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Fértiles 01 Tabú por keruchansempai

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Notas del capitulo:

El pasado capítulo se centraba en Shiva y todo transcurría en Ystania, su país. En este capítulo, narrado por un personaje secundario, viajamos a Aenia y ahí se centra toda la acción. Se presenta a los otros personajes que saldrán durante el resto de la historia, aunque aviso que de Shiva vemos muy poco… Hacia el final, muy hacia el final… y solo brevemente.

 

Ya vimos que la unión de un dominante y un fértil da lugar a un fértil, ahora nos centramos en el segundo tipo de matrimonio, el de un dominante y una mujer, así que hay contenido heterosexual. Supongo que debo avisar  o.o

 

Como detalle, decir que quería diferenciar de algún modo ambos países –Ystania y Aenia- para que se tuviera en cuenta que son lugares distintos. Una de las distinciones que he hecho es el uso del “vos” para tratarse entre personajes, mientras que en el capítulo anterior vimos que en Ystania se utilizaba el “tú” y el “usted” más formal.

PARTE 2

 

[JOSIE]

[Año 215-232]

Lugar: Aenia.

Nací como la primera hija del rey Mikael, la segunda de sus hijos, en un país llamado Aenia. Me llamaron como mi abuela paterna, Josefine, quien reinó junto a mi abuelo durante cuarenta años hasta que él murió al caerse de su caballo y golpearse la cabeza con una piedra. A mi abuelo le llamaban Malik el Afortunado, un apodo que perdió la gracia después de su trágica muerte; un solo instante malogró cuarenta años de buena fortuna.

Mi país, Aenia, era uno de los diez países que formaban parte de la Confederación. El nuestro no era un país tan grande como Ystania ni teníamos su riqueza, no poseíamos la destreza mágica ni el amor por la investigación de Kren y tampoco teníamos la fuerza militar de Ardia. Pero éramos conocidos por una cosa: nunca, desde el momento en el que mi familia subió el trono, sufrimos una guerra civil. Hasta la actualidad.

Empezamos a escuchar los rumores antes de que yo naciera. Rumores sobre gente que viajaba por los tramos de la montaña y no volvía a aparecer o aparecía muerta en el valle. Nunca nadie vio a los culpables directamente, solo sombras que corrían en dirección a la montaña, y pronto se le echó la culpa a los clanes de las montañas. Después de muchos años de mutua indiferencia entre la gente de Aenia leales al rey y los clanes, quienes vivían según las viejas costumbres, estos últimos eran percibidos como asesinos y tratados con odio.

En medio de este caos mi padre subió al trono, apenas dos semanas después de casarse con mi madre, la reina Liliana. La sucesión fue un desastre pues ninguno de los dos estaba preparado para el reto, o al menos eso fue lo que escuché más de una vez durante mi infancia. Mi madre, criada en un templo después de quedarse huérfana a temprana edad, no sabía nada sobre reinar ni tenía las habilidades sociales que se requerían de la esposa de un rey. Por otra parte, mi padre nunca se tomó la molestia de escuchar los consejos del rey Malik pues, en la arrogancia que caracteriza a la juventud, pensó que sabía más que su padre.

La primera orden de Mikael III Myrthäel fue perseguir a los clanes de las montañas. Su única excusa fue el deseo de hacer justicia por los viajeros asesinados. No hubo juicio. No hubo explicaciones. Fue una masacre; una perpetrada contra una gente que nunca tuvo oportunidad de defender su inocencia. A esa decisión desafortunada le siguieron varios años de enfrentamientos entre ambos hasta el día que, a mis tres años, se pactó una tregua según la cual nadie tendría permitido cruzar el territorio de los clanes de las montañas ni estos podrían salir de allí. Cualquiera que incumpliera el pacto sería asesinado sin mediar palabra. Aunque duro, el pacto se mantuvo durante años y así pareció que seguiría.

En consecuencia, vivimos años de paz en los que no tuvimos que preocuparnos por sufrir un ataque. La gente siguió con sus vidas, se casó, tuvo hijos y se olvidó del clan de las montañas, quienes por todo lo que sabíamos estaban cumpliendo su palabra. El rey Mikael y la reina Liliana no fueron la excepción: ellos tenían otros tres hijos a parte de mí, y otros dos venían en camino. Mi hermana Marianne tenía cuatro años menos que yo. Mi otro hermano pequeño, Malik, uno menos. Yo me llevaba dos con mi hermano mayor.

En su cumpleaños número diez Malik decidió que quería ir a una feria local. Él siempre conseguía salirse con la suya y esta vez no fue la excepción, pese a las complicaciones que creó a la hora de preparar el pequeño poblado para nuestra llegada. Un número no muy elevado de soldados nos acompañaría mientras el resto esperaría en las afueras.

Horas antes de partir, mi madre me llamó a sus aposentos para prepararnos. Me temí lo peor y no me equivoqué. Cuando llegué me la encontré esperándome y con todo lo que íbamos a necesitar a mano. Retrocedí al ver en la cama la ropa que había escogido para mí: un vestido rosa pálido de manga larga con pedrería bordada en el corpiño y una falda del mismo color con pequeñas flores blancas cosidas a la tela. El vestido en sí no tenía nada de malo excepto que era algo que mi hermana Marianne se pondría. Ella estaría preciosa con su pelo rojo peinado en trenzas y este bonito vestido, pese a que el color no era el más adecuado para su pelo.

La cara de mi madre se iluminó al verme, como si no se diera cuenta del desafío que supondría arreglarme para lo que ella parecía pensar que era la ocasión del año, si tenía en cuenta la manera en la que estaba engalanada. La reina Liliana, ya fuera en honor a una cena de gala o para pasear por el jardín, siempre iba impecable desde la cabeza hasta los pies. Ella podía permitírselo, suponía. Era guapa y lucía mucho más joven de lo que una madre con el quinto y sexto niño en camino tenía derecho a lucir. El embarazo, de hecho, era notorio; nada de vestidos holgados ni de ocultar la barriga debajo de abrigos pesados. Su cabello rubio, que caía en ondas de forma natural, estaba ahora sujeto en lo alto de la cabeza con dos únicos mechones sueltos a cada lado de su cara. Llevaba un poco de maquillaje también: el contorno de sus ojos estaban resaltados de negro y sus labios eran color cereza.

