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Dead Inside por Akire-Kira

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Notas del capitulo:

Pero confesar su amor ya no importa.

Y, la verdad, es que nunca importó.

La luz y la oscuridad le dicen a Jacob los nombres que han decidido adoptar para él. La luz pasa a ser Abaddon y la oscuridad, Balan. El Rey y El Príncipe. En cuanto ellos pronuncian sus nombres adquiridos, Jacob se inclina hacia el lado de la balanza que favorece su sanidad mental. Él nunca había escuchado dichos nombres. No hay manera de que hayan emergido de algún rincón de su cabeza, por más recóndito que éste fuesa. Mientras piensa en ello, Balan hace que su cabello precioso serpentee por el suelo y se aferre a la muñeca de Jacob. El tacto contra su piel de las hebras rojas, que son finas pero resistentes, lo fuerza a reconsiderar las cosas de las que cree estar seguro.

Balan está mucho más débil que antes. Ya no puede mantener sus ojos abiertos por mucho tiempo. Tres o cuatro horas despierto lo agotan en demasía. Duerme con su cabeza apoyada en las piernas de Abaddon, quien parece querer hacer honor a sus nombres y cuida a Balan como si fuese su heredero, su primer y único hijo. Jacob lo mira con escepticismos al inicio, cuando Abaddon comienza a acariciar una de las mejillas de Balan y a cantarle uno de sus himnos de guerra en voz muy baja, lenta y arrulladora. Balan abre sus ojos un momento, mira directamente a Jacob durante un largo segundo y luego se deja arrastrar a la inconsciencia por la voz de Abaddon.

Tan solo no le hagas daño.

Eso es suficiente para Jacob, que Abaddon no hiera a Balan. No le importa que su repentino e inexplicable cariño sea una farsa —hay tantas de éstas en su vida que hacer caso omiso de una ya no le cuesta un ápice de esfuerzo—, solamente le pide que no esté planeando causar heridas a Balan. No lo merece. Nadie lo merece. Jacob no dudará en defender a la oscuridad. Tan precioso ahí, tumbado en el suelo, confiando en la cercanía de un ser que lo detesta. Luce pequeño, rompible, y el instinto protector de Jacob es llamado de inmediato hacia él. Así como protege a Nessie, quiere proteger a Balan. Abaddon no es bueno, tampoco malo, pero sí capaz de mucho. Nunca se la ha sido dicho, pero Jacob lo sabe. Posiblemente su certeza se trate de un eco de la mente de Balan, una forma que el hombre encontró de cuidarse a sí mismo incluso en su estado más vulnerable. Sea como sea, Jacob agradece el conocimiento.

Con Balan dormido y Abaddon pendiente de él, Jacob consigue horas sin ellos. En cuanto Nessie despierta y pide su alimento, él puede acompañarla a lo largo y ancho de la casa sin sentir la presencia de los otros dos hombres detrás de él. Los percibe arriba, aún en la habitación de la niña, pero en ningún momento a un lado suyo. Inevitablemente, Jacob relaciona la ausencia con la soledad. Está acostumbrado a ellos. Se ha acoplado a su posible locura.

—Jacob —lo llama Nessie ya sentada en el comedor, con un vaso repleto de sangre entre sus manitas. Aquel fluido dejó de causarle náuseas a Jacob desde hace meses. Ver a su niña beberlo casi a diario fue su proceso para volverse inmune.

—¿Qué sucede?

—¿Estás bien? —los ojos cafés de ella, amedrantados, hacen una inspección profunda de la cara de Jacob. No hay ojeras ni marcas de heridas recientes. Es un alivio. Uno grande pero misterioso. ¿Cuál es la razón de esta mejoría? ¿Cuánto durará? ¿Puede ser permanente?

—Por supuesto —él le asegura, sonriéndole. Ayudado de sus sensibles sentidos, Jacob detecta a cuatro de los nómadas menos confiables rondando el patio trasero de la casa.

Sus nombres se le escapan, vuelan lejísimos porque no puso ningún interés en aprenderlos. Sin embargo, el instinto manda y él camina hacia la puerta de la cocina que da al patio, abre y se asoma con discreción. Tres nómadas americanos y uno europeo, jóvenes, prácticamente neófitos, que se siguen los pasos los unos a los otros concienzudamente, temerosos de ser atacados.

Ni siquiera permanecen aquí por verdadera solidaridad. Se unieron porque pensaron que debían unirse, elegir un bando para lo que parece ser una batalla relevante en el curso de la historia de los sobrenaturales. Saben de las matanzas de Ciaus, de la falta de piedad de Aro y del tedio de Marco. Están interesados en ver lo que pasa. Piensan huir si las cosas se tuercen y este bando termina en desventaja. El murmullo de Abaddon manda un rayo eléctrico por la espalda de Jacob. La luz está dedicándose a Balan, a su hermosura en peligro de desvanecerse, y aun así le revela secretos a él. Abaddon, se da cuenta Jacob, lo quiere de un modo distinto a todo lo que podría alguna vez imaginar. Hay algo muy importante que no está viendo en las figuras de los dos hombres. Algo que empequeñece entre más uno se aproxima.

Jacob cierra la puerta y regresa a su lugar en la mesa junto a Nessie. Ella, habiendo acabado su alimento, le pide con una seña que se incline y recarga la palma de su mano en la mejilla de Jacob. Pregunta si hay problemas con los nómadas. Jacob niega con la cabeza, sonriéndole de nuevo.

—Estás segura aquí —promete—. Rosalie y Carlisle se mantienen atentos a los cambios de actitud de nuestros aliados. Si cualquiera de ellos pareciera inestable, Emmett y Esme lo alejarían en un santiamén. La manada de Sam está en la frontera y el pacto entre ellos y nosotros establece apoyo mutuo en situaciones como esta —lo que es un gran problema para Jacob—. De haber un ser potencialmente peligroso, se le sacaría tanto del territorio Cullen como el Quileute.

Quitando la mano de su mejilla, Renesmee asiente y permanece callada un momento. Sabe que su abuelo Carlisle es muy fuerte. Él tiene más de tres siglos de haber nacido a la vida que tiene ahora, es el padre de todos ellos, directa o indirectamente. El poder de su sangre corre a través de las venas de Edward y, de él, pasó a su madre y a ella. Isabella y Renesmee son las últimas hijas de Carlisle. Las más recientes y débiles. Sin ser antigua como la de Aro o Marcus, la sangre de Carlisle pierde fuerza entre generaciones. Por eso Edward es el más fuerte de sus hijos, es El Primero, el hombre con el poder acumulado de su padre y sus propios años en el mundo. Ni Esme ni Rosalie, mordidas por Carlisle, se pueden comparar a Edward. Su poder psíquico, además, le proporciona una enorme ventaja y control sobre su entorno. Nessie, sinceramente, se angustia por lo que su padre podría hacer con aquel don que no merece. Saber lo que hizo de su lazo con Jacob es un preludio desalentador.

—Jacob —le habla. Su lobo la mira de inmediato, desviando la atención de su desayuno para enfocarse únicamente en ella.

—Dime.

—Tú también estás seguro aquí. Conmigo.

Por un momento, Nessie ve el rostro de Jacob quedar en blanco. Inexpresivo luego de una sorpresa que ella no comprende. Después, con lentitud, el rostro de su Jacob se ilumina con una enorme sonrisa. Eres bellísimo así, piensa ella, quisiera que me sonrieras de esta manera todo el tiempo.

