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Entre machos por Uberto B

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En el enorme patio de la casa grande, cobijados por la noche llena de estrellas tintineantes, el par de jóvenes conversaba cerca de la entrada. Poco tiempo habían tenido para conversar de una manera tan tranquila, de sentirse cómodos y sobre todo, de estar únicamente ellos dos, disfrutándose el uno al otro.

- ¿Y es muy lioso lo que viniste a decirle al güero? – preguntó Ángeles con algo de inquietud.

- Sí, es un tema delicado, tiene que ver con las cosas por las cuales llegó a este lugar – contestó Héctor, para luego dar un suspiro con el cual exhaló vaho, pues la noche era fría, como casi todas en aquel pueblo cercado por montañas.

- ¿Tiene que ver algo la Sabrina esa, verdad? – preguntó, pero el tono fue más aseveración que cuestionamiento.

- ¿Cómo sabes de ella? – con la sorpresa en la cara, el amigo de Gustavo miró directamente a la chica.

- Porque esa vieja está aquí, en el pueblo – el rostro de Héctor se terminó de desencajar, desde que había llegado y por los diferentes acontecimientos que habían ocurrido, nadie se había tomado la molestia de mencionarle ese pequeño, pero importante detalle.

- ¿Sabrina está aquí? – aún incrédulo de lo que estaba escuchando el joven varón cuestionó solo para corroborar que lo que sus oídos habían escuchado era verdad.

- Sí, vino para acá, estuvo en la casa, le gritoneó a mi madre y a Nacho, por eso fue que me la surtí el otro día en el pueblo, esa vieja me da muy mala espina, y no hace falta que me lo digan, yo sé que ella no es una buena gente, es mala… bien mala – con pesadumbre la chica contestó mientras se abrazaba a sí misma.

- ¿Te hizo algo? ¿Se atrevió a tocarte? – con preocupación Héctor tomó suavemente a la mujer por los hombros para cerciorarse que no tuviera un rasguño.

- Táte tranquilo, ten por seguro que a esa le fue más peor, le di la tunda de su vida, a ver si así aprende a no meterse con los míos – sonriente la chica respondió.

- ¡Ay Ángeles! – con fuerza abrazó el menudo cuerpo de la muchacha – En verdad que no sé cómo es posible que en tan poco tiempo de vernos y de conocernos me hayas cautivado, creo que es un encanto de este pueblo, todos lo que llegamos aquí y a esta casa, terminamos enamorados – comentó de forma casual para luego darle un beso en la frente.

- ¿Lo dices por tu amigo?- cuando la joven le hizo esa pregunta, él cayó en cuenta de lo que acababa de insinuar.

- ¿A qué te refieres? – indagó un poco antes de aclarar algún punto.

- No nos hagamos tarugos, estoy segurita que tú sabes qué quiero decir, no te creo tan menso como pa’ no haberte dado cuenta de lo que ocurre entre mi hermano y el güero ¿o sí?- la mujer lo miró expectante.

- Así que lo sabes ¿verdad? – el hombre le sonrió.

- Claro que lo sé, y desde hace harto, desde el día que tu llegaste a este pueblo por primera vez – le confesó mientras se recargaba de su pecho – El día que nos quedamos platicando en tu cuarto, y que me dio miedo que mi mamacita nos descubriera y pensara cosas que no eran, salí con cuidadito, y cuando me asomé vi a esos dos dándose un beso en la sala, al Nacho le tocó dormirse en el sillón y por eso los descubrí – le dijo en voz baja, aspirando el aroma del perfume que el hombre utilizaba.

- ¡Vaya! Con que desde ese día lo sabes, yo lo he descubierto apenas hoy, cuando tu hermano y mi amigo se abrazaron en el establo luego de lo que pasó con el caballo, ahí me di cuenta que Gustavo ya no buscaba aquello que por tanto tiempo esperó de la persona equivocada – en el mismo tono de voz le respondió, mientras que con sumo respeto acariciaba la espalda de la fémina.