Me quedé donde estaba cuando me hizo un gesto para que me acercara y después de volver a darle un vistazo al vestido que había en la cama le dije que no pensaba ponérmelo ni muerta. No iba a hacerlo. Estaba ridícula con un vestido y ella no podía estar tan ciega para no verlo. Una niña de once años que medía un metro sesenta y pesaba cincuenta y dos kilos, embutida dentro de un vestido que siempre parecía venirle corto sin importar cuántas veces la costurera le tomara las medidas, era un gran no-no.

Ante mi negativa su expresión se agrió.

-Josefine Aria Myrthäel, venid aquí en este instante.

Hizo que su doncella me metiera el vestido a la fuerza y que luego me reuniera el cabello en lo alto de la cabeza, casi de la misma manera que ella lo llevaba. Con la nuca descubierta, vista desde atrás se apreciaba todavía más mi espalda ancha y los hombros en línea recta. No me quedaron esperanzas de que pudiera pasar por una chica. Era demasiado alta, demasiado grande y mi pelo rubio no tenía brillo, como si no me lo lavara con frecuencia.

No me dejó fuera de su vista durante el resto del tiempo hasta que nos fuimos, sin duda porque sospechó que me escaparía a mi cuarto en cuanto tuviera oportunidad con el fin de cambiarme de ropa. Sin embargo, pude sobornar a un sirviente para que me trajera un abrigo. Si no me quedaba de otra fingiría un resfriado y me quedaría con él puesto hasta que volviéramos al palacio.

Marianne llegó poco después de que yo lo hiciera. El vestido que llevaba era muy parecido al mío pero en verde. En su cuello llevaba un colgante en forma de mariposa.

La niña de siete años se sentó donde nuestra madre le indicó y la doncella empezó a pasar el peine por su pelo una y otra vez hasta que quedó resplandeciente. Marianne era una mezcla de nuestros dos padres: pelirroja como nuestro padre y pequeña y de ojos verdes como nuestra madre. Todos teníamos los ojos verdes excepto mi hermano mayor y Padre.

El próximo en llegar fue Malik, quien fue todavía más beligerante que yo. A pesar de que fue su idea ir a la feria transformó el procedimiento de ponerse presentable en una batalla campal. Para cuando Madre terminó con él su moño estaba torcido y su cara roja por el esfuerzo.

Por último llegó Alexei, mi hermano mayor, quien ya iba perfectamente arreglado; su traje negro sin una arruga, sus manos cubiertas por guantes de montar, su pelo rojo echado hacia atrás y la corona del Príncipe Heredero sobre su cabeza.

Madre, con el pelo todavía torcido, pareció resplandecer. Hice una mueca. A menudo me sentía fuera de lugar; sentía que no era lo suficientemente buena para esta familia. El peso de mis imperfecciones me agobiaba pero aunque Malik era el niño de mamá y Marianne la perfecta muñequita, todo el mundo desaparecía en cuanto mi hermano mayor entraba por la puerta. Envidiar la belleza de Marianne no se comparaba a lo que sentía cuando mi hermano aparecía y los demás dejábamos de existir. Tenía claro a quien tenía que envidiar más.

***

Llegamos a Ciona, el lugar donde se celebraba la feria, una hora y media después. Los seis viajamos dentro del carruaje durante todo el trayecto, con los guardias a caballo puestos en fila a cada lado del camino. De esa manera, pasamos una hora y media escuchando a Malik y a Marianne parlotear sin descanso. Padre los tuvo que sujetar en más de una ocasión para evitar que se cayeran encima de Madre durante sus juegos, ya que al estar embarazada era mejor evitar cualquier golpe accidental. Con tanto salto, empujón y gritos el único que parecía a gusto era Alexei, quien se pasó todo el tiempo leyendo un libro. Ni siquiera se trataba de una novela sino de un libro más grueso que mi mano que llevaba el nombre de Leyes del territorio nacional. Tuve que reprimir una mueca cuando Padre le dijo que le interrogaría más tarde para comprobar que estaba prestando atención “porque una salida familiar no os libra de vuestros estudios, Príncipe Heredero”. Miré hacia otro lado en el acto, no fuera a ser que decidiera ponerme deberes a mí también, pero ni siquiera miró en mi dirección. Mis hermanos menores y yo gozábamos de mayor libertad y todos lo sabíamos, pero me sentía demasiado afortunada de poder librarme de los estudios como para que me importara que se pudiera considerar injusto.

Por fin el tormento del viaje terminó y sonreí cuando salí del carruaje y pude estirar las piernas. Malik y Marianne bajaron de un salto y empezaron a correr: Marianne colisionó con uno de los guardias y a Malik tuvieron que perseguirlo en círculos hasta que uno de ellos lo atrapó por la oreja y lo dejó a cargo de Madre. Alexei se dejó el libro y la corona en el carruaje; no entendí muy bien el porqué de esto último, quizás no era la única que se sentía incómoda con nuestra ostentación.

Ciona era más grande de lo que pensé. En los mapas apenas se veía como un puntito comparado con otras aldeas y ciudades pero eso podría ser porque las casas estaban tan pegadas las unas a las otras que no había apenas espacio para caminar entre ellas. Esta era una distribución bastante popular en Aenia ya que cuanta más tierra ocupaba un poblado más impuestos pagaban sus habitantes.

