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Entre machos por Uberto B

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Alboreaba la tierna mañana, los primeros rayos del sol se colaban por las rendijillas que se formaban entre las tablas que constituían las paredes de aquel viejo cuarto. Removiéndose un poco en aquel rechinante y nada cómodo catre, Gustavo abría sus ojos, un poco de legaña se formó en ellos. Incorporándose lentamente se intentaba despertar del todo, un gallo cantaba incesantemente, desconocía la hora exacta pero sabía que era temprano, pese al sol que comenzaba a alumbrar, sentía el frío mañanero calarle los huesos, así era el clima, se lo advirtieron con anticipación. Frotándose los brazos para generar calidez el hombre se puso de pie enrollándose con la cobija que el ranchero le prestó la noche anterior. Se dirigió a la puerta y jaló el pasador para poder abrirla, una vez parado bajo el dintel pudo observar el paisaje, abrió la boca realmente sorprendido y notó también el vaho que exhalaba. La noche le había dejado la impresión de un lugar macabro y tétrico, sin embargo el día le ofrecía un escenario distinto. El verdor del pasto, los frondosos y grandes árboles erigiéndose en él, los animales tales como gallinas, borregos y perros corrían de un lado a otro, la humedad propia de la hora hacía emanar el fresco olor a tierra, era realmente impresionante ver un lugar así natural, al menos lo era para él.

-Vaya- se dijo sonriente- Esto es hermoso- seguía mirando con la cobija puesta. Pronto vio a una mujer mayor corriendo en el patio, iba detrás de una de las gallinas.

-¡Vente pa’cá condenada! No me hagas correr- veía como se agachaba para atraparla- ¡Méndiga gallina fea vas a ver cómo te vair- se limpiaba la frente por el sudor. Lo que más impresionaba al joven era el hecho que la anciana anduviera con un ligero vestido, un mandil y no mostrar una sola señal de frío- ¡Ya te agarré grosera!- poniendo encima del emplumado una caja de madera hecha con delgadas tablillas, la mujer puso sus manos en las rodillas para respirar en señal de recuperación.

-¡Buenos días!- dijo Gustavo caminando rumbo a la mujer.

-Buen día tenga su mercé- ella lo inspeccionaba detenidamente- ¿Y asté quién es?- soltó el cuestionamiento.

-Mi nombre es Gustavo, la señora Remedios me empleó para trabajar aquí- la vieja abrió los ojos como platos.

-¿Usté? ¿Trabajar aquí? ¿Y cómo de qué?- preguntó

-Pues en lo que haga falta- sonrió un tanto incómodo

-No pos sí, pero ay chamaco, tú te ves como que muy de no aguantar, acá el trabajo es juerte, no sé si sirvas pa’l campo- dijo sacando al animal de su prisión y cargándolo de las patas.

-No se preocupe, sir sirvo- dijo seriamente.

-Pos tá bueno mijo, yo soy la Consuelo, trabajo en la casa grande, soy la que cocina y limpia, si algo se te ofrece ay me dices, por cierto, ¿Ya tomates café?- esa pregunta hizo que el estómago del citadino gruñera, no cenó y ciertamente su apetito era grande- Ya me di cuenta que no, vente pa´cá chamaco, te voy a dar de almorzar- el otro sonriendo asintió, regresó a su cuartucho y dejó la manta sobre el catre para luego seguir a la anciana.

 

Iba caminando al paso de la mayor mientras miraba con detenimiento el lugar, la casa grande era bonita, se notaba vieja, pero sin duda estaba muy bien conservada. Entraron por la puerta de la cocina, y de inmediato sintió el calor que ofrecía la estufa de leña, la cual consistía en una lámina  circular de metal, empotrada en una plancha de concreto, que tenía una abertura al frente para poder introducirle los pedazos de leños y así generar el fuego. Otro rústico instrumento que el menor desconocía.

Una olla con café hervía, su olor era agradable, inundaba las fosas de Gustavo lo que hacía desear más aquel líquido oscuro.

-Toma chamaco, orita te caliento unas torillas pa’ que desayunes- el otro respondió con un escueto sí, para luego beber de su taza- ¿y de ónde vienes?- aquella pregunta lo regresó a los sucesos increíbles del día anterior, cuando su vida como la conocía acabó.

-De lejos señora… muy lejos- dijo en tono ausente mirando su taza. Era cierto, llegaba de muy lejos.

-Buenos días Consuelito hermosa- pronto la calma se vio afectada por aquella voz que tan antipática le resultaba. Aquel que saludó también pronto borró su semblante feliz- ¡Pero si ya hasta desayunas! No pos el trabajo te debió dejar cansado ¿verdad güero?- mencionó con burla. Gustavo miraba a Nacho con desprecio, le comenzaba a caer peor de lo que le caía.

-Ya tú, deja de molestar y vete a sentar pa’ que te sirva, ándale- la anciana lo llevaba a la sala.

-No, primero trata al señor como lo merece, debe estar harto cansado- le dirigió una sonrisa burlesca.

-Te voy a cansar de la paliza que te voy a dar embustero- no pudiendo resistir más, el citadino se puso de pie y le dijo con mucho coraje.