- Solo me da miedo lo que pueda pasar en el pueblo, la vieja esa está viviendo con Lorenzo Gavilán, el tipo que más odia a mi hermano, y esos dos segurito que están pensando cómo fregarlo con lo que saben, eso me da miedo – compungidamente mencionó la chica, consiguiendo conmover al más alto.

- No debes preocuparte, te aseguro que ninguno de los dos se dejará vencer, al menos conozco a mi amigo, y te puedo jurar que defenderá a tu hermano con su propia vida si es necesario, así como yo lo haría contigo… mi amor – los ojos llorosos de la mujer se posaron sobre los suyos, la pareja se veía con verdadero amor reflejado en los ojos.

- Te amo, Héctor

- Y yo te amo a ti, Ángeles – acortaron la distancia de sus rostros y cuando se encontraron lo suficientemente cerca, los labios de los dos se unieron en un dulce y romántico beso, teniendo como marco el infinito firmamento lleno de estrellas.

 

 

 

 

En el sillón de su casa, sentado plácidamente y fumando sin problema alguno, Lorenzo recordaba detalle a detalle lo ocurrido unas horas antes, el momento en el que había matado a su abuela, ‘La poderosa’.

No se arrepentía ni un poco de lo que había hecho, al contrario, le resultaba una carga el que la anciana hubiera vivido tanto tiempo. En la tumba de su madre le juró venganza, juró que algún día él le daría el mismo destino que la bruja le había dado a su madre: la muerte. Recordaba una y otra vez el rostro siniestro de la mujer cuando le disparó entre cada ojo, acabando con ella en unos cuantos segundos.

- Mi sangre ya estaba maldita por culpa tuya… vieja desgraciada – se dijo a sí mismo mientras veía a la nada – Ya acabé con un enemigo más, me falta el que más problemas me ha dado desde hace mucho tiempo, ya va siendo hora de ayudarle a bien morir al Nacho, a lo mejor le lloran sus mujeres, pero ¿En qué entierro no hay lágrimas? – sonrió de lado, pensaba una y otra vez aquella idea que tanto le rondaba desde la tarde – A lo mejor a la Remedios le toca la peor parte, pues una madre llora por un hijo, pero… ella va a llorar por dos, por sus dos retoños – la sonrisa maléfica de su rostro se acentuó aún más, lo había decidido, le haría sufrir a esa familia de la manera más cruel que se pudiera imaginar – Y la vieja esa ¿qué estará haciendo en la recámara? Desde que llegó se encerró ahí, algo trama…- miraba al fondo del pasillo, Sabrina no había salido de su alcoba desde que arribó rato antes.

 

 

Parada frente al viejo espejo algo corroído que tenía cerca de la puerta, Sabrina se examinaba insistentemente, tocaba su cabello largo y sedoso, sus pechos suaves y firmes, la estrecha cintura que a tantos hombres volvía locos. Llegó a sus piernas, esas torneadas y carnosas piernas que más de una ocasión Adán acarició con lujuria y desenfreno. Miraba su desnudo cuerpo reflejado en aquel vidrio que se podía inferir tenía años de antigüedad.

- ¿Qué puede ser? ¿Qué hay de malo en mí? – Apretaba los puños con fuerza - ¿Por qué no logro gustarte? ¿Por qué prefieres ese sucio y tosco cuerpo al mío? ¿Qué me hace falta? – se preguntaba mientras seguía examinándose.

Su cara mostraba un semblante combinado entre la preocupación y el enojo, detestaba la idea de ver a Gustavo junto al ranchero, odiaba la idea de imaginarlos juntos por el resto de sus vidas. Entre más imágenes de aquel supuesto hecho llegaban a su mente, más colérica se sentía.

