Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Mil Mundos por Rising Sloth

[Reviews - 38]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Bueno, por fin, he podido ponerme a actualizar este xD Siento mucho la demora, intenté ponerme antes, pero mi cabeza la ocupaba entera este mi otro fic (Segundas Partes) y me di cuenta que hasta que no lo terminara, no iba a poder ponerme en condiciones con este.

Podría haber pasado y hacer una edición de rapideo, pero estos capítulos me interesaba mucho darles un mimo que en su tiempo no le pude dar. Sobre todo por parejas como el MarAce

Sea como sea, comienza la novena (y penúltima) tanda.

Capítulo 32

 

Puede que lo más duro, tras la marcha del teniente, fuese ver que la gente seguía comiendo, durmiendo y dando su mejor esfuerzo para que el barco continuara la ruta; también sonreían, quizás hasta olvidaban; que la vida, sin más remedio, continuaba su avance.

Claro, pensó Ace, sentado en el suelo, con su espalda apoyada en la pared del castillo de popa y la frente pegada a sus rodillas. Recordó a su madre en la cama, muy enferma, mientras su padre salía por la puerta. Claro, no se podía hacer otra cosa. El universo gira, o mantienes el ritmo o acaban contigo. No se podía hacer otra cosa.

Oyó pasos que se acercaban. Percibió como ponían algo a su lado, le llegó un aroma a comida caliente. Se esforzó por mirar el cuenco de estofado y, un poco más atrás, los pies que ya se alejaban.

–¿Ya no te preocupa mi seguridad?

Marco se detuvo en seco. Se giró hacia el pecoso, algo sorprendido. Ace sonrió cansado.

–Le retiré la palabra por eso. En realidad a ti también te la retiré, pero no te diste cuenta porque me ignorabas de antemano.

–Yo no pretendía...

–No hace falta que me des explicaciones. Que me tengas ese aprecio me agrada –se alzó de hombros–. Supongo que Shanks o Law, con los que te llevas tan bien y no te separas de ellos, en realidad no te importan una mierda –se mordió los labios, arrepentido de lo que acababa de decir. Rió con aspereza–. Me estoy comportando como un crío que no sabe hacer frente a una travesía, ¿verdad? –se llevó la mano a los ojos, se apartó el pelo de la cara. Fijó su atención en el lado opuesto a Marco–. Ya, ya los sé –se le quebró la voz–. Pero ahora mismo todo me asfixia. Si tan sólo pudiese escapar de este barco un momento...

Marco le contempló con angustia, con culpa. No lo soportó, no pudo hace caso omiso a ese ruego emanado desde el pecho de Ace, quedarse parado mientras moría por dentro. Se arrepentiría más tarde, pero ahora sus pies debían dirigirse hacia la balaustrada.

El mayor de los D. Monkey, que no le observaba, captó de reojo un brillo y sintió como un calor le bañaba la cara. Giró la vista, se sobrecogió. Marco, de espaldas a él, había transformado sus brazos en alas de de llamas turquesas y doradas.

–Quieres salir de este barco ¿no? Sube.

Ace quiso negarse, replicar, reprochar incluso. Pero lo cierto es que estaba demasiado débil para ello y, de verdad, la idea de abrazarse a él se mostraba como el único abrigo a tanto dolor y desolación que sentía. Se levantó, se acercó; le envolvió con sus brazos. Marco contuvo el aliento. La cercanía de Ace le atravesaba. Se controló. Plegó las rodillas, tomó impulso. Ambos saltaron por la borda.

8888

Luffy limpiaba la olla rabioso y a conciencia para luchar contra los restos de comida bien pegados con saña. Nunca era tan predispuesto con ese tipo de tareas, pero pocas cosas había para calmar su frustración al no poder ayudar a Ace, con el que no hablaba desde hacía días. Y lo peor no era eso; podía aguantar su silencio, su decepción e incluso su odio; lo peor era que, por muy despistado que fuera, se había dado cuenta de que el pecoso no comía o ni dormía. No sabía que podía hacer.

