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La Brecha por malugr

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Muerte había danzado aquella noche junto a ellos, sin perder detalle alguno.

 El cloroformo fue bajando sus palpitaciones y sus ojos azules se cerraron, como tanta veces antes casi pudo saborear al joven phantomhive, pero de la misma forma que esas veces retrocedió sabiendo que aquello no era más que un profundo sueño.

 Pero claro que muerte permaneció cerca ¿Por qué seria? ¿Qué mantenía tan cautivado a un ente tan antiguo como la misma humanidad? Era por supuesto la ambivalencia en la conducta de aquel mortal…

 Michaelis se había recompuesto del forcejeo y viendo a su rival en el suelo fuera de combate se relajó despreocupado a su lado. Miro sin mirar en varias direcciones, mientras la calma volvía a su pecho, sin escatimar el tiempo.

 Muerte no ocultaba su desprecio por los mortales pero, contra la creencia, tampoco simpatizaba con los cadáveres; gustaba de las almas, y de la agonía que la predecía, pues cuando un ser agonizaba y se sabía a punto de morir era cuando la barrera entre la vida y la muerte se desmoronaba y entonces ella se volvía más real que nunca. Algunos mortales podían sentirla y algunos incluso, mientras deliraban, juraban a los presentes que podían verla y a ella le fascinaba, pues era la forma que tenia de trasmitir al resto de los vivos, que ella estaba ahí, siempre, esperando, por ese breve instante muerte iba más allá de sus dominios y se manifestaba a través de los opacos ojos de quienes estaban a punto de morir y aquellos mortales que estaban alrededor podían sentir ese frio ajeno a este mundo, el frio que dejaba a su paso cuando inhalaba el alma de un moribundo y dejaba solo el cascaron vacío.

 Muerte había hecho aquello infinidad de veces, y aun disfrutaba con fervor saber que aunque los vivos no podían verla, podían sentirla y temblaban al saberla real.

 Y tal vez era una de las grandes razones por las que estaba siempre tan a gusto al lado de michaelis, porque aún bajo su camisa su piel estaba completamente erizada, y sus ojos grises iban de un lado a otro como tratando de encontrar algo, sin saber que era. Inconscientemente el siempre la buscaba.

  El permaneció en cuclillas junto a su presa inmóvil y la pregunta era ¿Qué esperaba?

  Sebastian con diligencia comenzó a ordenar todo a su alrededor, una a una las camillas con los cadáveres fueron volviendo a la sala a la que pertenecían originalmente, el vómito en suelo, los teléfonos, nada pasaba por alto, cada marca que pudiera delatarlo era borrada. Verifico tener la llave, su carnet de acceso e incluso el bisturí que ciel había traído, nada pasaba por alto. Una vez todo listo, se quedó observando su cuerpo en el suelo.

 ¿Por qué lo hacía?

 Michaelis ojeo su reloj, las 12:05, y complacido alzo el frágil cuerpo entre sus brazos.

 Lúgubre floto tras ellos, mientras se hacia las mismas preguntas ¿Por qué?  ¿Cuándo? ¿Cuál era el objetivo?

 Michaelis lo odiaba, profundamente ¿entonces porque tan cerca de acabarlo se detenía?

 Fue por el pasillo con su inconsciente víctima y con cautela subió las escaleras, tantos años en aquella clínica no habían pasado en vano y estaba plenamente confiado de que no habrían imprevistos, nadie interrumpiría su avance hasta el cuarto de phantomhive y así fue.

 Sus pasos eran silenciosos, tanto que en la sala de descanso de camino a la habitación de ciel, las adormiladas enfermeras no pudieron notarlo.

 Cerró la puerta tras él y avanzo hasta la cama.

 Lo había amenazado tantas veces con tal ferocidad, que cualquiera sentiría pánico de dejarlos a solas, pero en realidad Sebastián lucia calmado y con sutileza lo dejo en la cama. Era muy meticuloso, tanto que le resultaba imposible pasar por alto la bata sucia de ciel, si las enfermeras o alguien más lo notaban se preguntarían porque había vomitado y él no se pondría en riego solo por esa estupidez.

 En una pequeña cómoda un arsenal de artículos personales reposaba y de ahí tomo otra bata.

 Eran bastante incomodas a su parecer, pero aunque su condición física había mejorado bastante, era política del hospital que los residentes las usaran, en caso de una emergencia eran mucho menos estorbosas que la ropa común.

 Ella vio sus pasos, parecía titubear un poco ¿Qué era esa actitud?

 Sebastian alzo el ligero cuerpo de ciel y dedos agiles parecieron algo torpes mientras desanudaba el lazo tras su espalda.

