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Locura por mi todo por 1827kratSN

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¿Cuánto dolía amar a alguien?

Tsuna no estaría seguro de cómo responder a eso, porque estaba atormentado por emociones diversas y no podía centrarse solo en una. Takeshi diría que era como un hormigueo incesante que se centraba en su pecho, pero que valía la pena. Lambo comentaría que dolía más que una puñalada, pero que estaba dispuesto a recibir ese dolor y más. Fuuta sonreiría mientras se aprieta el pecho y no soltaría una palabra porque terminaría llorando. Enma solo apretaría los puños antes de decir con seguridad, que dolía más que sentirse abandonado por tu familia. Pero en el caso de Enma, no podría definirlo solo en palabras, sino que las acciones lo guiaban.

 

—No puedes entrar, Enma —miraron al pelirrojo quien les había suplicado ayudar—. Los asistentes ya fueron designados, y tú no estás entre ellos.

—Pero…

—Pero nada —Ryohei, el nuevo alfa que guiaría la clínica, se colocó frente al chico—. Tú no debes estar aquí siquiera —le dio una mirada piadosa—. Vete.

—Quiero… Al menos quiero esperar a que la operación termine.

—No —el alfa habló con firmeza—. Mayu te llevará a casa, ustedes dos tienen el día libre.

—Usted no lo entiende —quería llorar, pero lo soportó para poder hablar con ligereza.

—Sé los pormenores —habló antes de cruzarse los brazos—, y sé que Zakuro llegará pronto, así que es mejor que te vayas.

—¡Esto es cruel!

—Esto ha sido decidido por la propia Adelheid —finalizó Ryohei.

 

Era verdad, la propia Adelheid lo demandó como una de sus exigencias antes de su intervención. Ella no quería que Enma, Mayu, o cualquier omega en la clínica, estuviera presente el día en que ella se sometería a la MGF o en los que necesitaría antes de que le dieran el alta, porque su orgullo como alfa estaba en juego y su bienestar emocional necesitaba balancearse. Ryohei cumplió con todo eso al pie de la letra, hasta el punto en que fue él en persona quien subió en el taxi a quienes estuvieran indispuestos para afrontar esa situación y los viera alejarse de la clínica.

Ryohei ordenó que el prometido de su amiga fuera vigilado para que no se alejara de la sala de espera. También dio aviso de que el padre de Adel llegaría en conjunto con Koyo, el hermano mayor de la azabache, para que mostraran apoyo a la mujer que ya se hallaba en bata, siendo examinada por última vez antes de que la trasladaran. Ryohei solo se quedó callado mientras escuchaba el repetido discurso formal del líder de los Suzuki, quien le cedía la responsabilidad a su segunda hija para mantener el honor de su familia.

 

—Ni siquiera te importo, así que no te fuerces a darme consuelo —fue la declaratoria fría de Adelheid hacia el anciano que era su padre.

—Eres mi hija.

—Soy tu juguete —rio en burla—, y lo seré de él también —miró al pelirrojo—. Así que acabemos con esta farsa y déjame ir a la maldita sala de cirugías.

 

Fue únicamente Koyo quien mostró sincera preocupación por el bienestar de su hermana, incluso se opuso a todo eso, pero fue la propia Adelheid quien aceptó los términos. Él intentó ser quien cargara con toda la responsabilidad de su familia para cuidar de su hermanita, pero al final tuvo que resignarse a ser partícipe de eso. El alfa de cabellos verdosos y mirada rojiza solo pudo abrazar a su hermana y desearle suerte, para después seguir fingiendo ser el primogénito perfecto de su padre y quedarse callado hasta que fuese necesario.

Pero había muchas más personas que deseaban el bienestar de Adelheid.

 

—Que esto quede aquí —la enfermera principal miró a sus colegas cuando ya se hallaban con las cosas necesarias en las manos y mirando a la paciente sedada—, que se quede en nuestras memorias.

—Es un pacto —segundó otro—, cedido por lealtad.

—Que ésta mutilación —el cirujano miró a su equipo—, sea un recuerdo de todo lo que le debemos a Adelheid-san, quien no nos dejó caer ante nada.

