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Locura por mi todo por 1827kratSN

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—Hibari-san, ¿no siente algún malestar? —ayudó al azabache a levantarse de la camilla—. Si siente cualquier cosa, sólo debe decírmelo.

—Estoy bien.

—Por favor, hágalo —le sonrió con sutileza—. No quiero que algo malo le pase.

 

Cuando pudo llegar en esa mañana, después de haberse desahogado entre lágrimas nocturnas, estaba mejor que el día anterior. Fingió que nada pasaba, pidió disculpas porque se quedó dormido después de llegar a casa con las cosas compradas, y a cambio sólo recibió una sutil sonrisa, un abrazo y un beso en la frente. Nada más, ni una mirada recriminatoria, sólo dulzura y un suspiro que demostraba que toda preocupación se fue. Así era Hibari. Pero los demás sí le reclamaron, aunque sea con una mirada.

Se lo merecía.

Tsuna se llevó a Hibari de la clínica, le tomó de la mano para adentrarse a la casa, sonrió mientras abría la puerta y después sólo dejó que todo siguiese como si nada. Nana, Iemitsu y Aiko estaban en la sala, lanzaron globos que habían sostenido en sus manos y finalmente le desearon feliz cumpleaños y la bienvenida a quien había llegado. Simple. Porque si bien Tsuna no estuvo ahí en el día correcto, pensó que hacerlo de esa forma también estaría bien porque serían sólo ellos en la casa, comiendo hamburguesas, pastel, té o lo que cada quien deseara, festejando en privado y sin mucho ruido.

Sí, esa noche mientras lloraba desconsolado por su propia estupidez, se puso a pensar y halló la solución al problema. Cocinó hasta que saliese el sol, llamó a su madre a primera hora para que lo ayudase a abastecer la alacena y le colaborara haciendo un pastel mientras él iba por Hibari a la clínica. Ocultó su fallo por medio de acciones apuradas, pero… no importaba. El fin justificaba los medios.

Durante todos esos días pensaría lo mismo.

Pero la culpa seguiría allí.

No importaba cuánto se esforzara por enmendar su fallo y olvido imperdonable, cuán temprano se levantara para hacerse cargo de la casa y atender de su esposo quien necesitaba un tiempo más de descanso y medicinas, lo cariñoso que se hubiese vuelto con aquel alfa, lo risueño y colaborador. Nada de eso terminaría por quitarle el dolor del pecho. Pero, aunque él se estuviera atormentando, el azabache actuaba tan normal como antes, dedicándole caricias, abrazos, besos fugases, o simplemente siguiéndole pláticas interminables.

 

—¿Qué te sucede?

—Nada —Tsuna le sonrió a quien pelaba una manzana para Aiko que impaciente saltaba sobre sus propios pies—, ¿por qué pregunta?

—Estás triste y puedo notarlo.

—Es que… —sonrió cuando Aiko agarró el trocito de fruta y después de darle un mordisco salió corriendo a la sala para seguir jugando—… sigo preocupado por usted.

—Te prometo que no volverá a pasar.

—¿Cómo puede estar tan seguro?

—Me cuidaré más.

 

Tsuna no entendió muy bien a qué se refería Hibari, al menos no hasta que se dio cuenta de la limitante impuesta por su esposo en cuanto a muestras de afecto se refería. Los besos ya no se alargaban, los abrazos eran roces momentáneos, Kyoya ya no lo olfateaba cada mañana y se centraba más en Aiko. Tsuna ya no podía dormir entre los brazos del alfa, porque el azabache así lo decidió, argumentando que era una recomendación de Adelheid para que su organismo no se alterara; cosa absurda porque la propia Adelheid le recriminó que se mantuviera aun durmiendo en cuartos separados.

Kyoya se alejó de él.

Y eso dolió más de lo que imaginó.

Todo volvió a ser como antes, cuando tenían una buena relación en pro del bienestar de su hija pero que no se diferenciaba de una dada para compañeros de departamento o de amigos viviendo juntos. Su cuento de hadas se había terminado, y aunque intentó retomarlo, no pudo. No logró seguir siendo caprichoso porque Kyoya no lo dejó, y a pesar de que esos ojos azules le decían que se moría por tener la cercanía que tanto les gustaba a ambos…, no se hizo nada.

¿Y no debería ser eso correcto? Porque así no habría más que lazos amistosos, porque no se encariñaría tanto con aquel hombre y todo lo que tenía que hacer se volvería más fácil. Entonces ¿por qué se sentía tan devastado? Si él causó todo eso, ¿por qué lloraba amargamente cada noche en medio de sus cobijas? ¿Por qué rogaba entre sueños porque Kyoya lo abrazara y consolara? ¿Por qué le ardía el pecho cada que la mano que solía enlazarse con la suya, ahora se mantenía oculta en los bolsillos de cualquier prenda?

 

—Esto… no me gusta.

 

 

Decisiones…

 

 

Kyoya ya había hablado con Adelheid con respecto a lo que ambos iban a hacer, aunque en realidad fue una plática acalorada donde él rechazaba la decisión estúpida de su amiga y ésta le respondía con argumentos válidos en cierto sentido. Y ahora estaba ahí, en el centro de la ciudad, caminando con el cuerpo de aquel infeliz sobre su espalda, siguiendo a Adelheid hacia el interior de una tienda para pedir asilo durante un rato, hasta que Zakuro despertara.

 

—Claro, señorita, puede entrar y dejar a su amigo ahí. No hay muchos clientes por el momento, así que puede sentarse y esperar a que su amigo despierte.

—Gracias.

 

Era una tienda de peluches atendido por dos amables betas, quienes los dejaron entrar hasta una pequeña mesita colocada en la esquina, que seguramente ellos usaban para que sus clientes más ancianos se sentaran a esperar que sus nietos eligieran un regalo. Kyoya dejó caer ese cuerpo en una de las sillas, lo recostó contra la mesa, se sentó en la silla libre y dejó que Adelheid trajera una silla para ella. Después se quedó en silencio, esperando a que su amiga decidiera que era momento de actuar.