- No puedes querer a alguien como ese sucio barbaján… ¡No puedes! – seguía mirándose sin encontrar fallo en su anatomía, No te ama, esa voz, nuevamente él aparecía, Nadie puede querer a una ramera como tú, de nada servía que mirara a todos lados, pues nunca encontraba la fuente de aquella voz, No eres hombre, no le gustas más, un tono burlesco se percibió en aquella voz que resonaba insistentemente en su cabeza - ¡Eso ya lo sé! No soy hombre, no lo soy – estaba enfadaba, y desde hacía poco comenzaba a discutir que ‘aquel’ que le hablaba, al principio lo había ignorado, pero poco a poco ‘aquel’ aparecía con más recurrencia, en los momentos menos inesperados se hacía presente, y el hartazgo la invadió, por tal motivo las peleas contra quien no veía comenzaron - ¡Ya cállate Adán! – Dijo sumamente irritada, Te odia, te odia… tomando asiento en la cama, se puso las manos en la cara en un vano intento por calmarse – Yo lo odio más, ¡Más! – respiraba agitadamente, muestra de que su límite había sido rebasado… Te di una opción, hazla, y luego mátalo, mata al ranchero y ocupa su lugar… sonrió, odiaba a aquella voz, pero sonrió al recordar lo que había hecho gracias al consejo de aquel a quien no podía ver – Es cierto… es cierto…- volteó la cara al lado derecho de la cama y sobre ella había un pantalón, una camisa y unas botas vaqueras, todas prendas de Lorenzo – Quizás así me puedas volver a querer…- sonrió malignamente al acariciar aquella ropa, su mente comenzaba a trabajar.

 

 

 

Un nuevo día alboreaba en la Casa Grande, la luz matutina se colaba por las ventanas mostrando una escena maravillosa, la claridad era algo que siempre podía observarse en aquel sitio, por eso es que a Remedios no le gustaba cerrar las cortinas a menos que fuera de noche. El comedor estaba lleno, la jefa de la familia en la cabecera, a cada uno de sus lados Nacho, Gustavo, Héctor y Ángeles. Consuelo alegremente servía el café en los jarros de barro colocados frente a cada comensal.

- Ora sí, nada mejor que un buen café pa’ comenzar el día- frotándose las manos Nacho habló.

- Táte quieto, que primero vamos a dar las gracias y luego te comes todo – Remedios indicó, luego, en un momento de silencio oraron para poder disponerse a desayunar – Por cierto, otra vez no los oí llegar, atarantados, ¿Pos onde andaban? – La dura mujer miró atentamente a los muchachos – el citadino tragó duro al ser cuestionado, pues se acordó que aún no hablaba con su amigo al respecto de la naturaleza de su relación con Nacho.

- ¡Madrecita! ¿Cómo pregunta eso en la mesa? – Nacho intervino al ver que el otro se atragantaba.

- ¡Ya les he dicho que a esta casa deben llegar a horas decentes! Que sean novios no les da permiso de mandarse solos y hacer lo que quieran, así que se los advierto por segunda vez, o me llegan temprano pa’ la próxima o verán lo que les voy a hacer con el fuete que tengo colgado en la cocina ¡¿Me entendieron?! – los muchachos reprendidos enrojecieron no por el regaño, sino por la palabra que acababa de ocupar la mujer.

- No… ¿Novios? – Gustavo abriendo los ojos enormemente se preguntó.

- ¡Madrecita! – el ranchero apenado agachó la cara, y de reojo veía a su hermana y al invitado.

- Consuelo ¿Sería tan amable de servirme más café, por favor? – preguntó Héctor sin inmutarse.

- Madre, tengo que ir al rato al pueblo, voy a acompañar a Héctor a hacer una llamada – intervino María

- Si mija, porque seguro que no sabe dónde es – respondió la mujer, luego miró  a los muchachos que no comían - ¡Ándenle, tarugos! Que se les enfría y sabe feo – los dos muchachos miraron al resto de la familia, ninguno se incomodó ni mucho menos hubo problemas por lo acontecido, es como si fuera de lo más natural que el ranchero y el citadino fueran novios, nunca se lo habían dicho como tal, pero así era como los demás habitantes de esa casa los veían, como novios.

