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Mil Mundos por Rising Sloth

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Capítulo 19

Esa noche, el Rey se reunió con sus hombres de confianza, siendo estos su consejero Igaram, el jefe de la guardia Pelu y el maestro de armas Koshiro. Los cuatro hombres presentaban un semblante serio y severo bajo un duro mutismo que estrangulaba sus gargantas.

–¿Cómo es posible que en todo este tiempo no nos hayan llegado ni tan siquiera un vago rumor? –preguntó al fin Cobra con aspereza.

–Han sido muy sigilosos, Alteza –respondió su consejero.

–Y nosotros muy sordos y soberbios... mil años... mil años guardados en un sepulcral silencio y ahora... No solo pueden destruir Ave, también las demás familias.

–Todo fue a causa del cabezilla que la Nueva Cruz tuvo hace un milenio,–explicó el yokai tórtola–. Al tratarse de un ser humano murió hace ya mucho, pero pasó su vida escribiendo un libro, lo que ahora puede ser una sustitución de la antigua Biblia o Corán para los seguidores de esta doctrina. Ahí no solo estaban los aspectos religiosos, Alteza, también la manera de organizar un ejercito para acabar con nosotros –hizo una pausa–. Siguiendo el camino que marca ese libro sagrado han perseverado y perdurado lo imposible para lo que es su raza.

–Y ahora van a presentarnos una dura batalla –intervino Pelu–. No solo son muchos más de lo que podemos llegar a ser nosotros, cada uno de ellos está instruido en técnicas de un extraño combate del que solo se ha oído hablar y vestidos con armaduras de gran fuerza militar e increíbles avances tecnológicos. Para colmo, y tal y como dicen mis informadores, han conseguido culminar el "antiacero", lo llaman kairoseki.

Nadie sabía lo que sentía el Rey en ese momento, siempre había sido un buen rey y por ello no dejaba que el pánico le colmara. Por otra parte, su rostro impertérrito parecía haber envejecido mucho en pocos segundos.

–¿Creéis que habría alguna manera de llegar a la paz?

–Con todos mis respetos, Alteza –volvió a hablar Igaram–, si algún día encontrásemos la paz con la Nueva Cruz, no sería en este universo. Sabéis claramente cuales son sus objetivos.

–"Aniquilar a aquellos que desafían la creación de Dios" –el Rey suspiró–. Tenemos que proteger a nuestra gente –dijo con decisión–. Koshiro ¿No hay posibilidades de que nuestro ejército les responda?

–Podemos responder, mi Señor, pero la victoria no se está decantando por nuestro lado esta vez. Nuestra indestructibilidad nos ha relajado, no hay tantos guerreros y caballeros como hace ya muchos milenios. Nuestro ejército es pequeño, incluso siendo cierto que podemos reclutar seguiríamos en inferioridad numérica. Por otra parte, los jóvenes de ahora tardarán mucho miles de años en convertirse en hombres que puedan manejar una espada mientras que los guerreros de la Nueva Cruz pueden estar encima de nosotros en cuestión de meses, medio año como mucho.

El Rey quedó pensativo, divagando mentalmente en el asunto. Sabía que era una derrota, pero no por ello se resignaba a hacer las cosas bien hasta el último momento.

–Tenemos que hacer una alianza con las otras familias.

–Alteza, eso es una barbaridad –Igaram intentaba no gritar, pero su tono se elevaba–. Ninguna de las otras familias aceptará, hay demasiado resentimiento entre nosotros.

–Aceptarán, cualquier yokai prefiere morir con honor a que lo aplasten con una bota –miró al halcón–. Pelu, hace algún tiempo me dijiste que en Perro tenías un buen amigo de alto cargo.

–Si, Chaka, es el jefe de la guardia allí.

–Quiero que te presentes personalmente, que hables con él, le expliques la situación y que él hable con su rey. Ese el primer paso –se volvió a Igaram–. Informa a los otros diez reyes.

