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Locura por mi todo por 1827kratSN

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Resultados.

 

 

Salió en la mañana junto con Aiko, bien dispuesto a gastar las energías ilimitadas de su pequeño dulce de uva. La dejó caminar por el parque, aunque jamás le soltó la manito; se internaron en medio de los juegos para los niños más grandes hasta hallar el arenero, y finalmente dejó a su pequeña beba libre para que jugara con los otros dos niños que estaban ahí.

Se sentó cerca, mirando todo con una sonrisa y charlando con su visita, porque sus encuentros con Lambo siempre le subían el ánimo, y si Haru estaba también, todo se volvía mejor. Porque ya tenía la confianza necesaria para decir en voz alta que…

 

—Ayudaremos a los omegas.

 

Se sentía bien al decirlo, el volver esa frase su mantra y el justificante de todo, sentía que era correcto y eso le daba energías para levantar la cabeza y seguir. Las risas de sus dos amigos eran reflejo de la suya, que no salía porque estaba más centrado en ver a aquella bebita que jugaba con la arena entre sus manos. Sabía que todo su sacrificio valdría la pena si Aiko era libre y feliz en un futuro, porque su mayor motivación era que la nueva generación no viviera un infierno como lo vivieron él y sus amigos. No se lo merecían. Nadie se lo merecía.

 

—Skull dijo que se daría a conocer pronto, y que los llevará a ustedes dos para que vean lo que eso significa —Lambo hizo una bomba con su chicle—. También estaré yo, así que no hay que preocuparse —se estiró más sobre la banqueta y bostezó.

—¿Eso no será peligroso? —Haru estaba nerviosa porque todo era nuevo para ella—. Ya sabes, es que somos omegas y…

—Tan ingenuos ustedes —rio bajito—. ¿No saben que existen supresores de aroma y disfraces? —negó divertido—. Hasta donde yo sé, nosotros pasaremos como la servidumbre —ya Skull le había contado algunos detalles—, y si bien no estaremos en la misma habitación que todos, estaremos en la adjunta donde podremos escuchar todo. Después sólo debemos bajar la cabeza, pasar las tazas de café y los bocadillos.

—Tienes ideas muy locas, Lambo —Tsuna agitó su mano para saludar a la pequeña que lo llamaba desde el arenero.

—No son mías, obvio —balanceó su mano y rodó los ojos—. Todo el crédito es de mi querido Skull, maestro de maestros, ¡soñadores de soñadores! —elevó sus manos al cielo mientras reía bajito—, y de Uni, porque esa niña sabe ingeniárselas para escabullirse de los problemas y nos comparte sus habilidades.

 

Se los agradecería por siempre, de eso Tsuna estaba seguro. Por eso estaba de tan buen humor, riendo con la pequeña a la que llevaba caminando despacio por las aceras, sosteniéndole la regordeta manita y nombrando lo que ella señalaba con curiosidad. La cargó cuando su pequeña se cansó de mover esas piernitas de bebé un poco tambaleante todavía, se detuvieron a comer un helado también, y si bien la siguiente mitad del camino tendría que recorrerlo solo porque Haru y Lambo tenían otros asuntos que atender, no importaba, era seguro.

Porque era territorio de Hibari Kyoya y en el mismo ningún vándalo, alfa o peligro podía ingresar sin que las alarmas saltaran o que el alfa se enterase, el propio Kusakabe lo aseguró. Tsuna ni siquiera se dio cuenta de cuándo fue que dejó de tener visitas indeseadas, tampoco fue consciente de que su esposo implementó un gran sistema de seguridad en su barrio para mantenerlos a salvo. Era impresionante y gracioso a la vez. Suponía que era uno de los beneficios de estar bajo la protección de un alfa de sangre pura y con influencias.

 

—¿Qué le dirás a papá cuando lo veas?

—Amo papá —Aiko rio suavecito cuando Tsuna amagó con hacerle cosquillas.

—¡Eso es! —besó la frente de su pequeña—. Tú debes amar mucho a tu padre.

 

Cada quien estaba tomando su rumbo, cada quien adquiría su papel en ese juego infernal. Unos iban a ganar, otros a perder, pero nadie podría cambiar el hecho de que un simple omega se levantaría y alzaría su voz en reclamo a toda esa injusticia, que se daba frente a los ojos de todos esos betas imbéciles que fingían no reconocer el dolor de los omegas bajo su yugo. Obligaría a la sociedad a no callar ese secreto a voces, rebelaría su realidad en ese país, así como en otros lugares se hizo. Porque Japón en conjunto con otras naciones eran de los pocos que todavía seguían siendo tan cerrados y aferrado a sus raíces culturales tan rígidas y ridículas en cuanto a la división de castas alfa-beta-omega.

