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Mil Mundos por Rising Sloth

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Notas del capitulo:

Tercera tanda!

Capítulo 9

 

Abrió levemente los ojos, sin lograr procesar lo que estaba viendo. Todo era blanco, posiblemente su cuerpo seguiría gangrenándose en el interior de aquella cueva, poco a poco, mientras se precipitaba hacia la muerte. Ni tan siquiera percibía el frío. Se sentía frustrado y decepcionado consigo mismo; había sacrificado tanto, había llegado tan lejos... Nunca la había parecido estar tan cerca del planeta de Roger: como si pudiese tomarlo con sólo extender su brazo. Había fallado, se iba a morir sin haber cumplido nada de lo que prometió.

Recordó a Luffy. No lo oía por ningún lado, a lo mejor sus orejas estaban taponadas de hielo. De verdad esperaba que el grumete se hubiese largado, esa muerte, tan prematura y anónima no era para él. Debía vivir. Ojalá sobreviva, pensó y, a su cabeza, vino el rostros el muchacho mientras manejaba el bote y miraba con entusiasmo y ambición el infinito espacio, la imagen exacta de la felicidad. Ojalá sobreviva, repitió, me conformo con eso.

De repente oyó algo, como un murmullo, no lo lograba identificar. ¿Otra ventisca? No, no era la ventisca. Eran voces. Hablando.

–Lo que dices es un locura.

–Lo que digo es lo lógico.

Era más correcto decir que discutían antes que hablar, uno intentando calmar al otro pero ambos en tono bajo, como si tuviesen miedo de que alguien les oyera. Al poco rato, su cerebro funcionó lo suficiente como para reconocer esas voces. Desconcertado, abrió del todo los ojos. No estaba en la cueva helada sino en una habitación, tumbado en una cama. Giró la cabeza a una lado, confirmando gracias a su vista esas dos personas que discutían.

–Eustass, Marco –les llamó casi como preguntando, su garganta no se había recuperado del todo.

Ambos cortaron la conversación para mirarle.

–Por fin despierta, capitán –le dijo aliviado el rubio–. No sabe lo preocupados que nos tenía a todos. Me atrevería a afirmar que incluso al capitán. Al capitán Yurakiur, quiero decir –especificó.

–¿Donde demonios estoy?– intentó incorporarse en la cama con sus brazos, pero se dio cuenta de que no podía, de su miembro robótico no quedaba más que la montura para ajustarlo a sus nervios. No tardó en percatarse de que su pierna estaba igual.

–En el hospital de Aladrum Ciudad –le ayudó Marco a sentarse colocando sus manos bajo los hombros del cyborg–. Hace un par de horas que le sacaron de la cámara de recuperación.

–Pero yo no recuerdo... ¿Donde están mis prótesis?

–Allí –dijo señalando la cama de al lado donde se encontraba su brazo y pierna como si fueran otro paciente–. Se los quitaron porque le estaba abrasando la piel. Suerte que las monturas y su ojo no son de hierro.

–Suerte que soy precavido y tengo experiencia, y de haber podido me lo hubiese quitado yo mismo, pero no tenía ni una maldita llave –suspiró–. ¿Qué fue lo que pasó?

–Encontramos un tiburón con un propulsor en la boca y después apareció Aladrum. Al llegar a la cúpula el capitán Yurakiur envió patrullas de búsqueda.

–En el fondo me tiene cariño –rió– ¿Y el chico? –preguntó un poco más serio.

–Esta vez le tocó a el ser el héroe de la historia.

–Ya, supongo que gracias a él pudisteis encontrarme. Se le subirá bastante a la cabeza.

–Más que eso, lo que se le subirá a la cabeza es haber retado a un kelpie con las manos desnudas y haber sobrevivido –vio como el cyborg lo miró sorprendido e incrédulo–. Desde las naves patrulla pudimos ver como se enfrentaba a esa cosa. Tenía todas las de perder, si llegamos un segundo más tarde no lo cuenta.

–¿Pero en que demonios pensaba ese chico?–alzó la voz alterado, olvidando su garganta raspada. Tosió–. ¿Yo ya le hablé de los kelpies? ¿Por qué diantres le hizo frente?

–Intentaba que no entrara en la cueva.

