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Entre machos por Uberto B

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Notas del capitulo:

Hola a todos.

Este es el final de temporada, espero que les guste tanto como a mí. Gracias por hacer de su preferencia esta historia que tanto me divierte. 

Haré una breve pausa entre esta temporada y la otra, me tomaré unas inmerecidas vacaciones, y por ello nos vemos el 18 de junio.

¡Gracias!

 

 

 

Resplandecía la mañana en aquel pacífico lugar de las montañas, eran casi las once y media, y frente a la iglesia del pueblo, varias personas estaban de pie aguardando el momento que fueran las once cuarenta y cinco, cuando la corrida que llevaba a diferentes pueblos y cuyo destino final era la ciudad capital, iba a hacer su aparición. Nadie estaba tan nervioso como esos dos hombres que uno junto al otro miraban con cierto temor hacia la calle que bajaba del camino más alto del cerro, pues significaba que el momento había llegado. Con cigarro en mano, Nacho expulsaba el humo, en un intento vano por relajarse. Gustavo sentía una extraña incomodidad, veía con el rabillo del ojo los movimientos del otro.

-¿Te gusta fumar, eh?- preguntó de forma casual el ojiazul.

-Nomás a ratos- expresó el otro luego de dar otra calada.

-Es raro que lo hagas- dijo recargándose del poste eléctrico que tenía cerca.

-He hecho hartas cosas raras últimamente- sin decir más volvió a fumar.

-¿Estás bien?- el citadino se veía imposibilitado a seguir evadiendo esa pregunta.

-Sí- un monosílabo seco y serio fue la respuesta que recibió.

-Te escuchas molesto- en ese instante los dos se miraron a los ojos, notaban que ninguno de los dos estaba tan tranquilo como quisieran aparentarlo.

-Pos cómo no estarlo- lejos de ser una pregunta, fue una afirmación por parte del ranchero.

-Tú sabías que este momento llegaría…- le dijo en un tono calmado. Estaban un tanto alejados de los demás, por lo mismo podían platicar con cierta libertad.

-Ya lo sé, ya sé que tú tienes un mundo allá, con los tuyos, con tus gentes, con tu vida…- botando el cigarrillo lo aplastó con molestia logrando despedazarlo en el suelo- Pero eso no quita que…- el mismo guardó silencio, no quería decir lo que estaba a punto de pronunciar.

-Aquí he pasado momentos maravillosos, jamás pensé adaptarme tanto a un lugar como este… un pueblo tan acogedor- comentó mirando a su alrededor, las casas antiguas con techo de teja, el kiosco al centro del parque que en las tardes servía como distractor para los grupos de amigos que ahí se reunían, la vieja iglesia del tipo colonial que tenía justo enfrente, y las montañas que cercaban por todos lados a San Margarito.

-No te tienes que ir si no quieres- argumentó el otro intentando esconder las verdaderas ansias inmensas que tenía de decirle que se quedara.

-Tengo que irme, debo volver para recuperar lo que soy- cuando dijo aquellas palabras, sintió un leve golpe en el pecho, una tristeza momentánea lo invadió.

-Pos ni hablar güero, todo hombre debe hacer lo que debe, y tú tienes que ir a arreglar tus cosas- Nacho miró a la nada, él había aprendido a conocer a Gustavo, y sabía que era un hombre de decisiones y de muchos pantalones, cuando algo debía hacer lo hacía y bien, quizás una de las razones por las cuales se enamoró de aquel extraño citadino.

-Es cierto, tengo que hacerlo- no estaba del todo seguro, pero pensaba que el ranchero sufría, sin embargo era muy bueno escondiendo esos sentimientos, no le gustaba causar molestias de ese tipo, lo conocía como el tipo dicharachero, alegre, pedante en ocasiones, pero con uno de los corazones más nobles que había encontrado en toda su vida, el hijo de Remedios lo atrapó mediante esa transparencia que mostraba, nunca había visto un ser humano tan honesto, Prado San Millán había crecido en un mundo de apariencias, donde el valor de las personas radicaba en las marcas que ocupaban. En cambio, aquel hombre de campo, lo miró, lo sedujo y lo enamoró simplemente por ser quien era, el güero de ojos bonitos, sin mirar si tenía dinero o no, solamente por ser él mismo.

-Ya llegó…- el citadino estaba ensimismado en sus pensamientos, que alcanzó a escuchar ese par de palabras a lo lejos, pero le bastaron para reaccionar de inmediato. El sonido del autobús lo hizo sobresaltarse. Con angustia veía aquel viejo camión, para muchos significaba solamente retirarse del pueblo, para el de ojos claros significaba dejar una parte de su vida y de su corazón.

