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Entre machos por Uberto B

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Había pasado una semana desde la llegada del citadino al pueblo de San Margarito, las jornadas laborales para él resultaban agotadoras, terminaba con las manos y los pies destrozados; las caminatas, el trabajo manual, el inclemente sol del mediodía lograban dejarlo exhausto cuando llegaba la noche. Durante ese tiempo no había tenido contacto con las personas que conoció en su vida como empresario, aún no contaba con la seguridad de llamar sin temer que fuera localizado, por lo cual debía mantenerse en el anonimato lo más posible.

 

Esa tarde, en la casa grande, una visita pedía la presencia de Gustavo, con los árboles frondosos de fondo, unas aves volando en el horizonte, los leves rayos tenues amarillentos del astro rey y un ambiente melancólico, una regordeta mujer abrazaba al citadino.

-Ay mijo, tengo rete poquito tiempo de conocerte y ya siento como si fuera de toda la vida- Martha se despedía, su estancia en el pintoresco y apacible pueblo había concluido.

-Gracias a usted por todo lo que hizo por un desconocido como yo- por increíble que pareciera, él también le guardaba afecto, pues fue la primera persona que le tendió una mano sin siquiera saber su nombre.

-Pórtate bien Tavito, trabaja harto pa’ que puedes irme a visitar un día allá a la ciudá- el ruido de las hojas movidas por el viento era el único sonido que se podía oír en esos momentos, el olor a las flores silvestres que en conjunto emanaban un dulzón toque al ambiente se percibía como una reconfortante fragancia.

-Claro que sí señora Martha- mentía, él qué más hubiera querido que regresar a su vida, sin embargo aquel crimen lo mantenía eslavo del miedo, quizás terminaría marchitando su juventud en medio de esos cerros que rodeaban en lugar en el cual se escondía.

-Dios te bendiga mijo, y que todo te salga bien pa’l futuro, no te olvides de esta vieja que te quiere- palabras fuertes, pero eran sinceras, los ojos cristalizados de la mujer dejaban claro que decía la verdad, poco tiempo llevaban de conocerse pero algo en la persona de Gustavo logró convencer a aquella casi desconocida, que no era una mala persona.

-Que tenga un buen viaje, y le aseguro que jamás olvidaré que usted fue la primera persona que me ayudó cuando más lo necesité- se separaron y el viento volvió a hacer de las suyas, el florido vestido de la mayor se meció grácilmente al igual que sus cabellos, por su parte Gustavo, vestido con unas botas que Remedios le había obsequiado, sombrero, camisa color hueso arremangada hasta los codos, miraba por última vez la figura de aquella que fue la primera luz de esperanza que encontró en el negro camino que tuvo que emprender solo.

-Adiós mijo…- caminando hacia la salida de la propiedad la mujer se sostenía las enaguas para que el aire no las levantara de más, Gustavo la veía ir donde unas personas la esperaban, nunca le gustaron las despedidas, las odiaba, le recordaban a aquella vez que tuvo que despedirse de los féretros de sus padres. Detrás de él, la dueña de la casa y su hija veían al joven hombre que no movía un músculo. Cerca del establo, posicionado estratégicamente, Nacho también miraba lo que acontecía en esos momentos.

De una manera simbólica se iba una persona que lo salvó cuando estaba perdido, el citadino sonrió con tristeza, efectivamente, nunca olvidaría a Martha y su buen corazón, por ella tenía un techo donde dormir, un lugar dónde esconderse, y un plato de comida  todos los días, por supuesto que nunca pasaría por alto su nobleza. Negando con la cabeza, el muchacho se dio la media vuelta cuando dejó de ver a la mujer para ir a su viejo cuarto, no se percató de la presencia de las otras féminas por estar sumido en sus pensamientos; al verlo acercarse, Nacho se giró para también volver a sus ocupaciones. Se respiraba en el ambiente algo triste, hasta ese cretino ranchero lo entendía, por lo cual, solo por esa ocasión no molestaría al citadino de ojos color mar.