 

—Lo golpeaste fuerte —fue el comentario sereno de Adelheid quien revisaba sin mucho cuidado el labio hinchado del pelirrojo—, tendré que… curarlo más a fondo —dijo mientras volvía a acomodar el algodón bañado en sangre en la fosa derecha de esa nariz.

—Hazlo rápido —Kyoya se fijó en que los betas se entretuvieron con una niña y su madre al frente de la pequeña tienda.

—Sí, sí —de entre su ropa sacó una cajita alargada, como en la que se guardan los relojes, y de ahí sacó una jeringa con una aguja muy gruesa—. Sólo avísame si voltean.

—¿No sería mejor implantarlo en un lugar más… oculto? —miró que su amiga tiraba de la chaqueta y camisa de Zakuro para dejar esa espalda descubierta.

—El glúteo es muy usado para las inyecciones intramusculares —masajeó la zona con un algodón empapado de alcohol—. Cualquiera se daría cuenta si hay algo raro ahí.

—Entiendo —se fijó en los betas y luego en como Adel incrustaba la corta aguja en el músculo cercano al omoplato del pelirrojo.

—Listo —con rapidez guardó sus instrumentos y acomodó al desgraciado—. Está hecho —suspiró antes de acomodarse en su silla, justo antes de que uno de los betas los regresara a ver por si necesitaban algo.

 

Adelheid le había implantado un chip de rastreo a Zakuro, uno que Mukuro amablemente le cedió, del tamaño de un grano de arroz y que duraría al menos un par de años. Ella tenía el plan de mantener a esa amenaza bajo estricta vigilancia para que no volviese a tocar a Enma o a cualquier omega de la clínica, por eso armó ese “accidente”. Zakuro sólo recordaría que se tropezó con Kyoya en la calle, discutieron y que de un golpe perfecto fue noqueado. Todo fue así de sencillo.

 

—A veces desearía que mis problemas se solucionaran así de fácil —bufó Adel mientras movía su pierna derecha con impaciencia.

—No sería divertido.

—Tienes razón.

 

 

Miedo…

 

 

Él tenía la culpa, pero estuvo tan desesperado que no pensó mucho en las consecuencias que eso tendría. Por primera vez en mucho tiempo dejó de pensar con su lado inteligente y les hizo caso a los susurros de su lado omega. Fue tanto el caos en su corazón que poco le importó ver esa mirada perdida en esos ojos que hace tan solo un par de horas le transmitían tanta dulzura, una dulzura que estaba limitada por las acciones rígidas del alfa.

 

—Kyoya —susurró entre jadeos—, es… espera.

 

Pero no se detenía, esa lengua no dejaba de trazar un camino tambaleante en su cuello, clavícula y hombros. Se sentía tan vulnerable, pero a la vez muy feliz.

Había tardado horas en llegar a ese punto, fue tan desesperante, incluso llegó a creer que todo lo que aprendió con Enma y Lambo fue una pérdida de tiempo, pero la realidad fue que Kyoya estaba resistiéndose hasta que en un momento dado… ya no pudo hacerlo más.

Tsuna soltó sus feromonas por la casa, como en aquella ocasión en donde quiso que Kyoya lo tocase, fue tan intenso su deseo que incluso él estaba mareándose con su propio aroma, pero ni así logró un acercamiento. Estuvo a punto de rendirse cuando Kyoya se excusó para hacer dormir a Aiko y tomó distancia, pero quiso intentarlo una vez más mientras fingía demorarse más en el baño cepillándose los dientes.

Dejó que su aroma saliese y esperó un rato hasta arriesgarse a recorrer el pasillo. Y después sólo supo que esa puerta se abrió, ese hombre se mostró en el marco con la mirada perdida, los labios separados, soltando un suave aroma atrayente que poco a poco se fue tornando dominante, y al final… se sofocó en medio de los besos desesperados del alfa. Se estaba ahogando entre los brazos de aquel hombre debido a tan potente mar de feromonas y soltaba súplicas mentales porque Kyoya no detuviera esas manos que se colaron debajo su pijama.

 

—Espere —jadeaba mientras sentía esa lengua jugar con su pecho y darle placer en sus pezones—, espere…

 

Pero no se detenía, Kyoya seguía jugando con él, tocándolo con desesperación, apretando su cintura para que no se alejara, deslizando su lengua en un camino que alternaba con suaves mordidas que lo hacían gemir extasiado por el cosquilleo. Se estaba perdiendo en medio de su deseo combinado con la libido de Kyoya, y lo estaba gozando. Pero aun así…, necesitaba respirar. Necesitaba un poco de aire para no sentir sus dedos temblorosos y sus piernas de gelatina. Necesitaba un poco de claridad para ser consciente del goce que eso le producía.

 

—Ugh… Hiba…ri —en medio de sus jadeos aun recordaba que no debía hacer mucho ruido, que debía controlarse—, ahí no.

 

Pero esa boca que dejó su piel, se fundió con la propia en un beso sin ritmo donde la lengua de Kyoya quiso saborear cada rincón de su paladar, donde sentía una suave succión en su lengua y después el chocar de los dientes ajenos con los suyos. Casi no podía respirar y era peor si esos dedos se colaban entre sus prendas inferiores hasta hallar uno de sus puntos más sensibles para hacer con éste lo que deseara. Temblaba ante las atenciones en su cuerpo, sentía cosquillas en su vientre y electricidad en su intimidad que estaba siendo torturada por esos dedos largos que podían envolverlo con facilidad.

 

—Agh —se quejaba cuando lo dejaban respirar—, Kyo —murmuraba entre jadeos—, voy a…

 

Escuchaba los jadeos de Kyoya y suaves suspiros combinados con sutiles gruñidos dados por esa voz ronca y rasposa. Sentía ese cuerpo hirviendo encima del suyo, esa piel desnuda que se rozaba con su pecho despojado de toda tela, cómo sus dedos rasgaban la humedad de esa espalda amplia en busca de alivio a su nublosa mente, sus lágrimas mojando sus sienes y el sudor de su piel.

 

Mío.