Querer a Jacob siendo feliz día tras día por el resto de la eternidad es querer cambiarlo. En esta vida, siendo humano, siendo lobo, Jacob conoce la felicidad momentánea. Para él, es pasajera y finita. Desde la muerte de Sarah ha sido de ese modo. Renesmee detesta a su padre por empeorar la percepción de Jacob, por darle más razones de las que ya tenía para atreverse a dejarlo todo de lado.

—Lo sé —dice Jacob, sus ojos brillantes y labios curvados—. Gracias por cuidar de mí, Nessie.

Renesmee empeña todo su esfuerzo en no echarse a llorar en los brazos de él.

La vulnerabilidad humana le parte el corazón.


Mientras observa el entrenamiento de los nómadas, Jacob presta especial atención a dos de éstos. Garret y Alistair. Los vampiros más viejos, luego de Carlisle, que ha visto. Sus técnicas de lucha son asombrosas. Han perfeccionado cada movimiento de sus cuerpos a lo largo de siglos, haciéndose fuertes, precisos y letales.

Carlisle no posee el poder destructivo que Alistair y Garrett muestran con tanta naturalidad, no es un hombre de guerra o conflicto, sino de cura y diálogo. Jacob lo quiere así, dando descanso al dolor, y detestaría verlo reducido a lo que Garrett y Alistar son y que en ellos luce bellísimo. La nota salvaje, el cabello desarreglado y las barbas incipientes, sus rostros pálidos, brillantes de saberes que Jacob quisiera poder imaginarse.

A mitad de ese entrenamiento, mientras Emmett hace una broma que él no alcanza a comprender y Kate y Benjamín celebran su victoria sobre un reto desconocido, Jacob atrapa la mirada de Alistair. El par de ojos carmesíes lo observan con fijeza y Jacob no encuentra un solo motivo válido que le haga mirar hacia otro lado. Esos ojos, profundos y variados en su paleta de colores, lo tienen pendiendo de un hilo que hasta ahora no conocía. No es un sentimiento nuevo, pero sí uno que había olvidado. Unos cuantos años atrás, Jacob estaba acostumbrado a este sentir. Era común en su día a día, tan recurrente como sus ideas más estúpidas e igual de poderoso que su curiosidad de adolescente; de hecho, una parte fundamental de esa fase de su desarrollo injustamente interrumpido.

Alistair lo ha traído de vuelta con su mirada y nada más que su mirada.

No mentirá al respecto.

Se siente condenadamente bien.


Abaddon está furioso, sus ojos abismales liberan llamas blanquecinas, destellos intermitentes de calma en una ira sin precedentes. Balan sonríe entre sueños, su rostro luciendo angelical en la semipenumbra del atardecer al otro lado de la ventana; es francamente precioso, a Jacob se le antoja ir a peinarle su rizado cabello rojo. Abaddon no va a permitírselo en un tiempo, deduce Jacob al echarle una ojeada al rostro límpido del hombre, pero se arriesgaría por el mero placer de acortar la distancia entre él y Balan.

La boca de Alistair sabe a sangre. Se alimentó hace muy poco y la idea de que el líquido en su lengua es sangre de un humano le provoca náuseas a Jacob, lo perturba y paraliza. El vampiro, sonriente y repentinamente vivaracho, le limpia la comisura de los labios luego de besarlo un par de veces más. Jacob percibe la piel de Alistair como una superficie dura, fría y extrañamente blanda. Resistente y tierna. Su vello facial apenas se siente contra el rostro de Jacob, quien acostumbra a afeitarse en la mañana cada segundo día. Alistair, tocándole los contornos de la cara con una delicadeza fortuita, le transmite a Jacob una sensación de paz. El hombre no tiene remordimientos en su haber. Está libre de los dolores a los que Jacob ya se acostumbró.

—Dulce niño —susurra Alistair, su boca tentadora rozando las mejillas de Jacob—, eres de lo más cautivador, ¿lo sabías? Hueles a pura necesidad, a desesperación y pena. Alimentarme de lo que eres bastaría para quedar saciado durante años —. ¿Es así? Jacob quisiera saber si este hombre habla con verdades o escupe mentiras al igual que Los Señores.—¿Me darás esto? —pregunta y su voz suena como si estuviese cantando una nana—. ¿Podré tenerlo en el futuro?

Ahora mismo, quieto y presionado contra el cuerpo ajeno, Jacob le diría que sí a todas sus preguntas. Le juraría cualquier cosa, así como lo haría con Edward. Alistair no es su imprima y no debería ceder con tanta facilidad, pero el sabor de la sangre se desliza aún por su lengua y hacia abajo a través de su garganta. El resquicio metálico está estancado en sus papilas gustativas, atrapado ahí para reproducirse en un ciclo enloquecedor. Jacob no sabe cómo asimilar el hecho de que, tras un rato saboreándola, la sangre adquiere un gusto apetitoso.

No le dice que sí a Alistair.

Escucha todas sus preguntas y luego se inclina para tomar más del jugo de su boca sanguinolenta.


Alistair es una tormenta pequeña, desastroso y feroz. Jacob siente todo de él en un tiempo muy corto y termina extraviado entre la piel y el cabello ajenos, hundido hasta la mandíbula en la apreciación de un placer desbordante.

Actuando de acuerdo a ese raro aire vivaracho, Alistair le sonríe con la desfachatez de Balan y baja para besar un rincón de Jacob que se le antoja perfecto.

La tortura de las peticiones de Edward, junto a la decepción que llegó a él con el distante recuerdo del cuento de niño y su amor por las mariposas, abandonan el cuerpo de Jacob en cuando el primer suspiro de gozo escapa de su boca. Con esos primeros sonidos, Jacob se da cuenta de que, si lame sus labios y rebusca en las paredes internas de sus mejillas, aún se puede topar con ligeras reminiscencias del sabor de la sangre. Mientras Alistair lo muerde y succiona, Jacob le pide más de aquella bebida.

SangreDámela. Dámela.

Es muy posible que esté pensando en voz alta, pues su pensamiento viene acompañado de dos risas. La de Alistair y la de Balan. O quizá sólo oye una risa, una profunda y ronca risa que se divide en el aire y abraza sus oídos en dos candencias distintas. Jacob tirita al tiempo que la risa —¿las risas?— mueren. Agitado y confuso como se encuentra, le resulta complicado enfocar su vista en la silueta negra adornando una de las esquinas de la habitación. No logra verle los ojos, pero el resplandor dorado de su cabello es la luz del sol durante el amanecer; demasiado brillante para no advertirlo, demasiado hermoso para no disfrutarlo.

¿Quieres sangre?, le pregunta Abaddon, estoico, la capucha negra elevándose en el aire para cubrirle la cabeza. Jacob asiente en su dirección, moviéndose casi con frenesí por el punto de su cuerpo que Alistair acaba de tocar con la punta de los dedos. ¿Sangre que él te dé de su boca?. ¿Debería dale la razón en un hecho incuestionable?, se plantea Jacob. Teniendo los ojos húmedos y los labios adoloridos, es muy obvio que el placer está convirtiéndolo en un desastre. Blando e inmaculado desastre que Alistair se empeña en agravar.

Siempre tan bello, ¿no es cierto, Abaddon?. Balan tiene un modo curioso de hablar, parece estar riéndose a vivo pulmón cuando apenas y sonríe. Me fascina esta divinidad suya, la pureza natural e imperecedera de su cuerpo. Lo extrañaba. ¿Tú no, Abaddon?. Jacob intenta hacer contacto visual con Abaddon, pero éste lo evita apretando sus dientes y girándose hacia cualquier lugar que no contenga un solo centímetro de la piel descubierta de Jacob o la melena salvaje de Alistair. Está furioso. La irracionalidad de Jacob adora esa furia, la desea desesperadamente. Tanto o más de lo que desea a Alistair. Tanto o más de lo que nunca amará a nadie. Tanto o más de lo que jamás sufrirá.

