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Locura por mi todo por 1827kratSN

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«Kyoya, tócame más… Kyoya, por favor.»

 

De nuevo en aquella situación, de nuevo en ese calvario. Desde aquella vez todo en él se había alterado hasta ese punto en donde jadeaba mientras rápidamente buscaba el camino hacia el primer piso en medio de la oscuridad. Se maldecía internamente por haber llegado a esa situación que incluso evitó en su adolescencia. Jodida fuerza de voluntad que flaqueó debido a algo que no tomó en cuenta, algo que no podía controlar siquiera.

 

—Maldición.

 

Abrió la puerta del refrigerador con tanta fuerza que las cosas acomodadas vibraron y el sonido de vidrios chocándose resonó. No le importó, ni siquiera tomó en cuenta que no estaba usando la parte superior de su pijama debido al calor que últimamente le incomodaba —le estaba gustando esa semidesnudez al dormir—, o que estuviera descalzo. Tomó la jarra de agua que dejó ahí para cuando se le antojaba un refrescante líquido, la elevó por sobre su cabeza y la giró para dejar que el agua lo empapara por completo.

Tosió debido al shock dado por su piel ante el agua helada, se crispó de inmediato, respiró profundo y tiritó levemente. Pero no fue suficiente. No lo fue. Su cuerpo seguía irradiando calor, su mente nublada por los recuerdos de aquel sueño, su nariz sensible a cualquier estimulo por más alejado que estuviera de la habitación del castaño, y su alfa alterado por completo. Bramó antes de abrir le puerta superior del odioso aparato que hacía ruido y arrojó todo el contenido hasta encontrar la bandeja de cubitos de hielo.

 

—Cálmate, cálmate.

 

Se repitió antes de maniobrar para sacar los cubitos de la bandeja y desparramarlos en el mesón. Tomó dos de esos cubitos y se los metió a la boca con desesperación, los masticó sin importarle el dolor punzante en sus dientes o el ardor de su boca. Jadeó. Aún seguía alterado y el problemita en su pantalón todavía era muy notorio, doloroso. Maldijo a todo lo habido y por haber antes de reunir muchos hielos y tomar un puñado con su mano derecha. Iba a bajar su erección a las malas.

 

—¿Hibari-san?

 

Lo único malo fue que no notó —ni por un segundo—, a su callada compañía en esa cocina oscura. Cuando se fijó, su mirada cruzó con aquellos ojos chocolates que lo miraban con extrañeza. Notó rápidamente que el castaño sostenía un vaso de agua y que estaba a un par de metros de él. Su alfa saltó. No le importó que lo mirasen, con su mano libre estiró el borde de su pantalón conjuntamente con el bóxer y se arrojó los cubitos de hielo dentro de este. ¡Al demonio todo!

 

—Qué… —iba a acercarse, pero se detuvo— ¿Qué hace, Hibari-san?

—No te acerques —advirtió mientras ahogaba una queja.

 

Kyoya se dobló por el obvio cimbrar de su cuerpo ante el hielo, apoyó sus manos en el mesón y jadeó. Tomó más hielos y se los metió a la boca antes de elevarse lo suficiente sintiendo el agua escurrirse por su ropa interior. Dolía, pero valió la pena. Su mente se centró lo suficiente como para que su erección bajara al menos un poco.

 

—¿Sabe que el hielo le puede quemar la piel? —No supo qué más decir.

—No importa.

—Entonces ¡¿Por qué hizo eso?! —él mismo sintió escalofríos sólo con mirar—. ¿Sabe que aún estoy en shock porque entró de la nada, se bañó en agua y después se puso hielos en…? ¡Hibari-san, qué le pasa!

—Erección matutina —respondió antes de limpiarse el agua que caía por su frente.

 

Tsuna se sonrojó de inmediato, como si fuese la luz roja de un semáforo, y balbuceó algo antes de señalar la salida e irse. Casi corrió. Era obvio que no iba a averiguar más, por el contrario, mientras menos supiera, era mejor.

Kyoya suspiró aliviado antes de remover los hielos de su ropa interior y seguir comiéndose los restantes del mesón. Le gustaba el silencio dado por la soledad. Estaba más tranquilo así, aunque había hecho un desastre en la cocina y temblaba de frío. Y suponía que aquel castaño no preguntaría sobre el tema tras esa explicación tan directa.

Eran cosas que pasaban.

Lo malo era que a él esas cosas no le pasaban, mucho menos si aquellos sueños eróticos se centraban en extensiones de lo sucedido en el último celo del omega. No podía seguir fantaseando con su compañero de vivienda, no podía descontrolar a su alfa, no podía perder el control o tendría que volver a medicarse y en este caso… tendría que volver a usar supresores de una casa diferente a la de los Hibari.

Maldita fuera su lujuria recién despierta.

 

—Aiko debería tomar algo de sol —comentó Tsuna en medio del incómodo desayuno, uno de los muchos dados desde su celo.

—Cierto —Kyoya saboreó el desayuno sin prisa, ignorando su celular que vibraba a lo lejos.

—Si quiere podemos salir a algún lado —no había podido hablar como normalmente hacía con aquel alfa, pero lo estaba intentando.

—Adel te contactó, ¿verdad?

—No —alargó su sílaba y evitó verlo a los ojos.