 

Los miembros del equipo se miraron una última vez, se sonrieron por debajo del cubre bocas, y después respiraron profundo para dejar de lado sentimentalismos que como profesionales no debían tener. Se pidió el bisturí, las luces adecuadas, y se quedaron en un incómodo silencio cortado solamente por los instrumentos que medían el ritmo cardiaco de su paciente, y los pasos suaves de quienes se centraban en una cirugía que no querían hacer, pero que debían.

 

 

Roles…

 

 

Las cosas estaban claras, ya no había mentira alguna, y por eso los cambios se dieron automáticamente. Kyoya se vio preso de su actitud inicial ante Tsunayoshi, siempre sereno y manteniendo la distancia, centrándose mayormente en Aiko, quien seguía creciendo sin importar nada, pero sin dejar de enseñarle al castaño todo lo que él creía debía saber. Porque estaba preparando a ese niño para que pudiese defenderse en lo que suponía eran los planes de ascenso en esa sociedad.

Fue firme.

No buscaba contacto físico o algo emocional, se centraba netamente en la enseñanza estricta, las miradas ocasionales que aun cargaban algo de dulzura, y la rigidez de un saludo matutino y nocturno antes de encerrarse en su habitación. Hibari se volvió aquella persona serena y fría del inicio, tomando el rol que le tocaba en esa estupidez que podía terminar en tragedia, planeando sus siguientes pasos porque bien sabía que todo estallaría en algún momento. Estaba preparado, lo estuvo desde hace mucho, desde que notó los cambios y el ligero aroma de las visitas ocultas de su esposo.

 

—¿No iremos a la boda de Adelheid-san? —Tsuna se atrevió a preguntar eso para romper el silencio incómodo dado en medio de su estudio de media mañana.

—No —siguió peinando a su hijita, quien también peinaba a la muñeca entre sus piernas.

—Pero es su amiga.

—Y por eso no formaré parte de esa estupidez. Así como ella no lo fue de la mía.

—¿Y si ella necesita un apoyo?

—Ella no quiere nada de nosotros —colocó la horquilla en forma de mariposa en el cabellito de Aiko.

—Los de la clínica… ¿irán?

—No.

 

Pero Kyoya se equivocó en eso, porque fueron cuatro las personas que se presentaron en el lugar. Llegaron a la dirección que dictaba la invitación que Zakuro les dio como medio de confrontación y burla hacia su futura esposa. Estaban dispuestos a asistir como apoyo silencioso de la alfa que les dio esperanzas, pero se hallaron ante dos paredes intachables que los hicieron retornar hacia sus taxis.

Mukuro y Nagi se dispusieron en la entrada de ese lujoso centro de eventos, sonrientes y serenos, doblegaron a los trabajadores de la clínica y hasta los obligaron a irse. Uno a uno, los empujaron a un taxi, explicándoles que esa farsa no era digna de ver, y que Adelheid no quería tenerlos cerca porque le parecía un insulto a su orgullo. Fue así de simple. Sin embargo, Enma se mantuvo firme, porque sentía la obligación de despedirse por última vez de Adel —la mujer que amaba—, aunque ya lo hizo antes de que aquella alfa se internara en la clínica para realizarse la abominable cirugía.

 

—Vete, niño —Mukuro rodó los ojos porque ya no soportaba tanto sentimentalismo.

—Quiero verla, aunque sea de lejos.

—Nii-sama —la voz de Nagi tomó un poco de fuerza—, me lo llevaré.

—Ay no —se tocó el pecho—. No dejaré a mi hermanita con un omega emocionalmente inestable.

—Nii-sama —suspiró—, te veré en casa después.

—Nagi —jadeó—, ¿desde cuándo desobedeces a tu hermano mayor?

—Desde que estás en las nubes porque Takeshi aceptó ser tu novio.

—Touché, kufufu.

 

Entonces, con amabilidad y una sutil sonrisa, la menor de los hermanos heterocromáticos, tomó la mano del pelirrojo y se lo llevó. Caminaron entre pequeñas discusiones porque Enma aun quería volver, pero aquella alfa tenía la paciencia y la habilidad para doblegar al más necio —experiencia dada por el trato que tenía con su propio hermano—, y logró hacer que el pelirrojo olvidara esa tonta idea. Se lo llevó lejos, caminando entre pasajes innumerables y después tomando un taxi que los alejaría aún más de aquel lugar.

Ella consoló al pequeño pelirrojo que no sabía cómo lidiar con su angustia.