—Ah —gimoteó cuando sintió una contracción que ascendió desde su pene—, voy…

 

Se derramó con prisa, sin siquiera haber saboreado bien el placer del momento, sintiendo el aire nulo en sus pulmones y separando los labios en un gemido largo y enmudecido. Casi ni podía respirar en medio de su letargo. Se aferró a las sábanas de esa cama en busca de soporte mientras alcanzaba el cielo gracias a esas manos que aún no detenían su faena y lo despojaban de la poca tela que aún conservaba en su cuerpo. Cuando pudo jadear en busca de aire, Tsuna sintió claramente una mordida entre sus muslos, y gimió suavecito mientras se arqueaba y abría más sus piernas.

Estaba perdido en las sensaciones.

No le importaba ser el único que estaba desnudo y sudando sobre esas sábanas, sólo podía enfocarse en la suave lengua que repasaba la piel de sus piernas en un ascenso que pronto se volvió extraño. Quiso girarse un poco, pero no lo dejaron, porque esas manos lo sostuvieron firmemente, levantando sus caderas un poco, lo suficiente para que aquel alfa lo olfateara en los lugares que jamás habían sido tocados por alguien más que el propio Tsuna. Quiso suplicarle que se detuviera porque la vergüenza le haría explotar el corazón, pero sólo pudo soltar un suave gemido sorprendido.

El castaño no había pasado más allá de auto complacerse tocando su miembro, no se había atrevido a ir más allá, era por eso que se asustó por cuán sensible podía ser aquella parte que empezaba a humedecerse con su lubricante natural. La lengua del alfa le demostró que tan solo con un roce, su cuerpo entero podía agitarse como si convulsionara. Pero no fue sólo un roce, porque esa lengua ansiosa recorrió su piel en una larga caricia repetitiva que lo estaba sacando de sus cabales.

 

—No, no.

 

Sus piernas fueron sujetas con fuerza, le dolieron aquellos dedos que se clavaron en su piel y fue peor cuando lo obligaron a flexionarse de tal forma que podía sentir sus rodillas muy cerca de su pecho y su trasero en el aire, expuesto a plenitud de quien lo saboreaba como a un manjar. Jadeo, negó, se quejó, lagrimeó, pero no pudo lograr que esas manos lo soltaran o que ese húmedo y suave músculo dejase de martirizarlo con todas esas sensaciones. Sollozó y no supo si era por el miedo a esa sensación nueva o por placer, tal vez por ambos.

 

—Ya no… Pare, por… favor.

 

No le respondieron, no escuchó nada más que un sonido extraño mientras sentía una presión en “esa” parte de su cuerpo, y finalmente soltó un largo jadeo cuando algo se internó en su interior. Tembló, jadeó, apretó las sábanas con todas sus fuerzas, dejó a sus lágrimas salir, flexionó los dedos de sus pies y dejó a su mente colapsar. Estaba asustado de sus propias sensaciones, estaba asustado de su propio goce dado por aquella lengua que ensanchaba aquella parte virgen de su cuerpo, estaba… desesperado por escuchar una palabra surgir de aquella garganta.

Pero no era Kyoya quien estaba haciéndole eso, no, era el alfa quien lo dominaba.

Un alfa que lo soltó con brusquedad, que recorrió su piel sin importar que lo rasguñara, aquel que mordió su pecho dejando una marca rojiza y dolorosa. No pudo ni siquiera descansar su mente o su respiración cuando sintió sus piernas siendo abiertas y acomodadas para que rodearan aquella cadera. Desesperado, Tsuna buscó la mirada de Kyoya, porque quería ver aquella contemplación dulce y brillante, pero sólo halló un azul opaco y las pupilas dilatadas que lo tenían por objetivo.

Era la bestia que el propio Hibari temía enfrentar.

No pudo evitar negarse, intentar sujetar ese rostro para hablarle en ruego para que se detuviese, quiso que Hibari le dijera que todo estaba bien. Suplicaba por la parte razonante de aquel azabache y buscaba alejar al monstruo que él obligó a salir. Sintió tanta desesperación que como último método para detener esas manos que buscaban mantenerlo quieto por el agarre en su cadera…, lloró. Pero no sólo eso, sino que rasgó con sus uñas los brazos de Hibari hasta que un líquido cálido acompañó a sus uñas, todo mientras dejaba brotar un sollozo ligero.

 

—Hibari-san… por favor.

—A esto… —jadeó mientras separaba sus manos como si hubiesen tocado hierro ardiente—, le temía.

—Volvió —Tsuna respiró profundo.

—Dime —con total pánico, Kyoya se centró en esos ojos empapados en lágrimas—, dime que no te lastimé.

 

Tsuna negó entre susurros mientras volvía a respirar con normalidad, agradecido porque lograse hacerlo volver en sí. Sonrió. Y cuando Kyoya se disculpó mientras se alejaba en medio de dudosos movimientos, lo detuvo. Se sentó con prisa, sujetó ese brazo para detener al alfa, y con su mano libre acarició ese rostro que reflejaba dudas.

 

—Quería ver al verdadero Kyoya.

 

Soltó una suave risita aliviada mientras deslizaba sus dedos hasta ese cuello para sujetarse y acercarse. Se abrazó al mayor con desesperación, soltando un par de suspiros que escondían hipidos ahogados por el llanto previo. Hizo todo lo posible por acercar su cuerpo mientras evaluaba el estado del azabache, y finalmente se sentó por sobre el regazo ajeno apreciando aun ese calor sofocante que desprendían sus cuerpos.

 

—Debo parar.

 

Tsuna sintió esos dedos temblorosos acariciar su cintura desnuda, como si temiera dañarlo sólo con un simple toque. Sonrió porque ahí estaba, era el Kyoya original, quien priorizaba su bienestar por sobre todo lo demás. Y él quería corresponder a eso, a todo ese cariño.

 

—Yo quiero continuar.

 

Sentía vergüenza, un bochorno tal que sus labios temblaron y quiso mantenerse escondido en el cuello del alfa, pero también estaba consciente del deseo que tenía fulgurando en cada poro de su piel. Deseaba ser tomado por ese hombre, deseaba que ese azabache se desahogara por medio de ese acto, quería demostrar que podía corresponder a todo el amor que Kyoya le expresaba. Deseaba volver a ese alfa, el suyo.