Incluso retorciéndose en el placer, suspirando, jadeando y permitiéndose un épico desplome, Jacob sabe que la situación es algo enfermo. Una mezcla de todo lo que ha sucedido. Un acto que lo desdobla frente a lo más querido y lo entrega a lo menos experimentado. Sabe, también, que las peticiones de Edward serán un suplicio indecible; cada mordisco, cada toque, cada beso y cada palabra de Alistair se lo aseguran; su propia codicia se lo grita a la cara.

Jacob se une a Balan en su risa.

Esto desatará un infierno.

—Oh... lo hará, dulce niño —Alistair concuerda. Deja aquel delicioso y perfecto rincón lleno de besos y mordidas y sube para darle a Jacob lo que le ha pedido. Sangre. Sangre salida de su boca únicamente para que Jacob la tome—. Lo hará.


Edward hace su siguiente petición unas noches antes a la llegada de los Vulturi.

Esta vez, sintiendo el dolor al que está aclimatado corriendo a través de su cuerpo entero, Jacob toma aire para decir las cosas que prefirió callarse durante los últimos años de su vida. Si la batalla será dentro de tan poco tiempo, no quiere ir a ella sabiendo que fue un cobarde. No quiere quedarse con mil reclamos atorados en la garganta. No quiere cederle la victoria a Edward tan fácilmente.

Probablemente Jacob va a morir en unos días y no piensa irse de este mundo sin confesarle a Edward cuánto ha llegado a aborrecerlo a pesar de lo mucho que lo ama.

Balan se regodea en su irrelevante acto de rebeldía. Abaddon, silencioso y encapuchado, continúa mirando hacia otros lugares. La ira fluye de su cuerpo tan claramente como la luna refleja la luz del sol, y Jacob, aguantándose las ganas de gritarle que lo mire, aún adora conocer su furia. Es curativa, terapéutica, lo hace sentir extraña y magníficamente reconfortado. Es como si necesitara hacerlo infeliz para sentirse completo; darle tragos amargos para poder respirar.

Esto es por lo que Jacob se alejará de Nessie en el futuro. Ha descubierto que su manera de amar, además de perdida e irrevocable, es tóxica. Tarde o temprano, de un modo u otro, su amor transforma a las personas. Elevó la maldad de Edward. Fortificó la dependencia de Bella. Por alguna razón que no le queda clara, su amor tiene el potencial destructivo de la crueldad. Erosiona el juicio y trastorna los valores, pudre el alma de la gente hasta que no hay retorno alguno. Balan es lo peor en lo que podría caer; y Abaddon, lo menos dañino. Es por esto que el hombre de rubios mechones está tan furioso, porque le ha estado dando la espalda desde la noche en la que Balan comenzó a recuperarse de su fragilidad pasajera.

Edward termina su desahogo varias horas más tarde.

—Dime una cosa —le pide Jacob luego de pronunciar su último reclamo—: si muero ¿eso te haría sanar? ¿Dejarías el silencio y ayudarías a Isabella a recuperarse? ¿Cuidarías de Renesmee?

¿De qué hablas?, Abaddon habla por fin. Jacob recibe su fúrica voz con una sonrisa y un alzamiento de hombros. ¿Es lo que quieres? ¿Morir?. Honestamente, Jacob no sabe lo que quiere ahora mismo. El peso de Edward es un recuerdo demasiado reciente sobre su espalda. Las marcas de colmillos arden en sus omoplatos y su cuello. Edward sí que estaba frustrado, al parecer.

—¿O no haría ningún bien? ¿Sería intrascendente? Si mi muerte ayudara a mejorar las cosas...

—Te inmolarías.

Balan frunce el ceño al oír la réplica de Edward. La expresión de Jacob es seguramente muy parecida. No esperó ni por una fracción de segundo que El Señor le concediera unas cuantas palabras.

Lo que Edward le dice antes de marchar deja a Balan con la boca cerrada y a Abaddon iluminado por una luz mortecina.

—Siempre lo haces, Jacob, ¿o me equivoco?

Él lo piensa mientras se viste.

Inmolarse.

Busca los ojos tormentosos de Balan y el fuego de su larguísimo cabello rizado. Balan permanece imperturbable, sin reír o sonreír como había estado haciendo. Indiferente a la actitud de su compañero en la eternidad, Abaddon se acerca a Jacob lo suficiente para que éste note los cambios en su rostro. El par de ojos abismales empiezan a despejarse, a liberar su furia optando por no utilizar la violencia que Jacob ansía de su parte. Quiere a Abaddon odiándolo como odia a Balan, a su Príncipe, a su Unigénito.

Odiar, suspira el hombre, su capucha negra resbalándose hacia atrás. No es eso lo que siento por él, no aún, y a ti jamás podría odiarte. Esa es mi mayor fortuna, y nuestra peor desgracia.Entre sus palabras, que suenan más sinceras de lo que nada lo ha sido antes, Jacob divisa los indicios de lo que tiene prohibido ver. Aquello que ambos, luz y oscuridad, no tienen permitido revelarle, está inmerso en la dulce confesión de Abaddon. Es tan obvio que ahí se encuentra, pero tan difícil advertirlo...

Pero me odiarás un día, cuando me rehúse a quedarme cerca de ti.

¿Podrás rehusarte?, me pregunto. Balan frena sus ideas de irse. Ya sabes que soy tuyo, completamente, y yo sé que tú me deseas con desespero. Lo dijo él, ¿no es cierto? Alistair pudo darse cuenta de la verdad. Tu necesidad de nosotros. Tu necesidad de ser herido. ¿Quiénes mejores que yo y ellos para darte ese dolor? ¿Quién más podría comprenderte, mi amor?.

No necesito que me hieran. De entre tanto, eso es lo que más detesto.

Oh, no… Mírate bien, amor mío. Si no lo necesitaras, ¿por qué dejarías a Edward hacerte esto? ¿Por qué buscarías a Alistar teniendo a Renesmee? ¿Por qué adorarías con esa desbordante pasión la cólera de Abaddon?. Balan se burla de él creyendo tener la única verdad en sus manos. Jacob sabe mucho menos que él, mucho menos que nadie, y hesita en su intención de construir una respuesta.

No tiene argumentos con los cuales objetar.

Fue incapaz de contradecir a Edward.

Y es incapaz de contradecir a Balan.


Jacob hace una visita a La Push.

Conversa con Seth y Leah. Presenta su respeto y aprecio a cada miembro de la manada, desde Sam y Paul hasta Brady y la pequeña Susan, que ha crecido bastante desde la última vez que la vio.

—Podemos ayudarte.

Teniendo en brazos a Susan, Jacob se gira para ver a Sam. El alfa está rogándole con esos ojos oscuros y usualmente severos, parecidos a los suyos en nada más que el color. Recuerdos de una infancia juntos brotan de su postura tensa, de los trazos toscos de sus facciones rígidas. Jacob sufre un duelo interno: sucumbir al confort de su ayuda para sentirse acompañado durante el camino a la masacre o resistirse a la tentación de tenerlos a su lado y asegurarles la vida. Aunque increíble, ambas ideas tienen la misma probabilidad de ganar.

Lo piensa mejor.

Su solución es definitiva.

—No, Sam —niega—. Esta pelea no debe afectarles a ustedes. Mantenlos a todos aquí, en los límites de la reserva. Si detectas que las cosas van mal para nuestro lado, no te involucres.