Nagi le sonrió con dulzura y le invitó un café acompañado de galletas, pero terminaron sentados en medio de una placita, bebiendo un batido de sabores y mirando a la gente pasar con apuro. Ella escuchó las protestas del pelirrojo, frustraciones, le acarició la cabeza cuando la presión pudo más en aquel pequeño cuerpo que rompió en llanto silencioso, y finalmente le dio un suave abrazo antes de soltar una sola frase.

 

—Ella jamás te dejaría desprotegido —sonrió ante la mirada extrañada del chico, y añadió algo propio—. A partir de ahora, yo te guiaré, cuidaré de ti…, y te ayudaré a decidir qué hacer.

—¿Por qué?

—Porque a partir de ahora, yo tomaré el rol de tu tutora —sonrió amablemente—, y te consideraré una extensión de mi familia… así como hice con los Yamamoto.

—Aun no entiendo tu motivo —limpió sus mejillas.

—Porque Adelheid te ama mucho —Nagi sonrió antes de encogerse sutilmente de hombros—, y yo respeto ese sentimiento tan fuerte. Así que… te cuidaré, Enma-kun.

 

 

Colapso…

 

 

Era un síndrome, uno dado por el cambio brusco, una especie de abstinencia forzada que hizo a su sistema tomar un grado de congestión. Pero Kyoya lo previó y por eso buscó ayuda, asesoría en Ryohei, medicina y finalmente… distracción.

Se centró en labores interminables, en negocios que antes dejó en manos ajenas, en la crianza de su hija que estaba próxima a cumplir años nuevamente, en tomar decisiones drásticas en cuanto a su vida junto al esposo que pretendía destruirlo para un fin mayor.

Y por eso llegó a ese punto.

 

—Solo tienes que firmar y ya no seremos más… un matrimonio.

 

Tsuna quiso dejar caer su mandíbula cuando escuchó eso, pero en vez de eso, solo se quedó viendo fijamente al azabache que estaba centrado en el papel sobre la mesa. Tal vez era la primera vez que ambos se sentaban solo ellos dos en el comedor desde aquel incidente, porque se alejaron demasiado por obvias razones, pero el castaño pensó que aquel pedido para que hablaran solos… era un indicio de que podrían superar ese último error.

Entonces, ¿por qué?

Kyoya le estaba evitando la mirada, lo había estado haciendo desde esa mañana, pero incluso antes intentaba no quedarse a solas con él, buscaba salir de casa más tiempo con Aiko o sin ella, puso distancia después de pedir disculpas cuántas veces bastaron hasta que escuchó las palabras que dictaban un perdón que en realidad no debía darse, porque desde un inicio la culpa no le pertenecía al alfa.

Todo estaba mal.

 

—Te lo prometí desde el inicio —empujó el papel ya manchado con su firma—, y lamento el haber esperado hasta hoy para dártelo.

 

Tsuna no dijo nada, solo se quedó viendo aquella cosa llena de letritas por todos lados, con su nombre y el del alfa, incluso creyó que el nombre de Aiko estaba por allí. No podía concentrarse, no podía dejar de mirar su nombre debajo de una línea, tampoco el nombre de Kyoya que estaba rayado por una de las curvaturas de la firma del alfa. En verdad tenía delante de sí, el documento de divorcio.

 

—Sólo debes firmar —insistió.

—No —Tsuna respiró profundo antes de elevar su mirada—. No.

—Jamás haría algo para perjudicarte —el azabache maniobró entre las hojas hasta mostrar una en específico—. La casa es tuya, la mitad de las propiedades que Fon me heredó, la…

—No —empujó la mano de Kyoya para que dejara los documentos —. No.

—Pero Aiko se queda conmigo.

—¡No!

—No cederé ante eso —respondió con calma.

—No le dejaré a Aiko —el castaño apretó los labios, sintiendo de nuevo esas inmensas ganas de llorar—, no quiero la casa…, no quiero nada… —su voz se quebró—, y no firmaré eso.

—Es lo mejor.

 

Tsuna soltó una carcajada forzada que demostraba su ironía, porque nada era más falso que eso. El divorcio era una estupidez. No era lo mejor. No lo era. No quería que lo fuera. No podía estar pasándole eso. No era posible. No. No cuando tenía todo ese mar de emociones jodiéndole la existencia.

 

—Fue parte del acuerdo —escuchó a Tsuna suspirar—, te lo dije… Solo necesitaba de un año y un poco más.

