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Mil Mundos por Rising Sloth

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Notas del capitulo:

Pues sí, como que ya estamos en la octava tanda. Debo decir que no pretendía actualizar tan pronto pero he percibido cierta insistencia en los ultimos comentarios recibidos, comentarios en ese fic y en otro que tengo porque continuara esta historia. Me encanta que se tengan las cosas claras xD sabed que eso ha hecho que reponga más capitulos.

Lo que sí que es verdad es que en esta tanda se ha producido un cambio: hasta ahora he ido subiendo los capítulo de 4 en 4, pero a partir de éste (del 29) voy a subirlos de 3 en 3. ¿A qué se debe esto? Pues... a que he hecho cuentas, si seguía de 4 en 4, el último capitulo se quedaría solo. Así que ahora está mucho más cuadrado todo.

Como sea. Espero que disfruteis de estos tres capítulos que vienen :D pasa muchas cosas que estábais esperando.

Capítulo 29

 

Tal vez fuera por los ronquidos de Luffy o los balbuceos vanagloriados del profesor o, quizás, la pierna de Ace que pasaba de su barriga a su cara y de su cara a otras partes más delicadas. El caso es que, por mucho que avanzase la noche, no podía dormir.

–¿A dónde vas?– le preguntó la peliazul bajito.

–Voy a dar una vuelta. Sigue durmiendo.

Anduvo por el caserón, vacío excepto por la silenciosa noche que avanza con sigilosos pasos; incluso el servicio parecía haber desaparecido. Se le vino una idea por la cabeza. En ese momento podía darse un baño sin que nadie le viera.

Tras un par de vueltas, llegó al vestidor masculino que daba a los baños termales y se dispuso a quitarse la bata. No obstante, justo en el momento es que apartaba la tela de sus hombros, olió algo. Frunció el ceño, olisqueó para cerciorarse, gruñó con molestia entre dientes. No puede ser, pensó maldiciendo su suerte.

Fue a otro de los cajones. Como efectivamente había su puesto, se topó con cesta de ropa; alguien estaba dándose un baño en ese momento, alguien que; ya no solo por el olor sino por el uniforme militar; no podía ser otro que Mihawk. Volvió a maldecir. No le apetecía para nada verlo, cada vez que se cruzaban a solas la cagaba; como para imaginarse que pasaría de compartir un baño con él. Pero, seguramente, cuando saliera, el dichoso capitán sabría que el peliverde había estado allí, porque al igual que Zoro podía rastrear a Mihawk, Mihawk podía rastrear a Zoro. Y entendería a la perfección que el peliverde se habría largado como un cobarde. Se negó en rotundo a dejar que ese estúpido capitán pensara así de él.

Terminó de descubrir su cuerpo desnudo y se quitó el pañuelo para dejarlo con el resto de su ropa. Salió, entonces, a los roces plateados de luz de la luna.

El vapor subía con pausa. Como sabía de antemano, Mihawk estaba allí, sentado, el agua le llegaba por debajo de los hombros. Miraba al cielo, pero cuando Zoro apareció sus ojos amarillos se pusieron en él. El yokai más joven sintió como un escalofrío le subía por la columna vertebral, de repente se sintió muy cohibido, pero se guardó de aparentarlo aunque fuera un mínimo. Apartó la cara y entró en la calidez del agua. Tomó asiento, con su espalda pegada a una roca, en la parte que le tocaba más lejos del otro.

Se prolongó el silencio, incómodo puesto que el peliverde notaba las pupilas fijas del capitán sobre él.

–Quieres dejar de mirarme –se quejó más ruborizado que molesto–. Me estás poniendo nervioso.

–No entiendo porqué –se alzó de hombros con indiferencia tajante–. No es que tengas nada que no haya visto ya.

–¡Ese es el jodido problema! –sentía como los colores se le subían a la cara.

–Solo me fijaba en tu pelo –explicó de manera neutra–. Te ha crecido bastante desde aquello.

Sorprendido, el peliverde se llevó la mano a su cabeza, pasó los dedos por sus cabellos.