—Pero Jacob-

—Por favor —intercambian papeles, ahora Jacob es quien ruega—. Arriesgaré a Renesmee en ese campo de batalla… si ustedes colaboran… yo… no puedo perderlos. No a mi familia.

—Tú eres parte de nuestra familia también. Piensa en cómo nos sentimos dejándote ir solo, ¡no seas irracional! ¡Considéranos! —Leah alza la voz, fuerte y firme igual que en los viejos tiempos. Ella no ha cambiado. Nunca cambiará. Jacob, a su vez, no conserva nada de su yo pasado.

—Eso hago. Siempre lo hago, Leah. Quédense al margen. Sólo les pido eso.

El argumento es eterno, así que Jacob deja a Susan en brazos de Quil y hace su camino hacia la casa de su padre.

A Billy no le promete que regresará.

No hace ninguna promesa a nadie, pero sí jura que dará lo mejor de sí para volver a verlos a todos.


Apenas unas horas antes de partir hacia los alrededores del claro, Alistair hace un movimiento inesperado con el cual Jacob se regocija e inculpa. Un beso de sangre. Sangre que se escurre por el cuello de Jacob, espesa y cálida como la presión del cuerpo de Alistair contra el propio, desconcertante como el flujo incesante que cae de aquellos labios manchados. Es ambrosía venenosa, el trago de vida que ambos necesitan para ir al encuentro de los Vulturi, pero, al mismo tiempo, es la comunión de dos seres incompatibles. Una perversión entre mortal e inmortal, entre el mundo de luz y el reino de oscuridad. Están quebrantando leyes antiguas y sagradas. Con esto, Jacob traiciona su compromiso con Edward. Entregándose así a Alistair, no hace más que escupir en el rostro de sus ancestros, en la santificada idea de la maldita imprimación.

¿Por qué no escupirles una vez en la cara cuando ellos te han humillado cientos de veces?.

Balan, de pie a varios metros, estudia la postura de Alistair, esas largas manos blancas que retienen los brazos de Jacob, y sonríe al notar el parecido entre él y aquel hombre rubio. Su sonrisa risueña se hace más grande en cuanto Jacob también se percata de las similitudes y ríe por lo bajo al ver la impetuosidad de su amor creciendo. Jacob se alimenta de Alistair como quisiera alimentarse de Balan. El espectáculo es fascinante desde la perspectiva de éste.

¿Es tu ensueño conmigo?.

Los labios de Alistair se abren un poco más. Jacob quiere sostenerle el cabello, tocarle el rostro, pero sus manos no serán liberadas pronto. No tiene cabeza para hacerle una seña a Balan diciendo que sí, que eso es lo que desea hacer con él, que esa es una de las razones por las que no evita rendirse ante Alistair.

El sangrante beso se extiende por minutos. Jacob entiende el entusiasmo y la energía de Alistair, pero no puede seguirle el paso. Jamás ha podido igualarse a un vampiro, no en su forma humana, y Alistair se aprovecha de su debilidad impidiéndole tomar el aire suficiente para conservar sus cinco sentidos al máximo. Al llegar al punto de los jadeos, Alistair separa sus bocas. Obliga a Jacob a enfocar su vista y fijarla en él. Jacob se siente mareado, prestar completa atención le cuesta una gran parte de sus fuerzas mermadas.

—Su marca no se compara a la mía —murmura—. Soy mucho más viejo, mucho más poderoso. Sobreviviremos a ese asqueroso séquito de papanatas y me seguirás. Voy a darte todo lo que podrías desear, dulce niño.

Este hombre embustero… ¿lo acompañarás, amor? Abaddon no podría detenerte de querer ir con él, y yo no diría nada. Jacob detecta la mentira de inmediato. Balan sería el primero en buscar una forma de encadenarlo. Antes de dar un paso fuera de su territorio, Jacob sentiría el largo cabello rojo enredándosele en las piernas, quitándole toda oportunidad de escapar junto a quien sea.

—Sólo deberás darme esto —Alistair habla en una voz gutural que a Jacob lo encandila y petrifica. Aquel tono tiene el mismo efecto que el primer beso de sangre. Es repugnante, pero, progresivamente, apetitoso. Adictivo—. Tu necesidad. Tu dolor… ¿Me lo darás?

Mientras la repulsión se desvanece y el agobiante anhelo por Alistair hace su vil acto de presencia, Jacob transpira miedo. La herida que Edward le hizo en el pecho con su mano invisible comienza a hervir en las orillas, supura como si estuvieran reabriéndola. Hace algún tiempo que no lo recordaba. El altísimo costo de su amor inútil por La Señora. Abandono y huesos rotos. Su camino de vergüenza que ha durado años. Las olas de sentimientos desagradables que El Señor enviaba a través del maltrecho lazo. Que continúa enviando en días al azar y por razones ocultas.

¿Sería malo dejarse halar hacia territorios distintos a los que conoce por Alistair? ¿Este hombre extraño que alaba y persigue su sufrimiento? ¿Este vampiro que le da a beber vida y lo empuja hacia la irracionalidad?

—No lo dudes.

Jamás dudes.

Y no es momento de querer a alguien nuevo. En realidad, un momento así no existe para nadie en ninguna era de la historia. Sólo se quiere. Y aunque Jacob no está preparado para abandonarse a los brazos de alguien más —cuando ni siquiera debería ocurrírsele—, lo hace.

—Sí.

Es lo único que dice. Y eso es todo lo que Alistair necesita.


Jacob confía el cuidado de Nessie a Esme, Emmett y Rosalie. Sabe que ellos la ayudarán a huir si es necesario, y que Esme jamás se atrevería a abandonar a su nieta sin más, ni cuando pierda a el resto de su familia en la batalla. Ella es así de fiel, según lo que Abaddon y Balan le han contado. Luego de experimentar lo difícil que es mantenerse firme a las promesas, Jacob admira su fuerza. Incluso la envidia en privado, entre los brazos de Balan y aquella horrenda y gélida mirada de Abaddon.

Esme pone a la niña a dormir en una tienda de campaña tres horas antes del momento en que estiman la llegada de los Vulturi al prado. Nervioso, algo paranoico, Jacob abre el cierre de la tienda para verla dormir durante unos minutos a la mitad de su sueño. Nessie descansa en una postura tétrica, con las manitas sobre el pecho y el cabello regado alrededor de su cabeza, tal cual fuese un cadáver. La visión lo agita. Incómodo, retira las blancas manos del pecho de la niña. Su quietud aún logra exaltarlo, pero el efecto de esto no puede compararse a lo anterior.

Gran parte de los nómadas se ayudan a delimitar un perímetro seguro. No creen del todo en las visiones de una mujer ausente; peor aún, de una mujer a la que pocos han visto alguna vez. Jacob comprende el miedo. Alistair es uno de los que están en el punto más alejado del centro de ese perímetro, junto a Carlisle, Amun, Eleazar y Liam. Los más fuertes en el sitio más vulnerable. Cada cierto tiempo, a causa de ruidos repentinos en la lejanía, el corazón de Jacob salta de preocupación. Alistair está en un enorme peligro. Es antiguo y poderoso, pero la guardia Vulturi cuenta con miembros de edades superiores y "dones" infernales.

Si Alistair o Carlisle, o Eleazar o Liam, llegaran a caer presas de tales trucos, Jacob iría a ayudar a Carlisle y Alistair. Benjamín correría al auxilio de Amun. Kate y Tanya no tardarían en saltar por Eleazar. Maggie y Siobhan se apresurarían a cuidar de Liam. Sólo Rosalie y Emmett permanecerían al lado de Esme y Nessie. ¿Sería eso suficiente? De estar en desventaja —que lo estarán— ¿tres vampiros bastarían para cuidar la vida de su ángel? ¿Tres en contra de decenas?

