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Entre machos por Uberto B

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Luego de un día lleno de actividades y emociones, el oscuro manto estrellado cubrió por completo el cielo de San Margarito. El sonido de los grillos cantando, la quietud de la noche y las motitas  centelleantes que eran los cocuyos, enmarcaban aquella tranquilidad. Era la hora en la cual la gente, normalmente, dormía, sin embargo, un par de hombres no podían cerrar los ojos. Por demás había sido extraño ese día. Sin ser muy conscientes de ello, los dos se extrañaron, durante horas estuvieron separados por diferentes razones, y encontrarse con la escena de uno con otro besando a otras personas no fue lo más agradable.  Sin la camisa, y con las sabanas a la altura del abdomen, Gustavo miraba al techo, parpadeaba lentamente, no tenía sueño, pensaba, analizaba qué estaba ocurriendo en su vida, cómo en menos de un año dejó de ser el hombre que siempre fue, para convertirse en un sujeto más libre, a su parecer, más sincero y más feliz.

Sus orbes color azul se fijaban en el poco visible foco, no le ponía atención ni mucho menos, simplemente dirigía a ese punto su mirada. La imagen del rostro de Nacho se apareció en su memoria, y como acto reflejo sonrió de lado mientras negaba con la cabeza. Recordó el beso que se dieron en el camino, aquel con el cual se prohibieron volver a besar otros labios que no fueran los de ellos, lo reconoció, estaba furioso de que otra boca hubiera podido probar aquellos gruesos y tentativos labios, eran suyos, le pertenecían, para ese momento, su semblante alegre se había transformado a uno serio, verdaderamente le irritó ver a ese muchacha besar al ranchero, suspiró mientras seguía viendo al foco, con la respiración calmada y serena  tuvo el valor de por fin reconocer algo que ocurrió desde hacía ya un tiempo…

-Eres el tipo más atrabancado, hablador y juguetón que he conocido, además de que eres a veces demasiado inocente, pero también pese a todos tus defectos eres un hombre bueno, y lo lograste desgraciado, lograste tenerme así, de este modo, absurda y locamente enamorado de ti, de un hombre, algo que jamás imaginé, me enamoré de otro hombre…- incrédulo de poder decirse aquellas palabras, sonrió, lo aceptaba, estaba enamorado de aquel ranchero, su corazón, su cerebro, cada célula de su cuerpo lo admitía, amaba a ese hombre, sin embargo aún no sentía el valor para decírselo a él, era capaz de demostrárselo con hechos, pero no así con palabras, aunque no importaba demasiado, lo más relevante era lo que sentía, lo que experimentaba, y ciertamente le gustaba sentirlo, le gustaba ser feliz y dentro de esa alegría estaba incluido el hijo de Remedios, el tipo al que quería con todo su ser. Volteó la cara al lado derecho de la almohada y se dispuso a dormir pensando en lo feliz que era y en aquella persona que lo tenía de ese modo.

 

 

 

 

Si existía algo contrario a tener la armonía y calor de hogar, ese era el lugar donde se cimentaba la casa de Lorenzo Gavilán. En la sala, sentado en un viejo y conservado sillón, teniendo a un lado una vieja lámpara eléctrica que apenas alumbraba un par de insignificantes metros, la cual estaba colocada sobre una pequeña mesa de madera, el antes mencionado fumaba un puro, el tono rojizo de la punta se encendía con más intensidad a cada calada, dicho acto le servía para pensar, los puros, un vicio heredado por su padre le servían como aliciente para motivar a su mente y pensar con mayor claridad. Entrecerraba los ojos recordando la escena de la cual había sido testigo horas antes, recordaba al par de machos besándose en la boca sin temor alguno, definitivamente no era algo que le agradara y menos tratándose de su peor enemigo, tenía en sus manos una información valiosa, demasiado interesante, por su progenitor sabía que para muchos en el pueblo esas cosas no eran muy bien vistas, alguna vez le platicaron la historia del hombre que se terminó matando a causa de ser de gustos raros, le divertía la idea que ese pudiera ser el final de aquel que tantos problemas le había ocasionado, pues era precisamente lo que había deseado incontables veces… Verlo muerto. Aun recordaba la ocasión en la que se escondió entre los matorrales cercanos a la gruta, lo vio solo y sin defensa, aprovechó para dispararle, le había dado, pero no fue algo mortal, a los pocos días ya estaba recuperado, lo odió aún más por haberse salvado. Gavilán estaba empecinado en recuperar las tierras que alguna vez fueron de su familia, la gruta era una de las más bellas propiedades que alguien pudiera tener, y por tal razón la quería de vuelta, el que su padre las perdiera con el padre de Nacho en un desafortunado juego de cartas le parecía lo más patético que le hubiera pasado a esa familia, por esas tierras, Lorenzo había sido capaz de asesinar…