 

—Pero ya no más —sonrió Tsuna.

 

Era tiempo de que los omegas fueran tratados con mayor dignidad y respeto. Y si bien en el mundo aún los creían inferiores, en muchos países ya no había reglas tácitas que dictaban a los omegas como fuentes de reproducción destinados exclusivamente a alfas de clase noble, también eran protegidos durante sus celos y sus oportunidades laborales eran estables. Era un paso, y su libertad se iba a ganar de poco en poco. Estaba seguro de eso.

Era feliz sólo con esa esperanza.

 

—Ya estoy en casa, Hibari-san.

 

Esperaba que el alfa hubiese terminado con el trabajo que tenía que hacer, por eso lo dejó solo en la mañana y se llevó a la traviesa Aiko, quien generalmente quería captar toda la atención de Kyoya para sí sola. Soltó a su hijita para que también buscara a aquel hombre, recorrieron la sala y el segundo piso donde se supondría estaba Kyoya, pero no lo hallaron y Tsuna se preocupó, porque Kyoya siempre avisaba si saldría de casa.

 

—¿Hibari-san? —se asomó por la ventana del segundo piso, pero no halló a nadie en el patio—. ¿Hibari-san?

 

Cargó a su nena para bajar de nuevo al primer piso, buscando una nota de aviso por si el alfa tuvo alguna reunión o emergencia que atender. Se fijó en todo a su alrededor, hasta que notó un rastro en el suelo plasmado por gotas semejantes a saliva pues se veían acuosas. Se alteró un poco y siguió el camino que empezaba desde la base de las escaleras. Sujetó bien a su hija para prevenirse si es que algún perro ajeno se metió a la casa, pero su terror se hizo presente cuando se dirigió a la cocina y aquellas gotas cambiaron de color y textura.

Ese rojizo era sangre.

Tsuna respiró agitadamente y se apresuró a rodear el comedor y el mesón. Tuvo que cubrirse la boca y contener un grito para no asustar a su hija. Su mano tembló a la vez que su brazo que sujetaba a la bebé se tensaba. No sabía qué hacer, no cuando en frente de él estaba Hibari, tendido en el suelo, de lado, sin moverse, en una posición un tanto extraña como si hubiese deseado tomar una pose fetal, pero se hubiese detenido a la mitad del movimiento. Su voz ni siquiera salía como para llamarlo. Estaba asustado.

 

—¡Papá! —fue Aiko quien lo llamó—. Papá —e intentó bajarse de brazos ajenos.

—Princesa —su voz tembló, pero intentó no verse espantado—, tengo que revisar a papá —intentó sonreír—, así que… quédate aquí, paradita, ¿bien? —bajó a su pequeña.

—Ben, ben.

 

Dejó a su nenita un poco lejos de Hibari y él se acercó tan rápido como pudo sin saber qué hacer primero. Porque mientras más se fijaba, reconocía detalles más alarmantes. Los dedos de Hibari se hallaban bañados en carmín entremezclado con alguna sustancia que parecía espuma. Gateó con prisa hasta que pudo sostenerlo de los hombros y empujarlo para que quedase boca arriba. Quiso romper en llanto y gritar en ayuda, pero escuchaba los monosílabos de su pequeñita que esperaba atenta alguna pista de que podía acercarse a su padre.

 

—Hibari-san —susurró—, no me asuste así.

 

Con sus manos temblorosas tocó ese rostro manchado de rojo, buscando una herida, una pista, pero sólo hallaba sangre que manchaba esos labios, la quijada, el suelo y la ropa del azabache quien no respondía, pero que seguía respirando. Seguía vivo.

Tsuna no sabía que pasó ahí, pero estaba seguro de que no había sido un ataque, porque la puerta de enfrente estaba asegurada tal y como la dejó, y tuvo que usar sus llaves para entrar. Todo estaba en orden y lo único extraño era Hibari.

 

—¿Qué le pasó? —sus labios temblaron y tuvo que morderlos para calmarse—. Por favor, dígame algo —mientras golpeaba suavemente esas mejillas, empezó a sudar frío—. Hibari-san, por favor, reaccione —siguió intentando, suplicando, tocando ese rostro—. No me haga esto ahora, por favor.

