber asesinado, como si eso fuera posible, culpando a un recién nacido, un inocente, de ser un asesino desde sus inicios.

—Así que Nova era su madre… la esposa de Claudius y la madre de Leo.

Pronuncio, sin saber que más decir, retirándose, no sin antes escuchar una ultima advertencia de Panthera, quien regresaba a sus habitaciones, debía dormir un poco, su cachorro se lo pedía.

—No lo lastimes más.

Tygus no dijo nada, solo se marchó, esperando encontrar a Leo antes de que fuera demasiado tarde.

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Tygus había disfrutado de la paz y la soledad que ese árbol podía brindarle, tan alejado como estaba de los felinos que bailaban alegres, de los príncipes, de su propio compañero, quien hasta el momento no comenzaba a buscarle, como siempre lo hacia cuando dejaba de verle al menos un instante.

—Tu compañero comenzara a buscarte dentro de poco, parece un felino posesivo.

Pronunciaron a sus espaldas, adivinando sus temores, un felino que estaba a su lado, un león azul inmenso, con una apariencia demasiado salvaje, cabello blanco y ojos rojos, con una pupila alargada, demasiado grande para poder acercarse a el con semejante sigilo, haciendo que se preguntara si acaso sus sentidos estaban tan embotados que un león como ese podía sorprenderlo.

—Tu debes saberlo, eres un león.

Lo dijo con desprecio, esperando que se fuera, comprendiera que no deseaba compañía, mucho menos del clan que despreciaba tanto, los poderosos leones que siempre cumplían sus deseos, sus propósitos, sin importar lo que ocurriera, ni cuanto te enfrentaras a ellos.

—No completamente, cachorro.

El gigante de color azul le respondió, su voz gruesa y rasposa, demasiado desagradable, todo él era inquietante por alguna razón que no comprendía del todo, aun así, prefería permanecer en las alturas, que bajar para recibir toda la atención de Leo.

—Y supongo que la parte que no lo es, debe ser la mejor.

El león comenzó a reírse, asintiendo, cruzando sus brazos delante de su pecho, observando aquel paisaje, al compañero del tigre durmiente, que le daba la espalda, anhelando la libertad que jamás había probado, que siempre se le era negada de una u otra forma.

—Supones bien.

Le respondió, Tygus al escucharle moverse, sentir como se acercaba un poco más a él, se levantó de un salto, o en todo caso, se dejo caer sobre una de las ramas, alejándose del león azul, de cabello blanco e inquietantes ojos rojos.

—Y si no es tu compañero… ¿Qué es entonces?

Ese león seguía tratando de acercarse a él, y eso no le gustaba, así que simplemente retrocedió un paso, colocándose en la orilla de la rama, como si estuviera dispuesto a saltar.

—No tengo porque decírtelo.

Tygus retrocedió otro paso, para dejarse caer en el agua, alejándose de su visitante, llamando la atención de los presentes, que voltearon para verle salir del agua, recogiendo su cabello, escurriéndolo sin mucho cuidado.

—Estoy harto, regresare a nuestras habitaciones, ya jugué demasiado tiempo al compañero dócil.

Le explico a Leo, alejándose aun mojado, logrando que su león sonriera, esa era la actitud que amaba de su tigre, observando la rama de la cual había saltado, sin ver nada que llamara su atención.

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—Siempre me dijo que destruía lo que tocaba…

Pronuncio revolviendo la bebida que tenia en sus manos, una imagen extraña, porque Leo era muy austero, no le gustaban los excesos, solo cuando tenía que exhibir su poderío delante de quien consideraba un enemigo o un aliado, cuando estaban juntos precisaba de muy poco para estar contento.

—Que destruiría su linaje y creo que tuvo razón, mate a todos mis hermanos, a sus esposas, me libre de mis obstáculos…

No sabía cuanto había tomado de aquel licor, pero la botella estaba casi a la mitad y sólo tenía una copa que revolvía con pereza, sin prestarle atención siquiera, sus ojos azules fijos en su jardín, en las flores que habían traído esa mañana para él, ahora lo comprendía, esa construcción también le pertenecía.