 

-¿Por qué le entregó estás tierras al pelado ese?- un muy joven Lorenzo cuestionaba a un hombre mayor que él, su padre.

-¡Cállate ya! No quiero recordar eso, ¡Cállate!- la recia y molesta voz del hombre resonó.

-Es que no lo entiendo, ¿Por qué le dio la gruta? Esa es la propiedad más valiosa que teníamos, pá, la más cara de todas- el jovenzuelo estaba para frente al mayor. Ambos se encontraban en una de las veredas que conducían a su casa.

-¡Con un demonio! ¡Que te calles la boca!- sin esperárselo, el mayor lo abofeteó rompiéndole el labio por la fuerza de la agresión- Son mis tierras y yo podía hacer lo que quisiera con ellas, si las quería dar en lar cartas es mi problema, a ti no te importa, mocoso imbécil- el recio hombre seguía su camino, dejando al muchacho atrás, éste, cerrando los puños y sintiéndose impotente ante lo ocurrido, corrió tras el mayor, y ejerciendo toda la fuerza que su joven cuerpo tenía, lo empujó hacia un lado del camino, al ser vereda lo que existía a donde Lorenzo empujó  a su padre era solo un pequeño barranco lleno de piedras y maleza. El de más edad no pudo ni meter las manos, al rodar, se golpeó la cabeza con una de las afiladas piedras, la cual le rompió el cráneo. La muerte fue instantánea, el menor lo vio desde arriba, serio y sin remordimiento alguno veía el cuerpo inerte del que fuera su padre, el que fue capaz de regalar sus tierras…

 

 

-¿Qué te hace pensar que a ti no te pasará lo mismo, Nacho?- lanzó una pregunta al aire mientras continuaba fumado su puro, estaba decidido a usar su última carta, entendía claramente que sin con esa arma no lo aniquilaba, no habría otra con la cual lo lograra, por lo mismo debía ser sabio para usarla. Pronto salió de sus cavilaciones, sintió la presencia de alguien que se acercaba, sabía quién era…

-Tampoco puedes dormir- afirmaba una delicada voz detrás de él.

-Cuando uno tiene cosas qué pensar, lo que menos se puede es dormir- contestó sin voltear a verla.

-En eso tienes razón, tengo tantas cosas que pensar que no puedo conciliar el sueño- continuó caminando, la joven y bella mujer llegó al otro sillón que estaba prácticamente frente al del dueño y tomó asiento.

-¿Y qué es eso que no te dejar ir a contar borregos?- con semblante serio la miraba, Sabrina iba con una bata que parecía ser de tela delgada y fina, y pese a no mostrar más que sus bien formadas piernas, el hombre podía imaginar lo que se escondía debajo de aquellas prendas.

-Quiero que Gustavo regrese conmigo y que nos vayamos de este lugar, tu famosa bruja no es más que una estúpida charlatana que solo dice tonterías, quiero algo efectivo, algo que lo haga volver a mí de una vez por todas- con resentimiento le contestaba.

-No te equivoques, hembra, a mí esa bruja me hace los mandados, y si no te ayudó es porque no le pediste las cosas como deberías, segurito que ella te dio una pista y tú fuiste tan penca que ni pa’ entenderla resultaste buena-  la mujer lo miró sin comprenderlo.