–¿Que les digo?

–Lo que está ocurriendo. Debemos reunirnos con motivo de alianza.

–Señor –habló Koshiro–. ¿Qué debemos hacer con los civiles?

A la cabeza del Rey se le vino la imagen de su dulce hija, la cual le provocó una sonrisa triste.

–Evacuarlos lo más lejos posible de aquí.

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El cielo empezaba a clarear cuando Zoro deslizó la puerta de la habitación del Maestro a un lado. Tenía sueño y el que le despertaran tan temprano le había creado cierto mal humor, pero cuando vio al yokai cuervo sentado de rodillas en el porche con la espada de Kuina delante suya, todo lo demás quedó atrás.

Al oír Koshiro la puerta abrirse, volteó la cabeza hacia su derecha y, viendo que se trataba del peliverde, le dedicó una amable sonrisa.

–¿Me ha hecho llamar?–preguntó el joven.

–Si. Siéntate –le indicó–. Tenemos cosas de las que hablar.

Se sentó frente a su maestro y este empezó a explicar. Le contó todo lo que estaban apunto de acontecer, todo su posible triste final. El peliverde escuchó atentamente y callado, asimilando tal y como venía esa historia tan repentina que parecía mentira.

–El Sistema Solar ya no es un lugar seguro para nosotros los yokais, seamos de la familia que seamos. Debemos despedirnos de él tal y como lo conocemos. Los guerreros morirán batallando mientras que sus familias huyen rogando a los Protectores por ellos y por si mismos... El Rey ya empezado a organizar las evacuaciones de los civiles para ponerlos a salvo. La primera nave zarpará la semana que viene, tus cosas deben estar preparadas para entonces.

–¿Se refiere a la batalla?

Koshiro negó con la cabeza.

–No, Zoro.

–¿¡Qué!? –levantó la voz con reproche y orgullo herido–. Acaba de decirme que estamos en guerra, que nuestro ejercito está en desventaja numérica. ¡No puede decirme que huya! ¡Yo también soy guerrero! ¡Mucho mejor que otros yokais que se pueda echar a la cara!

El Maestro se tomó su tiempo en contestar.

–La Princesa será una de las primeras en subir a esa nave y necesita a su lado la mejor protección que e podemos ofrecer –vio un gesto reprimido de sorpresa en Zoro; puso su atención en la espada envainada que descansaba entre los dos. Tomó el arma con sus dos manos–. Esta espada fue forjada para mi familia, pasando de generación en generación con el objetivo de proteger al reino. Es mil veces más antigua que el más anciano de los yokais –dejó que se viera un poco del acero de la espada–. Pero está tan pulida como el primer día, como si por cada espadachín que la porta volviera a nacer –envainó–. Kuina debía de heredarla cuando hubiese cumplido la mayoría de edad, aunque bien sabes que desde que era muy joven ella ya la llevaba al cinto.

Levantó la mirada de la espada para ponerla en Zoro.

–Es tuya.

Su corazón empezó a latir mas deprisa. ¿Había oído mal? Tenía que ser eso, o una broma de mal gusto. Pero en la cara del hombre no había más que seriedad y decisión.

–Yo... no puedo, esa espada... era de Kuina, de su familia... no tengo derecho a... –no podía continuar.

–Zoro, desde que llegaste aquí hace tres mil años has protegido a la Princesa como si tu vida dependiera de ello, te has puesto al nivel de los mejores espadachines de reino... amaste a mi hija y la hiciste feliz hasta el ultimo momento y... para mis ojos eres como el único hijo que me queda –una vez más le tendió la espada.

Zoro no pudo contestar, su mente se había quedado en punto muerto, casi tanto como sus pulmones. Miró la espada aún siéndole difícil asimilarlo todo, podía sentir el gran peso y fuerza que acarreaba. Esa espada no era simple acero pulido. Sus manos avanzaron con pies de plomo a recogerla; cuando la sostuvo se le hizo aún más difícil respirar. Era demasiado perfecta.