—Habla, herbívoro —no fue amenazante, estaba muy calmado.

—Pues digamos que Enma me comentó algo —Tsuna jugó con sus palillos—, porque… está preocupado.

—Sea lo que sea que te dijo, es mentira.

—No creo que sea mentira —ayudó a Aiko para que bebiera un poco de jugo de naranja—, pues… usted ha estado raro y…

—Yo estoy normal —dictó con seriedad.

—No —lo miró directamente por unos segundos—. No está normal —suspiró porque también estaba un poco preocupado—. Tiene algo de insomnio, lo he escuchado caminar por el pasillo en la madrugada.

—Eso era por… —«mi erección».

—También —cortó las palabras del azabache para no recordar lo que pasó hace unos días, aún era incómodo—, su aroma es diferente… Ya no huele a madera seca…, huele más a duraznos y sólo eso.

—Estás loco —siguió comiendo—. Nada malo pasa.

—¿Por qué no quiere ir a la clínica?

—Porque no estoy de humor para escuchar los regaños de Adel.

 

Pero no iba poder esconderse por siempre, no, por eso, en una mañana en donde Tsuna se hizo cargo de cuidar de Aiko mientras el alfa se enfrascaba en su trabajo…, “eso” pasó.

El castaño abrió la puerta, Enma le sonrió antes de empujarlo dentro y apartarlo, poco después una muy —pero muy—, enfadada Adelheid hizo resonar sus zapatos de tacón aguja mientras daba grandes zancadas hacia el segundo piso. Tsuna quiso decir algo, pero su amigo pelirrojo simplemente negó; y él se vio resignado a tomar a Aiko, llevarse a su amigo al patio y esperar.

Fue la media hora más larga dada al intentar ignorar los gritos en la planta alta, el sonido de golpes o cosas romperse, soportar el hedor de feromonas de quienes peleaban, y ver a las personas pasar para disimuladamente tratar de averiguar qué sucedía. Fue la primera vez que Tsuna recibió a sus vecinos, fue horrible que el motivo fuese para enfrentar la curiosidad ajena y disculparse por el ruido. Aclaró que los culpables eran su esposo y una amiga de este, quienes tenían una discusión “menor”.

Suponía que antes nadie reclamó porque Hibari era un alfa y uno muy osco en cuando a relaciones intrapersonales, pero en ese día —y con todo ese escándalo—, los entendió y a su preocupación.

 

—Todos nos vamos a la clínica —Adel salió imponente como siempre, aunque algo desalineada y con el cabello suelto que trataba de acomodarse lo mejor que podía.

—Maldición —Hibari se veía algo semejante, pero en su caso, sangraba abundantemente por la nariz y se la sostenía con un pañuelo.

—¿Que sucedió? —Tsuna se alteró por ese notable detalle—, ¿es grave?

—Dije ¡a la clínica! —bramó Adel apuntando a la salida.

—Pero tengo que… —con Aiko en brazos no podía atender a Hibari, pero necesitaba hacerlo.

—Todos —amenazó con la mirada.

—Vamos, Tsuna-kun, es mejor no decir nada por ahora —aconsejó el pelirrojo.

—Enma, al frente —Adelheid empujó de forma grosera al otro alfa para después apuntar a los asientos posteriores de su auto—. Mocoso —miró mal a Tsuna—, tú con tu esposo.

 

Tsuna no protestó, es más, cedió ante Enma quien se ofreció a llevar a Aiko en su regazo; cosa que Hibari quiso protestar por el peligro, pero con la promesa de Adel por conducir lento y con cuidado, cedió.

Fue un camino silencioso, todos en sus asientos sin moverse demasiado, mirando de vez en vez las calles o jugando con sus dedos. Tsuna no podía soportarlo bien, estaba inquieto. Fue a los diez minutos cuando no aguantó más y se giró hacia el hombre que a veces carraspeaba y tosía. No podía creer que Adelheid dañara así a quien era su amigo más cercano y —si no mal recordaba—, antiguo amante.

Estiró sus manos para sujetar ese pañuelo tintado de rojo, con su izquierda acarició la mejilla del azabache y con su derecha apretó un poco la tela contra aquella nariz. Dio un salto cuando Hibari se quejó e intentó apartar sus manos, pero negó e insistió. Con cuidado separó la tela y verificó que ya no sangraba, pero vio el carmín bañando esa piel. Limpió la sangre líquida restante, revisó cada gota que podía absorber con el pañuelo y finalmente alejó esa tela suavemente hasta ver ese rostro.

No dijo nada, apretó los labios y tiró suavemente del hombro de Hibari antes de sonreírle. El alfa negó, se acomodó en su asiento, pero el castaño insistió con aquellas señales mudas hasta que bufó ante la negativa. Tsuna sostuvo delicadamente el rostro del alfa atrayéndolo hasta que logró que éste se escondiera en la curvatura de su cuello. Admitía que manipular a Hibari era difícil inicialmente, pero después de tanto tiempo viviendo con él las cosas se volvieron más sencillas. Fue así que Hibari terminó dormitando con la cabeza recostada en su regazo.

Ni siquiera le importó la maldición que soltó Adelheid cuando los vio por el espejo retrovisor.

