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Entre machos por Uberto B

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Como si se tratara de un animal enjaulado a la espera de atacar al primero que se acercara a burlarse, así, de esa misma forma, algo irritado, cansado y sobre todo harto de la situación, hasta dónde había llegado, Lorenzo caminaba de un lado a otro, en su cuarto las ventanas estaban cerradas, las cortinas avejentadas corridas, solo una pequeña lámpara de buró iluminaba la estancia, pero su luz era bastante tenue, apenas y se podía distinguir un metro de distancia.

Respiraba cual toro al que se le provoca. Sus ojos denotaban la furia que sentía. Había llegado a su límite, sabía que iba por todo o por nada. De soslayo miró la menuda figura de María de los Ángeles, atada de pies y manos, recostada en la cama, aún adormecida por el golpe que le había dado. Muy pronto se sabría que él la tenía en su poder, y conociendo como conocía a su rival la iría a buscar, era cuestión de horas para que la batalla final comenzara. Su único objetivo había sido recuperar las tierras que alguna vez fueron suyas, sin embargo, Nacho se negó en todo momento a dárselas, ese era el motivo de años de odio, de desprecio, de fraguar una lenta y dolorosa venganza: la tierra.

- Tú y toda tu parentela se van a quedar con la tierra… - hablaba a una durmiente Ángeles, la miraba con desprecio infinito, con ganas de estrangularla en ese mismo instante - ¡Pero con la del camposanto! ¡Ahí es onde van a terminar tú y tu hermanito! – vociferó. La miró fijamente, se acercó y pudo notar que el vestido de la muchacha se había levantado unos centímetros, dejando al descubierto  un poco más de piel, la morena y tersa piel de la hermana de su enemigo, sonrió ladino, dentro de todo lo que sentía, algo se le había ocurrido.

Cerca de la puerta del cuarto, una figura masculina fumaba un puro mientras observaba a Lorenzo en todo lo que hacía.

 

 

 

En la Casa Grande el alboroto se había desatado, Nacho se desquitaba con el viejo árbol de naranja que estaba en el patio. Hervía de rabia, tan solo bastaron unas cuantas horas afuera y ello resultó suficiente para que alguien se metiera a su casa para causarle una de las penas más grandes que había experimentado. Su madre luego de hablarle, se desmayó, a ella  y a Consuelo las habían golpeado. Al que peor le fue, había sido Jacinto, la sangre de su cabeza no dejaba de emanar, todo parecía indicar que con el joven fue con el que más se ensañaron. A toda prisa Héctor regresó al pueblo para traer consigo al doctor. Debía apresurarse, pues el joven trabajador de Nacho estaba en riesgo.

Con una frustración similar, Gustavo apretaba los puños, mientras miraba el cuerpo dormido de la anciana cocinera, le parecía increíble que alguien se atreviera a tratar así a una mujer que únicamente era buena con las personas. Estaba herido, se habían atrevido a dañar a la que ya consideraba su familia. No se desquitaba golpeando, pero si imaginaba todos los escenarios posibles en los que los responsables de aquella infamia pagarían su atrevimiento.

No pudo evitar mirar el momento en el que el ranchero entró corriendo, dirigiéndose a uno de los cuartos del fondo, se estremeció un poco al saber qué era lo que había ahí, por tal motivo no dudó ni un segundo en ir tras él.

 

Nacho respiraba con dificultad, las lágrimas le impedían emitir algún sonido, lejos de sentirse triste, sentía rabia, y buscaría al responsable de lo que ocurrió en su hogar. Encendió la luz del cuarto, escudriño durante unos segundos la habitación, cuando vio lo que buscaba caminó presurosamente. En la pared, colgada como siempre, la vieja escopeta de su padre, aún servía, con esa misma su madre le enseñó a disparar. Arrugando el entrecejo alzó las manos y la tomó. La revisó cerciorándose que tuviera cartuchos, cuando se aseguró, la volvió a armar y giró dispuesto a salir. Fue en ese momento que se topó cara a cara con el citadino.

- ¿Qué haces? – lo encaró Gustavo.

- ¡Hazte pa’ lla! – con la cara le señaló el lado izquierdo de la puerta, para que lo dejara pasar.

- ¡Te hice una pregunta! – levantó la voz al notar que el otro lo había hecho.

- ¡Quítate güero! – entredientes le volvió a hablar.