-Pos a ver si puedes güerito, namás te advierto que pego duro- el otro aceptando el reto se colocó frente a su rival.

-No te tengo miedo, y finalmente no te voy a cargar- la respiración de Gustavo se tornó violenta, estaba muy enfadado.

-Ni yo a ti, te voy a romper tu carita blanca- respondió con la misma molestia.

-Al que suelte el primer trancazo le meto un plomazo- desde el corredor que conducía a la sala, Remedios apuntaba con un revólver al par de hombres, no se dieron cuenta el momento en el que Consuelo fue a buscar a la señora de la casa. Ambos la miraban sorprendidos.

-Madrecita, baje usted eso, se puede lastimar- Nacho le decía con nervios.

-No seas tarugo, atarantado- cerró el ojo derecho para enfocar bien- Acuérdate quién te enseñó a tirar- era cierto, esa mujer era muy hábil con el revólver y la escopeta, y donde ponía el ojo ponía la bala.

-No pos ya madrecita, acá no pasó nada, ¿verdad tú?- sonrió dándole una tremenda palmada en la espalda a Gustavo- este y yo solo platicábamos amá, ¿sí o no?- el otro, sonriendo y devolviendo el brutal golpe contestó…

-¡Claro que sí señora! Solo charlábamos- sonrió, ella los vio, entrecerró los ojos y bajó la pistola.

-¡Háganse guajes y van a ver quién les va a platicar pero si bien bonito!- respirando con calma, la mujer se dirigió a la anciana- Consuelo, tráenos el desayuno por favor- la otra asintió y corrió a la cocina, el recién llegado dando los buenos días por saludo regresaba a su lugar cuando la dueña lo detuvo- ¿Para dónde vas Tavito?- le cuestionó.

-A la cocina, señora, voy a seguir desayunando- la respondió educadamente.

-No, nada de eso, vente pa’ca, vas a desayunar con nosotros antes de irte a trabajar con este atarantado, tráete tus cosas a la mesa- sin objetar el otro hizo lo que le indicaron.

-¡Pero madrecita!- Nacho exclamó.

-En la casa yo soy la vieja y yo mando, y pobre de ti cómo se te ocurra decir un sandez- dicho esto el ranchero calló. A la mesa pronto se unió la menor de la casa.

-Buenos díaaaa- no terminó su saludo porque vio que de la cocina salía aquel hombre que tanto la impactó el día anterior.

-Buenos días María de los Ángeles- educadamente Gustavo la saludó. Nacho miraba con desagrado a aquel sujeto que saludaba a su hermana.

-Bue… bueno… buenos días- contestó con la cabeza gacha y muy sonrojada.

-¡Ya siéntate Ángeles y ponte a comer!- su hermano mayor le dijo con cierta molestia.

-Ya, demos gracias y desayunemos- la matriarca hizo una oración y acto seguido desayunaron.

 

Luego de ingerir los alimentos, cada quién se dirigió a sus respectivas labores, no sin antes que el par de hombres se llevaran la amenaza de ser el próximo tiro al blanco si se agarraban a golpes. Nacho había salido a buscar a su caballo mientras Gustavo acudió a la cocina por petición de Consuelo.

-A ver mijo, agárrate a la grosera esta mientras busco la cazuela- le dio la gallina que sería la comida de esa tarde.

-Pe… pero se mueve mucho- la tenía agarrada de las patas y el animal aleteaba.

-Pos sí, tá viva- contestó risueña la anciana, a diferencia del ranchero, con ella sí sentía simpatía. Al ver que se movía demasiado la mujer le pidió que la amarrara a la pata de la mesa que estaba junto a la estufa de leña, el citadino con cuidado de no ser picado por el ave la amarró lo mejor que pudo- A ver chamaco, agárrame tons la cazuela, voy a sacar el cuchillo pa’ matarla- el joven cargaba el recipiente cuando el animal le picó la pantorrilla, el inesperado piquete lo asustó a tal grado que soltó la cazuela de barro logrando que esta cayera sobre el animal matándolo accidentalmente, Consuelo volteó y gritó aterrorizada- ¡Matates a la gallina! ¡Asesino!- juntando sus delgado y huesuditas manos la mujer exclamaba- ¡Matates a la gallina! ¡La matates!- miraba la escena, Gustavo tragaba saliva nervioso y se disculpaba.

-¡Perdóneme usted! No fue intencional, en verdad que no, es que me picó y… pues yo solo…- trata de arreglar lo que había hecho.

-Ay chamaco, acabas de tener tu bautizo de sangre, matates a la gallina- la vieja negaba mientras levantaba al animal.

-Lo siento señora Consuelo, en verdad no quise hacerlo…-

-¡Vistes méndiga grosera! Te morites por mala- dicho esto la mujer soltó la carcajada completamente divertida- Ay chamaco no te espantes, te estaba engañando- quedándose helado el muchacho miraba  a la anciana, estaba bromeando, la anciana lo engañó y él cayó redondito en la broma.

-Doña Consuelo…- estaba serio, pero luego comenzó a reír- ¡Me engañó!- ambos rieron.