En cuanto a nosotros, no desentonamos tanto como me temí. Había nobles entre el gentío vestidos para la ocasión y los comerciantes y los aldeanos estaban limpios y vestían su ropa más nueva. Todas las niñas de Ciona llevaban coronas de flores en la cabeza. Nos recibió el alcalde de Ciona en persona, un hombre grande que tenía más pinta de herrero que de alcalde, y él nos dio a Marianne y a mí una corona para cada una. Tenía una tercera en la mano, esta destinada a Madre, pero se quedó sin saber qué hacer cuando vio que ya llevaba puesta una tiara. Por su parte Madre se quedó mirando sin hacer intento alguno de lucir como si estuviera planteándose ceder a la cortesía y aceptar el regalo. El silencio se alargó. Era tradición que los poblados ofrecieran un regalo a sus reyes cuando recibían su visita, así como lo era aceptarlo. Podía tratarse de algo modesto, ya fuera fruta o un anillo simple fabricado por el artesano del poblado o una corona de flores, pues la importancia no recaía en el valor monetario sino que éste era simbólico. Al rechazarlo daba a entender que le ofendía el regalo y que por lo tanto el poblado tenía que ser castigado. Aunque Madre no lo estuviera haciendo con esa intención a cada segundo que transcurría esto se transformaba más en un incidente por el que alguien pagaría más tarde, y no sería Madre si ella tenía algo que decir al respecto.

-Señor Rudledge –dijo mi hermano mayor de pronto. La mitad de nosotros nos sobresaltamos al estar nuestra atención puesta en Madre únicamente-. Si cree que no estaría con ello imponiéndome a la tradición de Ciona y si a Su Alteza no le supone una terrible decepción, me gustaría tener el honor de llevar yo mismo esta espléndida corona.

Alguien dejó escapar una risita por detrás de nosotros. Imaginé que de hecho sí debía estar rompiendo con la tradición: ningún dominante en su sano juicio se pondría eso en la cabeza; en especial un príncipe, quien debía dar una imagen de autoridad en todo momento.

-Por supuesto, Príncipe Heredero –respondió Madre, lo que hizo que me quedara mirándola con incredulidad. Ella no parecía tener ningún problema en exponer a su hijo al ridículo con tal de mantener esa maldita tiara en la cabeza. Por primera vez en años consiguió que le tuviera lástima a Alexei: a Madre no le importaba que su propio hijo tuviera que rescatarla de su vanidad mientras que Padre lo forzaba a cumplir unos estándares académicos que por su parte él no cumplió y probablemente no cumpliría nunca. Era como ver a dos náufragos aferrándose a un tercero y empujándolo bajo el agua para que ellos pudieran flotar. Con Alexei habíamos recuperado el prestigio que tuvimos antaño, aunque pudiera parecer demasiada responsabilidad para un chiquillo de trece años. Después de tantos años nuestro país tenía un Príncipe Heredero del que presumir, alguien que por fin estaba a la altura. Lo que pudiera pensar nuestro padre de esa cuchillada a su propia valía me era del todo desconocido, aunque sin duda aprovechaba la ocasión cuando se le presentaba para que pareciera que todo era mérito suyo. Lo que en parte era cierto, pues básicamente era él el que enterraba a mi hermano entre libros.

Pero aunque fuera una indignidad hacer pasar por este trago a un príncipe delante de decenas de personas, mi hermano se paró delante del alcalde e inclinó la cabeza como si se ofreciera voluntario para llevar coronas de flores todos los días de su vida. El alcalde, viéndose mortificado, la puso sobre su cabeza. Cuando Alexei se enderezó de nuevo y nos miró con expresión de seguridad nos mordimos la lengua porque la verdad era que, corona de flores o no, seguía proyectando un aura de autoridad que no encajaba con su edad.

Aun así no pude evitar burlarme un poco.

-Estáis muy mono, Príncipe Heredero –le dije cuando nos alejamos del gentío-. Algún día alguien escribirá un poema sobre vuestra adorable belleza.

-Mientras que vos sois una imagen divina para mis ojos, princesa.

Bufé.

Poco después Malik exigió la atención de todos y nos llevó de comerciante en comerciante hasta que nos dolieron los pies. Alexei y yo caminamos juntos en su mayoría ya que Malik y Marianne no estaban quietos y nuestros padres iban cogidos del brazo un poco más adelante.

Los aldeanos se nos acercaron más de una vez para saludarnos. A nuestros padres les sucedió algo parecido pero a menor escala. Por una razón u otra, la gente quiso tocar a mi hermano como si fuera un amuleto de buena suerte. En casa siempre había sabido lo popular que era pero estas personas no deberían haber escuchado sobre él, y sin embargo, parecía que la fama de su excelencia llegaba más lejos de lo que pensé.

A media mañana se celebró una obra de teatro protagonizada por los aldeanos de Ciona. En ese momento Alexei y yo nos separamos y terminé con Malik, quien convenció a un soldado para que lo cargara sobre los hombros para ver mejor. No presté ninguna atención a la obra. Nunca tuve la paciencia para estas cosas.

-Malik –lo llamé al cabo de un rato-. ¿Podéis sujetarme mis cosas? Se me ha metido algo en el zapato…

Malik no me miró cuando cogió la corona de flores y mi abanico; se veía ensimismado con la obra de teatro. Suspiré irritada y me agaché para deslizar mi pie fuera del zapato.

Entonces sucedió.

Malik seguía pendiente de la obra, el soldado estaba más atento a que no se le cayera al suelo el príncipe que en vigilarme a mí y los otros soldados que hasta hace un momento estaban con nosotros estaban ahora siguiendo a Madre de vuelta al carruaje. Agachada como estaba en el suelo nadie tenía una buena vista de mí así que cuando unas manos me cogieron por detrás mientras examinaba el interior del zapato nadie se dio cuenta. No grité al principio pues pensé que se trataba de alguno de mis hermanos y para cuando noté que algo iba mal ya habían cubierto mi boca con una mano grande y me estaban arrastrando lejos. En menos de un minuto me sacaron de la plaza: demasiado rápido para que alguien notara que algo iba mal. Así fue como sucedió mi secuestro.