Shanks se quedó todavía más con la boca abierta.

–Pero no hay de que preocuparse –siguió Marco–, a él también lo metieron en una cámara de recuperación y estos tres últimos días estuvo en reposo en una habitación normal. Cuando estuvo suficientemente recuperado, Ace le dio capones durante diez minutos, según él, por idiota y por preocuparle. No hubo ninguna recaída así que el chico está más que sano.

–¡Aah!– resopló llevándose su única mano a la frente con gesto exasperado.– es increíble. Yo también tendré que darle diez minutos de capones.

–¿Por qué no lo mató?– los dos miraron al otro pelirrojo que hasta el momento se había mantenido callado; iba de brazos cruzados, con el ceño fruncido y cierta aura de cabreo.

–¿A que viene esa pregunta?– dijo con naturalidad–. Creí que el tema había quedado zanjado.

–Claro que sí. Pero tenía a huevo matar a ese maldito crío ¿Quién podía negarle que no hubiese muerto en el accidente, o de frío, o del ataque de uno de esos kelnosequé?

–Piensa un poco las cosas. De encontrarme a mi hubiesen ido a buscar el cuerpo en medio de la nieve, con un análisis y autopsias se habría sabido fácilmente la causa de muerte. Además, lo primero que vimos nada más llegar fue el kelpie, no iba a arriesgarme a atraerlo con carne fresca.

Eustass apretó la mandíbula.

–¡Maldita sea! ¡Estoy harto de escusas de mierda, joder!

–Baja la voz. Te van a oír –le señaló Marco.

El de las pinzas gruñó, pero bajó la voz.

–Matémoslos. Al niño y a todos los demás. Esta farsa es una gilipoyez.

Shanks se tomó su tiempo para contestar.

–Eustass... –suspiró–. No tenemos el mapa en nuestro poder. Mientras así sea esto es lo que hay.

Se miraron un momento a los ojos. Desafiantes. Finalmente...

–No aguanto más este sitio – dijo el más joven de los pelirrojos a la vez que se iba de mala gana.

Tras el sonoro portazo los otros dos suspiraron.

–Entiendo su impaciencia, pero se está convirtiendo en un problema. Sobre todo con ese razonamiento.

–Agradezcamos que Law sea su compañero.

–Sí –hizo una pausa, pensativo–. Marco, mi brazo y mi pierna necesitan reparaciones más sutiles que las que me puedan dar de cara al público. Tendrás que hacerme algunas compras. ¿Tienes papel y pluma para apuntar?

–Iré a recepción a buscarlos –dijo adelantando los pies hacia la puerta–. Ah, antes de que se me olvide –paró de andar justo antes de salir, volteando la cabeza para mirar a su superior–. Quería comentarle de que su plan de mantener al chico con la cabeza ocupada está funcionando. Cuando os rescatamos, a pesar de su estado, él solo rogaba por usted.

 

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Caminar por Aladrum Ciudad era lo mismo que caminar por el interior de un tubo cuya gravedad te pegaba los pies al suelo, de manera podías dar una vuelta completa a lo ancho del dicho con solo poner un pie delante de otro. Siempre que alzabas la mirada encontraba gentíos haciendo vida bocabajo, aunque para ellos, evidentemente, el que estaba bocabajo eras tú.

Las paredes del tubo eran sembradas por calles laberínticas y edificaciones poco elevadas, de techos planos y fabricados con materiales pobres de un color tierra, prevaleciendo en la decoración el arco de herradura. Como se podía deducir, no había cielo. El espacio aéreo quedaba delimitado y rodeado por las casas que hacían de estalactitas y estalactitas según la perspectiva; era normal encontrar naves cruzar este limitado espacio.

Además, al contrario que en el exterior del tubo; donde una era glaciar arrasaba el planeta eternamente; hacía calor; y siembre, fueras donde fueras, te encontrabas en medio de una multitud vestida con túnicas, turbantes y chilabas.

Con este trasfondo, los tres hermanos paseaban por uno de los tantos mercadillos, cuyos algunos tenderetes eran a la vez casas de los comerciantes. No encontrarían ropas lujosas ni piedras preciosas, pero si una tecnología avanzadísima que para los humildes vendedores no era más que algo cotidiano en su día a día.

