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Desordenando a Acuario por kailu

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Notas del capitulo:

 

Saludos y Saludos 

 

*^* gracias a mis amigas que me llenan de datos de SS y de Mitos y todo para que haga mi desastre en estos fics. 


—¿Cuánto tiempo piensas estar ahí sentado cómo si te diera miedo intervenir?—

Sonrió de lado al escuchar las palabras de griego con quien mantenía una enemistad bastante obvia; observó la reacción del resto de los dorados ante aquella tensión prácticamente palpable: sorprendentemente parecían haberse acostumbrado a su presencia durante los entrenamientos, y a las constantes provocaciones de Escorpio; aquel que se limpiaba la sangre de la boca con el dorso de la mano con una normalidad que le recordaba a los actuales clichés sobre vampiros,  cuando tan sólo se debía a que los golpes y la sangre eran pan de cada día.  

—¿Y bien? ¿Tienes miedo de ver quién es mejor? —

Se encontraba sentado sobre las gradas de piedra, con los brazos apoyados sobre las piernas, ligeramente inclinado hacia adelante.  Contempló en silencio a los presentes y sonrió — Ustedes son los defensores de la humanidad, ¿quién es mejor, el juez o los abogados? — El rostro de rubio cambió apenas terminó de pronunciar sus palabras, había escondido los dientes tras de aquellos labios en un gesto inútil por ocultar la presión que ahora sufrían en aquella mandíbula tensa.

— No recuerdo que hayas ganado ninguna guerra Santa.—

Las palabras que aquel rubio soltaba siempre estaban cargadas con aquel veneno que se hacía notar no en lo que decía, sino en el “cómo”  — Mi trabajo no es ganar, tan solo juzgar.  — La melena rubia se movió al tiempo que Milo hacía uno de esos desplantes tan característicos, cargados de tanta elegancia como de desdén.

— Estás diciendo que eres un guerrero bueno para nada, tan sólo das pretextos vanos. Hades nunca ganará una Guerra si sus Espectros dan excusas tan mediocres. —

— ¿En verdad crees que hablaré de guerra, cuando soy un invitado por La Paz? … Me juzgas mal, niño.  Yo sí pienso antes de hablar.—

Se escuchó un ruido proveniente de aquella boca, que al no encontrar una palabra coherente había optado por algo similar a un gruñido, tal vez era una maldición que había muerto antes de lograr ser escuchada. Lo vio apretar los puños y finalmente… La intervención de Géminis: su gesto de resignación ante el deber inevitable; su tono de voz extrañamente calmo a pesar de que dejaba traslucir la vergüenza que le ocasionaban aquellos arranques infantiles en alguien que prácticamente había criado.

— Qué sin vergüenza, Aiacos. Te niegas a entrenar para verlo rabiar —

Ya sabía de quien se trataba antes de escuchar la risa estridente que siguió esas palabras. Los Santos de Athena, cómo siempre, se pusieron en guardia al darse cuenta de que Minos se había presentado usando el ropaje del Grifo.  El albino avanzaba abriéndose paso entre las armaduras doradas, deteniéndose tan solo frente al Santo Padre para realizar un pequeño y respetuoso saludo, que contrastaba demasiado con el resto de sus modales.

—¿Quién te crees que eres para aparecerte de este modo en el Santuario?—

Escorpio había perdido lo poco que le quedaba de cordura, y se desbarataba en gritos y amenazas hacia Minos quien sólo dedico una mirada y una amplia sonrisa al griego; el tipo de sonrisas que desconciertan a hasta a tus enemigos.  Milo cayó, y Minos continuó su caminata hasta detenerse frente al que había sido, y aun era: su medio hermano. O más bien, lo que subsistía de él a través de las distintas eras.

Alguna vez ambos fueron reyes Griegos, unidos por la sangre de su padre Zeus,  junto con Radamanthys, habían ganado la inmortalidad, de sus almas y sus deberes, pero no de sus cuerpos humanos, que tenían que “renovar” cada nueva guerra Santa. Sus apariencias actuales habían sido reclutadas en Noruega,  Nepal e Inglaterra.

— Parece que has estado disfrutando de tus vacaciones entre los tuyos.—

Milo fue de nuevo y como siempre el más transparente en su incomodidad ante aquellas palabras.