–Vaya –oyó detrás suya–, ojalá hubieses tenido ese entusiasmo en la posada.

Paró de frotar, giró para mirar a Sabo.

–¿Cómo estas? –le preguntó su hermano mayor.

Luffy apartó la mirada, no muy contento.

–Es por Ace por que que te deberías preocupar.

–Ace también está en mi lista –hizo una pausa, inquieto–. Luffy, ¿quieres continuar con este viaje?

–¿¡Qué!? ¡Claro que sí! ¿¡Por qué me preguntas eso!? –dio un repullo– ¿Ace quiere abandonar?

Sabo sonrió, negó con la cabeza.

–Tú y yo sabemos que Ace es duro de pelar. Ni siquiera creo que se le haya pasado esa idea por la cabeza. Sólo necesitaba confirmarlo por tu parte. Sigue esforzándote, ¿vale?

El hermano pequeño asintió, entre extrañado; el mediano salió de la cocina topándose de frente con Shanks.

–No sé que le has dicho. Pero gracias.

–Me das más mérito del que merezco.

–No lo creo, él te admira y tú cumples con sus expectativas. Eso no es algo fácil de hacer.

El joven se fue. El cyborg se rascó el cuello, se sentía algo de incómodo. Entró en la cocina.

–¡Shanks!– le llamó Luffy con los ojos iluminados – ¡Mira que bien he dejado la olla! ¡Me puedo ver la cara!

–Vaya, vaya, chico. Con lavaplatos como tú ¿quién necesita capitanes de barco?

–... No sé si te estas metiendo conmigo otra vez.

Shanks rió a la vez que le revolvió el pelo.

–Claro que no –dijo orgulloso–. Lo está haciendo muy bien.

8888

Hacía un agradable silencio, una agradable inmensidad. Así es el universo, pensó Ace, silencioso e inmenso. Era evidente que nada tenía que ver con observarlo desde su planeta Goa, pero tampoco tenía nada que ver con verlo desde el barco. Encontrarte en medio de las estrellas, flotando, sin gravedad alguna. Era una sensación indescriptible.

–Te has quedado mudo –dijo el rubio en un tono suave–. ¿Espero que sea para bien?

El joven sonrió.

–No tienes ni idea de como te envidio ahora mismo.

Marco lanzó una risa corta entre dientes.

–Agárrate bien. Voy hacer algunas piruetas.

Volvieron más tarde al barco. De manera sutil y delicada, Marco pisó el suelo de popa, justo en el punto donde se habían marchado, apagó sus alas. Ace se separó de él. Ambos se miraron. El más joven sonrió, con las ojeras aún marcadas pero sin tener que hacer tantos esfuerzos.

–Muchas gracias, Marco. Esto no cambia la realidad pero era lo que me hacía falta.

–¿Para que están los amigos? –se alzó de hombros.

Hubo otra sonrisa. Después otra mirada. No se dieron cuenta de que estaba muy cerca el uno del otro. De que Marco acariciaba la mejilla de Ace y que Ace no la apartaba. De que el rubio había empezado a acercar sus labios.

–¿Qué haces?

Ace había echado la cara hacia atrás a la vez que le detenía con las manos en su pecho. Se había quedado estupefacto, pero nada comparado con Marco. Los dos se quedaron callados, sin asimilar ni saber que decir.

El rubio se marchó tan rápido como pudo.

8888

Luffy, con fregona en mano sobre la cubierta, observó a Zoro, de pie y apoyado en el mástil; fingía estar alerta, pero cabeceaba somnoliento cada dos por tres. Eso no era extraño, en los meses de travesía el peliverde había demostrado con creces que era un dormilón, sin embargo, el número de veces que alguien se lo encontraba roncando se había multiplicado en muy poco.

–Oye, Zoro ¿Te encuentras bien?

–¿Hum? –reaccionó y pegó un buen bostezo–. ¿Por qué lo dices?

–Porque da la sensación de que no duermes mucho por las noches.

Un fuerte rubor saltó en la cara del joven yokai.