–Ah... sí, ya no tengo ninguna calva –dijo más tranquilo, aunque no tanto–. Es más, creo que debería cortármelo un poco –se tocó un mechón con el pulgar y el indice.

Bajó la guardia, mal hecho porque, justo en ese momento, una toalla le golpeó en la cara con la fuerza de un piedra.

–¿Pero que mierda te pasa? –se quejó al otro.

–Rápido, cúbrete las orejas.

–¿Qué?

–¿No lo oyes?

Sí, lo oyó. Alguien se acercaba. Seguramente estaría ridículo, pero se puso la toalla encima. A los segundos vino una mujer con una bandeja que portaba lo que parecía una botella de sake con un vaso.

–Le traigo lo que ha pedido capitán Yurakiur.

–Gracias. Déjelo ahí.

–¿Usted quiere algo? –preguntó la empleada a Zoro.

–No, gracias yo... bueno, si. Tráigame lo mismo.

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Marco miraba el cielo, sentado en el porche de madera, delante de un estanque de karpas. Había salido de la habitación que compartía con Shanks, Law y Eustass para dar un paseo, pero ese sitio le pareció perfecto para quedarse un rato. Escuchó a alguien venir, al girarse descubrió que era Smoker, fumando un puro.

–¿De paseo nocturno, mi teniente? –le saludó simpático, aunque le costó más de lo normal.

Smoker no dijo nada, miró el mismo cielo que él y se sentó a su lado, aunque a una distancia más que apartada que distaba más con el respeto y menos con el desagrado. Tomó aire y expiró humo.

–Hoy he pensado algo –se apartó el puro de la boca para tirar una colilla–: Ace tiene más parecido en relación con su hermano de lo que se puede ver en un momento dado Es más despierto, no se puede negar, pero para algunas cosas es bastante inconsciente. –dio una calada, exhaló una gran cantidad de humo. Miró de reojo a su interlocutor–. Por eso no se ha dado cuenta de que buscas de él algo más que esa amistad que mantienes de fachada.

No se podía decir que Marco se esperara algo como eso, para nada, y mucho menos hablado con esa claridad. Aún así no dijo nada, no se movió.

–Si Ace decide escoger a otra persona no tendré ningún problema –apuntó el teniente–, es cosa suya. Pero nosotros dos sabemos el peligro que supone que tú te juntes con él.

Marco rió amargamente.

–No le veía a usted como a los demás, teniente.

–No soy racista si es a eso a lo que te refieres. Eres más consciente que yo de que tu otra parte puede hacerle a Ace daños irreversibles. Lo he visto Marco. Piloxianos que son modelos ejemplares en la sociedad acaban vencidos en algún momento por su alter ego. Violaciones, asesinatos, torturas...–volvió a exhalar humo y se levantó–. Esa responsabilidad solo recae sobre ti.

Se iba a ir, pero escuchó de nuevo la risa amarga del rubio.

–Suena algo celoso mi teniente.

–Interprétalo como quieras.

–Ya... y que pasa si se diera el hipotético caso de que él me escogiera, por encima de otro, por encima de usted.

Smoker volvió el rostro, su gesto podría interpretarse como apático, pero sus ojos irradiaban fiereza.

–Que a la mínima señal de que le pueda pasar algo te mataría.

El oficial siguió al frente, dejó a Marco solo. El piloxiano, aturdido, observó sus manos, temblaban sobre sus rodillas. Empezó a clavarse las uñas, con fuerza, sin importar las heridas que se estaba haciendo así mismo. La ira le estaba subiendo por todo el cuerpo, presionaba su pecho, reflujía en sus brazos, apenas dejaba un hueco para respirar en su garganta. Apretó los dientes con un resoplo que bien pareció un gruñido.

Si corriese hacia él, pensó, si lo matase ahora con mis manos al cuello no podría despertar a nadie con sus gritos.

Le dio un golpe terror que cortó de cuajo esos pensamientos. Temblando, y esta vez no de ira, se dio cuenta: Smoker tenía razón.