No fue fácil, tuvo que convencer a Kyoya de que no tenía miedo, ya no si tenía ante sus ojos al hombre y no al alfa, también tuvo que repetir su deseo en voz alta una y otra vez, intercalando sus palabras con besos y caricias en ese rostro que intentaba evitarlo. Tuvo que guiar esas manos hacia sus piernas y usar las suyas para que esos dedos ascendieran en una caricia que encendía su desnuda piel. Y gimió vergonzosamente en el oído ajeno mientras rozaba su virilidad con la ajena mientras cerraba fuertemente los ojos para no admirar el resultado de su trabajo.

Aún estaba asustado, sólo un poco, porque todo eso era nuevo para él, pero aun así continuó suplicando por caricias y suspiros. Se supo ganador cuando los labios de Kyoya buscaron los suyos en un beso tierno donde sus pieles se movían lentamente y sus lenguas se acariciaban con timidez. Sintió los brazos ajenos rodear su cintura, esos dedos acariciarle la espalda con mucho cuidado, los besos que descendieron por su cuello, y el deseo reflejado en la dureza de sus intimidades, siendo Kyoya quien aún conservaba el pantalón de pijama.

Tsuna gimió suavemente cuando esas manos descendieron hasta sus glúteos, masajeándolos con dulzura, y después estrujándolos lo suficientemente fuerte como para hacerlo soltar un suave gemido sobre los labios ajenos. Rasgó esa espalda mientras esos movimientos le causaban cosquillas, se aferró a esos hombros cuando esos dedos descendieron en una exploración que se centró en la unión humedecida de sus nalgas, y escondió su rostro en ese cuello cuando sintió un delgado invasor dentro de sus entrañas.

Era tan extraño sentir como aquel dedo se movía suavemente, entrando y saliendo de su cuerpo, el cómo su cuello era suavemente mordido y besado, el cómo sus caderas se movían al compás de su invasor para que este se adentrara más. Sentía placer de muchas formas, siendo aquellos ojos que lo mantenían como objetivo lo que más adoró, porque de nuevo podía ver ese brillo lleno de amor dedicado solamente a él.

Besó a ese hombre y dejó que esos dedos jugaran con aquella sensible parte de él.

Gozó de su victoria mientras mordía el labio inferior de Kyoya.

 

—He fantaseado… con esto —suspiró en el cuello del castaño— muchas veces.

—¿En… serio? —en medio de sus gemidos suavecitos, logró entender esa frase.

—Me he masturbado pensando en ti.

 

Tsuna no pudo evitar reír bajito ante esa declaratoria. No sabía qué sentir o decir, sólo se aferró a esa espalda y soltó un quejido cuando los dedos —que ya contó y era tres—, abandonaron su interior. Se alejó un poco para mirar ese rostro brillante por la fina capa de sudor, sonrió ante el leve gruñido salido de esos labios, y se dejó empujar suavemente hasta ser recostado en esa cama. Sintió tanta vergüenza al sentir su cuerpo desnudo a merced de esa mirada que lo recorría entero, y después sintió aún más timidez cuando se fijó en el abultado estado del miembro ajeno, que seguía cubierto por la tela.

Cuando Kyoya hizo el amague de desnudarse también, Tsuna cerró los ojos y cubrió su rostro con sus manos. El valor se le fue del cuerpo en ese instante, y evitó mirar incluso cuando escuchó el suave ruido de la madera al deslizarse o el suave chasquido dado antes de que algo se rasgara. Y cuando se atrevió a mirar por entre sus dedos, vio caer un cuadradito maltrecho de color platinado, además de algunos movimientos dados entre sus piernas abiertas. Estaba consciente de lo que pasaría, y sintió su estómago apretarse por las ansias y el miedo.

 

—No quiero hacerte daño.

 

Tsuna asintió en medio de su respirar agitado y apretó sus labios mientras sentía suaves caricias en sus piernas. Intentó centrarse en aquella mirada azul brillante, en los besos que se dieron en sus mejillas y labios, evitó ver hacia abajo y dejó que esas manos acomodaran sus piernas adecuadamente. Se aferró a las sábanas, respiró de forma arrítmica y esperó. Ya no podía hacer nada más que mentalizarse para lo que pasaría.

Era el resultado de sus esfuerzos.

Escuchó las palabras cariñosas susurradas en su oído, sintió una suave caricia en su miembro que empezó a ser objeto de estímulo, y después se vio reflejado en esa mirada llena de emociones. Era eso lo que había buscado, estaba sucediendo, sería para bien. Pero en medio de su emoción desbordante, recordó el trasfondo de ese momento, y odió profundamente su memoria en ese instante. Porque muchas imágenes surgieron a la par que el beso que le cedieron, y su pecho dolió lleno de culpa.

Su cuerpo se tensó, perdió la tranquilidad y su consciencia le escupió la verdad de forma seca y directa. Jadeó, intentó volver a su estado de ensueño, pero no pudo hacerlo. Contrajo todos los músculos que antes habían estado relajados y dispuestos. No pudo detener aquello y sólo pudo sentir dolor en muchas zonas, y también culpa porque él causó todo eso.

De sus labios brotó un grito agudo en reflejo de su destrozo, sus lágrimas brotaron con prisa en un mar salado que no se detuvo, sus labios temblaron en un sollozo acentuado por jadeos. Y sus dedos, con desespero, se incrustaron en esa piel y la rajó hasta que sintió un líquido brotar a la par.

 

—Me… duele —se quejó entre lágrimas—. Hibari-san —logró abrir los ojos.

 

Se quedó quieto, tenso, olvidando por un momento el ardor en su parte baja y fijándose en ese rostro. Siguió llorando, dejando que se humedecieran sus sienes, y sintiendo como lágrimas que no eran las suyas mojaron sus mejillas. Lo que halló fue un rostro destrozado, lleno de culpa y miedo, con esos ojos soportando las lágrimas que se derramaban sin que ese hombre pestañeara, esos labios entreabiertos mostrando un par de colmillos extendidos en medio de su frenesí, y la piel perlada de sudor.