Hace días que no había tenido un acercamiento así con el alfa, extrañando así ese leve calorcito en sus dedos cuando repasaban los cabellos azabaches de aquel hombre. Sonrió porque cuando deslizó sus dedos, escuchó un suspiro suave brotar de esos labios. Acarició con ternura al alfa, dejando que este se calmara y ocasionalmente se restregara contra su ropa en busca de su aroma seguramente. Dejó de pensar en lo rara que había sido su relación desde su último celo y se dejó llevar por la calma que el propio Hibari le transmitía.

 

—Al consultorio tres —Adel abrió la puerta de sopetón causando que Tsuna saltara—. Solo —miró al alfa que entreabría sus ojos.

—Tsuna-kun —Enma cargaba a una Aiko dormida entre sus brazos, una pequeñita que ni bien subió a la camioneta cedió al calorcito del interior—, te llevaré al área de pediatría. Hay una cuna que podemos usar para que Aiko duerma.

—Quiero ir con Hibari-san.

—¡No! —Adelheid fue firme—. No ahora.

—Entonces para qué me obligó a venir —la enfrentó, porque ya se cansó de esa actitud.

—Porque quise comprobar algo —chaqueó su lengua—, y ya lo hice.

—Vámonos, Tsuna-kun.

 

Kyoya y Adelheid ya habían peleado, era verdad, pero sólo físicamente, sin palabras o justificantes, sin más que sus miradas furiosas y sus ganas por derribar al contrario. Pero ahí, en medio de las curaciones y del inicio de la verdadera consulta…, las palabras al fin salieron. No usaron gritos, pero su tono de voz fuerte y frío fue lo suficientemente evidente; a eso se le sumaba las feromonas dominantes que ambos despedían en una competencia por jerarquía y que mantenía alejado a todo el personal.

Sacaron todo lo que se tenían guardado desde la última llamada que tuvieron, los regaños por las incesantes llamadas que Kyoya le cortó a Adel o por la negativa del azabache para colaborar con un nuevo tratamiento paralelo a los supresores para alfas que se estaban perfeccionando. Pelearon por el resultado de ese matrimonio forzado, por los sucesos después de eso, por los sentimientos que ambos se negaron a dejar fluir después de haberlo perdido todo o de que alguien se los quitara. Soltaron sus rencores hacia sí mismos, hacia el otro y hacia todos.

 

—¿Por qué ese estúpido omega? —el desdén era notable.

—¡Deja de llamarlo así! —le gruñó.

—¿Por qué?

—No lo sé.

—De Liliana lo entendí…, pero de este niño —Adelheid bufó—. Es un mocoso inmaduro que hace lo que quiere… entonces… no entiendo por qué has caído así de bajo.

—Lo mismo te diría.

—Enma es diferente, por si lo dudas —refunfuñó—. Es fuerte a pesar de que vivió rodeado de protección. Ha superado sus miedos y… —se cruzó de brazos, se estaba desviando del tema y ese no era el plan—. Es mucho mejor que ese niño idiota.

—No haré nada si es lo que te preocupa —se recostó boca arriba en la camilla.

—Te conozco, lamentablemente te conozco —rio forzadamente mientras se quitaba los guantes y dejaba todo de lado— y sé que cuando te enamoras te vuelves un idiota, un loco sin componte ni cura.

—No quiero ceder —miró al techo.

—Cederás —dijo con tristeza.

—No lo haré.

—Te diría que cedas, que será lo mejor —Adel sonrió—, tal y como lo dijo Leo…, pero yo no soy Leo —se quedaron en silencio por un rato, calmándose, meditando.

—Adel —la miró—, ¿crees que me lo quieran quitar si se enteran?

—Tienes miedo —afirmó acercándose a la camilla hasta golpear levemente la frente del alfa.

—Mataron a Liliana —Kyoya cerró los ojos—, ¿crees que podrían matarlo también?

—Sí —suspiró—. Es una posibilidad muy acertada… Ya sabes que ellos no tienen escrúpulos.

—Si saben que te gusta Enma, lo matarán también… —miró a la azabache que hizo una mueca—, o tu padre se lo llevará.

—Estamos hablando de ti.

—Todo esto es más fuerte que yo —se sentó junto a Adel y emitió una leve queja porque su cuerpo estaba pesado—, porque haga lo que haga… no les gustará.

—¿Cuándo les ha gustado lo que hacemos? —bufó antes de reírse—. Así que…, ¿qué más opción nos queda?

—Mentir —Kyoya se acomodó el cabello—, mentir hasta que ya no podamos.

—No le digas que estás enamorado de él —negó al imaginárselo.

—Lo sé.

—No lo vuelvas tu prioridad —suspiró—. No hagas locuras, Kyoya.

—Lo intentaré, carnívora.

 

Pero cuando Kyoya admiró esa pequeña sonrisa emocionada y aliviada en aquel castaño, su voluntad flaqueó. No entendía por qué, pero en cuanto percibía ese aroma a flores, todo lo demás se desvanecía y sólo quedaba esa pequeña y grata sensación que su alfa adoraba. Su alfa estaba encantado con ese omega, lo buscaba, lo reconocía como su compañero, y su mente estaba siendo guiada por ese mismo sendero.

Su instinto le estaba ganando, cosa que jamás pasó…, jamás con excepción de Liliana.