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Después de terminar la primera botella, pidieron una segunda, luego una tercera. Al final perdieron la cuenta cuando sobrepasaron la decena. Quizás, gracias a eso, las tensiones entre los dos se habían relajado bastante en los últimos cuartos de minutos sucedidos.

–Siempre creí los gatos odiaban el agua –el capitán tenia las mejillas enrojecidas, no se sabía si era del alcohol, del calor de los baños termales o de otra cosa.

–Eh –él tampoco estaba muy diferente–, ¿pero qué te has creído? ¿Qué me paso toda la vida sin ducharme? –dio un trago largo. Profirió una estridente exhalación–. Además, a las panteras y a los tigres le gustaba nadar. Alguien como tú debería saber eso.

–Por eso he dicho lo gatos, no en Tigre.

Zoro se encogió de hombros, en un actitudo de "como sea". El mayor miró al cielo por un momento y volvió a poner la atención en el peliverde.

–¿Cómo es Tigre?

–¿Nunca has estado?

–No, cuando me fui de Ave no fue para meterme en otra familia –bebió–. Además, dudo que me hubiesen aceptado.

–Ya, tiene su lógica –él también bebió–. Yo no lo conozco tanto como Ave. Me mantuvieron escondido para que no me matasen, cuando pude salir no estuve por mucho. Pero recuerdo que era un lugar bastante salvaje, selvático. También había un rey, pero se dividían más en tribus que en poblaciones y ciudades.

–¿Por qué decidiste ir a Ave? Tu situación no hubiese cambiado más que a peor.

–No había sitio para mi en Tigre. Bueno, en Ave tampoco, pero si tenía una posibilidad de encontrarme con alguien –estiró una de las comisuras de sus labios en una sonrisa bastante melancólica y sarcástica–. Tú no viste el Gran Exterminio ¿verdad? Deberías estar ya muy lejos.

–¿Estuviste presente?

A lo mejor estaba empezando a imaginarse cosas por el alcohol pero Zoro tenía la sensación de que el otro se había sorprendido. Creía que a ese hombre no habría nada que pudiese sorprenderle.

–Ya estaba en una nave de evacuación cuando sucedió. Es una imagen difícil de olvidar, por mucho que se quiera.

El peliverde cambió su postura, pasando de dar la espalda al borde a apoyarse sobre él con la barbilla sobre los brazos cruzados.

–Mi memoria está un poco borrosa. Recuerdo ir con Vivi y otro chico a una nave salvavidas, quedarnos con los demás era poner nuestras propias vidas en peligro. Nunca supimos que fue de aquella nave –suspiró cansado por la nariz, recostó la cabeza de lado, cerró los ojos.

¿Qué decir del después? Poco había cambiado la cosa en estos dos milenios y pico que llevaban huyendo. Hubo buenas épocas, como la que pasaron con los parcos, pero también perdieron a Koza. Por la enfermedad de las cadenas.

No es que hubiese cambiado algo, ni Vivi ni él tenían ni idea de como tratarle, pero el que estuvieran en planeta desierto y rocoso no ayudó nada. Suspiró con un deje de abatimiento. Recordaba demasiado bien ese día. Habían encontrado una cueva y se habían asentado allí. Cerca había un rio, y a pesar de lo inhóspito del lugar era medianamente fácil encontrar comida. Koza se pasaba el día tumbado, sufriendo terribles fiebres y esforzándose por no quejarse de su dolor. Intentaron retener su vida tanto como les fue posible. Pero una tarde de rojo cielo les habló a los dos.

–Ya no puedo más... –su voz era demasiado ronca, demasiado débil.

Vivi, que hasta el momento había hecho el esfuerzo de contenerse, de mantenerse serena y ser la pura imagen de la entereza, soltó un sollozo, se tapó la boca y empezó llorar. El yokai gorrión le dijo que saliera un segundo, quería hablar con Zoro. Una vez a solas, Koza miró con determinación a los ojos del peliverde.

