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Mil Mundos por Rising Sloth

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Capitulo 27

Los Días de Estrella eran todos de fiesta, solo algunas excepciones trabajaban. Por supuesto, los médicos eran una de las dichas. Así, la segunda jornada de aquella semana me tocó levantarme temprano, como siempre.

Estaba recetándole unas hierbas a un anciano madrugador cuando Eustass entró por la puerta con dos golpes de nudillos sobre el vano.

–¿Puedo pasar?

–Claro, adelante –terminé con el anciano, que al irse le dio unas palmadas de ánimo al pelirrojo en el hombro; "buen trabajo, muchacho" oí que le decía. Una vez se fue solté una risa dientes–. Cómo ha cambiado la opinión de ti en los últimos años.

–Ya...– se rascó el cogote fingiendo que eso no le hacía feliz.

–¿Querías algo? Es muy temprano para que vengas a hacer una humilde visita.

–La espalda me está matando.

–Esta bien. Quítate el chaleco y túmbate en la camilla.

Fui a la estantería a por una crema relajante de músculos. Cuando me giré, él ya estaba tumbado. No pude evitar sorprenderme al ver que ocupaba la cama entera mientras que hacía apenas nada ocupaba menos de un cuarto.

–¿Pasa algo?

–El tiempo –sonreí con nostalgia.

Me acerqué a él, le puse la crema en la espalda y empecé con él masaje. Permanecimos en silencio durante unos minutos.

–¿Porqué siempre llevas esa pulsera de hueso?

Se refería a la pulsera de hologramas e invisibilidad, se había fijado en ella cuando pasé la mano por su hombro. No estaba hecha de hueso, pero tampoco iba a hablarle de un material que ni sabía de su existencia.

–Ah, es un regalo de familia.

–¿Te refieres a esa familia que visitas muy de vez en cuando?

–Esa misma.

–Nunca los he visto.

–Mejor para ti, son realmente aburridos.

–Pues como tú.

Le di un cogotazo.

–Cinco años desde que te conozco y sigues igual de niño que el primer día.

–Tú tampoco es que cambies mucho. Ni tan siquiera en el físico.

No hice comentario alguno y volvimos a quedarnos en silencio.

–Law.

–Dime.

–Nada. Olvídalo.

Seguí con mi trabajo. La manera en que había cambiado su constitución me asombraba, los hombros los tenía más anchos que yo y, aunque todavía era más bajo, aún le quedaba mucho por crecer. Por otra parte su cuerpo estaba completamente en forma, nada que ver con el escuálido desnutrido que era. Tenía músculos y...

Reaccioné mentalmente, no sabía que me había pasado en ese momento pero si sabía que el cauce de mis pensamientos no era bueno, sobre todo porque no era la primera vez que me ocurría. Aquellos pensamientos que tenía por Eustass se habían convertido en algo más frecuente en el último medio año. Cada vez que nos encontrábamos mi corazón empezaba a latir más deprisa, como si se hubiese vuelto loco. No podía evitar mirarle y más de una vez él me pillaba. No entendía nada. ¡Era Eustass! ¡El niño gritón que siempre andaba enfadado! ¡Nada había cambiado! ¡Nada!

Intenté con todo lo que pude convencerme a mi mismo de que había cogido un virus y la fiebre me hacía creer cosas raras.

–Estas enamorado –me dijo Shakky.

–¿Pero que diantres dices? –alcé la voz alarmado–. El amor es una invención de esta gente para sentirse más humanos cuando lo único que quieren es procrear.

–Ese es el comentario más deprimente que jamás he escuchado. ¿La amistad y el cariño tampoco?

–Eso es diferente.

–Entiendo. Bueno –se encogió de hombros–, cuando hayas puesto tu mente en orden ven a verme a mi nuevo local.

–¿Nuevo local?

–Si, ya llevo diez años en este, será mejor ir haciendo una mudanza hacia otro distrito. Creo que la gente empieza a sospechar.

–No te planteas la cirugía.

