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Locura por mi todo por 1827kratSN

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Tsuna se quedó mirando algo muy singular para él: a Kyoya, quien por alguna razón se había quedado dormido en el suelo. Mejor dicho, él sabía por qué ocurrió eso, pero aun así era raro verlo dormir tan a gusto en el incómodo suelo. No lo culpaba porque aquel alfa lo había cuidado todos esos días y suponía no durmió bien ni cómodo, debía estar sumamente cansado; a más de eso, ni bien Aiko llegó a casa se aferró al alfa y no quiso separarse de él. La pequeña tenía muchas energías como era normal a esa edad y el pobre azabache tuvo que seguirle el ritmo a pesar del agotamiento hasta que terminaron así: en el suelo.

Aiko se mantenía calmada jugando con su patito amarillo o con la pequeña avecilla que revoloteaba por los alrededores, pero no se separaba mucho del alfa que estaba recostado cerca de ella. Gateaba a veces para acercarse o alejarse del azabache, jugaba con los peluches, balbuceaba o gritaba y Kyoya parecía no reaccionar más de lo necesario ante esos estímulos. El pobre dormía como un tronco, por eso Tsuna estaba analizando si debía o no despertarlo para que fuera a su habitación y lo dejara cuidar a Aiko. Pero se veía tan tranquilo así.

 

—Entonces, aquí será.

 

Confiaba en que Aiko no se movería mucho ni haría travesuras, así que subió a prisa para buscar una manta adecuada y una almohada entre sus cosas. No iba a despertar al alfa que estaba rendido en medio de la sala, pero al menos podía darle algo de comodidad. El castaño se esforzó mucho en hacerlo con cuidado, cubriéndolo con la manta hasta el pecho y sujetando la cabeza ajena para ubicarla encima de la almohada. Cuando terminó se sintió satisfecho ya que de esa forma el azabache no se enfermaría.

 

—¿Estás feliz? —miró a la pequeña que le sonrió en respuesta mostrando esos pequeños dientes blancos de conejo que tenía—. Yo también.

—Papa —Aiko señalaba al azabache mientras gateaba para acercarse a este.

—No lo despiertes, ¿vale? —le susurró y se sentó para vigilar a la pequeña.

 

Jugó con Aiko durante largo rato, haciéndola reír con cosquillas o manipulando los peluches para que bailaran, fingió beber una tacita de té junto con la pequeña, siempre vigilando que Hibari siguiese descansando a pesar de los murmullos que daban. El azabache se removió un par de veces para cambiar de posición o sacar sus brazos fuera de la manta, pero siguió dormido por completo y eso era raro pues desde un inicio Tsuna supo que el sueño del alfa era ligero y su oído muy agudo. De verdad debía estar muy cansado como para bajar la guardia de esa forma.

 

—Usted será un gran padre, Hibari-san —susurró antes de mirar a la pequeña—. Y tú, pequeña bolita de azúcar…, ámalo tanto como él te ama a ti —sonrió antes de apretar las mejillas de la bebita.

 

Llegó un punto en que Aiko bostezó en señal de estar cansada y Tsuna quiso llevarla a su cuarto para que durmiese, pero ella se negó y armó pataleta hasta que la dejaron en el suelo. Aiko gateó cuidadosamente hasta el alfa quien apenas dio un murmuro y elevó su mano, misma que la pequeña sujetó para al fin alcanzar al azabache. Tsuna fue testigo de cómo el alfa acercaba a la pequeña hasta que ésta se trepó a su pecho, todo sin abrir los ojos siquiera. Vio a ese par acomodarse, a Aiko murmurar algo antes de recostar su cabecita en el pecho del alfa y a Hibari rodearla con su brazo para seguir con su siesta.

Tsuna estaba consciente de que tal vez fue el único humano que vio en esa pequeña interacción, el amor real entre un padre y una hija que ni siquiera compartían la misma sangre… y sonrió.

 

—Definitivamente un buen padre.

 

Tsuna acomodó la manta y trajo una extra para cubrir a la pequeña que poco a poco se quedó dormida encima de Hibari como cuando apenas era una bebita de pocos meses, la escuchó suspirar y la vio restregarse la boca antes de volver a dormir. Los vigiló un largo rato, certificó que ambos estaban a gusto y se relajó para fijarse en más detalles de los que notó hasta el momento.

Se fijó especialmente en aquel alfa.

Sólo fue un observador hasta que se arriesgó a estirar su mano para tocar la piel un poco pálida de aquel hombre y quitare el cabello de la frente. Lo miró fijamente antes de atreverse a acariciarlo un poco más de modo que deslizó sus dedos por la mejilla y esa quijada que se removía a veces.

Deslizó sus dedos por los cabellos del alfa, miró el lado más pacífico de esa bestia.

Tenía que reconocer que Hibari era atractivo en muchos aspectos diferentes y que tal vez él era el único que pudo ver muchos de esos aspectos. El alfa era un protector instintivo, se lo había demostrado en muchas ocasiones cuando cuidaba de Aiko o cuando priorizaba la seguridad de los betas que trabajaban con él, incluso con I-pin cuando ella legaba de visita y buscaba confort en Kyoya. También era un padre ejemplar, lo había visto durante esos meses, y estaba seguro de que cualquiera estaría encantado de darle hijos. A eso debía sumarle el aspecto físico que destacaba, pues esos ojos azules podían hipnotizar a cualquiera y ese porte altivo daba la sensación de seguridad. Además… Hibari podía ser muy dulce y amable… o muy infantil y caprichoso.

 

—¿Quién lo diría? —murmuró antes de sentarse correctamente junto a padre e hija—. Así que existen alfas así.

 

Fue en un momento cuando estaba por dejar a ese par dormir en paz, que percibió como Aiko se resbalaba hacia el lado opuesto de donde él estaba sentado. Tsuna se precipitó agitadamente para sujetar el cuerpecito de su pajarillo para que no cayera estrepitosamente y la acomodó junto al alfa para que este la rodeara con su brazo izquierdo. Lo hizo con cuidado de no caer sobre el alfa y tratando de no hacer ruido. Lástima que su brazo de soporte tembló y se dobló haciendo que terminara recostado encima de Hibari.

¡Genial! Tanto cuidado para nada.

Escuchó el murmullo del azabache, murmullo que quiso decir algo, pero que no entendió. Tsuna quiso alejarse, pero cuando intentó levantarse sintió el brazo libre de Hibari rodearle la cintura. Se tensó, ¿cómo carajos se iba a zafar de eso? Es más, ¿por qué Hibari no se despertó con todo ese ajetreo? Podría ser que entre sueños lo confundió con Aiko, podía ser una posibilidad muy acertada, así que intentó deslizarse suavemente hacia un lado hasta que el brazo del alfa lo soltara. Cosa que no funcionó. También pensó en hablar y pedirle en susurros que lo soltase y aclararle que no era Aiko… pero le daba pena el despertarlo.

Así que se quedó ahí.

Seguramente el alfa lo soltaría en cualquier momento y así podría escapar…, pero los minutos pasaron contados por las respiraciones de Aiko quien era acunada por el otro brazo del alfa y los latidos serenos que escuchaba en el pecho de Hibari. No hubo liberación perceptible. Genial. ¿ahora que iba a hacer? ¿Dormir también? Pues al parecer su cuerpo le traicionó y sí… se quedó dormido en algún momento.

 

—Ugh… ¿Qué hora?