Con una risa entrecortada, Jacob cae en cuenta de que la debilidad de todos ellos es el amor. Pelearán por amor a los suyos y morirán protegiéndolos. Es casi noble, si no fuese porque los padres de Renesmee están en otro lugar, quietos y fríos mirando a través de la ventana, soportando la presencia el uno de la otra sin que nadie sepa cómo o por qué. Jacob quisiera saber por qué, en específico. ¿Por qué abandonar a Nessie desde su nacimiento? ¿Por qué ser un par de estatuas dentro de una habitación oscura? ¿Por qué hacer esas absurdas peticiones una y otra vez? No cree que Edward obtenga placer de ellas. No hay pasión en el acto, no hay deseo ni sensualidad o afecto. Es una faena de dolor y rudeza, de puro enojo y pesada repulsión.

No entiende lo que Edward quiere de él.

Su alma. Su corazón. Su cuerpo. Su dolor. Nada lo complace. Jacob le ha dado mucho, y ni una sola de esas cosas lo han hecho feliz. Ni siquiera una promesa de lealtad y amor eternos. Ni siquiera Isabella. Ni siquiera una hija como Nessie.

Posiblemente Edward no quiere nada y por ello detesta todo lo que se le da.

A unos metros, de entre maleza, troncos y arbustos, un animal pequeño sale de su guarida haciendo un ruido que llama la atención de Jacob. De pelo negro y ojos oscurísimos, un conejo de orejas largas salta de tramo en tramo hasta un nacimiento de flores diminutas que comienza a mordisquear sin fijarse en los alrededores. Quizá termine siendo el alimento de los Cullen. O alguien de los Denali.

Nessie despierta de su siesta cuarenta minutos antes de lo que Jacob habría querido. De forma instantánea, sale de la tienda de campaña y va hasta Jacob para hundirse en sus brazos. Le besa la mejilla y acaricia el cabello mientras le muestra sus sueños de caleidoscopio. Las sonrisas que Jacob le regala hacen que esas dos horas sin verlo no le molesten tanto; así como su humor tras pasar horas a solas con Alistair.

—¿Tienes sed?

—No —apretándole las mejillas entre sus deditos, Nessie maneja el rostro de Jacob a su gusto, dirigiéndolo para que la vea directamente a los ojos—. ¿Tú tienes hambre?

—Tampoco —él sonríe.

—¿Mañana podemos ir a las Montañas Olímpicas? —pide la niña, su sonrisa tan grande como la de Jacob. —¿Y luego a Seattle? Quiero comprarte un regalo de cumpleaños.

—No necesito nada, Nessie.

—Pero quiero hacerte un regalo. Serás mayor de edad en unos días, deberíamos hacerte una fiesta. Tía Alice me habría dicho que sí.

Seguramente. Y Jasper apoyaría a su esposa con una sonrisa sutil y ojos brillantes.

Pero ellos no están.

Jasper no está.

—Por supuesto que diría que sí. Estás bastante mimada —se ríe ante el puchero de su niña, quien le aprieta las mejillas con un poco más de fuerza a modo de revancha—. Lo estás. Y lo sabes.

—¡Lo estoy! —acepta ella—. Me aprovecharé de ello para hacerte una fiesta. Podemos invitar a tus amigos de La Push. Y a tu papá. Quiero conocerlos a todos, jamás me han dejado ir contigo cuando los visitas.

—No es conveniente.

—Yo no les haría daño. No quiero hacerles daño. Quiero que sean mis amigos también.

—Algún día —enuncia despacio— lo serán. Yo mismo voy a presentarlos, ¿de acuerdo? Seth va a adorarte y Leah caerá rendida poco después. Sam es un gruñón sin remedio, pero acabará queriéndote. Todos ellos te querrán.

—¿Crees que los abuelos me dejen vivir en La Push un tiempo, mientras los conozco?

Jacob se repudia por decir tales mentiras. No cree que Carlisle o Esme —ni siquiera él mismo— permitieran suceder una cosa así. Es muy peligroso. Además, hoy podría ser el último día en la vida de Jacob, y llenarlo de mentiras es la peor manera de terminar. Sin embargo, ser crudamente realista con Nessie no puede hacerlo incluso aunque la casi inminencia de su muerte lo trastoca hasta el fondo del alma. Hace poco más de dos años, la posibilidad de morir antes de los dieciocho lo habría hecho reír. En la actualidad, no tiene el descaro para burlarse del poder de la muerte.

Y con la muerte acercándose, Jacob se pregunta qué clase de bastardo fue en vidas pasadas para merecer un final que se augura tan grotesco; asesinado por vampiros, puesto para que hagan con él lo que deseen. ¿Qué hizo para ganarse una unión con Edward —para imprimar en él—? ¿Una amiga como Bella? ¿Es que son todas casualidades, movimientos del azar, y él sólo tuvo mucha mala suerte?

Nessie lo besa en los labios, tierna e inocente cual flor al inicio de la primavera, y Jacob tiene que reconsiderar aquella "muy mala suerte". No fue tan mala. Tiene a Nessie, a su padre, sus hermanas y hermanos. Su madre murió tiempo después de que el cumpliera los ocho años, por supuesto, pero vivió lo suficiente para darle a su hijo lecciones más sobre las personas que de la vida misma. Saberes acerca de la crueldad y la decepción, el trabajo duro y aquello que en verdad vale la pena. Recordando sus historias metafóricas, Jacob aprendió a darle su lugar a Isabella, a apreciarla pese al rencor; y sobre Edward, a ver y odiar sus defectos aun amándolo. Porque el amor ya no es suficiente para cegarlo; y la verdad, la completa verdad, es que jamás lo fue.

En tiempos muy recientes se entregó a Alistair. Dijo que Sí. Sí. Sí. a las cosas que el vampiro pidió utilizando su voz de campanas y esas manos deliciosamente frías. Fue una sorpresa titánica el que Alistair se entregara de igual forma a sus brazos. El beso que se dieron al final no fue uno de sangre. Fue una caricia suave y cándida en un nivel incomprensible. Un beso que estará en la mente de Jacob durante sus últimos segundos de vida, así como sus padres, hermanos, hermanas y Nessie.

—Jacob, ¿querrás tener hijos un día? —la niña pregunta, seria e inexpresiva a ratos—. ¿Un niño que no sea como yo? ¿Uno cuyo corazón lata más lento y cuya piel sea cálida como la tuya?

Confuso, Jacob frunce el entrecejo y la reacomoda entre sus brazos.

—¿Por qué preguntas eso?

—Quiero saber.

—¿Esa es la única razón?

—No.

Con una respuesta tal, Jacob sabe al instante que no le serán reveladas las otras razones. Nessie adopta una actitud hermética con las cosas que no quiere dar a conocer; es terca y decidida, muy fuerte para su edad, pero también muy frágil. Besándole las mejillas, la nariz y la frente, Jacob la distrae. Quiere tiempo para pensar en su respuesta. Ya hay bastantes mentiras el día de hoy como para añadir otra.

De buen humor con las atenciones, Nessie ríe e intenta hacerle cosquillas. Se impulsa contra él para tumbarlo al suelo sin lograrlo, revuelve su cabello y le toca la cara de mil formas distintas. Sonríe y la luz del amanecer le brinda una aureola de divinidad y pureza que Jacob venera. Es increíblemente bella. Una criatura de caireles rojizos castaños, piel blanquísima y ojos de un café suave y cortés. En el futuro será una mujer extraordinaria.

