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Nadie te encontrará por Tris

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Vi su rostro inquietarse la última vez, doctora, y lo lamento. Siento que lo que tengo que contarle sea tan horrible todo el tiempo, pero usted tenía razón, es necesario sacarlo. También es difícil para mí recordarlo, revivir cada escena que permanece grabada en mi mente, y hago un esfuerzo al venir aquí cada vez a soltar una parte de mi tortura.

Había tantas personas dispuestas a “escucharme” cuando volví, pero mantuve todo para mí,  los demás saben la historia del noticiero, quizá los chismes que alguien inventó todos creyeron o incluso tienen su propia versión. No lo sé. No sé en cuántas de esas versiones sea yo el culpable de todo, el asesino. Ya no me importa más. Yo sé bien lo que pasó, y sé cuánto luché para lograr estar aquí ahora, así que a la mierda con la gente que murmura a mis espaldas y a la mierda con los compañeros de trabajo que no apartan las miradas para disimular que soy el protagonista de su plática.

Usted y yo sabemos la verdad, y eso es suficiente.

 

*-*-*-*-*

Cuando por fin se detuvo mi llanto, permanecí en silencio observando el bosque. Empezaba a oscurecer y el viento se volvía cada vez más fresco, chocando con mi piel, haciéndome estremecer.

Miré de nuevo a Minho, y me acerqué con cuidado, puse mi mano en su rostro y con un rápido movimiento, le cerré los ojos. No por respeto, sino por temor, por repulsión, porque odiaba esos ojos que me obligaban a verlo cada noche mientras tomaba mi cuerpo, cuando me hacía sostener la vista con él en sus estúpidos reclamos.

Revisé sus bolsillos, encontrando lo que buscaba, sus llaves. Tomé también el reloj, que me trajo un sentimiento de libertad, pues después de un año y medio, podía saber la hora por mí mismo.

Quise volver a la cabaña, pero sabía que no estaría tranquilo mientras él continuara aquí, tan cerca. Guardé ambas cosas en mi pantalón y me coloqué detrás de su cabeza. Me incliné un poco y, respirando hondo para tomar valor, lo arrastré de los hombros. Apenas un par de metros después, tuve que soltarlo para descansar. Iba a llevarlo al cobertizo, lo encerraría y entonces yo estaría más tranquilo, pero era demasiado pesado, y yo había perdido algo de paso, lo que no ayudaba mucho.

Respiré un rato más, hasta que me sentí de nuevo listo para seguir. Esta vez tuve que acercarlo más a mí, así que cerré los ojos con fuerza mientras lo rodeaba con mis brazos para arrastrarlo, seguí caminando hacia atrás, entonces tropecé y gran parte de su cuerpo cayó sobre mí. Grité y me retorcí desesperado, tratando de sacarlo de encima, me arrastré de espaldas, poniendo la mayor distancia posible e intenté calmarme, diciéndome que no podía hacerme más daño, pero seguía paralizado del miedo.

Cuando por fin logré meterlo en el cobertizo, me apresuré a cerrar la puerta y buscar la llave entre las tantas que había, lo conseguí después de varios intentos y regresé a la cabaña. Seguía mirando sobre mis hombros cada tanto, para asegurar que nada venía tras de mí.

Tenía que hacer pis, consulté el reloj y me di cuenta que faltaban quince minutos para poder ir al baño, después pensé que no tenía que esperar más, que todo aquello había terminado, así que  entré al baño dispuesto a mear, lo que no ocurrió. Mi cuerpo se negaba a evacuar, por más que me ordené hacerlo, no sucedió hasta pasados los quince minutos, entonces no hubo problema.

No le di demasiada importancia, pues era obvio que mi cuerpo estuviera acostumbrado al horario.

Lavé la sangre en mis manos y me eché a la cama. Creí que no lograría dormir más de cinco minutos, pero el esfuerzo de llevar a Minho debió agotarme lo suficiente para dormir varias horas. Había amanecido cuando desperté.

Lo primero que pensé fue en Hyun-Su. Pensé en que seguía allá afuera solo, tenía que encontrarlo.

Guardé las llaves en mis pantalones y me dispuse a buscarlo. Inspeccioné cada centímetro alrededor de la cabaña, con la esperanza de que algún bulto de tierra delatara su ubicación, pero todo parecía normal. Revisé cerca del río, entre los árboles, incluso escarbé con mis manos la tierra blanda del jardín que rodeaba la cabaña.  El único lugar que hacía falta era el cobertizo.

Al abrir la puerta me golpeó el olor nauseabundo de su cuerpo en descomposición, estaba rodeado de moscas y tuve que obligarme a respirar por la boca para soportar el hedor. Me acerqué al congelador temblando de nervios, y saqué todo lo que allí había: mi hijo no estaba ahí.

Me carcomía la mente pensando qué pudo haber hecho con él, adónde se llevaría su cuerpo, pero ninguno de pensamientos daban respuesta.