Me resistí. Pateé con fuerza y mordí la mano de mi captor pero fue inútil. Lo único que conseguí fue que me golpeara en la cabeza y que me insultara. Nos metimos en los estrechos callejones de Ciona. A medida que avanzábamos las casas estaban cada vez más juntas, más juntas, más juntas y por defecto el callejón era más estrecho. Mi captor me arrastró a tal velocidad que dio la impresión de que las casas se cerraban a nuestro alrededor. Más de una vez cerré los ojos esperando el impacto pero de alguna manera terminábamos deslizándonos por un hueco que parecía inexistente, luego las casas volvían a precipitarse sobre nosotros y volvíamos a pasarlas, casi como si atravesásemos en línea recta las paredes. A medio camino me doblé y vomité. Mi captor siguió tirándome del brazo y me tiré el vómito encima. Mi pie derecho dolía horrores porque seguía sin el zapato puesto. De hecho, ya no sabía donde estaba. En las manos no llevaba nada.

Al final, paramos.

Mi captor golpeó una puerta y chilló a viva voz: “¡Abre, maldita seas!”. Al escuchar su voz descubrí que se trataba de un hombre, aunque más o menos ya lo había deducido por la fuerza con la que agarró mi brazo durante todo el camino y la manera en la que me arrastró sin esfuerzo pese a lo alta que era.

Entramos en la casa antes de que pudiera ver el vecindario. No habría servido de nada: todas las casas se veían iguales.

-Lo he traído –dijo mi captor al hombre que nos abrió la puerta-.

-¿Has despistado a los soldados? ¿Te han seguido? ¿Los has llevado hasta nuestra puerta, estúpido?

-¡No! Nadie nos ha seguido –objetó mi captor de mal humor-. ¿Dónde está mi hermano? ¿Ha llegado ya con el otro crío?

-No, no ha llegado –el hombre era enorme y su cara estaba llena de cicatrices. Era totalmente calvo, al igual que mi captor, cosa de la que me di cuenta cuando desvié mi mirada hacia él después de que me soltara. Pero mi captor se veía totalmente anodino, como cualquier otro hombre con el que te cruzarías por la calle. Un comerciante, un panadero, cualquiera. Este hombre, sin embargo, tenía escrito por todo su rostro la palabra peligroso. No eran solo las cicatrices, era la dureza de sus ojos y la mueca de su boca que hablaba de un temperamento dado a la violencia… cosa que demostró apenas unos instantes después. Él me vio mirándole y me miró a su vez. Su cara se congeló en el instante en el que sus ojos bajaron de mi cara a mis pies. Por debajo del abrigo se veía un trozo de tela rosa del vestido que llevaba, así como la punta del único zapato que me quedaba-.

Sin decir una palabra el hombre cogió a mi captor por los hombros y lo lanzó contra la pared. Por suerte ya estaba suelta, de otro modo me habría caído con él. Mi captor chilló.

-¡Jason!

-¡No digas mi nombre, idiota! ¿A quién infiernos me has traído?

-¡Lo ves! –me señaló-. Estás viendo al niñato.

-De modo que este es el príncipe Malik –le espetó, sus ojos brillando con furia-.

-¡Sí!

-¿Y desde cuándo los niños van con falda?

Mi captor me miró.

-V-Venga, Jason. S-Se ve como un niño. Y-Ya sabes cómo son los n-nobles, ¿q-quizás ahora los visten con fald-da?

Por toda respuesta Jason levantó el puño y lo golpeó en la cara. Mi captor gimoteó y se alejó unos pasos. Grité yo también cuando Jason me cogió del brazo y me alzó hasta que nuestros ojos se encontraron. Me entró tanto pánico que me quedé mirándolo con los ojos abiertos de par en par.

-¿Qué crees que debería hacer contigo?

Estaba tan aterrada que no le respondí.

No fue hasta que me soltó que pude volver a pensar. Por lo visto, si debía hacer caso a la discusión que acababa de presenciar, no era a mí a quien querían sino a Malik. ¿Qué podían querer de él? Era solo un niño… Un niño que era tan confiado que ni siquiera habrían necesitado raptarle, con cualquier excusa Malik los habría seguido encantado.

Un nuevo golpe en la puerta nos sobresaltó. Jason levantó a mi captor y lo obligó a sacarme de la vista de quien estuviera llamando para que no me viera al entrar. Por un maravilloso momento me permití creer que los soldados nos habían seguido. Sin embargo, sabía que no era verdad: nadie se habría dado cuenta todavía de que había desaparecido. No hasta que la obra terminara y Malik me buscara. Incluso entonces, ¿y si decidía que me había ido con Alexei, Marianne y Padre? ¿O con Madre, quien había vuelto al carruaje? ¿Y si pasaban horas antes de que se pusieran a buscarme?

Gracias a que mi captor estaba magullado por el golpe y caminaba más lento escuché la puerta abrirse y las palabras de los recién llegados. Eran dos: un hombre y una mujer. Eché la cabeza hacia atrás y los miré. La mujer era baja de estatura, delgada y llevaba un pañuelo en la cabeza que ocultaba su cabello y parte de su cara. El hombre era inmenso, de facciones corrientes y pelo rapado. Me di cuenta de que ya fuera rapándose el pelo u ocultándoselo todos se estaban esforzando por eliminar características de su persona con las que podrían identificarlos más tarde. Simplemente dejándose crecer el pelo evitarían que les reconociesen en caso de que hubiera habido algún testigo, pero para eso debían estar planeando ocultarse durante bastante tiempo.

Mi captor me dio un tirón al brazo y volví a perderlos de vista. Pero los escuché mientras él abría lo que pensé que era un armario pero que resultó ser la entrada al sótano. Estaba tan oscuro que me estremecí. No podían estar realmente pensando meterme ahí, ¿verdad?

-Ocurrió tal y como planeamos, Jason –dijo el hombre con satisfacción-.

