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Sesión ocho

 

 

“Pero—dirá alguno—, ¿dónde estaba el ángel custodio de Tess? ¿Dónde la providencia de su inocente fe? Tal vez, como aquel otro dios de que hablaba irónicamente Elias el Tisbita, estaría charlando, o haciendo alguna otra cosa, o de viaje, o durmiendo y no lo pudieron despertar.

¿Cómo era que sobre tan bello tejido femenino, sutil como la gasa y tan blanco como la misma nieve, iba a trazarse una forma tan tosca como la que estaba destinado a recibir? ¿Por qué ha de ser tan frecuente que corresponda así lo más grosero a lo más delicado, el hombre malo a la mujer buena, y al hombre bueno la hembra mala? Muchos miles de años de análisis filosófico han fracasado en el intento de explicar nuestro sentido del orden. Podría, ciertamente, admitirse que en el fondo del presente desastre se vislumbrara la posibilidad de una compensación.

 

—Es un…traidor—digo despegando mis ojos del libro—. Le ha rogado por su confianza y la traiciona en cuestión de segundos, es un…es un cabrón de lo peor.

—¿Eso crees? —pregunta sonriendo— Porque pienso que Tess también deseaba que eso pasara, por qué iba a subir a su caballo si no.

—¿Cómo que por qué? ¡La estaban atacando! —contradigo.

—Correcto, pero era capaz de volver sola. No veo más que una mujer con deseos reprimidos tratando de ser liberados. Tal vez sus constantes rechazos eran una simple orden de su amaestrado cerebro que no hacía sino pensar que una doncella no debía aceptar tales insinuaciones.

Qué carajos

—No, no lo creo—le digo tratando de hacerlo entrar en razón.

La hora de la lectura era el único momento en que tenía permitido hablar con total libertad. De hecho, era reprendido si trataba de sólo darle la razón. Quería mi opinión real, le gustaba discutir sobre la trama y evaluar mis argumentos. Así que continué:

—Tess era pura, y fue arrojada a su verdugo por sus propios padres. Eran ellos quienes debían protegerla y no al revés; no es justo que tuviera que sacrificarse todo el tiempo por una familia que no decidió tener. En esta historia hay un sinfín de culpables, pero entre ellos no está Tess. Tal vez fue Alec, tal vez fueron sus padres, o tal vez fue la ignorancia de la sociedad por condenarla a ella. Es demasiado injusto.

—Pudo ser diferente, de aceptar la propuesta de Alec, Tess no tendría que haber pasado por todos esos inconvenientes.

—No puedes aceptar nada de una persona así,  le hizo daño, la violó y la dejó allí tirada como un trapo viejo. Arruinó su vida.

—Se arrepintió e incluso rogó su perdón años después.

— ¡Oye!  No hemos llegado a esa parte—reclamo.

—Tienes razón, lo siento,  lo olvidé—miró su reloj—. Lástima que se agotó el tiempo: Es hora de preparar la cena, continuaremos mañana.

Aquí terminaba mi libertad de expresión.

Había sido un buen día; Minho estaba de buen humor. Había ocasiones como esta en las que incluso si cometía un error él parecía ignorarlo, en cambio, tenía días irritables en donde dejar una arruga en la cama lo dejaba hecho una furia y a mí con un golpe nuevo.

 

 

 

Estaba por cumplir un año en la cabaña el día que Minho me permitió salir. Me encontraba estudiando cuando apareció por la puerta y me pidió que lo acompañara a afuera. Creí que bromeaba o que había escuchado mal, así que permanecí en la cama sin moverme y me atreví a preguntar:

—¿Quieres…tú… quieres que vaya afuera contigo?

—Sí, ¿eres sordo acaso? —me arrojó uno de sus abrigos y unas botas de goma—.Ponte esto.

Me arrastró del brazo en cuanto terminé de colocarme las botas y me soltó una vez que salimos. Cerré los ojos al sentir el aire fresco golpearme el rostro. Quería llorar de la emoción; un año entero sin poder sentir el sol chocando en mi piel y dejar atrás el olor a detergente que siempre había en la cabaña. El placer que me provocaba estar afuera era indescriptible. Volvió a empujarme cuando vio que no avanzaba, pero yo solo quería observar todo alrededor.

