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Mil Mundos por Rising Sloth

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Capítulo 34

 

Las conexiones de su cerebro se atascaron cuando vio al chico en el comedor, sintió su sangre solidificarse, el peor de los ácidos le pasar por la garganta. ¿Porqué? ¿Por qué precisamente él estaba allí?

–¿Qué haces aquí, chico? –manejó su voz para que sonara firme, tranquila.

Adelantó un paso, con cautela; el mismo Luffy echó hacia atrás, alerta, apuntando al pelirrojo con su reprobatoria mirada. Shanks, en mente, rió con ironía; lo vio claro. No tenía la confianza del chico, no le quedaba nada de él más que el recuerdo de aquel abrazo hacía unas pocas horas. Podría haberse descompuesto, deshacerse con solo esa idea, renunciar a todo. Sin embargo, había llegado demasiado lejos. Su verdadero error había sido evitar pensar que ese momento llegaría.

Escondió su brazo robótico tras su espalda, desplegó el sable. Mátalo, se dijo, mátalo antes de que lo mate otro que no seas tú. De un corte limpio. Sin sufrimiento. Es eso o echar todo por la borda.

Luffy vio la frialdad con que el otro se le acercaba. Nada demostraba que fuera aquel hombre que creía conocer y admiraba. Nada. Apretó los dientes y nudillos. Sentía dolor, rabia. El miasma de todas sus mentiras le ahogaba, le quitaba el aire, le humedecía los ojos. Pero no le achantó. El chico apretó los puños, tomó aire, impulso.

–¡Aaah! –cargó contra él.

Shanks le cogió la mano antes de que le llegara el impacto, sin problema alguno, como aquella vez en que Luffy alardeó frente a un lleno comedor que vencería a todos los piratas con sus propias manos. Sólo que, aquella vez, Shanks no alzó ningún sable contra él. Su semblante perdió el color, se llenó de miedo, el pelirrojo iba en serio. De verdad iba a matarle.

Vamos, se volvió a decir Shanks, mátalo, no dudes.

Pero dudó, y eso determinó la conclusión, puesto que tan concentrado estaba en convencerse de matar al muchacho que, cuando Zoro entró en la cocina, no le vio venir. El híbrido se plantó a su espalda de un salto, le atrapó por detrás, con una llave en el cuello en la que le tapó la boca. Le inmovilizó, pero no el tiempo suficiente. Antes de que el joven yokai le partiera el cuello, Shanks hundió el pie en la madera de una pisada; echó las manos hacia atrás para agarrar la peliverde de los pelos y el hombro; con toda su fuerza, lo levantó por encima de su cabeza y le estrelló la espalda contra el suelo. Si Law le dijo que no fuera a un cara a cara, era por algo.

Sin embargo, en todo ese paripé, Luffy no se había quedado quieto: encontró un cuchillo en una de las mesa. Justó cuando Shanks se liberó de Zoro, el chico trinchó la rótula de metal del cyborg, cortando los cables conectado a sus terminaciones nerviosas. Shanks cayó al suelo. Su pierna amputada no sentía, pero le fue imposible no gritar.

–¡Zoro!– le llamó Luffy.

–¡Rápido!– le agarró del hombro de la cazadora–. ¡Salgamos de aquí!

Shanks se levantó y se arrancó el arma homicida de su pierna robótica. Con toda la velocidad que le permitió su cojera, los persiguió, subió las escaleras. Cayó de bruces contra los últimos escalones que daban a cubierta, apuntó con el cañón láser que tenía en el brazo a Luffy y Zoro. Los tenía a tiro.

No pudo. Por que sabía que los podría haber matado, no pudo; el nudo en su garganta no le dejó. Mientras, el yokai y el chico llegaron hasta castillo de popa, atravesaron la puerta que daba al despacho del capitán. Desparecieron.

–¡Ah! –resopló maldiciéndose así mismo–. ¡Ah! –se incorporó con la mayor dignidad que pudo. Alzó su sable–. ¡Ah! ¡Cambio de planes, señores!