 

—Perdón.

 

Las manos que sujetaban su cadera se alejaron como si hubiesen tocado fuego, temblando. Su cuerpo fue liberado y sintió que el invasor salía de improviso, causando en él un largo quejido adolorido. Vio a ese hombre alejarse en medio del llanto, con los labios temblorosos y la respiración agitada hasta parecer que estaba teniendo un ataque asmático, vio la desesperación en ese alfa que intentaba parecer siempre sereno. Vio a Hibari quebrarse al darse cuenta de lo que había hecho en medio de su “descuidado” acto.

 

—Perdóname, perdóname.

 

Tsuna sollozó, porque en ese breve instante supo que destrozó la poca confianza que se tenía ese alfa. Hipó en medio de su auto-rencor y culpa, y se cubrió el rostro con sus manos en un gesto infantil por huir de sus problemas.

De nuevo había mandado todo al diablo.

De nuevo fue estúpido y volcó todo para que fuese una pesadilla.

 

—Perdóname —la voz de Kyoya temblaba—, per… perdón. No quise… lastimarte.

 

Tsuna no pudo hacer mucho más que negar y sollozar. Escuchó aquel pedido desesperado una y otra vez hasta que esas manos temblorosas y frías tocaron con temor la piel de su cintura. Lo escuchó sollozar alterado, como si fuera un niño que acababa de hacer la peor travesura, y después sintió como era abrazado por la cintura con tanto miedo.

Su alma se quebró.

Lloró aún más todavía, casi soltando suaves gritos.

 

—No quise —Kyoya escondió su rostro en el abdomen del castaño—, no quise hacerte… daño.

—Hibari… san.

—Perdóname —suplicó temblando—, yo no… quise.

—Me duele.

—Perdóname —fue la súplica del alfa que en ese momento estaba destrozado—, yo… Fue mi lado alfa… perdí el juicio… no quise hacerlo —se excusaba con desesperación, aferrándose a ese pequeño cuerpo que había maltratado—. Soy… lo peor.

 

Tsuna no pudo ser capaz de decir que ese “me duele”, no se refería a su dolor físico, sino a su dolor espiritual. Porque estaba consciente de que él sedujo al alfa, que lo llevó a ese estado de inconsciencia humana, que lo obligó a ese acto que Kyoya en estado consciente no hubiese empezado jamás. Sabía que el que debía disculparse era él…, pero en vez de eso escuchaba a Kyoya rogar por su perdón. No podía ser tan miserable.

Y cuando Aiko lloró en la otra habitación, tal vez despierta por el grito que Tsuna dio y por los sollozos del alfa, todo… absolutamente todo… se resquebrajó.

Tsuna vio al alfa moverse sin saber qué hacer, desesperado, disculpándose en susurros mientras negaba. Lo vio intentar sobreponerse al shock, y después, lo vio siendo… el mejor hombre.

Kyoya lo cobijó con las sábanas sin tocarlo siquiera, le susurró que volvería pronto, tomó la ropa del piso, entró al baño a mojarse con agua fría, secarse con prisa, trastabillar hasta la puerta que no había sido cerrada y perderse en el pasillo en busca de la pequeña que no merecía descuido alguno. Sin embargo, no lo olvidó, volvió cuando dejó a Aiko en la cuna de nuevo… y se hizo cargo de él hasta que también se quedó dormido.

 

 

Platónicos…

 

 

—Lambo, querido —miró al mencionado—, cumple con lo que te digo y te recompensaré —habló como si fuera una madre exigente frente a su criatura.

—¿Qué me ofreces? —pero el chico de ojos verdes y brillantes no veía el asunto así.

—¿Qué quieres? —elevó su ceja derecha, intrigado.

—Un beso tuyo —canturreó.

—Qué atrevido te has vuelto —Skull rio bajito antes de agitar su mano—. Cumple y lo tendrás.

—Yey~ —Lambo se levantó de un salto—. Vuelvo pronto, maestro.

 

El chico de rizos abandonó la sala entre tarareos y movimientos con sus manos en festejo por la futura recompensa que se ganaría a como dé lugar. Skull reía entre dientes mientras seguía con la revisión de sus papeles regados en la mesita del centro, ignorando al recién llegado que obviamente vio todo eso. Le importaba muy poco quien lo viera porque no tenía que rendirle cuentas a nadie más que a los omegas bajo su yugo que habitaban el harem. Sí, esos niños. Sólo a esos niños, se debía.

 

—Ese niño… ¿está enamorado de ti?

—Sí —Skull siguió con lo suyo mientras mordía una pequeña galleta—. ¿Qué se te ofrece, Verde? —ni siquiera lo miró.

—¿Por qué dejas que se te acerque tanto?

—¿Celoso, dulzura? —rio a carcajadas antes de negar—. ¡Qué ridículo!

—No deberías jugar con eso —celoso era poco pues con tantos alfas a su alrededor y su ciclo de celo tan cercano, se volvía un territorial sin remedio.

—Él sabe en lo que se está metiendo —ondeó su mano para dejar el tema de lado—. ¿Tienes el resumen final de las finanzas de estos años?

—Skull, escúchame.

—¡No te atrevas a intervenir en mi maldita vida! —frunció el ceño, finalmente mirando a quien le hablaba—. Y si estas celoso, déjame aclararte que soy un omega libre de hacer lo que se me antoje.

—Deja de comportarte como si… —apretó los labios, porque por poco dice algo indebido.

—Completa la frase —Skull miró a Verde—, vamos, ¡hazlo! —retó porque entendió a lo que se refería.

—Iba a decir una estupidez.

—Como si aún estuviera en el burdel —dictó con seriedad—. Eso era lo que querías decir, ¿no? —frunció el ceño y apretó los dientes.

—Cada vez la cagas más-kora —el rubio recién llegado negó mirando a su loco amigo. Hasta sintió un poquito de pena por el desgraciado.

—Aunque concuerdo en que deberías dejar de hacer “eso” con el mocoso ese —añadió Lal quien iba llegando también—. Lo vas a ilusionar.

