Al sentarse en uno de los asientos del casi vacío vagón de metro, y depositar a su lado una bolsa de papel junto con su pesada mochila cargada de libros, DongYoung dejó al fin salir un hondo suspiro de cansancio. Llevaba toda la semana en una presión universitaria que apenas le dejaba respirar, porque a sus profesores no se les ocurría nada mejor que llenarles de cúmulos de tareas y exámenes, suficiente para volver loco a cualquiera. Sumado a eso, el trabajo que a medio tiempo realizaba para ellos y para el director hacía que tuviera que pasar más tiempo del que realmente hubiese querido en la universidad: al pasar por el vestíbulo antes de irse, el reloj había marcado las siete y veintitrés minutos de la tarde, y no quería saber qué tiempo era ya exactamente. Cada día parecía alargarse más y más.
Pero hoy no era motivo suficiente para deprimirse.
El traqueteo casi imperceptible al avanzar por los rieles fue un incentivo para descansar la cabeza sobre el vidrio que tenía detrás, y se dejó mecer por el suave movimiento, los párpados pesándole como nunca…
Sin embargo, cuando se fijó en el reflejo del vidrio que tenía enfrente no pudo sino espabilar lo suficiente para tratar de reprimir la sonrisa que, aunque cansada, de seguro llamaba la atención de los demás presentes porque, ¿quién sonreía de la nada a pesar de las ojeras y el agotamiento latente en el rostro? La respuesta era simple: solo él mismo. Y, para peor, sabía exactamente por qué lo estaba haciendo.
Mirando a la bolsa de papel que tenía al lado, el brillo rojizo que tenía en el interior le hizo sonreír más a pesar de los infructuosos intentos por suprimir cualquier indicio de la felicidad que llevaba dentro. Apenas era una rosa de color rojo, pero llevaba toda la tarde sonriendo a raíz de ella.
“Hyung, felices dos meses”
No solo la tarjeta llevaba ese mensaje corto escrito a mano; recibirlo directamente por parte de la voz y presencia de YoonOh en la hora del almuerzo fue un acto sorprendente considerando lo lejos que quedaba su universidad de la del menor.
“¿Qué haces aquí? ¿Es que has almorzado siquiera? ¡Llegarás tarde a tu siguiente clase y…!”
“Quería verte”
Acariciando los suaves pétalos de la rosa al recordar aquel momento, negó con la cabeza, sonriente. Jaehyun no tenía remedio alguno. Por mucho que le repitió en aquel momento que se devolviera inmediatamente a sus clases y que no anduviera perdiéndose de ellas por algo que perfectamente podía hacer en la intimidad del departamento, el menor siguió en sus trece y le vio partir solo cuando él mismo tuvo que entrar a su clase de Escritura Periodística.
Tampoco pudo detenerle cuando, después de lavarse los dientes a consciencia en el baño del segundo piso de la facultad de Humanidades, recibió un beso apasionado de su parte; justo segundos antes de que un tipo de cursos superiores irrumpiera y con ello casi muriese en el acto de un ataque. Para su suerte pasaron desapercibidos, pero el menor no se salvó del suave golpe en el brazo que impulsivamente le dio al salir de aquel lugar, ni tampoco del torrente de regaños que salió de sus labios.
El hecho de que su novio no dejara de sonreír en ningún momento y que sus labios se sintieran húmedos después de ser besados de manera tan arrebatada, aún eran elementos que le hacían enojar tan solo un poquito. El resto de sus emociones era pura dicha, y lo sabía.
Jaehyun no tenía remedio alguno, pero tampoco quería que lo tuviera. Porque eran esos pequeños pero significativos gestos los que lograban enamorarle más cada día que pasaba.