-¿A qué te refieres?- con el ceño fruncido lo miraba.

-Eso averígualo tú, pero algo te puedo asegurar, ese güero, ya no es pa’ ti-le dio una calada a su casi extinto puro y soltó el humo cubriendo la figura de la bella mujer, la cual, con las manos lo alejó de sí.

-¿De qué estupidez estás hablando?- no pudo evitar traer a la memoria las palabras de “La poderosa” algo similar le había dicho.

-Yo sé mi cuento, pero lo que sí te puedo decir es que a ese güero no le interesas en lo más mínimo, y mira que es bien tarugo, porque tener una hembra así como tu, pa’ pasar las buenas noches no está nada mal- sintiéndose un tanto cohibida, la mujer jaló lo más que pudo su bata para cubrirse la piel- Pero no te asustes, yo no voy a hacerte nada, tu solita algún día vendrás pa’ que te la meta a gusto, yo lo sé- sonrió ladinamente. Ella se puso de pie con semblante de ofendida.

-Eres un vulgar, y ni loca me metería con alguien tan detestable como tú, si estoy aquí es porque a mis intereses conviene, pero no seas imbécil y recuerda los límites, entre tú y yo existe una diferencia abismal- furiosa le hablaba.

-En eso tienes razón, chula- poniéndose también de pie, el hombre tiró el resto del puro y lo pisó con fuerza, haciendo estremecer a la fémina- Tu y yo somos diferentes, yo no creo en esas cosas del amor, eso es pa’ los débiles, y tampoco estoy interesado en alguien que me va a dar una buena sorpresa el día menos pensado- él estaba cerca de ella cuando le expresó aquellas palabras, logrando que Sabrina se tensara completamente- Que tengas buenas y santas noches, hembra- sin más caminó rumbo a su recámara dejando a la mujer algo nerviosa, no entendió muy claramente lo que el hombre le quiso decir.

 

 

 

Unos días pasaron, entre los infructuosos intentos de Sabrina por acercarse a Gustavo y la persuasión de Lorenzo para que lo evitara, el citadino y el ranchero volvían a su rutina. La feria del café había sido un éxito, como año tras año. Durante esos días, los dos estaban juntos la mayoría del tiempo, nadie los miraba más que como un par de amigos, pero pese a permitir los coqueteos de unas cuantas muchachas, ninguno de los dos volvería a consentir ser besado, ese era el acuerdo entre machos y lo respetarían.

-¿Y qué pasó con tu vieja?- el ranchero le cuestionó mientras cabalgaban por los rumbos de la gruta, debían ir a vigilar a los animales.

-Nada- fue la respuesta que obtuvo, efectivamente Sabrina se dejó de acercar a él, pero algo no terminaba de gustarle, la conocía y su desinterés no era más que una estrategia desconocida.

-No pos está bien…- el otro con el mismo tono contestó.

-¿Le dijiste a Jacinto que viera a la borrega que va a parir?- cambió el tema radicalmente.

-Sí, le dije que me mandara avisar si se ponía mal-

-¿Y a quién va a mandar, si solo somos nosotros tres?-

-Pos a la Ángeles, ella sabe dónde estaríamos- contestó sin dejar de mirar a las vacas que pastaban en grupo.

-Ah ya, por cierto, ¿No has notado a tu hermana algo extraña?- Gustavo tenía días viendo a María algo diferente, como si estuviera en otra realidad.

-Pos orita que lo dices sí, como que la he visto más mensa que de costumbre, como atarugada- lo miró a los ojos para responderle- No sé si está enferma o algo, ¿tú también lo notastes?-

-Sí, la he visto, no sé si esté enferma, pero yo creo que no, algo se debe traer, tenemos que estar al pendiente no vaya a ser un embustero que la esté pretendiendo- comentó sin saber que posiblemente estuviera en lo cierto.

-Pos que ni se le ocurra porque mi hermana es sagrada como pa’ cualquier pelado cara de tarugo- se molestó el ranchero con solo pensar que algún hombre se acercara a su hermana.