- Sí señora.

- Sí madrecita – y recuperando la calma que tenían momentos antes, comieron como si nada. Al parecer el momento incómodo fue para ellos, no para los demás.

 

 

Ya casi era media mañana cuando los cuatro jóvenes se disponían a ir al pueblo, Nacho se quedó un momento en el establo dándole indicaciones a Jacinto, mientras, Ángeles recibía unos encargos de su madre. En la parte de afuera, cerca de donde estaba estacionado el vehículo de Héctor, él y Gustavo retomaron la plática que tenían pendiente.

 

- ¿Así que tú y Nacho son pareja? – le preguntó mirándolo a los ojos.

- Yo quería decírtelo, pero luego pasó lo que pasó con Tanagra y pues no pude, lo siento, y espero que esto no signifique un problema – con incertidumbre le contesto, cada vez que alguien sabía lo de él con el ranchero no podía evitar sentir miedo a lo que pasara.

- ¿Realmente eres gay, Gustavo? – Montenegro lo preguntó sin rodeos, desviaba un poco la vista para contemplar el verde paisaje que rodeaba a la Casa Grande.

- Pues, creo que si estoy enamorado de otro hombre y si soy su novio, quiere decir que sí – con cierta vergüenza lo afirmó.

- ¿Es realmente lo que quieres? ¿Es decir, no te parece poca cosa ese tipo? – de inmediato Gustavo lo miró con cierta molestia.

- ¿Qué acabas de decir?

- ¿Te parece que el dueño de uno de los emporios más importantes del país se conforme con un ranchero? – preguntó seriamente.

- Héctor, eres mi amigo, y te quiero como a un hermano, pero si te atreves a hablar otra vez en ese tono de mi ranchero, te partiré la cara, por muy amigos que seamos – la molestia se notaba en las varoniles facciones de Gustavo, Héctor sonrió amistosamente.

- Me doy cuenta que sí, que lo amas, y me alegra, hermano – su tono cambió, su semblante también, Gustavo lo miraba incrédulo, no entendía qué pasaba – Deseaba comprobar si realmente querías a Nacho, y por tu amenaza y el celo con el que lo defendiste, me doy cuenta que sí, que ese muchacho logró conquistarte. Por fin encontraste lo que tanto buscabas, y me da gusto – le palmeó el hombro en señal de camaradería – Ese chico es bueno, algo atrabancado, pero se le nota el amor por ti, en lo que pueda ayudarlos lo haré, y pase lo que pase, estaré con ustedes, y sobre todo contigo, apoyándote en lo que necesites.

- Gracias Héctor, hermano – respondió, no hizo falta una confesión directa, su amigo lo sabía, sabía su verdad y eso era lo que realmente importaba.

 

 

En el establo, Nacho daba indicaciones a Jacinto, desde que empezó notó al muchacho muy decaído.

- Llevo hablándote un buen rato y no me haces caso, ¿Qué tienes? – el ranchero regañaba al muchacho.

- Pos es que ya namás espero la hora en la que me corras por lo del Tanagra, palabra que no fue mi culpa, Nacho – y comenzó a llorar como el día anterior.

- ¿Que te voy a correr?

- Si, te lo juro por esta – hizo el signo de la cruz con sus dedos índice y pulgar, para luego besarla – Yo no sé qué le pasó al caballito.

- Yo sé que no fue tu culpa, no te agüites, quién sabe qué le pasó a mi caballo, pero sé que no fue tu culpa, así que ya no chilles, que pareces vieja – lo palmeó en la espalda.

- De veras Nacho, perdóname, no fui yo – seguían llorando escandalosamente.

- ¡Ya sé! Ya no chilles porque si sigues te voy a dar un garrotazo pa’ que hagas escándalo con provecho.