–Duermo perfectamente, gracias por preguntar –le espetó y se largó a la balaustrada de babor, donde se apoyó de codos, con la barbilla sobre la palma de su mano. Volvió a cabecear.

Luffy no se fiaba ni un pelo.

–¿Pasa algo, Luffy?

–Ah, Torao –llamó a Law por el nuevo apodo–. Pues nada, es Zoro, que no para de dormir, más que de costumbre. Tú eres médico ¿no? No hay algún remedio para él.

Law se quedó pensando, pero no para bien, porque da igual las circunstancias en la que la vida le pusiera, siempre sería una persona rebosante de malicia. Segundos después, Luffy se acercó a Zoro por detrás, el peliverde se había dado cuenta pero prefirió ignorarlo. Mal echo, puesto que en breve sufrió las consecuencias con un mordisco que casi le arranca su oreja inferior derecha de cuajo.

–¡Aaah! ¿¡Pero que coño haces!? ¡Que duele, mamón!

–¡No ha funcionado, Torao, está peor que antes! –se quejó.

–Es que no era así como te he dicho que tenías que hacerlo. Eres un bestia.

–¿¡Se puede saber porqué cojones le dices que me muerda la oreja, pervertido toca pelotas!? –le rugió con las manos en su lóbulo agredido.

–Si fuese un pervertido te lo hubiese hecho por mi cuenta. Y déjame decirte que te comportas de una manera bastante infantil para tener casi nueve milenios

–¡Habló el que pudo!

Luffy reía a carcajadas, Zoro se quejaba y mandaba todo al cuerno, Law sonreía; pero dejó de hacerlo al deparar de soslayo en su compañero de Dawn, que cruzaba la cubierta en dirección al comedor con aura siniestra. No le gustó. No era la primera vez que se perdía allí durante una cuantas horas.

8888

El comedor estaba vacío, un pequeño golpe de suerte entre tanta mierda. Así podría reencontrarse con lo único que parecía que era realmente su alma gemela en ese jodido universo. Una botella de vino, la última de las que había comprado y traído de contrabando desde Soma. Abrió el corcho con los dientes, lo escupió a la vez que tomaba asiento en una de las mesas. Dio tragos uno detrás de otro, con poco interés en si lo pillaban o no. Mientras consiguiera acabársela entera lo demás le daba igual.

Unos pasos bajaron por las escaleras.

–Si tantas ganas tienes de empinar el codo por lo menos podrías tratar de ser más discreto.

Eustass dejó de beber, le echó una mirada de odio a Law. Gruñó y siguió bebiendo.

–¿También estabas ebrio cuando se te ocurrió lanzar al teniente al agujero negro?

El pelirrojo volvió a mirarle.

–No sé de que me hablas –sonrió de una manera bastante sádica–. Ese capullo se resbaló solo.

–Has puesto en peligro todos nuestros planes.

–Ja, nuestros planes van mejor que bien. Seguimos el rumbo, con un obstáculo menos, además –se encogió de hombros. Le miró con severidad–. Otra cosa es que a ti te importe.

Silencio.

–Antes no eras así.

Esa vez, la palabras retumbaron el el pecho del cortador. No por el contenido, sino por decepción con la que se habían manifestado. Apretó los puños.

–Tú tampoco –arrastró contención–. ¿O has perdido la cuenta de todos a los que has mandado a pique?

–Ese hombre salvó mi vida. Creí que para ti eso era importante.

–¡Ya basta, joder! –la botella se destrozó en la mano de Eustass al golpear al mesa con ella –¡Ah! – se agarró del a muñeca, se había cortado con los trozos de cristal.

–Espera –se acercó a él–, deja que lo mire.

El pelirrojo el apartó la mano con otro gruñido.

–No quiero que me toques.

–Eustass...

–¡Cállate! –le miró a los ojos llenos de rabia–. Los días están contados, Law, y te aseguro que como no seas capaz de cortarle el gaznate a ese grumete de mierda seré yo el que lo desangre a gusto.