—Los del harem saben lo que hacen —Skull miró a los tres alfas, esperando que por la puerta llegase el otro—. Que me hayan escogido como su falsa fuente de esperanzas es cosa de ellos y ya se los he advertido.

—¿O sea que haces eso con todos los del harem? —el rubio fingió estar impresionado—. ¡Cómo pudiste-kora! —pero al final terminó riéndose porque era obvio que eso no pasaba.

—No con todos —completó el faltante en esa pequeña reunión no planificada adecuadamente—. Sólo lo hace con Lambo.

—¡Oye! —Skull miró mal a Reborn—. Me quitas la diversión —señaló a Verde quien apretaba los labios en medio de la furia—. Quería ver si me armaba una escena de celos y así tenía una excusa para dispararle un tranquilizante… Eres tan aburrido, carajo —rodó los ojos ante la estoicidad de Reborn.

 

Colonello se burló del asunto, Lal sólo negó por el lio armado de la nada, Verde siguió en un silencio incómodo mientras miraba a Skull parlotear en burla de todo lo que le pasaba, y luego estaba Reborn, quien se sentó en un sofá individual y puso atención a las anotaciones que Skull había hecho en una hoja. Era un desastre que se iba acrecentando como cada vez que todos decidían reunirse en un solo lugar. Muchas feromonas que intentaban dominar y ningún ganador porque todos tenía el mismo rango en esa mansión.

 

—En fin —suspiró Skull dejando sus bolígrafos de lado—, empecemos con el asunto que nos trajo aquí.

—Sin celos por favor-kora —rio Colonello sentándose junto a Lal.

—Y sin coqueteos —rio Skull apuntando a ese par, la mejor pareja de la mansión.

—Acabemos con esto rápido —añadió Reborn—, para que nuestro amigo siga en el laboratorio inventando cosas y cerrando el pico.

—Aun no puedo creer que seas platónico de ese niño —Lal decidió lanzar su último comentario.

—¿Y por qué no? —Skull sonrió y elevó su quijada—, si soy todo perfección.

 

 

El amor se crea…

 

 

La siguiente vez que Tsuna vio una marca roja en el brazo del alfa, se alteró. No podía dejar que eso siguiese pasando, y fue a partir de ese instante que decidió estar más al pendiente, porque no iba a dejar que aquel guerrero se fuera resquebrajando. No más. Estaba dispuesto a hacer todo lo posible porque Kyoya dejase de destruirse, y eso incluía pelear si fuese necesario.

Lamentablemente lo fue.

Aun no estuvo seguro de cómo, pero terminó quitándole la jeringa y en medio del forcejeo parte de su dedo anular se vio atravesado por la aguja. Fue un momento alarmante donde la sangre brotaba, seguían discutiendo en voz alta, Kyoya retiraba la aguja con cuidado y las lágrimas de Tsuna se desbordaban a la par que sus intentos por hacer entender a ese alfa que no estaba bien seguir en esa situación.

 

—¿Y qué más puedo hacer?

—Dejarse ayudar.

 

Tsuna ignoró el dolor en su dedo, sostuvo firmemente las manos del mayor y lo miró a los ojos. Se quedó en silencio, respirando agitadamente, tratando de adivinar qué era lo que Kyoya haría después, pero el azabache no se movió. Elevó sus manos hacia ese rostro, le tocó las mejillas con sutileza, y sonrió cuando aquellos párpados se unieron y su mano sintió el suave roce de esa mejilla que buscaba su calor.

 

—No quiero hacerte daño.

—He escuchado eso muchas veces —Tsuna repasó esos pómulos con sus pulgares—, pero usted no termina de entender que… nada me daña más que su rechazo.

—No tienes idea de lo que haces —refutó casi al instante.

—¿Usted me ama, Hibari-san? —lo miró a los ojos y sonrió—. Yo sé que sí. Y yo estoy intentando corresponderle con la misma intensidad.

—No tienes por qué obligarte a eso —suspiró cansado—. Yo no te he pedido que me correspondas.

—Lo sé —descendió sus manos—. Pero usted me gusta, ¿sabe? —sostuvo su dedo aun sangrante con su mano sana— Y cada que usted me mira con tanto cariño, siento que lo quiero más. Yo creo que puedo enamorarme de usted con un poco más de tiempo.

—No quiero que lo hagas.

—¡Quiero hacerlo! —frunció el ceño—. ¡Pero usted es tan terco! Y siempre que trato de ayudarlo se niega, entonces yo hago cosas estúpidas y termino armando un lio más grande. ¿Sabe lo frustrante que es eso?

—Eres muy torpe.

—¡Lo sé! —apretó los labios—. Pero estoy intentando dejar eso atrás.

 

Iba a seguir discutiendo, hasta quiso empujar al azabache, pero su mano fue tomada con delicadeza y sólo ahí se fijó en el reguero de sangre que había dejado mientras discutía. No era su gran día, pero había estado muy frustrado últimamente y por fin pudo al menos descargar algo de su enfado. Se calmó, olvidó su pelea mientras se dejaba curar, y finalmente se quedó mirando la suave sonrisa que el mayor formaba.

Quiso golpearle la nariz por la burla, pero antes de que lo hiciera, Hibari lo besó.

Métodos muy bajos para desviar su furia o transformarla en bochorno, método que en ese instante no funcionó del todo bien. Tsuna se aferró al cuello del azabache en ese pequeño instante de descuido, lo acercó de nuevo y fue él quien lo besó, con mayor ansia y rudeza, sólo para así sentirse quien triunfó en la trifulca… Pero luego terminó riéndose entre los besos mariposa que Hibari le dio mientras lo abrazaba por la cintura y lo elevaba en el aire.

Eran unos idiotas, se los dijo Mayu —en son de broma—, mientras ella verificaba que la herida no fuera grave y recetaba unas pastillitas sólo para asegurarse de que no surja una infección. Si incluso una ajena pudo darles tales palabras, era obvio que todos los demás lo certificarían y usarían todo ese asunto para molestar. Y no se equivocó, porque Mukuro casualmente estaba por la clínica también y les hizo burla.