- Tá bueno – se resignó el más joven, mientras con sus manos sucias, por la tierra, se limpiaba el rostro – Le dije a tu mamá, que cuando regresé pa’ ca, pa´seguir con la chamba, vi una bolsa de hule tirada en el corral del Tanagra y una vieja con pantalones se iba corriendo, creí que era la Ángeles, pero no, tu hermana usa puros vestidos- tal confesión intrigó a Nacho.

- ¿Una vieja con pantalones? – el ranchero lo miró con sorpresa.

- Sí, y había una bolsa tirada por las patas del caballo, hace rato que limpiaba, encontré unos cachitos anaranjados, son de zanahoria, pero yo no les había dado de esas desde el mes pasado – el más joven dijo.

- ¿Zanahorias? ¿Les dieron zanahorias a los caballos? – preguntó aún sin comprender qué ocurría.

- Pos al parecer, nomás le dieron al tuyo, porque en el lugar del caballo del güero no había, solo había cachos en el lugar del Tanagra – su mente comenzaba a trabajar, y una idea se formaba.

- Lo envenenaron…- dijo en voz baja.

- ¿Qué dijistes?

- Nada, cuida que nadie se acerque al caballo y cuida la Casa Grande, voy al pueblo pero no tardo, pase lo pase, cuida a mi madre y a la Consuelo ¿Estamos? – le indicó a Jacinto, el cual solo asintió.

- Pe… ¿Pero qué pasa?

- Nada, solo haz lo que te pedí – sin dar más explicaciones fue donde estaban los otros dos hombres esperándolo.

 

A grandes zancadas se apresuró a llegar, Ángeles ya estaba con los otros dos. El ranchero caminaba rápidamente.

- Te tardaste mucho, ya nos íbamos a ir sin ti – en tono de broma comentó María, la cual guardó silencio al ver la cara de su hermano.

- Lo envenenaron, mi Tanagra no se murió, lo mataron, y fue una vieja con pantalones – dijo seriamente.

- ¡No puede ser! – exclamó asustada Ángeles.

- ¿Lo mataron? – preguntó incrédulo Héctor.

- Sabrina…- fue todo lo que mencionó Gustavo, recibiendo el asentimiento de Nacho.

- Esa vieja estuvo aquí y nadie la vio, quién sabe que otras veces anduvo paseándose por mi casa como si nada – con mucho rencor hablaba el ranchero.

- Esa mujer es peligrosa Gustavo, me urge ir al pueblo para informar en la ciudad que Sabrina está aquí – Héctor intervino.

- Vamos, no hay que perder tiempo – dijo Gustavo.

- Yo me quedo, vayan ustedes, yo me quedo en la casa. No quiero dejar a mi madre sola – Ángeles mencionó preocupada.

- Te prometo que no tardo ¿De acuerdo? – Montenegro se acercó y la abrazó, ante la mirada sorprendida de Gustavo y Nacho.

- Sí, vayan y no tarden por favor – la joven se quedó en el patio a la espera que los hombres se marcharan. Sin más, se marcharon caminando, debían ir y conseguir garrafas de gasolina porque el auto había muerto por falta de combustible. Hablarían a la ciudad y comprarían víveres que Remedios necesitaba, se marcharon preocupados por lo que ocurría en la Casa Grande.

- ¡Ya métete! – gritó a lo lejos Nacho a su hermana, la cual obedeció sin rechistar.

 

 

Se mantuvieron unos momentos en silencio. Avanzaban a toda prisa pues era necesario llegar lo más pronto posible y regresar.

- Hemos estado a merced de esos dos y ni cuenta nos habíamos dado – rabioso expresó Gustavo.

- Apúrense que quiero regresar rápido a la casa – y mirando al amigo de Gustavo le dirigió otras palabras- luego tú y yo debemos hablar, algo está pasando con mi hermana y no  me gusta nada, te lo advierto Héctor – el aludido asintió y continuaron caminando.

 

 

 

No tardaron mucho en llegar, cada uno se fue a hacer tareas diferentes, Nacho a buscar la gasolina, Héctor a hablar por teléfono y Gustavo por la despensa. Los tres estaban muy nerviosos. El saber que un animal como Tanagra, había sido asesinado casi frente a ellos los preocupaba demasiado, pues los ponía a pensar en cosas peores. Montenegro marcó el número que tenía en la agenda de su teléfono celular y esperó.