–Quiero que lo hagas tú. Sé que es duro lo que te pido, pero Vivi no podrá y yo... no tengo fuerzas.

No podía dejar de recordar a Kuina, lo que sufrió su perdida y ausencia, lo que sufriría la de Koza, lo que sufriría Vivi. Aún así, se obligó a asentir con la cabeza.

–Esta bien –dijo, puesto que no podía decir otra cosa.

Koza sonrió y con esfuerzo levantando la mano, Zoro la tomó con fuerza en gesto de camaradería.

–Protégela ¿vale?

Esa noche Zoro la pasó al lado de la cueva, dejando que Vivi y Koza pasaran su ultimo tiempo juntos. Al amanecer salió ella, intentando no derramar más lágrimas.

–Está dormido.

Cuando salió de la cueva vio a Vivi sentada. Se colocó al lado de ella, puso una mano en su hombro y la acercó a su cuerpo. La chica escondió los ojos en su cuello y le abrazó. Entre dientes, entonó algunas notas, sin llegar a hacer algo que se pudiese considerara canto, a duras penas un tarareo. Hacía mucho tiempo que el recuerdo de Kuina no le ardía de esa manera.

Mihawk seguía con su vista fija en Zoro, que se había quedado callado encarcelado en si mismo. El deje de su expresión y el halo de sentimientos que veía en sus ojos felinos preocupó al oficial, eran muy turbios, muy tristes; tan densos que conseguían estremecerle. A punto estuvo de tocar su brazo para devolverle al mundo real, no obstante, el peliverde se le adelantó por su cuenta. Sin erguir la cabeza del borde, el joven yokai le miró.

–¿Y tú? –le preguntó– ¿Cómo te dio por ser marine?

El capitán carraspeó a la vez que se recomponía.

–Me lo propuso un vicealmirante –dio un trago corto–: Garp D. Monkey.

–¿D. Monkey? –levantó un poco la cara.

–Sí, es el abuelo de esos tres hermanos. Lo conocí hace poco; hace mucho para él. Supo que era un yokai pero aún así me lo propuso. He de admitir que ha sido un buen benefactor.

–Mm... Ya veo –hizo una pausa–. Sólo por curiosidad ¿Qué vas hacer cuando ya se note demasiado que no envejeces?

Mihawk se divirtió con esa pregunta, incluso soltó una pequeña risa.

–¿Que es tan graciosos?

–Ahora mismo aparento unos cuarenta en humano ¿cierto?

–Sí... creo.

–Mi apariencia real es de veintiocho.

–¿Qué? –se incorporó ya del todo–. ¿Pero cómo lo has hecho?

–Te lo dicho, Garp ha sido un buen benefactor. ¿Conoces la flor estacional?

–Claro, la flor de dos pétalos. Los rojos rejuvenecen, los azules... –dejó al aire el final de la frase, empezó a comprender.

–Envejecen –terminó Mihawk por él.

–Vaya... –miró para otro lado, pensativo–. Así que era eso –dio un trago más–. Bueno, tiene sentido, algunos días no tienes la cara tan marcada por arrugas.

Mihawk se quedó mirándolo, digiriendo lo que acababa de oír. Se tocó con la yema de los dedos donde estaban sus patas de gallo.

–¿Tanto te has fijado en mí?

Los dos se pusieron rojos, rojos de verdad, uno por haber escuchado esa pregunta, otro por haberla formulado. ¿Desde cuándo se supone que habían pasado a tener esas confianzas? ¿A coquetear de esa manera?

–¡Cla... claro que no! –respondió como pudo el peliverde. Se levantó de golpe, dispuesto a irse y no volver a ver esta estúpida cara del oficial en lo que quedara de vida.

Pero, de manera contraria a sus intereses, al poner el pie izquierdo fuera del agua, Mihawk le tomó de la muñeca para retenerle. Se miraron.

El rubor les atacó una vez más, quisieron decir algo pero ninguno de los dos supo o pudo. Mientras el vapor se elevaba y a luna avanzaba en su arco nocturno, fueron atrapándose el uno en el otro.

