27-El soldado y el chico
Despertó en la mañana con la brisa matinal llegó también el resplandor que se colaba a través de las rendijas de la ventana que estaba cerrada como en toda casa medieval japonesa.
Willhelm Shmidt se levantó temprano como acostumbraba y vestido excepto por sus zapatos, los cuales estaban en la entrada de la casa como en todo típico hogar de ese país que a la vez despertaba su curiosidad y extrañeza. Ni bien dio dos pasos fuera de su habitación dos diligentes sirvientes se avocaron a la tarea de limpiarla sin decir ni un susurro. Caminando por la estructura pudo observar con calma el lugar. Las ventanas, que ahora poseían vidrio además del típico postigo de madera, dejaban ver los añejos cerezos en flor que lo llenaban todo de pétalos como si de una nieve rosada se tratara.
Los sakuras son hermosos en Fukushima—dijo una voz detrás del Sturmbannführer. Este se volvió y vio parado tras de él al hermano de Ikabe--¿No es cierto?—preguntó luego mirándole a los ojos directamente.
No eres un típico japonés joven—dijo el ojos mieles. El otro lo miró sorprendido—Según veo aquí los jóvenes no hablan de tú a tú con los mayores—
Es cierto pero usted es un gaishin—dijo el joven con una mirada casi despectiva que Joey no tomó del todo bien.
¿Gaishin? ¿Qué palabra es esa?—preguntó con cierta furia el melado y el otro le sonrió levemente y de una forma casi despectiva. Willhelm estaba descubriendo que el chico le ponía los nervios de punta.
Es una palabra que significa extranjero, nada más—contestó el chico, pero el rubio supo por su forma de verlo que esa palabra de alguna manera era despectiva. Willhelm era un hombre orgulloso con un ancho pasado a sus espaldas y entrecerró los ojos ante ese niñato egoísta y manipulador.
¿Acaso chico, quieres jugar conmigo?—preguntó Shmidt acercando su cara a la del muchacho hasta que estuvo a milímetros de ella. El otro lo miró algo desconfiado y sorprendido. El alemán sonrió—Es una lástima, pero yo no juego con niños—dijo después vanagloriándose del efecto causado. El otro sintió en su orgullo las palabras del otro lanzando una mirada enojada complaciendo tanto al rubio que este rio casi en voz alta. Con su mano tapó un poco su boca y entonces fue el otro quien pareció burlarse por lo que el melado se puso serio--¿Qué sucede?—preguntó sin más.
Ese gesto de taparse la boca con las manos. Es un gesto femenino—dijo casi con desdén el hijo menor de los Kaiba—Debo retirarme, Shmidt sama—añadió con una sonrisita—Si me disculpa—dijo antes de hacer un asentimiento y marcharse.
Por un momento el miembro de la GESTAPO se quedó con el ceño fruncido y luego sonrió, casi siniestramente.
ÉPOCA ACTUAL.
¿Cómo están sus signos vitales, enfermera?—preguntó el doctor.
No hay cambios señor—contestó ella.
Ambos estaban a los lados de la cama de hospital en la que descansaba el cuerpo exhausto de Seto Kaiba. Todo era blanco y el pitido de la máquina que observaba sus palpitaciones se mezclaba con los resoplidos del respirador.
Ambos pares de ojos miraron la cara pacífica del paciente y luego los ojos del doctor se dirigieron a la pantalla en la que se veía la gráfica de actividad cerebral. Una línea casi plana se veía en ella.
Ha pasado dos meses así. ¿Cree que algún día se recupere, doctor?—preguntó ella vivamente curiosa y preocupada.
No sé que decirle, enfermera. Todo esto en realidad solo continúa por la voluntad de Kaiba Corp—contestó el hombre quien firmó en una ficha que colgó en la pared antes de poner su lapicero en el bolsillo y emprender su camino hacia su próximo paciente.