—Tu has visto lo mucho que me odiaba, el temor que le tenía.

Era otro de sus múltiples regalos, los lujos que buscaba para él, como si tratara de alagarlo con ellos, porque bien sabía que Leo prefería una vida sencilla, su ropa no era como la suya, no tenía bordados, ni joyas, no las necesitaba, pero su compañero tenía que tener todo lo mejor.

—Pero no lo mate por eso…

Tygus se agacho a sus pies para quitarle la copa de licor, al mismo tiempo que trataba de ver su rostro, su dolor estrujando su corazón, haciendo que se preguntara si era cierto, si en verdad era él quien lastimaba a Leo como decía Panthera que lo hacía.

—¿Por qué lo mataste?

Le pregunto, acariciando su mejilla, sintiendo como inmediatamente Leo se restregaba contra su mano, cerrando los ojos, para separarse de pronto, mirando en otra dirección, recordando muy bien la razón por la cual fue nombrado comandante, como tuvo que ganarse su gloria por si mismo.

—La criatura ya no confiaba en él, me nombraría su remplazo, solo para insultar a mi padre, no porque me creyera digno, para eso estabas tú, para realizar el trabajo sucio.

Lo dijo con simpleza, no como si envidiara sus cualidades o su puesto, simplemente decía lo que sabía, el comandante hasta ese momento era una figura que solo servía para brindar terror a los animales, pero no actuaba de manera activa o significativa en el frente o las conquistas.

—Así que mi padre, enloquecido, viejo y acabado, decidió vengarse de mí, comprendiendo que la única forma de lastimarme era lograr que esa cosa te hiciera daño.

Aun en ese momento su punto débil era Tygus, su padre lo sabía, comprendía bien que era su único amigo, al único que apreciaba y que haría lo que fuera por mantenerle a salvo, pero que sería destruido si cualquier clase de daño le pasaba a su hermoso tigre.

—Le informaría de mis sentimientos por ti, lo fácil que sería obligarte a rendirte, robarle tu castidad, pero también descubrió un secreto que Tykus guardo muy bien, mejor que todos los demás secretos que guarda ese anciano.

Tygus no dijo nada, mirando a Leo con una expresión indescifrable, tratando de comprender lo que vio en sus recuerdos, comprender que su peor enemigo era de hecho, la persona que debía cuidar de ti, protegerle, así como comprender la locura de Claudius, que hacia que odiara tanto a uno de sus cachorros.

—Tú eras descendiente de la hermosa Kairi… pero eso no significaría nada para el saco de huesos, por eso ella es la única que figura como tu progenitora en los bancos de datos.

Tygus bien sabía quienes fueron sus padres, Tykus se lo dijo mas de una vez, ellos estaban enamorados, ella y el amaban a su padre, su padre a los dos, eran una pareja extraña, pero eran felices, sin embargo, ellos eran Javan, él era el único macho que aun quedaba y la criatura tenía predilección por los tigres masculinos.

—Ella no significaba nada para la criatura, no, no como el hecho de que tu padre era Tigris, su favorito, ni siquiera entiendo como pudo pasar por alto tu belleza o tu parecido con él, tal vez por tu juventud, por tu cabello corto… no lo sé, pero Claudius le diría, solo para hacerme pagar la decisión que Lord Mumm-Ra había tomado.

Tygus no quiso imaginar la tortura por la que paso su padre para querer escapar a toda costa, le perdonaba por ello, pero él solo pensar que la criatura deseaba a su padre con tanto ardor como para que el simple hecho de que compartiera su sangre lo convirtiera en algo especial, le hizo sentir enfermo, sufrir por el dolor de sus padres, agradecerle a Leo sus proezas, porque eso eran sus actos, siendo el único que pudo unir a los animales y derrotar a la criatura, crear Thundera, proteger a los tigres, su compañero era de hecho, como lo dijera Panthera, un rayo de esperanza para muchos, para él un fuerte dolor de cabeza, al que ya se estaba acostumbrando.