Sabía que jamás iba a amar a otra persona de la misma forma que hizo con su pequeña Lili, con tanta fuerza y devoción…, lo sabía…, pero entonces ¿por qué ese castaño le generaba una paz muy agradable que disfrutaba a plenitud? ¿Por qué?

 

—¿Quiere comer algo?

—Sí.

 

No podía negarle cualquier capricho, no quería hacerlo. No podía dejar de mirarlo mientras este revoloteaba cual avecilla en medio de las calles o locales comerciales. Le seguía la plática sin esforzarse demasiado, lo perseguía como si fuera su lazarillo. Y si bien priorizaba a Aiko, su atención hacia el castaño tal vez se le igualaba y eso le daba miedo también… porque odiaba pensar que en algún punto tendría que elegir entre Aiko y Tsuna… o que en el peor de los casos… olvidaría a su hija por seguir a ese omega.

Últimamente le temía a todo. Y eso era desagradable.

 

 

Revisión…

 

 

—¿Por qué tengo que hacerme una revisión también?

—Es algo rutinario —I-pin sonrió mientras se dirigían al consultorio que ya tantas veces visitó—, ya sabes, para saber que todo está bien. Por eso digo que debes hacértelo.

—No lo necesito.

—¿No me dijiste que te resfriaste hace tiempo? ¿Y que tu último ciclo de celo duró un día menos que los anteriores? —le palmeó la espalda—. No te hace daño revisarte para prevenir —y antes de que su amigo siguiera negándose, añadió—. Ten en cuenta que tu hijita puede contagiarse si es que tienes algo.

—Está bien.

 

Aceptó acompañar a I-pin para escapar un rato de su casa, para pensar por cuenta propia, meditar el por qué se sentía a gusto cuidando a un terco azabache al que le recetaron reposo por tres días y una dieta temporal para mejorar ciertos aspectos de su salud. Se rio mucho cuando Adel le dio todas esas indicaciones mientras Kyoya se negaba rotundamente a obedecer. Pero prometió hacer que el alfa respetara las indicaciones, y terminó así…, siendo la madre estricta.

Fue divertido.

Aunque sentía que no debería apreciar esos momentos.

Fue un largo proceso porque el médico de I-pin también lo revisaría a él; la acompañó en algunas ocasiones, en otras la vio entrar a un consultorio para que le tomaran muestras de sangre y todo lo que suponía era normal. Cuando fue su turno sintió que todo se alargó, incluso con las preguntas personales que necesitaba contestar para llenar una ficha —cosa que le explicaron, era por ser su primera visita al sitio—. Evitó las preguntas que intentaban averiguar sobre su actividad sexual e información de su alfa, tratando de no dar más explicaciones de las necesarias por el anillo en su dedo y su cuello sin marca.

 

—Bien, hemos terminado. Ahora sólo pasa al siguiente consultorio y te tomarán las últimas muestras.

—¿Y los resultados?

—Estarán a más tardar mañana —sonrió el beta—, puedes recogerlas en la recepción con tu identificación.

 

Dejó que le picaran un dedo, que tomaran un tubito de sangre, una muestra de saliva —quien sabe por qué—, lo pesaran, midieran por donde necesitasen, tomaran su ritmo cardiaco. Y al final suspiró cansado. Le dijeron que estaba bien, debería cuidar un poco su peso porque un omega delgado llevaría un embarazo y daría a luz con mayor facilidad, y que se enlazara ya porque no era bueno que alguien de su casta estuviera sin reclamar por tanto tiempo.

Beta idiota.

Sonrió al despedirse, porque obviamente no iba a volver, ni siquiera por sus exámenes porque estaba seguro que no tenía algo malo, y si lo tenía se haría una revisión con otro doctor. Debió hacerle caso a Hibari, quien le dijo que el médico de la familia era un beta criado para servir a la casta alfista, pero como siempre su terquedad —aunque en esa ocasión fue por acompañar a su amiga—, le causó ese mal rato.

 

—Tsuna, volveré en un rato —I-pin señaló la mesita de la cafetería del hospital donde pensaban tomar algo antes de irse—, espérame ahí por favor.

—¿A dónde vas?

—Al baño —susurró divertida antes de agitar su mano y apresurarse hacia la salida.

 

Tsunayoshi se quedó sentado con la vista fija en el gran ventanal, observó a la gente pasar, y se entretuvo con un perro con los pelos en punta. Una amable señorita le tomó la orden, el castaño se dio la tarea de pedir dos pedazos de pastel y dos tazas de té, suponía I-pin no se enfadaría por ese detalle. Balanceó sus piernas un momento recordando lo que le dijo el médico y refunfuñó internamente porque no imaginaba cómo era que I-pin lo soportaba. Aunque suponía era porque obligatoriamente tenía que hacerse atender con ese beta; sentía pena por ella.

Pero también llegó un recuerdo adicional a su memoria, uno dado cuando estaba por salir de la clínica junto a Hibari cuando este ya fue revisado por Suzuki. Al inicio se quedó en shock, pero después no supo cómo reaccionar. Porque ver a esa mujer besando los labios de Kyoya con tanta naturalidad fue un momento muy duro, no sólo porque Enma fue testigo o porque él mismo se sintió incómodo por esa muestra de afecto tan impropia en un lugar donde podrían verlos…, fue también el hecho de que el alfa no hiciera mayor mueca que arrugar su nariz antes de alejarse como si nada.