–No entiendo nada – afirmó Luffy.

–¡Ah! Si no te interesa no preguntes –le reprendió su hermano pecoso.

–¡Si pregunto es porque me interesa! –se defendió.

–Vamos a ver Luffy –intervino Sabo haciendo acopio de su paciencia–, partamos desde el principio. Hace mucho tiempo Aladrum era un planeta normal de valles, mares, desiertos, etcétera ¿hasta ahí bien?

–Ajá.

–Por aquel entonces ya estaban orgullosos de sus avances tecnológicos y prosperaban con facilidad. Pero un día dejó de ser todo tan bonito – hizo una pausa–. Al ser un planeta rico, había gente con un alto nivel de vida que era feliz cumpliendo todos sus caprichos y lo que más se puso de moda era la exportación de criaturas de otros planetas.

–Así que alguien exportó lo que no debía –dijo Ace.

–Exacto. Un adinerado quiso importar un Jörmungandr. Es una serpiente marina que crece en proporción según el espacio de agua en donde se críe. Es decir, si la criamos en un vaso de agua no tendrá más que el tamaño para caber en él, y si lo pasamos a una piscina crecerá tanto como para ocuparla entera ¿entiendes?

–Sí... pero no veo el problema.

–Ya se puede deducir, Luffy –dijo el pecoso–. El Jörmungandr se les escapó y no fue ni más ni menos que a parar al mismísimo mar. Según me dijo el teniente, se considera el episodio más catastrófico de este planeta, y no me extraña. Casi parece una historia de terror.

–Y que lo digas– apareció tembloroso el narizotas por detrás.

–¡Profesor! ¡Al final ha venido!– lo saludó el más joven.

–Que alegría verlo ¿no se había quedado en el barco precisamente por lo que estábamos contando?– preguntó mediano de los hermanos.

–Es... Estamos en Aladrum –afirmó nervioso e intranquilo pero con una sonrisa intentando parecer seguro. Le temblaban las piernas–. El país de la tecnología. No podía quedarme en el barco y dejar pasar esta oportunidad. Nunca me lo perdonaría.

–Entonces...– siguió Luffy pensando en la historia–. ¿Por qué se congeló el planeta?

–Fue co... cosa de ese bicho – siguió el profesor–. Esas serpientes pueden congelar el agua nada más entrar en contacto con ella, y se alimentan de ese hielo que ellas mismas crean. Es un terrible circulo vicioso. En dos años más de un tercio del planeta se congeló en un efecto de no retorno. Una verdadera locura. Todo era inminente.

–Pero ahora viene lo increíble de la historia –volvió Sabo a tomar las riendas de la conversación–. Cualquier otro planeta hubiese quedado deshabitado rápidamente. Sin embargo, los que moraban en Aladrum por aquel entonces amaban demasiado su tierra y tenían demasiado orgullo para dejarse derrotar. Antes de que el Jörmungandr convirtiera todo el planeta en un cubito de hielo, crearon este sitio, que no es otra cosa que una enorme cápsula.

–¿Cápsula?

–Sí –dijo el pecoso–, nosotros vimos su forma antes de desembarcar, o al menos la mitad que está sobre tierra. La otra, según nos contaron, está bajo suelo. Que tendría que estar allí –señaló al frente, hacía lo lejos; había que agudizar la vista debido a la distancia, pero no había duda que había una puerta colosal, de forma circular siguiendo el ancho del tubo o cápsula–. En realidad, ahora mismo, estamos andando en perpendicular respecto a la corteza del planeta –giró su cabeza hacia atrás, hacia el otro extremo de la cápsula, por encima del hombro, a lo que debería ser el sol, que en realidad era una lámpara que proporcionaba la cantidad de luz que debía de dar según las horas del día; si no fuera por ella, aquella ciudad estaría sumida en la oscuridad mas profunda, no se podía olvidar que era un espacio cerrado. Ese sol, además, era una buen punto de referencia puesto que, flanqueándolo, se encontraban las compuertas al exterior y por lo tanto, al puerto espacial de Aladrum, situado en la exosfera del planeta para que el hielo del Jörmungandr no lo alcanzase–. Aunque parezca que vamos hacia delante en realidad estamos descendiendo.