—No puedo creerlo.

—Eres libre ahora, Tsunayoshi. Ya no tienes por qué seguir perteneciendo a los Hibari.

 

Entonces Tsuna levantó su cabeza, mostró sus ojos llorosos y sus lágrimas retenidas, así como el temblor de sus labios. Enfrentó la mirada dolida de aquel alfa y se dio cuenta de lo que pasaba, de que —tal vez— ese apresurado accionar… fue… solo… el compromiso con una promesa pasada.

 

—¿Usted lo quiere?

—Te lo prometí.

—Pregunté —su voz se quebró—, que si usted quiere esto —señaló el papel—. ¿Lo quiere?

—Aquí no importan los deseos —Kyoya apretó los labios—. Soy un hombre de palabra.

—¿Por qué? —sollozó suavecito.

—Porque sí.

—Debe haber una razón.

—Soy un peligro para ti —susurró por fin, alejando sus manos, reposando su espalda contra el respaldo de la silla.

—¿Quiere estar solo? —Tsuna lo miró— ¿Quiere que me vaya? —no le respondieron— ¿Quiere esto? —el alfa siguió el silencio.

 

Kyoya no lo quería, Tsuna estaba seguro de eso. Por eso se negó. No quiso saber nada de esa firma, se negó a pesar del pedido del alfa quien insistía en terminar con todo lo que habían forjado. Pero no. Ni él, ni Kyoya lo querían. Porque separarse sería peor. Porque mal o bien ellos ya tenían un vínculo que superaba al lazo alfa-omega. Y no importaba si de por medio había ambiciones estúpidas o manipulación, no podían negar que sus contrapartes eran más sinceras que su lado pensante.

 

—No lo haré.

—Será mejor para ti si así se hace.

—No.

—Sólo falta tu firma —Kyoya se levantó despacio—, puedes hacerlo cuando gustes.

—No lo haré.

—Y cuando lo decidas…, yo lo aceptaré.

—Usted me ama… —sentenció con odio hacia sí mismo—, y no quiere esto.

—Pero se debe hacer antes de que alguno de los dos salga lastimado.

—Yo quiero… —Tsuna sollozó— volver a como éramos antes.

—No se puede —el azabache se alejó a paso lento.

—¡Fue mi culpa! ¡Lo del otro día fue mi culpa! Usted no debió enterarse de nada —al fin lo dijo—. Lo siento —gimoteó.

—El monstruo aquí… soy yo. Así que asume tu papel y déjame a mí atrás.

—¿Por qué?

—Porque a este paso terminaré marcándote y eso… —respiró despacio—, solo dañará tus planes.

 

Era su miedo hablando, miedo acrecentado desde el último incidente donde se ofreció como víctima para un engaño colosal, porque se dio cuenta de que estaba perdidamente enamorado de Tsuna y era capaz de morir por él. Pero también era consciente de que antes de morir, lo marcaría, se enlazarían, y los dos sufrirían cuando tuvieran que separarse largos periodos de tiempo para ganar esa batalla.

No quería hacerle eso.

También tenía miedo de revivir sus memorias donde veía al castaño llorar de dolor. Temía volver a las épocas donde innumerables veces despertó después de un celo, para enterarse que había casi acabado con otros alfas y que su padre tuvo que detenerlo. Aún tenía heridas de batalla que le recordaban su miedo fundamentado en recuerdos carmesís, entre los que destacaba uno donde Kusakabe se hallaba bañado en sangre porque lo detuvo de hacer una locura.

A pesar de los años y del control ganado, Kyoya aún tenía miedo de su lado alfa.

Y más que eso.

Hibari tenía miedo del amor demencial que podía ofrecer.

 

 

Guerra…

 

 

Las llamadas eran insistentes, los encuentros fuera de la mansión también, y el asunto llegó a tratarse como un acoso casi psicópata que Reborn estaba disfrutando mucho. Skull no se quedó atrás, porque era la mente maestra para forjar un pasado disparatado que podría aprovecharse. Ambos forjaron una víctima perfecta que Lambo supo interpretar a la perfección.

Se restringió el acceso a la mansión de los Argento, las salidas de Skull siempre eran sutiles y muy sigilosas para no llamar la atención de nadie, se aislaron del mundo en la mayor medida posible. Los omegas del harem siguieron tomando sus roles de doncellas en busca de marido, porque debían seguir en ese teatro sin fin, y todo se volvió un caos que estaba desarmando al lado alfista.

