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Entre machos por Uberto B

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-Solo los cobardes atacan así, a un hombre desarmado, pero ni modo, si así lo quieres así será, tú le tocas un pelo al güero ese y yo te dejo como coladera Lorenzo Gavilán- el aludido volteó, Prado miraba a Nacho sobre su caballo y apuntando un arma a la cabeza del hombre que lo amenazó.

-¡Táte quieto Nacho! si solo saluda al amigo- el hombre comenzó a guardar la moruna en su funda mostrándose bastante quieto.

-Pos jálale porque aquí no tienes nada qué hacer- desde su lugar el ranchero seguía apuntando su pistola.

-Veo que están parando la cerca que tiré ¿Por qué?- bajando de su animal el joven se posicionó frente a Gavilán.

-Por qué va a ser Lorenzo, pos porque no me gusta que mis tierras estén sin límites- y acto seguido enfundó su revolver.

-Te haces maje Nachito, estas tierras son mías, siempre lo fueron- los hombres se miraban fijamente, por su parte Gustavo se dedicaba a observarlos, a su parecer no se caían nada bien.

-Te recuerdo que hace años tu padre las perdió, así que amárrate los pantalones y deja de chillar como vieja- Lorenzo dio un paso al frente para intentar intimidar a Nacho, pero este lo miró indiferente.

-Te estás pasando mocoso- el hombre era unos años mayor que el hijo de Remedios, por lo que no lo consideraba a su altura.

-Pos si no quieres que el mocoso te rompa el hocico mas vale que te vayas yendo- lo miró con un semblante de advertencia.

-Ya veo…- el mayor asintió- Pero que esto no queda aquí, estas tierras y la gruta son mías, y las voy a recuperar- lanzó la amenaza.

-Tá bueno, ora lárgate- dejó salir las palabras con suma molestia. Sin dar réplica el otro se marchó en completo silencio desapareciendo entre la vegetación prominente del lugar.

 

El ranchero entrecerraba los ojos mientras se acomodaba el sombrero, comenzaba a hacer calor y durante unos segundos se lo quitó para refrescarse. El citadino lo miraba, no había mencionado palabra alguna desde que el otro se fue, pensaba exactamente qué era lo apropiado para decir, sin embargo sus pensamientos fueron interrumpidos por la masculina voz de su patrón.

-No me lo tienes que agradecer güero- mencionó Nacho mirando el paisaje completamente verde que tenía enfrente, amaba su tierra, el sol hacía ver los prados más verdes que nunca, el olor de la hierba se colaba por sus fosas nasales enamorándolo aún más de su lugar de origen.

-De cualquier modo gracias, aunque yo lo hubiera detenido sin necesidad de tu ayuda- contestó el ex empresario.

-No pos eso vi, que le ibas a quitar el machete con las manos ¿no?- se acercó y le agarró fuertemente las muñecas con la única intención de hacer su broma más pesada, sin embargo su sonrisa ladina se borró de inmediato al ver las extremidades de Gustavo.

-Te están sangrando güero- en efecto, las manos de Prado-San Millán tenían varias ampollas reventadas, al parecer era doloroso para el que la padecía puesto que apenas y rozó uno de los pequeños huecos escuchó un gemido.

-¡Déjame!- con violencia el citadino quitó sus manos de las del ranchero- Mejor vete a seguir con tus cosas y deja que yo siga con mi trabajo- con molestia se volteó a continuar con su labor.

-¿A poco vas a poder?- sonrió divertido el dueño de las tierras.

-Quiero hacerlo- soltó secamente para continuar escarbando y enterrar el poste.

-Pos una cosas es querer queriendo y otra poder pudiendo güerillo- Nacho se recargó de uno de los grandes árboles que estaban al lado de la vereda.

-Ya vete, que me estás molestando y tengo cosas qué hacer, si tu quieres estar de holgazán es tu problema, yo sí quiero trabajar y puedo hacerlo- dijo el fuereño sin mirarlo y soportando el dolor que sentía en las manos prosiguió con su ardua labor.