–¿Y que hay en la otra mitad de la cápsula?

–Esa es la parte que está bajo suelo es por necesidad, por guardar algo de tierra y agua y así poder tener una agricultura y ganadería propia –le explicó Sabo–. Sería muy difícil que pudiesen mantener a la población si no fuese así –hizo una pausa–. Pero no te creas que lo pasan demasiado bien, después de todo la hectáreas de tierra están limitadas.

–Me sorprendes, Sabo –le dijo el profesor –. Desembarcamos al mismo tiempo y ya te sabes la situación de esta comunidad como si hubieses nacido aquí.

–¡Es que siempre ha sido un estudioso! –Ace le dio una palmada bastante fuerte en la espalda a su hermano en señal de animo. Solo que con el ánimo casi lo lleva tragarse el suelo.

–El caso es –continuó el rubio pasándose la mano por la zona agredida de su espalda que ahora le picaba– que aquí la comida la reparte el Gobierno por casas a cambio de unas cuotas mensuales. A más dinero, más comida. Abrir un pequeño y humilde restaurante es como construir una constelación, a parte de los caros permisos para hacerlo –hizo otra pausa–. Esta gente prospera muy bien dada las circunstancias, pero hay que tener cuidado. Vender y conseguir dinero es su prioridad ante todo. Al mínimo descuido pueden dejarte con el culo al aire. Ya sea por estafas o por robo. ¿Entiendes, Luffy?

Luffy asintió con un "ujum", pero en realidad hacía rato que se había aburrido de escuchar a Sabo y se distraía observando como el suelo que pisaba ascendía en curva hasta convertirse en lo que el ahora consideraba el "techo", para volver a viajar en una curva idéntica y quedar bajos sus pies y volverlo a llamar "suelo". Aunque todo eran paredes de la cápsula.

–¡Eh! –se quejó al ser empujado por alguien. Éste envolvía su rostro en un turbante negro, igual que su chaleco largo, sujeto con una fajin amarillo, y sus botas, contrastando con sus pantalones blancos.

–Disculpa –se limitó a decir secamente a le vez que se alejaba.

Luffy quedó mirándole extrañado. Que raro, murmuró y puso sus manos en los bolsillos de su chaqueta. Entró en pánico al instante.

–¡Me ha robado la bolsa de dinero!

–¿¡Qué!?– se alarmaron los otros tres.

–¿¡Pero es que nunca escuchas!?– rugió Ace con un nuevo capón.

–¡Ah! ¡Tengo que recuperarlo! ¡Lo había guardado para ir a restaurantes de diferentes planeta!

–¡Luffy!– gritaron los tres pero al chaval ya había ido a por el ladrón.

–Vuestro hermano sí que nunca deja de sorprenderme –dijo el profesor algo traspuesto y agotado–. No conoce el miedo.

–Ya... Mejor dejémoslo –sugirió Ace–. Si se pierde solo tiene que ir al sol para llegar al puerto, no creo que le pase nada.

–¿En serio, Ace? –dijo el rubio altamente sorprendido–. Que distendido por tu parte.

–Yo también maduro Sabo.

 

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Corría de manera frenética, apartando a un lado y a otro la gente que había en su camino.

–¡Eh, tú! ¡Devuélveme mi dinero!– fue lo primero que se le ocurrió hacer cuando entre muchos turbantes vio uno negro.

El carterista se sobresaltó, pero evidentemente, no iba a quedarse esperando para devolverle su capital amablemente. Se echó a correr y, de esa manera, empezó la persecución entre las calles. Giro tras giro, doblaban esquina una y otra vez. El de negro avanzaba rápidamente con aires felinos, esquivando con agilidad los obstáculos mientras el chico se abría paso a empujones, dejando una estela de quejas. Los pasillos cada vez se hacían más estrechos y deshatibados y la gente aparentaba más siniestra.

El ladrón dobló una última esquina en un callejón sin salida y subió con mucha facilidad por una tubería hasta un tejado. Tomó carrerilla y con un enorme salto llegó al piso de enfrente aterrizando en una voltereta.