—Mami, peta papi —la pequeña se había acercado hasta que se arrimó al cuerpo del azabache—. Peta.

—Estábamos tan bien —sus ojos le ardían—, no me haga esto ahora. Hibari-san, por favor… despierte.

 

Pero no lo hizo, y mientras Tsuna buscaba con desesperación un teléfono —olvidando incluso que él tenía su celular en el bolsillo—, empezó a sollozar bajito debido al miedo y a la desesperación. Tuvo que apartar a Aiko de Hibari para que no sospechara, temblaba mientras marcaba el número de Enma, seguía vigilando y suplicándole al alfa porque despertara y finalmente rompió en llanto al darse cuenta que la sangre brotaba por entre los labios y nariz de Kyoya.

Nunca se había sentido tan asustado.

Le suplicó a Enma entre lágrimas porque lo ayudara, no pudo siquiera cortar la llamada después de que le aseguraron que irían por él y lanzó el teléfono a un lado para volver junto al azabache. Intentó limpiarle el rostro con la mano que no estaba ocupada palmeando la cabecita de su niña que poco a poco también empezó a entrar en pánico y a llorar. Era un desastre, era la segunda vez que hacía pasar a su pequeña por esa situación horrible, una en donde le suplicaba a Kyoya porque le dijera que era una forma cruel y él temblaba como gelatina.

Fue una eternidad hasta escuchar un auto cerca que se estacionaba y aunque no fue Adelheid o Enma, al menos fue Kusakabe quien lo ayudó con Aiko y después a sí mismo para calmarse también. Fue obligado a quedarse en la sala junto a su pequeña, dejando el cuidado del alfa al recién llegado. Tuvo que quedarse lejos para centrarse en calmar a su hija mientras que una tras otra, las personas iban llegando. Nadie pudo darle razón. Y al final tomó sus llaves, la pañalera de Aiko y se dejó transportar por uno de los betas a servicio de Hibari.

Jamás había odiado tanto la sala de espera.

Adelheid les tuvo lista una camilla donde Kyoya fue trasladado con prisa apenas llegó a la clínica, y él tuvo que aceptar el vaso de agua que Enma le entregó para después seguir con las instrucciones que lo llevaron a esa espera tan larga y dolorosa. Tenía miedo porque Hibari estuviera grave, tenía ese terror impregnado en cada poro cuando veía a una mujer u hombre vestido con mandil blanco cruzarse por su sitio. Se desanimaba porque no le decían nada, y asentía a las palabras de apoyo que le daba su amigo pelirrojo cuando llegaba a acompañarlo por un momento antes de desaparecer en busca de información.

 

—Por favor, dime que sabes algo —suplicó a su amigo.

—Sí —sonrió sutilmente—, pero cálmate. Adelheid-san dijo que está bien, pero tiene que hacerle muchos exámenes primero. Ella prometió decírtelo todo personalmente, así que sólo espera.

—No puedo esperar —susurró sosteniendo la manito de su hija quien ansiosa quería buscar a su padre por cuenta propia—. Por favor, dame una pista siquiera.

—Se desmayó —Enma se inclinó para cargar a la pequeña y darle uno de sus bolígrafos de gatito para que se distrajera—, pero eso pudo deberse a muchas cosas, por eso necesitamos asegurarnos de descartar todas las posibilidades.

—¿Estará bien?

—Lo estará —sonrió—. Hibari-san pertenece a una casta de alta clase… Es un sangre pura, es un alfa. Confía en que se despertará pronto.

 

No fue pronto, tuvo que llegar la medianoche y un poco más para verlo abrir los ojos. Tsuna se sintió tan aliviado cuando lo vio despertar que no pudo evitar sollozar bajito mientras ocultaba su boca entre sus manos para no hacer ruido y con ello despertar a la pequeña que dormía en el único sofá de la habitación, cubierta por su manta favorita que Kusakabe trajo para ella. Sólo pudo acercarse al azabache, pegar su mejilla a ese pecho y abrazarlo entre los temblores de su llanto ahogado. El brazo del alfa lo rodeó poco después, las feromonas del mismo brotaron en una cantidad mínima, y se quedaron de esa forma por largo rato.

Kyoya se disculpó por haberlo asustado, pero Tsuna sólo podía negar y centrarse en el suero conectado al brazo derecho del alfa, en ese rostro algo pálido, el algodón que aún estaba colocado en una de esas fosas nasales, y un rastro leve de carmín en el interior del labio inferior del alfa.