–Eso es algo muy aparatoso. Creo que el numero de perlados que lo han hecho no llegan ni a contarse con los dedos de una sola mano –sonrió–. ¿Sabes porque lo hicieron esos perlados?

–No.

–Por amor.

No sé porqué pero noté calor debajo de mis ojos.

–Esta bien. Aún si te hago caso y acepto que es amor. ¿Cómo lo han hecho esas personas para que el Maluka no se entere? No se nos tiene permitido tener relaciones, mucho menos relaciones sexuales, con alguien que no sea de nuestra raza.

–No lo hacen. A veces se quiere tanto a una persona que basta con estar a su lado. Por eso tu tienes suerte.

–¿Qué quieres decir?

–Eres el único que puede tener relaciones sexuales con quien quieras sin que el Maluka o otro se entere. Piénsalo.

Puse los ojos en mi cerveza.

–No lo entiendo. Yo no sentía esas cosas por él antes.

–Antes era un niño, pero se está convirtiendo rápidamente en adulto.

–También somos del mismo sexo. Eso no es para escondérselo al Maluka, es para escondérselo al planeta entero.

–Deja de buscarte escusas.

Regresé con la ventana del carruaje abierta, sin dejar de mira el cielo estrellado. Quedé tan embobado viéndolo y tan hundido en todas mis emociones que cuando llegué no me despertó la parada o la voz del cochero, me despertó un grito.

–¿¡Quieres dejarme tranquilo!? ¡Ya no tengo diez años! ¡Puedo esperarle yo solo perfectamente!

Ese era, sin ánimo de duda alguna, Eustass, y al que le gritaba era a Killer.

–¿Qué hacéis aquí dando voces? –les pregunté una vez bajé y el carruaje se fue por su lado.

–Eustass se ha hecho daño en la pierna.

–¿Otra vez?

–Otra vez.

–¿¡Cómo que "otra vez"!? ¡Ni que yo fuera un torpe!

–Más bien tu pierna es una torpe –le dije–. Todos los golpes te van ahí.

–Desde que éramos críos –añadió el rubio.

–Terminaríamos antes si la amputáramos.

–¿¡Quieres callarte y curarme ya!?

Pasamos dentro. La pierna no tenía nada grave, una herida considerada algo más que rasguño. La traté si problemas.

–¿Cómo te van tus estudios Killer?

–Bien, bien. El único problema es la actitud de Bonney. Y la toga... Me la tendré que poner cuando termine mis últimos estudios. ¿Cómo es que usted no se la pone?

–Aún soy joven, basta con que lleve la acreditación de médico. Después de todo no es obligatorio.

–Ya, supongo que aguantará sin ponérsela hasta que no sea políticamente correcto. ¿Con cuantos años sería? ¿Con treinta?

–Por si acaso no diré nada hasta que nadie me llame la atención.

–Creo que yo también haré lo mismo.

Empecé a vendarle la parte herida al pelirrojo.

–Bueno –empezó el rubio–. Yo mejor me voy. Mañana tengo un examen.

Tras los despidos requeridos el pelirrojo y yo nos quedamos solos. Comencé a ponerme nervioso.

–Esto ya está. Eres libre –me levanté y fui a poner las cosas en su sitio.

Eustass suspiró.

–Parece que siempre tendrás que cuidarme –dijo con un leve tono de molestia–. Se supone que no soy un crio, pero...

–No te tortures. Yo soy el adulto y el médico, es mi deber –el otro no habló–. ¿No te podrás a llorar?

–¿¡Qué mierdad dices!? –se puso su cara como su pelo.– ¡Ya no soy un niño!

–Eso me hace sufrir. ¿Seguro que no quieres dormir conmigo esta noche?

–¡Ja! ¿No serás tú el que se muere porque duerma contigo?

Fue una broma inocente, sin segundas, pero me quedé sin réplica y la cara me abrasó. Vi la sorpresa en el chico. Le aparté la mirada, me escapé rápidamente para la cocina.

–Vete a casa. Es tarde y estamos en la semana más oscura del año.