 

—Devuélveme a mi omega.

 

Llegó el día en que el líder de los Veckenschtein dejó sus formalismos de lado e invadió una de las propiedades de los Argento, a donde Reborn acababa de arribar en compañía de su hermana, sobrina, y un par de sus omegas. Fue algo inesperado o así lo pareció, Reborn así quiso que pareciese porque estaba seguro que, con lo agitado que estaba Bermuda von Veckenschtein, éste ni se daría cuenta de que eso fue preparado meticulosamente por la mente maestra de esa estupidez.

 

—Invadir mi casa a la fuerza, es un atropello a nuestra relación cordial.

 

Reborn sonrió antes de elevar su mano en señal de que quería hablar a solas con su invitado. Aria ocultó a su hija detrás de ella y sin miedo observó al recién llegado, porque estaba informada de los percances y por eso decidió quedarse, pero empujó a su heredera para que se aferrara a los otros dos omegas, uno de ellos Kaji, quien presuroso sujetó la mano de Uni y empujó a quien mantenía tras su espalda. La pequeña no sabía lo que ocurría, pero presentía que sería malo si se quedaba ahí, por eso, se colgó del brazo de Lambo e intentó llevárselo a prisa.

 

—Tranquila —susurró el de mirada verdosa, sin levantar la cabeza, porque le ordenaron no mirar al invitado—, no pasa nada.

—Vámonos —pidió un poco asustada porque el tal Bermuda le daba miedo.

—Llévatelo —Reborn ordenó antes de mirar a Kaji—, y átalo donde se debe.

—Sí, Argento-sama —reverenció el omega antes de empujar al azabache, quien a la vez era sujetado por Uni.

¡Devuélvemelo! —Bermuda usó su voz de mando sin percibir que aquella niñita era omega también y podía afectarla. Ya no estaba pensando bien.

—¡No mandas en mis dominios! —le refutó Reborn, enfadado por aquella afrenta.

 

Kaji tembló, pero fue más su desesperación por cuidar de la pequeña niña, así que se sobrepuso y la tomó en brazos antes de empujar a quien se abrazaba a sí mismo. La orden de su dueño era absoluta, así que tuvo que sujetar firmemente del brazo de Lambo y empujarlo en medio de murmullos y órdenes. El aire era pesado, las feromonas de los alfas estaban surgiendo, los omegas se estaban empezando a afectar, y sin embargo, Aria se les acercó a darles calma y confort para ayudarlos a caminar

 

—Es mi omega y lo exijo de vuelta —el alfa invasor miró con rabia a su oponente, sin amedrentarse porque Reborn le superara con unos centímetros.

—Es mi ramera —corrigió con la voz entonada y fuerte—, y de nadie más.

—¡No oses insultarlo así!

—¡Lambo! —rugió—. ¿A quién le perteneces? —usó su voz de mando y el chico cayó de rodillas— ¡Responde!

—A usted, Argento-sama —no levantó la cabeza, pero aceptó la ayuda de Aria para levantarse.

—Lo ves —sonrió con sorna ante su adversario.

—¡Tiene mi marca! —Bermuda apretó los puños, listo para lanzarse sobre Reborn si era necesario con tal de recuperar a Lambo— ¡Es mío!

—No es tuyo, ni lo será jamás —sonrió con prepotencia—. Y si el imbécil se acostó contigo, no fue más que una falla que ya corregí.

—¿Qué le hiciste? —perdió el aliento por la clara amenaza del azabache de patillas.

—Lo que se les hace a las rameras cuando se acuestan con un cliente que no pagó.

—¡¿Qué le hiciste?! —dio dos pasos al frente para sujetar del cuello de su enemigo, pero se halló con los puños del alfa que desviaron sus manos.

—La tortura… es mi especialidad —rio bajito.

 

Una pelea se desató en la sala de esa casa usada como refugio de verano. Reborn y Bermuda cedieron ante la necesidad de proclamarse el alfa dominante. Los demás sirvieron solo de espectadores o de oyentes en los cuartos adjuntos, porque más de eso no pudieron hacer. Era mejor dejar que esos dos alivianaran tensiones mediante el daño físico, al menos por un rato, pero Aria se aseguraría de detener eso de ser el caso.