 Que curiosa era aquella escena… ¿Por qué no podía sentir la misma vibra cargada de odio que había sentido hacia horas mientras se amenazaban de muerte?

 Phantomhive, dulcemente vulnerable, quedo despojado de su única prenda entre las sábanas blancas.

 Muerte aprecio seriamente el momento en que con una toalla húmeda su fiero Sebastián se dispuso a limpiar las manos de la presa.

 ¿Qué pensaría? ¿Qué habría en su mente? Podría degollarlo en ese instante y aun así se deslizaba suavemente entre sus dedos, limpiándolo con diligencia, sus brazos… la línea de sus clavículas…

 La memoria de muerte era extensa y eterna, así que le fue sencillo recordar aquella época en la que, ambos jóvenes, se deseaban a golpes y besos.

 Comenzó a limpiar su rostro, su boca, con una mueca parecida a la incomodidad, sin embargo le extraño que solo fuera eso y de la amargura y desprecio que le profesaba a cada instante, ahora no podía sentir nada ¿Se daría cuenta michaelis de la expresión que tenía?

 No, seguramente no… No es una cualidad de los mortales notar las cosas, al menos no a tiempo y ni siquiera el astuto sebastian podía escapar a su naturaleza humana.

  Lo vistió con rapidez sin siquiera ver su rostro y se marchó.

 Esa noche Michaelis, como muchas otras no fue a casa, permaneció en su oficia en absoluto silencio entre la oscuridad y 17 cigarrillos después al fin le venció el sueño en su fría butaca.

 

---

 

Al despertar las sonrisas de las enfermeras me dieron el recibimiento al nuevo día, tuve que esforzarme por lucir calmado… ¿Qué había pasado? Lo último que recordaba era su mano sobre mi rostro y antes de eso cuerpos sin vida ¿y ahora? Estaba en perfecto estado sobre mi cama… “perfecto estado”

-          ¿Cómo amaneces ciel?

 Mire a la joven, aun desorientado, fingiendo amabilidad.

-          Bien, solo tuve un mal sueño.

-          Lamento escucharlo, ¿puedo hacer algo por ayudarte?

-          No, no te preocupes, solo me duchare e ire a desayunar.

-          Puedo dártelo aquí si deseas – La mire casi a punto de reírme y el rubor subió hasta sus orejas.- No, o sea… me refiero a la comida, al desayuno… lo siento estoy...

  Fue la primera risa honesta que tuve desde que había llegado, y seguramente desde antes. Sus ojos iban del suelo a mi rostro como si no pudiese verme y me permití disfrutar de la divertida reacción… Casi olvidaba lo popular que era con las mujeres.

-          No te preocupes, no pensé en otra cosa ¿Tu si?

 Me reí con fuerza de nuevo, estaba tan roja que me pareció que lloraría

-          No no, por supuesto que no…

  Rio tímidamente. En ese instante se abrió la puerta.

-          Que mañana más animada.

  Sebastian apareció con un rostro distinto, lucia… ¿cansado, irritado? No sabría decirlo y aun así una sonrisa casual nos esbozó a mí y a la joven enfermera, a la que se acercó despacio. 

-          Buenos días doctor…

 Claro que también reacciono a Sebastian con timidez y ruborizada.

-          Buenos días – ahora me miraba a mí – También para ti Ciel, me da gusto verte tan enérgico.

-          Buenos días – Fue todo lo que dije intentando no ser obvio frente a la espectadora-

-          Moveremos la sesión de mañana para hoy ¿de acuerdo?

-          Claro.

 Note como mi fría respuesta lo estimulo.

-          Bien pues te espero en mi consulta.

 Una última mirada a la dulce enfermera que basto para derretirla y se marchó.

 Mi diversión se había terminado y salte de cama a por una ducha, sería un día largo.

 

 

Ya frente a su puerta temblé de desagrado, gire la perilla y estuve dentro.

 Estaba recostado de sus ventanales cubiertos aun por las negras persianas. Cerré la puerta tras de mí y avance.

-          Sabes que no le temo a la oscuridad.

-          Tengo mejores recursos, si lo que quisiera fuese asustarte.

 Me senté sobre el brazo del diván escarlata, que aun en la penumbra, brillaba como si sangrara.

-          ¿Por qué hoy y no mañana?

 La línea de su perfil era fuerte, mientras la mirada se le perdía más allá del ventanal.

-          No seas ansioso…

 No era raro en el el preámbulo, sin embargo si que le pasaba algo… ¿Qué era?

 Inspeccione el lugar con una mirada rápida aunque la escasa luz no me lo facilitaba.

 Me levante y camine despacio hasta él.

-          ¿Por qué no acabas con esto ya? Tantos años después, seguramente has conseguido más cosas que solo soñar vengarte de mi.

 Algo parecido a una sonrisa, aunque no podría asegurarlo.