-Sí, ya llegó- lentamente el transporte se enfilaba a donde la gente lo esperaba. Las manos le temblaron, tomó la pequeña mochila que dentro tenía algo de ropa. Pronto sintió en su espalda  la cálida mano masculina de su acompañante.

-Acércate, no sea que te vayas ir parado todo el camino- lo animaba, ya era hora.

-¿Recuerdas lo que platicamos aquella noche, la de la golpiza?- lo miró esperanzado, por primera vez Gustavo se sentía indefenso frente al ranchero.

-Si güero, lo recuerdo…- contestó con calma el otro.

-Nacho, te voy a recordar, ¿de acuerdo?-

-Si, güero, yo también te voy a recordar- se miraban atentamente. La gente comenzaba a subir, pronto el de la ciudad debería hacerlo también.

-Nacho… tú…- sintió un nudo en la garganta, las palabras se ahogaron antes de poder salir.

-No vayas a chillar, acuérdate que debes ir y partirle su mandarina a más de uno, y aparte, como dice mi amacita, lo que deba ser será…- acortando la distancia, se dieron un fuerte y muy cargado, sentimentalmente hablando, abrazo, cada uno escondiendo su propia tristeza para no hacer sentir mal al otro, el par de machos se despedía casi en el mismo lugar en el que se vieron por primera vez.

-Ni que fuera una niñita para llorar- seriamente dijo Gustavo.

-Tá bueno, así me gusta, ese es mi güero- sonrió de lado, haciendo sus facciones mucho más tranquilas- Táte con cuidado, y recuerda que…- silenció sus palabras por unos momentos- Pos ya sabes qué- algo apenado, Nacho desvió la mirada.

-Lo sé, ya sabes que yo también- asintiendo los dos, fue el momento en el que el de piel clara abordó el autobús.

 

En el camión aún quedaban lugares, por lo cual, luego de pagar el importe correspondiente, Gustavo tomó asiento junto a una ventana, con la única finalidad de poder ver al ranchero unos momentos más, el segundo, continuaba de pie mirando al de ojos azul. Se sonrieron, no hacían falta las palabras entre ellos para demostrar lo que querían que el otro supiera. El freno fue quitado por el chofer, aquel sonido hizo que el corazón de los dos hombres comenzara a latir fuertemente. Con un lento andar, las enormes llantas comenzaron a girar, la mirada de Gustavo se tornó preocupada, con ese gesto logró que el ranchero lo imitara y comenzara a caminar conforme el transporte avanzaba. Sin dejar de mirar por la ventanilla el citadino miraba como el otro trataba de andar a la par del bus, pronto el chofer pisó el acelerador consiguiendo que los pasos del hijo de Remedios se tornaran lentos. De repente dando una vuelta en la esquina dejó de verlo, en ese momento se permitió que sus ojos se cristalizaran, lo que no sabía era que en aquella acera, frente a la iglesia, un desconsolado hombre también tenía los ojos iguales, con las lágrimas a punto de salir.  

 

 

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Faltaba aun un cuarto de hora antes de las cuatro de la tarde, sin embargo previendo el tráfico, y el lugar donde se podría estacionar, Héctor ya esperaba a su amigo. Nunca había estado en una terminal de autobuses como aquella, había muchísima gente, y como Gustavo no le había indicado en cuál camión llegaría, le pareció lo más adecuado esperarlo en la entrada, pues en algún momento debería salir. Le sorprendió ver tanta gente, aquel lugar se le figuraba como el aeropuerto, pues las personas no dejaban de salir por todos lados. Suspiró con cansancio, esos últimos días fueron un desastre, el día anterior había hablado por fin con su amigo luego de varios meses, y para su desgracia debía hablarle de cosas no tan agradables.

A veces llamaba la atención de las personas, pues no era muy común ver a un hombre tan elegante en una estación de segunda como aquella. Caminaba de un lado a otro, le tensaba el no saber cómo exactamente hacer lo que debía, Business Center se había metido en diversos problemas a causa de Adán, eran noticias difíciles. No se dio cuenta, por culpa de sus cavilaciones, que un hombre bronceado de ojos azul, se había recargado junto a la máquina de refrescos de la entrada para mirarlo atentamente.

