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Mil Mundos por Rising Sloth

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Capítulo 15

La posada estaba vacía de personas a la vez que llena de sus gritos.

–¿¡Cómo pudiste mentirme todos estos años!? Tanto esfuerzo y tanta dedicación... ¿¡Y tú tenías el mapa!?

–Y lo seguiré teniendo, Shanks –dijo el anciano de azulada piel–. No sé como lo has averiguado pero eso no cambiará las cosas. El mapa seguirá confiscado.

–¡No puedes hacerme esto! –se levantó dando un golpe en la mesa. Su cara estaba descompuesta por la ira–. ¡Sabes perfectamente que llevo años preparándome para llegar a ese planeta!

–Shanks... –habló serio, sin perder la calma–. Creo que eres perfectamente consciente de que es un viaje muy peligroso, y que no puedes hacerlo solo.

–Por eso me he encargado de conseguir una buena tripulación.

Rayleigh rió entre dientes.

–Eres un buen capitán, y sabes tratar a tu gente, lo admito, pero no te has rodeado de un personal de confianza, sino de personajes avariciosos y desalmados. Los mejores de tu plantilla son Law y Eustass y no creas que se lo pensarían dos veces antes de matarte por el tesoro.

–¡Ni que les hiciera falta! En ese planeta hay oro y joyas para aburrirse.

–Entonces crees que no morirás en el camino.

–¿Porqué habría de hacerlo?

–Nunca cruzaste con nosotros el camino "real". No sabes a lo que te enfrentas, habrá un momento en que lo que hayas visto al navegar por el universo conocido no te sirva de nada.

–Eso no significa que no pueda hacerlo.

–Ah... –resopló–. Siempre has sido muy tozudo Shanks... Escúchame, no llegarás al planeta, morirás en el camino si tus hombres no se amotinan antes y te asesinan mientras duermes.

–Que viejo te has hecho –le escupió con desprecio, incrédulo de las palabras del otro– ¿De qué tienes tanto miedo? Tú, que eras uno de los más grandes piratas que he conocido.

–Mientra que tú sigues siendo el mismo crío inmaduro de siempre que solo ve lo que quiere. Shanks...– intentó razonar de nuevo–. Olvida tu promesa. Tú no ansias ese oro. No tiene sentido que vayas.

–Se lo prometí al Capitán. He de hacerlo, cueste lo que cueste.

–El nunca te encadenó a algo así ¿Por qué habrías de hacerlo tu?

–Es mi deber.

Esa vez, el anciano, lanzó una carcajada.

–¿Tu deber dices? –se burló–. Somos piratas Shanks, no tenemos deber.

Los ojos de Shanks, aunque su boca no se abriera, expresaron la más profundas de las furias. Rayleigh continuó.

–Estas cegado, lo veo porque también he visto como esa ceguera iba creciendo con los años. Pero tu enfermedad ocular no va hacer que me apiade de ti. ¿De verdad confías en esos hombres? ¿De verdad crees que si hubieses tenido gente de peor calaña hubieras perdido algo más que la pierna y el brazo? Si ese es el caso tendrás que ponerlos a prueba, porque para conseguir el mapa tendrás que matarme.

La cara del pelirrojo cambió sorpresa, aún así su ira seguía reflejada.

–No me hagas esto Ray. No quiero matarte.

–Pero tus hombres si van a quererlo en cuanto se den cuenta de que es la única forma de tener el mapa.

–¡Maldita sea! –volvió a golpear la mesa–. ¡Si he de matarte lo haré! ¡No voy a permitir que me niegues llegar a ese condenado planeta!

El anciano volvió a colocar su semblante serio.

–Hazlo.

Shanks se despertó en un sobresalto de su recuerdo, incorporándose en su hamaca, con la respiración alterada y envuelto por completo en una capa de sudor frío. Miró para todos lados, aún desconcertado. El camarote de la tripulación estaba en paz y las orquestas de ronquidos se iban sucediendo, o superponiendo, unas a otras. El pelirrojo exhaló aire y salió a paso ligero del habitáculo.