 

—Ustedes son tal para cual —suspiró abanicándose con las manos—, siento que debo superarlos y para eso… —se acomodó el largo cabello que estaba atado en una coleta baja—, si me permiten…, iré a buscar a cierto omega descuidado que se provocó un esguince en el tobillo.

 

Suaves pasos de retorno a su hogar, una pequeña traviesa que quería escapar de la carriola para hacer de las suyas en la calle, y un silencio incómodo posterior a aquella visita de improvisto a la clínica. Habían sido días muy tensos desde que “aquel” acontecimiento pasó, cosa que no cambiaría si es que no se decidían a hablar, pero era muy difícil hacerlo. Eran dos adultos y aun así a veces le tenían miedo a tratar temas delicados.

Transitaron el camino por el parque, dejando que Aiko caminara, cada uno sosteniéndole de una manita y siguiendo el ritmo de esos pasos pequeñitos que resonaban por las suelas de esos pequeños zapatos. Comieron un helado, dejaron que su hijita se divirtiera un rato, permanecieron en silencio sentados en una banqueta, y se perdieron en sus pensamientos.

 

—Ese día estaba asustado —Tsuna enrojeció porque al fin reunió el valor, pero no era el mejor lugar.

—Estamos en un parque.

—Lo sé, pero si no lo digo ahora, tal vez no lo diga nunca.

—Fue mi culpa —Kyoya siguió mirando a su hija jugar con una niña de su edad en el arenero. Le gustaba cuando no había tantos niños alrededor.

—No lo fue —jugó con sus dedos, mirándolos, intentando seguir—. Lo que pasó fue que… entré en pánico y…

—Mi miedo más grande era hacerte daño, y fue lo que hice.

—No… —se rascó la mejilla y agachó la mirada—. No dolió tanto —sentía su corazón latir desbocado—, es solo que…

—No quiero hablar de eso aquí.

—Podemos intentarlo de nuevo —sus labios temblaron mientras lo decía y empezó a rascarse uno de sus brazos—, con más cuidado y…

—¿Por qué?

—Porque —soltó una risita nerviosa y se encogió un poco—, porque me gusta Hibari-san —susurró bajito, con miedo a que alguien más lo escuchara—, y quisiera darle mis primeras veces… sólo a usted.

 

Tsuna se atrevió a mirar a aquel alfa, y terminó riéndose bajito al darse cuenta que la mano con la que el azabache intentaba esconder ese rostro, también ocultaba el leve sonrojo en esas mejillas. Lo escuchó suspirar un par de veces en medio de un silencio extraño, y después lo vio acomodarse mejor en la banqueta. No se miraron, pero Tsuna pudo claramente percibir el descontrol en ese alfa a través del perfume a madera seca que se acentuó un poco.

Y entonces se preguntó: ¿cómo se crea el amor?

No entendía cómo aquel hombre se enamoró de él si era un caos sin fundamento que cometía errores cada hora. No entendió desde cuando esa mirada que recordaba dura, seca, y fría, se pudo transformar en algo tan brillante y cálido. No entendía cómo alguien tan agresivo podía tener tanto cuidado al cargar a su hija y limpiarla con suaves golpecitos para quitar la arena de esa ropita. No entendía por qué Kyoya seguía tolerando sus fallos, sus miedos y mentiras. Y mucho menos entendía por qué le gustaba jugar con fuego.

 

—No me aleje más —le suplicó cuando cenaban—, por favor.

—Eres mi familia —habló con seguridad—, y por eso intento cuidarte incluso de mí mismo.

—Déjeme cuidarlo también —le sostuvo de la mano—, por favor.

—Voy a volverme loco por ti.

—Al menos deje que valga la pena.

 

Con la voluntad firme, dejando los miedos lejos de sí, decidido a corresponder con los cuidados y la protección que le cedieron, Tsunayoshi dijo que por fin haría uso de las herramientas que le quedaban. Puso empeño en sus acciones, preparó un té relajante que bebió a la par que Kyoya, advirtió sobre lo que iba a hacer y en esa noche se coló en la habitación a la que le prohibieron la entrada desde hace tiempo. Ni siquiera sus propios miedos lo detendrían esta vez, porque de verdad ansiaba que eso sucediera.

Esa noche deseó a Kyoya más que en cualquier otra ocasión.

E hizo que Kyoya lo deseara también.

No se comparó a la primera vez, nada podría compararse con aquellas dulces acciones entre suspiros y suaves risitas. Las caricias fueron amables, sus besos largos y agradables, la complicidad ilimitada, sus miradas opacadas por los jadeos acompasados en donde requerían aire.

En la intimidad de esa noche se desprendieron de sus temores, de las dudas y olvidaron todo lo que los rodeaba en esa escabrosa vida. Se deshicieron en suspiros y susurros mientras apartaban la tela de sus cuerpos y rozaban sus narices al compás de sus caricias desmedidas.

 

—Ya no puedo —murmuraba Tsuna al sentir aquella mano que jugaba con su intimidad en medio de la suave luz dada por la lámpara de noche—, me… vendré —advirtió mientras se sujetaba temblorosamente de esos brazos.

—Un poco más —fue la respuesta dada por esa voz ronca en su oído.

 

Se abrazó al cuello de aquel hombre y dejó que sus piernas aprisionaran esa cadera. Sentado sobre el regazo de Kyoya se sentía vulnerable y a la vez protegido, contradicciones dadas por la desnudez de su sudorosa piel que rozaba con la ajena, y esos dedos que jugaban en su interior, moviéndose con maestría, ensanchando su entrada para que no fuera doloroso en esa ocasión. Sin poder evitarlo se arqueaba en medio del placer dado en su pene, y movía su trasero para que esos dedos llegasen más profundo porque se sentía demasiado bien.

Estaba tan húmedo que él mismo sentía su lubricante natural resbalar por entre sus nalgas, y a la vez sentía el miembro de Kyoya, duro, caliente, rozar con su parte baja sin pudor alguno. No quiso bajar la mirada, se bastaba con la sensación de roce y los besos en sus labios y mejillas. Tenía vergüenza porque era notoria la diferencia entre sus cuerpos, y aun así siguió gimiendo al compás de esa mano que no lo dejaba alcanzar el cielo porque se detenía en el instante adecuado.