Porque si bien Jacob está esperando lo peor para sí, su lucha no será en vano. Si muere, lo hará viéndola lejos de los Vulturi. La verá caminando por la senda hacia una vida llena de luz incluso aunque le cueste el corazón. Dará lo que le queda sin vacilar un solo segundo a cambio de la libertad de ella. De su preciosa Renesmee.

Nunca consideró la posibilidad de formar una familia propia. Y no lo necesitaba porque ya había un destino al cual aguardar. Renesmee es la niña que tuvo con la chica a la que quiso y el hombre al que ama.

Ella es su hija.

—No —responde—. No querré tener hijos.

—¿Estás seguro? —duda ella picándole las comisuras de la boca. Sus cejas finas imitan un fruncimiento y sus ojos se entrecierran inquisitivamente.

—Absolutamente.

Y con eso, la sonrisa de su ángel reaparece para iluminarle el mundo.


Garret les llama "los casacas rojas" en un canturreo que exhala bajo el sonido de su aliento. El hombre está mirando hacia el otro extremo del claro con ojos ansiosos y manos espasmódicas, listo para lanzarse a una batalla que no es suya, pero quiere pelear. Abaddon y Balan se equivocaron en los murmullos sobre Garrett. Estuvieron completamente equivocados acerca de él y, con la vista fija en Aro, Jacob se pregunta —igual que hace siempre— en qué otras cosas cometieron equivocaciones.

El diálogo entre Carlisle y los tres líderes Vulturi ocurre en un lapso rígido. La densidad del ambiente sofoca a Jacob y hace que sus cuatro patas se tensen a la expectativa del resultado; la mirada de una de las mujeres de la guardia le está destrozando los nervios, ¿qué demonios le interesa acerca de él?

Y luego está Irina.

¡Oh, dulce reencuentro!

La sed asesina dentro de su mente, su cuerpo la traduce en un subidón de adrenalina. Adrenalina pura corriendo por cada terminación en su cuerpo de lobo. Quiere alcanzarla y arrancarle la cabeza. La venganza que es por él, por y para Jacob Black exclusivamente. Irina, con la cabeza agachada en un ademán que demuestra vergüenza, evita mirarlo a la cara. Ella sabe a la perfección lo que pasa por la cabeza de Jacob. Ambos lo sienten. Van a pelear. Hoy en el claro u otro día en otro lugar, no importa.

Conforme un discurso de encantadoras palabras emerge de los labios de Carlisle, Jacob puede distinguir los cambios en Aro. Desde la postura hasta la expresión de su rostro pálido. Carlisle le encanta. Está fascinado, y su embeleso es centenario. De repente, las posibilidades se inclinan hacia el lado de los Cullen y sus aliados. Es ligero e inestable, pero la balanza no se mira tan desfavorecedora como antes del encuentro.

Llegados a un punto de inflexión, Aro estira su mano llamando a Carlisle. Esme, varios metros atrás, se encorva para mirar a su esposo atravesar el claro en cuestión de segundos. Aro es un espectáculo obsceno de sonrisas y risillas teniendo a Carlisle junto a él, tomándole la mano cual fuese su tesoro. Jacob se estremece. Carlisle debe poseer algún tipo de afecto por Aro si soporta la cercanía del antiguo sin echarse hacia atrás involuntariamente. Jacob estaría corriendo de él ahora mismo. Es espantoso.

—¡Un Hijo de la Luna! —exclama Aro acercando la palma de Carlisle a sus labios. En el dorso de ésta, planta un beso superficial.

—Te equivocas —corrige Carlisle—. Jacob no es como los Hijos de la Luna, él no cambia por la luna llena, como puedes ver. Es racional en su forma de lobo y cambia en el momento que lo desea. Los Hijos de la Luna son incapaces de controlar sus instintos mientras permanecen en su forma animal.

—¿Por qué está aquí? —cuestiona. No suelta la mano de Carlisle, pero no lee su mente por alguna razón—. ¿Por qué estás aquí?

Jacob señala a Renesmee con un ademán de su cabeza.

—La niña. Estás protegiéndola también, pero ¿cuáles son tus razones? ¿Me permitirías verlas de tu propia mente? —aunque lo pregunta, Jacob está seguro de que su voz ordena. Y las órdenes del Mandamás no pueden ser desobedecidas. Reluctante, ignorando el susurrado no de Nessie, Jacob comienza a andar hacia la guardia Vulturi. Duda que Carlisle pueda aplacar la rabia de un líder enfurecido.

Aro tiene un plan y Jacob cae en él.

Tan pronto como el líder se aproxima con su mano en el aire, esa mujer que había estado viéndolo antes se materializa a su costado. Jacob gruñe por lo bajo. Es una intrusión arriesgada de parte de la mujer vampiro. La cabeza de Irina podría convertirse en la segunda y no la primera que arranque.

—Lo quiero —declara la mujer mirando a Aro—. No es un Hijo de la Luna y está aliado a nuestros aliados. No lo categorices como enemigo.

Tras una pausa reflexiva, Aro ensancha su sonrisa, toma a Carlisle de la cintura y declara:

—Tienes razón, Betsabé. Él ha hecho posible esta reunión. Consérvalo.

¡No soy una maldita cosa, imbécil!.

Le ruge a Betsabé cuando ésta trata de tocarlo y se pone en posición de lucha. La guardia Vulturi tiene un periodo de reacción cortísimo. Están rodeándolo en un segundo y Nessie grita por él al siguiente. Aro observa a su niña con ojos secos, ponderando por qué debería y por qué no debería dejarla ir en paz. El hombre no tiene ninguna razón válida para permitirle la vida. Argumenta que no luce peligrosa ahora, pero en años próximos es impredecible. No hay ningún ser como ella del que tengan conocimiento. No eliminarla sería una enorme irresponsabilidad que no cometeremos.

Aro da la orden de asesinar a Nessie y se da la vuelta sosteniendo a Carlisle firmemente contra sí. Jacob no los ve alejarse, ni si Carlisle opone resistencia, muy ocupado en registrar los movimientos de los vampiros que están rodeándolo. Algunos de ellos se unen a Aro, cuidándole las espaldas y otros, los que le incumben, corren hacia la brecha entre los árboles por la que Esme, Emmett y Rosalie huyeron en cuanto la orden de Aro fue dada. Eleazar, fuera de vista, corrió detrás de ellos para actuar de obstáculo entre Nessie y Vulturis.

Benjamín y Kate detienen a tres de los guardias. Zafrina, protegida por Senna, enceguece a otros dos. Garret y Alistair, sonriéndose el uno al otro, se libran de cinco guardias en minutos, destrozándolos y poniéndolos al alcance de Benjamín para que los prenda en llamas. Siobhan sostiene los hombros de un vampiro mientras Liam le parte el cráneo en dos. Maggie es un pequeño torbellino endemoniado; se escurre de las manos de quienes intentan pararla y les parte los brazos o piernas de una patada. Eleazar, experimentado guerrero, lucha con el ritmo de un baile, tan grácil y ágil que el asesinato no se adivina tan horrendo. Más adelante, a Amún y Kebi se les escapan dos guardias y, junto a los egipcios, Kate y Tanya eliminan a otros dos de los guardias hombro a hombro, con un par de sonrisas diminutas que evaporarían la tranquilidad de cualquiera.