 

—No es algo que se haga entre… amigos —espetó antes de arrugar la servilleta entre sus manos—. ¿Por qué lo hicieron entonces?

 

Hasta donde sabía, ese par no tenía nada y si lo tuvieron eso terminó hace mucho. Mucho más que eso era que, en todo ese tiempo, ese par no mostró interés mutuo, ni siquiera una seña…, pero pudieron estar ocultándolo bien. No, no podían. Enma o alguien más lo hubiese sabido, además, Enma juraba que la propia Adelheid le confesó que no tenía nada más que una amistad-rivalidad con Kyoya. La alfa no era de las personas que mentían u ocultaban cosas, era directa y sincera, tanto como para decir sin tapujos si tenía un amorío con un hombre casado.

No hallaba lógica en ese comportamiento… No hallaba explicación para ese beso que le revolvió el estómago y le produjo un deseo por querer estrangular a Adel.

 

—¿Cómo salieron tus exámenes?

 

Un plato pequeño fue colocado frente al castaño quien dio un pequeño saltito. El postre se veía muy dulce y agradable, el otro plato estaba acomodado también y la beta adecuó lo que faltaba. Tsuna miró incrédulo a la persona frente a él, quien sin pedir permiso se ubicó en el asiento sobrante en esa mesita de dos personas. Le sonreía como si nada, arreglaba sutilmente la manga de su traje y se acomodaba la trenza para que descendiera del lado derecho de su cabeza.

 

—¿Qué hace aquí?

—Vine a recogerlos —señaló educadamente los cubiertos—. Puedes comer, no hay problema.

—I-pin no me dijo que usted…

—Vine por coincidencia.

—Esto no es coincidencia —retó enfrentando la mirada amarronada de Fon.

—Al parecer no quieres rodeos —tomó una de las tazas de té y la olfateó—. Entonces lo diré —bebió un sorbo pequeño—. ¿Por qué sigues sin ser marcado?

—Como si fuera a permitir eso.

—Si te levantas y te vas —miró al castaño—, la beta te va a detener y yo usaré mi voz de mando para que vuelvas a tu lugar —advirtió cuando Tsuna golpeó la mesa.

—¿Qué quiere de mí? —intentaba no ser escandaloso, pero era complicado con ese idiota frente a él.

—Creo que me equivoqué contigo —suspiró—. La única razón por la que te elegí como esposo de mi hijo fue que parecías más… fácil —torció una sonrisa—. Ya sabes. Creí que cederías ante las buenas cualidades de Kyoya, te dejarías tomar, te marcaría, te embarazarías y finalmente le darías la familia que mi hijo tanto anhela.

—No soy una incubadora —soltó un jadeo y negó.

—Te equivocas en eso. Para mí y para la clase alfista eres y siempre serás sólo una incubadora…. Ese es tu rol, tu obligación y estás fallando —ondeó su mano dejando la taza de lado—. Qué decepcionante eres.

—Mire quién me habla… —se burló—, el que ha dañado a su hijo a tal punto en que no quiere olvidar a su amada Liliana.

—Así que por eso no progresa su relación —apretó los labios—. Entonces has que la olvide, has que se fije en ti y te muerda.

—¿Por qué insiste en eso?

—Kyoya siempre quiso una familia, hijos, y yo quiero que eso sea posible. Para eso te pagué —frotó sus dedos índice y pulgar—. Y si no cumples con tu parte, me obligarás a deshacerme de ti.

—¿Me está amenazando?

—Te estoy avisando —tamborileó sobre la mesa y lo miró fijamente—. Si no haces que Kyoya enlace contigo…, acabaré con tu muy penosa existencia.

—No le tengo miedo.

—Deberías —sonrió—. Bueno. Ten una buena tarde, regresa a casa con cuidado —se levantó—. No hace falta que esperes a I-pin, ella se va conmigo.

 

Tsuna vio a ese alfa alejarse con paso elegante, firme, seguro. Lo odiaba. En serio que lo odiaba y estuvo a punto de gritarle algún insulto hasta que recordó que estaba en un lugar público, sin muchas personas, pero con testigos. No era tan idiota como para dejar pasar esa amenaza tan directa, pero tampoco iba a darle una excusa para que Fon lo atacase en ese mismo lugar. Se mordió la lengua, apretó los puños, arrojó la cucharita que le cedieron y se sujetó la cabeza.

No le agradó nada aquella conversación.

No le agradó esa amenaza.

No le agradó ni un poco pensar en que I-pin convivía con esa bestia.

Y no se iba a quedar ahí por un minuto más. Se fue sin ver atrás, azotando la puerta de cristal, apresurando sus pasos hasta buscar un lugar plagado de gente que le sirviera de escudo hasta que su acelerado corazón se calmara, ya después buscaría refugio en medio de un parque o un lugar menos concurrido. Se cobijaría en los primeros brazos que le dieran confort.

 

 

Diferencias…

 

 

Reía, es que no podía evitarlo, porque la situación en sí era muy divertida. Su pequeño pajarillo había aumentado su vocabulario, reforzado sus pasos, y su cuerpecito en sí ya era un pequeño mundo equilibrado que estaba dando sus primeras muestras de carácter y decisión. Pero al parecer, por mejor padre que Kyoya fuese, en esa ocasión cierto alfa no pudo seguirle el ritmo a su hijita y estaba algo frustrado.