 

Kyoya despertó confundido por ver su sala algo más oscurecida de lo que recordaba, suspiró, se había rendido al agotamiento por el desvelo de esos días. Pestañeó un par de veces antes de fijarse en el entumecimiento de sus dos brazos y elevó su cabeza para detectar a quienes lo usaban de almohada. A su izquierda notó los cabellitos de Aiko adornados por una pequeña horquilla arreglada con una flor, estaba aún dormida y succionaba algo invisible, seguramente recordando su mamila. Y a su izquierda diferenció los cabellos revoltosos del castaño con el que convivía, quien dormía plácidamente y lo abrazaba por el abdomen.

Estaba aprisionado por dos omegas. Genial.

Bufó durante un rato mientras planeaba qué hacer puesto que no sólo tenía a dos personas durmiendo a cada lado de su cuerpo, sino que las mismas se hallaban sobre la manta que lo aprisionaba al suelo. No le quedó otra que esperar mientras dejaba a sus sentidos captar sus alrededores. Todo tranquilo, sólo debía esperar…, pero no podría hacerlo por mucho tiempo si su nariz seguía picándole debido al aroma del herbívoro a su lado, perfume que pareció ser más evidente en medio de esa calmada estancia.

 

—Maldición —masculló.

 

No era una simple “picazón”; su cuerpo entero reaccionaba al aroma del castaño y su lado alfa se inquietaba con el pasar de los segundos. Adelheid estaba sufriendo los mismos síntomas con los omegas a su cargo, así que debía ser un efecto segundario de los supresores para alfas. Suspiró, tenía que remediar eso antes de que ocurriera algo peor que una simple reacción de su parte animal. Tenía que consultar si los Argento o Nagi tuvieron algún resultado parecido o sólo ocurría con alfas maduros.

Pero para eso debía levantarse y hacer un par de llamadas, pero no podía.

Frunció el ceño y maldijo internamente… No quería despertarlos, pero hasta quería ir al baño. Y también quería saber por qué el castaño lo tomó como un dakimakura; de Aiko lo entendía porque dormían así desde que era una bebé…, pero del herbívoro era algo desconocido. Le incomodaba y mucho. Esperaba que alguno se despertara pronto porque seguramente ya era hora de comer…, aunque sería buena idea ordenar algo o salir.

 

 

Novato

 

 

Squalo ya no era un novato, no después de completar cada misión dada en sus manos con tal eficacia que muchos de los subordinados que entrenaron junto con él quedaron atrás. ¡Ja! Aun se reía en sus caras y les insultaba cuando podía. Además, no sólo era el favorito del jefe —cosa que en parte era una fachada por lo del asunto de la “puta” de Xanxus—, sino que incluso algunos de los más cercanos a Xanxus y Ricardo lo consideraban como un igual.

Le costó sudor y sangre llegar a ese punto y estaba satisfecho.

 

—Oye, tuburoncín —aunque algunas cosas seguían como siempre.

—¡VOOOOIII!¿Qué carajos quieres…, príncipe bastardo? —miró con sorna a ese rubio idiota.

—Quieres que te apuñale, ¿verdad?

—¡Quieres que te corte en pedacitos, ¿no?! —enfrentaba ya colocándose de pie.

—Dejen de tontear —el azabache perro faldero de Xanxus a veces era quien los detenía, tenía que aceptar que algo bien tenía que hacer ese idiota—. El jefe ha ordenado que te contactes con nuestro informante.

—¿Informante? —¿de cuándo acá tenían informantes?

—¿No lo conoces? Shishi… Eres un inútil, tiburoncín.

—Voy a… —apretó su puño e intentó acercarse a ese maniaco de los cuchillos, pero Levi lo detuvo.

—Vete ahora porque lo que tiene que entregarte es importante y el jefe lo quiere lo más pronto posible.

—Bien —Squalo bufó al mirar a Levi y arrancharle la llave del auto junto con el papelito con los detalles—. Ya regreso.

—Por mí no vuelvas, shishishi

 

Mientras se trepaba al auto y lo encendía, Squalo se preguntó cuántas personas había asesinado hasta ese punto. No eran muchas, las necesarias para ganarse algo de estatus en esa asociación criminal, por lo demás sólo eran tareas de inteligencia y varios encargos menores. Se había acostumbrado a casi todo, pero contactar con un informante era nuevo. Además… ¿informante de qué? ¿Mercados negros? ¿Clientes? ¿Algo sobre una mafia enemiga o algo así?

Tenía curiosidad, era verdad.

Hasta ese punto había tratado con alfas y betas, nada raro, hasta se había acostumbrado a la voz de mando de Xanxus y Ricardo debido a sus constantes enfrentamientos en medio de las tapaderas fetichistas. En realidad, en la sociedad que se devolvía la mayoría eran alfas de clase alta o baja… y por eso antes de entrar al dichoso bar se tragó un supresor. No cualquier pastillita barata, era un supresor potente de una casa farmacéutica no tan reconocida y que advertía de sus posibles consecuencias nefastas. ¿Pero qué de nefasto tenía el quedarse estéril?

 

—Nada.

 

Se burló mientras dejaba que pasasen unos cinco minutos para que aquella cosa hiciera efecto en su cuerpo, y por arte de mafia pasó a ser un “beta” sin aroma. Era fácil engañar a las masas. Además, como las había estado tomando constantemente incluso podía eliminar su aroma en sus celos a pesar de que ciertos síntomas no se borraban por completo. Le gustaban mucho esas cosas, así no perdía días preciosos de trabajo o entrenamiento.

Lo que no se esperó fue que al entrar en el bar —que estaba cerrado porque era media tarde—, se hallara con un rubio bebiendo un poco de tequila. Era un beta simple, sin chiste, lo único bueno que tenía era la altura y el tatuaje raro que destacaba por el brazo con el que sostenía la copa. Debía ser un chiste, pero no iba a despotricar lo idiota que se le hizo ese tipo. Trabajo era trabajo.

 

—¿Haneuma? —se sentó junto al beta y suspiró.

—¿Tiburoncín? —Sí, iba a matar a Belphegor o a Levi cuando volviera. ¡Lo juraba!—. También me pareció un apodo extraño.

—Sólo dime qué tienes para el jefe —apretó los dientes y se sobó el ceño porque no quería extender mucho ese trabajo, priorizaría el asesinato de ese par de idiotas.

—En realidad no mucho —el rubio rio por lo bajo mientras rebuscaba en su chaqueta.

—Apúrate que no tengo tu tiempo.

—Te invito una copa —dijo con gentileza a la par que removía su vaso.

—No —apretó los dientes un poco más.

—Eres nuevo en el intercambio de información, ¿verdad? —el rubio tomó la botella a su lado y se sirvió un trago a la vez que el cantinero le pasaba otro vaso y se retiraba— Tienes que quedarte un rato para que no sea tan sospechoso.

—¿Crees que soy estúpido? —aun así, tomó la bebida y la olfateó antes de beberla—. Suelta la sopa para irme de una buena vez, haneuma.

—Llámame Dino.

—Es muy estúpido decirme tu nombre.

—En realidad no —sonrió sin alterarse por el carácter altanero y hasta desafiante del albino—. Xanxus me dijo que tú y yo estaremos trabajando juntos durante un tiempo, así que más vale conocernos un poco.

—Pues si hablaste con el jefe bastardo, debes saber mi nombre —rodó los ojos al recordar a Xanxus—, porque el idiota a veces suelta la lengua muy fácil.