Me concentré en las voces que llegaban del otro cuarto para no centrarme en la oscuridad que se abría paso a mis pies. Mi captor, sin embargo, no me permitió seguir mirando durante mucho rato y me obligó a bajar los dos escalones que llevaban al sótano.

-Acudió en mi ayuda cuando me vio en el suelo –dijo la mujer-. Incluso vino tras de mí cuando fingí sobresaltarme y me escapé. Zack estaba esperándonos en la esquina. Este príncipe idiota no tuvo ninguna oportunidad.

Entré en el sótano con mi atención más puesta en lo que decían que en lo que tenía enfrente cuando mi captor cerró la puerta tras de mí con un golpe que me hizo perder el hilo de la conversación. Me giré de cara a la puerta pero no volví a escuchar nada. La oscuridad era tan absoluta que me dio miedo moverme en cualquier dirección por si tropezaba con algo. Finalmente me senté en el último escalón y esperé.

Y esperé.

Y esperé.

***

Debieron pasar horas. La espalda me dolía tanto de estar sentada en la escalera que acabé gateando hasta el rincón, donde me apoyé contra la pared y cerré los ojos. Con esta oscuridad no veía nada de todos modos.

El estómago empezó a rugirme después de un rato. Nadie me trajo comida a pesar de que de vez en cuando escuchaba sus pisadas cuando pasaban por delante de mi puerta. Horas después el ruido de fondo se cortó por completo. Imaginé que era de noche y que todos se habían ido a dormir.

Mis captores habían hablado de que habían atrapado a una segunda persona. Sin embargo, no llegué a verlo. Si habían cogido a alguien debían haberlo soltado ya, o quizás se lo habían llevado a algún otro sitio.

Por extraño que pudiera parecer, llegué a dormitar a ratos. Inmediatamente me despertaba aterrada, mi corazón latiendo frenéticamente, y miraba con los ojos abiertos de par en par a la oscuridad que se abría ante mí intentando ver algo, cualquier cosa, pero todo en lo que podía concentrarme era en los latidos de mi corazón que sonaban amplificados a mis oídos.

Al día siguiente la puerta se abrió.

Me levanté en el acto. Al tener las piernas dormidas me caí contra la pared pero logré sujetarme y encarar a quienquiera que fuera a bajar.

Nadie bajó. La persona que abrió la puerta habló con alguien al otro lado.

-Voy a meterlo aquí con la cría.

-Haz lo que quieras, Zack.

Un hombre alto apareció en mi línea de visión. Vi que arrastraba algo aunque no logré ver bien qué era. Un momento después tiró el fardo escaleras abajo y cerró la puerta de un portazo tras de sí. La oscuridad me engulló de nuevo.

-¿Qué…? –mascullé-. ¿Qué… me ha tirado?

No esperaba que nadie me contestara. Sencillamente me sobresalté de tal manera que la pregunta salió sola.

Escuché un ruido que venía desde debajo de las escaleras. Pegué un grito. El ruido se repitió, esta vez más fuerte, y de alguna manera, pese a todo lo que me había pasado en las últimas horas, ese fue mi punto de quiebre. Los gritos se transformaron en gemidos y luego en sollozos. Era demasiado. No creía que nadie pudiera soportar ser secuestrada y tirada en un sótano y mantener el buen juicio. Yo no podía, al menos. Todo lo que deseaba hacer era encogerme en un rincón y esperar a que mis padres me rescataran. Ellos vendrían a por mí. Tenían que venir a por mí. ¿Cómo sino iba a salir de esta?

Escuché el ruido cada vez más cerca, y si ya estaba desolada ahora el miedo me invadió con más fuerza. ¿Qué era lo que se acercaba? ¿Qué me habían tirado? ¿Era un animal?

Me los imaginé lanzándome un perro rabioso o un lobo u otro animal que me devoraría. De esa manera me quitarían del medio sin tener que mover un dedo contra mí.

La cosa se arrastró hasta mí hasta que escuché el aliento golpeando contra mi pie desnudo. Grité y le pateé. Patear no era exactamente la mejor manera de tratar con un animal salvaje pero no pensé con claridad. A mi patada le siguió un gruñido. Un gruñido que sonaba muy humano, si tenía en cuenta la murmuración de sorpresa que le siguió. Me erguí.

-¡No… no vais a asustarme! –le grité-

Aunque fuera mentira, la afirmación me convenció de que debía presentar batalla a pesar de estar realmente asustada. Busqué a tientas algo que pudiera usar para golpear a quienquiera que estuviera aquí abajo conmigo. Mi mano se cerró alrededor de una piedra pequeña. No le haría daño si se la lanzaba pero siempre podría aplastarla contra su ojo o algo así… Ya, seguro.

Fuera un arma efectiva o no, la aferré con fuerza y esperé mi momento. No tardó mucho: una mano se cerró alrededor de mi tobillo. Lo pateé con el otro pie y maldije cuando me caí de lado. Tras dos intentos me incorporé con ayuda de los codos y aticé con la piedra a diestra y siniestra hasta que golpeé algo duro que con suerte sería su cabeza pero que considerando el daño que me hice en los dedos debía ser metal.

La piedra se partió por el medio y me llenó la mano de arenilla. Antes de que pudiera afianzar los dedos alrededor de ambos trozos alguien cogió mi muñeca y forzó mi brazo extendido hacia un lado, alejándolo de sí mismo.

-¡Princesa! ¡Basta!

La voz sonaba rota, forzada y totalmente distinta a su tono habitual. No lo reconocí y el hecho de que me llamara por mi título incrementó mi miedo. No era otro pobre individuo que hubiera sido también atrapado; era alguien que sabía que yo estaba aquí. Grité con todas mis fuerzas hasta que las paredes parecieron retumbar. Me asombraba que todavía no hubieran bajado a averiguar qué era este escándalo pero, por lo visto, ellos mismos lo habían tramado así que, ¿acaso no debía ser esto lo que querían? ¿Asustarme de tal manera que perdiera la cordura?