Quedó sentado en el techo. Resopló y viró sus ojos hacia atrás. A los pocos minutos, casi sin aire, Luffy apareció en el otro tejado a los ojos del ladrón. Entre la carrera y la escalada por la tubería se había quedado exhausto. Se acercó al borde que los separaba y tragó saliva; no solo era un gran salto si no que, además, si caías lo hacías a uno de los grandes surcos de gravedad de la cápsula. Claro que eso Luffy no sabía lo que era dicho surco, pero si atinó a saber que era un enorme precipicio cuyo fondo no llegaba a ver.

Volvió a tragar sin seguridad y miró al otro, este aún sin levantarse y de espaldas a él, le enseñó la bolsita de dinero. La alzó y recogió al vuelo varias veces para regodearse en su victoria. A Luffy se le enrojecieron e hincharon los mofletes de ira.

–¡Ven aquí si te atreves cobarde! ¡Sucio ladrón! ¡Te voy a dar una paliza!

Importándole poco lo que le dijera, el de negro se levantó y se quitó el polvo de los pantalones. Comenzó a andar por los tejados. No tenía de que preocuparse puesto que, para llegar ahí, el chico tendría que dar un rodeo considerable y, aún así, en los laberínticos callejones nunca le encontraría. Él mismo, por experiencia, sabía lo que era perderse por ellos.

Dio pequeños saltos de unos tejados a otros, escaló por algunas cuantas tuberías y descendió por otras tantas, hasta que finalmente, gracias a su memoria olfativa, llegó a un pequeño recinto de casas humildes y destartaladas que, debido a la negligencia de algún arquitecto, habían cerrado un pequeño patio cuadrangular al que al que la única manera de llegar era la que él estaba ejerciendo. Allí era donde, con telas y un par de palos, había construido una pequeña tienda. En ese momento, era lo único que podía considerar una casa.

Metió su mano en el bolsillo y volvió a sacar la bolsita. Se sentía muy poco orgulloso de hacer algo como eso, pero aquella ciudad no pagaba bien a los cazarrecompensas y él no tenía más tiempo que perder.

–¡Aah!– Luffy se abalanzó sobre él de un placaje.

Ambos se precipitaron al patio e hicieron un gran estruendo al caer sobre un montó de escombros madera. El ladrón rugió y se los quitó de encima de una patada que los dejó a tres metros de él, tanto a Luffy como a las duelas.

–¡Jodido capullo! ¿¡Cómo mierda has pasado al otro lado!?

–¡Salto-de-pértiga! –clamó orgulloso levantándose.

El ladrón soltó una risa sacártica.

–¡Mas te valía no darte por atleta! –se llevó la mano a la espalda y de la cintura sacó una daga que llevaba escondida bajo el chaleco. Se puso en guardia.

Luffy se fijó por primera vez en sus ojos, sus iris verdes resplandecían con furia y sus púpilas no eran más que una fina linea vertical. No era humano.

–¡No te tengo miedo!– levantó los puños dispuestos a encararle, después del kelpie ese tipo no parecía tanto.

El de negro se fue acercando lentamente, acechándole. Si Luffy hubiese sabido lo que era una pantera lo hubiese asemejado. El sudor empezaba a resbalarle por la cara.

–¿Zoro? –sonó débil y quebrada una tercera voz.

Luffy volteó la cabeza. La mirada celeste de una chica se asomó desde dentro de la tienda. El ladrón no desaprovechó para atacarle. El muchacho tuvo el tiempo justo para coger un trozo de madera donde se clavó el arma blanca, si no, posiblemente, hubiese muerto en ese instante. Los ojos verdes era pura furia.

–¡Vuelve dentro!– ordenó a la chica sin dejar de mirar a Luffy.

No hubo respuesta, solo el sonido de un cuerpo que cae. Ambos pararon su lucha para mirar donde la chica, ahora yacida en el suelo. El ladrón entró en un pánico contenido, se apartó de Luffy y se arrodilló, dejando descuidadamente la daga en el suelo. Recogió a la chica entre sus brazos.

Luffy, que recobraba el aliento, los observó. El ladrón parecía que se le venía el mundo encima, y la chica; vestida con una túnica blanca, pantalones babuchas y un chilaba verde claro que le cubría el rostro; parecía estar muy mal.