Empujó con el hombro a Law, con una agresividad que casi le tira al suelo. El perlado, sin color en la cara, observó como salía de allí; separó los labios para llamarle, pero se detuvo antes de alzar la voz, resignado. Miró la mesa, marcada a cuchillo por símbolos circulares. Se fijó en uno, uno que era muy parecido a ese antiquísimo yin-yan de los humanos hace miles de eternidades. Significaba "amigo", el vino rojo lo bañaba como si estuviese manchado de sangre.

8888

Se llamó a los tripulantes a cenar. Ace guardaba cola hasta que llegara su turno para recoger el cuenco. No pretendía comer, pero no había visto a Marco desde lo sucedido en popa. Oteó el comedor, estaba lleno, aun así no le costó notar la ausencia del piloxiano. Viró hacia atrás para hablar con los compañeros que reían a su espalda.

–¿Sabéis dónde está Marco?

–¿Hum? –le observó Teach junto con Laffite–. Le toca turno en la torre de vigía.

–Ah, vale. Gracias.

Devolvió la mirada al frente, con la cabeza gacha. Siguió andando. Pensó, otra vez, en aquel beso interrumpido. Le daba miedo reconocerlo, pero una parte de él le hubiese gustado sentir la boca de Marco contra sus labios; que su cuerpo fuese acariciado por sus manos con la misma calidez que había acariciado su mejilla. Sin embargo, era consciente de que no estaba en su mejor momento, que tal vez lo que había sentido por Marco hacía unas horas era una simple necesidad pasajera. No podía dejarse llevar por algo así, le haría daño, más del que le había hecho por su estúpida ignorancia todo ese tiempo; y eso era lo que menos quería pero... ¿Debería hablar con él? ¿Debería simplemente apartarse?

–Ace –alzó los ojos, había llegado hasta donde Luffy y Shanks servían los cuencos. Su hermano pequeño le contemplaba con suma preocupación–. ¿Estás bien?

El pecoso le analizó con la mirada, luego la olla llena de estofado. Pensó otra vez en Marco, en que quizás no había comido. Se fijó de nuevo en Luffy, le sonrió cansado.

–Sí, descuida. ¿Puedes servirme?

Al pequeño se iluminó la mirada.

–¡Todo lo que quieras! ¡Come, come!

Luffy empezó a rellenar cuenco uno detrás de otro para el pecoso, que se aturrulló y no supo como decirle que parara. Lo que hizo que el resto que venía detrás empezara a quejarse por el posible agotamiento de existencia. Luffy defendió a su hermano y casi forma una pelea contra ellos a golpe de cucharon; Shanks le dio un cogotazo a tiempo.

8888

Marco, desde la taza de la torre de vigía, observaba el avance del barco por el infinito con un gesto de crispación. La expresión que Ace le había dedicado cuando intentó besarle no se le iba de la cabeza, se le repetía una y otra vez como si alguien hubiese pulsado la opción de reproducir en cíclico ¿Cómo podía haber sido tan imbécil? ¿Cómo había podido bajar la guardia de esa manera?

Despertó de si mismo al oír ciertas pisadas subir por las cuerdas de la escala. Encontró a Ace, justo cuando éste asomó la cabeza, además de la mano derecha que sujetaba un cuenco de estofado. Se observaron, bastante incómodos. El pecoso hizo fuerza de flaquezas para terminar de meterse en la cofa.

–Me dijeron que estabas aquí y pensé que no habrías cenado –le ofreció el plato.

El rubio le echó una mirada, después al cuenco.

–Gracias –lo recogió con una mano–. ¿Tú no comes?

–Ya lo he hecho –mintió. Hizo una pausa. Se mordió los labios, ignoró el pinchazo de su pecho–. ¿Smoker sabía que sentías eso por mi?

Marco se detuvo antes de sorber, pensó en negarlo todo. En breve se dio cuenta de que era inútil, aunque tampoco supo muy bien que decir, por lo que calló. Ace lo entendió como una afirmación.

–¿Fue por eso por lo que te dijo que te apartaras?

Marcó fijó su vista en el cuenco.

–No, no eran celos. No en su mayoría, al menos. De verdad le preocupaba tu seguridad.