A la tripulación, que le había pasado desapercibida toda la pelea en la cocina por quedarse absortos con el Planeta del Tesoro, no lo hizo el grito de Shanks.

–¡Es barco es nuestro! ¡Sólo nos queda el mapa!

Los piratas vitorearon poniéndose en marcha.

–¡Eleva la bandera pirata, Law!

Pero el perlado, que era el que había dado el aviso de avistamiento, no estaba en el puesto de vigía que le correspondía; ni en ningún sitio cercano; dejando con interrogantes a más de uno.

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Zoro cerró la puerta tras de si y se apoyó en ella con un resopló de alivio. Todos los no amotinados estaban estaban en el despacho.

–¿Qué hacéis todos aquí? –preguntó el chico que aún no sabía todo– ¿Torao?

–Explicaciones más tarde –cortó el capitán–. Espero que sepan usar esto en condiciones– les pasó pistolas a cada uno.

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Los piratas abrieron por la fuerza el almacén de armas y, con estas, pretendieron asaltar el castillo de popa. No obstante, la puerta de éste, era algo más resistente que la simple madera.

–Señores, apártense. Acabaremos antes.

Con su cañón, Shanks, voló la puerta por los aires. Entraron en el despacho como una plaga de ratas, pero allí no había nadie, todo estaba perfecto, impoluto, vacío.

–¿Donde están?

–¡Mirad en las habitaciones!

Lo hicieron. Nada, nadie.

–¡En la biblioteca tampoco!

–¡Id a los botes, rápido! –ordenó el capitán pirata– ¡Es al único sitio por donde pueden escapar!

Siguieron ordenes. El cyborg fue a la zaga, pero entonces, antes de salir del despacho, vio algo. Afiló la mirada, con su brazo metálico, lanzó la mesa del capitán contra la cristalera. Ahí estabam la ahora descubierta trampilla, directa a la sala de máquinas. Rió.

–Bien jugado, Mihawk.

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En la quilla del barco, la compuerta se abría, mientras que las cuerdas automatizadas bajaban uno de los botes, cargado con ocho las personas opuestas al motín. Demasiado lento, demasiado para lo tensas que estaban las cosas.

–Vamos, vamos... –urgía el profesor Usopp, abrazado así mismo y balanceándose de atrás a delante al borde de un ataque de histeria.

–Cálmese de una vez –le ordenó el capitán–. La única manera que tienen de acceder aquí es por la puerta que da a la sala de máquinas –la señaló–, y no pueden hacerlo todos a la vez. Si alguien aparece céntrense en acribirllarlo.

Pero el primer pirata que apareció no lo hizo por la puerta. Con el estentóreo fogonazo de sus alas, Marco entró por debajo del barco, dio una voltereta en el aire sobre sus cabezas y aterrizó en la proa del bote, provocando un tambaleo por el que no faltaron agarres y gritos.

–¡Tenéis que darme el mapa!

–¡Esto vas a tener!

Luffy se lanzó contra él. Ambos salieron del bote y rodaron sobre el suelo de madera.

–¡Luffy!– Ace saltó en su ayuda junto con Sabo.

–¡Subidlo, chicos, rápido! –el profesor estaba al borde del infarto–. ¡No hay tiempo!

El menor de los D. Monkey forcejeaba con Marco que intentaba por todos los medios controlarlo sin hacerle un rasguño.

–¡Escuchadme! ¡Si me dais el mapa os dejaran de perseguir! ¡Es lo único que quieren!

–¡Y esto es lo que quieres tú!

Ese fue Ace, que agarró el cuello del la camisa de Marco y le dio un puñetazo tan fuerte como para volverle la cara del otro lado.

–¡Vamos! –tiró Sabo de Luffy y apuró a ambos para saltar el bote que estaba a punto de descolgarse.

Los dos hermanos menores lo consiguieron, el mayor de los tres fue agarrado antes de saltar. Su espalda se golpeó contra la pared.

–¡Tienes que creerme, Ace! –Marco le traqueteó de los hombros–. ¡Ya lo había decidido! ¡Había decidido estar de vuestro lado justo en el momento en que te besé por primera vez!