Tardó un poco, pero oí la puerta cerrarse. Me llené los pulmones de aire y expiré, no por eso dejé de sentirme mal. Eustass era muy bruto, algo irracional, eso no significaba que fuera tonto. Fuera del muro, la homosexualidad se veía como algo aberrante y antinatural, sería normal que, en ese mismo instante, hubiese perdido mis relaciones con él. Intenté hacerme a la idea, intenté tragarme mi dolor y angustia hasta tres días después, cuando la semana de los Días de Estrella terminaba. No había tenido noticias de Eustass en ese tiempo. Tampoco de sus amigos. Con mi capota de espeso pelo puesta me encaminé hacia la despedida del cielo estrellado, por primera vez no tenía ni ganas de eso, pero me obligué a mi mismo.

Podría contar muchas cosas sobre ese momento: los fuegos artificiales en el cielo, los primeros rayos de luz haciendo aparición, la plaza tan abarrotada que a duras penas cabía una aguja. Pero no recuerdo nada de aquello, todo eso quedó borrado, en blanco, y lo único que guardé en mi memoria con claridad fue cuando sentí como alguien enlazaba su mano con la mía, traspasándome su calidez. Giré la cabeza a un lado, descubriendo a Eustass, que no apartaba la vista del cielo.

–¿Qué haces? –pregunté en voz baja con tantos sentimientos a la vez que me es imposible resaltar alguno.

–No te preocupes, todavía está oscuro y nadie nos presta atención.

–Eustass, no puedo...

Quise retirar la mano, pero él no me dejó.

–Sí puedes. Los dioses pueden hacer lo que les de la gana.

Me quedé sin aire unos segundos.

–¿Lo sabías?

–Lo sospechaba. Desde el día que me quitaste esa roca de encima los sopechaba.

Me sentía como mareado, atondado. Era como si estuviera allí y no estuviera a la vez. Miré al cielo, Estalló una flor roja . Apreté más fuerte la mano de Eustass.

Lo siguiente que puedo recordar es mi cuarto, a oscuras, y él convirtiéndose en alguien más alto que yo al tumbarnos en la cama y quedar sobre mi. Esa vez, a petición suya, me quité la pulsera, él me sonrió.

–Te ves raro –dijo a la vez que acariciaba las perlas que estaban por encima de mis cejas.

Por alguna razón ese fue el mejor cumplido que me habían hecho en toda mi larga vida; le correspondía la sonrisa. Me besó con mis brazos enlazados en su cuello. Noté sus manos sobre mi pecho bajar hasta mis piernas. Me tocó y me hizo gemir como nunca antes lo había hecho con nadie. Luego, me hizo darme la vuelta. Con manos y labios recorrió toda la cruz que formaban las perlas negras a mi espada, hombros y brazos. Lo adoré, me di cuenta de que estaba vivo.

Hace mucho que no me dices de tí, Law –me preguntó Doflamingo– ¿Por qué no me dejas entrar en tu mente?

Mi vida es aburrida –mentí–. No creo que os interesara.

Déjame ver.

Le mostré parte de mis recuerdos, solo los que me interesaba enseñarle, los demás los guardé para mi.

Si, ya veo que es bastante aburrida –se burló de mi.

Él me seguía tomando, y eso lo sabía Eustass. Le conté todo lo que éramos, todo lo que era. Aún no sé como lo aceptó. Algunos dirán que eso era el amor, pero también sería haberle quitado merito a la fuerza del pelirrojo.

Viví en ese tiempo la época más feliz de mi vida. Puede que el día a día no trajera nada extraordinario, pero yo lo sentía así. Pequeños gestos como el que él llegara después de una jornada de trabajo a abrazarme por detrás conseguían que todo lo demás perdiera importancia, que nos volvieramos eternos.

–¿Eres feliz en palacio? –me preguntó una vez.

–Soy más feliz aquí.

No puedo calcular cuanto duró, si mucho o poco, la temporada que pasamos así, felices y sin preocuparnos. No puedo entender porqué tuvo que acabar.

Era el turno de que volviera a palacio. Hasta ahí fue todo bien, los primeros días fueron bien.