–Su nombre es Wadou Ichimonyi. Recuérdalo. Con ella podrás proteger lo que más deseas.

Sujetaba con firmeza a Wadou, aun con sus manos temblando, no apartaba la vista de ella. Era la espada de Kuina, puede que por ello sintiera que estaba ahí con él, con más fuerza que cuando estaba viva, pero intangible como un abrazo de aire.

–Los yokais vivimos mucho más que los humanos –siguió hablando su maestro–. Eso hace que tengamos una diferente concepción del tiempo, pero al final todos los años vividos nos pesan igual en el alma. Puede que en verdad nunca llegásemos a dejar de ser humanos completamente. Pero la Nueva Cruz no piensa lo mismo... Zoro –el peliverde le miró a los ojos–. Viéndote ahora me doy cuenta de lo ciegos que hemos estado respecto a los híbridos y lo iguales que hemos sido a esa doctrina que nos quiere aniquilar. Lo que más lamento de todo... es que hayamos llegado al final cuando las cosas empezaban a cambiar.

El joven dejó de mirarle bajando la cabeza, volviéndose a reflejar la espada en sus iris verdes.

–No tengo palabras para expresar la gratitud que siento hacia usted, Maestro –sentía sus ojos humedecerse.

–Soy yo el que debe decir eso.

–No, no lo entiende... Yo vine a Ave con dos únicas pistas que tenía sobre mi padre. Pero a lo largo de este tiempo, yo... pensé... que tal vez mi madre se equivocara, o que yo lo entendiera mal... Y tal vez mi padre no era un águila... tal vez fuera... un cuervo.

El Maestro sonrió.

–Hubiese sido algo perfecto.

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La pequeña nave individual aterrizó al pie de una colina cuyo auge daba a un acantilado. La cabina de cristal se levantó, el suave viento se pegó al cuerpo de Zoro. Bajó de la nave y se acercó a al acantilado; allí los aires cantaban, parecía que tenía el mundo a sus pies.

Los yokais de Ave tenía cierta tradición funeraria. Al morir el cuerpo y darle el último adiós, este se envolvía en llamas hasta que solo quedaran las cenizas. Luego, estas se lanzaba en un acantilado como ese, donde incluso en los días más tranquilos soplaba algo de brisa, para que su alma siempre se encontrara surcando el cielo.

Hacía ya cuatrocientos años que Kuina volaba en esos vientos junto a su madre y al resto de sus antepasados. La echaba de menos, y todavía abría los ojos por las mañanas pensando que se la iba encontrar durmiendo a su lado.

–Como si la muerte no fuese suficiente abismo entre nosotros ahora tengo que marcharme lejos de aquí.

Nunca le había orado a alguno de los Protectores, pero en su interior rezaba para que cuando volviera a ese lugar estuviese tal y como estaba en ese momento.

–Ojalá pudiera llevarte conmigo.

El viento le dio en la cara, pero fue como una caricia, como dos manos que se ponen en sus mejillas y unos labios que besan a los suyos haciéndole cerrar los ojos. Los volvió abrir sonriendo con tristeza.

–Y yo a ti.

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Dejó la nave en el garaje junto a las demás y salió a la luz de un sol que empezaba a atenuarse a la llegada del atardecer. Necesitaba entrenar un poco, así que fue a la zona de práctica, encontrándose para su sorpresa con la espalda del jefe de la guardia. Pelu lo oyó perfectamente y se dio la vuelta.

–¿Que haces aquí? No es hora de entrenamiento.

–Necesito despejarme un poco.

–Ya, te comprendo. Yo también –se acercó al barril de katanas de madera y le pasó tres a Zoro mientra que tomaba otra más para si–. ¿Te despejas bien así?

Zoro miró las espadas de mentira como con asco.