Poco a poco, el mayor tiró del brazo del peliverde, y éste a su vez fue cediendo, hasta arrodillarse de nuevo en dentro del agua Quedaron muy cerca el uno del otro, con sus bocas a la misma altura. Avergonzados, volvieron a apartar la mirada otra vez.

Sin embargo, sus ojos volvieron a encontrarse. Tal vez gran parte de culpa la tuviese el alcohol, pero ambos supieron que aquel primer beso era inevitable.

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–Marco está tardando bastante –comentó Law a Shanks mientras jugaban a las cartas.

–Bueno, ya sabes como es. Se queda absorto mirando el cielo.

–Y lo que no es el cielo –masculló el otro pelirrojo, tumbado, de espalda a los dos y empinando el codo.

De repente se oyeron unos apresurados pasos. Se fijaron en la puerta corredera, una sombra apareció. La habitación fue abierta de par en par.

–¡Buenas noches! –alzó Luffy la voz a la vez que la mano en un gesto de "presente"–. ¿Cómo os va? ¿Tenéis algo de comer?

Shanks y Law suspiraron, desde luego que ese chico era irreductible incluso en unos baños termales. Eustass por su parte decidió ignorar los más posible a ese niñato para no cabrearse más de lo que ya estaba, cosa bastante difícil.

–Anda, Luffy –empezó el cyborg–. ¿Cómo tú por aquí?

–Estaba buscando a Zoro. Cuando me he despertado no estaba.

–Tal vez se haya ido a los baños –le sugirió el perlado–, lo tiene más fácil ahora que está todo el mundo durmiendo.

–Que va. Ya he ido, tampoco estaba.

–Bah, no te preocupes –le sonrió Shanks– seguro que se le ha pegado algo de ti y vuelve cuando tenga hambre.

–¡Tienes razón! –rió, pero al segundo le miró con ojos entrecerrados– Te estas cachondeando de mi otra vez ¿Verdad?

–En absoluto –dijo, con poca credibilidad en sus palabras puesto que se estaba riendo.

–¡Pues me da igual! ¡Law! –se sentó al lado del perlado–. ¡Haz eso con el agua otra vez! ¡Que molaba mucho!

–No tengo agua para eso.

El de las perlas sentía como la mirada de Eustass intentaba apuñalarle. No es que eso le cohibiera, pero no creía que fuera bueno echarle más leña al fuego.

–Pero tenéis sake ahí. ¿No lo puedes hacer con sake?

–Que desperdicio –opinó el cyborg.

–¿Y no puedes hacer otro truco?

Law iba a abrir la boca para hablar pero alguien se interpuso con un golpe en la mesa.

–Si te ha dicho que no puede es que no puede. Niñato de mierda... –volvió a darle la espalda para tumbarse y seguir con su sake–. Vete a tu habitación y deja de molestar.

Se hizo silencio. Luffy se había quedado serio, como en blanco. Pero entonces frunció el ceño y los labios en un mohín un poco feo.

–No quiero –contestó en una actitud bastante infantil.

–¿Qué? –se giró enfurecido hacia él– ¡Repítemelo si tienes huevos, grumete!

–He dicho que no quiero. Tú no me mandas. Y tampoco mandas en Law. Que a veces más que quererle parece que lo esclavizas.

No podía haber escogido peores palabra.

–¡Sigue hablando y te parto la cara!

–¡Él siempre tiene que estar pendiente de ti para que estés contento y no armes bronca! ¡Siempre cuidándote y haciéndote caso! ¡Y tú no haces más que darle órdenes!

Lo peor es que no se daba cuenta y seguía sin saber que estaba revolviendo todo el interior de Eustass.

–¡Que cierres la puta boca!

Su mano se transformó en pinza, directa la la cara del chico. El brazo metálico de Shanks le detuvo.

–Kid, será mejor que se vaya a que le dé un poco el aire, se está poniendo usted muy nervioso.

–¿¡Yo!? ¡Joder! ¡Eche a ese mocoso de mierda!

–Kid, no me gusta repetir las cosas.