Montenegro daba una vuelta y otra, hasta que teniendo la extraña sensación de que alguien lo veía levanto la mirada y localizó a quien lo observaba, entrecerró los ojos, veía a un hombre de cabello largo, algo desparpajado, musculoso, con una barba de unos días, pero muy bien cuidada y recortada, con pantalones vaqueros, una camisa arremangada hasta los codos, botas vaqueras y una mochila en la mano. Luego de unos segundos, abrió los ojos como platos, estaba sorprendido, aquella imagen no tenía nada que ver con la última que tenía de su mejor amigo, aquella en la que estaba vestido de traje, peinado pulcramente y sin rastro alguno de barba.

-¿Gustavo?- pregunto, aun sabiendo que era él.

-Soy yo- sonrió de lado, caminó rumbo a su amigo y lo abrazó- ¡Cuánto tiempo!- notó por la intensidad del gesto que Prado San Millán tenía una fuerza que antes no poseía, a parte, cuando se dieron la mano percibió claramente las callosidades, parecía estar frente a otra persona.

-No lo puedo creer, en verdad eres tú, pero mírate… pareces otro- sonriendo no dejaba de verlo, físicamente su compañero era otro hombre, muy distinto al que conocía- ¿Dónde has estado? Parece como si te hubieras convertido en otra persona-

-Soy otra persona, Héctor- suspiró mirando la bulliciosa ciudad, distaba demasiado de la calma de aquel pintoresco pueblo de las montañas- Tenemos que hablar- poniendo un semblante serio le dijo.

-Lo sé, vamos a tu casa, allá platicaremos más a gusto, si quieres pasamos comprando algo de comer, pues supongo que no has comido- le propuso amablemente.

-La verdad es que sí, tengo tanta hambre que sí me iría comiendo un guajolote entero- comentó alegremente.

-¿Un qué? ¿Guajolote?- el otro preguntó pues no sabía de lo que hablaba.

-Nada, olvídalo- negó con la cabeza, poco a poco debía entender que ya no estaba en San Margarito.

-Pues vamos, dejé el coche en un estacionamiento a dos cuadras de aquí- comenzaron a caminar a donde Héctor lo guiaba- Y me tienes que contar muchas cosas eh, vienes muy cambiado-

-Algo…- fue su respuesta, no es que no se sintiera a gusto con su amigo, pero en ese momento, fuera de las personas que conocía en el pueblo, no confiaba en nadie más, por obvias razones- ¿Alguien sabe que estoy aquí?- le preguntó.

-Nadie, solo yo, tal y como quedamos, aunque…- no le agradaba el tono de lo que el ejecutivo decía.

-¿Aunque qué?- cuestionó algo preocupado.

-Aunque mi secretaria, luego de que saliera de mi oficina para que yo pudiera hablar a gusto contigo, regó la noticia que el jefe había hablado, y todos los que la escucharon brincaron de alegría, felices de saber de ti y que ya estarían seguros- llegaron al lugar, Héctor pagó la cuota y esperó a que le llevaran el auto.

-¿Estarían seguros? ¿Pues qué pasó?- lo miró expectante.

-Gustavo, hay muchas cosas que debes saber, pero no es prudente hablar aquí, mejor vamos a tu casa, comemos y te contaré con detenimiento lo que ha ocurrido- Asintiendo el dueño de Business Center accedió.

 

 

 

 

Eran cerca de las ocho de la noche, su casa, luego de llegar unas horas antes, Gustavo miró su propiedad, era grande, lujosa, espaciosa, pero no tenía ese calor de hogar al que ya se había acostumbrado, ni tampoco el clásico olor a café emanando de la cocina, ausentes estaban esas pláticas entre los miembros de la familia; aquella mansión, como es prudente llamarla, era fría, silenciosa y llena de soledad.

Se encontraban, el par de hombres en la sala, tomando un poco de tequila, una bebida a la cual el citadino le había tomado gusto, con medida.

-Adán asumió el control inmediatamente después de que te fuiste, se instaló en tu oficina y comenzó a hacer muchos cambios, despidió gente como no tienes idea, a los empleados los trataba de forma poco amable y siempre a gritos, amenazándolos, convirtió tu empresa en un verdadero infierno para muchos, a mi intentó despedirme- Héctor le explicaba lo que había ocurrido.

-No puede, tú tienes un contrato a perpetuidad que solo yo puedo rescindir- intervino el recién llegado.