—No podía permitirlo y lo mate, creyendo que algún día tu me amarías, me corresponderías, ignorando que mi papel, mi actuación, como el bastardo comandante de Lord Mumm-Ra era tan perfecto, que nadie podría enamorarse de un monstruo como ese.

Leo se levantó de pronto, alejándose de Tygus, seguro de que ya no tenia tiempo para seducirle, ya no podría lograr que le amara, estaría solo, su padre después de todo tenía razón, nada podría amarle.

—Y trate de saldar mis errores, mantenerte a salvo, pero no puedes amarme si te obligo a permanecer a mi lado, así que… eres libre, puedes regresar a casa, estoy seguro de que tendrás una vida plena, que morirás como un tigre muy viejo, es más, hay alguien que te ama en tu clan.

Tygus arqueo una ceja, no era eso lo que deseaba escuchar y se levanto del suelo donde aun estaba hincado, caminando en dirección de Leo, que termino su copa, para después tirarla al suelo, en ese momento aun podía marcharse, aun podía envejecer como el ultimo Javan, perderse en la historia y tal vez eso sería lo mejor.

—Aunque no creo que puedas corresponderle, tal vez, confiarías un poco mas en él de lo que confías en mí.

Tygus ignoraba las visiones que Leo seguía viendo cada ocasión que cerraba los ojos, las que se detenían cuando el estaba presente, no deseaba asustarlo más, que le rechazara mucho más de lo que ya lo hacía, porque le amaba demasiado y comprendía que lo mejor era dejarlo ir, antes de que su maestro llegara para ponerlo en su contra con sus palabras venenosas, preguntándose si acaso Akbar no se equivocó, porque hasta ese momento, su amado no le correspondía, no como en su visión dijo que pasaría, o la espada se lo mostraba.

—Leo…

Aquellos dulces instantes no eran más que una ilusión creada por su mente para confundirlo, para hacerle creer que le amaba, que su padre no tenía razón, que era digno del afecto de su tigre.

—Te estuve buscando todo el día, al no verte en nuestra habitación, me preocupé y sólo Panthera supo decirme donde te encontrabas.

Le informo, rodeando su cintura por su espalda, abrazándolo por primera vez en todo ese tiempo juntos, en toda su vida, logrando que Leo se petrificara, agradeciéndole al rugido que por fin parecía escuchar sus plegarias.

—Ella es una buena chica.

Trato de soltarse, pero Tygus no se lo permitió, suspirando al percibir su aroma, sentir sus manos en las suyas, actuando como su instinto en ese momento se lo pedía, ignorando las enseñanzas de su clan, el odio infundado a los leones, aprendido de su maestro, que veía en Leo a un felino mucho peor que su padre, pero no lo era.

—Regresa a nuestra habitación, hace frío y necesito hablar contigo antes de que mi maestro llegue a Thundera.

Le suplico, pero Leo se soltó, no estaba dispuesto a creer que por fin su tigre le correspondía, para ser ignorado de nuevo.

—¿Qué caso tiene?
Quiso saberlo, como una respuesta Tygus se acerco a el y beso sus labios por unos segundos, desviando la mirada poco después, preguntándose porque ahora que pensaba perdía al comandante, decidía que no estaba dispuesto a eso.

—Me he acostumbrado a ti.

Le respondió, esperando que fuera suficiente para Leo, quien no se atrevió a sonreír, no hasta que Tygus confirmara sus sospechas.

—Antes de que tu llegaras, yo era solo una sombra, siempre oculto para que la criatura no me encontrara, después, mi clan me trataba como si hubiera muerto, pero tu… tu… tu me has convertido en tu mundo y eso me aterra, pero estoy dispuesto a intentarlo.

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Aquella ocasión le dio una oportunidad para demostrar que se había equivocado, pero al final, no era más que un mentiroso, un león que siempre encontraba la forma de salir beneficiado, sin importar las promesas que rompiera.

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Este capitulo esta dedicado a dos chicas muy especiales, a Yuriko Hime (rey ashura) y Ali Retachi, muchas gracias por seguir conmigo en esta locura. Espero y les siga gustando.


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