-¡Princesa! ¡Josie! –sus dedos se clavaron en mi muñeca, como para forzarme a prestarle atención-. ¡Soy Alexei!

Me quedé quieta. Por un momento ninguno de los dos se movió ni habló, casi daba la impresión de que no respirábamos.

-Mentiroso –susurré-. Sois un mentiroso. Mi hermano está con mi padre… Ambos están…

¿Dónde estaba mi padre?

-Josie, soy yo, soy Alexei. Solo… no me golpeéis más. Voy a sentarme a vuestro lado…

-¡No sois Alexei!

Suspiró. Lo escuché acomodarse en una posición más cómoda, aunque sin soltarme el brazo para que no lo golpeara de nuevo. Luego, cuando ya estaba sentado a mi lado, me dejó ir. Me quedé quieta como una estatua esperando el ataque. Si me atacaba sabría con certeza que no era mi hermano… aunque no lo era, no podía serlo. Que me secuestraran a mí era una cosa pero…. pero… ¿a mi hermano mayor? Los soldados lo vigilaban las veinticuatro horas del día como si estuviera hecho de oro precisamente para evitar esta clase de situación, pero aunque no fuera así… ¿acaso no creía todo el mundo que mi hermano era un prodigio? Él nunca se equivocaba, nunca se metía en problemas; que acabara aquí era… era totalmente inconcebible.

Pero no me atacó. Simplemente se quedó a mi lado respirando fuertemente. Incluso la respiración sonaba como si el aire se le atascara.

-¿Os… os he hecho daño? –aunque no fuera Alexei, bueno, necesitaba una explicación porque unas cuantas patadas propinadas con torpeza posiblemente no podían causar tanto dolor, aunque también era posible que la adrenalina me hubiera otorgado más fuerza de la normal-.

No me respondió pero al cabo de un momento noté un peso extra contra mi hombro. Me puse muy tensa y me tensé todavía más cuando entendí que se había apoyado contra mí.

-¡A-Apartaos!

-Josie –me dijo-. ¿Recordáis al Señor Zanahoria?

-¿Q-Qué?

-Fue la primera vez que hablamos. ¿Qué teníais, tres, cuatro años? No os había visto desde que erais un bebe y estabais tan grande ya. Sosteníais un conejo de peluche bajo el brazo e ibais caminando sola por el pasillo en medio de la noche. Me crucé con vos y os pregunté adonde ibais. Acabamos en la cocina tomando leche con galletas, pero no encontramos vasos así que dijisteis que a Digsby no le importaría compartir su cuenco. Después os acompañé a vuestra habitación y vos me disteis al Señor Zanahoria para que no tuviera miedo de volver a mi cuarto solo. Dijisteis que teníais muchos juguetes pero que yo necesitaba que el Señor Zanahoria me protegiese. Fuisteis tan adorable.

Me quedé sin habla. Tenía un vago recuerdo de lo que hablaba, aunque hacía tantos años de eso que no podía estar segura. Pero recordaba lo del cuenco del perro porque la cocinera armó un escándalo al día siguiente al encontrar los restos de nuestra post-cena improvisada e interrogó a todos los sirvientes sin encontrar al culpable. Me pasé días aterrorizada de que me golpeara con el cucharón con el que amenazaba a sus compañeros.

-¿Alexei?

Movió su cabeza y me lo tomé como un sí. Me pregunté si debía creerme lo que me decía. Si me hubiese contado cualquier otra cosa probablemente no le habría creído pero esa era una historia que nunca le había contado a nadie. Si pudiera verlo… Ni siquiera veía su forma por mucho que me esforzara. Me moví más cerca y tanteé hasta que encontré su mano.

-¿Príncipe Heredero?

-Agg.

Lo solté en el acto al escuchar su quejido, luego me froté la mano en la ropa. Pensé que solo era sudor pero cuando volví a moverme y se quejó de nuevo me quedé muy quieta.

-¿Estáis herido?

-¿N-No?

-Sí que lo estáis, ¿verdad? ¿Cómo os habéis hecho daño?

-Me he caído…

-¿Os habéis caído? ¿Cómo?

-Me encuentro bien, de verdad.

-Vuestra voz suena muy débil. Creo que de verdad estáis enfermo. V-Voy a llamarlos…

-¡No!

Me impidió levantarme. Enfermo o no estaba lo bastante desesperado por detenerme para sacar fuerzas.

-Vais a enfadarlos por molestarlos, y quien sabe lo que os harán. No lo hagáis por mí. Bajarán en mi busca en un par de horas de todos modos.

Así fue. La puerta se abrió tiempo después y el que se hacía llamar Zack miró hacia abajo en nuestra busca. Estrechó los ojos cuando nos vio apoyados contra la pared el uno junto al otro. Le ordenó a mi hermano que se levantara y subiera y justo cuando iba a volverme para ayudarle levantó las manos y me dijo:

-¡No me miréis!

Empecé a girarme sin hacer caso a su demanda pero él se levantó todo lo rápido que pudo y solo alcancé a ver su espalda. Aunque por poco se cayó se apresuró a desaparecer de mi vista.

La puerta se cerró tras ellos y volví a quedarme sola.

***

Venían en su busca todos los días. Por las noches lo encerraban conmigo, otras veces lo subían y lo bajaban varias veces al día. Cada día su voz sonaba más extraña, más aquejada y hablaba menos. Por mi parte me quedaba sola durante horas; me daba la impresión de que lo único que hacía era esperar su regreso. Nos sentábamos en nuestro rincón, rara vez hablando, pero estar juntos era infinitamente mejor que estar sola y asustada sin saber si vendrían a por mí también. A veces me preguntaba qué hacían allí arriba, otras veces me decía que sería mejor si no lo averiguaba. Me resistía a considerar que fuera lo que fuera lo que estuvieran haciendo mi hermano lo estaba viviendo día tras día.