—Creí que me ibas a creer —Dino rio bajito antes de beber—. Bueno, Squalo-kun…, en serio debemos hablar un poco porque en verdad vamos a trabajar juntos en la transferencia de información. Tenemos que confiar uno en el otro si es que queremos que esto funcione.

—Hablas como si fuéramos a casarnos.

—¿En serio? —dudó antes de remover su vaso—. Oh... lo siento, no quise sonar así.

—¿Hasta cuándo vas a dar rodeos? Sólo dame la maldita información y ya.

—Bueno, te seré sincero —el rubio se encogió de hombros—. En realidad, seré tu doble contacto.

—¿Qué?

—Te pasaré información para Xanxus como lo he hecho hasta ahora…, pero también me contactó otra persona para que te buscara.

—Ah, no… —dejó el vaso de lado y se levantó de un brinco sin importarle que su silla cayera estrepitosamente—. Yo me largo.

—Esto te va a interesar —sujetó el brazo del albino con fuerza para que no se le escapara.

—Te voy a cortar el cuello —amenazó antes de tirar fuertemente de su brazo y liberarse.

—Es de Lambo —con eso Dino logró que Squalo se detuviera—. Quiere tratar algunos asuntos contigo en secreto…, y si aceptas ayudar, yo seré tu enlace con él.

—¿Cómo carajos me…?

—Esto debe ser secreto —sonrió antes de posar su dedo índice sobre sus labios—. Nuestro secreto.

—Me estás fastidiando, ¿sabes?

—Sólo intento que confíes en mí.

—Pues estás haciendo un muy mal trabajo, beta promedio —lo miró de pies a cabeza con desprecio.

—Y tú estás siendo muy arisco para ser un simple omega —sí, iba a partirle la cara al desgraciado.

 

Y, sin embargo, iba a tolerarlo hasta saber cómo y porqué demonios Lambo lo localizó. Aunque ese rubio idiota fuera una patada en el culo debido a su intento de “gentileza”, le daría las respuestas que ansiaba… y que tal vez deseara usar para su propia diversión.

 

 

Instintos…

 

 

Tsuna caminaba detrás de la pequeña traviesa que ahora podía ser un pequeño tifón que todo desordenaba. Aiko se la pasaba gateando por todo el primer piso, tomando cosas y arrojándolas mientras se reía por los suspiros “impresionados” del castaño que recogía todo de nuevo. Era la forma en que la pequeña jugaba y se desarrollaba sin impedimento. El castaño estaba encantado, la pequeña ya cursaba sus casi diez meses y medio y era divertido escucharla decir cualquier tontería en su idioma de bebé.

Era lindo verla crecer.

Por ahora era su dicha personal porque Hibari necesitaba de un tiempo para sí mismo… o mejor dicho para el trabajo pues según el azabache “estaba sufriendo los efectos segundarios de sus medicamentos”. Hibari no le explicó bien, pero suponía que debía ser algo malo porque el alfa había estado muy alterado últimamente. O al menos eso notó en las semanas que pasaron desde que su gripe se dio, hasta podía percibir las feromonas de Hibari actuar sin control en ocasiones, y sí, se lo dijo porque ya se estaba mareando a pesar de que ventilaba la casa muy seguido.

 

—Aiko… debes tener hambre —seguía en su persecución por la casa mientras pensaba que podrían comer—, ¿quieres una manzana? —la pequeña no se detuvo, así que el castaño suponía que la idea no le gustó—. ¿Una naranja?

 

Tsuna rio cuando vio a Aiko detenerse y sentarse para mirarlo. Repitió la palabra con más suavidad, en seguida la vio sonreír y estirar sus manitos para que la cargase. Era una dulzura que ya empezaba a entender el lenguaje humano.

Le dio lo acordado, la dejó sentada en su sillita y la ayudó con la infinita tarea de mordisquear la fruta y chuparla mientras ensuciaba todo a su paso… incluso a él. Era muy divertido verla mancharse…, pero era muy difícil quitarle la suciedad después.

 

—¿Vamos a ver tu papá?

 

Había preparado el almuerzo mientras Aiko tomaba su siesta, estaba todo listo e incluso su pequeña despertó con ánimos de seguir gateando y tirando cosas, pero era hora de comer y Hibari no había dado ni una señal de vida. Así que subió con Aiko en brazos para buscar al huraño inventor. A veces creía que Hibari se tomaba el trabajo demasiado en serio pues había estado encerrado en su habitación por casi una semana por largos periodos de tiempo, tanto así que al castaño ya se le hizo costumbre el subir a buscarlo para comer juntos.

Algo que también se le hizo rutinario fue la extraña manía del alfa por olfatearlo a él y a Aiko, lo hacía sin disimulo ni explicación. Tsuna quiso preguntar…, pero no lo hizo porque supuso que sería algo relacionado con lo del medicamento o los efectos segundarios del mismo. Como fuere, se estaba acostumbrando. Pero todo tenía que desembocar en algo bueno, en un beneficio, y todo ese caos le dio uno: podía detectar las emociones del alfa sólo con percibir la intensidad de las feromonas que soltaba a veces.

 

—¿Por qué está enojado, Hibari-san?

—No lo estoy.

—Yo creo que sí —ignoró el monosílabo dado en negativa e insistió—, ¿qué le sucede?

—Estoy estresado, no enfadado.

—Si me cuenta… puedo ayudar, tal vez.

—No puedes.

—¿Por qué?

—Porque eres la causa —después de decir eso, Hibari se recriminó su falta de control.

—Yo no he hecho nada —Tsuna se defendió casi al instante.

—Olvídalo, herbívoro.

 

Hibari no hablaba del tema, no quería porque ni siquiera él mismo entendía bien el porqué de todo lo que estaba pasando. Hasta donde sabía los alfas jóvenes no tenían como efecto segundario el reaccionar ante los omegas cercanos, es más, el medicamento estaba funcionando mientras el celo del omega no estuviera presente; y si el calor del omega se daba, permanecían en control el suficiente tiempo para alejarse y tomar otro supresor para detener sus instintos por completo. Pero en alfas maduros eso no pasaba, ellos seguían reaccionando al estado de ánimo del omega ocasionando que su alfa interno diera algunos problemas, como la eliminación de feromonas que antes podían controlar.

Era un dilema que no podía solucionar.

Ya hizo algunas pruebas y sus dosis eran las correctas. Simuló resultados, revisó los componentes y demás; todo estaba correcto y no entendía por qué seguía teniendo problemas para mantener su aroma en control total. Estaba frustrado y estresado, lo peor era que aquel herbívoro certificaba su fallo porque podía percibir su estado de ánimo con facilidad. Según supo, Adelheid tenía el mismo problema: no podían controlarlo incluso al ingerir dosis dobles. Y lo peor… en sus celos el medicamento era totalmente ineficiente, al menos en Adel y él mismo.

No le quedaba de otra más que esperar el resultado dado en los Argento, pero el celo del primer alfa de esa familia se daría al menos en un mes más. Un mes desperdiciado. Tal vez un poco menos si es que Nagi presentaba su celo en la fecha indicada, pero era poco probable que obtuviera información pues ella no había dado indicios de su paradero o siquiera información sobre si estaba ingiriendo los supresores para alfas como era debido. Maldito fuera Mukuro y su obsesión con el omega azabache a quien se llevó a dios sabe dónde y arrastró con ellos a Nagi.