El moreno inspiró sin desviar sus ojos de los del otro.

–¿Te acuerdas de lo que te dije esa noche en la torre de vigía?

Se preparó para tomar la pistola que tenía escondida detrás de su cadera, debajo de su camisa abierta.

–Sí –Marco sonrió aliviado–. Dijiste que confiabas en mi.

–No –le observó con fiereza–. Dije que no te tenía miedo.

Contó hasta tres. Le rompió la nariz de un cabezazo, le empujó hasta una distancia de cuatro pasos. Sacó el arma y disparó si rodeos a su pierna derecha. Marco se agarró por el muslo con un grito ahogado. Sin piedad, Ace le placó y se hizo camino, en el mismo instante que que la puerta de la sala de máquinas caía como un tronco. Los piratas estaban allí.

–¡Vamos Ace! ¡Corre!– le gritó Sabo.

El pecoso se lanzó a la carrera sin mirar atrás. Los disparos de luz; los que iban a por él, los que les guardaba las espaldas; le pasaron muy cerca. El bote se liberó de las cuerdas. El pecoso saltó. Durante unas extrañas milésimas en las que el tiempo se dilató, Ace y el bote permanecieron en suspensión, sin la certeza de cercanía o lejanía. Pudo haber ocurrido algo definitivo, irreparable, pero la suerte quiso que, le mayor de los tres hermanos, se agarrara por los pelos al borde de la pequeña nave antes de que se despeñara desde la exosfera hasta la corteza verdosa del Planeta del Tesoro.

Las velas del bote se desplegaron, los propulsores se pusieron en marcha. El capitán tomó los mandos con decisión. La distancia que los separaba del barco cada vez se hacía más grande. El bote se estabilizaba. Podían conseguirlo.

–¡Vamos a morir, vamos a morir, vamos a morir!

–¡Cálmese, profesor! –le regañó Vivi a la vez que, junto con Sabo, tiraba del cuerpo de Ace para devolverlo dentro.

Sonó la detonación de uno de los cañones. Antes de que alguien hubiese podido volverse a mirar, popa del bote estalló.

–¡Ah! –gritó el capitán de dolor.

–¡Mihawk! –le gritó Zoro.

–¡Estoy bien! –retomó los mandos, se mantuvo en su posición.

Las llamas se extendía, caían, no había nada que hacer. Caían.

–¡Vamos a morir! –gritó desesperado el profesor derramando grandes lágrimas. Esa vez, nadie le dijo que se calmara.

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–¿¡Qué te crees que haces, imbécil!? –agarró Shanks a Buggy, que era el que había disparado contra el bote–. ¡Perderemos el mapa por tu culpa!

–¡Tranquilízate! ¡Se puede buscar entre los escombros!

–¡No si el mapa forma parte de esos escom...!

Su pierna robótica se osciló con un chisporretazo; se la agarró a la vez que se sostenía sobre si mismo de mala manera. Notó entonces, a su alrededor, las miradas interesadas y sádicas sobre él como una lluvia de flechas. Les sonrió amable.

–No se preocupen, señores, esto no es más que una rozadura –con algo más que una física molestia plegó de su mano de metal un bastón, atestó su extremo con contundencia en la cubierta del barco–. No soy tan vulnerable.

La atención sobre él se relajó, aún así no dejó de estar alerta. Faltaba poco para que esa tripulación lo considerara oficialmente prescindible. Contempló la estela de humo, que había dejado el bote. Debió haberle preocupado el mapa, pero de alguna manera priorizó la vida de Luffy.

–Capitán –le llamaron la atención.

Jesús Burgués, con sus seis prominentes brazos, lanzó a Eustass a sus pies, esposado por las muñecas y los tobillos. Muy malherido, moratones y sangre por todos lados, lo normal cuando te defiendes de una marabunta. Shanks le observó. El joven pelirrojo acostumbraba a enfrentarle, daba igual la situación; pero esta vez no, esta vez la traición de su compañero de vida le había dado demasiado en que pensar.