Nos pasamos los siguientes seis días encerrados en ese sótano. Nos traían un pedazo de pan duro una vez al día, lo bastante pequeño para que nuestros estómagos rugieran durante horas pero que a su vez impidiera que nos muriéramos de hambre. A partir de ese día mi hermano se negó a comer. Me dijo que le daban de comer cuando lo sacaban del sótano y aunque sabía que era mentira me comí el pan porque tenía hambre y era incapaz de pensar con claridad.

Él se comportaba como el hermano mayor incluso en esta pesadilla que parecía que no tenía fin. En algún momento durante los últimos días perdí la esperanza de que nuestros padres vinieran a por nosotros. Mi hermano era el único del que ahora mismo podía depender. Mi inteligente hermano, quien sin duda me sacaría de aquí o al menos se aseguraría de que no me hiciesen daño.

Me negué a considerar la idea de que nos separaran. Las horas parecían alargarse eternamente cuando no estaba aquí conmigo. Pasar días, semanas, incluso años encerrada en un lugar minúsculo, ciega, sin apenas comer ni beber, sin hablar, sin distracciones, era demasiado horrible para contemplarlo.

Al séptimo día la puerta se abrió como todos los días pero hubo algo que fue distinto. Zack no llevó a empujones a mi hermano hasta el sótano. En cambio lo vi parado en la puerta mirando hacia un lado en la otra habitación, como si esperara a alguien. Cada vez que abrían la puerta la luz era siempre tan repentina que entrecerraba los ojos para no lastimármelos, aunque al mismo tiempo estaba tan sedienta de ella que nunca llegaba a cerrarlos del todo. Incluso si solo veía a Zack día tras día, ver otro ser humano era suficiente para hacerme desear salir de aquí.

Pero esta vez, como dije, fue distinta. Porque fue otra la persona que se acercó a la puerta, por primera vez dos de ellos mirando hacia abajo donde yo estaba. Fue lo suficientemente extraño para no notar en un principio que Jason arrastraba a alguien por el suelo.

Me levanté. Me pareció una repetición del primer día, cuando tiraron por primera vez el cuerpo de mi hermano a mis pies. ¿Era Alexei de nuevo? O era… ¿o era Malik? ¿Habían capturado a Malik también? Según ellos, era la única razón por la que yo estaba aquí, porque me habían confundido con él. ¿Pero cómo podrían haberlo capturado? ¿Acaso no protegerían a Malik más que a nadie ahora que mi hermano mayor estaba…? Ahora que, con la amenaza de la muerte o del encierro perpetuo, Malik era el siguiente en la línea al trono…

Excepto que no lo era. Nunca lo sería mientras Alexei siguiera respirando, aun si se pasaba los próximos cincuenta años encerrado aquí conmigo, Alexei seguiría siendo el rey si a nuestro padre… le pasaba algo.

Por un momento, al ver el cuerpo tirado en el suelo en lo alto de las escaleras, realmente creí que se trataba de Malik. Alcancé a ver un brazo delgado, aunque este era más largo de lo que sería el de un niño de diez años, y los huesos no eran pequeños. Vi los tendones cuando el brazo cayó a un lado, y las venas azules.

Luego vi el reguero de sangre cayendo desde debajo de la capa que lo cubría, hacia abajo por su codo y salpicando el suelo. Corrí hacia arriba sin pensarlo. Esa habría sido la oportunidad perfecta para escapar: se sorprendieron tanto por mi repentina acción que no me detuvieron, y aunque con toda seguridad me habrían atrapado antes de salir de la casa, fue una oportunidad única.

Pero no escapé. Ni siquiera lo pensé. Subí los dos escalones y me tiré al suelo al lado de mi hermano. Porque era él. En su dedo vi el anillo que le correspondía como Príncipe Heredero, un anillo que llevaba puesto desde el día que la Suma Sacerdotisa lo puso allí cuando bendijo su nacimiento.

-¡Príncipe Heredero! –lo sacudí-. ¡Hermano!

Zack reaccionó y quiso apartarme pero me aferré a Alexei. Lo vi a la luz por primera vez en siete días: inconsciente como estaba no pudo llevar a cabo su continuo intento de esconderse de mi vista como cada vez que Zack abría la puerta para venir en su busca. Palidecí al verlo. La parte derecha de su cara era una mezcla de colores allí donde lo habían golpeado, el pómulo, el ojo, su cara se alternaba entre el morado, amarillo y su tono natural de piel. El resto de su cuerpo que estaba a la vista tenía el mismo aspecto.

¿Era esto lo que le habían estado haciendo?

-Niña estúpida… -me espetó Zack, irritado porque le estaba haciendo perder el tiempo-.

-¡No me toquéis! –le grité-.

Al ver lo que eran capaces de hacer me encolericé de tal manera que en ese momento pensé en hacerles tanto daño como el que nos habían hecho a nosotros.

Siempre le tuve envidia a Alexei. Sentía celos de la belleza y la gracia de Marianne porque ella había nacido con toda la elegancia de la que yo carecía, pero era a mi hermano a quien realmente, realmente envidié.

No vi a mi hermano mayor más que en contadas ocasiones durante mi niñez. Malik, Marianne y yo comíamos en el cuarto de los niños mientras mis padres, como gobernantes, y mi hermano como Príncipe Heredero ocupaban sus puestos por encima del mar de mesas ocupadas por soldados, consejeros y miembros de la Corte. No me habría gustado comer con ellos y tener que comportarme como una adulta, sin hablar, sin jugar con la comida, sin levantar la mirada de mi plato, pero eso no me impidió sentir envidia. Mi hermano ni siquiera era del todo real para mí. Como dije, apenas lo vi durante esos años. Siempre estaba ocupado con otras cosas: estudiando con sus tutores, asistiendo a las mismas reuniones que nuestro padre y quien sabía con qué más. Fuera lo que fuera lo que hiciera, nunca estaba con nosotros.