- Buena tarde, soy Héctor, comunícame con el abogado Soler, por favor – la secretaria de la empresa le contestó y lo transfirió, esperó unos momentos para luego escuchar la voz de la persona a quien buscaba – Licenciado Soler, buen día, haba Héctor, tengo algo importante qué informarle.

- Buen día Héctor, yo también, acaba de ocurrir lo que te había dicho y que tanto esperábamos, acaba de girarse una orden de aprehensión en contra de Sabrina Quinto Rojas – el abogado le informó una muy buena noticia a su parecer.

- ¿En verdad? ¿Ya está siendo localizada? – preguntó para asegurarse.

- Así es, a partir de hace unas horas, Sabrina Quinto es buscada por todo el país para rendir cuentas – la sonrisa de Montenegro se incrementó considerablemente.

- Justo para eso lo buscaba, estoy en un pueblo llamado San Margarito de las Cumbres, en el estado vecino de la ciudad capital, y en este sitio se esconde esa mujer, ¡La encontré!- emocionado exclamó - ¡Aquí está! Le daré los datos de cómo llegar aquí, puede buscar el pueblo por internet, pero lo importante es que se proceda cuanto antes, esa mujer está fuera de control y es imperioso aprehenderla ya – hablaba el hombre apresuradamente, debía actuar rápido.

 

 

Nacho caminaba por la calle principal, desde hacía unos momentos notó que algunas personas lo miraban insistentemente. Cerca del kiosko en la plaza principal del pueblo, se topó con su amigo Teo, al saludarlo, éste lo miró con cierto recelo.

- ¿Qué pasó Teo? – el mencionado lo miraba de arriba abajo.

- ¡Hey! – fue todo lo que le respondió.

- ¿Pasa algo?- cuestionó al ver la actitud tan seca del otro.

- Pos hay un chisme que se corrió desde ayer y se comenta harto – el muchacho lo miraba seriamente.

- Pos de qué se trata – frunciendo el ceño esperó la respuesta.

- ¿Es cierto que tú y el güero ese que te caía mal tienen sus queveres? – la pregunta lo descolocó    de inmediato.

- ¿De onde sacaste eso? – erguido y serio preguntó.

- Pos de lo que hablan

- Y si fuera cierto ¿Qué? – en tono seco lo encaró.

- ¿Tú y otro macho? – con una mueca de asco le preguntó.

- Sí, yo y otro macho.

- Eres un asqueroso, maricón – sin decir algo más, Teo se dio la media vuelta y lo dejó solo, Nacho en ese momento entendía que el pueblo entero ya sabía lo que pasaba entre él y Gustavo.

 

 

Gustavo comparaba las últimas cosas que hacían falta, la dependiente lo atendía con amabilidad, aunque notaba como si la mujer quisiera decirle algo. Ya casi salía cuando una persona lo detuvo.

- Buen día – Meche lo miraba con algo de timidez.

-Señorita Meche, qué gusto saludarla – el joven notaba que la chica estaba más tímida que otras veces.

- Quisiera hablar contigo, güero, unos momentitos – él accedió, aunque debía darse prisa. Salieron de la tienda y avanzaron unos pasos, cuando la chica se detuvo - ¿Sabes? Desde que llegaste al pueblo, más de una se interesó en ti, le gustaste, bueno… a mí también. Muchas queríamos que de repente nos miraras, o nos dijeras que nuestro vestido era bonito, o algo así- comenzó a hablar la muchacha, su voz se quebraba entre una y otro palabra. El citadino aún no comprendía por qué le decía esas cosas – Yo estuve alguna vez bien interesada en el Nacho, pero él no era de los que se quedaban con una sola, era re fiestero, se iba a los bailes, salía con un montón de chamacas, y era conocido por vacilar namás, luego, él dejó de ser así, cambió, y más de una gente andaba diciendo, en especial la chismosa de la Vicenta, que él ya andaba enamorado, pero no se sabía de quién, eso decían las viejas chismosas- Gustavo miraba como los ojos se le cristalizaban a la chica.