–Así que te ha dejado atrás, eh –poco pudo hacer el cortador para cubrir lo que le perturbaban esas palabras–. ¿Qué piensas hacer ahora?

Eustass le miró. Había determinación en sus ojos.

–Conseguir el tesoro, matar a esa panda de cretinos y recuperarle, vivo o muerto.

El capitán pirata sonrió satisfecho.

–Podéis soltarle –se estiró con un movimiento de hombros y se crugió el cuello–. Doctor Q ¿Cómo está Marco?

–Se pondrá bien. Pero no hoy, hip, ni mañana y puede que pasado tampoco, hip. En verdad no lo sé, hip, pero se pondrá bien, hip.

–De acuerdo. Que descanse –a ser posible, hasta que acabara todo ese asunto, no se fió mucho de sus intenciones cuando se les adelantó por la quilla–. ¡Burgués! ¡Toma el timón! Vamos a buscar ese mapa.

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Fue uno de los peores aterrizajes de sus vidas, incluso para los que eran más ancianos de la cuenta. A la vez que se arrastraban, recomponían y recobraban el aliento, entre la desproporcionada, frondosa y musgosa selva que les rodeaba, descubrían que ninguno de ellos había muerto.

–No es por nada, Law –le espetó el profesor, entre bocanadas asfixiadas y con todas las partes de su cuerpo temblando–. Pero cuando yo recomendé dar el mapa y dejar vivir me dijiste que era mejor tenerlo a buen recaudo porque así se lo pensarían dos veces antes de hacer nada.

–Algunos de la tripulación no tienen tanto coeficiente intelectual como para darle a la lógica –se defendió apoyado de manos en sus propias rodillas–. Uno de esos capullos nos habrá disparado.

–No hay tiempo para quejarse –se levantó el capitán– tenemos que encontrar refugio y...

No se pudo mantener en pie. Con un quejido, se agarró el hombro izquierdo; el dolor se extendió por su cuerpo, le hizo hincar la rodilla en el suelo. La mayoría de los presentes se acercó a él con preocupación.

–No me miréis así –dijo, sobre todo al peliverde, que no solo se había lanzado el primero en su ayuda sino que se disponía a asistirle–. Apartad –les alejó de un manotazo–. Estoy mejor que vosotros –se se levantó otra vez, pero no por mucho. El dolor le atacó de nuevo, se llevó la mano a su hombro. Su orgullo le hizo tenerse en pie; aún así se tuvo que apoyar de espaldas en un árbol– Centrémonos en lo importante. D. Monkey –se refirió a Ace–. Saque el mapa.

Ace asintió obediente. Buscó en su bolsillo. Se le fue el color de la cara al encontrar nada más que un misero vacío. Se alteró, registró todo los recovecos de su ropa, asustado. Nada, una nada que le hacía pensar que iba a despertar con un disparo en el ojo.

–No lo tengo –dijo con la boca chica.

–¿¡Cómo!?–gritaron todos.

–¡Se me ha debido caer cuando lo de Marco!

–¿Sabes lo que has hecho? –se lanzó Law a por él– Con razón nos han disparado, ya no le servimos para nada.

–¿Y qué quieres? ¡Haberlo guardado tú!

–¡A mi nunca me hubieseis dejado guardarlo!

–¡Basta! –les detuvo el capitán y recibió otro latigazo de dolor; otro gramo de preocupación por parte del peliverde–. Roronoa, inspecciona la zona y busca algún sitio que sea viable. Estos arboles no nos hacen tanto el apaño como parece. Que te acompañe la señorita. Supongo que ella no se perderá con tanta facilidad como usted.

–Yo también voy –dijo Luffy con predisposición.

–Lo que sea. Váyanse ya.

Zoro observó al capitán de arriba a abajo, se fijó en su palidez, en sus temblores; en su hombro, cubierto por su destrozada y sangrante chaqueta de capitán. El sentimiento de impotencia casi le mata.

–Vivi, Luffy. Vamonos.