 

—Sabe, Hibari-san —el mencionado miró al omega quien le sonreía a Aiko mientras le daba un poquito de arroz—, el salir a algún lado le hará bien y le quitará ese mal humor.

—No me gusta hacer cosas de herbívoros.

—Podrá ser muy herbívoro, pero servirá para quitarse el estrés.

—¿Qué quieres decir?

—Vamos a la playa —sonrió animado y miró al alfa—. ¿Recuerda que usted me ofreció ir antes de que me resfriara? Pues hagámoslo ahora.

 

¿Cómo olvidarlo? Fue su primer indicio de que el medicamento no estaba funcionando como debería, pues no pudo negarse a la emoción ajena reflejada en el aroma suave que desprendía el castaño cuando le pidió una compensación. Instintivamente había aceptado en esa ocasión debido a que su lado alfa quería complacer al omega, hacerlo feliz para seguir percibiendo ese aroma a flores, y siendo capaz de ceder ante el capricho del mismo.

 

—¡Vayamos, Hibari-san!

—No —pero esta vez iba a ser diferente.

—Por favor —la mirada del castaño junto con ese aroma leve que se acentuaba de poco a poco—. Me lo prometió y debe cumplir.

—No me gustan los lugares concurridos —no iba a ceder esta vez.

—Nos divertiremos, ¡incluso Aiko lo hará!

—No.

—Seguiré insistiendo —sonreía con calma mientras Aiko mordisqueaba su cuchara de plástico—. Después de todo, pasar un tiempo juntos y lejos de todo este alboroto será agradable.

 

Kyoya no podía creer que su alfa interno reaccionara a un omega cuando siempre lo mantuvo en control y callado. No quería ceder, pero no podía simplemente ignorar el pedido ajeno. Suspiró profundo antes de hacer una mueca, resistirse, intentar calmarse… Tal vez debería tomarse otro supresor y ver qué pasaba. No iba a…

 

—Por favor, Hi-chan —Tsuna rio suavemente en burla por el denominativo que aprendió de Leo.

—Está bien —¡demonios! No pudo negarse, su alfa no quiso.

—¡Viva! —elevó sus brazos en festejo— ¡Escuchaste eso! Nos vamos a la playa, pequeña bolita de azúcar —festejó con su pequeñita que lanzó su cuchara al aire mientras reía.

 

Genial, ahora resultaba que no podía negarse a los deseos de ese omega revoltoso e inmaduro. La ironía. El gran Hibari Kyoya, heredero de la fortuna Hibari y alfa de casta pura, acababa de perder el control de su lado alfa debido a un omega… Y él que se burlaba de Byakuran y de Mukuro.

 

 

Autoridad

 

 

Takeshi miraba con mucho interés el bosque que se mostraba a su paso por esa carretera, o al menos le pareció un bosque hasta que vio un pequeño pueblo que se levantó entre los árboles iniciales. A veces le sorprendía que Mukuro fuera dueño de tantas cosas… y casas… y todo en general, hasta se sentía algo intimidado por ese detalle pues él se crió en un ambiente muy humilde a comparación de aquel alfa. Pero no iba a decir que no le gustaba aprovecharse un poco de eso, más siendo que Mukuro lo ofreció por voluntad propia.

 

—¿Nagi no debería venir con nosotros?

—Ella y tu padre querían quedarse en la casa de descanso en el pueblito —Mukuro sonrió mientras miraba de refilón hacia donde se dirigían—, pero yo prefiero que vayamos a la localidad de Como —señaló por su ventana.

 

El azabache observaba con sorpresa el lago enorme que se mostró en pocos momentos. Su vista se veía impedida por las casas levantadas pero lo que pudo apreciar fue verdaderamente impresionante, pues el dichoso lago estaba rodeado de elevadas montañas que volvían de ese paisaje uno que jamás pensó ver. Los cuadros y fotografías que le mostraron antes de viajar a Italia no eran nada en comparación a ver todo eso por sí mismo. No entendía a Nagi ni a su padre que decidieron no ir con ellos. ¡Se estaban perdiendo de lo mejor!

Ni siquiera se había bajado del auto y ya tenía la boca completamente abierta por la sorpresa de mirar tantas casitas a orillas de ese lago enorme. Todo estaba entremezclado con árboles pequeños o por arbustos —de esos que se podan para darles forma—. Las casas parecían antiguas de cerca, las calles se hallaban sin tráfico y las personas caminaban por ahí sin problemas o preocupaciones.

 

—¿Qué quieres hacer primero?

—No lo sé —Takeshi miró al de mirada heterocroma quien era su guía y le sonrió—. ¿Comer?

—Sabía que dirías eso, kufufu.

—Es que salimos sin desayunar —es más, ni siquiera había visto a su padre o a Nagi en la mañana.

—Si queremos disfrutar de un turismo variado, hay que madrugar un poco —era su forma de decir que madrugó para llevarse a Takeshi sin decírselo a sus acompañantes. Detalles. Detalles.

 

¿Pero quién podría culparlo? Mukuro sólo quería apreciar el rostro siempre expresivo y despreocupado de aquel omega cuyo aroma por lo general era siempre dulce como el de un durazno en almíbar. Quería tenerlo sólo para él durante un ratito, el tiempo suficiente para complacer a su lado alfa que suplicaba por mimar al omega que estaba cortejando.

Carajo.

Se llevaría un golpe muy pesado cuando Nagi lo encontrara, pero al menos haría que valiese la pena. Iba a hacer feliz a Takeshi por las horas que tuviera la posibilidad. Lo complacería en todo sólo por verlo sonreír.

 

—Pide lo que quieras.

—¿Qué cosa es esta? —apuntaba al menú sin entender nada pues obviamente la escritura era italiana.

—No querrás embriagarte —sonrió al mirar la confusión del azabache—. Este cafecito tiene un poquito de licor, así que no —negó con su dedo índice—. Te quiero centrado para nuestra cita.

—¿Cita?

—Sí —posó su mejilla en su palma y ladeó una sonrisa—, una cita —repitió—. Nuestra cita.

 

Nada mejor que ver el leve sonrojo que se formaba en esas mejillas. Adoraba que esa piel bronceadita cambiara de tono de modo que hasta esos oídos destacaban. Por eso le cumplía cualquier capricho y lo molestaba después, para que ese aroma dulce se acentuara a través de la vergüenza dada cuando estaban juntos y se lanzaba un comentario en doble sentido o muy —muy—, directo. Nagi lo detendría ahí, pero como no estaba… ¡No! No. Prometió no hacer nada más de lo necesario. Así estaría bien hasta que el propio Takeshi se diera cuenta de sus “galanterías”.

Comieron entre risas, mas dadas por Mukuro quien fotografiaba a un azabache enredado en cómo usar bien los cubiertos, y una plática de lo que le gustaría ver a Takeshi. Un paseo por las calmadas calles de los alrededores y la agradable vista de las plazas adornadas por árboles bien cuidados y frondosos. Visitaron algunas de las atracciones principales, Mukuro conocía algunas y su historia, pero prefería guardarse la información hasta que Takeshi le preguntara por curiosidad. No quería agobiarlo con lo aburrido de la historia, prefería tomarlo de la mano y caminar sin prisa por esas nostálgicas calles. Al menos eso hacía hasta que el azabache se le adelantara o se quedara atrás viendo alguna cosa que le llamara la atención y debía soltarlo para darle libertad.