-          Tienes tu prestigio, seguramente una linda casa, mujeres hermosas para calentar tu cama… ¿No te parece desperdiciarte?

 Me detuve justo frente a el, que permanecía apoyado sobre su hombro en las persianas.

-          Jajaja… Tu sí que te desperdicias…

 ¿Qué era aquel olor?

-          Intentando manipular a un psicoanalista.

 Tras Sebastián, algo me pareció no encajar… Un grupo de libros se apilaban en el suelo. Alce la mirada hacia el librero y ahí estaba el sitio de donde fueron sacados, más profundo de lo que debería ser, como si guardara algo, y claro que lo hacía… el cristal brillaba al fondo casi imperceptiblemente, pero lo suficiente para que la notara.

 Era una botella y el olor en Sebastián todo el licor que faltaba en ella.

 El seguía sin mirarme y yo extendí mi mano hacia la suya hasta que mis dedos le rozaron.

-          No te libraras de mi Ciel, no te dejare escapar.

 Su cuerpo parecía estar rígido, pero al tacto no lo era y alce su mano sin que el pusiera ninguna resistencia.

 La lleve justo a mi cuello.

-          No estoy escapando… Me estoy entregando.

 Sebastian suspiro y sus dedos me fueron rodeando. Cerró los ojos y comenzó a apretar.

-          Hazlo…

 Gradualmente la presión aumentaba, pero despacio, demasiado despacio.

 Sebastián se incorporó y esta vez me vio con dureza.

 Apretó más y más y más. Luchaba por mantener mis ojos abiertos, que me siguiera viendo, que no se arrepintiera, sin ninguna duda, quería que lo hiciera.

 De un tirón, las persianas se abrieron.

 Cegado por la repentina luz gruñí apretando con fuerza los ojos. Al abrirlos me tope de frente con los suyos.

-          Subestimarme no es la mejor idea.

-          ¿Subestimarte? – Golpee su brazo y este me soltó - ¿Qué parte es la que subestimo? Pudiste haberme acabado y en vez de eso preferiste encerrarte aquí toda la anoche ahogado de borracho.

 Su cara lucia algo demacrada, ahora sé que no era solo cansancio, sufría de resaca.

-          Según pretendes torturarme, pero empiezo a creer que lo que te faltan son cojones para matarme.

  Se fue sobre mi hasta que me acorralo contra otro libero.

-          Que impresionante Ciel, para alguien que vomito aterrado hace algunas horas, este debe ser tu momento más valeroso.

-          Desgraciado.

 Me moví con rapidez al centro de la habitación y él fue tras de mí.

-          Ahora crees ser valiente, te piensas que lo de ayer es lo peor que podía pasarte…

Su empujón, me arrojo contra el diván.

-          ¡Claro que lo fue maldito enfermo!

-          ¿Qué es lo que te dije de subestimarme?

 Colocándose sobre mí me impidió levantarme, su mano tras mi cabeza me tiraba con fuerza del cabello.

-          Te piensas imbatible Sebastian, pero después de lo de anoche más te vale aniquilarme cuando tengas oportunidades…

 Enrolle su corbata en mi mano y atraje su rostro.

-          porque yo no desperdiciare las mías.

-          ¿Doctor Michaelis?

 La voz provenía de un aparato en su escritorio. Apreto mi muñeca y me obigo a soltarle, se levanto con prisa y fue hasta la voz.

-          Aquí estoy. – Dijo luego de apretar un botón.-

-           La Señorita Elizabeth acaba de llegar.

-          Perfecto. Dile que me de unos minutos.

 Soltó el botón y comenzó a colocar los libros del suelo en el librero.

-          ¿Qué significa esa mierda?

-          ¿Qué pasa, te asusta?

 Me levante y me repuse del forcejeo, mientras Sebastián comenzó a arreglar su corbata.

-          ¿Qué tiene que ver lizzie contigo?

-          ¿Conmigo?

 Se burló irónicamente.

-          Elizabeth no viene a hablar conmigo precisamente Ciel.

 Siguió ordenando cosas de su escritorio.

-          No sabes lo feliz que se puso cuando le comente que debería venir a verte, aprovechando que tu condición física había mejorado. Lógico, debe ser una tortura estar lejos de su dulce prometido.

 Avanzo hacia a mi.

-          Muero por ver la expresión en tu rostro. El bravo Ciel, con la mujer de su amigo.

-          Cierra la maldita boca.

-          Solo eres una rata mas.

-          Callate.

-          Un infeliz, un destructor.

-          ¡Callate!

 Apreto de nuevo mi cuello.

-          Acabas con unos y con otros y luego solo corres, destrozas lo que tocas y te atreves a sentir pena por ti mismo cuando no te mereces un ápice de la piedad de nadie.