Había estado tan asustado, y todo eso desapareció cuando sintió su mejilla siendo acariciada por esos dedos fríos. Suplicó porque no lo volviese a recibir de esa forma de nuevo, rio en medio de sus lágrimas, y finalmente cedió un beso tembloroso sobre esos labios que lo acunaron con dulzura.

 

—Pensé lo peor —suspiró secándose las lágrimas—. No me haga eso, Hibari-san.

—Lo siento.

—Sólo dígame qué tiene —lo miró—, ¿es grave?

—No —limpió una de esas lágrimas con su pulgar—. ¿Adel no te lo dijo? —su voz era rasposa y cansada.

—Me dijo muchas cosas —recordó—, pero nada certero.

—No es nada.

—Yo creo que fue mucho —Tsuna recostó su cabeza en el pecho ajeno y cerró sus ojos—, y no quiero volver a repetirlo.

—No se repetirá.

—Quiero creerle.

 

Pero no lo creía, porque le estaban mintiendo y en parte él también mintió. Tsunayoshi sabía perfectamente lo que estaba pasando porque Adelheid fue muy directa en aquella explicación, incluso habían tenido una corta discusión en el consultorio, porque mal o bien lo que estaba pasando era por su causa. Por su ineficacia al momento de seducir al que consideraba su pareja, la persona con la que estaba dispuesto a formar un hogar real, y al que quería cederle su cuerpo entero. Ahora no podía sentirse más inútil.

 

Ya viste morir a uno —la mirada de Adelheid era penetrante y furibunda—. Por cuenta propia debiste sospechar y unir las pistas. No eres un maldito mocoso de cinco años que no entiende las indirectas.

—Si va a insultarme de ese modo, no llegaremos a ningún lado, Adelheid-san.

—¿Quieres que sea directa? —sus ojos fulguraban en rabia mientras apretaba los puños—. Lo que viste hoy es una consecuencia muy… importante —respiró profundo para guardar compostura— de lo que los supresores para omegas nos hacen a nosotros los alfas.

—Es por lo que se inyecta —intentó excusarlo—. Antes tomaba pastillas, pero ahora sólo lo veo…

—¡ES POR TU MALDITA CAUSA! —respiró agitadamente antes de ondear sus manos—. Él ya no puede ingerir medicamentos orales, los rechaza instantáneamente y eso se debe a la maldita relación emocional que tiene contigo.

—Es malo que se inyecte, ¿verdad?

—¡Claro que es malo! Está obligando a su cuerpo a asimilar algo que naturalmente rechaza —bufó—. Es como si se inyectara heroína directamente en las venas —miró con desdén al castaño— y sabes lo que eso significa, ¿verdad?

—Adicción.

—Mayor tolerancia —rectificó—. Cada vez necesita más y más. Dosis tras dosis su cuerpo se adapta y necesita incrementar el medicamento para que tenga el mismo efecto que antes.

—¿Y no hay solución? —ya lo había sospechado, pero siempre confió en la sabiduría de Kyoya.

—No te creí tan estúpido —apretó los dientes antes de acercarse hasta sujetar con fuerza las mejillas de ese maldito niño—. ¿No has pensado en algo? —frunció su ceño—. Piensa ¡maldita sea! ¡Usa tu pequeño cerebro!

—Basta —alejó esa mano que le hacía daño—. No tiene que tratarme así, y no estoy para pensar ahora… Sólo quiero volver al cuarto de Hibari-san para cuidarlo.

—¡Necesita de ti! —se frotó la sien derecha—. Porque los supresores son para evitar que su lado alfa surja porque en teoría no tiene a un omega, pero Kyoya te tiene a ti… ¡A TI, JODIDO NIÑO DE MIERDA!

—¡Pero él no quiere tomarme! —lo había entendido todo, y no soportaba que lo siguieran tratando de esa forma. En cierta medida, odiaba a Suzuki Adelheid.

—¡Entonces oblígalo! —quería golpearlo—. Porque sólo así dejará de tomar supresores… Porque así dejará esa tonta abstinencia.

—¿Abstinencia?

—Celibato —bufó exasperada regresando a su escritorio, tomando distancia o mataría a ese omega—, ¿o no te habías dado cuenta? —se burló con voz aguda.

—No.

—¡¿Cómo qué no?! —apretó el puño—. Has estado con él por más de un año y ¿hasta ahora no te das cuenta de las cosas? —se giró hacia él.