–Yo ya hace mucho que me pasé a las de acero.

–Eso tengo entendido –bromeó–. Pero ambos sabemos que si alguno de los dos porta acero ahora esta práctica podría no salir muy bien.

El peliverde no rechistó más, con una espada en cada mano y la tercera en la boca fue a por Pelu que ya estaba en guardia.

–¿Has hablado con el maestro Koshiro? –preguntó el halcón sin parar el combate.

–Sí, hace una semana.

–Koza y tú iréis en la primera nave de evacuación ¿cierto?

–Sí –esa era la versión oficial, pero Vivi iría con ellos dos de incógnito. Ambos la protegerían

Pasaron unos segundos solo luchando.

–¿Y tú? ¿Donde has estado? Se te ha visto muy poco estos días.

–Organizando a mis subordinados entre otras cosas, aunque yo esté ausente no se debe notar mi falta.

–¿Vas a algún lado?

–He de partir por asuntos de Estado –hizo una pausa a la vez que con un giro esquivaba una estocada–. ¿Cómo está la princesa Vivi?

–Se siente dolida e inútil. Pero eso es solo lo que no consigue guardarse para si.

–Ya...

Acabaron concentrándose en su batalla amistosa más que en la charla y tras unos mandobles los dos pararon el golpe del otro con un ataque. Marcaron distancia manteniendo la guardia alta, mirándose a los ojos. Pelu dejó su yo guerrero y bajo la espada con cansancio. Suspiró y hablo cabizbajo.

–¿Te has despedido de Kuina?

–¿Hum? –se quitó la espada de la boca–. Sí, venía de eso.

–Y seguro que siente tu partida –sonrió con tristeza– Yo soy incapaz de decir "adiós" solo por no tener la mínima sospecha de que a ella no le pueda dar igual, porque una de las dos personas que van con ella es todo lo que necesita –se dio la vuelta para alejarse– Protégela con tu propia vida, Zoro. Y, cuando puedas, dile que yo protegeré su reino hasta el final.

El peliverde no pudo decirle nada más que lo que le dijo.

–Lo haré.

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Koshiro abrió la ventana tras levantarse de la cama y vestirse. Ese era el gran día, lleno de amargas partidas. Pensó en Koza y en Vivi, en la madurez con la que se habían enfrentado al asunto, y por supuesto pensó en Zoro. No podía adornarse de alguna manera el hecho de que prácticamente estaban exiliando a su propia gente, sin embargo, le deseaba la mejor de las suertes al peliverde y que su camino le llevara por las grandes maravillas del universo. No todo debía de ser un final.

Salió del dormitorio como si ese día no se diferenciara de los demás. Fue entonces cuando encontró en su pequeño salón algo que no debería estar. Sobre la mesa descansaba la Wadou Ichimonyi.

Se acercó a ella estupefacto de ver la espada, la recogió con sus manos para comprobar que de verdad estaba ahí. Bajo la vaina alguien había dejado una nota escrita; Koshiro reconoció la letra de Zoro.

Con esta espada podré proteger lo que más deseo, pero si se viene conmigo no protegerá su vida. Entréguemla en mano cuando esté a salvo.

Fdo: Zoro.

Se llevó la mano derecha a la boca, tapando su carcajada a la vez que cerraba los ojos para tapar sus lagrimas. Ojalá la inocencia de los jóvenes nunca se acabase.

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Los tres embarcaron vestidos con ropas humildes y confundiéndose con el resto de los evacuados. Zoro tapaba sus orejas de gato con el pañuelo de Kuina, era mejor tenerlas escondidas, a esas alturas nadie desconocía la existencia de un yokai híbrido que había recogido y apadrinado la princesa de Ave y que era ahora su perrito fiel.