- Si quieres que me quite, pégame el disparo aquí mismo – con la palma abierta y fuertemente se golpeó el pecho – Solo así harás que me aparte de tu camino.

- ¡No estoy jugando! – volvió a hablar en tono amenazante.

- ¡Yo tampoco!

- ¡Quítate si no quieres que…! – el ranchero estaba perdiendo la paciencia.

- ¿Qué? ¿Me vas a disparar? ¡Adelante! ¡Dame un tiro si tan hombrecito te crees! ¡Pero ya! – lanzando el reto, Gustavo bajó los brazos en señal de aceptar que lo baleara.

- Gustavo… - con rabia le hablaba.

- Tú me vuelves a llamar Gustavo y te parto la cara, para ti soy el güero – estaban los dos iracundos, y lo sabían, un movimiento en falso desataría una fuerte pelea entre los dos.

- ¡¿No entiendes que tengo que ir a matar al desgraciado que le hizo esto a mi familia?! – gritó lleno de impotencia y desesperación.

- ¡¿Y no entiendes que yo estoy con las mismas ganas?! ¡¿No te das cuenta que también quiero encontrar a los responsables de esto y matarlos con mis propias manos?! ¡Siento como si me estuvieran arrebatando de nuevo a mi familia! ¡Ya perdí una y no quiero perder otra! – Con la misma desesperación habló – Y lo que es peor, que si te llegan a hacer algo, si alguien te... te… - lanzó un grito desesperado – Yo me mato, no podría estar sin ti, ranchero imbécil, tengo miedo que algo te hagan y te arranquen de mi lado… ¡Entiende! – le gritó, aquel monólogo sirvió para que el ranchero bajara un poco su cólera, notando que el citadino, a su manera, lo estaba protegido.

- Güero… - en un tono más suave le habló, el otro se tensó, lloraba de rabia, de miedo, de tristeza.

- Ya me cansé de tenerlo todo sin tener nada… Estoy cansado de estar solo – bajó la cara para evitar que el otro lo mirara llorar.

- Perdón…- alcanzó a decir para luego bajar el arma que tenía en las manos – Soy bien tarugo a veces, pero… pero mi hermanita se la llevaron quién sabe a dónde, y tengo miedo que algo le hagan – con un tono más calmado habló.

- Lo sé, pero tenemos que esperar a que tu mamá despierte y nos diga que ocurrió, si te sales a echar balazos no vas a conseguir nada – le contestó el joven citadino.

- Pos sí, pero… - sin más que poder decir en ese instante, se acercó al Prado San Millán  y lo abrazó con fuerza – ¡No sé qué haría sin ti! – exclamó mientras lo hundía en su cuerpo, permitiéndose tomar fuerzas.

- Esperemos y te prometo que traeremos a Ángeles de vuelta, te lo juro – Nacho asintió, le creía, sabía que si Gustavo lo prometía sería verdad. Se mantuvieron abrazados durante unos segundos hasta que escucharon la puerta principal abrirse.

 

El médico acompañado de Héctor había llegado. El amigo de Gustavo era otro de los que estaba desesperado, necesitaban que alguno de los heridos hablara para saber dónde estaba su amada Ángeles, al igual que los otros hombres estaba rabioso y con ganas de acabar con el que se hubiera atrevido a llevarse a la muchacha.

 

 

El doctor había revisado primeramente a Jacinto, que estaba en la recámara que era de Gustavo, al parecer el golpe que le habían dado resultó en una herida superficial, al haber sido cerca de la nuca se confundió con algo de mayor gravedad, afortunadamente para él, solo era muy sanguinolenta, por lo cual fuera de la pérdida de sangre no había más peligro.  Luego, examinó a las mujeres. Aún dormían, la que más preocupaba, después de Jacinto, era la anciana, pues debido a su avanzada edad podía resultar más crítica su situación.

- No se preocupen muchachos, Consuelo está bien, al parecer quien o quienes hicieron esto querían solo asustarlos, pues no era su intención matar a nadie, sabían lo que hacían – El preocupado doctor les informó, su temor radicaba en efectivamente el descubrir que los vándalos no querían asesinar a nadie, pensando así en cuál era el objetivo de lo ocurrido.

- Es un aviso…- mencionó Gustavo en tono muy bajo pero audible por los presentes.

- El Lorenzo… - dijo Nacho, haciendo crujir sus dedos por la rabia. El citadino lo volteó a ver, estaba de acuerdo en la hipótesis.