-Eso fue lo que le dije, por tal motivo a mí comenzó a desplazarme, pues era el único empleado intocable para él, se movió por debajo del agua y comenzó sus acciones fraudulentas, que de no ser por Sabrina, hubiera logrado- aquel nombre lo sobresaltó, hacía tiempo no pensaba en ella.

-¿Qué tiene que ver esa mujer en todo esto?- con algo de molestia preguntó.

-Sabrina y él se hicieron muy apegados, prácticamente todos los días que Adán estaba en la empresa ella también, los dos se encerraban en tu oficina, mucho se rumora, pero no soy imbécil, aunque ella lo haya negado, y con todo respeto, esa mujer y la rata esa era amantes-  poco a poco veía quién era realmente su amigo, aquel rubio que lo hizo salir huyendo.

-No me sorprende, Sabrina es una traidora, cómo no lo pensé antes, por eso la urgencia de Adán porque regresara de mi viaje y le diera el anillo de compromiso a ella esa mañana, esos dos estaban coludidos, soy un idiota por confiar en ellos- negó con la cabeza, pasándose la mano por el cabello- La mañana que regresé de un viaje al extranjero, fui a casa de Sabrina y la encontré en la cama con otro hombre, al tipo lo golpeé hasta que por un accidente lo estampé contra un espejo, yo lo creí muerto, por eso salí huyendo, Adán me dijo que era lo mejor, me hizo firmar unas…- iba a continuar su relato, pero se detuvo de inmediato, comenzó a preocuparse- Me hizo firmar unos documentos, para cuentas bancarias ¿Él me robo algo?-  directo preguntó.

-Sí- fue la respuesta de Héctor- el cincuenta por ciento de tu fortuna personal y planeaba apoderarse por completo de Business Center, con el poder que le firmaste, esa rata asquerosa se iba a quedar con absolutamente todo. Quería los fondos de inversión, los de blindaje, las acciones, todo, iba a estafar a los socios para así obtener las acciones absolutas- el miedo se acrecentó en el ojiazul.

-¿Estafar a los socios?- atónito preguntaba.

-Yo le entregué los balances mensuales y él los maquilló para hacer parecer a la empresa como en quiebra y poder de esa forma comprarles las acciones a bajo costo, Sabrina me alertó y yo los alerté a ellos, por tal motivo interpusieron varias demandas contra Adán, a la que se sumó la mía- Gustavo lo miró.

-¿Y tú por qué lo demandaste?- esperaba atentamente la respuesta, descubría que su rubio amigo era un criminal traidor y desleal, no creía tener un motivo más para detestarlo, pero se equivocaba.

-Gustavo, esto es delicado, y por palabras de la propia Sabrina- tomó aire para continuar, interpuse una demanda contra él por el delito de asesinato- poniéndose de pie Prado San Millán se sorprendió más que nunca.

-¿De qué hablas? ¿A quién mató?- comenzaba a impacientarse, había muchos secretos.

-Tómalo con calma por favor- imitándolo su amigo también se incorporó.

-¡Habla de una vez!-

-Es posible que Adán haya asesinado a tus padres- volteando el rostro y sintiendo como su semblante de intolerancia se transformaba en uno de odio trataba de asimilar lo que escuchaba.

-Ese malnacido… ¡Lo voy a matar! ¿Dónde está?- gritó con todo el rencor que podía albergar en su cuerpo.

-Antes de decírtelo, debo informarte, que con ayuda de Sabrina, pudimos recuperar tu fortuna, lo tienes todo de vuelta, todo es tuyo de nuevo, sin embargo, esa escoria se enteró que ella colaboró conmigo y fue a buscarla a su departamento, no sé cómo ocurrió, pero tuvieron un accidente y ambos están en el hospital, él más grave que ella-

-¿Intentó matarla?- el otro asintió- Ese par, son tal para cual… ¿En qué hospital están?- lo miró, no iba a esperar.

-En el San Rafael- le indicó el nombre del hospital privado, un lugar bastante caro, pero al cual aún tenía acceso por ser ejecutivo de la empresa.

-Vamos…- secamente y dejando su vaso en la mesa de centro se dirigió a la entrada.