Los tres se fueron. Mihawk dejó de contenerse tanto. Se deslizó por el tronco de árbol y se sentó en el suelo. Muy debilitado.

–Trafalgar, preferiría no ponerme en manos de alguien que cambia tan a la ligera de su lealtades, pero como usted mismo expuso, no me queda otra. Necesito que me haga un reconocimiento.

El perlado se acercó, le abrió la chaqueta y la camisa, no tenía buena pinta.

–¿Cuanto hace que ingirió la flor estacional?

–Hace tres días.

–Entonces tiene usted un problema.

–¿Solo uno? –rió con sarcasmo.

–Si hubiese ingerido la flor estacional de rejuvenecimiento sus heridas se curarían antes. Pero con la del envejecimiento se recuperara al ritmo de un humano o especies similares. Quizás la saliva de Roronoa o Vivi le pueda ayudar, pero en su caso no van a hacer milagros.

–Perdón –intervino Usopp– Creo que los aquí presentes nos estamos perdiendo.

–¿Acaso no lo saben?– le preguntó a Mihawk.

–No ha surgido.

–¿El que no ha surgido? –preguntó Sabo.

–El que sepáis que nuestro querido capitán es un yokai.

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–Así que vosotros ya lo sabíais todo.

–Sí. Law se entregó y nos lo contó lo del motín –explicó la chica.

–¿Y porqué no me dijisteis nada? –el tono era de reproche.

–Porque eres un bocazas –le dijo Zoro.

Luffy iba a empezar a discutir pero se dio cuenta de que por mucho que le fastidiara el peliverde tenía razón. Resopló. Las cosas eran difícil de asentarlas en su cabeza. Hacía menos de una hora que los que creía compañeros habían dejado de serlo. Un pinchazo dio con su pecho al pensar en Shanks. Tenía que hacerse a la idea, por más que le angustiara, por más que le doliera.

–Quietos. –les detuvo Zoro–. He oído algo.

Algo que se movía de un lado a otro entre las plantas, que les acechaba.

–¡U2!– gritó Luffy feliz con sus propias deducciones– ¡Has vuelto!

–¡Como mierda quieres que sea esa maldita cría de elefante! –le rugió Zoro– ¡Ni tan siquiera estamos en el mismo continente de galaxias!

–Nos habrá seguido.

–¡No puede seguirnos!

–Por que tu lo digas.

–¡Es de sentido común!

–¡Dejad de gritar! –les regañó Vivi– ¡No sabemos qué es y qué nos puede hacer!

En ese preciso momento, la chica, notó algo justo detrás, giró el rostro. Un sudor frío la recorrió de pies a cabeza al toparse con un esqueleto.

–Perdone, señorita –habló este–. ¿Sería tan amable de enseñarme sus bragas?

–¡Iaaaaaahhhaaaaa!

Vivi saltó a los brazos de Zoro con tanto ímpetu que los dos acabaron tirados entre la espesura.

–¡Waaaa! –se emocionó Luffy más allá sus limites– ¡Un esqueleto que habla!

Un esqueleto que hablaba, vestía con traje raído por el tiempo, sombrero de copa y lucía un pelo más que afro.

–¡Yohoho! En realidad no soy un esqueleto, esa forma me la dio mi creador. En realidad soy un robot.

Ciertamente, si te fijabas no estaba echo de huesos si no de un material parecido al bronce, que por lo que parcialmente se veía también podía oxidarse.

–¡Ahora molas más!

–¡Yohoho! Usted, joven, dice unas cosas que me hacen sonrojar la piel... ¡Solo que yo no tengo piel! ¡Yohohohoho!

–¡Jajajajaja! –se le saltaron las lágrimas de la risa–. ¡Que divertido eres!

Zoro y Vivi no daban crédito.

–¡Oye! –siguió Luffy–. ¡Necesitamos un sitio donde quedarnos! ¿Nos prestas tu casa?

–¡Eso no es lo primero que se le pregunta un extraño! –le reprendieron sus dos amigos.

–Claro –respondió el no esqueleto.