Descubrí un kit de primeros auxilios y otra caja de tamaño mediano con un pequeño candado. Golpeé el candado con una herramienta para autos hasta abrirlo y encontré dentro fotografías mías. Yo en el parque, en la escuela, en la entrada de mi departamento, cenando, en la cafetería, todo tipo de fotos, y debajo, había un cartel de se busca con una foto en blanco y negro y el nombre Kim Kibum en letras mayúsculas.

Tomé una pequeña mochila del cobertizo y regresé a la cabaña; bebí agua y me enjugué la cara, rompí todos los candados de los gabinetes y encontré un par de barras nutritivas que guardé en la mochila, junto con un termo de agua. Doblé la manta de Hyun-Su y un pequeño oso que adornaba su cesta.

 Me adentré nuevamente en el bosque, tenía que encontrar la furgoneta, Minho no podía haberla dejado demasiado lejos de la cabaña, pero  quizá estuviera cerca de alguna carretera.

Al cabo de unos quince minutos, salí del bosque y me encontré con una vieja carretera de tierra. A juzgar por los baches y la ausencia de huellas de neumático, hacía mucho tiempo que nadie pasaba  por ahí. Miré alrededor en busca de alguna señal del automóvil, seguí caminando hasta dar con una vuelta en la carretera, y divisé cerca una pared de ramas y arbustos secos. Al pie, un trozo de metal relucía bajo el sol. Arranqué los arbustos con desesperación: tenía ante mis ojos la parte de atrás de la furgoneta.

Entré apresurado, pues sólo quería salir de ahí de una vez por todas. Inserté la llave y giré intentando encender el coche, pero nada ocurría.

Por favor, recé, por favor, enciende.

Estaba sudando a mares y las manos me temblaban de desesperación. Bajé de la furgoneta y abrí el capó. Enseguida vi que el cable de la batería estaba desconectado, lo conecté de nuevo y volví a intentar arrancar la furgoneta. Esta vez encendió al instante y el sonido de la radio me hizo pegar un salto en el asiento. Me llevé una mano al pecho y respiré profundo, pensando en que todo iría bien. Una vez pasado el susto, sonreí al escuchar la voz del locutor de radio, hacía tanto que no escuchaba nada más que silencio y ordenes, que fue simplemente liberador.

Di marcha atrás con la furgoneta, recorrí la pequeña carretera, pasé por encima de algunos árboles y me incorporé a la carretera principal. Hacía mucho tiempo que no conducía, así que me costó trabajo bajar de la montaña. Al cabo de media hora, la tierra se transformó en asfalto y, unos veinte minutos más tarde, la carretera empezó a discurrir en línea recta.

Unos minutos más tarde, llegué a un pueblo, divisé una cafetería, una gasolinera, un supermercado y un par de restaurantes. Seguí avanzando hasta que a lo lejos observe una patrulla de policía y, tan sólo un par de metros más lejos, se encontraba una comisaría.

 

Detrás del mostrador una mujer revisaba su teléfono concentradamente, y no pareció notar mi presencia hasta que hablé.

—Disculpe—nada, su teléfono era más importante aún. Carraspeé—Disculpe, señorita.

Alzó la vista algo disgustada, y levantó una ceja en modo de pregunta.

—¿Sí?

—Yo…am…creo, creo que necesito un  policía—estaba muy nervioso, su mirada escrutadora no ayudaba en nada.

—¿Crees? —preguntó.

—No, bueno, necesito hablar con un policía.

—De acuerdo—dijo. Tomó su teléfono y marcó, la escuché decir lo espero aquí y después colgó—.Toma asiento.

Permanecí de pie retorciéndome las manos, hasta que un hombre un poco mayor que yo apareció, iba bien vestido y tomaba café. Se acercó y me ofreció su mano

—Soy el agente Chae Hyungwon, mucho gusto. Acompáñeme, por favor.

Lo seguí hasta una oficina que se encontraba en el fondo del pasillo, me hizo tomar asiento y continuó bebiendo de su café, sin ningún apuro. Guardó un par de documentos en su escritorio y después pareció recordar que yo seguía ahí.

—Y dígame, ¿cuál es su nombre? —preguntó tomando asiento.

—Kim Kibum

Abrió los ojos como platos y derramó un poco de su café al ponerse de pie de un salto, boqueando un par de veces.

—Espere aquí—dijo—.Tengo que llamar a alguien.

Salió del despacho apresurado, escuché sus pasos alejándose cada vez más, y después un par de voces susurrantes hicieron eco en el pasillo. Los pasos volvían, logré verlo fuera de la oficina dando vueltas mientras hablaba por teléfono, se encontró con mi mirada y la apartó, como si no quisiera que fuera tan evidente que era el protagonista de su plática.

Llegó alguien más y entraron juntos. Después de observarme un segundo el hombre extendió su mano hacia mí y se presentó:

—Mucho gusto, soy el sargento Yesung

—Kim Kibum—repetí.

—Verá, Kibum, necesito que nos acompañe un momento para hablar en privado con usted, ¿le parece bien?

—Supongo

—Bien. Si hace el favor de seguirme.

