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¡El chico tiene diecisiete! por koru-chan

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Un café y una agradable compañía


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Aquella mañana, las calles eran poco transitadas y las aceras, que siempre estaban atestadas por peatones apresurados, se encontraban casi solitarias; claramente no era un día común de trabajo. Era sábado y el estrés de la semana me pesaba en los hombros. Con una mueca de dolor ejercí presión, sin mucha delicadeza, en aquella zona y continúe mi cansino andar direccionando mis pisadas autómatas hacia mi empleo. Los fines de semana, normalmente, no debía ejercer mi cargo, pero se me había acumulado una serie importante de este. Había mucho material que investigar, clasificar y entregar a más tardar el día lunes para su revisión y posterior emisión. Cuando el trabajo apremiaba debía hasta ir los domingos si no alcanzaba con mis horas correspondiente en la semana; era agotador, pero gratificante.


Con somnolencia y un gran bostezo me aproximé hacia la orilla de la acera a la espera que el semáforo cambiase a verde para atravesar la calle. Los minutos transcurrían débiles y el concurrido tráfico de aquel día estaba haciendo difícil mi llegada al edificio en el cual era empleado. Rápidamente se juntó un grupo considerable de personas a la espera de poder cruzar aquella amplia vía. Un tanto hastiado, por el retraso de aquella señal de transito cambiase al color correspondiente para permitirnos un cruce sin inconvenientes, comencé a alejarme de aquel grupito. Me desvíe de mi normal dirección caminando en línea recta; sabía que más adelante habían más cruces peatonales. Normalmente recurría a la misma rutina, salir del subterráneo caminar un pequeño tramo y atravesar la calle de doble vía para luego continuar por la amplia avenida hasta mi oficina; sabía que habían más formas de acceder a mi trabajo, pero no me molestaba en ir más allá cuando tenía la posibilidad más cercana.


Marché con lentitud por aquella acera, la cual la adornaba variadas y bonitas vitrinas. De mi distraído ensimismamiento me sacó un aroma a café recién hecho, el cual llegó a mis fosas nasales despertando mi imperiosa necesidad por cafeína.


Observé la hora, aún me quedaba algo de tiempo. Olfatee  el aire rebuscando a mí alrededor aquel lugar originario de aquel aroma; comencé, sin querer, a indagar aquel sitio de delicioso olor. Miré hacia el frente percatándome que había una inusual fila a la espera de un “algo”. Cuando me acerqué me percaté de que se trataba: Una pequeña tienda de desconocida marca, tenía aquella zona empresarial impregnada en grato aroma a granos de café recién hechos. Miré el nombre del local, percatándome que no era una cafetería como pensaba, sino una pastelería en la cual se apreciaba un sin número de dulces y panes en las vitrinas. Me acerqué al pequeño tumulto de pacientes clientes a la espera de poder pagar mi pedido. Mientras avanzaba aquella improvisada línea de deseosos consumidores, decidía mentalmente que pediría, todo se veía delicioso.


Cuando al fin llegué a la caja, le pedí a la vendedora un muffin de arándanos, plátano y canela más un café mediano. Me aproximé a la vitrina para retirar mi reciente compra percatándome que un chico, que trabajaba ahí, me observaba. Y, éste, al no entender mi mirada extrañada y un tanto molesta por el reciente escrutinio, se quitó la mascarilla que ocultaba gran parte de su cara. Abriendo, en acto seguido, mis labios tras descubrir, con sorpresa, de quien se trataba.


—Así que de verdad trabajas…—murmuré sarcástico tendiéndole mi ticket con mi pedido mientras éste no borraba una sonrisita gustosa de sus labios la cual, rápidamente, me la contagió a mí también.


—¿Creías que te estaba mintiendo?—vi como tomó un vaso de cartón y como llenó éste de aquel deseado líquido humeante. Me lo tendió para que procediera a incorporarle azúcar para luego taparlo y entregármelo —. Y un... —musitó viendo como tendía dos dulces más que no había pedido. Lo miré y negué con mi cabeza—. De regalo para mi nuevo “amigo”—susurró enfatizando aquella última palabra—. ¿Trabajas hoy?—finalizó su tarea preguntando.


—Sí. Medio día— contesté cogiendo la bolsita marrón con la marca del local y mi café.


—Juntémonos—ordenó. Lo miré introspectivo—. Te voy a buscar—continuó mientras, sin mucho interés, tomaba el pedido de otro cliente.


—Ni siquiera preguntas—dije frunciendo el ceño.


—No quiero un NO por respuesta—terminó diciendo con una sonrisa que inevitablemente me contagió. Lo miré esbozando de forma sutil, aquel gesto, como forma de despedida mientras salía del local.