-Yo te apoyo, Ángeles es mucha mujer para cualquiera de los tipos del pueblo- lo comprendía, veía a la chica como una hermana y en algún modo lo era.

-Oye güero…- Gustavo le prestó atención- amos a la gruta, quiero descansar un rato- le sonrió, ya sabía lo que el ranchero quería realmente, y para qué negarse, él también lo deseaba.

-Tienes razón, debemos descansar, vamos- se miraron como solo ellos dos se podían ver, y sonriéndose emprendieron el rumbo a la gruta.

 

 

 

Estacionando la camioneta un tanto alejada de la casa grande, Sabrina descendía del vehículo.

-¿Es ese hombre?- la mujer preguntó.

-Sí, ese es el Jacinto, es bien lengua suelta, te puede decir muchas cosas si le preguntas, solo míralo bonito y el idiota cae- ella asintió, se cercioró que nadie la viera y se acercó el joven que en ese momento cargaba una paca de paja.

 

-Hola, muy buenos días- mostrando su mejor sonrisa la fémina saludó al jovenzuelo.

-Buenos días tenga su mercé- se quitó el sombrero para saludar.

-Hola, tú eres Jacinto ¿verdad?-

-Si… si yo mero…- con nerviosismo le contestó.

-Me alegro encontrarte, mira, quisiera preguntarte algo, para ver si me puedes ayudar- jugueteando con su cabello, la mujer empezaba a coquetear, ese chico al parecer era fácil de envolver.

-Po… Pos usté dirá-

-¿Tú conoces a Gustavo Prado-San Millán?-

-El güero, pos claro que lo conozco, trabaja aquí- para fortuna de Sabrina, en las veces que había buscado a Gustavo, ese muchacho no estaba, por lo cual él no la conocía.

-Oye, ¿Y tú sabes si él está saliendo con alguna de las chicas del pueblo o si tiene una pretendiente o algo así?- humedeciéndose lo labios esperó la respuestas, ese chico con las hormonas revolucionadas la miraba embobado.

-Pos… pos no que yo sepa, pero se dice en el pueblo que parece enamorado, aunque lo mismo dicen del Nacho…- contestó mirando atentamente a la guapa mujer.

-Parece enamorado… ¿Y no tienes una idea de quién podría ser, en el caso que eso fuera verdad?- el plan de Lorenzo estaba comenzado, por instigaciones de él, Sabrina abordaba un punto que no tenía en cuenta, que quizás alguien pretendiera a su amado, y quizás quitando a esa persona el citadino regresaría con ella.

-No… no… tiene varias pretendientas, muchas chamacas andan detrás de él y del Nacho, pero hasta orita ninguna lo ha enamorado, aunque dicen que tiene cara de borrego a medio morir a veces, como si deveras lo estuviera…- la gente se daba cuenta, y quizás fuera cierto, quizás su amado sí estaba enamorado de alguien, sentía la sangre hervir, pero debía contenerse.

-Ya veo… ¿Y dónde está ahora? ¿Lo sabes?- la chica alzó la mano, y le acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja al joven, logrando que este se tensara de la emoción.  

-Por… por la gruta… por ahí andan él y el Nacho… e… en la desa…- estaba emocionado por el contacto de la piel suave de ella.

-De acuerdo, muchas gracias Jacinto, y te pido por favor, guárdame el secreto de que estuve aquí, ¿sí?- lo miró suplicante, a lo que el joven asintió rápidamente. Sin decir más, la mujer le lanzó un beso al aire y se fue. Cuidando de no ser vista, la mujer salió apresurada.

 

 

Por el camino, alegre y tarareando una canción, Ángeles regresaba del pueblo, había ido  a hablar por teléfono, y todo indicaba que esa conversación la había puesto de muy buen humor, avanzaba tranquilamente rumbo a su casa, cuando por la entrada al rancho vio salir con mucha prisa a una mujer vestida con pantalones de color negro. Nunca la había visto, iba con una cola alta, y por el largo de la misma, parecía tener una gran cabellera. Entrecerró los ojos para ver de quién se trataba pero no logró identificarla, la desconocida dio la vuelta por el camino y la perdió de vista, le pareció muy raro.