La incomodidad entre ambos volvió a prolongarse en el silencio.

–Lo siento –entonó el pecoso con arrepentimiento–. Si me hubieses dado cuenta yo...

Marco se obligó a reír.

–No te eches tantas flores –bromeó–. Tan poco eres para tanto.

Ace también rió, de manera más obligada aún, en una mueca.

–Marco, si me volvieras a besar, no te detendría.

El rubio abrió los ojos de sorpresa. Ace fijó sus ojos humedecidos en los de Marco.

–No sé que me pasa. No soy del tipo que a menos de un mes de haber perdido alguien importante... Tal vez solo piense en utilizarte –hizo una pausa–. No quiero hacerte daño, por eso pensé que debía decirte todo esto.

Volvieron a quedarse callados. El joven agachó de nuevo su mirada. Marco, por su parte, recapacitó. Tal y como él lo veía, Ace era una persona que había tratado toda su vida de ser independiente, de ser el fuerte de sus tres hermanos, de no pedir nunca ayuda y ayudar siempre a los demás. Ahora estaba a su lado, diciéndole que le necesitaba. Algo se rompió dentro de él. Observó la nave, no había nadie en cubierta. Dejó el cuenco en el borde de la cofa y volvió su atención a Ace. El pecoso notó como las manos del otro acariciaba sus mejillas, sostenían su cabeza. Casi sin creerlo, miró a su compañero, le sonreía.

–No me importa que me utilices.

Esa vez nada pudo parar el beso. Ace cerró los ojos. Su brazos rodearon el cuello de Marco a la vez que era abrazado por la espalda, abrió su boca para dejar entrar su lengua, sus salivas se mezclaron hasta que les faltó el aliento. Se separaron para respirar, pero no se soltaron.

Con sus caras muy cerca la una de la otra, se atrevieron a sonreír. Todo estaba bien, el universo no se había partido en dos. Sin embargo, la sonrisa de Ace se rompió. Con la preocupación de Marco encima, se le escapó un sollozo.

–Lo siento. No mereces que te haga esto.

El rubio calló un momento.

–A lo mejor el que no lo merece eres tú –el otro le miró sin entender–. A lo mejor me estoy aprovechando de tu momento más débil, de que pienses que soy una persona amable para que me des toda tu confianza y te deje a mi merced.

–Tú no harías eso.

–Hay una parte de mi que sí.

Se produjo otro silencio más.

–Entonces –volvió a hablar el pecoso–, los dos nos aprovechamos del otro, ¿no? –mostró una última, forzada y tímida sonrisa.

Marco correspondió aquella expresión. Hubo cierta quietud, pero entonces el rubio volvió a poner sus labios contra los suyos. Empezó a tocarle, muy suave. A cada caricia, el joven acercaba más su cuerpo al otro. Con lentitud, Marco lo tumbó en el suelo, quedando el por encima de su cuerpo. Sus manos se pasearon por el torso de Ace. Con cuidado, lo hacía todo con mucho cuidado.

–Ace...– le susurró–. No sé si cuando subamos el nivel voy a poder controlar a mi otro yo.

El moreno puso sus manos en la cara del otro.

–No tengo miedo. Confío en ti.

–Eres un inconsciente.

Fue dejando besos en el cuello del joven, le apartó la ropa poco a poco, sin dejar de acariciarle. La temperatura y los jadeos subieron. Ace se estremeció a no palpar piel de piedra en aquel cuerpo con sus manos, al notar que los hombros del de Pilox no eran tan anchos, al no percibir el tabaco mezclado con su fragancia. Se sintió culpable, no por estar con Marco, sino porque querer estarlo; por envolverse en esa calidez extraña del interior de su cuerpo, por perderse en esos brazos que le sostenían, por dejar que su olor le hiciera sentir tan bien y apartara todo lo demás.

Se sintió culpable y Marco se dio cuenta.

–¿Quieres que pare?

–¿Tú quieres parar?

–No.