- ¿Qué hacemos? ¡Tenemos que hallar a María de los Ángeles! – un desesperado Héctor intervino, estaba hecho una furia, necesitaba encontrar a su amada lo más pronto posible.

- Tenemos que dar aviso a la comandancia – dijo Prado San Millán

- Habrá que esperar, el comandante y la patrulla se fueron a Piedra Parada, al parecer hay un delincuente escondido aquí en San Margarito y lo llamaron para allá para informarlo bien y darle el apoyo necesario, yo creo que en un rato más regresa – el médico les indicó.

- ¿Se trata de Sabrina?

- Debe ser ella, ya informé en la capital que ella está aquí, ya se había girado una orden de aprehensión en su contra – con tono despectivo habló Montenegro.

- Eso quiere decir que ya la están buscando… - guardó silencio por unos minutos, una idea llegó a su mente - ¿Ella tendrá que ver en esto? – se preguntó logrando que los demás lo voltearan a ver.

- Doctor, váyase pa’l pueblo y dígale al comandante lo que pasó cuando llegue, nosotros no nos movemos de aquí, esos pueden volver y ora si voy a estar aquí pa’ meterles un tiro entre los ojos.

 

Estando todos desesperadamente de acuerdo, el hombre se marchó prometiendo enviar ayuda. Los otros tres estaban casi seguros de quiénes eran los responsables, pero debían esperar a que alguno de los desmayados hablara.

 

 

 

Ya casi caía la tarde, estaba más que hartos de esperar. Ninguno despertaba y el tiempo corría, la desesperación los hacía presos de ella. Los tres hombres querían encontrar a María lo antes posible. Cada uno se quedó con un convaleciente, Gustavo con Consuelo, Héctor con Jacinto y Nacho con su madre. Tenían la instrucción de que el primero que despertara hablara para saber qué pasaba.

- Nacho… Hijo…- el hombre paró en seco sus pasos, volteó a ver la cama y vio a su madre con los ojos abiertos, aliviado en parte, se apresuró a llegar donde ella, se arrodilló a su lado para verla y escucharla mejor.

- Madrecita chula, qué bueno que despertó… Me pegó un chico susto – el joven miraba emocionado a su progenitora.

- Mijo… ¿Dónde está mi niña? – fue lo primero que preguntó, pues sabía lo que ocurrió horas antes.

- Aún no sabemos, nada, ni quién ni cómo… ¿Usted recuerda algo madrecita? – tomando cariñosamente la mano de la mujer, esperó pacientemente la respuesta.

- Estábamos en la sala, cuando Consuelo gritó, tu hermana y yo nos asustamos, ella fue primero a la cocina y la oí gritar, me levanté pa’ ver que pasó y vi a un hombre parado…

- ¿Era el Lorenzo amá?

- No, ese llegó luego, el hombre que estaba junto a él…- le contó el relato de como vio que Lorenzo tomó  a su hija y yéndose por la sala se la llevaba, mientras que ella fue tras los dos, fue  golpeada y dejada tirada en donde la encontraron.

- ¡Desgraciados malnacidos! – Dijo sumamente enojado – Voy por ella, ora sí sé dónde está mi hermana. Usted no se preocupe por nada – dejó un momento a su madre, y bajó a ver a los otros, no sin antes tomar su escopeta.

 

- ¡Oigan! – los llamó, cuando ellos aparecieron cerca de la sala les contó – La tiene el Lorenzo, voy por ella – dijo dando pasos hacia afuera.

- ¡Espera! No te vas a ir solo, yo te acompaño – mencionó Gustavo.

- Y yo también, tengo que ir por ella – Héctor habló.

- No, se tienen que quedar aquí, cuidando a la gente, yo me iré solo.

- ¿Eres imbécil o qué? No te pedí permiso, voy a ir contigo y punto – volvió la cara a Héctor –  Imagino lo que estás pasando, pero no podemos irnos todos, alguien debe quedarse a cuidar la casa, no podemos dejarlos sin protección – mencionó persuasivo el citadino.

- Pero, no puedo permitir que ese cretino se quede sin castigo, tengo que ir por mi Ángeles – Montenegro dijo seriamente.

- La traeremos, por favor quédate aquí, es mejor que…- no pudo terminar de hablar porque voces fuera de la casa llamaron su atención. El sol comenzaba a faltar y por tal motivo la oscuridad se hacía presente. Desde dentro se veían luces en el patio.