–¡Y tú no dejes pasar a tu casa a primero que pase!

–¡Jajajaja! ¡Que divertido todo!

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La morada donde habitaba el esqueleto robot, el cual se presentó como Brook, era una gigantesca roca con forma de calavera subida en lo alto de una colina. La expedición de ocho personas fue guiada hasta allí, cargando con las pocas provisiones que habían sobrevivido a la caída y al fuego, a parte de algo alargado y envuelto en una manta que solo el capitán sabía lo que era.

–Al menos dígame qué es –le pidió Sabo que era el que llevaba a cuestas y con escuerzo lo que quiera que fuera aquello–. Es bastante grande.

–Cuando nos asentemos lo sabrá –respondió lo más natural que pudo, pero a pesar de que iba apoyado en Zoro para caminar las fuerzas se le iba con el mero hecho de existir. El peliverde se percató de ello.

El interior de la roca era amplio, había espacio de sobra para todos, incluso con el montó de cosas, de muy normales a muy extrañas, desperdigadas por el lugar. Además de un que otro instrumento de música.

–¿Tiene material médico? –preguntó Law– Sería una ayuda para atender a nuestro inválido.

–¡Claro, claro! Por ese rincón tengo algunas plantas muy útiles. Recuéstenlo por aquí –apartó un par de cosas, colocó unos cuantos cojines y puso una manta a modo de cama–. Disculpen el desorden, llevo bastante tiempo solo.

–No importa –dijo el capitán mientras el peliverde le ayudaba, con mucho cuidado, a recostarse. Se contuvo sus propias quejas–. Es más de lo que esperaba cuando desembarqué en este planeta.

Zoro le contempló. Mihawk sudaba demasiado y la palidez empeoraba. El capitán le dedicó una sutil media sonrisa tranquilizadora. El joven yokai le respondió con una mueca. Los dos dejaron de mirarse cuando vieron que el tal Brook los observaba con ternura.

–¿Cuanto hace que estás en este planeta? –preguntó el profesor.

–No llevo demasiado la cuenta, tal vez un año, cinco, diez, veinte, cien, doscientos. Desde que el capitán Roger me dejó aquí no me dio ningún calendario.

Silencio de asimilación.

–¿¡Roger!?–gritaron todos.

–Sí ¿Porqué? ¿Le conocen?

–¡Por eso venimos aquí!

–Buscamos su tesoro.

–¿Sabes dónde está?

–Ah, sí, puedo saberlo. Pero...– se rascó la cabeza–. No puedo recordarlo. No es adrede ¡Yohohoho! Hace tiempo perdí unos de los disco duros de mis recuerdos –se abrió la cabeza para demostrar que efectivamente faltaba un casete en una abertura entre todo un manojo de cables y elementos de ingeniería informática–. Poco recuerdo de los días anteriores al llegar a este planeta.

–¿Conoces a Shanks Akagami? –le preguntó el perlado con el material medicinal en las manos.

–Me suena, me suena –hizo un gesto de iluminación–. No, no se quien es.

–¿Por qué le preguntas por Shanks? – quiso saber Luffy.

–El fue parte de la tripulación de Roger –se sentó al lado de Mihaw y empezó a tratarlo.

Otro silencio de asimilación.

–¿¡Qué!?

–Eso es imposible –le dijo el capitán–. Esta claro que ese rastrero y tramposo de Akagami es humano, si así fuera ahora mismo ya debería haber muerto de exagerada vejez.

–La flor estacional está más accesible de lo que cree, capitán. Sobre todo para alguien con tanta habilidad para moverse en el mercado negro como Shanks.

–Aún así, el radio de acción de flor estacional no es infinito. Por mucho que se ingiera, el efecto rebote le hubiese hecho fallecer como cualquier anciano de su especie.

–Perdonad si os recuerdo que somos muchos aquí –intervino el narizotas– No habléis como si fuerais los únicos dignos de información, por favor.

–¡Eso, eso! –le secundó Luffy.

Law guardó silencio antes de contestar.