 

—¿Estás listo?

 

Asintió con los ojos cerrados, sintiendo aquellos dedos abandonar su interior y esa mano abandonar su miembro. Elevó su rostro para mirar a aquel alfa que en ese instante estaba perdido en la medida justa como para que fuese así de dulce y estuviese desesperado también. Se estremeció al sentir las sábanas en su espalda, miró a su alrededor sin saber diferenciar si estaba correctamente ubicado en la amplia cama, y después se cubrió el rostro cuando sus piernas fueron separadas un poco más al mismo tiempo que una pequeña almohada era colocada en su espalda baja para que de esa forma elevara un poco la cadera.

Tsuna se tensó al sentir el cuerpo ajeno cerca del suyo, gimió ante el roce de esa piel con el interior de sus muslos, soltó un largo y pesado suspiro cuando besos fueron subiendo por su abdomen, y húmedas lamidas formaron un camino ardiente en su pecho. Estiró su cuello ante los besos y suaves succiones, correspondió al tacto en sus labios que lo distrajo y relajó por completo. Esperó un momento hasta que, lo que diferenció era un condón, fuese bien colocado, y por un breve instante su rostro estalló en un carmín avergonzado porque se fijó en la virilidad ajena erecta y bien dispuesta.

 

—Iré despacio.

—Aún si duele —miró al alfa entre sus suaves lágrimas—. No se detenga.

 

No dolió, sólo fue extraño, porque su cuerpo se adaptaba al contrario y se dejaba dominar. Aceptó por completo el pene del alfa en su interior, porque esta vez sí estaba relajado y preparado, aunque inicialmente creyó que “eso” no podría entrar en su cuerpo con facilidad.

Y si bien sintió un poco de pánico al apreciar la suave presión que se acentuaba en su esfínter, después sólo se centró en el beso acompasado y lento que Kyoya le cedió. Se aferró a esa espalda, suspiró varias veces, dejó que sus labios fueran mordidos y mordió los ajenos, lagrimeó sintiendo su cuerpo caliente y su entrada lacerada. Se quedó quieto, sintiendo las caricias en su cadera, los besos en su cuello, y después se fijó en que sentía demasiado calor y su cuerpo respondía con leves movimientos.

El primer vaivén fue tan extraño que sólo pudo cerrar sus ojos y apretar los labios, pero los siguientes fueron una delicia que se esparció desde su espalda baja hasta sus hombros. Sus dedos se flexionaron, su cuerpo se arqueó, se avergonzó por el suave jadeo sobre sus labios y por primera vez escuchó a aquel hombre imponente gemir en su oído, con esa voz rasposa y grave que calaba en su mente de tal forma que sus piernas temblaron. Dulzura, devoción, cuidado extremo y declaraciones de amor en susurros. Tsuna no pudo pedir más.

Sentía tan profundo a Kyoya que en cierto momento gimió más alto de lo normal y sintió un orgasmo potente, pero ni así esa sensación se detuvo. El incesante cosquilleo siguió cada vez que sentía la cadera de Kyoya arremeter contra la suya y escuchaba un suave sonido parecido al chapoteo. Olvidó que no debía hacer ruido notorio, pero fueron los labios del ajeno los que corrigieron su error. Su aire le faltaba, sus uñas rasgaban esa espalda sin que se diese cuenta, y se rendía entre suspiros y temblores cada que tocaba el abismo del placer.

No supo cuánto tiempo fue partícipe de ese vaivén, ni cuándo fue que Hibari lo cambió de posición, sólo sabía que estaba sentado sobre el regazo ajeno, saltando con prisa, disfrutando de ese miembro en su interior que obligaba a sus entrañas a acomodarse, sin saber cómo respirar o siquiera recordar cómo se llamaba, sintiendo cansancio, pero a la vez deseando seguir con aquello. Se fijó en la mirada ajena y los colmillos que destacaban entre las respiraciones agitadas del alfa, estiró sus brazos para tocar ese rostro y besarlo. Y al final, un cosquilleo conocido mientras su cintura era apretada con rudeza.

Escuchó el profundo jadeo de Kyoya a la vez que él soltaba el suyo, ahogado por el cuello ajeno, y poco después su interior se quejó porque sintió una presión aún más notoria. No entendió lo que sucedió, sólo pudo quejarse suavecito y abrazarse a ese cuerpo. Su orgasmo apagó un poco el dolor de sus entrañas, y la leve mordida dada en su cuello terminó por nublarle el juicio. Tembló por largo rato entre los brazos ajenos, queriendo recostarse, pero impedido de hacerlo por esas manos que acariciaban sus piernas.

 

—Espera un poco —jadeaba entre cada palabra—, sólo un poco.

—Pero… —murmuró.

—He anudado —confesó Kyoya entre respiros desacompasados—, así que… espera.

—Entiendo —susurró dejando que su cuerpo descansara sobre el ajeno.

—¿Estás bien?

—Hibari-san —murmuró quedito—, lo quiero mucho.

—Eres —deslizó su nariz por esa mejilla—, eres todo lo que tengo.

—Y por eso… quiero cuidarlo —divagó un poco—, a usted… y a todos.

 

No se dijo más, pero se hizo más.

Besos, miradas, caricias.

Ahora todo iba a cambiar.

 

 

Continuará…

 

 

 

Notas finales:

When te sale mejor los dramas que el lemon :’v

En mi defensa, Tsuna tenía que caer muy bajo antes de ascender como era debido. Así que ya ven, he llegado aquí, y de ahora en adelante vendrá la guerra de manipulación. Pero no se crean we, no todo lo que hace Tsuna es fingido, espero se diesen cuenta.

Krat intentó que fuera un capítulo un poco menos doloroso y espera haberlo logrado.

Seguiré aprovechando mi aparente inspiración y seguiré subiendo capítulos cuando me sea posible. También saldré del hiatus en alguna historia, y veremos qué pasa después.

Los ama~

Krat~

 

PD: trato de responder sus comentarios en mis tiempos libres por el celular, pero no sé si me faltan más we. Ahhhhhhh. Los amo tanto.


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