Todos los trámites se hicieron eternos, pero cuando la nave despegó les pareció que lo hacía demasiado deprisa. A sus ojos el planeta que había sido su hogar se hacía cada vez más pequeño. Y la incertidumbre de su futuro los ahogaba. Si el cristal que les permitía la vista no hubiese hecho de barrera física y psíquica cualquiera de los tres hubiese saltado para volver, aún con la certeza de quedarse vagando en el espacio.

Con una mirada furtiva, el peliverde pudo ver como Koza tomaba la mano de Vivi y la apretaba en la suya, para darle fuerzas. Cada vez que encontraba esos gestos cómplices añoraba a Kuina.

–¿Cuanto tiempo pasará hasta que volvamos? –preguntó Vivi sin dejar de observar allí donde había nacido–. ¿Seguro que podré reconocerlo?

–No estoy seguro –dijo Koza con naturalidad–. Ya sabes con que facilidad se erosionan las montañas y se mueven las placas tectónicas. ¿Quién sabe? Puede que cuando volvamos todos los continentes sean uno solo, como la antigua Pangea.

Aun con la tristeza de por medio los dos sonrieron.

–Tiene razón. Da igual lo que me encuentre, volveré a reconstruir el reino de Ave y protegeré a los míos.

–Ya hablas como toda una reina, a veces hecho de menos la niñata que me ponía caras raras.

Zoro también sonrió con un poco de nostalgia al oírlos. Volvió a observar el planeta, brillante y azul. Parecía lleno de paz.

Pero en un instante el azul pasó a rojo.

El tiempo en la nave se paró, puede que con ella el de todo el universo. Solo había algo que seguía, y esa era la gran cúpula de luz roja que crecía por la superficie del planeta con un ruido ensordecedor.

La onda de la explosión golpeó la nave tirando a la mayoría de los pasajeros al suelo, y a lo largo de unos minutos solo hubo caos. Pero todos, medio sordos, aturdidos y con sus oídos pitando, volvieron a levantarse y a acercarse a la ventanas. Era como una horrible pesadilla. Un enorme cráter se mostraba en más de un cuarto del planeta. Todo lo que pudiera haber allí había desaparecido. No, se decía así mismo ¡No! Kuina, el Maestro, la Wadou. No había nada. Ni sitio al que volver ni gente que te esperase ni pactos que cumplir. Lo único que tenía era una gran nada.

–¡Vivi! ¡Tienes que levantarte, joder!

La voz de Koza, quebrada e histérica, le llegaba lejana, pero aún así se giró hacia ella.

La que fue princesa estaba de rodillas en el suelo, derramando lágrimas y en estado de shock. Koza la zarandeaba por los hombros, obligándola a reaccionar.

–Todo está destruido –dijo ella con la voz quebrada.

No era la única así, había mucha gente en la nave igual que ella.

–¡Eso no es así! ¡Tu no estás destruida, Vivi! ¡Y yo estoy contigo, para protegerte! ¡Por eso me embarqué en este viaje! ¡Porque decidí protegerte a ti antes que a nuestro país y a la gente que lo habita! ¡Por que tú eres lo más importante!

La voluntad de Koza era fuerte, pero no engañaba a nadie. Tenía tantas ganas de tirarse al suelo a llorar como Vivi, de cortarse la garganta y acabar con todo. Necesitaba la fuerza de la peliazul para levantarse así mismo.

–¡Zoro! ¡Que haces ahí parado! ¡Ayúdame con ella!

El peliverde observó a la chica. Lo hizo todo mecánicamente, más tarde no recordaría nada de aquello más que la explosión. La tomó del brazo y la obligó a levantarse.

–Vamos.

–¿A dónde?–preguntó el gorrión.

–A las naves auxiliares, aquí podemos ser los siguientes.

Miraron por última vez el que fue su planeta y le dieron la espalda. Ya solo quedaba mirar hacía delante.