–La flor estacional es una planta –explicó Law–. Según el tipo te hace ganar o perder años. Como ya ha deducido nuestro capitán al mando, Shanks la ingirió durante un tiempo; no obstante, pudo dejarla después de que, en dos ocasiones, se sometiera a un experimento a base de esas mismas flores.

–¿Que clase de experimento? –preguntó Ace.

–No sé los detalles. Pero sí que Marco estuvo implicado en la segunda intervención, por lo que deduzco en el la primera fue con otro piloxiano, también un tal doctor Vengapunk. La primera vez, cuando superó la edad de noventa años, Shanks, consiguió restarse unos setenta de manera definitiva. Entre la tripulación se comentaba que fue por eso que perdió su pierna. A la segunda perdió su brazo. El ojo es otra historia –hizo una pausa–. Debéis entender esto. El no lo hizo por un mediocre miedo a palmarla. Lo hizo por el tesoro de Roger.

–¡Pero ese hombre tiene que estar mal de la cabeza! –afirmó Usopp– ¿Ni morir se permite con tal de llegar a ese tesoro?

–Es más que una obsesión para él. No durará ante nada por él.

Ace miró a su hermano pequeño. Luffy se estaba quedando bastante taciturno con la conversación. Le comprendía. El mismo no soportaría oír hablar así de Marco, con unas historias que antes no le hubiese asociado. Recordó lo que le había dicho antes de huir en el bote, se revolvió; no podía parar de darle vueltas a sus palabras, tener cierta esperanza en que fuesen ciertas. Se reprochó, no era momento de hacerse ilusiones tan pueriles, era momento de sobrevivir.

–Law. ¿Está bien que hayas dejado a Eustass allí? –preguntó para cambiar de tema–. Te entregaste a nosotros para salvarle. ¿No crees que su vida está ahora en grave peligro?

El perlado sonrió con acritud.

–No le matarán. Es de Shanks Akagami de quien estamos hablando. Vigilará a Eustass bajo su ala, como un buen rehén al que le hará pensar que no es un rehén.

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Sabo preparó el almuerzo, aunque en realidad era la cena visto que el sol se ponía por el horizonte.

–No lo entiendo –se contrarió el perlado–. ¿Si Sabo cocina de esta manera porque se molestó en contratar a otro cocinero?

–Eso llevo preguntándome yo todo el camino, Trafalgar –contestó Mihawk, en ese momento haciendo esfuerzos por comer solo. Vivi se había ofrecido ayudarle, pero el hombre era demasiado orgulloso. Zoro frunció el ceño, harto de verle así; dejó un lado su cena y le quitó el cuenco y la cuchara al capitán. Con un resoplo removió la sopa y le acercó el cubierto a la boca de el halcón. El oficial casi le manda al carajo, pero la actitud del peliverde fue tan tajante que no le quedó más remedio que comer y callar.

Los demás contemplaron la escena con los ojos como platos y algún que otro rubor. El narizotas carraspeó.

–¡Dejen de reprocharme! –retomó la conversación– ¡Ese indeseable pirata encubierto me pareció un hombre de lo más fiable, agradable, experimentado y limpio! Por cierto, Brook ¿Es fácil encontrar comida aquí? Estas provisiones no nos duraran siempre.

–Sí, profesor Usopp. También agua.

–¿Y carne?

–Lo siento, señor Luffy. Aquí no hay nada parecido a un animal.

–¡Me moriré de hambre!

–Capitán. Aún no nos ha dicho que es eso –señaló Sabo con la barbilla a aquello que tuvo que cargar envuelto en mantas.

Mihwak suspiró.

–Mírelo por usted mismo.

–¡Vale! –Luffy ya los estaba desenvolviendo.

–La de acero oscuro es la mía –explicó el oficial–. Como saben los yokais nos entendemos más con el acero que con los láser. Me pareció conveniente traerlas.

Eran dos espadas. La primera medía más de metro y medio; de filo y dorso tan negro como el alquitrán, con una empuñadura y dos gavilanes ornamentados de un codo cada uno.

