#11. Postre.
497 palabras | G
Decir que no pegó el ojo en toda la noche era mentira. Desde que esa niña le había advertido que no debía hospedarse en aquella habitación Milo no había podido dormir ni siquiera con Saga a su lado. Solo se quedó quieto cuando del otro lado de la cama, Saga se levantaba. Un suspiro pesado soltó mientras se colocaba boca arriba y miraba el techo de manera ausente.
Tal vez la niña solo quería gastarle una broma y él por crédulo se lo creyó.
Giró su cabeza hacia el espacio vacío que Saga había dejado y agarró la almohada del geminiano para llevárselo a la nariz; aún mantenía el aroma de Saga.
Sus ojos se entreabrieron y de pronto sintió ganas de llorar. Se suponía que las vacaciones eran para poder tener un tiempo a solas con Saga que por la presencia de su pequeño Perseo había disminuido y él ahora estaba desperdiciando tiempo valioso con su amado.
A veces tenía miedo de echar todo a perder y que la relación con Saga se quiebre. Era difícil. Para Milo, Saga siempre había sido una persona que admiraba e idolatraba, siempre teniéndolo en un pedestal y molestándose cuando alguien llegaba a difamar su nombre, tal vez por eso, que –pasado los años- tenerlo como pareja lo asustaba. ¿Sería suficiente para alguien como Saga?
Hundió más su rostro en la almohada y sintió como las primeras lágrimas rodaban por sus mejillas.
— ¿Milo? —la voz de Saga lo hizo estremecerse.
Ya era tarde. Saga lo había escuchado llorar.
—Buenos días —era inútil tapar la mentira. La voz que trató que sonara normal le salió quebrada.
Escuchó los pasos de Saga acercarse e involuntariamente tembló.
—Milo —volvió a llamar Saga, esta vez con una voz más cálida que por un momento le recordó a aquellos días en su infancia.
Como si fuera un hechizo Milo alzó su rostro lloroso encontrándose con el rostro sonriente del mayor. Sin esperar un segundo se abalanzó hacia él hundiendo su rostro en el amplio pecho. Saga ya sabía o por lo menos intuía lo que le pasaba.
—Perdóname… —susurró— He tenido descuidado la relación… entiendo si estás enojado…
—Shhh —calló Saga colocando un dedo en sus labios— Sé que asusta Milo, yo también tengo miedo.
— ¿Es por Camus? ¿Tienes miedo que me vaya con él?
—Es tu mejor amigo —dijo alzando sus hombros— Entiendo que ambos tienen más historia, que se entiendan mejor al tener la misma edad.
—No hay nada y lo sabes… —replicó siendo abrazado con más fuerza. —Yo también tengo miedo.
— ¿En serio? —susurró sorprendido. Milo asintió sin mirarlo.
—Tengo miedo de no ser lo que esperabas… no ser suficiente para ti.
—Tú eres todo lo que quiero —Saga sonrió y de detrás su espalda hizo aparecer un plato con pay de manzana— empecemos de nuevo.
Con una sonrisa en sus labios, Milo tomó del rostro de Saga y posó sus labios con los suyos dándole un suave beso, transmitiendo sus sentimientos.
#12. Sobrenatural.
500 palabras | G
Cuando la última gota de lluvia resbaló por su mejilla fue cuando las ardientes llamas del fuego empezaron a hacerse presente. Los gritos que soltaron sus acompañantes fueron tan fuertes que tuvo que taparse los oídos. Una lágrima recorrió su mejilla cuando una pareja empezó a llamarlo con desesperación. Sus pies empezaron a correr en dirección opuesta mientras dejaba que las lágrimas cayeran como cascadas por su rostro. Fue entonces que todo se volvió oscuro…
— ¿Qué? —despertó sudoroso y agitado. Sin darse cuenta llevó una mano a su corazón y giró hacia su lado derecho para ver la hora. Sin embargo, dos ojos chocolate fue lo primero que atrajo su atención— ¿Tú?
La niña de hace dos días estaba parada a su lado. Su rostro antes tranquilo lucía decaído, mientras que de sus ojos gruesas lagrimas caían.
—Tengo miedo —dijo ella— No quiero estar sola.
— ¿Qué ocurrió?
— ¿Lo viste no? Is padres murieron aquí mismo —susurró mientras tallaba sus ojitos— Hubo un corto circuito hace muchos años. Mis padres estaban dormidos mientras yo recorría el jardín con mi hermano, y fue cuando las llamas arrasaron con toda la suite.
Se acercó a Milo y tocó con sus manitas transparentes el rostro de Milo.
—Una luz me guió hacia ti… sé que podrás ayudarme.
—Entonces dinos el motivo por el cual estas aquí —a voz seria de Saga se escuchó. Estaba sentado a su lado y miraba con seriedad a la niña.
—No creí que podrías verla… —susurró Milo
—Quiero mi oso de peluche —dijo— Mis papis me lo regalaron ese día… quiero irme con él.
Ambos adultos intercambiaron una mirada y se levantaron. La pequeña niña les contó donde fue la última vez que había visto al oso aquel día; el jardín. Siendo una tarea algo difícil, el accidente ocurrió hace más de veinte años.
—Ahí —señaló la niña hacia un árbol viejo— Recuerdo que mi hermano y yo subimos para dejar nuestros juguetes para ganarles a los niños de la familia que estaba en la habitación 300.
—De acuerdo —susurró Saga mientras escalaba.
—Tu novio es amable —dijo de pronto la niña mientras lo miraba. Milo se sonrojó un poco y sonrió.
—Lo sé, Saga es muy tierno a pesar de la cara de amargado que siempre pone.
—Y se ve que te ama mucho —continuo esta vez más alegre— ¡Serán grandes padres!
— ¿Qué? —parpadeó un par de veces, pero la niña no contestó cuando Saga bajó con el Oso.
—Gracias —dijo con una pequeña sonrisa— Ahora podré ir con mi papi y mi mami.
— ¿Cómo te lo llevaras? —preguntó Saga.
—A mi familia y a mí nos enterraron cerca a la playa. Solo necesitan colocar al señor Pancita ahí.
Cuando llegaron a la playa y colocaron el oso sobre una pequeña tumba. La niña corrió hacia ella y les sonrió por última vez, desvaneciéndose. Milo no entendió en ese momento porque, pero sintió como la tristeza lo invadía de solo pensar en los años que ella pasó aquí.