El cortador forcejeó contra el agarre de Shanks con un alarido, pero solo para apartar finalmente la pinza. Se fue dando un portazo.

Shanks suspiró.

–¿Es que nunca vas ha aprender a mirar con quien te la juegas? –le reprochó al chico.

–Si sólo era Eustass –se encogió de hombros.

–Ya... Law ¿Está bien? No te lo tomes a pecho lo que diga este niño, es bastante exagerado.

–Yo solo he dicho lo que pienso.

–Cosa que deberías acostumbrarte a no hacer tanto. Ya no por ti mismo. Le has creado un problema de más a Law.

–Ah, lo siento –se disculpó con simpleza.

–Muéstrate más arrepentido, niño.

–Lo siento mucho –dijo en el mismo tono.

–No me refería a eso.

–Déjalo Shanks. Tampoco es como para que se disculpe –se alzó de hombros el perlado con indiferencia–. Eustass ya iba cabreado de antes. A lo mejor el explotar un poco le viene bien.

–Si tú lo dices.

–Law... –se acercó el chico a él con un claro y evidente interés–. Ahora que Eustass se ha ido... ¿lo puedes hacer?

Miró al chico con los ojos entrecerrados; mientras, Luffy continuó con su mirada ilusionada. Era inútil preguntar, no se iba rendir, mucho menos a ir, hasta que Law no hiciese algún "truco". Suspiro resignado a la vez que dejaba las cartas sobre la mesa. A continuación, tomó una de éstas al azar y la colocó sobre sus dedo incide, por una de las esquinas. La soltó y la carta se quedó de pie sobre su yema. Con el dedo de la mano libre empezó ha hacer círculos en el aire. La carta empezó a girar en un eje de rotación.

–¡Eso es! ¡Que chulo! –los ojos del chico brillaron aún más.

–Espera, no he terminado.

Se concentró, contó hasta tres y quitó su dedo de debajo de la carta, esta se quedó volando en el aire y girando en todas direcciones. Los ojos de Luffy podían iluminar una galaxia entera de su asombro. Law tuvo que reírse.

–Te impresionas por poco. Esto no es nada comparado con lo que podía hacer antes.

–¿Hum? ¿Y porqué ya no puedes?

–Oxidación de no usarlo, supongo.

–¿Y porqué no los usas? Si están geniales.

–Cosas mías.

–¿Qué cosas?

–Chico –intervino Shanks–, deja de atosigarle, no ves que no te lo quiere contar.

–Ah, lo siento... –dijo y luego añadió– mucho.

–No importa.

–¿Fue por Eustass?

Ahora el que suspiro, o resopló, con resignación fue el cyborg, a la vez que se llevaba la mano a la cara.

–No, no fue por Eustass –contestó Law con algo de paciencia–, en parte. Fue por los dos. A ambos nos convenía.

–¿Y ya no os conviene?

Law sonrió, apartó un momento la vista de él.

–La verdad es que no lo sé. Pero al menos siento que hago algo con mi vida.

Esa frase se hubiese cuidado más de decirla con su pelirrojo por delante, porqué era una frase malinterpretable. "Al menos siento que hago algo con mi vida". Oída así, parecía como si Eustass no significara nada. Oída así, como la oyó el cortador tras la puerta antes de volver a largarse en silencio, podía dejarte destrozado por dentro.

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Tenía su cabeza apoyada en el brazo del capitán, cuya mano acariciaba sus cabellos verdes y una de sus orejas puntiagudas, mientras que la yema de los dedos de la otra se pasaba por el pecho del joven bajo su kimono mal puesto por las prisas.

Zoro mantenía los ojos cerrados y las manos sobre los hombros del otro. Sentía él peso de los labios del mayor repetidas veces contra los suyos. Todo estaba oscuro. La luz de la luna era atenuada por las puertas cerradas. Y todo en silencio salvo por ellos.

Mihawk presionó con su pulgar uno de los botones del pecho de Zoro. El peliverde gimió levemente. El halcón sonrió, apartándose de su cara para besar la curva del cuello del otro. Su boca bajó por el cuerpo del joven yokai, arrancandole pequeños suspiros.