–¿Y la segunda? –la sostuvo entre sus manos.

–Para Roronoa. No sé si la señorita sabe usa una espada, pero en la base de la Marina al mando de Hina dejó claro que estaba bien provista de acero.

El peliverde giró su atención hacia las dos armas. Sufrió un paro cardíaco. Luffy sostenía la otra espada entre sus manos, era de un tamaño convencional, curva y estilizada, guardada en una vaina blanca con detalles y guarnición de oro.

–La espada de Kuina –expiró en un susurro.

Vivi, la única que podía entender aquella frase, contempló la espada, se llevó la mano a la boca con un grito contenido.

El híbrido dejó atrás el cuenco y la cuchara; se incorporó raudo y fue a donde Luffy. Con la manos temblorosas recogió el arma de las del chico. Se ahogo en su propio aliento. Despacio, desenvaino para ver la hoja, se reflejó en ella. Tragó saliva.

–Es la suya –dijo con voz queda, temblorosa– Mihawk –se volvió hacia el capitán–. ¿De dónde has sacado esta espada?

–La tengo de hace ya varios siglos –explicó–. Se la compré a un coleccionista de armas.

El joven yokai bajó la mirada a la katana, se perdió en ella. Sus temblores se extendieron por todo su cuerpo. Se mordió el labio.

–Haré la primera guardia.

Salió a paso rápido de la calavera, Luffy intentó seguirle, pero Vivi le detuvo.

–Necesita estar solo.

Observaron como el peliverde llegaba a falda de la colina, donde se sentó cruzado de piernas y con las espada en su regazo.

–¿Qué es esa espada? –quiso saber el profesor.

–Era la espada de una buena amiga nuestra. Murió debido a una enfermedad que siempre ha asolado a los de la familia Ave –se fijó un momento en Mihawk–. Supuestamente, debió haber sido destruida durante el Exterminio.

–Se tratará de un copia –le dijo Law–. No parece una espada común, si estaba registrada en algún sitio es posible que un maestro armero la haya restaurado desde cero.

–Sí, pensado en frío es lo más lógico –ella sonrió con pena–. Incluso para Zoro. Pero la lógica no entiende de estas cosas, no entiende del Alma.

–¿Alma? –preguntó Sabo.

–El Alma de todas las cosas. Es una creencia yokai muy antigua. Cada persona, cada animal, planta o objeto tienen alma, un sentimiento inmortal e incorruptible. Zoro no es especial devoto de esto, pero yo misma siento que el Alma de Kuina ha vuelto con él.

Mihawk miró de reojo la boca de la calavera por donde había salido Zoro. La herida empezó a dolerle más.

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Permaneció sentado bajo el manto de estrellas de la noche; a su espalda la calavera, a su frente la selva. Nadie le juzgaba, nadie le acompañaba. Salvo esa espada. La sostuvo en vertical y apoyó su frente en la empuñadura. La expresión de su cara se contrajo de la pena, cerró los ojos, pero ello no pudo contener sus tibias lágrimas. Agradeció desde lo más profundo de su ser aquel reencuentro, que le hubiesen devuelto a su amiga, su compañera. Se prometió a si mismo que, junto a ella, antes moriría en ese planeta que volver a sentir que perdía a alguien. Los protegería. Le protegería.

 

Continuara...

Notas finales:

Y hasta aquí la novena tanta. La próxima será la decima, con los tres capítulos finales y el epílogo.

Antes dije que esta vez he podido mimar un poco más el MarAce (tiene más detalles e incluso escenas nuevas), pero tambíen estoy contenta de poder haber mimado tambíen el Mizo, la anterior versión tambíen se preocupaban el uno por el otro, pero al mismo nivel que lo pueden hacer dos amebas en comparación, que los dos son serios e increbrantables pero tambíen tienen sentimientos xD

En fin, como veis la historia se ha vuelto a encarrilar a la peli, espero que eso no merme vuestro interés, aun quedan sorpresas. En cualquier caso. Con estos tres últimos que habéis leido, espero que la espera os haya valido la pena ;)


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