-Tá bueno- el otro caminó a su animal, que estaba amarrado a otro tronco, lo desató y de un salto lo montó con habilidad- A ver si a la noche aún tienes manos- soltó la carcajada y emprendió el andar. Respirando con ira Gustavo aguantó las ganas de bajarlo de un jalón y darle un puñetazo en la cara, detestaba enormemente al ranchero.

 

 

Luego de unas horas en las que descansaba a ratos para dejar que sus heridas no le dolieran tanto casi terminaba la tarea que le había sido encomendada. Le faltaban escasos dos metros para terminar de levantar la cerca. Respiraba cansado, no sabía que demoraría tanto, por lo que no había llevaba ni agua ni comida, el estómago le decía que necesitaba fuerzas, pero a menos que comiera la hierba silvestre no había otra cosa, la sed era aparte, se estaba deshidratando y aparte de ello, cuando terminara tendría que caminar un largo rato hasta llegar a la casa grande, definitivamente el trabajo en el campo era muy pesado, al menos así  lo creía. Se levantaba del suelo cubierto por pasto cuando escuchó varias pisadas acercarse, al parecer era sonido de herraduras, un caballo, pensando que se trataba de Nacho se apresuró a su lugar para ignorarle completamente.

 

-¡Hey güero!- para su sorpresa no era el patrón, se trataba del jovencito que había visto en la mañana- Te manda esto Doña Remedios- se bajó de uno de los animales y le alcanzó una bolsa de plástico con tortillas de maíz hechas en casa, unos pedazos de carne asada y un traste cerrado con agua. Se trataba de una comida demasiado simple, pero para el apetito que el citadino tenía en esos instantes le pareció el banquete más suculento del mundo.

-¡Gracias!- sonriendo se acercó y pronto vio que había dos caballos- ¿Y esos?- preguntó mientras destapaba el recipiente con agua para beberla como desesperado.

-Pos uno es pa’ ti, así me dijo la patrona, pa’ que no te regreses a pata, ¿sabes montar?- el chico le preguntó suponiendo que no.

-Sí, tomé clases de equitación durante años y también practicaba polo con mis amigos- sonrió al recordar aquellas actividades.

-¿Equi qué? ¿Polo?- el joven lo miró confundido, desconocía completamente de lo que hablaba.

-No, nada…- se incomodó un poco, prefirió evitar mencionar cualquier detalle de su vida anterior- ¿Entonces hay más caballos a parte del de Nacho?- el otro no pudiendo negarlo, asintió- Desgraciado, me hizo caminar en vano, solo por imbécil- otro motivo para odiarlo.

-Me dijeron que ya no tardes, porque se va a hacer de noche y no sabes andar por acá, así que te voy a ayudar pa’ que termines mas pronto- el chico se levantó y comenzó a enterrar los postes con suma facilidad, al mirarlo parecía lo más sencillo del mundo, pues el joven lo hacía con tanta rapidez que pareciera juego de niños, pero por su experiencia sabía que no era así.

-Oye, ¿qué edad tienes?- preguntó antes de introducir a su boca el taco de carne que se había hecho.

-Tengo ‘dicisiete’- contestó mientras seguía enterrando los postes.

-Ya… ¿Y cuál es tu nombre?- cuestionó el citadino.

- Jacinto de la Cruz Pérez- los dos metros pronto se vieron cubiertos con los postes y justo en esos instantes comenzaba a poner el alambrado. Dejando la comida de lado, Gustavo se levantó para continuar.

-A ver, te ayudo a colocarlo- tomó un extremo del alambre.