Doflamingo me hizo llamar. Yo ya noté algo extraño, algo que me decía que no todo debía de estar como debiera. Cometí el error de ignorarlo.

Yo estaba tumbado bocabajo, mientras él me tocaba. Fue, cuando pasó sus manos y labios siguiendo la hilera de perlas de mi espalda y hombros cuando un escalofrío me recorrió de pies a cabeza.

–¿Que ocurre Law? Creí que esto te gustaba –la voz de su mente era como una argolla al cuello– ¿O es que acaso ese cortador lo hace mejor que yo?

Le miré con todo el pánico que podía sentir, él se limitó a sonreír.

Vamos, no creerías de verdad que no podía llegar a tu mente ¿verdad?

Mi cuerpo temblaba, quería desaparecer de ese lugar e ir con Eustass. Mientras tanto, el seguía imitándole ¿Cuantas veces abría inspeccionado de arriba abajo mi mente para eso? Quería quitármelo de encima, decirle que dejar de actuar como él, de convertir lo que para mi era algo especial en algo frio y lascivo, pero no podía.

Si no quieres que lo mate será mejor que me pongas esas sonrisas que le pones a él.

Lo peor es que esto no fue lo peor. Cuando creía que llegábamos al final de la tortura esta no acababa más que empezar.

Traedlo –no me habló a mi, esa orden era para otras personas.

Antes de que lo trajeran ya me habían venido recuerdos de mis congéneres apresándolo contra su voluntad. Cuando apareció ante mi de forma real, atado con los brazos a la espalda y encapuchado para que no viera nada, yo ya estaba al borde del colapso.

–Eustass...

Tenía heridas por todo el cuerpo, y la cara, cuando se la descubrieron no estaba mucho mejor.

–Law...–sus parpados se abrieron sin entender nada de lo que estaba pasando.

Me levanté corriendo hacia él. Antes de que ni siquiera pudiera rozarle una fuerza me empujó contra la pared. Aterricé de cara y en segundos noté el sabor a sangre.

–¡Law!

Intenté incorporarme pero Doflamingo utilizó su habilidad para retorcerme el brazo e inmovilizarme.

Ni se te ocurra –me ordenó.

–¡Déjale en paz maldita escoria! –su voz hizo añicos el silencio de toda la ciudad palacio.

Al Maluka le bastó una mirada, sin soltarme, empezó a afixisiar al pelirrojo.

¡No! ¡Detente! ¡El no tiene la culpa de nada! ¡Déjale ir!

No me hables como si la culpa fuera mía Law. Tu zoofilia te ha llevado incluso a desvelarle todos nuestros secretos.

¡Él no dirá nada!

Eso es lo que tu crees, pero tu mascota se ha encariñado lo suficientemente contigo para crearnos problemas en el exterior.

Hablaré con él...

Ya has hablado suficiente.

Estaba desesperado, lo iban a matar y yo no podía hacer nada. Incluso con mi brazo retorciéndose, me incliné ante él.

Te lo ruego.

Soltó a Eustass que, tirado en el suelo, recobrando el aliento, puso sus ojos rojos en mi, expresaban incredulidad, tristeza y puede que también decepción.

Marchaos –ordenó Doflamingo a los otros dos.

Se fueron, mi brazo quedó libre y dolorido. Eustass no apartaba la mirada de mi ni yo de él.

–¿A que esperas Law? No he acabado de... como dicen los salvajes ¿de amarte?

Soy incapaz de contar todo lo que me hizo delante de Eustass. No me atrevía a mirarle y esperaba que a él le pasara lo mismo. Quiso gritarle al Maluka que parara, que no me tocara con sus sucias manos, pero éste le cerró la boca. Cuando todo acabó lo veía todo nublado y notaba la cara mojada, pero no era de sudor.

¿Se puede saber que clase de enfermedad tienes?

Ninguna. Son lágrimas –alguien vino y se llevó a Eustass, que parecía en estado de shock.– ¿Lo lleváis de vuelta al otro lado del muro?

No, a una habitación a parte.

Me dijo que no lo mataría, pero que debía de concienciarlo durante varios años antes de volver a dejarlo salir. Varios años no era lo mismo para él que para Eustass.