–¿Cómo hemos llegado a esto? –preguntaba mientas le desnudaba por completo–. Ni siquiera eres mi tipo –miró su cara, el peliverde le miraba sudoroso, enrojecido y con los ojos entrecerrados. Sonrió–. Y me estás volviendo loco.

Le acarició el rostro con el dorso de la mano y bajó su cabeza a la cadera de Zoro, donde le mordió. El joven se retorció con un quejido, pero en nada, la saliva del otro le sanó, mientras tanto, el mayor ya estaba en su parte íntima.

–Mm...– su gemidos contenidos empezaron a escaparse a la vez que notaba el masaje del moreno en su entrepierna– Ah...

Le estaba torturando, lo sabía y lo disfrutaba aún más. Pero no terminó con él ahí. Mihawk levantó la cabeza, dejando al joven con su virilidad gravemente expuesta. Colocó las manos en sus muslos y, en una suave caricia, notando como al otro se le quedaba la piel de gallina, las bajó por sus piernas, hasta sus rodillas, con lentitud las apartó a cada lado. Notó los temblores del peliverde, pero a parte de eso no hubo nada parecido a una queja.

Mihawk humedeció los dedo en la boca de Zoro, este se dejaba, así como se dejó que esos mismos dedos se adentran en el por el otro lado.

–Joder...–murmuró entre dientes y apretando los ojos.

–¿Es la primera vez que lo haces con un hombre?

–¿Que clase de pregunta es esa? –se burló con una sonrisa de suficiencia–. Como si siendo yokais no tuviésemos suficiente tiempo para investigar.

El capitán sonrió. Le costó reconocerse así mismo que esa declaración le ponía bastante celoso.

–Tienes razón. Disculpa.

Sacó sus dedos del interior del joven. Zoro tomó aire, volviendo a cerrar los ojos. Esa vez tuvo que contener bastante más el gemido, a medias de dolor, a medias de placer. No había palabras suficientes para describir lo que era tenerle dentro. Se le iba la respiración.

–¿Estas bien? –le preguntó en un susurró al oído.

El yokai híbrido asintió, sin levantar los parpados. El capitán le besó en la comisura de los labios; Zoro respondió, casi sin darse cuenta, con un lametón en la cara. Abrió los ojos al ser consciente de lo que había echo. Miró la cara de Mihawk y sintió cierta vergüenza, pero el hombre ave la aplacó con un beso en la frente. Le abrazó a la vez que era abrazado. Se besaron una vez más, descubriendo otra vez la boca del otro. Tras esto, empezaron las estocadas.

El vaivén comenzó con lentitud, ayudando al joven yokaí a que se acostumbrara al cuerpo de su compañero. Al poco fue insuficiente y, sin decir nada, sólo con la mirada en los ojos del otro, entendieron que necesitaban más. El placer creció con ellos.

Por un momento, se sintieron tan bien que desapareció todo. Su pasado, su presente, y su futuro, y con ellos, la idea de que tan solo eran un híbrido y un tullido. La realidad se redujo. Por un momento sólo existió el uno, abrazado al otro.

Los dos terminaron, con una diferencia de tiempo tan nula que era casi como si lo hubiesen hecho a la vez, como dos piezas sincronizadas.

El halcón fue cerrando los ojos a la vez que se acomodaba en el peliverde. Descansó su cabeza en la curva del cuello del medio gato. Ambos tenían aún la respiración alterada, sudor de pies a cabeza, aún les temblanba todo el cuerpo.

–Tengo...– al peliverde no le llegaba la voz–. Tengo que irme a mi habitación.

–Si te vas ahora –le amenazó a la vez que lo aferraba–. pienso volver a degradarte a grumete.

–¿Que clase de chantaje es ese? –se quejó, pero solo de boca.

Mihawk se separó un poco, le tomó por la barbilla para besarle.

Volvieron a hacerlo un par de veces más antes de quedarse dormidos, sin deja de abrazarse.