Adelantó sus pasos hacia ellos, tomando la daga y quedando de pie a la espalda del que vestía de negro. Éste, al darse cuenta de la cercanía se giró y vio el arma en su mano. Le miró con rabia.

–Inténtalo –le retó con fiereza.

Pasó unos segundo hasta que el grumete dijo unas palabras.

–¿El dinero era para ella?

Le extrañó un poco esa pregunta pero no bajó la guardia.

–Sí, necesita medicinas.

–Llévala al hospital –dijo con simpleza, como si fuera lo más fácil del mundo.

–¡Sí pudiera ya lo habría hecho!

–Solo tienes que llevarla en brazos.

Su paciencia se acabó.

–¡Toma tu puto dinero!– gritó tirándole la bolsa a los pies.– ¿¡No era eso es lo que querías!? ¡Lárgate! ¡Fuera de mi vista o te arrancaré las entrañas!

Luffy no se movió, ni tan siquiera para recoger el dinero. Se acuclilló y le ofreció la daga por el mango. El otro se quedó cortado.

–No sé porque no puedes llevarla al hospital pero... en mi barco hay un médico.

El ladrón frunció el ceño nuevamente y le quitó la daga de mal manera.

–Como si pudiese confiar en ti.

–¿Acaso te queda otra? No soy muy listo pero no parece que con unas medicinas se vaya a curar.

No dijo nada, pero no apartó su mirada atacante de él, aunque en ella había una atisbo de duda sumado a otro de preocupación por la chica.

–Zoro...– sonó la voz de la chica, haciendo que el de negro la mirara con protección y pena–. Hazle caso, no parece mala persona.

–Pero...

–Si no... solo soy un estorbo para ti.

 

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Los dos hermanos y el profesor, habían dado con una tienda de artilugios bastante interesantes especializado en viajes largos y peligrosos cuyo propietario era más cyborg que su cocinero de a bordo y además era un cíclope con tupe azul.

–¿Y esto que es? –preguntó intrigado el profesor.

–Ha dado con lo indicado para usted, señor. Ese es mi SUPER transforma narices.

El profesor Usopp alternó inquieto su mirada entre el el vendedor y al artilugio. Pensó que lo mejor era dejar el transforma narices donde estaba.

–Oiga –habló Ace–, este país tiene gente de muchas clases pero he visto que sobre todo hay cíclopes como usted.

–Ah, eso es normal chavalillo. Los hombres cíclopes y las mujeres hecantonquiros somos los nativos de este planeta.

–¿Hecatonquiros?

–Todas tienen tres brazos derechos y tres brazos izquierdos. Por ahí he oído que es lo que más atrae a la gente a venir a nuestros planetas, incluso por encima de nuestra tecnología ¡SUPER!

–¿Y no ves raro con un solo ojo?– formuló la pregunta saliendo esa pequeña esencia que compartía con su hermano pequeño.

–Perfectamente, lo que no sé es como haces tu para que los dos te miren para le mismo sitio.

–No siempre lo consigue –intervino Sabo recogiendo un tubo blanco del tamaño de su ante brazo–. ¿Y esto que es? ¡ah!– lo soltó de un grito al sobresaltarse por un brillo de luz verde que inesperadamente había escupido el tubo.

El cyborg cíclope rió a carcajadas.

–¡Super! A los extranjeros siempre os pasa lo mismo –dijo acercándose a recoger el invento del suelo. Al tenerlo en la mano la luz verde volvió a salir por uno de los lados tomando la forma de una hoja de espada–. Es una navaja multiusos. Se activa al entrar en contacto con el cuerpo, lee los impulsos nerviosos y toma la forma de quien lo esté portando. Tiene un transductor de luz a solido, por lo que si tocas lo verde no lo traspasas, la solidez también a tu gusto. Así te puede servir para cosas más domésticas como...– se trasformó en tendedor, aunque demasiado grande– comer. También es capaz de lanzar disparos y...– tomó el tuvo con dos manos y lo partió en dos– es un dos por uno, que si quieres puedes unirlos –apareció otra luz verde de ambas partes que se conectaron en una cadena, ahora era un nunchaku. El vendedor hizo varias maniobras un poco abusrdas, adornadas con gritos de guerra agudos–. ¡Jiah! ¿Que te parece? ¡SUPER! ¿verdad?