Una vez en la cocina se bebió tres vasos de agua seguido. No era algo que estuviese bien, el agua era uno de los elementos más importantes para la travesía, sin embargo lo necesitaba con urgencia, sobretodo a falta de alcohol. Después se tumbó boca arriba en una de las mesas, justo la que estaba debajo del tragaluz; podía ver las estrellas pasar a través de los agujeros de madera.

La muerte de Rayleigh aún era muy reciente. Cargaría con ella sobre sus espaldas toda la vida. Yo no lo maté, se decía así mismo. Sabía que era mentira, con o sin sus propias manos él era el principal responsable. Pero no era la culpa lo que solo rondaba a Shanks, también la duda ¿Por qué aquel anciano tenía tanta insistencia en que no fuera a ese planeta? Él dejó claro que la travesía o su tripulación lo mataría pero no lo veía como razones de peso para esconder durante décadas, y luego no dar, el mapa. Algo raro pasaba y hubiese sido bueno tener a otro miembro de la tripulación al que preguntarle, pero todos estaban muertos, de vejez los más afortunados.

–¿Shanks? –esa voz de dormido le hizo girar su vista hacia las escalera. Luffy bajaba por estas dando grandes bostezos y rascándose la barriga.

–Eh, chico –irguió sus espalda sonriéndole– ¿Qué haces levantado?

–Me desperté y no te vi roncando en tu hamaca. ¿Porqué te has levantado?

–Ah... –se estiró y se rascó la cabeza–. Un mal sueño, nada más. Ojalá hubiese venido Vilaperis pero bueno –se levantó–, aprovecharé para hacer algo de provecho, valga la redundancia.

–¿Vipaqué?– le siguió hacía la parte de la cocina donde el mayor tomó una sartén y empezó a lavarla.

–Bah, no me hagas caso, solo es un cuento de marineros.

–¿De que va?

–Umm... mejor no te digo nada, no quiero asustarte.

–¿Qué? ¿Pero no decías que querías que viniera esa Vipanosequé?

–Lo entenderás cuando seas mayor.

–¡Ya soy mayor!

–¿Ah, si? Seguro que no eres tan mayor como para ayudarme limpiar la lustrosa vajilla.

–¡Si que lo soy! ¡Ahora veras!

Cuando se dio cuenta de la broma estaba sentado en un taburete quitándole la roña al caldero más grande de todo el barco. Sus ojos se entrecerraron y su boca se achicó en un punto. A Shanks se le escapó un risilla.

–¡Me has engañado!– le dijo hinchando los carrillos.

–¿En que te voy a engañar yo? –dijo tranquilo y sonriente sin detener su labor.

Luffy le sacó la lengua, pero aún así siguió ayudando al pelirrojo. Hubo un momento en que solo se oía el frotar en los instrumentos culinarios.

–Shanks.

–Dime.

–¿Porqué friegas normal si puedes hacerlo en un segundo con el limpiador de tu brazo de metal?

El mayor le sonrió y volvió su atención a la sartén.

–A veces hace falta recordar como se hacían las cosas antes. Sientes como algo te atrapa, vuelves atrás y al regresar... tienes la cabeza un poco más asentada.

–Ah...– se quedó un rato callado–. Shanks.

–Dime.

–¿Por qué... cuando le disparaste a ese tiburón en Aladrum... me dijiste que lo mantuviera en secreto?

–Ah, eso. Es una pequeña tontería. He navegado mucho y sé un poco más que el resto de como es el universo; llevar algo que te proteja es necesario, pero a mi solo se me contrató como cocinero y pensé que lo de llevar armas eran demasiados requisitos ¿Me entiendes?

–Um... creo que sí.

–No se lo dirás a nadie ¿No? Podrían echarme del barco tirándome por la borda.

–¡En serio! –se le salieron los ojos de sus órbitas–. ¡No te preocupes no se lo diré a nadie! ¡Yo no sé mentir, pero si no me lo preguntan no pasará nada!

Shanks tuvo que soltar un carcajada de las suyas. Se quedaron hablando un rato más y, luego, trabajaron en silencio, centrados en su tarea. Cuando Shanks levantó la cabeza hacia el joven, éste, estaba profundamente dormido, apoyado sobre el caldero limpio.