-Sí, a ver güero, haz el amarre allá pa’ que pueda jalarlo- ambos hombres terminaron rápidamente con el resto de la cerca, lo que a Prado le hubiera costado unas horas más, con el apoyo de Jacinto lo hicieron en mucho menos. Se limpiaba el sudor de la frente cuando desde su sitio Gustavo miraba al sol ponerse, no sabía la hora, pero por lo que miraba suponía que era tarde, sin haberse dado cuenta se pasó todo el día levantando una cerca que le destrozó las manos completamente. Lo contempló unos segundos, el día que había tenido le resultó mortal, el más cansado en cuanto a trabajo físico, por lo que le resultaba reconfortante ver un escenario así de hermoso, los rayos naranjas cubriendo todo lo que podía ver, algunos grillos comenzaban a cantar, pronto oscurecería, ese momento se la recordó, una tarde así en una bahía de Estados Unidos le había pedido a Sabrina que fuera su novia, esa mujer que lo engañó de una manera vil y sucia. Negando con la cabeza intentó olvidar esos recuerdos que lastimaban su corazón, ella no lo merecía, la olvidaría del modo que fuera.

 

El joven y él cargaron los animales con las herramientas que ocuparon y emprendieron la bajada rumbo a la casa grande, fue relajante el andar, no tenía que caminar y con eso era más que suficiente pues estaba molido, las manos le ardían tremendamente, se sentía sucio, apestaba, requería un baño con urgencia, pero sabía que lo haría con el agua de los bebederos de los caballos y no con agua tibia como lo acostumbraba. Bajaban y la oscuridad comenzaba a reinar, era tranquilo el lugar, no era tétrico como la noche anterior, hasta la noche en ese momento había cambiado, ya no le resultaba macabra, sonreía pues nunca se había detenido a apreciar esos pequeños detalles, ahora lo hacía orillado por las circunstancias, pero lo hacía al final de cuentas. Llegaron y llevaron a los animales a tomar agua antes de meterlos al establo, increíblemente Gustavo no había visto los cinco animales en la mañana, negó riendo, ese ranchero se aprovechaba de su ignorancia, pero ya se encargaría de ponerlo en su sitio.

El joven se despidió del citadino y lo miró perderse en la oscuridad. Sonrió y se introdujo a su cuartucho de madera. Prendió el foco y se talló la cara, al instante una mueca de dolor se le formó en la cara, al menos el bañarse con agua fría le haría no sentir tanto ardor. Se iba a quitar la sucia camisa cuando su puerta se abrió, acto que lo puso en alerta, sin embargo al verde quién se trataba solo se molestó.

-¿Qué? ¿Ya te vas a echar con las gallinas?- Nacho se recargó del marco y comenzó a reírse.

-¿Qué quieres?- ladeó la cabeza con fastidio.

-Nada, nomás quería verte el físico de seguro- soltó la carcajada- ¡Ten!- le arrojó una bolsa.

-¿Qué es esto?- preguntó sin ver la bolsa de plástico.

-Pos una bolsa- rio por la pregunta- cuando tu agua esté lista la Consuelito te va a venir a avisar pa’ que te bañes- lo miró a los ojos fijamente durante unos segundos, sin más se retiró. Frunciendo el ceño el citadino tomó asiento en el viejo catre.

-¿Qué?- se preguntó al ver lo que la bolsa tenía, unos ungüentos, y un par de vendas enrolladas, le parecía increíble, el ranchero no portándose como un completo idiota, sonrió negando con la cabeza y tomando los objetos para curaciones se dispuso a usarlos.

 

Debido a la oscuridad Gustavo no podía verlo, pero desde un lado del patio y gracias a que el citadino tenía la puerta abierta y la luz prendida Nacho lo observaba, rio cuando descubrió que el otro se curaba las manos heridas.

-Eres un terco güero- se dijo para seguir su rumbo- esos ojos, nunca había visto unos ojos de ese color- notando lo que decía se golpeó la frente, prefirió traer a su mente a Meche, aunque los ojos de Meche no tenían nada que lo sorprendieran.