–¡Auténticamente! –exclamó con la mirada iluminada–. ¡Me lo llevo!

–¡SUPER! ¡Eso es lo que quería oír!

–¿Y para mi tiene algo?– preguntó Ace como un niño pequeño.

–Para ti... ¡Este sombrerito molón!– le puso en la cabeza un sombrero naranja rodeado con cuentas rojas y delante dos caras azules, una feliz y otra triste.

–Mmm... Me gusta ¿qué hace?

–Combinar con todo lo que te pongas –levantó el pulgar en aprobación, a Ace se le hizo un mohín. El cyborg rió–. Está bien, está bien. A ver que te parece esto –le mostró dos guanteletes formados por tiras fabricadas por algún metal con orificios por todos lados.

–¿Qué son?

–Pruébatelos. Pero con cuidado.

Se probó el derecho que se ajustó como si estuviese hecho a su medida.

–Ahora, aleja la mano de tu cara y cierra el puño.

Al hacerlo brotó del dorso una bola de fuego controlada. El asombro de todos fue más que evidente.

–Pueden servir tanto para defenderte como para cocinar –explicó el vendedor satisfecho–. Son un buen producto. Guantes antiquemaduras e instrucciones van aparte.

 

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–Esto ya está –finalizó de empaquetar la mujer morena de seis brazos el pedido.

–Muchas gracias, señorita Nico –Marco se acercó y tomó la caja con las piezas.

–Llámame Robin, después de todo eres amigo de Shanks.

El piloxiano sonrió.

–Será mejor que me vaya.

–Tened buen viaje –sonrió con amabilidad mientras el rubio abría la puerta para pasar a la tienda donde estaba trabajando el marido de la mujer. Pero la cerró rápidamente, asustado.– ¿Ocurre algo, señor Phoenix?

El sonrió otra vez, solo que nervioso.

–¿Puedo quedarme aquí hasta que los clientes que hablan con tu marido se vayan?– Con todas las persona que podía encontrarse en la vida en una tienda, tenía que encontrarse con Ace.

 

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Ascendieron por lo largo del tubo que era Aladrum Ciudad, hacia el sol; el cual, por mucho que te acercaras a él, nunca deslumbraba; una vez llegaron al extremo se dirigieron a una de las compuertas de salida de la cápsula por las que se podía acceder al puerto.

Luffy les guió, donde dijo que estaba el barco en el que viajaba y donde, supuestamente, tenían un médico de a bordo. Salieron de la cápsula por una de las puertas que llevaba directamente a una plataforma, llena de ascensores que bajaban y subían con decenas de persona. Tomaron uno.

La chica iba agarrada del brazo del ladrón, que la sujetaba como podía sintiéndose culpable por no llevarla en brazos, pero ante todo había que ser discretos. En un momento dado, ella, estuvo a punto de desmoronarse, pero Luffy la agarró del brazo.

–Muchas gracias –a pesar de que su cara iba cubierta, el chico supo que sonreía.

–No te preocupes. Yo también te ayudaré a caminar.

Llegaron a la parte superior y no tuvieron que andar mucho más, ya que encontraron el barco de los primero. A Luffy le costó reconocerlo de lo lustroso que estaba, casi ni parecía que se hubiesen topado con todos los peligros que los habían amenazado.

–¡Es ese, ya hemos llegado! –anunció feliz–. ¡Iré a avisar! ¡Seguidme! –se echó a la carrera hasta el barco.

–Espe... ¡aah! –resopló llevándose la mano a la frente. Miró serio a su amiga–. Aún estamos a tiempo de irnos –le susurró.

–No...– no era una orden tajante, era lo único que tuvo fuerzas para decir, su estado empeoraba.

–Te llevaré en brazos lo poco que queda.

Mientras tanto, Luffy pisaba de un salto la cubierta del barco. Voceó a grito limpio, con las manos a la boca para proyectar mejor su voz.

–¡Eh! ¡tío borracho! ¿¡hay alguien!? ¡Eo! –oyó tras de sí como se abría una puerta, encontrando a Law que acababa de salir del cuarto de la tripulación–. ¡Law! ¿donde esta el tío borracho?