El pelirrojo sonrió tras un suspiro que salió de su nariz. Le colocó su oscura capa por encima y siguió fregando.

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Esa mañana Vivi se levantó optimista y decidida. Se recogió su largo pelo en un coco; lo mejor que pudo aunque eso no quitaba que el extremo de su cabello cayera por su hombro; y trapicheó entre su ropa nueva para buscar las prendas más practica y cómodas posibles. A los segundos vestía con tenis, pantalones cortos y camiseta. Salió de la enfermería y fue al encuentro del profesor Usopp que se encontraba, como la mayoría de las veces, al lado del timón.

–¿¡Que quieres que te contrate como miembro de la tripulación!? –su cara se había descompuesto– ¿¡Pero sabes que estás diciendo!?

–No puedo quedarme toda la travesía en la cama de la enfermería sin hacer nada, menos si Zoro está trabajando como uno más y por dos.

–Pero... esto es un trabajo muy duro y...

–Yo ya he estado en situaciones muy duras –insistió.

Usopp hizo una mueca y buscó con los ojos a capitán para pedirle algún tipo de ayuda, éste hizo como si oyera lluvia. El profesor resopló.

–Vivi, no me cabe duda de que has vivido un millón de situaciones más que nosotros, además seguro que tienes más fuerza que toda la tripulación junta, quitándo a tu hermano. Pero yo no estoy a gusto contratándote, todavía estas en tratamiento y...

–Ya estoy curada. Por favor –juntó las manos en un suplicó.

–... Bueno –se rascó el tabique de la nariz–. ¿Que tal si te dejamos en estado de prueba?

–¿De verdad?– le brillaron los ojos.

–Sí, así si te cansas podrás tirar la toalla para que te saquemos del ring.

–¡Muchas gracias! –le abrazó–. ¿Por donde puedo empezar?

–Vaya con el señor Akagami, será su grumete de prueba –dijo tajante el capitán, el narizotas lo miró sorprendido–. Usted contrata y yo hago lo que puedo para dirigir – explicó no sin cierto reproche.

Así Shanks volvió a tener dos grumetes, aunque claro, el cyborg de una manera o otra sentían compasión por la chiquilla y le enviaba el trabajo duro de verdad a Luffy, por que a pesar de que tenía mucha más fuerza y era mucho más vieja que él, Vivi, no solo era una chica, era una chica torpe.

–No te vuelvas a caer –le dijo Zoro pasando por su lado cargando una caja mientras que ella fregaba cubierta.

–¡Yo no me caigo!

Y es que antes de hablar con Usopp, Vivi había discutido el asunto con el peliverde. Él le había mirado con los ojos entrecerrados, con algo de inexpresividad y a la vez como si estuviera loca; le dijo lo siguiente:

–Acuéstate un rato, anda.

La sugerencia no hizo más que empecinarle en la idea de trabajar.

–Venga, mis grumetes. Falta poco para la comida –animó a los dos chicos que pelaban patatas.

–Sí –respondieron al unisono.

Shanks salió por la puerta a la vez que Zoro entraba en la cocina.

–¡Zoro! –sonrió Luffy– ¿Qué tal?

–Escapándome un momento para ver que tal os va.

–Pues pelamos patatas para la comida –le dijo con falsa indignación– Eso que tu ya no haces y por eso no te puedes comer ninguna.

–Tu eras el único que te las comías. Además crudas.

–Pues tienes razón.

Zoro se fijó en como iba la peliazul.

–Vivi –la llamó en un tono condescendiente–, creo que estas cortando demasiada cáscara.

La chica se enrojeció hasta las orejas.

–¡Pero como las cortas así!– se carcajeó Luffy.

–Genio y figura hasta la sepultura –afirmó el yokai cruzado de brazos.

–Eh, tú, engendro de pelo verde –apareció Eustass– el capitán dice que si sigues rascándote las pelotas volverá a degradarte a grumete. Y yo te las cortaré como hagas que me envíen otra vez de car tero –volvió a desaparecer.

Zoro resopló con cansancio, se despidió y se dirigió hacia la cubierta mascullando. Vivi suspiró cansada.