El de pilox llevó entonces, su boca al pecho del joven, si de verdad iban a seguir, no dejaría que ningún pensamiento le atormentase, le devolvería a la realidad, le haría disfrutar; Ace gimió más fuerte al sentir el mordisco, el rubio tapó su boca para que nadie le oyera, para que no fueran descubiertos, para que no le pasara nada malo.

Su otro yo despertó, se rió a su costa como tantas otras veces, pero en aquella ocasión, fue diferente. Él también quería a Ace, de una forma totalmente diferente a la de Marco; lo quería como un objeto de su propiedad, uno que nadie más debía tocar, uno por el que rodarían cabezas si intentaban arrebatárselo. Llegaron a un trato; pasara lo que pasara, la prioridad de ambos en ese instante era proteger al joven de todos los que había en ese barco.

8888

Law abrió los ojos en el camarote de la tripulación. Los perlados no eran capaces de leer el pensamiento a otras especies puesto que éstas no habían aprendido a comunicarse de aquella manera. No obstante podían hacer pequeños estudios del cerebro, pequeños escaneamientos para ser más exactos. Siendo así, podía diferenciar de una persona que estaba en fase REM de otra que no. Hacía muy poco que practicaba sus habilidades, pero estaba seguro a un noventa y nueve coma nueve por ciento de que todos dormían.

Salió a cubierta con mucho sigilo. Podría dar miles de escusas, pero lo mejor era que no tuviera que dar ninguna. Se fijó en si había alguien vigilando a su alrededor. Nadie. Miró la torre de vigía. Suspiró con alivio. Solo estaba Marco. Marco era buen vigilante, pero se le iba la cabeza, si seguía teniendo cuidado no se percataría de su existencia. Así fue. Llegó a la popa sin problemas y se colocó justo debajo del ventanal que daba al despacho del capitán.

Suspiró por la nariz. Ahora debía de pensar como mierda subiría.

Días antes habían perdido un poco del suelo de popa. Causas de estar en travesía. No se demoraron mucho en arreglarlo, pero por suerte nadie se había preocupado de guardar los tablones sobrantes. Tomó uno de ellos, lo dejó en el suelo delante suya y puso ambos pies encima.

Dudó, sus pequeños entrenamientos de levitación le había dado para mover miseros vasos de agua, naipes y algunas piezas de fruta; pretender levantar un tablón de madera con él subido encima era saltarse, mínimo, veinte niveles de aprendizaje. Por no hablar de que, si se caía a medio camino entre el suelo y el ventanal, el estruendo no sería precisamente suave.

Hinchó sus pulmones, se concentró. No le quedaba otra.

8888

Poco antes de que Law se levantara, Zoro había salido del camarote. Lo que él iba hacer no era tan peligroso como lo del perlado, por mucho que lo llevara al mismo sitio. No obstante, le gustaba ser discreto en cuanto a sus asuntos.

Con su agilidad gatuna, como otras noches, bajó desde el castillo de popa y llegó a la balconada del despacho del capitán. Desde allí accedió a su habitación para, segundos después, encontrarse desnudo, sobre el cuerpo de Mihawk, con los codos apoyado en la almohada a cada lado de la cabeza del oficial, el cual mantenía sus manos en las caderas del peliverde y de vez en cuando acariciaba sus piernas y entre ellas.

Al más joven se le escapó un pequeño quejido cuando el mayor apretó su virilidad con sus dedos. Mihawk rió. Zoro sacó su lengua de la boca del halcón y respondió con un pequeño mordisco en la curva de su cuello, con el que hizo que el capitán inspirara de manera contenida, luego lamió un par de veces su cara. Volvieron a besarse.

–Es una lástima que un barco obligue siempre a estar alerta y responder rápido –le susurró al oído el capitán mientras acariciaba sus cabellos–. Si no fuera así te ataría ahora mismo a la cama y te haría cosas que tacharían de inmorales en otras épocas y en otros lugares.

–Como si yo fuera a permitírtelo –le retó.

