#7. Infancia.
495 palabras | G
Milo se removió incómodo en sus brazos. Sabía que al aceptar la apuesta del santo de Escorpio era peligroso, y más si se involucraba a su aprendiz, pero teniendo como experiencia –ayudar a Aioros a bañar a su hermano- creyó que sería fácil al igual que Milo, pero tarde se dio cuenta que, a diferencia de Aioria, Milo era rebelde.
El pequeño griego no tenía hermanos con quien discutir, ni mucho menos admiraba a alguien como para fingir comportarse como Aioria. Adrian de Escorpio sabía lo que hacía.
Suspiró una vez más y miró por todos lados buscando al desnudo niño que se le había logrado escapar.
—Milo solo es un baño —dijo con resignación.
Pero el mocoso no aparecía. Bufó empezando a molestarse e intentó buscar su cosmo. La sorpresa que se llevó al no sentir nada fue suficiente para hacer que su molestia disminuyera.
—Así que aprendiste a ocultarte —se dijo asimismo— Pero aun así no vas a poder contra mí.
Su primera impresión al conocer a Milo fue que era un niño demasiado curioso pero a la vez desconfiado. Casi no hablaba con sus compañeros de entrenamiento, solo con Acuario, aunque éste también era igual al muchacho. Es por eso que creyó que al tenerlo cerca se mantendría alejado e incluso se rehusaría a hacerle caso. Sin embargo lo que nunca creyó era que el infante accediera y cuando estuvo a punto de meterlo a la bañera se escapara.
“Tal vez le guste andar desnudo” pensó frustrado.
Había buscado por todos lados, los aposentos privados, la sala, el baño, la pequeña salita e incluso en el jardín. ¡Pero no había rastro de Milo! y cuando estaba pensando en rendirse vio una mata de cabellos azules correr en dirección a la cocina. Se acercó con cautela viendo que se escondía en las despensas de abajo.
“Te tengo” pensó, miró por todos lados hasta encontrar las cortinas de la cocina.
Sin esperar un segundo más las arrancó colocándolas en el suelo y luego se subió en la mesa de piedra abriendo la puerta de la cocina, para luego cerrarla de una patada.
Si sus cálculos eran correctos, Milo tendría que salir al pensar que ya no estaba cerca. Y tal como lo predijo lo hizo. Cuando el cuerpo del menor estaba completamente afuera saltó y lo envolvió.
— ¡Suéltame Saga! —chilló Milo intentando librarse del saco improvisado.
—No te soltaré hasta que te bañe.
—Eres malo —gruñó— Le diré a mi maestro.
—Solo es un baño Milo, si tanto te da miedo lo tomaré contigo.
—.... Bien —dijo luego de unos minutos.
Creyó que la parte as difícil ya había pasado… Se había equivocado.
Milo resultó ser más hiperactivo en el baño, tenía varios juguetes en él y no lo dejaba lavar bien el cabello. Incluso había terminado con la espuma en su cabeza, y a Milo riéndose de él. Ese día Saga aprendió una valiosa lección. La próxima vez que viera a Adrian, huiría.
#8. Flojo.
500 palabras | G
Lo primero que Saga vio al entrar a su habitación fueron dos bultos debajo de las sábanas. Uno de ellos perteneciente a Milo y el otro… bueno, ahora lo averiguaría. Pero no fue necesario destapar al intruso, pues éste ya se había abalanzado sobre él.
— ¡Maldición Perseo! —gritó molesto, logrando que el pequeño can de cinco meses gruñera.
Desde que había aceptado al perro de Milo en Géminis, su linda vida de pareja había disminuido. Obligándolo a compartir cama con su hermano –que no recordaba roncara- y por si fuera poco había logrado bajar de peso.
“Todo por este perro” pensó irritado.
Hubo un tiempo en el que pensaba que podría entrenar al perro para que espantara a todo aquel que se acercara a Milo. Llegando incluso a “emocionarlo” por la idea, pero el perro ya estaba entrenado, y el santo de Acuario era responsable. Si sentía que ya lo odiaba, ahora su odio había multiplicado.
A duras penas pudo sacarlo de encima, quedando sentado sobre el suelo. Su mirada se posó en los ojos claros de Perseo y Saga podía jurar que el perro tenía la misma cara ceñuda que Camus.
“Se parece a ese desgraciado” pensó con amargura.
—Escúchame bien perro —dijo— Milo es mi pareja y quiero estar con él. Así que largo.
Señaló la puerta logrando que el perro soltara un suave gruñido en protesta.
—Tú eres un perro, yo un humano. Yo doy órdenes y tú obedeces —dijo con el ceño arrugado. Perseo giró la cabeza de manera dócil y Saga sonrió victorioso. ¡Nadie podía contra el gran Saga de Géminis!
Levantándose con una sonrisa se acercó a la cama donde Milo aun dormía y extendió la mano para moverlo apenas. Pero Perseo fue más veloz que él y logró morder su mano antes de que llegara.
Cubriendo su boca con su mano libre, evitó gritar, mientras veía acusadoramente al Husky siberiano.
“Perro endemoniado” pensó. Giró para ver a Milo y contó hasta cien para calmarse.
No debía molestarse, es el perro de Milo, se decía así mismo, sin embargo cuando ya se había calmado giró para enviar a Perseo a la habitación de Kanon cuando vio como tenía entre sus dientes uno de sus sandalias de entrenamiento y lo sacudía emocionado.
— ¡Milo! —gritó molesto, sin embargo el muchacho solo arrugó la frente con molestia y se removió sobre la cama. — ¡Milo ya despierta y mira lo que tu perro hizo!
—Saga, ya cállate —susurró entre sueños, tapándose hasta la cabeza.
Sabiéndose ignorado, no le importó abalanzarse sobre el pequeño animalito que empezó a corretear por todo Géminis seguido de un fúrico gemelo. Estaba decidido a regresar al perro, aunque eso signifique enfrentar a Milo.
Al amanecer, un somnoliento Milo se despertaba buscando a su pequeño cachorro, encontrándose con una escena algo bizarra. Saga se encontraba sobre la alfombra –destrozada- tirado boca arriba con los pies colgados y la cabeza por los suelos mientras que Perseo estaba manchado de leche y durmiendo sobre el sofá.