 

 

 

El cielo de aquel tranquilo lugar llamado San Margarito estaba completamente negro, a diferencia de las grandes ciudades, en las cuales la contaminación luminosa impide ver el firmamento en todo su esplendor, en aquel sitio bordeado por grandes cerros podían vislumbrarse las estrellas, una imagen que parecía sacada de alguna película, cientos de puntos luminosos se distinguían a simple vista. En la entrada principal, sentado en los escalones, Nacho fumaba tranquilamente, pensaba, le gustaba hacerlo, su madre sabía que él era afecto al cigarrillo, y ese vicio le molestaba, por lo cual y por respeto a ella lo hacía donde no lo viera, por ese motivo fue su reacción tan apresurada cuando la escuchó salir…

-¡Madrecita!- incorporándose escondió el cigarro detrás de él.

-Has de creer que soy taruga ¿verdad? Si apesta por acá afuera- cruzando los brazos miró a su hijo.

-No madrecita, no sé de qué me habla- poniendo su clásica cara de inocente el muchacho le decía.

-Tíralo, que quiero hablar contigo- sin pedir o dar más explicaciones el muchacho tiró su vicio al suelo, lo aplastó con su pesada bota vaquera y acto seguido miró a su progenitora.

-Dígame- mencionó para dar la pauta a que ella hablara.

-¿Por qué Tavito sigue en el cuarto del establo?- el semblante serio de Remedios dejaba claro que no estaba muy alegre.

-Pos… Pos porque ahí debe dormir el güero, pos si amá, nimos que se duerma junto a la Ángeles- levantó las manos en señal de inocencia.

-¿Qué te pasa José Ignacio?- ahora la cara de la mayor no era de enojo, más bien de curiosidad mezclada con preocupación.

-¿De qué habla?- ahora el ranchero estaba confundido, ignoraba verdaderamente a lo que ella se refería.

-No sé qué te pasa con Tavito, pero desde que lo conociste andas demasiado alzado y malora, ¿qué te ha hecho pa’ que lo trates así?- lo encaraba, deseaba saber el porqué de su actitud.

-No la entiendo, pos si yo nomás le doy chamba- agachó la mirada unos segundos para luego volver a ver a la mujer, él se comenzaba a incomodar.

-No soy taruga, atarantado, algo te pasa y no me lo quieres decir, pero tú no eres así, te conozco, ere un grosero, tarugo como nadie, medio menso, pero no eres malo, yo que te parí sé que no eres malo, por eso me sorprende que trates al chamaco aquel con la punta del pie, ni a los perros los tratas tan mal como Tavito, no sé qué te ocurra pero quiero que ya dejes de ser tan majadero, ese muchacho lo único que pidió es trabajar, que se gane lo que se come y hasta donde sé, por los chismes de Consuelo, ese muchacho se ha ganado cada jarro de café que se toma, ¿o te crees que no he visto sus manos vendadas?- lo increpó y él no pudo negarlo- Desde hoy va a dormir en el cuarto que está junto a la cocina, y yo se lo diré, en verdad que si no te conociera yo pensaría que…- su madre detuvo las palabras dejando al joven ranchero a la espera de que terminara la idea.

-¿Qué pensaría madrecita?- preguntó al ver que los segundos pasaban y ella se mantenía callada.

-Nada…- caminó de regreso a casa negando con la cabeza- ya métete a dormir- después de decirlo sonrió y se adentró. En cuanto a Nacho miró la silueta de su progenitora perderse, ¿qué era lo que le quería decir? Era su duda, suspiró sonoramente al recordar que debía tratar bien al citadino.

-Mendigo güero, hasta en esto te metes…- negó mirando al negro cielo estrellado.

 

 

 

Los días posteriores transcurrieron con el trabajo a todo lo que daba, con cada amanecer, Gustavo aprendía algo nuevo, callos se habían formado en sus manos, ya no eran tan suaves como al principio, el trabajo cortando el pasto con el machete, moviendo piedras para cimientos, arrear a las vacas, montar a caballo, poner cercas y podar los árboles de la casa le consiguieron mayor resistencia. Por otro lado, Jacinto era quien le apoyaba en todas las tareas, Nacho de vez en cuando le dirigía la palabra solo para indicarle algo nuevo qué hacer, ya no lo molestaba y dicha situación que le agradaba enormemente.