 

 

 

 

Había despertado hacía unas horas, la cabeza la tenía vendada, por lo que la enfermera le había explicado, el golpe le hizo una herida la cual tuvo que ser suturada, estaba sentada en la camilla, miraba el lugar, era cómodo, pero no agradable, se trataba de un hospital, por culpa de Adán estaba ahí. Le informaron que la persona con la que estaba había rodado por la escalera y se había desnucado, estaba en condiciones no tan óptimas, pero seguía vivo. Lo odiaba, realmente lo aborrecía, ya no solo le provocaba asco, sino que lo despreciaba con todas sus fuerzas. Tenía puesta una bata en color azul, en el suelo vio las pantuflas, mediante artimañas consiguió saber dónde estaba, lo iría a buscar, tenía que hablar con él, esperaba hacerlo sin problemas. El reloj de pared indicaba que eran casi las diez de la noche, con cuidado salió de su cuarto, al abrir la puerta miró a todos lados, al saberse sola caminó. En un piso arriba estaba el hombre. Iba a subir la escalera cuando escuchó una voz familiar, escondiéndose detrás de una pared, vio a Héctor bajar junto con un hombre de barba, cabello largo y vestido con ropa vaquera, para su infortunio no reconoció al momento que el hombre que acompañaba a su conocido era nada más ni nada menos que Gustavo Prado San Millán.

Luego de ese inconveniente llegó. Estaba frente a Adán. El hombre parecía dormido, igual tenía la cabeza vendada, se miraba indefenso, pero lo conocía, y sabía que si ese hombre se recuperaba sería un peligro para cualquiera.

-Adán… Adán…- a modo de susurro lo llamaba. El hombre abrió los ojos con lentitud, al parecer la había escuchado.

-Ahm… Sa… Sa…- estaba agotado al parecer.

-Calladito- se puso el dedo índice en la boca- no hables, no quiero que lo hagas, es lo que menos me conviene, tú eres el malo en toda esta historia, y yo, yo soy tu víctima, tú me usaste, yo fui tu instrumento… y así lo deben seguir creyendo todos-  

-Mal… maldita…- con dificultad la insultó.

-Adán, te juro que antes me servías más vivo que muerto, pero ahora, necesito que te quedes callado, lo necesito si quiero que Gustavo algún día vuelva a mí. Lo encontraré y seremos felices, pero para ello requiero que te quedes callado definitivamente-

-Él está aquí- con voz muy baja y difícilmente, los pronunció, logrando ganar a atención de la mujer.

-¿Mi amor está aquí? ¿Dónde? ¿Dónde está Gustavo?-le preguntó desesperada.

-No- dijo el hombre

-¿No qué?-

-No te ama…- respondió, aun en su estado intentaba sonar cruel.

-Maldito Adán, todo es tu culpa, todo lo hiciste mal… eres un maldito…-

-Ama a otro…- confundida, por aparentemente no haber escuchado bien, la chica lo miró.

-¿Qué dijiste? ¿Habla?- el otro para hacerle saber que no diría más nada cerró los ojos- ¡Habla!- estaba furiosa pero el hombre no dijo más- Muy bien, ya que empezaste, así seguirás, callado… Fue un placer haberte conocido- miró el bote de basura, y en él había unas bolsas de guantes y algodón, con cuidado las tomó, poniéndoselas en las manos, le quitó el respirador y tomó una de las almohadas de la cabecera- Cuando veas al diablo, dile que yo te mandé como regalo- el hombre, con los ojos abiertos la miraba, pronto la oscuridad se hizo presente, la mujer con fuerza presionaba el objeto en la cara del convaleciente, tras unos angustiosos minutos de lucha, el movimiento cesó, con cuidado retiró la almohada, con ojos y boca abierta, Adán había dejado de existir, Sabrina lo aniquiló.

 

 

 

 

 

En la entrada del hospital, Gustavo y Héctor platicaban, ya era tarde, pero el primero debía hacer algo, no podía quedarse quieto, ya no aguantaba más.

-¿Estás seguro?- su amigo lo increpaba

-Tengo que hacerlo, Héctor, si no lo hago seré un cobarde, y yo no lo soy- seriamente le decía.

-No puedo hacer que cambies de opinión, ¿cierto?- el otro negó.

-Te prometo que todo saldrá bien-

-Eso espero, en verdad que lo espero, por tu bien y el de tu empresa-

-Verás que sí, en este momento eres el único en quien confío, por favor, no me decepciones tú también-

-Jamás Gustavo, tu eres como un hermano, y Don Clemente me enseñó a mí también el valor de la lealtad-

-Gracias en verdad, y vamos a hacer que esa rata pague por lo que hizo, y si está detrás de lo de mis papás, te juro que se va a podrir en la cárcel, te lo juro-

-Haremos que pague… ¿Y qué harás con Sabrina?-

-Ella que haga lo que deseé, pero no quiero volver a verla en lo que me quede de vida- sentenció muy seguro.