-Pos es que estabas muy serio mijo, ándale ya vete que te van a regañar, al rato vienes pa’ comer- negando con la cabeza salió, la anciana le simpatizó mucho.

 

 

 

En el establo, Nacho ya estaba montado sobre su caballo, a un lado estaba un jovencito que sostenía las riendas del equino, hablaban y callaron en cuanto apareció Gustavo.

-Tenías razón Nacho, este güero se ve re débil- mencionó Jacinto.

-¿Qué dijiste?- el hombre del que se burlaban encaró al muchachito.

-No… no, nada, no dije nada- aquel tono y esa seguridad con la cual lo encaró lo intimidó

-Pues más te vale, con uno tengo más que suficiente- acto seguido volteó a mirar al otro.

-Así me gusta, que me mires pa’rriba- se burló.

-A veces hay que hacerlo, porque las aves tienden a dejar caer su excremento y uno debe estar al pendiente de que no lo ensucien- contestó logrando que Nacho lo mirara con molestia.

-Tá bueno… vamos a la gruta, quiero que levantes la cerca que se cayó, aunque si crees que te lastimarás tus manitas mejor quédate pa’ ayudarle a la Consuelito- dijo el ranchero.

-Yo puedo con eso, ranchero, ¿dónde es?- preguntó.

-Es acá a unos kilómetros, vas a tener que caminar, porque solo tengo a mi Tanagra, y namás los extraños no le caen- sin más se echó a andar.

-Síguelo güero, porque te va a dejar- comentó Jacinto y el otro asintió. El otro galopaba rápidamente en el caballo mientras Gustavo corría detrás de él.

 

 

-A ver si te crees tan hombre luego de esto güerillo- se decía mientras iba en su animal, se burlaba, pues había más caballos y pudo darle uno a su empleado, pero no, se quería cobrar lo del desayuno. Tenía un buen rato descansando al lado de su cuaco cuando un jadeante y sudoroso Gustavo apareció frente a él.

-Para… para la otra avísame que…. Que va a ser tan lejos- arrastraba las palabras por el cansancio.

-Pos si me acuerdo- sonrió burlón. Caminó unos metros indicando al muchacho que lo siguiera- Ira, esta cerca de alambre la tiraron, la tienes que levantar de nuevo, ahí están los postes, acá el mazo y el alambre, es tu primer trabajo manitas de cera, levántala- el joven Prado, miraba unos gruesos palos de madera, los postes, y a su lado un grande mazo, volvió su vista a la tarea y serían fácilmente unos veinte metros de cerca por levantar, iba a ser un trabajo duro- Si no puedes dime y le digo al Jacinto que lo haga- obviamente si eso pasaba no se acabarían las burlas, y él no era ninguna mujercita como para no poder hacer esa labor, aunque nunca la hubiera hecho.

-Yo lo hago ranchero, supongo que tienes cosas qué hacer ¿no?- sutilmente lo intentaba mandar al diablo, y el otro sonriendo ladino asintió.

-Tá bueno, ay te quedas- subiendo Tanagra, emprendió el camino.

-Imbécil- dijo cuando el otro se marchó. Imaginando cómo debía hacerlo, tomó los pesados postes puntiagudos, y escarbando con los mismos comenzaba a enterrarlos en la tierra, era difícil lograrlo. Llevaba alrededor de dos horas y apenas logró levantar cerca de cuatro metros, las manos las tenía destrozadas, varias ampollas se habían reventado, enterrar esos rugosos palos, el mazo para clavarlos y el alambre para cercar consiguieron ese resultado- Maldito ranchero… tenías razón, soy un inútil- se dijo mirando sus manos, unas ganas de llorar por la impotencia se le presentaron, pero no lo haría, no dejaría que esas lágrimas salieran, negando con la cabeza continuó su tarea. Estaba demasiado concentrado en su labor que no se percató del hombre que tenía a sus espaldas.

-Yo que tu dejaba eso, no vaya a ser que te lleves un machetazo- una voz habló detrás de Gustavo y este dejó el poste para mirar de quién se trataba, pronto lo vio, un hombre alto, fornido, con camisa a cuadros, pantalones vaqueros, con botas y un machete en la mano lo observaba.

-¿Qué? ¿Quién eres?- estaba algo nervioso pero no lo demostraría.

-Yo soy el dueño de la tierra que estás cercando, yo tiré esa cosa pa’ que mis animales pasaran-

-A mi me dijeron que la levantara, y supongo que si me lo indicaron es porque son sus tierras- contestó secamente.

-¡Vaya! Te pones valiente, aún no sabes con quién hablas- desenfundó el artefacto. Gustavo respiró hondo, ese sujeto se miraba peligroso.

-Solo los cobardes atacan así, a un hombre desarmado, pero ni modo, si así lo quieres así será, tú le tocas un pelo al güero ese y yo te dejo como coladera Lorenzo Gavilán- el aludido volteó, Prado miraba a Nacho sobre su caballo y apuntando un arma a la cabeza del hombre que lo amenazó…

 

 

 

 

 

CONTINUARÁ…

Notas finales:

¡Gracias!


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