–¿Doc Q? Está en la ciudad, como todo el mundo. Excepto el capitán y el teniente que creo que están finiquitando el precio de las reparaciones.

–¿Qué? ¿Sólo estás tu? –pronunció entristecido.

–Siento desilusionarte.

–No, no es eso. Es que... es urgente.

–¿Urgente?

Entonces apareció el ladrón con la chica en brazos. Éste y el de las perlas se dedicaron una mirada analítica y tensa.

–La chica está muy mal –le informó Luffy.

Law dio una última ojeada a todos los presentes, sin pronunciar palabra y sopesando la situación.

–Entiendo –dijo por fin–. Vamos a la enfermería, yo me encargaré de ella.

–¿Tú?

El moreno puso una sonrisa orgullosa.

–Tengo leves nociones de medicina.

Fueron a la enfermería y la recostaron en una de las camas.

–Tiene mucha fiebre –analizó poniendo la mano en su frente–. Lo primero será destaparla un poco examinarla.

–De eso nada –bufó el de negro. Law le miró divertido.

–No te preocupes, no es mi tipo –llevó la mano al chilaba de la chica para quitárselo. El del turbante negro le agarró por la muñeca.

–¿No me has oído?

–No puedo analizarla si no la destapo un poco –dijo con indiferencia–, además, en su estado no es conveniente que vaya tan abrigada.

–Tranquilízate –le dijo Luffy colocando una mano en su hombro y levantando el pulgar muy convencido de lo que decía–. Law es buena gente.

El ladrón dudó, miró a uno y a otro, estaba más nervioso de lo que quería aparentar, pero, por mucho que no lo deseara, tuvo que soltar aquella muñeca. Law destapó el rostro de la joven. Era muy bella, de larga melena azul recogida en una coleta; pero había algo más, su cabeza era adornada por una corona de plumas.

Los ojos de Law brillaron como si ya tuviera frente a él el tesoro de los Mil Mundos o incluso más. Esa mirada le heló la sangre al que vestía de negro, sabía que todo aquello no era buena idea.

–Si tiene plumas en la cabeza –dijo inocente el grumete cortando por completo el aura de tensión.

Los otros dos cruzaron los ojos.

–Salid de aquí –dijo el de las perlas, tranquilo pero serio, acercándose al instrumental para preparar una jeringuilla–. Con vosotros dos estorbando no puedo hacer mi trabajo en condiciones.

–Oye tío, ¿te crees que...?

–¡Ya nos vamos! –Luffy le pasó el brazo por el cuello con, tal vez, demasiado entusiasmo y, por lo tanto, con demasiada fuerza; tanto que más que un gesto de colegeo pareció un golpe a traición. Así, medio inconsciente el ladrón y con las piernas arrastradas por el suelo, Luffy se lo fue llevando–. Cuídala bien, eh –se despidió con la mano cerrando la puerta.

La puerta se cerró tras ellos. Law suspiró por la nariz y quedó mirando pensativo a la chica, meditando en su propio mundo como sacarla de allí sin que esos dos se dieran cuenta y huir con Eustass. Se puso en alerta cuando ella abrió los ojos para mirarle, pensando por un momento que le había leído el pensamiento. Pero ella se limitó a sonreír agradecida.

Law, también sonrió, tranquilizador pero con un deje de arrepentimiento.

–¿Cómo te llamas?– le preguntó amable en un tono bajo.

–Vivi.

–Vivi...–repitió y volvió a la jeringuilla–. No te preocupes, ahora todo va a salir bien.

 

Continuará...

 

Notas finales:

¿contento ya todo el mundo? Ya tenéis al peliverde en escena xD

El Jörmungandr es una serpiente marina de la mitología nórdica. Odín lo lanzó al mar donde creció descomunalmente.

Por otro lado, la primera vez que publiqué este fic, una amiga me preguntó directamente, tanto que parecía una afirmación más bien, si a mi me gustaba el ZoVi. Y yo le dije que "Ou, yeah". Aunque en este caso no van de eso, por mucho que lo parezca, además con Vivi me pasa lo mismo que con Law: con Zoro me gustan, con Luffy me enamoran.


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