 

 

 

Subiéndose a la camioneta tomó aire para recuperarse de la caminata rápida.

-El estúpido ese no sabe nada, solo que dicen en el pueblo que está enamorado- negó con molestia- Fue inútil venir aquí-

-Con que eso dicen en el pueblo…- se acarició la quijada.

-Le pregunté si sabía dónde estaba ahora mismo, y me dijo que por algo llamado la gruta, con el tal Nacho ese, que creo es su jefe- la mente siniestra de Lorenzo comenzó a trabajar, justo lo que deseaba s ele presentaba.

-Vamos, yo sé dónde está, si quieres verlo vamos ahora mismo- ante la premura del hombre, ella obedeció, prendió el auto y se dirigieron al lugar.

 

 

 

El plan era darse un chapuzón en el agua que caía de la pequeña cascada junto a la gruta, era un riachuelo no muy profundo pero lo suficientemente amplio como para poder sumergirse sin problemas. Los dos nadando desnudos, aprovechaban para tocarse y darse un beso. Disfrutaban el contacto entre sus cuerpos, los dos sentían esa conexión que no pudieron sentir con anterioridad con ninguna otra persona. Luego de un rato, subieron a la pequeña cueva para vestirse.

-Tába rica el agua- sacudiéndose el cabello, Nacho habló.

-Justo lo que necesitaba, algo refrescante- sonrió el otro mientras se abrochaba los pantalones.

-Me gustan harto tus ojos güero, son del color del cielo- el aludido lo miró, no le contestó y solo lo besó como toda respuesta, los dos tenían los pantalones puestos, solo les faltaba ponerse la camisa, el par de machos tenía al descubierto sus pechos y su bien hecho abdomen.

 

 

La camioneta se detuvo cuando miraron a un par de caballos amarrados en el camino.

-Están aquí- sonrió maliciosamente- Bájate, y ve a platicar con él, segurito te va a escuchar porque debe estar tranquilo, si la gruta se caracteriza por algo es por dar tranquilidad- la incitó.

-Pero… no conozco este lugar, me puedo perder- Sabrina lo miró con desagrado.

-No, te vas por ahí, junto a los caballos hay un camino, lo sigues derecho y llegas a la gruta, ahí debe estar tu güero…- sonrió al decirle. Ella esperado ver a Gustavo y convencerlo se dejó llevar por aquellas palabras. Bajó del auto y con cuidado, temiendo a los equinos, comenzó su andar – A ver de a cómo te toca Nachito, no me gusta ver las peleas de viejas…- soltó una burlona carcajada.

 

 

Los dos hombres estaban frente a frente. Ninguno hablaba, bastaba con mirarse, habían pasado unos buenos momentos en el agua, aun sentían el calor de uno con el otro, estaban felices y tranquilos.

-Güero… yo…- desvió la mirada, no podía, al igual que a Gustavo, le costaba hablar de ciertas cosas.

-También… yo también- el citadino lo miró, entendía a la perfección el mensaje, pues él mismo se encontraba en esa situación de no poder decir lo que sentía.

-Tá bueno…- se acercó, sus narices se rozaron, cada uno tenía las manos en la cintura del otro. Poco a poco la cercanía de sus labios fue mayor, sintiendo ambas respiraciones, acortaron por fin la distancia, se besaron nuevamente en los labios, transmitiéndose por completo lo que cada macho sentía.

 

 

Antes de llegar por completo, Sabrina detuvo sus pasos, sus ojos se abrieron como platos, era imposible, no quería verlo, mucho menos aceptarlo, Gustavo, su Gustavo, abrazado a otro hombre, besando a otro hombre, miraba los ojos cerrados de Prado San Millán, por su postura, por su forma de besar, por su semblante relajado, había encontrado a la persona de la cual su amado estaba enamorado… otro macho, ese al que todos llamaban Nacho…

 

 

 

 

 

CONTINUARÁ

 

 


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