–¿Que te pasa? –le preguntó Luffy–. Oye, que si es por lo de las cascaras no te preocupes, Shanks las reutiliza para hacer puré.

Ella le miró con una sonrisa.

–No me pasa nada, seguiré esforzándome.

–¡Ese es el espíritu!

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El peliverde sorbía de su cuenco en la proa del barco, de espalda al bauprés y con la mano libre apoyada en la balaustrada. En silencio, observaba el lento avance de la nave. Volvió la vista hacía cubierta cuando oyó unos pasos acercarse; la apartó con el ceño fruncido al ver que era el capitán el que subía las escaleras. A Mihawk no le pasó desapercibida la reacción, pero hizo caso omiso. Con sus manos, apoyó el peso de su cuerpo en la balaustrada. El barco seguía avanzando.

–¿No comes con los demás?

–Me apetecía estar solo.

–Ya –suspiró–. Te debo una disculpa –siguió con sus ojos hacia el frente. Zoro creyó haber oído soberanamente mal–. Te subestimé por ser híbrido, sobretodo un híbrido de Serpiente. Pero reconozco que, aunque eres un molesto impertinente, trabajas bien.

Zoro miró al frente, inexpresivo.

–No eres el primero ni el último que me subestima. Estoy acostumbrado –sorbió de su cuenco–. Pero acepto tus disculpas.

Todo estaba muy tranquilo en ese momento, por detrás se escuchaban las fuertes carcajadas desde la cocina.

–Yo también me disculpo –dijo al fin el peliverde–. Dudé de ti de diferentes formas, sobre todo como capitán pero... –puso la vista sobre su cuenco y después al oficial–. Sé que si no fuese por ti ahora mismo nadie podría contar ese aterrizaje en el último planeta.

Ambos quedaron mirándose, con los del otro sobre ellos.

–Acepto tus disculpas y tu cumplido –se apartó de la balaustrada y se giró hacia la escalera. Justo iba a pisar el escalón cuando volvió a oír la voz de Zoro.

–Mi padre era un yokai águila –Mihawk le volvió la cara– no tengo mezcla de Serpiente, solo de Tigre y de Ave.

El Capitán no dijo nada, se limitó a volver la vista al frente y bajar a cubierta. Las voces de la cocina seguían llegando al exterior siendo las únicas protagonistas, pero repentinamente fueron eclipsadas. Fue un sonido suave, a la vez te ponía los bellos de punta. Como un susurro, y como una amenaza que se acercaba. Parecía solo uno, pero no lo era.

–Son como...– susurro el peliverde con sus cuatro oídos atentos– aullidos de lobos.

No hubo persona que no se percatara de aquel sonido. Primero quedaron expectantes y luego fueron subiendo a cubierta. Cuando salieron sus ojos se abrieron de par en par.

El barco navegaba en el núcleo de un banco de extraños seres. Vivi reconoció en ellos el alargado cuerpo de anguilas moteadas por brillantes puntos de luz. Pero más que sus cuerpos lo que más llamaba la atención eran sus cabezas, grandes cual mascarón de proa, que mostraban el rostro de hermosas mujeres, todas iguales, de tez pálida y suaves rasgos que mantenía sus ojos y bocas cerrados. Sonreían, y sus largas cabelleras negras iban al son de sus cuerpos.

–Scyllas –pronunció Marco observando la dulce sonrisa de una de ellas.

–¿Son peligrosas?– le preguntó Ace.

–No, son criaturas bondadosas. Se dicen que cuando estas cerca de una tu corazón se llena de felicidad.

Luffy las observaba maravillado y las seguía casi sin darse cuenta de subía a la proa junto a Zoro.

–¿Es la primera vez que las ves?

–Si. Son raras, pero son alucinantes.

–Tienes razón –sonrió observando las que los sobrevolaban.

Al rato las scyllas empezaron a apartarse de ellos con suavidad; y finalmente desaparecieron. Uno a uno fue despertando de su ensoñación mientras que nuevamente se hacía silencio. No hubo tiempo para sentirse triste por la repentina despedida.

–¡Planeta a la vista!

Continuará...


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