—Hay cosas que no logro entender o conocer de Hibari-san.

—Él… Respeta el lazo de matrimonio a pesar de que sólo sea una maldita farsa —le golpeó el pecho con el dedo índice—. Te respeta a ti, maldito niño, y a tu maldito matrimonio. Vive por ti, para ti, se centra sólo en ti y tú… ¡tú! —le sujetó de la playera con fuerza para acercarlo a su rostro y hacerlo sostenerse de puntitas—, no puedes siquiera brindarle un poco de alivio.

—Lo intenté —miró directamente a esos ojos rojos—, lo sigo intentando.

—Acuéstate con él y no volverá a pasar por esto —lo soltó con brusquedad—, y si no quiere, oblígalo, sedúcelo, indúcete un celo y enciérralo en el cuarto contigo. ¡Haz algo! ¡Maldita sea!

—Incluso si hago eso, él no enlazará conmigo y seguirá tomando supresores.

—Enlazar… jamás —miró fijamente al castaño—, no te lo mereces —entrecerró sus ojos—. Pero el sexo es algo básico para un alfa. Son cosas totalmente diferentes —se cruzó de brazos, porque ese tema no le agradaba del todo—. Lo necesitamos como necesitamos de la comida o el agua. Es algo que, a nosotros, los alfa, nos ayuda a controlar nuestros niveles de testosterona. Es lo único que nos mantiene cuerdos y no nos deja transformarnos en animales.

—¿De qué habla?

—Eso basta por ahora —no iba a explicar algo tan básico, tan doloroso—. Sólo una vez al mes es suficiente, es algo obligatorio… Y si no lo hacemos, empezamos a tener síntomas de ansiedad, descontrol, enfermedades, reacciones negativas en todo sentido… y son cosas que tú ya has presenciado.

—Lo de ayer.

—Lo de hace un tiempo, porque en este punto deberías saber que los celos de los alfas tienen ciertas características que cambian sólo cuando nuestra salud…

—¡Está enfermando! —cortó el monólogo de aquella mujer y respiró profundo—, él está enfermando.

—Junta todo lo que sabes, maldito niño —le gruñó—. La abstinencia, el que este perdidamente enamorado de ti, y viva en la misma casa con un omega que tiene celos cada que se le pega la gana y lo incita a entrar en uno también. Los supresores que consume para no ceder ante su lado alfa, las malditas dosis que se inyecta para no hacerte daño, el hecho de que perciba tus feromonas de zorra cada día, cada hora y que no pueda escapar de eso. La mala alimentación que se carga debido a los efectos segundarios de los supresores, el dolor, las náuseas, dolores de cabeza, mareos, ¡todo! —enfureció hasta el punto en que su aroma se salió de control— TODO ES TU MALDITA CULPA.

—¡¿Y qué puedo hacer?! —era tanta información que no podía procesarlo todo.

—Sólo acuéstate con el —apretó los labios—, sólo eso te pido… —sus ojos le ardían porque se estaba aguantando el llanto—. Porque de otra forma… aquel al que considero como a un hermano, morirá… —se mordió el interior de la mejilla— y tendré dos altares en mi casa en vez de sólo uno —sus labios temblaron mientras recordaba la sonrisa de Leo—. Piensa en eso. Porque si Kyoya muere no sólo te quedarás solo y serás despreciado…. Sino que Aiko pasará a ser problema de Fon y sabes bien que ese imbécil la tratará como basura.

—No quiero eso —soportó las ganas de gritarle algo a Adel, porque a pesar de lo grosera que era, intentaba ayudarlo—. Pero tampoco puedo forzar a Kyoya a acostarse conmigo si no quiere.

—Toma —buscó entre sus bolsillos y sacó una cajita que lanzó sin ganas hacia el castaño—. Tiene instrucciones, dosis suficientes para unas tres veces, y si necesitas más… sólo tienes que pedírmelas y yo fingiré que no he visto eso —señaló la cajita que estaba en manos del omega—. Para mal o para bien… la vida de Kyoya está en tus manos —señaló la puerta.

—¿Lo va a traicionar? —pero Adel no respondió o lo miró.

—Tú decides, pero desde ya te advierto que, si Kyoya sigue empeorando, yo mismo me encargaré de hacerte la vida un infierno, maldito mocoso. Y ni siquiera me va a importar que Enma te considere como a un hermano —siseó—. AHORA LARGO.

