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Reinicio por scienceFragile

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Notas del capitulo:

Estoy re dura. 

Alguien le acertó con su teoría, en serio, estoy re fuah, re voladah. 

Tengo que hacer tarea pero me puse a escribir. Lo revisé de volada, puede tener errores, me disculpo. Pero prefiero subir esto ahora, que mañana (hoy) mi día estará explosivo. 

Espero que el capítulo les guste, y les aclare sus dudas, y si les surgieron nuevas al leerlo, tranquis, todo tiene su vuelta (?). 

Yisus, me voy a dormir. 

Espero que el capítulo les agrade ~~~~

 

Capítulo IV

 

 

 

– ¡Bienvenido… a tus recuerdos!

Su voz resonó por todo aquel lugar vacío, y sus manos se alzaron con gracia. Tenía una sonrisa que le cubría todo el rostro, de par en par; y te miraba. Sus ojos te miraban, pero en realidad, no te veían.

Porque no tenía ojos.

Delante, tenías a una mujer. Alta, con cabello y piel tan blanca como la nueve. Desnuda pero sin ningún rasgo. Con cuencas oculares vacías y uñas pintadas de rojo. Rojo vivo.

Y te sonreía.

Sonreía, sonreía como si no hubiera un mañana.

El estómago se te volteó completo; pero sentiste como el dolor de cabeza disminuía. Pero el murmullo que llegaba a tus oídos, continuaba; no se detenía. Escuchabas las voces, esas que salían de los espejos. De cada uno de ellos; cada conversación, tu voz, la de Kadota, Shinra, Mairu y Kururi, Shirou, Kyoko, Shiki-san y el Awakusu-kai, Akabayashi-san, Namie, Akane. Shizuo.

Todas aquellas voces resonaban en tu cabeza, todas y cada una de ellas.

–Te ves demasiado perdido… ¿Hay algún problema?  –falso, era falso. Aquella preocupación, se lo notaba en la sonrisa, en las cuentas vacías de sus ojos. Se le notaba en el alma; esta cosa, te ponía los pelos de punta.

Las luciérnagas rojas revolotearon a tu alrededor.

–¿Qué… es esto? 

Moviste tus pies impacientes, descubriendo que estabas parado por encima de uno de los espejos: uno roto, grande, y que se movía. Miraste hacia abajo al mismo tiempo en que varias luciérnagas revoloteaban por tus piernas y subían.  Una pasó tan cerca que sentiste como el cabello se te movía por donde había cruzado.

Y entonces, viste dónde estabas parado:

Sobre un recuerdo de tu padre.

El antiguo, del que habían escapado.

Kasahara.

¿Kasahara cuánto…? N-…o, lo recordabas.

¿Eh?

En el espejo, una imagen permanecía inerte. Había un hombre parado sobre el umbral de una puerta y todo a su alrededor estaba oscuro, llevaba algo en sus manos, y su expresión… no lograbas verla. Las griegas desfiguraban su rostro y el objeto que sujetaba en su mano derecha. Por la oscuridad de la imagen, no pudiste distinguir nada.

No recuerdo esto.

Para nada.

Pero no pudiste pasar más tiempo pensando en aquello, porque algo te sobresaltó; te heló los huesos completamente.

Una risa.

Aquella cosa, se reía. Pero sus labios no se movían. La sonrisa permanecía en su rostro, y sus ojos, vacíos.

Algo dentro de ti gritaba: corre, huye. Una alarma detonaba peligro, el radar que siempre te indicaba que tenías que salir de algún lugar o no involucrarte en algo, estaba en zona roja. Pero no podías mover tus piernas. Como si estuvieran clavadas sobre el espejo, como si tu cerebro ya no las controlara.

–Tus recuerdos, he dicho  – dijo, pero la risa no se detuvo, resonó por todo aquél lugar vacío y oscuro. – Son tuyos. Tu mundo, tu todo. Tú historia, tu esencia. Todo lo que vez aquí, tuyo.

Hizo ademanes, señalando todo a su alrededor. Cada espejo; cada recuerdo. Detrás de ella, uno pasó flotando despacio; la luz roja de una luciérnaga lo iluminó apenas, pero dentro había una figura tan familiar que tuviste ganas de reír.

Shizu-chan.

Persiguiéndote por la Academia.

–Algún día se van a matar... – escuchaste decir a Kadota, que estaba mirándolos de  no muy lejos, frunciendo el ceño.

¡Si siguen, se perderán la clase de álgebra… de nuevo! – gritó Shinra, con las manos rodeando su boca, improvisando un megáfono.  En el recuerdo, Shizuo gruñía, y tú, reías.