Por mi parte no me dejó salir otra vez, tenía la libertad de siempre, mi vida de siempre, dentro de los muros de palacio, ese era mis castigo. No me permitían ver a Eustass, pero lo escuchaba gritar. El era el único que llenaba el maldito silencio de todo el recinto. No sabía que hacer, quería salvarle, quería que huyera. Quería morirme. Tenía tanto miedo, tanto dolor y tanta culpa que no podía soportarlo.

La quinta noche después de que pasara todo, algo reaccionó dentro de mi. Cuando todo el mundo dormía, menos aquellos dos que torturaban a Eustass, mi interior se transformo, y todos mi sentimientos cambiaron a uno solo. Ira.

Me levanté. Sabía perfectamente donde estaba el pelirrojo, no solo podía escucharlo, también sentirlo. Como si fuera un golpe de energía, levité e hice agujeros en las paredes, pasando a una velocidad espasmosa. Cuando llegue a la habitación de Eustass los otros dos se me quedaron mirando como si fuese una aparición.

¡No puedes estar aquí!

Los perlados no podemos mover lo que no vemos, pero de igual manera que había visto a Eustass desde mi habitación ahora estaba viendo sus cerebros. Apreté mis manos como si estrujara algo y acabé con dos vidas en menos de una milésima.

–Law...

–Tranquilo, nos vamos de aquí.

Lo cargué a mi espalda, suerte que todavía no había crecido lo que creció después, no hubiese podido llevarle. Se desmayó con la cabeza en mi hombro. Salí del edificio y sin detenerme atravesé del muro. Ya no tenía la pulsera y no pude hacerme invisible ante la población de cortadores y trividentes. Me alivié de que la gente se apartara de mi con miedo.

Un cochero abandonó su carruaje. Metí dentro a Eustass y yo me coloqué sobre la montura.

–¡Arre!

El animal iba lo más rápido que podía y era una velocidad increíble, pero insuficiente. Los dos que había matado no podía chivarse, pero los perlados no somos de dormir mucho, se darían cuenta en nada. Era consciente de que daba igual donde huyéramos, cualquier parte del planeta era un peligro. Estábamos acabados, mi intrepidez no había servido de nada.

Hasta que recordé la nave.

–¡Arre!

La montura murió de agotamiento una vez llegamos a la zona donde vivíamos. Al menos tuvimos la suerte de que no nos hubiese dejado tirados antes. Volví a cargar a Eustass. Esa vez tomé caminos desiertos, aunque no había mucha gente despierta como cerca de los muros. Pasé por la consulta para recoger una lámpara de aceite y algunos medicamentos imprescindible, algo de comida y ropa. Así llegamos a las alcantarillas, al acantilado y al bosque. Por un momento pensé que yo correría la misma suerte que la montura, pero me lo prohibí a mis mismo. No hasta poner a Eustass a salvo.

La nave era vieja, por dentro y por fuera. Tanto era así que ni siquiera tenía forma de barco, sino de capsula con los extremos afilados. Al menos funcionaba con energía solar y le quedaba algo de gasolina para emergencias. Entré en la cabina y dejé al pelirrojo en el asiento del copiloto. La revisé de arriba abajo, rogando porque estuviera en condiciones de hacer al menos un viaje al próximo planeta. Una vez hecho los trámites me senté en el asiento del capitán. Tenía la respiración y los latidos alterados. Miré a Eustass, seguía dormido. La culpa me embargó, pero no había tiempo para más, si Doflamingo se despertaba los minutos que tardaría en rememorar que en mis recuerdos había una nave serían escasos. Arranqué.

Debo decir que yo no era piloto, poco sabía de teoría por lo que mucho menos de práctica. Aprendí sobre la marcha, con el corazón en la garganta por cometer algún error garrafal. Pero aun así conseguí arrancar la nave y poco a poco traspasaba una a una las capas de la atmósfera de Dawn. La esperanza me acertó en el pecho cuando casi llegamos a la exosfera, pero no por mucho tiempo, de repente sentí como me atacaba el corazón, escupí sangre.