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A la mañana siguiente, con gran pesar, todos de pusieron a preparar las cosas para retomar de nuevo la travesía.

–¡Zoro, Zoro, Zoro! –gritaba Luffy corriendo hacia él y arrastrando a Law del brazo– ¡Mira lo que Law puede hacer! ¡Está chulisimo! ¡Venga Law, enséñaselo!

El cocinero le miraba con una sonrisa desde la puerta del comedor.

–Es como si no se le fuera nunca la energía –le comentó Marcó trayendo uno de los barriles a la despensa.

–Sí, pero estoy más sorprendido con Law que con él. Luffy lo ha secuestrado de la misma manera que a Zoro y se ha dejado completamente.

–¿No deberías advertirle? –salió de la despensa ya sin barril.

–¿Para qué? Él es el que tiene más determinación y cabeza fría de todos nosotros. Tú y yo lo hemos visto muchas veces antes de este viaje. En el único bando que puede estar él es en el suyo propio.

–Tiene razón.

–Por cierto. ¿Donde estuviste ayer tanto rato?

Marco se puso serio.

–Paseando conmigo mismo.

–Eso en ti suena bastante peligroso. ¿No harías nada imprudente?

–Fui a una casa de mujeres.

–Vaya, me parece bien. Impropio de ti pero bien.

Cierto, él no acostumbraba a ir a esos sitios. ¿Pero que podía hacer? Su alter ego le estaba matando. Lo peor de todo es que a partir de ese momento tendría que tomar distancias con Ace. Miró de reojo al pecoso, este le vio y le saludó sonriente. Odiaba su vida.

Shanks por su parte seguía observando a Luffy a los otros dos, pero captó algo más, cerca, a unos pasos, estaba Eustass. No le gustó nada las expresión que tenía en sus ojos, dirigida tanto a Law como al chico.

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El navío avanzaba sin problemas. Los tripulantes ya habían aprendido a permanecer atentos a lo repentino, pero por el momento podían estar relajados. Mihawk iba al timón, manteniendo el rumbo en su ruta. Llamó su atención el peliverde, que subía por las escaleras desde la cubierta hacia la proa. Allí se apoyó en la balaustrada, justo al lado del bauprés, justo en el campo de visión del halcón.

¿Lo estará haciendo a posta? Se preguntó el capitán. Como respuesta, Zoro echó una mirada de reojo hacia atrás. Al coincidir con la del moreno, la volvió hacia el frente inmediatamente. Lo estaba haciendo aposta.

El de los ojos amarillos se controló para no sonreír, pero ntonces recordó como se había despertado de esa madrugada. Fue por un ruido, para nada desagradable, al contrario, era reconfortante, relajado, cálido de alguna manera. Al abrir los ojos por ello se encontró con que abrazaba al peliverde que le daba la espalda y que hacía ese ruido.

–¿Puedes ronronear?– le había preguntado divertido.

Esto hizo que el joven, que no estaba dormido del todo, abriera los ojos y lleno de vergüenza se quisiera ir rápidamente de la habitación.

–¿Pero como quieres que ronronee? ¡Yo no ronroneo! ¡Y me tengo que ir o tendré que dar explicaciones! ¡Adiós!

Igual que la noche anterior en los baños, Mihawk tomó su muñeca. Se miraron.

–Te olvidas tu pañuelo.

–¡Dame eso! –le arrebató el trozo de tela de las manos. Su cara era un farolillo.

Zoro lo recordaba y le seguía viniendo la vergüenza, pero no era solo eso. Colocó la mano derecha sobre su cabeza, donde llevaba su pañuelo atado. Su gesto se tornó culpable.

–No puedo creer que ronronees –le había dicho Kuina, acariciando su pelo, cuando los dos estaban en la cama– no te pega nada que hagas algo tan dulce.

–Ya... ya lo sé –le dijo el con ganas de que le tragase la tierra.

–¿Y solo te pasa conmigo?

–Sí, solo contigo.

 

Continuara...


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