- Señorita Meche…

- No güero, no me interrumpas, que aún no acabo – ante tal petición, el hombre asintió – No lo creía, hasta que yo mismita lo comprobé, el Nacho ya no era el mismo, es como si sus ojos se hubieran quedado en un solo lugar, como si namás pudiera ver pa’ un solo lado y ya – las primeras lágrimas comenzaron a salir – Y se siente re feo en el corazón saber que tu ilusión se quiebra, porque ya no tienes ni tantita esperanza, porque sabes que ya perdistes aún sin haber empezado – con delicadeza el citadino le limpió las lágrimas de los ojos.

- No era algo que él planeara – comentó el hombre.

- Ya sé, nadien tuvo la culpa, eso pasa, yo lo entiendo, me fijé por harto tiempo en él, cuando llegastes me ilusioné contigo, pero yo creo en esas cosas del corazón y que cuando conoces al amor de tu vida sus almas se encuentran y se reconocen, y eso fue lo que pasó con ustedes, se reconocieron, aunque son rete diferentes, por fin se encontraron, y por eso entiendo que el Nacho hubiera cambiado, porque él te había estado buscando desde hace hartos años antes, y al fin te encontró, aunque tu cuerpo fuera distinto al que varios pensamos que serías – mencionaba la chica acongojada – Solo quería decirte que de corazón espero que sean felices y aunque aquí hay costumbre y varias ideas, te digo que hay harta gente a la que esto no les importa, porque ustedes son buenas personas, y lo que el Lorenzo diga es solo lo que él piensa, cuídense mucho – se acercó y delicadamente lo besó en su varonil mejilla rodeada por una barba bien cuidada. No dijo una palabra más pues comenzó a andar el camino a casa.

- Ya lo saben – se dijo apesadumbrado, era algo que tarde o temprano se sabría, y eso acababa de ocurrir.

 

 

 

 

 

Luego de que cada uno hizo lo propio, en silencio, pues ni Gustavo y Nacho querían hablar aún, regresaban a la Casa Grande, aunque hubieran querido no tardar, no pudieron hacerlo. Demoraron más de lo que querían.

-Chicos, lo lamento, ya escuché los rumores en el pueblo y quiero que sepan que hay personas que no los van a juzgar, que los queremos y digan lo que digan, ustedes dos son hombres inteligentes y sabrán salir adelante, en verdad que sí – Héctor también lo sabía, el pueblo era sabedor de la relación entre esos dos machos.

 

Ya llegaban a la Casa Grande cuando desde la entrada vieron algo que no les agradó. Las llantas del auto de Héctor estaban reventadas, el parabrisas hecho pedazos, la puerta de la entrada abierta de par en par. Sin dudarlo, los hombres tiraron lo que llevaban en las manos y corrieron para adentro. La sala estaba en orden, sin embargo, los aterró lo siguiente que pudieron ver…

- ¡Madrecita! – Nacho gritó acelerado, Remedios estaba tirada a un lado de la televisión.

- ¡Señora Remedios! – lo alcanzó Gustavo.

- Se la llevaron… se la llevaron hijo… mi Ángeles…- con un hilo de voz la mujer les dijo, María de los Ángeles había sido secuestrada…

 

 

 

 

 

CONTINUARÁ…

 

 

 

 

 

Notas finales:

Quiero hacerles una confesión, mi cerebrito está trabajando en la idea de un nuevo relato, pero esta vez situado a finales del siglo XVIII, en la época de la Nueva España, digo, ya tengo el primer capítulo, pero no sé si vea la luz pronto, por cuestión de no haber avanzado mucho, ¿Le parece interesante una trama situada en una época tan lejana?

 

Saludos!


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