 

 

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Eran cerca de las ocho de la noche, dentro de la oficina principal de la torre del “Bussiness Center” un hombre rubio esperaba pacientemente a la persona que había llamado. Miraba a través de los amplios cristales, la ciudad resplandecía, luces por doquier iluminando las calles. Adán sonreía feliz, sus planes marchaban sobre ruedas, tenía la mitad de la fortuna que durante años había ansiado y a la mujer que amaba. Tocaron la puerta de la oficina que había sido de Gustavo y que ahora era la suya.

-Adelante- contestó y tomó asiento en el fino sillón de piel.

-Me dijeron que querías verme ¿Qué deseas?- un joven hombre de treinta años, bien parecido y vestido con un impecable traje color negro lo miraba desde el otro lado del escritorio de caoba.

-Como sabrás, Gustavo se retiró un tiempo de la empresa y me dejó a cargo de todo, así que quiero que traspases los fondos de la cuenta a plazo fijo que él tiene en el Banco Central a la cuenta que tengo en el Banco Nacional, para unirlo a los demás fondos de blindaje- le dijo mirándolo directamente.

-Eso no es posible, como bien lo dijiste es un dinero a plazo fijo, por lo cual no se puede tocar hasta determinado tiempo- respondió algo incómodo por aquella petición.

-Lo sé, pero a fin de mes se puede hacer, estoy al tanto de ello y quiero que para esa fecha lo hagas- replicó inmediatamente.

-¿Y por qué a una de tus cuentas? Hasta donde sé los fondos de blindaje también están en el banco central- algo le parecía raro.

-Eso no es asunto tuyo Héctor, limítate a hacer lo que te digo- se comenzaba a impacientar.

-Pues me apena decírtelo pero no lo haré, ese dinero no se tocará ni a fin de mes a menos que sea el propio Gustavo quien me lo indique- sentenció claramente el hombre.

-¿Acaso estás negándote a hacer algo que él mismo indicó?- se puso de pie el rubio, le alteraba la actitud del otro.

-Sí, me estoy negando porque Gustavo no me lo ha indicado, y de ese dinero solo podemos disponer él o yo, me parece extraño que si él lo pidió no me lo hiciera saber, por lo cual si es verdad, él me lo indicará personalmente y cuando así sea lo haré, antes no- sentenció firmemente, situación que enfureció Adán al punto de estrellar su puño contra el fino escritorio.

-Yo estoy a cargo de todo durante la ausencia de Gustavo, ¿te das cuenta que estás poniendo tu trabajo en peligro?- la amenaza que profirió no menguó en la tranquilidad del otro, que sonrió de lado al escucharla.

-Lamento decirte que por mis funciones tengo un contrato a perpetuidad que solo se puede rescindir con la firma de Gustavo, pues él mismo así lo dispuso ¿no pensarás que pondría al frente de sus finanzas a alguien que cualquiera pudiera despedir tan fácilmente o sí? Por lo cual, aunque tengas el poder en el “Bussiness Center” mi contrato es intocable para ti, así que no, no temo poner mi trabajo en peligro y si ya terminaste de decirme todo lo que querías me marcho, que tengas buena noche- no esperó respuesta y salió del lugar, la actitud de Adán le pareció sospechosa al principio, pero al paso de las palabras supo que ese hombre algo malo tramaba y como primer hombre de confianza de Gustavo se encargaría de averiguar qué era lo que ocurría.

-Maldito Gustavo, eres un imbécil…- maldijo el rubio cuando el otro se retiró, en esa cuenta había varios millones de dólares y por ello deseaba acceder a la cuenta- Así tenga que matar a tu jefe, ese dinero será mío de Sabrina, estúpido Héctor, ya me las pagarás…- no se iba a rendir, haría todo lo que estuviera en sus manos para arrebatarle todo a Prado-San Millán, el hombre entrecerró los ojos sonriendo maliciosamente…

 

 

 

CONTINUARÁ...

Notas finales:

¡Gracias!


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