Perder cinco o seis clases no me afectaría en absoluto ~  – saltaste para esquivar un balón de fútbol que te había lanzado Shizu-chan; por lo que veías, habían terminado la clase de gimnasia. – Por otro lado, ¿Shizu-chan no es un cabeza dura? ¿No deberías ir a leer un libro o dos?

¡Cierra tu maldita boca, o voy a-…!

El espejo se fue demasiado lejos como para que pudieses verlo, y  volviste a reparar en la figura que tenías delante.

El corazón se te volvió a parar.

– ¿Qué quieres y qué… eres?

Una risotada volvió a resonar por el rular y tus tímpanos dolieron por la agudeza de la voz.

– ¡Yo soy… el ser que lo sabe todo! ¡El que lo ve todo!  ¡Soy perfecto, puro y eterno!

Dio un paso, acercándose a ti. Quisiste retroceder, pero no podías. Siguió avanzando, con esa sonrisa en su rostro. Y habló, sin mover los labios.

–Soy el que te ha dado una segunda oportunidad, cuando tu alma estaba tocando fondo; aquella oportunidad que estás desperdiciando.

– ¿Des… perdiciando?

La tenías frente a ti.

Las luciérnagas revoloteaban nerviosas por todo el lugar y las voces de los recuerdos cada vez que hacían más, más fuertes; como si estuvieran tratando de opacar las palabras de aquel ente. Pero le escuchabas, le escuchabas claro y fuerte.

Movió sus manos, y tu cuerpo quedó completamente paralizado. No pudiste parpadear, o respirar. Pero sorprendentemente, tus pulmones no parecían necesitar oxígeno.

Una gota de sudor resbaló por tu mejilla; y ella levantó su mano, acariciando tu mejilla con delicadeza, hasta llegar a tu mandíbula.

Donde incrustó sus uñas en tu piel.

¡Agh!

– ¿Qué estás haciendo… para evitarlo?  – hundía, hundía y hundía. Sentías como su te estuvieran clavando agujas  en la piel; miles. – ¿Por qué no miras… a tu alrededor?

Risas.

¡No entiendo!

Risas, risas, risas, risas.

¡Duele!

Acercó su rostro al tuyo, y comenzaste a sentir un olor putrefacto que desprendía su cuerpo. Te dieron arcadas, pero eso se siguió acercando, se acercó, se acercó. Hasta que su piel pudo rozar la tuya; hasta que pudiste ver a milímetros aquellos agujeros vacíos que tenía donde debería tener sus ojos.

Apestaba.

Despiértate.

¡¿Eh?!

 – ¡Despiértate!

Y luz de las luciérnagas se extinguió.

 

 

 

 

[…]

 

 

 

 

[- Martes 09 de abril de 2002 -]

 

 

[03:17 am]

 

 

Sentías frío y calor.

Tu cuerpo convulsionaba y no podías abrir los ojos, o la boca.

Sentías la garganta seca, y el estómago revuelto.

Sudor.

Tu cuerpo estaba empapado de sudor y la cama también.

Sentiste nauseas, quisiste vomitar. Pero no pudiste levantarte del colchón.

Tu mandíbula ardía, y sentías como algo denso se deslizaba por ella hasta tu cuello, y se perdía entre tu pijama.

No pudiste abrir los ojos.

Sentías como tu cuerpo, poco a poco, volvía a perderse.

 

 

 

[10:56 am]

 

 

 

Sentías la respiración más ligera, y el oxígeno pudo entrar en tus pulmones fácilmente; aunque hace ya varias horas escuchabas nada, nada más salvo tu respiración, que sonaba rarísimo.

Las náuseas se habían ido, pero el olor putrefacto de aquella cosa permanecía grabado en tu olfato, en el ambiente, en tu cuerpo.

Seguías sin poder abrir los ojos, pero escuchabas algo.

Murmullos, a lo lejos.

Y sentías que no estabas en el mismo lugar que antes.

¿A dónde se había ido el ardor que sentías en la mandíbula hace poco?

 

 

 

[07:23 pm]

 

 

 

Soñaste con Ikebukuro; tu padre (Kasahara) y espejos rotos.

Estabas caminando por una plaza atestada de personas. Niños reían y jugaban en los juegos, subidos a los árboles o con la tierra. Entonces, escuchaste el sonido de la motocicleta de Celty, y giraste la vista un momento, cuando volviste a mirar hacia la plaza no había nadie.

Estaba vacía.

Te recostaste por la estructura de unas hamacas, y viste el cielo estrellado. De repente se había hecho de noche, y la temperatura había bajado. Había bajado demasiado. El frío te calaba los huesos y no sentías la cara.

Quisiste cerrar el cierre de tu abrigo y colocarte la capucha.

Pero no lo tenías.