 

—No, no, ¡No!

 

Aiko gritaba cuando notaba las manos de Kyoya cerca de ella, hacía pataleta manoteando al aire y el alfa terminaba bufando y alejándose un poco, pero eso no duraba e intentaba de nuevo agarrarla sin que Aiko le diera problemas. Pero era imposible. No si la pequeña terca no quería ser ayudada o cargada para subir esas escaleras. Ella quería hacerlo sola, trepándose en los escalones y estirando sus piernitas para impulsarse, cosa que Kyoya no tomó bien por el claro peligro. Tsuna quiso explicarle a Kyoya que era normal y que dejara a Aiko ser lo que deseara…, pero no hubo palabra que hiciera a ese alfa calmarse.

 

—No, no —negaba cuando ya subía la quinta grada y vio a su padre cerca.

—No te… —Hibari suspiró—. Vas a caerte.

—No, no —era divertido verla.

—Te voy a vigilar quieras o no, Aiko.

—¡No! —agitaba sus manos en amenaza porque se alejase de ella.

 

Tsuna vio todo desde la base de esas escaleras, suspirando a veces por la discusión de esos dos, riendo cuando Kyoya se rindió y optó por simplemente sentarse en cada escalón que Aiko lograba subir, resignándose a ver esa escena más veces de las que debería en ese día y posiblemente en los siguientes. El castaño ya vería cómo hacer esas escaleras menos peligrosas o cómo instalar una rejita para que Aiko no trepara, pero por el momento sólo se quedó observando y disfrutando.

 

—Lo lograste —Kyoya sonrió cuando su pequeña superó el último escalón y respiró profundo—. Excelente —le aplaudió.

—Papi —rio contenta antes de aplaudir y gatear presurosa hasta treparse al regazo del azabache.

—Es verdad. Subiste sola —le besó la mejilla y la acomodó en brazos—. Pero lo harás sólo conmigo vigilando.

—¡No! —rio más animada antes de señalar su cuarto— Babu.

—Iremos por tu osito —suspiró.

 

Tsuna aceptaba que Hibari se veía mejor, más animado y vivaz. Tal vez con todo lo que ocurrió no se fijó en el mal semblante que tenía ese alfa, pero después de esas semanas donde siguieron las recomendaciones de Adelheid…, se notó el cambio. Ya no veía a Hibari dormitar a media tarde, su rostro no era tan pálido como antes, y ya no lo escuchaba toser en las mañanas. Eran pequeños detalles que antes no captó, pero que no dejaban de ser importantes.

Se sintió culpable.                                      

Se suponía que vivían juntos, que acordaron ser una familia normal en la medida posible y olvidar todos sus problemas para centrarse en vivir en paz. Pero no notó que Hibari estaba enfermo, se descuidó a tal punto que alguien fuera de su hogar tuvo que darle un regaño y demostrarle su error. Tal vez lo que más rabia le daba era que esa persona fue Adelheid…, la mujer que besó a su esposo frente a él. ¿Sería una afrenta por parte de esa alfa? Podría ser porque estaba enojada con él.

 

—Herbívoro —Kyoya miró al castaño con una ceja levantada—, doblaste tu cuchara —señaló.

—Ah, lo siento.

 

Suspiró nuevamente y trató de centrarse en la cena, pero le fue difícil y por eso se ofreció a hacer la limpieza mientras Kyoya dormía a Aiko. Sería más fácil calmarse en soledad y centrándose en las tareas domésticas, lo prefería antes que transmitirle su incomodidad a la pequeña que bostezaba por el cansancio del día.

Además, no debería enfadarse con Adelheid por lo que hizo, no tenía sentido hacerlo porque Kyoya podía hacer lo que deseara ya que no tenían vinculo alguno. Pero le enfadaba que Enma se hubiese visto afectado, porque para nadie era desconocido que aquel pelirrojo tonto estaba encantado con Adelheid y de cierta forma tenía un platónico que murió de forma ruda con aquel beso. Pobrecito.

 

—¿Terminaste?

—Sí —suspiró antes de dejar de lado el último plato y sujetar el mantel con el que se secó las manos.

—Tsunayoshi —el mencionado se giró hacia quien lo llamaba—, tengo algo para ti.

—Ah —su mirada descendió rápidamente hacia la mano que se movió, y ladeó un poco su cabeza—, ¿un regalo?

—Sí —lo colocó sobre la mesa del comedor antes de sentarse—. Puedes abrirlo si quieres.

 

El pequeño presente estaba envuelto en papel brillante, tenía un lazo encima, mismo que Tsuna deslizó suavemente para no dañar el detalle. El castaño removió lo mejor que pudo el papel y descubrió una pequeña caja de color azul pastel con un dibujo de conejo. Sonrió. No sabía qué había dentro, pero incluso la caja era bonita. Sintió ansiedad y miró al alfa quien sin inmutarse esperaba que descubriera el contenido, así que Tsuna despapó la caja.

No esperó eso.