-          Se bien lo que soy Sebastian…

 Nos miramos con frialdad por un instante.

-          Tienes razón soy un cabron se bien de lo que soy capaz, pero al menos tengo los cojones de asumirlo, mientras que tu…

 La presión sobre mi garganta me dificulto hablar.

-          Tu no eres más que una poca mierda maquillando lo que en verdad es... Un mal nacido frustrado.

-          ¿Eso piensas? – Dijo casi sonriendo –

-          Claro que lo eres. Me odias porque yo pude seguir, porque en todos estos años ni siquiera recordé tu nombre y tu pasaste cada dia con mi rostro entre los parpados ¿Qué se siente cerrar los ojos y verme solo a mi?

 Un gruñido como el de un animal salido de su pecho y me arrojo al suelo con fuerza.

-          No terminas de asesinarme porque quieres que acabe como tú, pero no te daré ese gusto malnacido, voy a asumir las cosas que hice y las resolveré una a una, me veras desde tu silla recuperar mi vida mientras el que se desquicia eres tú.

 Dio un par de pasos hasta que apoyo el pie sobre mi mano, aplastándome con fuerza los dedos. Un quejido de dolor se me escapo.

-          Tú no tienes una perra idea de las cosas que aun puedo hacerte Ciel.

-          No, no la tengo, pero si se las que puedo hacerte yo a ti y ten por seguro que con gusto me pudriré en una cárcel de por vida a cambio de verte morir retorciéndote.

-          Jajajaja ¿Ahora planeas matarme?

-           Voy a hacer lo que tenga que hacer.

-          Pues de momento lo que tienes que hacer es levantarte y poner una linda cara para tu prometida.

 Me exasperaba la forma en la que cada vez que creía estar a punto de sacarlo de sus casillas, se recomponía en un instante.

 Me levanté.

-          Vamos Ciel, que a juzgar por tu triunfo de hace un rato con la enfermera, deduzco que sigues en plena forma.

-          ¿Qué sandeces estas diciendo?

-          No seas modesto, fue un espectáculo verte en acción.

Tras la oreja me puso el cabello con sus dedos, que levemente temblaban, rabia camuflajeda tras una sonrisa cargada de ironía.

-          Cuando me vaya la hare pasar

-          ¿Nos dejaras solos?

-          ¿Prefieres que me quede a ver como juegas al casanova?

 Su mano seguía en mi rostro.

-          Sebastian – sonreí - ¿Qué es ese tonito en tu voz?

 Ladeo un poco su rostro como si no comprendiera a lo que me referia.

-          Olvídalo, deben solo ser ideas mías… ¿Verdad?

-          No se dé que hablas pero sea lo que sea deberías de concentrarte en lo que te viene.

 ¿Qué mierda era lo que estaba pasando? Que estaba tratando de hacer al decirle esas cosas a sebastian?

-          No te preocupes, estaré muy concentrado en ella.

 Retiro la mano de mi cara.

-          Ya veremos que tal te sienta…

-          Muy bien de seguro, tengo bastante tiempo sin follar…

 Me esforcé por lucir altivo y prepotente aunque en mi mente estaba aterrado de mis propias palabras. Su rostro al igual que el mío, no demostró demasiado.

-          Muy bien, pues de aquel lado tengo una cámara escondida, procura follártela en el escritorio, quiero ver que tan bueno es ese puton follando que mereció la pena robársela al desgraciado ese que tienes por amigo. Tal vez hasta yo…

 En un solo movimiento le abofetee.

  Tres golpes sonaron contra la puerta y una mujer llamo a Sebastian.

 Mientras tanto ambos inmóviles solo nos dedicamos a mirarnos. Yo temblaba de rabia y el cubría el lugar donde mi golpe había impactado.

 Llamaron una segunda vez…

-          Ya nos arreglaremos después.

-          Por supuesto que sí.

 Sebastian me dio la espalda y hacia la puerta se dirigió abriéndola.

-          Doctor, ¿Aun no puede pasar la señorita Elizabeth?

-          SI si puede disculpen, me he retrasado un poco hablando con Ciel.

-          Hola doctor.

-          Pasa Elizabeth, un placer verte de nuevo.

 Lizzie cruzo el umbral de la puerta y aunque hizo ademan de querer correr, se detuvo frente a mi.

-          Hola, Ciel.

 Murmuro apenada, mientras el sonido de la puerta al cerrarse me dibujo la sombría expresión de Sebastián, y la última escena de nuestra discusión se repitió en mi mente velozmente. ¿Qué había sido aquello?

 La pequeña mano de lizzie acaricio mi mejilla… Solo pude sentir punzar mi garganta, como si el siguiera apretando.


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