- ¿Qué es eso? – se preguntó el amigo de Gustavo, eran cerca de cuarenta personas con algo similar a antorchas, las que estaban en el patio. Los tres hombres salieron al pórtico para ver de qué se trataba.

 

- Ya llegamos mijo – Gustavo sonrió enormemente, su amiga y la primera que le tendió la mano cuando llegó a ese pueblo casi un año antes lideraba la turba.

- ¡Señora Martha! – corrió donde ella para abrazarla. A su lado estaba Meche.

- El doctor contó en el pueblo lo que pasó y como no llegó el comandante, pos estamos aquí pa’ ayudarlos – Meche intervino – Traigan de vuelta a mi amiga.

- Todos estos de aquí vienen pa’ ayudar mijo, nosotras y unos hombres nos quedaremos en casa pa’ cuidar de Remedios y los otros, yo sé que ustedes se tienen que ir – ahora la amiga del citadino se dirigía a Nacho – Váyanse y que Dios me los cuide – Nacho asintió, y se dirigió al establo por el caballo. Detrás de él, cinco hombres lo siguieron, comenzaron a flanquear la casa, todos estaban armados, nadie podría entrar sin antes recibir un balazo.

 En la parte trasera de la Casa Grande se quedaron aquellos cinco. En la entrada de la cocina, tres, en la entrada principal cuatro, en la entrada al rancho, seis hombres armados hasta los dientes impedirían el paso a cualquiera que fuera desconocido.  Así fue como el lugar estaba asegurado por todos los sitios, cuatro mujeres entraron para hacerse cargo de los enfermos.

Desde el dintel principal Martha despedía a los demás junto con los tres muchachos, que ahora sí podrían ir juntos. Ya iban a emprender el viaje cuando Remedios apareció junto a Martha.

-¡Nacho! – al grito el aludido se detuvo. Bajó del caballo y regresó donde su madre.

- ¡Dígame madrecita! – el chico la miró esperando sus palabras.

- Que Dios te cuide y te guarde, y por favor… Tráeme a mi hija – el hombre tomó las manos de su madre y las besó.

- Por mi vida le juro que la traeré – sin más volvió con los demás, a los cuales también bendijo y junto con los aliados del pueblo emprendieron camino rumbo al rancho de Lorenzo Gavilán.

 

 

Por el sendero cuesta arriba, se podían observar las antorchas en mano y los jinetes montar imponentemente las bestias. El ruido de los cascos y las palabras que intercambiaban los hombres rompía completamente con el silencio de la noche fría que azotaba en aquel momento, el que iba al frente era Nacho acompañado de su fiel Gustavo, los dos iba dispuestos a todo con tal de recuperar a su hermana.

- ¡Gracias a todos por esto, a pesar de lo que en el pueblo hoy se sabe! – dijo Nacho, a sabiendas que su relación ya era conocida.

- Eso es asunto de ustedes, y si el Lorenzo cree que por eso dejaremos de ser ley contigo y con tu familia, está pero si bien tarugo ¿Verdad compas? – uno de los hombres que iba en la caravana intervino, logrando que el bullicio afirmativo se escuchara.

- ¡Gracias! Ora si, vamos onde ese chacal – y apretando el paso avanzaron más rápido.

 

 

 

Era ya noche, Lorenzo seguía esperando la aparición del ranchero, suponía que para esos momentos ya sabía que él tenía en su poder a María. Sonreía, la muchacha había despertado horas antes, justo cuando el hombre le acariciaba una pierna. Se retorció con la intención de no ser tocada más. El sujeto sonreía, pues era imposible que ella escapara si él decidía hacerle algo.

- Ya no tarda en llegar tu hermanito, y pa’ cuando aparezca el valiente, le tengo preparada una sorpresita – levantó su revolver para besarlo y luego sonreír - ¿Dónde se habrá metido la vieja esa? – desde hacía rato no veía a Sabrina – Vieja condenada, está perdiendo la cordura – negó con la cabeza, esperaría un rato más, dudaba que Nacho tardara más tiempo.

 

Pronto escuchó cascos de caballos, sonrió, el héroe había llegado, salió de la habitación y fue directo a la ventada, lo que vio, sí que lo sorprendió, su rival no iba solo como pensaba, a su parecer, mucha gente lo acompañaba con armas y antorchas. Su sonrisa se borró de inmediato.  