2.500 AÑOS DESPUÉS

Se creía muerto, pero no estaba asustado. Recordaba lo que le dijo su maestro hace tanto tiempo, "los años vividos nos pesan igual en el alma"; tenía razón, si trataba de considerarse así mismo como humano había vivido demasiado, y estaba cansado. Cansado de luchar, de huir y de sufrir. Quería irse con Kuina, estar con ella, amarla, descansar en su pecho,y no dejarla en todo lo que tuviera de la otra vida y más. También quería ver a su maestro... y a su madre.

No estaba seguro de si eso era lo que le deparaba, tal vez fuese la reencarnación. Si era así debía dejar toda esperanza de reunirse con sus seres queridos. A pesar de su longevidad no había hecho nada bueno, y no solo por las vidas que no había podido salvar, sino también por Vivi. La había dejado sola y sin protección. A ella, su misión, su amiga y su única familia. Podía aceptar que en su siguiente vida fuese una mota de polvo, pero ojalá ella le perdonase y supiese salir adelante.

Podrías venirte conmigo de aventuras, sonó una voz en su cabeza ¿Luffy? Esa había sido su voz ¿no? Sí, solo él podía decirle algo como aquello. Solo él... Había que joderse, ni tan siquiera había podido terminar esa travesía con él. No había hecho nada. Que cansado se sentía...

Un dolor lo recorrió por todo el cuerpo, como si le hubiesen dado una paliza. Entonces recordó que efectivamente se la habían dado. Pero estaba muerto, no debería sentir dolor. No debería... Abrió los ojos sin ver y se acercó su mano derecha al lado de la cabeza. Le dolía y le suponía un esfuerzo tremendo moverla, pero estaba sana. Ni moratones, ni heridas abiertas. Tal vez aún tardase en morirse y el dolor se pasara en un rato. Pero un poco más de consciencia le llegó, vio que tras su mano estaba todo el paisaje de una negra ciudad con luces de neón que no le era desconocida. ¿Nut? Se preguntó, ¿pero dónde...? Intentó incorporarse sobre un codo, pero estaba tan torpe que casi se cae al vacío.

–¡Joder! –gritó pegando su espalda a la pared.

Estaba en uno de los surcos que anillaba uno de los enormes rascacielos de Nut. ¿Cómo demonios había acabo ahí? No solo eso, estaba completamente desnudo, lo único que le tapada un poco era una larga gabardina negra que le estaba haciendo de manta. Notó algo en su cara, llevaba una máscara de oxigeno.

–Sigue durmiendo. Aún tienes tiempo hasta que volvamos al barco.

Zoro giró la cabeza hacia su derecha. Aquel hombre de mirada ambarina, que ahora lucía un herida abierta en la mejilla izquierda, estaba sentado a su lado, en posición de loto y con una enorme espada de acero negro en su regazo. Recordaba la espada.

–Tú... ¿Me has salvado?

–Tu "hermana" me lo pidió –habló a través de su propia mascarilla.

¿Vivi? Aunque fuera verdad ¿Por qué debería hacerlo? No les tocaba nada con ellos. No era su problema si él moría o no, si Vivi lloraba o no, si estaba herido o... Volvió a caer en la cuenta de que sus heridas no estaban. Estaba agotado, si, pero... los golpes, los disparos, las estocadas, el ácido... por muy yokai que fuera esas marcas aún deberían de estar en su piel. Lo único que hacía sanar con tanta eficacia era la saliva de yokai. Se alarmó, y los parpados se le abrieron por completo, no había que ser muy listo en esas deducciones.

–¡Me has lamido! –le espetó.

–Te he salvado. Y ponte esto –le tiró un pañuelo verde, fue otra cosa que no pudo creer, era el pañuelo que le dio Kuina–. No creo que quieras preocupar a nadie más con esa cabeza medio calva.

Zoro se pasó la mano por la cabeza, realmente estaba calvo por algunos lados. Le crecería en nada, pero Mihawk tenía razón, mejor era no dar explicaciones.

–¿Dónde lo has encontrado? –se ató el trozo de tela a la nuca.