Kaji abrazó a Uni para protegerla del escándalo, susurrándole que todo estaría bien y que confiaran en los alfas líderes de su familia. Lambo se quedó mirando al vacío, jugando con sus dedos, estremeciéndose con la voz de mando del alfa que le dio marca y con la del dueño del harem donde el permaneció encerrado hasta ese día, con salidas excepcionales sólo cuando era necesario.

Esperaban una solución. Una dada cuando los gritos se apagaron y Aria actuó.

Lambo ni se inmutó por la desaparición de los gritos, él siguió forzando su llanto para seguir con el papel que debía interpretar, marcándose las uñas en el cuello para fingir una alteración que no sentía porque estaba apagado por la medicina que Skull le facilitaba y la meditación que aprendió para acallar a su lado omega. Lambo quería estar perfecto para su presentación, y por eso hasta se mordió el labio para fingir una herida que imaginariamente se hubiese hecho con un golpe fuerte. Sí, aprendió bien.

 

—¿Qué quieres para dármelo?

—No te lo daré.

—Puedo romper la alianza y armar una guerra entre nosotros —la amenaza de Bermuda era lo que buscaba Reborn.

—Lambo es mi omega y no lo cederé a nadie.

—Yo lo he marcado —gruñó por lo bajo—. Me pertenece, es mío.

—Wow, el gran Veckenschtein perdido ante un omega —Reborn rio roncamente antes de limpiarse el rastro de sangre de su labio—, ¡qué patético!

—Impón los términos y negociemos.

—¡Lambo! —llamó, y el mencionado se levantó de un salto—. Ven aquí.

 

Las piernas del omega temblaron instintivamente, su pecho dolió, y soltó un sollozo que pareció real. Siguió creando lágrimas de cocodrilo, se desordenó un poco más el kimono, se rasgó los antebrazos una última vez, y con pasos dudosos traspasó la puerta hacia el cuarto donde esos dos alfas se hallaban. Era hora.

 

—Lambo —susurró Bermuda al observar cómo aquel cuerpo envuelto en un kimono pulcro, aparecía en medio de temblores y pasos cortos—, ¿estás bien? —endulzó un poco su voz.

—Lo estoy —susurró mientras se limpiaba las lágrimas, pero sin levantar la cabeza.

—Mírame —pidió Bermuda, con una delicadeza casi impresionante. Casi, porque seguía teniendo ese tono de autoridad.

—No puedo —Lambo sollozó bajito mientras se abrazaba a sí mismo.

—Hazlo —bufó Reborn—, te lo permito.

 

Fue entonces que Lambo elevó su rostro, mostrando la rojiza marca de su labio, las marcas de rasguños en su cuello, las lágrimas que invadían sus mejillas, y su mirada cristalizada que opacaba su desesperación. Reborn rio en burla, porque admitía que ese niño era buen actor. Y Bermuda estalló en cólera al creer que esos daños formaban parte del castigo impuesto por su aliado en ese país.

Fue un caos dado entre lágrimas falsas, gritos, burlas, y ofrecimientos que no culminaron en nada más que en una promesa por salvar al desdichado y una orden de alejamiento cedida por el propio Reborn, quien hizo uso de su poder como heredero y echó al intruso. Aria apoyó en todo a su hermano, sintiéndose culpable de aquello, pero aceptando que el ganar esa guerra también le traería beneficios.

Estaba hecho, tenían en sus redes a uno de los alfas más poderosos.

Solo debían esperar a que Bermuda se les ofreciera en bandeja de plata como peón.

Y eso pasaría más temprano que tarde.

 

 

 

 

Notas finales:

 

Antes que nada. Lamento la demora. Pero octubre está lleno de proyectos, uno de ellos es el fictober, primera vez que participo, pero fue divertido. Lo que me lleva a decirles que, si quieren amor de nuestra amada 1827, pueden revisar ese fic, es todo cursi y lleno de fluff. Sinceramente no sé cómo pude hacerlo, y me siento rara regresando al drama, pero puede ser bueno, porque me puse en ambiente romántico, supongo.

Con el capítulo de hoy, no sé si se dieron cuenta, pero Tsuna acaba de aceptar que ama a Kyoya, aunque le duele por todas las razones que ya conocemos. Bueno, algo es algo, ¿no?

XD

Krat los ama~

Besos~


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