El yokai halcón soltó una risa entre dientes. De golpe, cambio las tornas, se colocó el sobre el híbrido. Le sujetó las muñecas con una sola mano. Le acorraló

–Cuando acabe esta travesía pienso hacer que te pases el resto de nuestras vidas en mi cama.

–Eso es demasiado tiempo.

–¿Acaso no me crees capaz?

Besó una vez más los labios del joven, desde ahí bajó por él; por su barbilla, por su nuez, por su pecho...

–¿No te aburrirías todo el día conmigo en la cama?

–Por ahora lo veo poco probable.

Antes de que llegara su partes bajas, peliverde se liberó sus muñecas, tomó su cara con las dos manos, atacó su boca. Apenas querían separarse. Mihawk agarró las rodillas de Zoro, hizo que se abriera bruscamente de piernas. El más joven gimió tras los labios del capitán cuando lo penetró, a medias por el dolor. El mayor se sentó, con el joven sentado sobre en él. Zoro tenía las respiración alterada y las mejillas de un tono más cálido; Mihawk dio un par de besos en estas últimas.

–¿Que paso antes con Trafalgar? –le preguntó al oído.

–¿Con Law? No sé a que te refieres –dijo con sinceridad impoluta.

–Algo sobre una mordida de oreja.

–Ah, eso, le dijo a Luffy que me mordiera.

–¿Por qué?

Cuando se dio cuenta por donde iban los tiros, el híbrido sonrió con algo de maldad y suficiencia.

–No soy tu tipo –acarició su barba– Pero bien que te pones celoso. ¡Ah!

Mihawk la había retorcido un pezón.

–Cuida tu lengua. Milenios te faltan para llegarme a la suela de los zapatos, y precisamente ahora no estás en una situación con escapatoria.

Zoro suspiró por la nariz y apoyó los brazos en los hombros del mayor. Le dio un beso corto.

–Te preocupas por nada. Si fuera por Luffy habría un pase mínimo, prácticamente nos pasamos el día juntos, pero lo de Law es absurdo.

El capitán no se mostró muy satisfecho con aquella explicación, pero no insitió en el tema. Una vez más se besaron. Se acomodaron. Empezó el vaivén. Mihawk tomó la virilidad del peliverde. Zoro, llevó las manos a su espalda, sintió las plumas del ala que le quedaba, la cicatriz de la que le habían arrancado, le aferró.

Terminaron casi a la vez. Se dejaron caer, agotados, sobre la cama. Calmaron sus repiraciones

–Mm...–fue el último quejido del peliverde antes de que el mayor saliera de él.

Mihawk besó su frente, se quitó de encima suyo para colocarse de costado a su lado. Le contempló, como si fuese lo único que era capaz de hacer

–Tantas veces lo he hecho y nunca me he sentido como lo hago contigo –le acarició el rostro con el dorso de la mano.

El joven yokaí sonrió.

–Tú tampoco lo haces mal.

Mihawk frunció el ceño y bajó por el cuerpo de Zoro para darle un mordisco en la cadera.

–¡Ah! ¿Qué coño te pasa con mi cadera que siempre me la tienes que morder, joder?

Se les cortó todo el rollo, no porque ellos quisieran, sino porque llamaron a la puerta.

–Será el profesor. Cúbrete y ponte detrás del armario.

–No hace falta– se oyó la voz de Law al otro lado– les he oído perfectamente.

–¿Trafalgar?

–Sé que tienen muchas preguntas para mi en este momento, así que les sugiero, mi capitán, que se vistan. Con gusto se las responderé en su despacho. Ah, es cierto que el cuerpo de Zoro me atrae bastante, es mi tipo. Pero soy demasiado monógamo como para sucumbir a sus encantos.

Se vistieron, casi sin mirarse el uno al otro por la vergüenza que sentían en ese momento, ambos fueron al despacho del capitán. Allí, Law les esperaba sentado en el sillón, con los brazos cruzados tras su nunca y las botas sobre la mesa.

–¿Se puede saber que quiere a estas horas de la noche, señor Trafalgar?

Law sonrió con prepotencia.

–Quiero confesar un motín.

 

Continuará...


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).