 

-Me dijo el Nacho que hoy desharíamos el cuarto del establo pa’ hacerlo más mejor- Jacinto decía mientras cargaba un morral con martillo, clavos y serruchos.

-¿Y dónde está él?- preguntó como parte de la plática.

-Pos sabe, pero creo que se fue a la gruta, a la mejor se llevó a alguna vieja- mencionó el chico sonriendo por el comentario que hizo.

-A ver si no la ofende como es su costumbre- dijo el citadino para comenzar a quitar los primeros clavos.

-¿Qué pasó? Si el Nacho no es tarugo, a las chamacas las trata bien, por eso varias andan tras él, como la Meche, namás no pierde oportunidá para ganárselo- dijo el otro quitando las viejas tablas que componían el cuartucho.

-Ya…- mencionó como única respuesta Gustavo, al parecer descubría que Ignacio no era tan cretino como él suponía, aunque claro estaba que la cara que conocía del ranchero era la burlona que siempre le daba.

-Pos a ver cómo le va, ya por “ay” andan diciendo que se enamoró, su amigo el Teo ha dicho que lo ve en las nubes, así con los ojos de borrego a medio morir, a lo mejor y ya se enamoró de alguna chamaca del pueblo- volvió a hablar el más joven.

-A lo mejor, lástima por la “afortunada”- mencionó con sarcasmo la última palabra.

-Oh puesn, no seas tan malora, el Nacho no es tan malo, si la otra vez te mandó tu comida y el caballo- en cuanto terminó de hablar Jacinto se tapó la boca inmediatamente, como si se arrepintiera de lo que acababa de decir.

-¿Qué dijiste?- el otro lo escuchó perfectamente, pero quería escucharlo nuevamente, le parecía increíble.

-¡No le vaigas a decir! ¡No se lo digas güero!- el preocupado joven pedía en tono suplicante.

-No se lo diré sólo si tu me cuentas todo- resignado, el más joven bajó la cabeza y comenzó a hablar…

-Pos es que el día de la cerca, cuando te “jui” a ayudar me dijo que te llevara bastimento y agua, y que te ayudara a levantar la cerca, y si podía que lo hiciera yo solo, luego también me dijo que me llevara al “Caiser” pa’ que no caminaras, y pos me dijo que te dijera que lo mandó la patrona- el chico seguía con la cabeza gacha, había cometido una imprudencia.

-¿Así que él fue?- preguntó, pero más que para su interlocutor, la pregunta fue para sí mismo.

-Sí, namás no le digas, soy re tarugo pa’ guardar secretos- negó apenado.

-Ya, no te preocupes, no le diré nada, solo que ahora ya sé que no te contaré mis cosas- soltó la carcajada logrando aliviar la culpa que Jacinto sentía.

-Oigan… les traje agua, por si tienen sed- fueron interrumpidos por la dulce voz de María, la cual sonreía mientras miraba tímidamente a Gustavo.

-¡Gracias!- el primero en correr por un vaso fue el más chico.

-Gracias Ángeles, eres muy amable- con educación el mayor fue donde la chica y tomó el agua, esta miraba embelesada al atractivo hombre, su barba de unos cuantos días, y su manzana de adán moviéndose conforme pasaba el líquido la hicieron perderse unos segundos de su realidad.

-¡Ey tú! Si te perdites el camino es pa’lla- Jacinto pasó su mano frente a la cara de la chica.

-¡Ah!- exclamó la otra sonrojada- ¡Jacinto!- luego de la sorpresa reprendió al otro por haberla sacado de su ensoñación.

-¿Pasa algo?- preguntó el citadino al ver a los otros dos discutir.

-Na… nada… ¡Ya me voy!- sin esperar a que le diera el vaso, la muchacha salió corriendo a toda prisa.

-¿Le ocurre algo a María de los Ángeles?- intrigado el citadino preguntó.