— Hay demasiado trabajo allá abajo, y necesitamos que vuelvas a tu puesto, querido Aiacos.—

— Podrías haberte ahorrado el viaje y enviar un mensajero, Minos.—

El grifo rió y negó con la cabeza al escuchar sus palabras, antes de oír la respuesta pudo imaginarse que era Lune quien se había quedado supliendo a su señor, trabajando como un esclavo para evitar que el trabajo se amontonará más.

— De que serviría ser el superior si no puedo salir un momento a divertirme, aunque no tanto cómo tú… francamente pensé habrías montado una fiesta gigantesca acá en el Santuario, y en cambió me doy cuenta de que solo Escorpio quiere arrancarte la cabeza… — aquella sonrisa extraña apareció de nuevo entre sus labios.—  Me asombras, te has portado asombrosamente bien. —

— Yo siempre me porto bien, además este es un lugar Santo. El alcohol y las putas las busque en el pueblo, como todos. — La carcajada de Minos fue tan intensa como el color rojo en las mejillas de algunos de los presentes.

— Bueno, me imagino que hiciste varias visitas nocturnas. —

— No puedo moverme por el Santuario de noche, pero si te interesa tanto el tema, te puedo decir que recibí algunas visitas.— Los caballeros presentes intercambiaron un par de miradas e intentaron disimular lo mucho que les incomodaba aquella conversación.

— Bueno, recoge lo que tengas que recoger; despídete de quien tengas que despedirte, agradece y marchemos. Tanto sol me incomoda.—

Asintió consiente de que el albinismo de Minos le impedía disfrutar del sol griego, se puso de pie y se dio la vuelta para caminar hacia las doce casas, momentos después Camus le acompañaba por las escaleras.  — No pienso robarme nada. —

— Yo no dije eso. —

— Por si lo pensabas. —

El resto del recorrido al onceavo templo lo hicieron en un silencio al que ya se había acostumbrado; aunque un par de veces le pareció que Acuario movía los labios como si quisiera hablar.  — Sobre… —  Miró de reojo al santo de oro que finalmente había roto el silencio pero continuo su camino hasta la que había sido su habitación provisional —  Sobre lo que viste el otro día… — Aiacos había comenzado a guardar varios libros que tenía sobre la mesa de noche mientras Camus observaba — … Gracias por no decir nada sobre lo que viste.

— De nada—  pasó junto a él al salir de aquella habitación y le sonrió — aunque si me lo preguntas: es una tonta, tal vez la mascara no deja que le llegue el oxigeno al cerebro. — había comenzado a avanzar por los pasillos rumbo a la biblioteca y como siempre escuchó los pasos de Acuario que le seguían: siempre le vigilaba en aquella habitación.

Había dejado los libros sobre la mesa cuando el dueño de la casa y de su corazón llegó hasta la puerta de aquella habitación que vigilaba con tanto celo. — No es necesario que los agregues, son tuyos.—

El Garuda ya había comenzado a guardar los libros en sus respectivos sitios.—  Este lugar necesita actualizarse, los libros nuevos te hacen más falta a ti que a mi, Camus; además… te debo un agradecimiento por tu hospitalidad.—

— Basta con un gracias — Camus bajo las cejas y le observo fijamente mientras seguía dejando libros en los estantes. — … Yo no creo que sea…  —

— Tonta  —  completó sin dejar de hacer su trabajo acomodando libros.

— No creo que sea su culpa, se que tiene razón.  —

Aiacos alzó una ceja y dejó el ultimo libro en su lugar antes de mirar al francés.  — Es una tonta por terminar contigo, y aun más tonta por hacerlo aquí, en tu templo cuando sabía que dentro había un Espectro. —

Acuario no contestó, permaneció en silencio aun cuando se acerco a él lo suficiente como para desordenar su cabello.  El santo de oro seguía en silencio, aun cuando sintió la diferencia de temperatura entre sus labios.  No se aparto, pero tampoco respondió a aquella caricia extrañamente familiar.

— Minos te está esperando. —  murmuró finalmente, apartando el rostro para evitar el beso.

— Dijo que fuera a “recoger” todo  lo que quisiera “coger…me” — sonrió y se acerco de nuevo al francés que esta vez lo apartó despacio empujándole hacia atrás.

— Ya quisieras. —

Garuda se quedo en su sitio, observando el rostro contrario, sonrió y volvió a revolverle las hebras de su cabello— Nos vemos después, Acuario. Gracias. — Recoger, despedirse y agradecer… era así cómo debía abandonar el Santuario, debía agradecer esa extraña oportunidad que le habían dado.

Notas finales:

Saludos 


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