Zafándose de los brazos de uno de los enemigos —que, al parecer, quería hacerle trizas la caja torácica—, Jacob ubica a Betsabé de pie en el lado del claro por el que llegó, silenciosa e inexpresiva con una muchacha al lado de ella. No es difícil reconocerla. Es una de los gemelos malditos: Jane.

Alistair llama su atención con un grito y señala hacia los dos vampiros que escaparon de Kebi y Amún. Acompañado de Garrett, corre para atraparlos. Se pierden de vista entre el bosque escarchado. Jacob gira hacia Betsabé y Jane, esperando porque hagan un movimiento ofensivo, pero ellas no se molestan en mostrar su propósito. Él, exaltado y listo para lo que venga, las mantiene vigiladas dando vueltas alrededor de sus cuerpos menudos y engañosos.

Entonces une los puntos.

Lo quieren a él. La misma Betsabé se lo dijo a Aro.

Estratégicamente, su mejor opción es alejarlas de Nessie y, en general, del resto de sus aliados. Jane podría inhabilitar a varios, lo que desembocaría en la derrota definitiva tomando en cuenta el número y la fuerza.

Así, Jacob echa a correr hacia el este dejando atrás a los Denali y a los clanes egipcio e irlandés. Va en dirección opuesta a Alistair y Nessie y lleva consigo a dos mujeres vampiro de las cuales una, por alguna razón, lo quiere. Betsabé ríe en voz baja antes de ir tras él. Le hace una seña a Jane para que la siga manteniendo cierta distancia.

Jacob sabe que su persecución no durará mucho teniendo a Jane pisándole los talones. Ella podría derribarlo en cualquier instante, por lo que se fuerza a ir más y más rápido. Con alejarlas un par de kilómetros les dará tiempo a los otros. Confía en Alistair para deshacerse de los dos guardias que burlaron a Amún y su esposa.

Cuando sus patas pisan la tierra y las hierbas que decoran el pie de una montaña, Jacob comienza a pensar que, de hecho, este será su último día. Betsabé lo persigue cual gacela y él está muy seguro de que, en cuanto se decida a cortar la persecución sin sentido, carecerá de piedad. Es como la muerte, esa mujer con apariencia de mortal que solía mirarlo a través del cristal empañado de una ventana antes de la intervención de Abaddon y Balan.

—Jane, ahora —ordena Betsabé.

Jacob se ríe en su fuero interno. Las manos mentales de Jane, largas y afiladas, enormes y pesadas como el mismo planeta, se ciernen sobre su espalda y lo impulsan al suelo. Cae sobre la nieve igual a un peso muerto, y ahí, retorciéndose, aguarda a que el rostro angelical de Betsabé entre en su rango visual.

—Sabía que iba a tenerte —murmura la mujer, alta e imponente muy por sobre la cabeza de Jacob—. Era mi deber encontrarte —sonríe, complacida— y ya sólo me queda acabar con tu vida.

Jane inflige un dolor indecible a lo largo de su ser. Esta pena es más desgarradora que sus huesos rompiéndose entre los brazos del neófito; más sofocante que presenciar la boda de Edward e Isabella; más —infinitamente más— abrumador que el silencio de Los Señores. Jane perturba hasta el punto de la conmoción. ¿Cómo Jane se hizo de este poder? ¿Viene de su cuerpo? ¿De su mente? Es imposible obtener la certeza, pero resulta extraordinaria. Es una diosa, o está muy cerca de la maligna divinidad de los caídos por la perversión.

—Quiero que salgas de fase, Jacob —dice Betsabé—. Hazlo ahora mismo, o Jane incrementará su tortura.

Jacob es un idiota que se resiste a lo inevitable y no sale de fase.

Comienza a gemir y chillar en el suelo. Resiste unos segundos, pero después no tiene la fuerza para soportarlo. Vuelve a su forma humana. Sus manos se cierran de inmediato alrededor de un puño de nieve. Su espalda dibuja un arco en el aire. Presiona su cara contra el frío manto blanco cerrando los ojos y apretando la mandíbula. No va a gritar. No va a darle el gusto a Betsabé.

—Disminúyelo —comanda la mujer. El cambio no significa alivio—. Pon tu atención en mí, Jacob.

Reacio, adolorido, Jacob levanta la cabeza y la mira a los ojos. Betsabé es una mujer bella. Tiene largos y rizados cabellos rubios, increíblemente brillantes en medio del blanco del paisaje. Ella toma uno de esos mechones entre sus dedos y lo lleva a la curvatura de su oreja izquierda. Si tuviera ojos abismales y no carmesíes, Jacob podría confundirla con Abaddon.

—Es horrible, ¿no crees? —pregunta Betsabé—. Jane y el don que le ha sido otorgado. Aterrorizante, ¿verdad? A mí me ha provocado sueños que jamás podré contar a nadie. Y a ti… ¿cómo te hace sentir a ti? He esperado conocerte durante mucho tiempo. Siempre te me escapabas, y ahora ya te tengo. Quiero comprenderte antes de continuar —su tono victorioso flaquea de forma intermitente.

La tortura de Jane reduce su intensidad para que Jacob conteste.

—Es lo peor —exhala—. Lo peor que he sentido en mi vida.

Betsabé muestra sus colmillos en una sonrisa increíble. Abre bien sus labios rosados, gustosa de proseguir con la conversación, pero Jacob la detiene alzando una mano.

—Y puede empeorar, ¿o me equivoco?

Asintiendo hacia Jane, Betsabé se acuclilla frente a Jacob. La presión de Jane se retira por completo. Jacob jadea, su corazón hecho nudos en la base de su garganta cerrada.

—Has aprendido, ¿no? —murmulla la mujer—. Que todo siempre puede empeorar. No importa si parece lo más bajo, siempre es posible que caiga aún más.

—Bueno… Betsabé —carraspea—, sería un iluso de no saber nada —. Ignorando las protestas de sus músculos y huesos, Jacob empieza a incorporarse en sus brazos, pensando en cuál sería el momento prudente para entrar en fase de nuevo—. ¿Quién eres tú? ¿Por qué dices que debías encontrarme?

—Porque es la verdad.

—No podrías. Nunca antes te había visto, y tú a mí tampoco.

—Oh —canturrea—, te he buscado antes de esta vida. Hace cientos de vidas.

—Por supuesto —masculla poniéndose de pie. Betsabé lo imita y encara—. ¿Y qué hice yo en esas vidas para que quieras matarme?

—Mucho.

Betsabé es demasiado rápida para los sentidos debilitados de Jacob. Ella saca una daga de la cintura interna de su túnica. Es de acero forjado y tiene un mango de oro con grabados al estilo barroco. De una estocada, Betsabé entierra la afilada hoja de su arma justo a un lado del esternón de Jacob, justo entre dos costillas, una real y otra falsa. Es el ángulo perfecto para atravesarle el corazón, que late a un ritmo y velocidad vertiginosos en su lucha por supervivencia.

No duele tanto.

Betsabé gira su muñeca. Quiere destrozarle el corazón, hacerlo un montón sangrante de músculos molidos. Jacob se agarra a los hombros de ella, temblando y sintiendo sangre subiéndole por la garganta. Su pulmón derecho ha sido perforado también. Un hilillo de sangre caliente se desliza por su nariz y le mancha los labios. Al abrir la boca, el hilillo cayendo por su mandíbula se convierte en un chorro. El mango de la daga, lo único visible de ésta, se empapa de su sangre. Betsabé le acaricia la mejilla.

—Ya está bien —le susurra—. Falta poco.

Jacob tose y respira con dificultad. El oxígeno que llega a su pulmón intacto no es suficiente.