–El mediano de los D. Monkey se lo encontró en la calle. Gracias a él pude encontrarte.

–¿Saben algo de donde estaba?

–Piensas que te ocurrió algo, pero les quité esa idea de la cabeza comentando que lo más seguro es que te hubieses perdido.

Zoro le echó una mirada afilada, pero no rebatió, prefería volver al barco como si no hubiese pasado nada. Se tumbó con la gabardina hasta el cuello. El suelo estaba duro y sucio, pero necesitaba descansar un poco más. Tenía frío, un poco de ropa no el hubiese sentado nada mal. Ahora que lo pensaba, en el estadio aún llevaba sus pantalones. Tal vez el ácido se los hubiese llevado también por delante. De repente se enrojeció, recordaba tener una herida bastante profunda cerca de la ingle. Se la palpó. No había nada. Su cara ardía.

–¿¡También me has lamido "ahí" pedazo de degenerado!?

–¿Que te pasa ahora? –preguntó molesto y con el ceño fruncido.– Estabas a punto de morir, sé un poco más agradecido.

Zoro bufó. No quería ni mirarle.

–¿Que clase de yokai eres? ¿Un pulpo?

–Soy un halcón.

–¡Ja! Esa si que es buena, puede que me hubiese creído que eras de Ave si llegas a ser un poco más humilde.

Cualquier yokai sabía que en cada familia había una jerarquía no escrita; no era preferencia ni favoritismo social, mucho menos por la clase que hayas nacido o el dinero que tengas, simplemente algunos tipos de yokais tenían la voluntad de marcar en la gente y hacer grandes cosas, y por lo general solían ser de la misma raza. En Tigre aquellos que eran leones o propiamente tigres acababan en los escalafones más altos de la sociedad, y en Ave pasaba lo mismo con las águilas y los halcones, como ejemplo Pelu y el mismísimo rey Cobra. Por ello, que ese hombre le dijese que era un halcón no cuadraba para nada, se hubiesen conocido antes del Exterminio.

–Venga, dime que yokai eres. Es lo justo después de hacer que nos exhibiéramos por el barco Vivi y yo ¿no?

–Te lo acabo de decir.

–Una mentira –se apoyó en su codo y lo miró a los ojos–. Enséñame tus alas si es que puedes.

Mihawk, con todo su ceño fruncido, giró por fin toda la cabeza mirarle.

–Como quieras.

Quitó la espada de su regazo, le dio la espalda al joven y se quitó la camisa.

Le dejó claro que era un halcón, como también le dejó claro el despreciable niñato que era. Solo pudo desplegar una de sus alas, la izquierda, porque donde debería estar la otra solo había una cicatriz roja.

–La enfermedad de las cadenas –dijo– Me la diagnosticaron a tiempo y me arrancaron el ala derecha –se colocó la camisa y empezó a abrocharse–. He tenido varias alas ortopédicas de sustitución, pero nunca ha sido lo mismo. Más para mi que para la gente de mi alrededor –se sentó tal y como estaba antes–. Un tullido no tiene sitio en Ave, me largué cuando era muy joven.

Zoro bajó la cabeza, se sentía avergonzado. Ese hombre le había salvado su miserable vida, incluso sabiendo que su muerte le vendría mejor, y él se lo había respondido humillándolo.

–Lo siento, no pretendía...

–Es igual. No podías saberlo.

Levantó la mirada siguiendo cabizbajo. La herida en la mejilla de Mihawk seguía sangrando.

–¿Que ocurre? –preguntó el mayor cuando Zoro se sentó muy cerca de él, se había quitado la mascarilla–. Vuelve a ponértela, aún estas débil.

No contestó. Acercó su boca a la mejilla de Mihawk. Por un momento pensó que olía bien, pero se deshizo de esa idea. Rozó un poco la mascarilla del oficial con la punta de la lengua, le lamió la herida. El moreno no hizo nada, ni tan siquiera un ademán de queja. Zoro terminó de curarle, le miró a los ojos con disculpa y, después da ajustarse su propia mascarilla, se tumbó cubriéndose con el abrigo negro.