El hombre hablaba arrastrando las palabras, como si tuviese miedo de equivocarse y decir algo mal, y volteaba cada pocos segundos para comprobar que iba tras de él.

Entramos a un cuarto no muy grande con un espejo de gran tamaño en una de las paredes. Había una mesa sencilla de madera y un par de sillas.

Sin dejar de observar el espejo, al momento de sentarnos pregunté:

—¿Hay alguien ahí?

—Bueno, ahora mismo no lo hay—dijo Yesung.

—¿Pero lo habrá? —insistí.

—Es  el protocolo.

Negué con la cabeza y señalé con la cabeza la esquina superior derecha

—¿Qué hay de la cámara?

—Toda la conversación debe grabarse en audio y en vídeo, joven Kim—explicó

—No.

—Lo lamento, es que son las reglas.

—No, tendrán que apagarla.

—Verá que no recordará que está allí, joven. Necesito hacerle unas preguntas, ¿de acuerdo?

No respondí, pero aun así asintió diciendo Okey y me regaló una sonrisa.

—¿Es usted Kim Kibum, el profesor de inglés que desapareció hace más de un año?

Permanecí callado mirando hacia la cámara. Pasaron unos dos minutos, y cuando se dio cuenta de que no iba a desistir, hizo una señal con la mano al agente Chae, este salió del cuarto y regresó unos minutos después, y ahora la lucecita roja de la cámara había desaparecido.

—Bien—dijo el sargento—¿Eso está mejor?

Asentí.

—Tenemos que dejar la grabadora encendida, sin ella no podemos tomarle la declaración—explicó—. Volvamos a empezar, ¿sí? ¿ Es usted Kim Kibum, el profesor de inglés que desapareció hace más de un año?

—Sí ¿dónde estoy?

—¿No lo sabe?

—Por eso se lo estoy preguntando.

— Estamos en Taebaek, a tres horas de Daegu.

No estamos tan lejos, pensé. En ocasiones imaginé estar fuera de corea.

—¿Por qué no me cuenta cómo es que llegó aquí?

—Bueno—comencé—, yo estaba en mi trabajo cuando ese hombre llegó…

—¿Qué hombre?

—¿Lo conocía?

Las dos voces hablando a la par me dejaron unos segundos confundido, después respondí:

—No, no lo conocía. Él entró a mi salón de clases, tenía un arma.

—¿Cómo era el arma?

—No lo sé.

—¿No vio el arma?

—No

—Continúe.

—Me llevó hasta su auto y me obligó a subir.

—¿Cómo era?

Suspiré desesperado antes de contestar

—Es una furgoneta.

—¿La había visto antes?

—No.

—¿Recuerda la marca?

—Es una Dodge, caravan creo, color beige, es todo lo que sé. Miren, ese hombre llevaba tiempo vigilándome, sabía cosas sobre mí…

—¿Pero dice que no le conoce? ¿No era, de casualidad, un muy antiguo amigo, algún ex resentido o algo por el estilo? ¿Alguien con quien pudo haber hablado por internet?

—No, ya se lo he dicho.

—¿Quiere decir que lo eligió al azar, sólo porque sí?

—No estoy tratando de decirle nada, no tengo ni una maldita idea de por qué me escogió a mí.

—Intento ayudarlo, Kibum, pero para hacerlo necesito saber toda la verdad.

—¡Estoy diciendo la verdad! —grité poniéndome de pie.

—Joven, cálmese, por favor.

Derribé la mesa y el bulto de papeles que se encontraban arriba. Me alejé de ellos y seguí gritando.

—¡No diré nada más hasta que me traigan a unos malditos policías de verdad!

—Kibum, tranquilícese

—Largo de aquí, quiero unos putos policías que sirvan.

—De acuerdo, sólo cálmate.

Ambos abandonaron la habitación y yo me arrepentí por haber tirado todo de esa manera, incluso había roto una taza sin darme cuenta, y el piso estaba manchado de café. Volví a colocar la mesa en su lugar y deposité los papeles en orden, como una manera de disculparme.

Al cabo de un rato entró el agente Chae, parecía muy nervioso, se acercó con cuidado a la mesa y recogió los papeles.

—Enseguida vendrá alguien más a hablar con usted—dijo, y se marchó deprisa. No tuve tiempo de disculparme.

Me senté de nuevo y recargué la cabeza en mis brazos cruzados sobre la mesa, mientras un par de lágrimas se escapaban de mis ojos. No quería dar lástima, quería ser fuerte, pero las fuerzas abandonaban mi cuerpo. 

Cuando ya no pude más, me eché a llorar. 

Notas finales:

Una disculpa enorme. No tengo excusa. 

Esta vez, aunque es cierto que no tengo mucho tiempo, me ganó la pereza, y lo siento. 

No iba a subir nada hoy, porque no he revisado este capítulo y me parece demasiado sencillo, pero también ya me pareció mucho la espera, así que mejor esto que nada. 

Bueno, nos seguimos leyendo

Bye. 


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