- ¡Maldito! – Exclamó - ¡Sabrina! ¡Sabrina! ¡Ven acá! – gritó para que la mujer saliera de donde estuviera.

 

 

Desde afuera, Nacho miraba a la casa, no se veía gran movimiento pero sabían que estaba el hombre ahí dentro, su caballo estaba atado al lado de la entrada.

- Ese mísero no se me escapa – el ranchero bajó del animal con gran audacia, tomó su escopeta y miró con molestia la puerta.

- Yo voy contigo – Gustavo, también descendiendo del caballo, tomó su revólver y fue con él.

- Los demás esperen aquí, si se pone fea la cosa yo les echo un grito pa’ que entren.

- Yo los acompaño – ya se iba a bajar Héctor pero Gustavo lo detuvo.

- Es peligroso, ese tipo debe tener algo planeado, quédate aquí cubriéndonos las espaldas – le indicó su amigo y éste solo asintió. Los demás hombres prepararon armas por si fuera necesario.

- Acuérdate güero, ese desgraciado tiene a otro y a la vieja esa, hay que tener cuidado – mencionó el hijo de Remedios y el otro lo miró aceptando sus palabras.

 

- Si no entras solo con tu jotito, me quiebro a la Ángeles – desde dentro, Gavilán advirtió, debían ser cautelosos.

- Solo estamos nosotros dos, abre – dijo el citadino aguantando las ganas de romperle la cara al otro.

- ¡Ábreles! – escuchó y la cerradura comenzó a ceder. Poco a poco la puerta se abrió dando paso a los hombres.

 

El par entró viendo al lado de la entrada a un hombre algo bajo en comparación de Lorenzo, el cual tenía la cabeza gacha y cubierta por un sombrero.

- Estoy en el cuarto del fondo, acá estamos tu hermanita y yo – gritó el nieto de ‘La Poderosa’

- ¡No vengas Nacho! – la voz de su hermana menor lo alertó.

- ¡Ángeles! – gritó pero detuvo sus pasos al oír un balazo, por segundos su sangre se congeló.

- ¡Sólo tu! El güero se queda en la sala – indicó nuevamente el otro hombre.

- ¿Mi hermana está bien? – preguntó para asegurarse que aquel tiro no la hubiera lastimado.

- ¡Habla! – al estar él en la sala y Lorenzo en el cuarto no se podían ver, por lo cual a punta de gritos era que se comunicaban.

- Sí, estoy bien, pero no vengas Nacho, es una trampa – la voz llorosa de la mujer le indicaba.

- ¿Y de cuando acá te hago caso? – caminó, pero se detuvo de golpe, volteó a ver al citadino. Se vieron por última vez, al ranchero  no le importó que el otro hombre de la puerta los viera, se acercó y besó en los labios a Gustavo – Voy vengo, cuídate, te amo – le dijo antes de avanzar al cuarto.

- Cuídate tú también mi amor – era la primera vez que lo llamaba de esa manera, y por la situación en la que estaban quizás y sería la última, por lo mismo lo dijo sin más.

El ranchero asintió y desapareció en la penumbra del pasillo.

 

- Veo que se aman demasiado – escuchó la voz de Sabrina, volteó a los lados pero no la veía.

- ¿Dónde estás arpía? – sujetó su revólver mientras veía a todos lados.

- Junto a ti, mi vida…- la voz venía de las cercanías de la puerta, pero solo estaba aquel hombre que les abrió.

- ¿Sabrina? – miró aquella figura extraña, aquel hombre que los dejó pasar, éste levantó la cara y se quitó el sombrero.

- Esa mera soy yo, güero…- imitando el acento de Nacho se dejó ver. Iba vestida como hombre, su cabello era un desastre, al parecer se lo había cortado con tijeras sin importarle como quedara, pues su larga y sedosa cabellera se reducía a un corte con partes largas y unas muy cortas, un desastre total; ella les había abierto, aquella imagen lo dejó sin palabras – ¡A ver si ora si te gusto, güero! – soltó una carcajada la mujer, Gustavo no creía lo que miraba, Sabrina había enloquecido…

 

 

 

 

CONTINUARÁ...

 

 

 

 

Notas finales:

Estamos a casi nada del final...

 

¡Gracias por sus lecturas y comentarios!


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