–Muchas gracias por salvarme –le dijo al capitán.

Durante un rato solo se oyeron los ruidos de la ciudad y él fue cayendo poco a poco en el sueño.

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En el barco todo el mundo seguía a lo suyo, y solo una minoría estaba realmente preocupada por la desaparición del yokai, sobre todo Vivi. La chica no paraba de mirar una y otra vez por la borda, esperando su aparición. Pero los segundos se iban sucediendo y al puerto no llegaba nadie parecido al peliverde.

–¿Está todo listo, señor Smoker?

La yokai miró hacia el alcázar donde el Capitán hablaba con su subordinado.

–Sí, mi Capitán.

–En ese caso de la orden de soltar amarras.

–Señor...

–¿Sí, Teniente?

–El chico no ha vuelto.

–Señor Smoker, recuerdo perfectamente haberle dicho que quien no estuviese en su puesto tras seis horas amarrados se quedaría en tierra.

–¡No puede hacer eso! –le gritó Luffy–. ¡Zoro es uno más de la tripulación!

–Si así se considerase acataría las normas señor D. Monkey.

Luffy apretó los dientes.

–¡Usted no es capitán ni es nada! ¡A Zoro le a pasado algo y usted prefiere lavarse las manos!

–¿Es que en cada planeta que nos topemos tengo que ser tachado de negligencia por un D. Monkey? No pienso preocuparme por alguien que está más que claro que no necesita protección alguna, si es lo que pretende.

–¡Pero él no ha vuelto!

–Ya... –con su cara de malhumor pasó su mirada de Luffy a algo que había detrás suya–. Y supongo que ese que sale del camarote de la tripulación bostezando como un animal es solo producto de mi imaginación.

Casi todos los presentes dirigieron su vista al camarote de la tripulación nada más escuchar las palabras del Capitán. Las mandíbulas cayeron al suelo y los ojos salieron de órbita. Tal y como había sido dicho, Zoro estaba ahí estirándose y bostezando de manera muy exagerada.

–¡Ua! Que bien he dormido.

–¿¡Cómo que "que bien he dormido", pedazo de niñato!? –le gritó el profesor al oído–. ¿¡Se puede saber dónde has estado todo este tiempo!?

–¡Zoro! –se enganchó Luffy a él cual monito a un árbol–. ¡Que bien que no te hayan violado!

–¿Violado?

–¡No me ignores que te he hecho una pregunta! –insistió el narizotas.

–Solo he estado en el camarote durmiendo.

Al intelectual se le desencajó la mandíbula.

–¡Eso es el colmo! ¡Ya no es solo porque te comprometieras a protegerme en Nut, sino por lo preocupados que nos has tenido a todos!

–Que conste que ese "todos" no me incluye –aclaró Eustass mientras cargaba una de las bombonas de gas desinfectante con las que rociarían al barco y a sus tripulantes una vez hubiesen zarpado.

–No pensé que le causaría algún problema, tenía ganas de dormir, y para un yokai que le protegiera ya estaba Vivi.

–Mira chico, te doy otra oportunidad, pero que sepas que...– su perorata seguía y seguía.

Zoro suspiró y lanzó una mirada furtiva a Vivi, ésta le sonreía como los ojos lagrimosos y él le correspondió con otra sonrisa que decía "estoy bien". La peliazul asintió y miró hacia el timón, donde estaba el capitán que se tocaba distraídamente su mejilla izquierda. El oficial al mando se dio cuenta de que era observado y paró sus gesto para carraspear y seguidamente poner las manos en el timón. Pero Vivi sabía que la miraba de reojo y sin hablar, y se atrevió a vocalizar: Muchas gracias.

Continuará...


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