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Masajee mi cuello una vez que había concluido con mi encargo—esta vez, por completo—. Le di a guardar al documento y mientras habría mi correo, vi como mi celular posado sobre mi escritorio, comenzó a vibrar. Lo vi desplazarse por la madera viendo como la pantalla encendida me indicaba el nombre de aquel niño. Ignoré su llamado inquietándome extrañamente; sentí ansias descontroladas de verlo. Pero, ¿qué me pasaba? ¡¿Acaso tenía quince años?! Ese chico me volvía loco y a veces, sólo a veces, me hacía olvidar que tenía treinta y cuatro años. Suspiré largamente mientras apoyaba mi espalda contra el respaldo de mi acolchada y cómoda silla mirando aquel logo impreso de forma rústica de aquella tienda en la cual trabajaba el chiquillo.


Cuando terminé mi jornada a las dos de la tarde sonó mi teléfono nuevamente: “Te estoy esperando”  apareció en la pantalla. Mensaje el cual ignoré apagando aquel tecnológico aparato.


Abrí las puertas de cristal que daban al exterior mientras buscaba con la mirada a aquel chico rubio hasta toparme con alguien que me hacía señas con una dulce sonrisa. Lo analicé agradeciendo, mentalmente, que no hubiera traído flores como la vez pasada. Le hice un gesto con mi mano, dándole a entender que iba a caminar hacia el lado contrario; quería alejarme lo más posible de mi lugar de trabajo, y, sin ningún inconveniente, fui rápidamente seguido por aquel vivaz niño.


—¿Dónde vamos a ir?—esbozó tras de mí.


—A ningún lado. Jamás te dije que nos juntaríamos—hablé sabiendo que el aún estaba a mi espalda mientras yo ocultaba una mueca burlesca.


—Pero, ¿cómo?—se interpuso en mí caminar mirándome afligido, obviamente estaba fingiendo. Lo observé negando con mi cabeza.


—¿Almorzaste?—pregunté.


—Comí algo en el trabajo—me contestó.


—¿Vamos a almorzar?—dije viendo como asentía—. Muero de hambre—terminé de decir oyendo un murmuro pensativo por parte de mi acompañante.


—¿Qué ocurre?—lo observé de forma disimulada.


—Me pagaron hoy, pero no es mucho… ¿Dónde quieres ir a comer?—le sonreí con ternura. ¿Aún existían personas así?


—Jamás dije que tú pagarías—aclaré mientras caminábamos hacia el centro comercial que quedaba a unos pasos desde la zona en la cual trabajaba—. Yo te estoy invitando.


—Pero… yo quiero invitarte alguna vez.


—No es necesario, Suzuki—hizo mohines con sus labios y luego suspiró caminando junto a mi resignándose tras un suspiro.


Cuando llegamos al restaurant pedimos rápidamente comida la cual estuvo amena, era tan fácil y simple hablar con aquel sencillo chico; sin apariencias ni frivolidades de por medio; una banal y tranquila plática con bobadas e idioteces.


—¿Cuando me vas a invitar a tu casa?—rodé los ojos mientras bebía el contenido de mi vaso.


—¿Acaso mi acosador no sabe dónde vivo?—se rascó la nuca avergonzado mientras saboreaba el líquido fresco de mi copa ya casi vacía mientras lo miraba con coquetería disimulada.


—No—dijo serio—. De verdad sé que mi actuar parece muy insistente y molesto, pero mis ansias pueden más que mi cordura—explicó provocando que mis labios esbozaran una sonrisa tenue por la transparencia de aquel joven muchacho—. Y de verdad quiero que me invites—me miró intensamente.


—¿Para qué?—hablé desinteresado del tema—. ¿Cuál es tú argumento?—interrogué cansado de su bobo interés—. ¿Qué haríamos en mi casa?—revolví con la bombilla el casi nulo líquido junto con los hielos, los cuales resonaban al chocar con el cristal de mi vaso. Saqué aquel tubular elemento del interior para luego lamer el extremo de este. Alcé la vista a la espera que el rubio frente a mí me respondiese, pero mis ojos captaron a un chiquillo sonrojado hasta las orejas removiéndose inquieto sobre su silla por mi reciente actuar. Había subestimado la inocencia de aquel chiquillo. Era un maldito pervertido, como todos los adolescentes de su edad.


—¡N-nada especial!—tartamudeo nervioso—. Sólo quiero conocer dónde vives—concluyó mientras lo observaba analítico entre cerrando los ojos.


—¡Quizá qué te estabas imaginando!—esbocé— . ¡Pervertido!—me burlé de él con una sonora carcajada.


—¡No es cierto!—exclamó con presura—. Únicamente me gustaría ver como es el lugar donde habitas día a día.


—Si lo hago, jamás te podré quitar de encima.

Notas finales:

¡Gracias por sus leídas!

Espero que el fic, el y los capítulos esten siendo de su agrado.

¡Nos lemos!


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