Estabas vestido con uno de tus pijamas antiguos: uno verde agua con estrellas esparcidas por todos lados. Los pantalones te quedaban cortos, y eso no hacía más que avivar el frío que sentía tu cuerpo.

Por alguna razón, comenzaste a sentirte avergonzado.

Exhalaste, sentándote en la hamaca para frotarte las piernas, pero al momento de sentarte, escuchaste el quebrarse de un vidrio. Te levantaste sobresaltado, y casi te caíste al suelo al ver que en la hamaca había un portarretratos antiguo.

Apareció entre tus manos.

Acariciaste el marco de madera y observaste el vidrio quebrado, dentro, había una foto. Estaba tu madre, Kasahara y tú. Los tres delante de la chimenea de tu antigua casa, que estaba prendida. Kasahara te agarraba fuertemente de los hombros, hundiendo sus dedos en tu carne, obligándote a sonreír. Tu madre, lloraba en aquella foto.

Él, sonreía.

Una ráfaga de viento golpeó tu cuerpo y la plaza. Los árboles se quejaron y sus ramas fueron arranadas, las hamacas salieron volando y  sentiste como tus huesos se congelaban.

El portarretratos desapareció, debando vidrios esparcidos por todos lados.

Caíste de rodillas sobre ellos por el frío, te congelabas.

Entonces, pudiste verlos de cerca.

Se convirtieron en espejos.

Reflejaban tu rostro y el espacio detrás de ti. Y ahí, se encontraba Kasahara.

–Izaya.

¡NO!

Te diste la vuelta, sintiendo como los vidrios se clavaban en tu piel; pero sólo llegaste a ver un poste de luz que volaba en tu dirección.

– ¡Izaaayaaa-kuuun~!

Y todo se cortó.

 

 

 

 

[...]

 

 

 

 

[- Miércoles 10 de abril de 2002 -]

 

[03:17 am]

 

 

Abriste los ojos, inhalando una gran cantidad de aire.

Despertaste.

Habías despertado al fin.

Inmediatamente te incorporaste y tosiste, apoyándote sobre el costado derecho de tu cuerpo y mirando hacia el suelo, sintiendo como las arcadas volvían. Ese hedor seguía impregnado en tu piel.

Te sobresaltaste al sentir un par de manos sobre tu columna vertebral, y te enderezaste inmediatamente, tosiendo más levemente.

Era tu madre, que tenía los ojos hinchados y se veía cansada.

–Despertaste… – susurró, y jurarías que viste sus ojos humedecerse. Te abrazó fuerte, como nunca antes lo había hecho. Sentiste tus manos, y tu ropa se mojó con sus lágrimas. –… Dios mío, estaba tan asustada…

¿Asustada? ¿Asustada por qué…?

Y entonces, te diste cuenta.

No estabas en tu habitación.

Olía a aromatizantes y remedios, olía diferente; a desinfectante. Todo era demasiado blanco y espacioso.

¿Estabas en un hospital?

Shirou entró por la puerta lentamente, cargando una bandeja en sus manos que contenía café y un par de sándwiches bastante pobres, que para nada se veían apetitosos; pero al verte, sus ojos se agrandaron y sus manos temblaron.

Caminó despacio hasta la cama y dejó la bandeja en el piso.

Se abalanzó sobre ti y te abrazó, aún más fuerte que tu propia madre.

– ¡Izaya…!

Ahora; tanto como Kyoko y Shirou lloraban por igual, aferrados a tu cuerpo. Sin saber el porqué, también las lágrimas comenzaron a resbalar por tus mejillas.

¿Qué había pasado?

 

 

 

 

[11:43 am]

 

 

 

Te miraste una y otra vez frente al espejo, esto podía estar pasando. No te lo creías nada.

Esto… no…

Tu mandíbula estaba cortada de par en par.

¿Qué…?

Te habían dicho que al desmayarte, Shirou llamó a tu madre y ella vino corriendo a casa. Al no despertar, te llevaron al hospital. Pasaste casi dos días durmiendo, pero esto… Shirou había dicho que esto había aparecido después de aquél dolor de cabeza. ¿¡Pero cómo pudiste hacerte tal corte!?

Y recordaste, aquellas uñas pintadas y rojo y aquella risa.

Un escalofrío te recorrió la espalda, y sentiste una oleada de calor golpearte el estómago.

Eso había sido real.

Saliste corriendo del baño, directo hacia la habitación donde tu madre te esperaba.

 

 

 

[04:08 pm]

 

 

Estabas inquieto.

Una enfermera había vendado tu mandíbula y te había dado unos desinfectantes y unos calmantes. El doctor que había recibido a tus padres dijo que todo estaba de maravilla, y que con unas horas más de observación podrías irte a casa; que todo sólo fue un resfriado fuerte.

Querías ir a casa.

Querías controlas el cronómetro.

