Llegaban hasta la habitación a tropezones, pues el rubio no dejaba para nada la boca ajena, y tampoco el cuerpo que acariciaba por sobre la ropa con necesidad, entonces Francesco lo dejo caer sobre la cama, lo miro de nuevo, de verdad que se le hacía algo increíble, pues, aunque era un galán con las mujeres, difícilmente se acercaba a otro hombre, o más bien, les dejaba acercarse, y si lo hacía este tenía que ser tan apuesto que lo deslumbraba.
Sobre él, en la cama, seguían los besos que bajaban hasta el cuello delgado y blanco, su mano inquieta y experta acariciaba por debajo de la playera del otro, de verdad, no había dado cuenta antes, pero bajo su palma el otro cuerpo era demasiado pequeño y tembloroso, entonces haría que se relajara, alcanzando maliciosamente con sus dedos uno de los pequeños pezones ajenos, lo acariciaba, no se paraba a pensar en las consecuencias, en su mente solo necesitaba poseer ese delicado cuerpo.
Aquellas sensaciones eran muy nuevas para el chico de ojos azules que con suerte se había tocado alguna vez al despertarse activo de un sueño húmedo que ni siquiera recordaba, pero ahí estaba ahora; en la cama bajo el cuerpo del hombre más atractivo que había conocido en su vida y siendo tocado por él…
Aquel rubio, ojos color mar, gracias a las sensaciones que le hacía sentir el de ojos color avellana. No se detenía a pensar en las consecuencias, estas eran su prometida “Sally Carreras”.
Se estremecía con facilidad ante cada toque y el calor iba en aumento, estaba excitado como nunca, con los ojos vidriosos y las mejillas intensamente sonrojadas. No sabía bien que quería, solo sabía que quería más...
Al sentir como la boca ajena ahora jugueteaba con sus pezones se quejaba sorprendiéndose de lo bien que se sentía aquello, apretaba las piernas al sentir la mano tocando su entrepierna y gemía inesperadamente alto, llevaba una de sus manos a su boca para cubrir aquellos vergonzosos sonidos. No había imaginado para nada una situación así, pero eso no significaba que no disfrutara de aquello, no se paraba a pensar si era bueno o malo tampoco; solo sabía que se sentía genial y era suficiente para ceder casi inocentemente.
Todas sus reacciones eran lindas, ridículamente inocentes, y por demás eróticas, no era raro que Francesco quisiera más, ese pequeño cuerpo era como una nueva y extraña droga. Subía nuevamente a su boca, la lamía y le hablaba pegado a esta.
—¿Alguien más te ha tocado así antes? —le decía mientras su mano empezaba a desalojar el pantalón ajeno, sin perderse de tocar la piel a su disposición. Aquel chico rubio, de ojos color mar, lo tenía tan hipnotizado, como ninguna chica lo había hecho antes.
El menor mantenía los ojos cerrados totalmente entregado y disfrutando de lo que le hacía el otro, las preguntas lo tomaban por sorpresa, no esperaba tener que hablar mientras lo hacían; era vergonzoso y difícil pues entre gemidos y jadeos era complicado expresarse, aun así se esforzaba.