Trastabillé un par de veces por no poner cuidado donde pisaba. Era un día soleado, y todo estaba cubierto de nieve; los ojos me lloraban un poco por tanta luz, tan sólo acerté a ver que estábamos en un claro del bosque, y yo estaba maravillado de poder salir.

Mi cuerpo temblaba de frío, la nieve me llegaba a los tobillos y traía puesto un pantalón de tela delgada.

Vista desde fuera, la cabaña parecía un lugar lindo y acogedor, rodeada de altos árboles y el techo cubierto de nieve. Era como la típica casa de la abuela que suelen poner en las películas. Cualquiera ignoraría los horrores que se vivían ahí dentro.

Antes de que pudiera seguir explorando me obligó a ponerme de rodillas junto a la cabeza de un ciervo. Aún sangraba por el orificio que tenía en la cabeza así que aparté la mirada y la volví hacia Minho como preguntando de qué se trataba todo esto. Soltó un largo suspiró y me dijo:

—Escucha, la última vez que fui a la ciudad compré un par de libros para aprender a curar la carne y hacer conservas de alimentos. Es mejor para nosotros ser autosuficientes, y que mejor que alimentarnos de la naturaleza que sigue siendo pura y no ha sido profanada por el hombre. Además, no me gusta tener que dejarte aquí para ir a la ciudad.

»Ahora viene la parte que no te gusta. Verás, en ocasiones voy a necesitar tu ayuda con algunos animales, como hoy. Quiero que te coloques en el otro extremo y sujetes muy fuerte las patas traseras y las mantengas separadas mientras yo lo destripo. ¿Has entendido? Sé que sientes un empedernido amor hasta por el animal más feo de la tierra pero a veces hay que hacer sacrificios.

 

Gran parte de la emoción por haber salido se había esfumado. Tenía razón, sentía un desmedido amor por los animales, solía pedir perdón por matar alguna cucaracha, y sólo lo hacía porque mi miedo hacia ellas era aún mayor. Quería llevarme cualquier perro abandonado a mi casa, pero no tenía espacio, así que me limitaba a cargar con un costal de comida en el maletero para poder ayudarlos un poco.

Minho seguía esperando a que cumpliera la orden, mas yo no podía apartar la vista de los ojos vidriosos del ciervo.

—Apresúrate—ordenó—, no tengo todo el día.

—Minho…tal vez yo... yo pueda ayudarte con otra cosa o…

—No está en consideración, Key. Haz lo que te dije.

—Es que no sé si pueda hac-

—¡Es una maldita orden, Key!

El enorme cuchillo en su mano derecha lo volvía más aterrador. Me arrastre hasta adoptar la postura adecuada y acerqué mis manos temblorosas al animal. Sentía las cálidas lágrimas resbalar por mis mejillas mientras Minho hincaba el cuchillo como si se tratase de mantequilla.

Repetí “lo siento” una y otra vez en mi cabeza cuando percibí el olor metálico de la sangre. Minho tarareaba alegre y se mantenía concentrado en su labor de destripamiento.

Como el tiempo se estaba haciendo eterno, decidí dedicarme a observar todo con más detalle: todo estaba rodeado de abetos, que tenían las ramas repletas de nieve y eran tan altos que no podía ver si había otras montañas. Tampoco vi ninguna carretera, pero tenía que haber algún punto de acceso cerca. Había un río a la derecha de la cabaña, donde estaban los bancales, y al pie de una suave colina, supuse que era de ahí donde sacábamos el agua.

 

Mientras yo seguía sujetando las patas del ciervo, él hurgó en el corte y sacó con cuidado la bolsa del estómago, más o menos del tamaño de una pelota de playa, y la depositó en la nieve. En uno de los extremos, todavía seguía sujeta por una especie de cordón umbilical, por debajo de la caja torácica. Extrajo el cuchillo del cuello, que se resistió a salir por un segundo antes de desprenderse con un ruido seco. A continuación volvió a removerle las entrañas con el cuchillo y extrajo lo que parecía el corazón y las otras vísceras del ciervo. Los soltó junto al estómago como si fueran basura. El olor a carne cruda me provocó una arcada biliosa en la base dela garganta, pero logré reprimirla.

—Minho, voy a vomitar —advertí.

—No—respondió duro—. No a menos que quieras tragarte toda esta sangre como recompensa. Ahora quédate aquí.