Lo habías olvidado por completo, y te era imposible calcular una hora estimada, porque te pasaste durmiendo casi dos días, y te encontrabas realmente perdido.

Te ponía los bellos de punta.

¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Cuánto tiempo te quedaba?

¿Qué había sido ese lugar y aquella mujer?

¿Qué te había hecho?

¿Por qué?

Querías irte a casa, de inmediato.

Los hospitales siempre te pusieron los nervios a flor de piel.

 

 

 

[06:27 pm]

 

 

 

Por fin estabas yendo a casa.

Sentías el estómago más ligero y la cabeza más calmada. Mirabas por la ventana y movías las piernas impacientemente.

Querías ver ese cronómetro.

Y esta vez, ibas a dejar de jugar. No más juegos, no más distracciones. Ibas a averiguar por qué estabas ahí, y qué debías cambiar. Costara lo que te costara, lo harías.

Pero al llegar, te diste cuenta de que algo estaba fuera de lugar.

Frente a la casa de tus abuelos, había una motocicleta negra estacionada prolijamente. Tus ojos se desviaron hacia los pequeños juegos que había cruzando el caminito de tierra, frente al lado; el auto se detuvo, las puertas se abrieron.

Había un niño con lentes y de cabello castaño hamacándose con fuerza y diciéndole cosas a otro; un niño también de cabello castaño y ojos miel.

Que te miraba.

No  dejaba de mirarte.

Una pantalla de teléfono apareció delante de ti.

[Necesitamos hablar]

Pero lo que no sabías era qué, aquél niño rubio no era la única persona que no despegaba los ojos de ti.

Y esa persona, sonreía.

 

 

 

 

 

[¿…?]

 

 

 

 

 

– ¿Qué es lo que has hecho?

 –Sólo le dije que abriera los ojos.

– ¡Estás arruinando todo!

–… esto ya estaba arruinado desde un principio.    

 

 

 

 

[...]

 

 

 

 

[- Miércoles 10 de abril de 2016 -]

 

 

 

 

Ese sonido… asqueroso.

Había estado sonando todo el día, todo el día… cuando se levantó, cuando se fue a trabajar, incluso ahora, cuando intentaba relajarse y fumar un cigarrillo, o dos, en la tranquilidad de su departamento.

Esto no pasaba desde que había dejado a los dollars.

Esos malditos… siempre arruinaban su día haciendo que su teléfono sonara, sonara-todo-el-maldito-día.

Los iba a matar; los mataría, matar, matar, matar.

Su teléfono volvió a sonar.

Se levantó listo para lanzarlo por la ventana; fuera de su departamento, fuera de la ciudad, fuera del planeta si pudiera.

Pero se detuvo.

Antes de que alcanzara a aplastarlo con sus manos, vio de reojo el cuadro que se iluminaba en su pantalla.

Tenía un mensaje de Celty.

Suspiró, tirándose de lleno en su sillón de nuevo; este crujió, pero no se rompió, porque desde hacía ya mucho tiempo lo estaba.

Deslizó su dedo por la pantalla y la desbloqueó.

Tiene 5 mensajes de Celty

Tiene 7 llamadas perdidas de Tanaka Tom

Tiene 1 llamada perdida de Kasuka

Tiene 2 mensajes de Kasuka

Tiene 15 mensajes de Tanaka Tom

Batería baja (9%)

¿Cuándo había sido la última vez que había visto este aparato? Aah, maldición. Sí.

La última vez que lo había revisado fue hace ya más de tres días.

Se la había pasado encerrado en su habitación durante todo aquel tiempo. Ya que necesitaba pensar. Pensar en demasiadas cosas importantes. Le había mandado un escueto mensaje a Kasuka de que no estaría disponible por los próximos días; y a Tom de que renunciaba, y de que no volvería por un tiempo.

Sus mensajes habían terminado ahí.

Luego, se había encerrado en su casa a dormir y ver películas, y dormir y ver películas.

Disfrutaba de su paz; una paz amarga.

No paraba de pensar en la ciudad. En Shinra, Celty, Kasuka… la pulga y Varona.

Suspiró, preparándose para marcar el número de su hermano y hacerle una llamada; cuando la pantalla de tu teléfono se volvió completamente blanca.

¿Qué demonios…?

Una ventana se abrió, completamente negra.

¡Shizuo Heiwajima ha renacido!

 

 

 

 

 

[…]

 

 

 

 

[26 días, 22 horas, 46 minutos]

 

   

Notas finales:

CHANCHANCHAAAANNNNNANANANANA. 

Necesito dormir. 

¿Qué les pareció el capítulo? Me interesan, me súper interesan sus opiniones, teorías y demás. 

¡Espero leerlas con ansias! 

¡Nos vemos! 


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