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Diario de doce meses por Juvia Loxar

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El amor y la felicidad inundan mi vista, pero a diferencia de los demás años, esta vez no me alcanzan.

Ya llegó el fin de mes, Febrero, y como prometí, querido diario, estoy de nuevo aquí para llenar tus amarillentas pero comprensivas páginas.

Sabes, hubo un día que no estuvo tan mal como de costumbre. Te preguntarás por qué, ¿cierto? Bueno, te contaré lo que pasó este catorce de Febrero.

La mañana aconteció como de costumbre: golpes y gritos en la planta baja, lágrimas mojando mis mejillas, un nuevo hematoma en mi cuerpo y regaños por cosas que nunca hice, lo habitual.

Pensé que ese sería un día como cualquiera, pero sucedió algo que siempre me hacía esbozar una sonrisa: un mensaje de Daichi, ¿el texto? “Ven a la azotea antes de clases, te estaré esperando. Te amo”. No sé qué es lo hace pues logra hacerme sonreír y sentirme amado de nuevo.

Salí de casa animado, como nunca lo había estado en mucho tiempo, con la emoción golpeándome el pecho, apretándome el corazón y cosquilleando en mis manos, inclusive hice mi camino a clases con una sonrisa tonta que hacía mucho tiempo que no adornaba mi rostro. Así seguí hasta llegar a mi destino.

Apenas llegué a la escuela, subí corriendo las escaleras, llegué a la azotea, me tiré a los brazos de mi amor y Daichi me recibió con un abrazo y un dulce y casto beso en los labios.

Hablamos de cosas triviales como de nuestro tiempo juntos (ya dos años), los nuevos chicos de primero, de nuevo sobre nosotros, nos dimos más besos, abrazos, caricias, palabras dulces de amor, intercambiamos chocolates y risas y nos quedamos abrazados.

No te mentiré, querido diario, envuelto en aquellos brazos me sentí infinitamente amado y protegido, inclusive tuve que luchar para no derramar lágrimas frente a él pues la felicidad de aquel momento fue devorada por los sentimientos de tristeza que me llegaron en oleadas de recuerdos de la situación en casa, recuerdos que me formaron un nudo en la garganta, aquel nudo que se siente cuando uno está a punto de llorar.

Traté de olvidarlo, pues no quería que él me viera así. Pero no era fácil pues cuando me abrazaba fuertemente tenía que opacar una mueca de dolor por los hematomas con una lúcida y brillante sonrisa. Quería que en ese momento todo fuese perfecto.

Después de que pasamos charlando y mimándonos mutuamente un rato, ambos regresamos a clases.

Como siempre, las clases pasaron rápido. Almorcé con mi novio y los demás miembros del club, regresé a clases, y cuando estas terminaron me despedí de Sawamura rápidamente (más rápido de lo que yo quisiera) y me fui corriendo al trabajo.

De nuevo el gerente me llamó la atención por el retraso, parece que por más que le explique mi situación y el porqué de mis retrasos a él no le importa.

Salí del trabajo, me dirigí a mi casa y la historia se repitió: gritos, golpes, portazos y ahora, querido diario, déjame informarte que tengo un nuevo hematoma, esta vez en la mejilla, y pensé “¿cómo se supone que cubra esto? No quiero que nadie en la escuela se entere, mucho menos Daichi, supongo que tendré que decir que se me cayó una caja en el trabajo o algo así, ya me inventaré algo”.

Así fue mi catorce de Febrero.

En fin.

Eso fue lo más relevante de este mes, querido diario, lo demás ha sido lo mismo de siempre y para colmo me han bajado el sueldo por mis retrasos, y eso a mi madre no le gusta nada. Inclusive, minutos antes de que me pusiera a escribir en ti, ella me lanzó una de las botellas de alcohol que mi padre había dejado aquí. Pero no te preocupes, logré esquivarlo, la botella se hizo añicos en la pared junto a mi cara y me cortó el cuerpo, espero que no deje marcas.

Esto es lo que te quería contar, y como siempre, haré lo que pueda para que los problemas de mi familia se solucionen pronto.

Hasta Marzo.


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