Desapareció en el interior de un cobertizo de grandes dimensiones que había junto a la cabaña. No hubo tiempo siquiera de pensar en huir; volvió al cabo de unos segundos con una sierra mecánica y un trozo de cuerda. Me quedé sin respiración al verlo arrodillarse junto a la testuz del ciervo. El silencio que reinaba en el bosque se quebró con el ruido de la sierra al traspasar el cuello del ciervo. Quería apartar la vista, pero no pude, estaba estupefacto. Dejó la sierra en el suelo, recogió el cuchillo y se desplazó a mi lado. Me estremecí cuando quiso tocarme, lo que provocó su risa, pero sólo quería quitarme las patas del ciervo de la mano. Usó el cuchillo para practicar un agujero a través del tobillo, justo por detrás del tendón de Aquiles de ambas patas, y pasó la cuerda a través del orificio.

Llevamos el cuerpo del ciervo a rastras hasta el cobertizo, cada uno sujetando las patas delanteras. El cadáver había dejado un reguero de sangre a nuestras espaldas. Nunca olvidaré la imagen de la cabeza, el corazón y las otras vísceras de aquel pobre ciervo a la intemperie helada. Había dejado una parte de mí también, como con cada castigo de Minho, algo por dentro moría y me decía que no habría marcha atrás.

El cobertizo estaba hecho de sólido metal, y había un congelador enorme junto a una de las paredes. Algún aparato que supuse un generador zumbaba con insistencia al fondo.

Arrojó la cuerda atada a las patas traseras del ciervo por encima de una viga del techo, y luego los dos tiramos de ella hasta que el cuerpo quedó suspendido en el aire.

—Continuaré yo solo más tarde, vamos adentro—dijo tomándome del brazo.

Una vez dentro de la cabaña, me permitió descansar por unos minutos, y yo me mantuve tiritando en uno de los taburetes del comedor, pues estaba manchando de sangre por todas partes y no quería recibir una paliza por haber ensuciado la cama. Sentía que las lágrimas se habían congelado en mis mejillas, pero no podía limpiarme estando empapado de sangre. Cuando vi que Minho salía del baño me atreví a preguntar:

—¿Puedo lavarme, por favor?

—¿Es la hora de tu baño?

—No, pero…

—Entonces no hagas preguntas estúpidas.

Tuve que soportar todo el día bañado en sangre, reprimiendo las náuseas y los escalofríos que esta me causaba.

Y en la noche, mientras Minho entraba en mí una y otra vez, me susurró que había sido muy valiente.

 

Ojalá hubiera podido conservar mi cobardía.

Ojalá hubiera tenido elección

*-*-*-*-*

Cada cierto tiempo, me miento a mí mismo haciéndome creer que estoy bien. Intento convencerme que estoy saliendo de este agujero, entonces despierto y puedo ver qué tan profundo he caído.

Esto siempre pasa; crees que has recuperado tu vida, te dejas engañar por esa minúscula felicidad instantánea que llena tu cuerpo y, de repente, estás cerrando las cortinas de nuevo, la casa permanece en silencio y los sollozos son sofocados contra la almohada.

No quiero más pastillas. No quiero un aumento en mi dosis de medicamento cada vez que voy con el psiquiatra.

Ya olvidé cómo ser feliz, apenas y recuerdo la sensación de despertar con una sonrisa, con una caricia, con un beso…

Mi vida se ha convertido en una lucha constante por mantenerme a flote. Quiero terminar con este dolor, sólo quiero que alguien venga y lo arranque de mi pecho de una vez por todas.

No tengo arreglo; siento hacerla sentir impotente. Siento que no pueda repararme.

Sigo arruinando la vida de los demás, siguen pensando que es cuestión de tiempo, que tendrán a su Kibum de nuevo, pero no pueden entenderlo.

No pueden entender cómo es que alguien extirpe cada pieza que hay en ti y lo convierta en pedazos frente a tus ojos.

Cómo les hago entender que a veces uno muere por dentro, y lo único que ellos pueden ver es la envoltura. No hay nada dentro. Todo se pudrió.

Cada minuto en esa cabaña fue matando poco a poco lo que había en mí. Acabó con todo.

Al igual que Tess, yo tampoco tuve un ángel guardián. No hubo nadie que impidiera mi suplicio.

Sigo caminando, doctora, pero no logro ver la luz: mi túnel no tiene final. 

Notas finales:

Y... ¿les gusta? ¿no les gusta? ¿aburre? ¿emociona? 

Me gustaría saber su opinión. 


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