Por mucho que huyas no lograrás librarte de mi, Law.

Apreté el timón con todas mis fuerzas a la vez que pisaba el acelerador, alejándome cuanto podía de las últimas palabras que escuché de Doflamingo. Pronto dejé de notar él ataque, había salido de su zona de acción. Pese a todo lo que llevaba encima nunca, podré olvidar la primera vez que vi el universo en todo su esplendor.

Fueron siete horas se vuelo hasta encontrar un planeta donde descansar. Seguía sin ser buen piloto, así que estrellé la nave en vez de hacer un aterrizaje decente. Solté el aire que llevaba conteniendo desde hacía rato. Miré a Eustass, examiné su pulso y temperatura; no se despertaba pero respiraba con normalidad. Miré el exterior. Era un día soleado, de cielo azul, frente a nosotros un lago, alrededor arboles y sonidos de aves cantarinas. Era como si nada malo ocurriese allí.

Me dejé vencer por el cansancio y me recosté en el sillón. Otra vez miré a Eustass, pensando que tan solo era un crio. Me quedé dormido.

–La... ¿Law? –oí su voz tiempo después.

Abrí los parpados. El amargo sabor de nuestra situación me llegó a la boca. Pero no podía venirme abajo, no ahora. Con lo que expresaran mis ojos no podía hacer nada, pero me obligué a sonreír cuando miré a la cara al pelirrojo.

–Buenos días.

Él miró para todos lados.

–¿Dónde estamos? No parece Dawn.

–No lo es. Estamos en otro planeta.

–¿Qué?

–Si, acuérdate de que te lo expliqué. Las estrellas que vemos en verdad...

–No quiero saber eso. ¿Cómo hemos llegado aquí?

–Con tu "casa". Nunca se me ocurrió decírtelo para que no me tomaras por loco pero esto es una nave. Gracias a ella hemos podido huir.

Se dio su tiempo para asimilarlo, lo observó todo con una enorme incredulidad. No daba crédito y era comprensible.

–¿También puede llevarnos de vuelta?

Tomé aire y apoyé los codos en la rodillas.

–No podemos volver Eustass –quedó mirándome si saber como reaccionar.

Apartó la mirada de mi. Luego, sin más, se fue y salió de la nave. Me levanté para ir a por él, no podía vagabundear por un planeta desconocido para los dos. Sin embargo, nada más ponerme en pie sentí un mareo, me dolió la cabeza a horrores y caí de bruces al suelo.

Cuando me desperté el cerebro aún me martilleaba.

–¿Estas bien? –alguien apartó el pelo de mi frente en una caricia. Le miré, Eustass había vuelto y me había colocado de nuevo en el asiento, incluso lo había reclinado para que pudiera estar tumbado.

–Eso creo –me masajeé la sien izquierda a la vez que me incorporaba para quedar sentado.

Sin esperármelo, él se acercó a mi y me besó, primero nada más que un junte de labios pero después con mucha más pasión. Paró y me miró a los ojos, con firmeza y seguridad.

–Haré lo que sea para protegerte.

Mi vista se estaba nublando. Le abracé y hundí la cara en su hombro.

–Lo siento –se me quebró la voz–. Siento todo esto.

No quisimos descansar en ese planeta. A la primera oportunidad compramos unos billetes a cambio de trabajo en una nave carguero que se dirigía tres galaxias más lejos. De allí volveríamos a huir a otro planeta y de ese a otro. Ese había sido nuestro sino hasta que dimos con una clave.

–Con dinero podríamos asentarnos en algún lugar.

–¿Qué dices, Eustass? Sabes que no podemos asentarnos. He tenido que dejar de usar mis habilidades para que no nos rastreen pero quedarnos siempre en un lugar es un peligro.

–No si fuéramos ricos. Llevamos dos años así, pero ya voy viendo como funcionan las cosas. Si nos hacemos ricos nos convertiremos en gente importante, tal vez con influencia en la Marina. Y ahora somos personas libres, no gente de Dawn. Ese tipo no tendría ya ninguna forma de tocarnos un pelo.