 

—¡Mira eso! —la exhalación asombrada de Takeshi era la gloria pues a veces silbaba sin darse cuenta y Mukuro sentía sus oídos vibrar de forma agradable por ese sonido—. ¡Es genial!

—Pareces un niño pequeño, Takeshi —se paraba junto al azabache para dejar que la brisa fresca del lago meneara sus cabellos también.

—El agua toca la pared —miraba por el borde del mirador notando ese pequeño detalle—. ¿No es eso peligroso?

—No porque todo está construido con las especificaciones necesarias. El agua no nos va a alcanzar.

—Creo que puedo tocarla —se agachó para estirar sus brazos.

—Takeshi —advirtió.

—Un poco más —se forzó ansioso por meter sus dedos en el agua.

—Te caerás y yo tendré que…

 

Y sí, lo vio resbalar y apenas pudo sujetarlo por la cintura. A veces aquel chiquillo era un imprudente sin igual, pero era una característica algo linda también. Mukuro lo apartó del borde sin soltarlo, exhalando el aire con tranquilidad y aferrándose a la cintura ajena.

¿Por qué no aprovechar la ocasión?

Posó su quijada en el cuello ajeno, olfateó esos cabellos, cerró sus ojos y escuchó el latir desbocado de Takeshi. El calor que su pequeño —hablaba del alma de su golondrina, no de su altura—, desprendía era tan reconfortante que podría quedarse abrazándolo por siempre.

 

—Mukuro —el mencionado soltó un sonidito en señal de que escuchaba—, hum… gracias.

—De nada —apretó un poquito más su agarre y sonrió. Le gustaba mucho abrazar a Takeshi.

—Pero… —soltó una suave risita entremezclada con vergüenza mientras se rascaba la mejilla— tu respiración me da cosquillas.

—Bien.

 

El alfa se alejó de mala gana, soltando un bufido y arrugando su nariz, pero aprovechó para rozar su mejilla con la ajena como compensación por dejarlo libre. No tenía que mirarlo directamente para saber que logró avergonzarlo un poquito, las feromonas que Takeshi a veces emitía sin control se lo decían. En ese punto Mukuro adoraba ser alfa porque esos detallitos tan sencillos como el cambio en intensidad de ese perfume eran un gustito culposo que disfrutar.

Nunca gustó más de su maldita herencia como en ese punto en donde tenía a Takeshi a su lado.

Siguieron con su itinerario al ingresar al mercadillo del sector para comer lo que pudieran como almuerzo, lo prefirieron así antes que entrar de nuevo a un restaurante con un menú raro que a veces traía sorpresas en sabores —no siempre las sorpresas eran buenas—. Terminaron comiendo un poco de salami, jamones e incluso queso de diferentes tipos; lo hicieron entre risas porque a Takeshi le parecía chistoso la manera de hablar de los italianos, mucho más siendo que Mukuro hablaba con los locales sin problemas. Y para cerrar con broche de oro, comieron algunos postres varios que incluían relleno de crema pastelera.

 

—De verdad lo adoras, ¿no? —Mukuro veía las mejillas del jovencito abombadas debido a que estaban rellenas del panecillo siciliano. Era graciosamente encantador.

—Está… rico —murmuraba aun con la boca llena.

—¿Me das un poco? —pero el último trozo ya fue encerrado entre los labios del muchacho—. Ay… —Mukuro se tocó el pecho y fingió entristecer—, no me diste ni un poquito —volvió a su fase dramática.

—Lo siento —y aun así se relamió uno de sus dedos manchados de crema.

—Eso no me quita las ganas de algo dulce.

—Volvamos al puesto del señor, entonces —sonrió después de consumir lo que tenía en su boca. Además, tal vez compraría un par extra de esas cositas redondeadas.

—Preferiría —sujetó el brazo del azabache— recoger las migajas que están en tus… —se acercó un poco al rostro de Takeshi sonriendo de lado.

—¡Mukuro nii-sama!

 

Debió suponerlo, ¡y justo cuando estuvo tan cerca de darle un roce chiquito a esos labios!

Nagi lo golpeó con fuerza y lo alejó, su nariz quedó resentida y hasta lagrimeó un poco, pero lo soportó. Era el pago por ese lindo día a solas con Takeshi, al menos las horas que se pudieron aprovechar. Mukuro incluso debió disculparse con sus dos acompañantes y comprar todo lo que su hermana y el padre de su despistada golondrina desearon. No le dolió ni un poco soltar billete tras billete si con eso todos quedaban contentos y podían seguir con su paseo, porque por sobre todo estaba las ganas de Takeshi por subir a un barco.

Fotografió a Takeshi sin ser muy sutil, es más, a veces le preguntaba a Nagi si le gustaba la imagen antes de quedar satisfecho y guardarla en una carpeta definida como “Mío”; incluso hizo fotografías en grupo, así era mejor para guardar sus bellos recuerdos en el lago de Como. Una experiencia que repetiría si es que Takeshi quería volver, no por nada se escapó de su última residencia apenas escuchó al azabache mencionar que quería ir a Italia, aunque sea una vez en su vida.

Lo mejor del barco fue que les dio una maravillosa vista de los pueblitos que rodeaban ese lago, del agua que se mecía y dividía por el movimiento de los navíos, y de las amplias montañas que adornaban el horizonte. Además, fue divertido ver como Takeshi rechazaba a todo aquel que se le acercaba con intensiones algo “especiales”.

 

—Estoy orgulloso.

—Ha mejorado mucho.

 

Se hallaban admirando cómo Takeshi se estiraba cerca de la baranda del barco y dos personas se le acercaban, eran un beta y una alfa turistas ingleses que intentaron hacerle plática al azabache. Takeshi no sólo los ignoró, sino que detuvo a la alfa cuando ésta quiso propasarse un poco y usar su voz de mando para que el omega no se apartara. Nagi y Mukuro se rieron a la par cuando Takeshi bufó antes de rascarse la nariz y darle la espalda a ese par, incluso hizo una mueca de hastío. Cuando la alfa quiso detenerlo, Takeshi dio un forzoso movimiento y se zafó, a más de eso los enfrentó sin miedo imponiendo su estatura que incluso superaba a la alfa por un par de centímetros.

 

—¿Le ayudamos? —Nagi mordía un panecillo.

—No… —Mukuro sólo observaba con despreocupación porque confiaba en las habilidades de aquel chiquillo con mirada desafiante—, quiero ver qué pasa.

—Pero no tiene su espada de madera.

—Pero sabe pelear cuerpo a cuerpo —acotó Tsuyoshi que también estaba analizando a su hijo.

 

Aunque no tuvieron que ver el cómo Takeshi peleaba pues el propio beta que acompañaba a esa alfa y otros que estaban cerca detuvieron a la amenaza. Mukuro a veces olvidaba que había sectores como ese lago en donde sus habitantes priorizaban la seguridad de un omega por sobre todo.

Todo el mundo debería aprender de los habitantes italianos del lago Como, porque así deberían ser todas las personas: respetuosas de los maravillosos seres que eran los omegas.

 

—Vaya, no creí ver el día en que un omega no se doblegara ante un alfa —Tsuyoshi tenía razón, eso era poco común.

—Yo creo que un alfa es quien jamás debería intentar doblegar a un omega —Nagi empujó a su hermano en señal de que podía ir por Takeshi.

—Creo que estoy contento de que mi hijo haya aceptado su ayuda.

—Yo soy la que está agradecida con usted y su hijo —sonrió—. Han hecho que mi hermano vuelva a sonreír.