Fue genial que se hubiese sentado antes de abrir el regalo, porque al verlo incluso soltó el aire. No había visto jamás tan inmaculado color blanco o un adorno más bonito que el encaje en los filos del par de escarpines pequeñitos, tan diminutos que en su mano sobraba espacio. Los acarició con sutileza soltando una suave risita, apreció los detalles y la textura de lo que parecía algodón. Pero más allá del presente, fue que ese par de cositas habían llamado su atención desde hace mucho tiempo… y no creyó que ese alfa lo hubiese notado.

 

—Noté que los mirabas en una de las tiendas.

—Es cierto —se quedó embelesado por aquel par de prendas para bebé recién nacido, las más pequeñas que había visto.

—Pensé que sería un buen presente.

—¿Pero por qué?

—Cuando tengas un bebé con la persona que amas, te será útil —Kyoya sonrió con sutileza—. Además, son bonitos.

—Lo son —soltó una risita porque la palabra “bonitos” sonaba muy irreal con esa voz—. Pero a eso no me refería —colocó su regalo en la cajita con cuidado de no arruinarlos—. Yo preguntaba, ¿por qué un regalo hoy?

—Porque —su sonrisa se borró de pronto—, es nuestro aniversario.

 

Tsuna miró al alfa con atención, casi sin pestañear, sin creerse que esa palabra saldría de esos labios. Intentaba procesar aquella frase y tomarla de buena forma, pero lo que pudo vislumbrar fue un recuerdo doloroso donde lo único que podía notar era la tristeza de sus amigos y la atadura de I-pin quien le fue arrebatada de las manos.

Jamás pudo asociar algo bueno con aquella fecha que en realidad quiso olvidar. Fecha que, si bien estaba consciente de que en ese mes se llevaría a cabo, jamás tomó en cuenta. Incluso se negó a mirar el calendario desde el inicio del mes. Era horrible, porque hace un año… fue llevado a rastras a esa casa después de que firmó un papel y se colocó un anillo que por obligación portaba.

 

—Sé que no es algo que debamos celebrar —Kyoya golpeó la mesa con su dedo índice antes de cruzarse de brazos—, y por eso quise darte un regalo… Para que así, tal vez, olvidaras ese mal recuerdo y lo reemplazaras por algo mejor.

—Es un año —trató de sonreír, pero sólo pudo apretar los labios—. Wow.

—No ha sido fácil —miró la cajita—. Lamento que hubieras tenido que pasar por todo esto.

 

Nada había sido fácil, era verdad. En realidad, todo fue una mierda desde que tuvo su primer celo. Pero aquella fecha, ese día en especial, era lo peor para Tsuna, porque le recordaba lo que tuvo que hacer, lo que Fon le obligó a hacer… y la amenaza de hace días. Su aniversario de bodas era algo que repudiaba con fuerza.

Pero aun con todo eso…

No podía odiar ese gesto.

No podía ignorar que Hibari se había esforzado en esa convivencia, que había dejado de ser ese osco y seco individuo para mostrar la parte oculta y dulce que escondía. No podía dejar de lado los meses llenos de paz y alegría junto a su pequeño pajarillo. No podía decir que odiaba al alfa o las acciones del mismo. No podía olvidar su objetivo en esa maldita vida.

 

—Me gusta Hibari-san —miró la cajita y sintió sus ojos aguarse.

 

Tardó unos segundos en elevar su mirada hacia la del alfa, no pudo sentirse más satisfecho que cuando notó una pisca de ilusión en esos ojos azules, pero le pareció chistoso que toda la expresión de aquel hombre dictara confusión pura. ¿Sería muy difícil el hacer que aquel alfa le creyera? No sabía, no quería saberlo. Respiró profundo, soportó sus lágrimas y volvió a repetir aquella frase.

 

—A mí me gusta… usted.

—Acordamos en no decir mentiras.

—Jamás acordamos eso —refutó tras dar una leve risita—. Y aun así…

—No lo vuelvas a repetir —apretó los dientes e ignoró la felicidad de su lado alfa.

—¿Por qué no? —apretó sus labios y los puños por debajo de la mesa.

—Estás mintiendo —dolió.

—No lo hago.

—No estás consciente de lo que dices.

—Lo estoy —Tsuna estaba molesto—. Ya no estoy en mi celo, estoy consciente de mis acciones y palabras… Y le estoy diciendo que usted me gusta.

—Tsuna…

—En mi celo le dije que deseaba que me tomase —sus mejillas se tornaron de rojo intenso y tuvo que desviar la mirada hacia su regalo—, y era en serio. Lo dije en serio.

—No lo…

—Y ahora… quiero decir que… —respiró profundo para ahogar un sollozo porque estaba dolido— quisiera que mi primer cachorro… fuera de usted. Que este pequeño escarpín —deslizó sus dedos por el borde de la cajita—, fuera de su hijo…, un hijo suyo y mío.

 

Kyoya observó cada cambio en ese rostro, desde el desconcierto inicial cuando vio el regalo… hasta ese momento en el que esas mejillas se coloreaban con intensidad y un suave brillo se posaba sobre ese par de iris chocolates debido a las lágrimas retenidas. Era consciente del aroma y feromonas que Tsuna soltaba, podía escuchar el latido de ese corazón. Notaba todo. A veces odiaba sus agudos sentidos porque siempre le permitían saber la verdad detrás de las palabras o facetas de la gente.

 

—Estás mintiendo —apretó su piel y cruzó sus brazos aún más, apretándolos contra su cuerpo.