–Me sorprendes cuando te pones a pensar –le sonreí simpático.

–Y a mi me irrita esa sonrisa.

Decidimos que teníamos que hacer lo que fuera para conseguir nuestro objetivo, no valía con medias tintas. Personas tardaban toda un vida en hacerse ricos, nosotros no podíamos esperar tanto.

Finalmente, nos convertimos en piratas.

–Que enternecedor.

Esa voz sarcástica me golpeó como un cañón. De repente las escenas que estaba recordando se habían ido. Estaba en medio de una nada oscura.

–No Law, no estas en una nada oscura, estas soñando.

Me giré, solo para confirmar mis temores. Tras de mi estaba el Maluka.

–Tanto tiempo sin vernos y con esa cara me recibes.

No me comunicaba conmigo a través de pensamientos, me estaba hablando directamente.

–No te hablo con los labios, te lo imaginas tú, por algo estamos en tu mente.

No sabía que quería decir. El adelantó los pasos hacia mi, yo los retiré.

–Hace ya algún par de eternidades, nuestros antepasados perlados salieron de Dawn en buscar de formar nuevas colonias y territorios. Para que el Maluka dominara desde su trono se crearon lo que se conoce perlas de sangre. Tuvieron que morir muchos siervos para fabricarlas. Por eso hay muy pocas en el universo –rió– Es increíble que fueras justamente a caer en una de ellas.

No entendía.

–Existe una conexión entre esa perla de sangre y mi cabeza. Al no ser yo el Maluka que la creo es cierto que hace más o menos lo que le da la gana. Ésta, sin ir más lejos, esclavizó a los nativos del planeta en el que estas ahora, los oesed, para que atacaran a cualquier intruso, siendo por naturaleza criaturas pacíficas. También anula a los perlados que se acercan a su radio de acción. ¿Has enfermado últimamente?

Vinieron a mi los últimos días que recordaba haber pasado en el Sunny, no había estado en sus mejores facultades y, finalmente, todo se desvaneció cuando estaba en el comedor con los demás, después de que Marco saltara con su otra personalidad.

–Ves. Yo por mi parte he pasado un rato muy entretenido, nunca vi con tanta nitidez tu mente como ahora. Triste es que después de los esfuerzos del pequeño Eustass por ser una persona mejor acabara siendo por tu culpa el peor delincuente. Quién lo diría cuando lo cargabas en tus hombros para que pudiera ver el desfile de los Días Azules.

Eso era privado, no tenía ningún derecho.

–Si lo tengo Law. Soy tu Maluka, algún día te darás cuenta de ello y de que volverás a Dawn. De una manera o de otra.

Estaba enfermo si pensaba que yo...

–Lo pienso y lo creo. Después de todo... ¿Cuanto le queda a tu mascota para que se muera? ¿Treinta? ¿Cuarenta años? ¿Quizás cincuenta? ¿Que vas hacer entonces?

Apreté los puños. Le miré con furia.

–Derrocarte.

El sonrió, pareció que iba a decir algo más pero se desvaneció. Hasta la nada más oscura de mi sueño se desvaneció.

8888

Law se despertó con una bocanada de aire. Se incorporó rápidamente. Ojalá hubiese tenido aunque fuese unas milésimas para asimilar, pero no lo tuvo. Vio a Eustass retorciéndose en el suelo, bajo el influjo de un perlado que ocupaba otra cama a poco pasos. No pensó. Usó su cerebro para lanzar al otro contra la pared. El pelirrojo fue liberado.

–Law. Estas bien –dijo casi sin creérselo.

–A medias –se levantó a trompicones de la cama y le ayudó a incorporarse–. Salgamos de aquí y avisemos a alguien.

–No tan rápido.

Un impulso le apartó de Eustass, separó sus pies del suelo, le estrelló la espalda contra la ventana. Calló sentado y sin respiración. Miró a su atacante.

–Vergo...

–Ha pasado mucho tiempo Law.

–¿¡Lo conoces!?

–Es Vergo. Consiguió el permiso del Doflamingo para entrar en la Marina. Cuando te conocí hacía ya treinta años que no le veía.