 

Mukuro no se esforzaba en ocultar su felicidad, es más, la exteriorizaba sin tapujos o problemas. Como en ese instante en donde se abrazaba a Takeshi y lo felicitaba por haber enfrentado el peligro y haber salido victorioso mientras restregaba su mejilla con la ajena.

Nagi lo dejó ser tan meloso como desease, incluso rodando los ojos cuando vio a su hermano sujetar las mejillas del azabache y apretarlas mientras se burlaba del leve rosa que adornaba el rostro de Takeshi. Había que dejarlo ser feliz de vez en cuando, además, Tsuyoshi también lo permitió.

 

 

Viaje…

 

 

Tsuna estaba feliz, ¡era más que feliz! Estaba fascinado pues la playa a la que Hibari lo llevó estaba tranquila, sin muchas personas alrededor y por completo limpia. ¡Era grandioso! Hasta su pequeña bolita de azúcar estaba feliz de la vida apretando la arena entre sus manos y pies mientras él juntaba un poco para formar algo parecido a un castillo de arena. Al fin la pudo vestir con aquel conjuntito violeta, aunque se veía un poco raro con el pañal puesto, pero no importaba, de todas formas, Aiko se veía adorable con cualquier cosa.

 

—Tú no eres aburrida como tu padre.

—Papapa —la pequeña sonrió antes de girarse y señalar con su dedo al mencionado

—Sí, ese mismo.

 

Tsuna negó cuando vio al azabache hacer una mueca mientras recogía sus piernas un poco más para colocarlas bajo la sombra del parasol. Hibari era uno de esas personas —o niños—, que odiaban del sol, se quejaba del calor, la sal del mar, todo en general, y prefería aburrirse bajo la sombra mientras leía un libro o jugaba con el celular. Aun así, se estaba esforzando por ellos y era un buen detalle. El castaño ya lo había invitado a que se uniera a él y a Aiko, pero el alfa no quiso. No insistió, después de todo el alfa ya hizo mucho al conducir todo el trayecto hasta ahí.

 

—Dejémoslo tranquilo un ratito —estiró sus brazos hacia su pequeña y ésta le sujetó las manos para levantarse por sí sola—. Nosotros vamos al agua fresquita.

 

Tsuna adoraba sentir el agua en sus piernas, meterse incluso hasta cuando sentía ya su abdomen bajo el agua, pero junto con Aiko se quedaron en la orilla, un poco más adentro de donde muere la marea marina. Su pequeña no se asustó, seguramente por lo ignorante que era hacia algo tan complicado como el miedo debido a su corta edad; Aiko incluso podría creer que estaban en la bañera, por eso manoteaba el agua y reía divertida cuando el castaño salpicaba el agua con fuerza hasta que ésta hacía contra luz con el sol y brillaba como estrellas.

Eran sólo ellos, la brisa y el mar.

Era agradable no tener miradas que lo criticasen por no estar llevando una camiseta sin mangas para cubrirse y mostrar algo de recato como un “buen omega”, es más, cuando llegó y se quedó con su camiseta el propio Hibari le criticó ese hecho. El alfa jamás dejaba de sorprenderlo. Hibari era de esas personas algo liberales y descomplicadas que se guiaba sólo por sus propias creencias. Así que al final Tsuna dejó que su camiseta se fuera al infierno y su piel —protegida por protector solar—, sintiera el calor del sol directamente. Era gracioso estar a la par del alfa que se refugiaba del sol, usando sólo su traje de baño suelto y cómodo.

Giró para mirar al alfa cuando este estornudó, cabe decir que esos estornudos eran graciosos porque asemejaban a las de un gatito, suave y repetido por menos de tres veces. Cosas de ese alfa suponía. Y fue ahí donde vio extrañado cómo un par de chicas se hacían señas entre ellas para después arriesgarse a acercarse a Hibari. Tsuna se quedó mirando, estaba seguro de que el alfa las mandaría a volar a la primera…, por eso se sorprendió cuando las muchachitas se arrodillaron cerca del azabache y empezaron una charla a la que el alfa respondió.

Era raro, después de todo Hibari no era el más social del planeta… o del país… o de la ciudad.

¿Debía ayudarlo? Como acercarse casualmente con una excusa cualquiera y de esa forma saber de qué hablaban esos tres. ¿O sólo debería quedarse mirando?

Tsuna decidió acercarse. Cargó a Aiko y a paso lento acortó distancias entre ese grupo y él. No podía escucharlos, pero era claro que las chicas buscaban una excusa para acercarse a Hibari, es más, se les notaba lo nerviosas pero avergonzadas que estaban, reacción común de las jovencitas ante un hombre que intentan coquetear. Pobres, si supieran que Kyoya era un…

¿Qué era? Malo o prepotente no era, tampoco era un tempano de hielo o alguien sin empatía… Hibari era… era… era Hibari. Ni siquiera sabía cómo definirlo.

 

—¿Qué hace, Hibari-san? —fue muy torpe al decir eso, pero ya no había marcha atrás.

—Herbívoro —lo miró por un segundo—. Aiko debe regresar a la sombra.

—Sí, por eso la traje —Tsuna casualmente desvió su mirada hacia las chicas—. Hola —les sonrió.

—Buenos días —saludaron a la par mirando a la nenita que se inclinaba hacia adelante con los brazos estirados hacia el alfa quien sin dudarlo la sujetó—. ¡Es una niña muy bonita! —comentaron fijando su mirada de nuevo en el alfa.

—Es mi hija —era obvio que Hibari intentaba alejarlas…, pero no quería ser directo o grosero… Eso fue mucho más raro. ¿Desde cuándo ese alfa tenía problemas para alejar a quien le molestara? ¿O es que acaso esas chicas eran muy insistentes?

—Oh… su hija —Tsuna notó la inmediata decepción de las chicas y quiso reírse, pero se contuvo.

—Y él mi esposo —alfa y omega se miraron por un momento muy largo. ¿Sería que Hibari estaba pidiendo “ayuda” para liberarse de esas chicas?

—Su esposo —murmuraron las chicas y Tsuna sintió cómo lo observaban de arriba hacia abajo, juzgándolo por cada mínimo detalle, sonriéndole desagradablemente porque seguramente por ser betas se creyeron superiores.

—Soy celoso —miró a esas dos con frialdad—. Así que largo.

 

Sí, las miró mal como ellas lo estaban mirado a él. Les estaba pagando con la misma moneda. Fue peor cuando ese par resaltó “casualmente” que Aiko no se parecía nada a él. A Tsuna no le costó nada sentarse junto al alfa, agarrar un poco de arena y lanzárselas directamente a la cara. ¡Ja! Se acabó el Tsuna amable. Incluso les lanzó la botella de agua que vaciaron en el camino y les gritó “lagartonas” para terminar de ahuyentarlas. Todo mientras el alfa ni se inmutaba y Aiko intentaba imitarlo al agarrar arena y lanzarla.

Había sido un mal momento, estaba claro.

Pero se acabó cuando el alfa le palmeó suavemente la cabeza y le dio las gracias por ayudarlo.

Fue raro, pero el castaño no lo discutió, por el contrario, se centró en abrir una nueva botella y beber despacio para calmarse. Sirvió que las feromonas del alfa le hicieran sentir reconfortado y que el sonido del mar fuera un calmante natural que aprovechó. No dijo nada más o preguntó sobre el por qué Hibari no ahuyentó a esas betas, es más, olvidó ese pequeño incidente y se dedicó a colocarle otra capa de protector solar para niños a la nenita que estaba bebiendo de su biberón.