—¡No lo hago! —Tsuna soltó una queja antes de mirarlo directamente—. Y no entiendo por qué siempre le da contra a lo que digo.

—Para protegerte de ti mismo.

—¡Es un idiota! —jadeó—. Es un idiota que se niega a aceptar que también le gusto y que…

—Lo niego y lo haré cada vez que sea necesario —tragó duro.

—El que miente es usted —respiró profundo—. El que se niega es usted —su voz se quebró—. Y eso duele.

—No tienes idea.

—¡Quiero estar con usted! —Tsuna tragó duro—. Quiero que me ame —sus labios temblaron.

—No debo hacerlo.

—Quiero que me mire con dulzura, que no esconda su necesidad por abrazarme. Quiero que me olfatee y suspire —apretó sus piernas—. Quiero que acepte que está enamorado de mí y que… le correspondo.

—No digas más —suplicó.

—¡Pero usted es tan terco! … ¡y odioso! —soltó un sollozo—. Usted lo vuelve todo difícil e insoportable. Usted no tiene ida de lo doloroso que es ser rechazado y que tu lado omega se la pase suspirando y lloriqueando cada noche.

—Tsunayoshi, detente.

—¡No! —se limpió las lágrimas—. No lo haré.

—Vas a hacer que te crea —cubrió sus ojos con una mano y negó—. Ya basta.

—Me gusta…, Hibari-san —repitió más alto, con más convicción, estirando su mano hacia aquel hombre, pero deteniéndose a medio camino—. Quiero que me acepte y que… nosotros…

—Todo será mejor si entre nosotros no pasa nada —sintió sus lágrimas acumularse.

—Pero usted lo quiere… y yo…

—Es peligroso —respiró profundo antes de cruzar sus brazos.

—Aun si… lo fuera —hipó porque ya no podía detenerse—, yo quiero… quedarme con usted.

—Si te pierdo no lo soportaría —sintió su pecho doler y su garganta obstruirse. Dolía tanto.

—Quiero arriesgarme.

—Si cedo ahora ya no habrá marcha atrás.

—Hibari-san… —boqueó, pero obtuvo el valor para completar su frase—. Me gustas, Kyoya.

 

¿Cuán dulce podían ser unas palabras? Para quien lo había perdido todo y cuya esperanza cada vez estaba más muerta…, era como saborear néctar por primera vez. Kyoya sintió aquellas palabras como una caricia a su alma, un alivio hacia su doloroso pasado, y una dulce promesa que tal vez acabaría siendo su infierno personal.

Y bien sabía que, si es que Tsuna le estaba mintiendo, no le importaría.

Leo tuvo razón, Adel tuvo razón, la piña loca esa tuvo razón…, Nana tuvo razón. Todos tenían razón. Él cayó ante los encantos de un niño que no conocía lo que era el dolor de la clase alfista, se había encantado con la promesa de una vida feliz, se había ilusionado con uno de los cuentos de hadas que les contaban a los niños y que quería volver realidad.

Se enamoró de quien le devolvió algo de vida.

Respiró profundo, se limpió el leve rastro de las lágrimas que no se derramaron de sus ojos, tamborileó en la mesa antes de mirar al castaño quien trataba de contener su llanto entre susurros y protestas porque no le creían. Y después sólo separó sus brazos, los abrió simbolizando así que ya no podía más…, que ya no quería negar más…

 

—No tienes idea de en lo que te has involucrado.

 

Tsuna se quedó mirando a ese hombre, se limpió rápidamente las lágrimas sin creerse lo que estaba frente a él. Tembló. Pero al final sólo se levantó y a paso torpe se acercó a quien le habría los brazos como una invitación. Apretó los labios, lloró un poco más y finalmente deslizó sus manos por esos hombros. Se aferró a aquel hombre, se sentó a horcajadas en ese regazo, pegó su mejilla sobre ese pecho que era cuna de latidos acelerados, y soltó un sollozo agudo.

 

—No me importa.

 

Cuando los brazos de Hibari rodearon el delgado cuerpo del omega y este se acomodó para encajar correctamente, ambos soltaron un suspiro. El uno cedió, el otro triunfó. Resignación y satisfacción. Calidez y confort.

No había más que ellos dos, el latido de ambos seres y los pensamientos que invadían sus cabezas. Y aun así…, se aferraron al cuerpo ajeno para tener un soporte con el que superar el inicio de aquel cambio.

 

—Y no me gustó que Adelheid-san lo besara —murmuró cuando se calmó lo suficiente.

—Eso no fue un beso —deslizó su nariz por aquellos cabellos y suspiró.

—Lo fue —golpeó el pecho del alfa—, ¿por qué demonios lo hizo?

—Ella… estaba enfadada y quería desquitarse con cualquiera.

 

 

Continuará…

 

 

 

Notas finales:

 

Krat no sabía que poner de título y lo dejó con el antojo que tenía. XD

Ya valió verga señores. Sé qué los he matado con lo lento de esto, así que me estoy reivindicando, alv. Perdonen a Krat y su afición por las novelas dramáticas.

Estaba adelantando el cap, pero mi compu se apagó, así que ya nada, mejor les di actualización y después me iré a dormir.

Feliz día del niño~

Besos~

Krat los ama.


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