Betsabé, inclinada contra su pecho, hunde sus colmillos en el cuello de Jacob y bebe. Él recuerda a Alistair haciéndole lo mismo y luego besándolo. Su pasión desbordante cubriendo a Jacob de pies a cabeza, contagiándolo de deseo.

Hizo bien entregándose.

Pensó que se arrepentiría de ello, pero está más que feliz de habérselo permitido.

Con una última rotación de muñeca, Betsabé desencaja sus colmillos de la piel de Jacob y suelta la daga. Dejándola dentro impide que su capacidad de regeneración trabaje adecuadamente. La pérdida de sangre ya lo debilitó bastante. Incluso sin la daga estancada en su pecho, Jacob no habría podido ponerse en manos de la extraña magia de su linaje.

Cae de rodillas.

Betsabé le acaricia el cabello mirando hacia lo alto de una montaña. Jacob no gasta tiempo tratando de ver lo que ella. Toma el mango de la daga con una mano y la jala hacia afuera. Siente cada centímetro del arma desplazándose por la carne herida. Un gemido lastimero se le escapa de los labios y la mano de Betsabé en su cabello pesa un poco más.

La nieve está pintada de rojo. El contraste de los colores cautiva a Jacob. Existe belleza en la sangre; el sustento indispensable de los vampiros, el líquido vital de los humanos y el elixir sobrenatural de los Quileute. Es el nexo entre tres especies, para bien o para mal. La única cosa por la que se encuentran. El único motivo de las masacres.

La única razón por la que Jacob está aquí, arrodillado a los pies de Betsabé con esa daga de acero forjado y mango de oro resbalándose de la mano. Si no fuese por la herencia de su línea familiar, Jacob jamás habría imprimado en Edward. Si no fuese por el cautivador aroma de su sangre, Isabella habría pasado desapercibida por los Cullen. Sus vidas serían sencillas y felices de no ser por la sangre, la sangre que les tocó tener. ¿Es alguna clase de castigo? Isabella ya no es ella tras haber sido transformada y Jacob perdió grandes rasgos de sí desde el día en que imprimó.

Eran jóvenes. Tenían todo al alcance de sus manos. Tenían posibilidades infinitas en sus años venideros. Y, entonces, la sangre los encadenó —voluntaria o involuntariamente— a un demonio. Precioso y mortal Edward Cullen. El verdugo y el amante. El amado y el esposo.

Voy a matarla.

Abaddon ruge.

Tomado por sorpresa, Jacob duda de sus oídos. ¿en verdad fue Abaddon quien dijo eso? La luz no suele exteriorizar su furia con palabras; Balan, por el contrario, blasfema, se burla y hace de todo al expresarse.

Pues mátala. En su nuca, Jacob percibe el toque de un par de puntos fríos. Las yemas de los dedos de la oscuridad. ¿A qué esperas? ¿A que advierta el peligro y huya? Apresúrate. Su voz, áspera y dura cuando se dirige a su contraparte, se endulza y suaviza al ser Jacob el destinatario. Mira lo que te han hecho. Está desquiciada y te utilizó como su canal de purga. Cabellos rojos, larguísimos, en llamas, rodean las rodillas de Jacob y suben por su piel hasta enredarse en la empuñadura de la daga. Le ayudan a sostenerla frente a sí, oscilante, goteando a ritmo pausado los restos de su sangre. La haremos pagar por esto. Va a arrepentirse tanto que la locura no le servirá de escudo.

El cuerpo de Betsabé es tacleado por una figura feroz. La fuerza del impacto es tal, que los arroja a ambos más de quince metros lejos de Jacob. Él no trata de identificar al atacante. Su vista se nubla en los bordes, es incapaz siquiera de distinguir los contornos de su propia mano.

Tan sólo espera, pide Balan, te ayudaré en un momento. Jacob asiente, lento y titubeante, pero presiente que no recibirá ninguna ayuda a tiempo.

Oye el estruendo de una lucha cuerpo a cuerpo allá en donde Betsabé terminó tumbada. El atacante sin rostro no parece afectado por el don de Jane, quien no se mueve del sitio que Betsabé le ordenó ocupar; es una participante pasiva, preparada para acatar mandatos, pero sin iniciativa alguna.

Hay un grito, el crujir de un tronco muy ancho partiéndose por la mitad y el siseo amenazador de una voz encrudecida. Gutural. La ira impregnada en aquel sonido envía una onda de terror a través de su columna. Tose más fuerte, expulsando coágulos de sangre.

Aunado al miedo, la pérdida de sangre y el ardor en su pecho hacen que pierda el agarre y la daga choque contra el suelo, hundiéndose en la nieve roja con su punta señalando los pies de alguien que lo observa desde las alturas. Por un segundo, considera que es Balan, pero la caricia en su nuca desmiente la sospecha.

—Jacob, ¿puedes escucharme bien?

Alistair.

Sintiendo el peso de su vida entera empujándolo al suelo, Jacob gime y lucha por levantar el rostro. Quiere ver los ojos carmesíes de Alistair. Lo necesita antes de desvanecerse en la siguiente fase, cual sea que ésta sea. Y así, en su desesperado deseo de contemplar al hombre, se halla a sí mismo dentro de un apretado abrazo. Alistair lo sostiene por la espalda y utiliza una de sus manos para examinarle las heridas. Primero las del pecho, después la del cuello y, al final, proyecta su atención a los ojos de Jacob, cuyo corazón se retuerce en cuanto reconoce dolor en los rubíes velados del vampiro. Su amor aún duele más que un cuchillo atravesándole el pecho.

Su amor aún es más poderoso que cualquier otra tortura a la que puedan someterlo.

Y siempre lo será, amor. Balan suspira. Millones de veces más poderoso.

—Ese imbécil —farfulla Alistair—. ¿Cómo permitió esto?

No lo sé. Balan porta un gesto extraño en su cara. Jacob no había visto que luciera de este modo antes. Pero… ya no importa, ¿o sí?.

No, concuerda Jacob, ya no importa en lo absoluto.

La presión de los brazos de Alistair alrededor de su cuerpo es firme, gélida, cuidadosa. Jacob descubre que su hambre por este hombre sigue ardiendo. Recuerda el beso que se dieron la última vez y sonríe.

Morir así está bien.

Pero todavía falta algo.

—.Ne… Ne-ssie —articula dificultosamente.

—Lejos.

El peso de su vida entera se torna ligero.

—… te… quie-ero.

Jacob lo dice por los dos. Balan y Alistair, a quienes tiene tan cerca y desearía poder besar y abrazar. Balan, sabedor, asiente y observa a Alistair mientras este murmura, taciturno:

—Y yo a ti.

Jacob llora, convulsionándose, buscando una razón por la que este momento no valga la pena. Sólo se le ocurre que quisiera vivir un poco más. Un par de días para visitar a su padre y hermanos y hermanas. Un par de noches para amar a Alistair. Un par de tardes para reír con Nessie.

Sus anhelos son nítidos a ojos de Alistair.

—Estás cerca —dice el hombre tocándole una mejilla empapada de lágrimas— y justo ahora me muestras lo que más quería. ¿Cómo esperas que reúna los pedazos de lo que dejas dentro de mí?

No le queda energía para una respuesta.

Alistair se inclina para recoger sus últimos destellos de vida con los labios.

Jacob muere durante el beso de sangre.

Se va habiendo peleado.

Se va olvidándose de los rencores.

Se va siendo querido.

Notas finales:

Muchas gracias por leer.

La lista de reproducción que mencioné al final del primer capítulo estará en la descripción de mi perfil en un par de minutos.

Me alegra mucho que hayan llegado hasta aquí.

Un saludo.

 

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