-Así será, ahora vamos a tu casa, debes descansar, ha sido un día muy pesado para ti- los dos hombres abordaron el auto y se marcharon.  

 

 

 

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La mañana en la casa grande era bastante fresca, las mujeres desayunaban tranquilamente ellas solas, pues el hombre había salido desde temprano.

-Amá, ¿Usté cree que el Nacho esté bien? Desde ayer que lo noto bien achicopalado, hasta parece que el que el güero se haya ido le pegó- decía Ángeles con preocupación.

-Déjalo mija, en estos momentos lo que menos necesita es que lo abrumemos con cosas de estas- la miró y luego dio un sorbo a su jarro de café.

-Entonces sí le pasa algo, ¿sabe qué es?- le volvió a preguntar.

-Que no seas metiche, chamaca. Cada quien tiene derecho a tener sus cosas, y si tu hermano no las platica es porque no quiere, déjalo, que quizás algún día pases por lo mismo y no te va a gustar que anden diciendo arguendes de tus cosas- con la mirada severa, la chica no tuvo más remedio que guardar silencio y seguir desayunando, en cambio la mayor pensaba con preocupación, algún día esos dos se debían separar, pero ver a su hijo sufriendo de esa forma la lastimaba, lo amaba, peleaban, lo regañaba, pero lo amaba y no disfrutaba verlo tan deprimido por causa del amor, sin embargo él necesitaba ese espacio, pues solo así podría fortalecerse.

 

 

Había pasado toda la mañana fuera de la casa, no había comido nada, no tenía apetito, luego de dejar a Jacinto arreando las vacas cerca de los pastizales, Nacho cabalgó con su fiel Tanagra por aquellas veredas que llevaban a su lugar favorito, mientras arribaba, recordaba aquellos días en los que veía a su güero andar de su lado, mientras platicaban o peleaban por alguna cosa. Estando solo es cuando se daba permiso de soltar unas cuantas lágrimas amargas, no permitiría que nadie lo viera llorar, por eso aprovechaba esos ratos de soledad para hacerlo. Luego de unos minutos, llegó al camino que le llevaba a la gruta, amarró su caballo a un árbol para después comenzar a andar por el sitio. Cada paso que daba el sonido del agua cayendo de la pequeña cascada era más claro.

Tomó asiento sobre una piedra, miró el agua caer y recordó esos momentos algo lejanos en los cuales se declaró a su güero de ojos bonitos, le parecía increíble haberse enamorado de una persona que no fuera mujer y sobre todo, de otro igual de macho que él. Lo extrañaba, no había pasado más que un día y ya lo extrañaba con todas sus fuerzas. Cerró los ojos, dejando que rodara una traviesa gota salada. Intentaba escuchar lo que el agua tenía que decirle, prestaba oídos a esas místicas palabras que la naturaleza quisiera regalarle.

 

-No pude aguantar más…- sorprendido abrió los ojos parpadeando rápidamente- No pude estar lejos de ti tanto tiempo, ranchero- levantándose y aún con la lagrima en la mejilla se volteó para ver la imagen más increíble que nunca esperó ver.

-¡Güero!- exclamó feliz- ¿Qué haces acá? ¿Te hacía allá, es tus empresas y tus cosas?- tratando de hacerlo con discreción se limpió el líquido.

-Alguien por el momento se hará cargo de ello, yo tengo cosas pendientes acá también, y mientras lo de allá se resuelve quiero estar aquí, en casa…- en efecto, para Gustavo ese pueblo, esa gente, ese ranchero hablador e ignorante, eran su familia, pasar una noche en aquella vacía mansión lo hizo darse cuenta que su lugar en esos momentos era en otro lugar.

-Güero… mi güero…- se acercó y sin pensarlo dos veces lo agarró de la nuca y lo besó con fuerza, con todas esas ganas que tenía de hacerlo desde hacía horas. Luego de unos momentos se separaron.

-¿Te crees que eres el único que lo puede hacer? Te voy a enseñar que el hombre aquí soy yo- y siendo ahora él, quien lo tomaba de cabeza, lo besó con demanda y fuerza.

-Tas loco, el macho acá soy yo- sonrieron y abrazándose se besaron con más calma, sin pensar en lo que pudiera ocurrir en el futuro, únicamente disfrutando el momento, su momento… entre machos…

 

 

 

 

 

FIN DE LA PRIMERA TEMPORADA

 

 

 

CONTINUARÁ…

 

 

 

Notas finales:

¡Gracias!


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