 

—¿Qué tanto mira? —sonrió al ver que Hibari hacía una mueca con su labio superior mientras veía el celular.

—Ya sé dónde está la piña.

—¿Dónde?

—Italia.

 

Tsuna se pegó al alfa para curiosear el celular y no pudo evitar reírse al ver las doce fotos enviadas al celular de Hibari. En todas salía Mukuro presumiendo de su viaje a un lugar coloreado por verde follaje y el gris de los edificios que parecían antiguos; en casi todas Takeshi también se mostraba. Se veían muy felices en todas las imágenes. Mukuro siendo arrogante y Takeshi siendo el mismo de siempre, como si el hecho de ser omega no le hubiese afectado en nada.

Envidiaba a su amigo un poquito. Mucho más porque al parecer —por casualidades del destino—, Takeshi encontró a alguien que lo protegía y trataba de forma especial. Lo notó en la fotografía donde aquel par aparecía con las mejillas pegadas y de fondo se veía el agua ondeando y algunos barquitos a la distancia. Era claro que su amigo y el alfa de mirada bicolor eran más pareja que él y Hibari. Eso demostraba que un matrimonio no era sinónimo de familia, felicidad o pareja.

 

—Tomemos una fotografía también —sonrió señalando al celular—, presúmale su viaje.

—Eso es infantil, herbívoro.

 

Pero no le estaba pidiendo autorización o permiso, no, él quería una fotografía porque después de ver las fotos de Mukuro se dio cuenta de que él no tenía ninguna con el alfa ni con Aiko. Ninguna y eso era muy triste. Todo el mundo tenía una fotografía de su boda, viajes, familia o algo…, pero en la casa que ahora compartía con Hibari y su bolita de azúcar no había ni siquiera un cuadro. Y si bien en su celular tenía miles de fotos de Aiko, jamás imprimió alguna o se las mostró a alguien. Tsuna se sintió triste por eso.

Así que le arrebató el celular al alfa, no se esperó a recibir una queja y simplemente se pegó hombro con hombro al alfa, acomodó a Aiko, enfocó y capturó el momento. Eran ellos tres, Aiko con la boquita abierta y el dedo señalando la cámara, el alfa con su expresión serena de siempre y él sonriendo. Era una imagen tan simple, pero que le causó un arrebato de emoción porque era el primer recuerdo grato que tenía desde el día en que Fon llegó a su casa y casi le exigió que aceptara un matrimonio que no quería.

Tsunayoshi hasta quiso llorar, porque reconocía que ese era uno de los pocos momentos que podía considerar como “hermoso”.

Pero no era suyo, no del todo… porque ninguno de los tres compartía un lazo sanguíneo o emocional que los uniera y volviera una familia. No había nada más que un papel que dictaba un matrimonio y otros más que declaraban un acta de adopción. Era triste saber que estaban juntos por algo tan vacío como aquello.

 

—No estés triste.

—¿Qué? —Tsuna sintió la mano de Hibari ascender suavemente por su espalda, incluso se arqueó levemente hacia adelante debido a las cosquillas dadas por la piel cercana.

—No estés… triste —Hibari posó su mano en la cabeza del omega y suavemente deslizó sus dedos por los cabellos castaños en un intento de reconfortarlo por algo que no entendía—. Es un día bonito y parecías feliz hasta hace poco… ¿Por qué entristeciste de repente?

—¿Puedo imprimir y enmarcar la foto? —cambió de tema porque no quería llorar o confesar que su melancolía era porque todo le parecía ser sólo una fachada falsa.

—Puedes… si quieres —estaba respondiendo al estado anímico de ese herbívoro, se sentía extraño y no lo entendía.

—Entonces este será uno de los recuerdos que Aiko podrá disfrutar cuando crezca —sonrió devolviéndole el celular al alfa—. Ya sabe. Cuando ella sea adolescente mirará la fotografía y sonreirá. Seguro que su sonrisa es muy bonita.

—Piensas mucho a futuro —miró al castaño de refilón y lo vio sonreír, pero no era la sonrisa de siempre, no estaba feliz por completo.

—Me gusta imaginarme cómo será Aiko cuando crezca, cuando vaya a la escuela, a la segundaria o a la preparatoria. Me pregunto cómo será cuando usted la cele, su carita enfadada o triste, pero desearía siempre verla feliz.

—No lo imagines —Kyoya miró a la pequeña que estaba feliz tocando la pantalla táctil del celular con sus regordetes dedos—, lo verás por ti mismo.

—Sí —sonrió—. Será bonito verla crecer.

 

Tsuna quería imaginarse nada más que a su pequeña nenita feliz, emocionada, eufórica o algo positivo. No quería pensar en cómo sería cuando Aiko preguntara por qué no se parecía a uno de sus “padres”, cuando descubriera que era adoptada o cuando exigiera saber sobre sus verdaderos progenitores… Mucho menos quería pensar en cuando Hibari le contestase a Aiko la historia detrás de su adopción —Tsuna estaba seguro que el alfa le diría toda la verdad sin tapujos—, porque era obvio que se culpaba por todo el caos en la vida de su pequeña. No quería creer que algún día Aiko podría enfadarse con Hibari y con él por haberle ocultado la verdad. Quería creer que por siempre su pequeña bolita de azúcar los miraría con amor, los considerara su familia y fuera feliz.

Pero era obvio que Aiko en algún punto deseará conocer a sus lazos de sangre, a sus… parientes.

Sus abuelos y tíos.

Sus lazos sanguíneos vivos.

 

—Aiko tiene abuelos, ¿verdad? —Tsuna se había olvidado de ese detalle y no pudo evitar preguntar al instante.

—Los tiene —el alfa encogió uno de sus hombros antes de sentar correctamente a Aiko en la arena, entre sus piernas y bajo la sombra.

—Entonces porqué usted y yo la adoptamos… ¿Ellos no debieron…? —se detuvo porque recordó brevemente a las tres personas que vio en la clínica y a los cuales Hibari les pidió perdón de rodillas. No podía decirle que lo espió.

—¿En serio quieres saber esa parte?

—Yo… —no estaba seguro, pero su curiosidad fue mayor… siempre era mayor—, quiero saberlo.

 

Fue un largo rato donde Hibari se quedó en silencio, mirando a la pequeña a la que le quitó el celular y la entretuvo con la pequeña palita de plástico que compraron para ella. Tsuna esperó con paciencia, inseguro de si el alfa hablaría; sinceramente él tampoco iba a insistir demasiado en eso.

Estuvo listo para quedarse con la duda, pero escuchó el suspiro de Hibari quien hizo el amague de cubrir los oídos de la pequeña que intentaba entender cómo funcionaba su palita.

 

—Sabes que los hijos de un alfa y omega… se quedarán con el alfa por ley, ¿verdad? —Tsuna apretó los labios—. Que, si los padres se separan, la custodia de los hijos pasará directamente al alfa.

—Sí —creía haber entendido—. Entonces... Kato.

—Pero si el alfa fallece, la custodia pasa a ser de la familia del alfa…, jamás del omega.

—Lo sé —era algo cruel, porque era el omega quien alumbró y cuidó de sus hijos—, y es injusto.

—Pero así son las cosas —Hibari se relamió el labio inferior—, a menos que el alfa progenitor decida otra cosa y la deje por escrito y notariado.