-Nada, a lo mejor ya cayó esta también- mencionó el más joven para luego volver a su trabajo, dejando confundido al mayor, quien sin preguntar más también volvió a su tarea.

 

 

 

 

Caía la tarde, Gustavo se encontraba sentado sobre la pequeña barda que delimitaba la propiedad de la casa grande, en todo el día no había visto al ranchero cretino, ese día descubrió varias cosas que ni en sus más locas pesadillas habría pensado, ese hombre ranchero al parecer no era tan imbécil como lo creyó los primeros días, a decir verdad, su trato había cambiado, no lo molestaba tanto, quizás porque ya no lo veía mucho tiempo, hasta se llegó a decir que Nacho le rehuía, claro que era absurdo pues no había motivo. Sonrió, no era la vida que quería, ni la que acostumbraba, pero poco a poco se acostumbraba a levantarse a las seis de la mañana y dormir a las nueve. El café en un jarro de barro le sabía mucho mejor que en las tazas de porcelana que alguna vez compró en Barcelona, sin duda extrañaba su anterior modo de vivir, pero el actual no le desagradaba tanto como al principio.  Suspiró, la aparente calma del lugar le hizo pensar en ella, en esa mujer que le destrozó el alma y el corazón, Sabrina, la que iba a ser su esposa, no podía negar que aún la quería, pero tampoco podía dejar de detestarla, jamás la perdonaría, eso era seguro, nunca le perdonaría la traición que le hizo…

-Yo te adoraba…- sonrió amargamente, en ese momento que no llevaba el sombrero puesto, dejó que el viento travieso le moviera los cabellos a su antojo, inspiró y exhaló con calma, odiaba recordar, tenía dinero, era dueño de “Business Center”, empresa cuya capitalización bursátil  la hacía una de las más prestigiadas y poderosas del país, pero en el aspecto personal, no tenía mucho, sus padres habían muerto en un accidente de tránsito, su novia lo engañó, para él no quedaban muchas opciones- Solo me quedas tu amigo, Adán, ojalá pronto pueda hablar contigo hermano- inocentemente seguía creyendo que el rubio era como de su familia. Se bajaba de la bardilla cuando a unos metros pudo divisar una figura tambaleante, entrecerró los ojos para ver de quién se trataba. Detrás de esa persona iba un caballo lentamente, el citadino cmainó rumbo al sujeto y vio que se trataba de Nacho, se movía extraño. El ranchero alzó la vista y lo vio…

-¡Güero!- exclamó al verlo, el otro frunció el ceño, algo no le agradaba de la escena.

-¿Vienes ebrio?- el otro soltó la carcajada y negó...

-No…- Nacho iba con la mano derecha agarrando las riendas de Tanagra, y con la izquierda apretándose el abdomen, quitó la mano de ese lugar y una mancha roja se pudo ver…- Me hicieron un hoyo güero…- haciendo una mueca de dolor el ranchero cayó de bruces al suelo de tierra. Sin perder tiempo Gustavo corrió donde él, le volteó la cara, sudaba, tenía fiebre, le abrió la camisa arrancando los botones debido a su nerviosismo y vio que en la parte baja de su abdomen tenía una herida.

-¡Nacho! Resiste…-mirando a todos lados, Prado-San Millán buscaba a alguien que lo apoyara- ¡Auxilio! ¡Es Nacho!- gritó y pudo ver a lo lejos que Remedios salía de la casa grande.

-Que chulos ojos… tan rebonitos…- sonrió el ranchero mientras decía en voz muy baja, pero que Gustavo pudo oír

-¿Qué dices?- preguntó confundido…

-Se parecen al color del cielo, que ojos tan chulos…- sin poder decir más se desmayó, el citadino no sabía exactamente qué era lo que acababa de pasar, tenía a Nacho entre sus brazos y le acababa de decir cosas que no comprendía del todo…

-¿Qué ocurre contigo Nacho?- preguntó para dedicarse a verlo mientras la ayuda llegaba…

 

 

 

 

 

 

 

CONTINUARÁ…

Notas finales:

¡Gracias!


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