–¿Doflamingo? ¿Desde cuando te das esas libertades, Law?

–¿Y tú? ¿Cuantas veces se la chupas al día, capullo? –le levantó el dedo corazón.

El tal Vergo extendió una mano hacia el moreno.

–¡Ni se te ocurra! –con las pinzas sacadas el pelirrojo arremetió contra él.

No lo consiguió, el enemigo le hizo arrodillarse y lo inmovilizó curvándole la espalda a un solo movimiento de dedos de partirsela. Law intentó liberarle pero el marine también consiguió inmovilizarlo a él.

–Voy hablarte claro Law. Admito tu valía, has sido capaz de lanzarme contra la pared aun sin haber usado tus poderes en siete años. Pero para mi tu existencia me es de lo más indiferente. No obstante, el Maluka te quiere vivo y así me lo ordenó. De esta manera te ofrezco mi propuesta: Vienes conmigo sin armar escándalo y no mato a tu mascota.

–¡Vete al infierno! –gritó al pelirrojo.

Vergo puso su mirada en el de las pinzas. Law sintió miedo. Lo iba a...

Un gran estruendo surcó la habitación y una luz cegadora golpeó al marine haciéndole atravesar el acero traslucido y salir a la jungla. Los dos, liberados por fin, miraron hacia la puerta, donde encontraron a Vivi y a Sabo. El chico sostenía su bastón de Aladrum como una escopeta.

–Vaya, el tío de la tienda no me dijo que esta cosa era "super" por nada.

–Law, Eustass –les llamó la chica–. ¿Estáis bien?

Antes de que los dos pudiesen responder nada. Vergo volvió a aparecer, levitando sobre un trozo de tierra. Saltó a la habitación y fue directamente a por Sabo con intención de matarle en el acto. Para su desgracia, no se percató de que una fina cadena se estaba enganchando a su cuello. Cayó al suelo con la peliazul sobre su espalda, que sujetaba su cuello hasta sangrar éste con las cuchillas de Vivi.

–En este universos cada raza tiene su dos contrarios –le informó ella–, aquel contra el que consigue la victoria y aquel contra el que obtiene la derrota. Y tú has caído en la horma de tu zapato.

–Una yokai, estoy sorprendido –habló con rara neutralidad–. Sois esa raza que difícilmente encontráis el contrario que os derrote, ni tan siquiera os afecta nuestras habilidades de perlados. Pero no te confíes, pequeña. En este universo también está la ley del más fuerte.

Una cama voló hacia la chica. No le hizo daño más la cortó con el extremo puntiagudo que colgaba de su cadena, pero fue suficiente para un despiste que aprovechó Vergo para agarrarla del brazo, liberarse y lanzarla contra el hueco de la ventana. Law reaccionó, corrió a posicionarse delante del trayecto de vuelo que seguía la peliazul y a la recogió al vuelo.

–¡Gracias!

–¡Las palabras para luego!– gritó Eustass.

Habían conseguido rodear al marine, pero este no parecía preocupado, más bien parecía que se estaba pensando a quién matar primero y como. No puede ser que después de todo esto acabe así, pensó Law, cuyo cuerpo temblaba, conocía demasiado bien a ese hombre y sabía que no había mostrado más que la punta del iceberg en cuanto a habilidades. Necesitaban un milagro.

Hubo un gran estruendo. El techo de desplomó. Todos se cubrieron las caras. Cuando miraron de nuevo vieron como Vergo estaba tumbado en el suelo, inconsciente, con una brecha en la cabeza; sobre él, un gran trozo del cristal que debía de pertenecer a la infraestructura una de las plantas superiores. Y encima del cristal estaba el peliverde, en cuclillas con los codos sobre las rodillas.

–¿Ves Vivi? Te dije que encontraría un atajo.

Continuará...

Notas finales:

 He aquí mis disculpas porqué no sé si la parte de Law en que pasamos de recuerdos pasados a soñar en presente se entiende, lo he revisado cuantas veces he podido para que quede bien claro, pero no soy infalible.


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