—¿Puede explicarme sin rodeos? Por favor —suplicó, porque no quería extender mas eso que lo estaba inquietando.

—Legalmente Aiko pasaría a ser —suspiró, no le gustaba esa palabra— la “carga” de la familia de Kato. Eso sucedió… y me tomó alrededor de un mes lograr quitarles la custodia.

—¿Por qué?

—Si Kato era un desgraciado debió aprenderlo de algún lado —bufó—. Sus progenitores no eran mejores. Ni siquiera su madre, porque ella fue criada en un ambiente alfista y defiende esas creencias a capa y espada. Dejar a Aiko con esa clase de gente no era opción.

—¿Y los padres de Liliana?

—Ellos no tenían ningún derecho porque su hija fue la omega.

—Pero… usted pudo darles a Aiko.

—Pude, pero ellos me suplicaron que no lo hiciera… —Kyoya cerró sus ojos al recordar la imagen lastimera de la familia de Lili—, porque no tienen estatus y Aiko a futuro pasaría a ser simplemente un accesorio con el que el consejo de ancianos de la clase alfista jugaría a su conveniencia.

—Usar a un omega como un accesorio es inhumano.

—Pero así es, así se hace…, y así seguirá hasta que alguien logre que esta sociedad cambie.

—Pero eso es imposible.

—Y por eso Aiko está a mi cargo. Porque yo tengo los recursos, el estatus y el poder para protegerla hasta las últimas consecuencias. Porque el darle el apellido Hibari es algo tan valioso…, tanto como para darle, aunque sea una oportunidad de vivir libre —acarició la cabecita de su pequeño pajarillo—. Por eso sus abuelos me la entregaron a pesar de que se les partía el corazón.

—Pero no hay una forma en que… —Tsuna sabía la respuesta, pero tenía esperanzas de que Hibari le dijera otra cosa— ella pueda vivir con ellos y…

—No —soltó un suspiro y tensó sus hombros—. No porque si la dejo con una familia con menos estatus que el mío y con el pasado tan marcado de sus progenitores… Aiko se transformaría en lo que se llama un miembro de la lista “diamante”, pero la que muchos consideran como la lista negra.

—¿Se refiere a “esa” lista? —cómo olvidar que él y sus amigos estuvieron en esa lista hace tiempo.

—Algunos miembros del consejo la pondrían en la lista sólo para verme sufrir y rendirme a sus imposiciones. Pero ahora que tiene el apellido Hibari y está bajo mi protección, Aiko tiene la oportunidad del librarse de todo lo que conlleva ser un omega en la clase alfista.

—Hibari-san —tenía miedo, pero iba a preguntar—, ¿qué significa eso?

—Si la dejaba con los padres de Kato… ellos pudieron criarla con la mente retorcida —apretó los labios por un segundo porque hace mucho que consideró todos los futuros posibles para su bebita—. Aiko hubiese sido enviada a un internado en el extranjero hasta que cumpliese la edad adecuada para meterla en la lista negra o simplemente la podrían vender a un buen alfa, incluso pudieron enviarla lejos como objeto de cambio para ascender en estatus y…

—No más —Tsuna cubrió los labios del alfa y respiró profundo—. No más… No quiero saber más. No más. No más —suplicó porque sentía su estómago revuelto.

 

El castaño ya escuchó suficiente, ya entendía por qué Aiko estaba con ellos, ya sabía lo que significaba ser parte de la lista negra de la clase alfista o tan sólo ser un omega en medio de esa sociedad podrida. No quería ni siquiera imaginar las demás posibilidades, no quería enlazar a su pequeña con aquellas cosas horribles. No quería recordar que él y sus amigos estuvieron en esa lista y fueron cazados como animales para que fueran las incubadoras de los alfas de clase pura. No quería pensar en Shoichi ni en I-pin. No quiso pensar en nada más que… en que Aiko estaba bien.

Quiso llorar.

Pero Hibari no lo dejó.

Tsuna no se quejó cuando sintió el calor cercano a su cuerpo. Dejó que los brazos del alfa rodearan su espalda, que se deslizaran por su piel desnuda y le brindaran un abrazo reconfortante donde sintió el leve suspirar del alfa en su oreja. Se olvidó del momento y el lugar, sólo se aferró a la espada ajena y escondió su rostro en el cuello del azabache. Sintió su pecho chocar con el de Hibari, pero no le importó.

Se sentía tan seguro en brazos de aquel idiota y se quedó ahí hasta cuando el dolor en su pecho se fue y sus pensamientos negativos desaparecieron. Cerró sus ojos y dejó que el tiempo pasara mientras el respirar del azabache le causaba cosquillas en su nuca. Se dejó mimar por el alfa huraño. Se imaginó por un instante que Hibari en verdad podía llegar a quererlo, aunque sea un poquito.

Se dejó consolar por su falso esposo.

Aiko fue quien elevó su vocecita cuando se aburrió de jugar con su palita y la arena; la pequeña exigía formar parte del abrazo y la atención de ambos adultos. Tsuna sonrió porque adoraba a esa niña… y también adoraba a ese idiota alfa estoico que en ocasiones podía ser la persona más dulce y humana. A veces sentía que en verdad tenía una familia, que ese par era su tan ansiado hogar. Así que se quedó con eso, con esa imagen, ese pensamiento y disfrutó de ser acogido por el momento.

Quiso olvidarse de todo y disfrutar de su familia.

No fue fácil, es más, a veces entristecía de repente, pero aun así hizo del viaje a la playa una experiencia divertida. Comieron pescado asado, disfrutaron de un raspado de sabores, se bañaron con Aiko para quitarse la arena de encima y pasearon por las tiendas del lugar. Hibari dejó de quejarse por el sol y cumplió sus caprichos, lo acompañó a donde deseara, trató de seguir la plática, incluso aceptó que se tomaran muchas fotografías que serían impresas y enmarcadas después.

Todo salió bien. Tsuna estaba seguro de que incluso el alfa se divirtió.

Fue un tiempo muy productivo, días amenos al regresar a casa, y una convivencia más especial de cierta forma.

Algo cambió entre ellos. Algo los volvió más cercanos.

Eran felices.

Hasta que un día, mientras jugaban con Aiko en la sala, el celular de Hibari sonó y éste para no dejar a Aiko colocó el altavoz para contestar.

 

Leo… murió… —un sollozo mal agüero—. Tenemos que ir a apoyar a Baek.

 

Tsuna estaba seguro de que jamás escuchó una voz tan lastimera, angustiada, desesperada y perdida como la dada por Adelheid… Fue peor cuando la escuchó sollozar a través del teléfono.

 

—Estaré contigo lo antes posible… —la voz de Hibari también cambió, Tsuna notó un tono melancólico y cierto titubeo—. Y Adel…, no fue tu culpa.

Kyoya… eres un idiota… —otro sollozo—, pero te necesito aquí o haré una estupidez.

 

 

Continuará…

 

 

 

Notas finales:

 

Hum… no sé, pero yo casi lloro con la parte final, me refiero a lo del viaje.

Bueno a más de eso debo informarles que su ficker se está integrando a la vida adulta laboral, así que ahora tiene menos tiempo para sus escritos… y si es que tengo suerte pues… no sé… La verdad no estoy segura de qué tan seguido pueda actualizar este y mis otros fics en proceso, pero tranquis, es sólo hasta organizarme bien.

Krat los ama~

Besitos~

 


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