—Gracias, Adelheid-san.

—Siéntete dichoso, niño —soltó una carcajada forzada mientras cubría sus ojos con su antebrazo, hasta tuvo que darse vuelta para que no la vieran de esa forma tan… destrozada—, porque tienes en tus manos la vida de un alfa… y eso no lo logran muchos —su voz tembló.

—No es algo de lo que me deba sentir orgulloso.

—Una cosa más —se giró hacia el castaño antes de que éste saliera—. Tsunayoshi Sawada…, yo no confío en ti, pero eres lo único que Kyoya tiene ahora.

 

Tsuna sentía las suaves caricias en su cabeza, dulces roces de esos dedos que se enredaba en su cabello, la suave respiración del alfa, el leve ruido dado al tragar, sus suaves hipidos que se calmaron de a poco. Se quedó con los cerrados, fingiendo dormir, consciente de que la mirada de aquel alfa lo detallaba entero. Se quedó ahí, siendo el destinatario del suave susurro de aquel alfa que le repitió una declaración sincera de devoción.

Era verdad, en sus manos tenía a Kyoya Hibari.

 

—Se quedará internado tres días más —informó el beta que revisaba a Kyoya en la mañana, uno de los médicos oficiales de la clínica—. Tenemos que vigilarlo y hacerle unos exámenes más específicos para prevenir cualquier cosa. Eso es todo.

—Quiero irme.

—No se irá —el beta suspiró porque conocía el carácter de aquel alfa—, y le pediré a usted, Hibari-san —miró al castaño quien saltó un poquito—, vigile que Hibari-sama no escape de la clínica.

—Yo… —miró de refilón al azabache que fruncía el ceño—. Está bien —aceptó divertido por el gruñido dado por el alfa—. Lo mantendré aquí.

 

Fue divertido negociar por la paciencia ajena, fue más divertido el prometerle lo que deseara con tal de que no escapara de la clínica. Kyoya sólo pidió que Aiko se quedara con él en las mañanas pero que después fuera a la casa de sus abuelos para que no pasara tanto tiempo en el hospital, también pidió caprichosamente que Tsuna se quedara con él, y un beso. Nada más que eso. Tsuna aceptó sin objetar nada.

Los pedidos de aquel gran hombre eran tan sencillos de cumplir que el castaño rio bajito mientras le brindaba un beso largo, donde sólo sus labios se movían lentamente y sus ojos se quedaban cerrados. Era increíble que el precio fuera tan bajo y la ganancia tan alta.

 

La reunión será pasado mañana, así que tienes que estar listo a mediodía. Yo mismo te recogeré.

—No puede ser —Tsuna suspiró escondido en el baño—. No ahora, Lambo.

—¿Cómo qué no?

—Es que tengo… —se mordió el labio inferior—, un problema que atender.

Me importa una mierda el problema —bufó y un ruido seco se escuchó al fondo de la línea—, tienes que ir con nosotros.

—Pero es importante.

Nada es más importante que la presentación de Skull y nuestra única oportunidad para saber cómo actuar y qué decir ante todos esos alfas.

—Pero… —pensaba en Kyoya—, no puedo irme.

—Decídete, Tsuna. ¿Qué es más importante?… Esto o el problema que estás enfrentando.

—Lo sé —apretó el celular antes de respirar profundo—. Estaré listo. Recógeme en el subterráneo del centro comercial… Iré.

 

No sería grave, seguramente no demoraría. Serían sólo unas horas antes de que le dieran el alta a Hibari, incluso podía pedirle a su madre que se quedara a relevarlo en la clínica hasta la hora en que se llevara a Aiko para descansar. Sólo diría que iría a abastecer la casa y dormir unas horas en casa, asearse y demás. Sería una mentirilla que le traería beneficios a todos. No había problema alguno.

Y como supuso, Hibari no le impidió irse del hospital por esas horas. Ni siquiera le preguntó el motivo, sólo le deseó que descansara un rato y que tuviera cuidado.

Tal vez no se merecía esa amabilidad.

 

 

Continuará…

 

 

 

Notas finales:

 

Krat está tentada a hacer un os del fandom de country human porque yolo.

Nada que ver, pero si no pongo notas finales se me espantan XDDDDDD

Krat los ama~

Besitos~

PD: Lamento la telenovela que armé en este fic…, bueno, en todos mis fics. Ay, perdonen a Krat, pero así seguirá esta cosa.


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