Solo vi mi propia realidad y envidié la suya a pesar de que él tuvo más razones que yo para envidiar la mía. Quise tener conmigo a mi padre y estuve resentida porque Alexei tuvo más tiempo que yo con él. Los vi reunirse con los nobles, ir a sesiones del Consejo juntos, vi a mi padre frente a mi hermano con una mano en su hombro, cercanos, dialogando, y odié que no se diese la vuelta para mirarme a mí.

Fui tan egoísta. Tan infantil.

Él no me dijo nada.

No me dijo que estaban haciéndole daño. Me lo ocultó, pues probablemente sabía que intentaría impedir que se lo llevaran. ¿Qué clase de estúpido hacía eso?

Consideré lanzarme contra Zack en ese mismo instante, golpearlo, pero Jason me retuvo del brazo.

-Sshh, fiera, princesita, realmente te gusta luchar –Jason se burló-. Venga, cría, métete en el sótano y agradece que no necesitemos hacerte lo mismo a ti.

Jason me retuvo hasta que me llevó al fondo del sótano mientras Zack hacía lo mismo con mi hermano.

-¡Necesito medicinas! –les dije-.

Jason se rio mientras cerraba la puerta. Nadie vino en lo que quedaba de día.

***

-Sois un mentiroso.

Supe el instante en el que se despertó. Después de que nuestros captores nos encerraran de nuevo me senté a su lado y apoyé su cabeza en mi regazo. Sumidos en la oscuridad dependía únicamente de escuchar su respiración; era la única manera de asegurarme de que estaba… bien. Tenía mi mano a un lado de su cabeza y lo noté cuando se movió ligeramente.

-Sois un mentiroso –repetí. Era lo peor que podría decirle en un momento así pero mi pecho dolía con rabia mal dirigida y mi hermano estaba en mis brazos, malherido, de la misma manera que había estado los últimos siete días-. Me habéis mentido.

No dijo nada pero movió su cara de manera que su mejilla se presionaba contra la palma de mi mano.

-Solo tenéis dos años más que yo. Solo dos años –proseguí-. Pero solo vos tenéis que saberlo todo. Aunque los dos estamos aquí encerrados. Solo vos podéis saber lo que está pasando. Estoy asustada y no sé qué hacer, y Padre y Madre no vienen a por nosotros. ¿Por qué no vienen a por nosotros? Pero aunque soy la única que está aquí con vos, aunque estamos juntos en esto, no soy lo bastante confiable.

-Josie, no puedo…

-¿Qué es lo que quieren de nosotros? –presioné-. ¿Por qué simplemente no nos dejan ir? ¿Por qué Padre no viene?

-Nos está buscando. No dudéis de eso ni por un momento.

-¿Entonces por qué no está aquí?

-¿Cómo voy a saberlo? –suspiró-. Imagino que no está mirando en la dirección correcta. Me da miedo pensar lo que pueda estar pasando ahí afuera. Si alguna vez salimos de aquí… puede que nos encontremos en medio de una guerra.

Me quedé boquiabierta.

-Padre no acusaría a nadie sin pruebas.

-Ya lo hizo una vez, con los clanes de las montañas.

-¿Estáis sugiriendo que eran inocentes?

-No se investigó así que nunca lo sabremos, ¿verdad? –sonaba enfadado y tuve la sospecha de que había tenido esta discusión en más de una ocasión, quizás con nuestro padre-. Tantas vidas malgastadas porque a alguien se le ocurrió señalarlos como culpables. No puedo soportar la idea de ser motivo de otra guerra, pero me temo que será exactamente lo que pasará.

-V-Volveremos a casa, y entonces aclararemos las cosas. Les diremos quienes son. Sus nombres… Sabemos sus nombres y cómo son. Si conseguimos escapar…

Sentí la sonrisa en su voz cuando me respondió.

-Me gustaría eso.

No volvió a hablar durante un largo rato. Nos quedamos como estábamos, yo sentada y él tendido sobre el suelo. Debieron pasar al menos dos horas pero no forcé el asunto. Los dos éramos conscientes de que no había respondido a mi pregunta. Seguía sin saber quienes eran en realidad nuestros captores y qué querían.

Empezaba a dormirme cuando escuché su voz de nuevo.

-¿Habéis pensado alguna vez lo que pasaría si no respetáramos el orden de sucesión? –me preguntó-.

-¿Hn…? –me espabilé. Su pregunta colgó en el aire hasta que dije-: Eso no es posible.

-Sucede en otros países. Un hijo mayor inadecuado es apartado de la sucesión cuando el hijo menor resulta más prometedor o cuando el primero sufre algún tipo de enfermedad mental, lo cual lo creas o no parece que sucede a menudo, o al menos esa es la excusa que dan para justificar sus actos. Después están las rencillas entre distintos familiares. Primos entrando en batalla para reclamar el trono. Una familia noble que gana poder y quiere reemplazar a la realeza. Ha habido múltiples casos a lo largo de la historia.

Fruncí el ceño.

-No en Aenia.

-No en Aenia –aceptó-. Porque la línea de sucesión no puede romperse. El hijo mayor debe ser el próximo rey, sea quien sea. Aun si es un bastardo.

-¿Un bastardo? –soné indignada a mis propios oídos, quizás porque había escuchado esa palabra más de una vez asociada a algo malo, aunque en realidad no tenía ni idea de lo que me estaba hablando. No era como si alguien considerase apropiado hablarle a una princesa de estas cosas; en realidad, de cualquier cosa remotamente sensible-.

-Ellos quieren el trono –me dijo Alexei. Suspiró con fuerza-. Quieren que renuncie a mi derecho como heredero. Por eso querían a Malik también. Planeaban matarnos a los dos.

-¿Mataros? –jadeé-.

Por supuesto, porque aun si él renunciaba a su derecho éste pasaría a Malik y estos hombres no conseguirían nada. Pero si ambos morían… ¿entonces qué sucedería? Yo era una chica así que el trono nunca pasaría a mí, por eso no habían planeado cogerme…

-Ahora no pueden hacerlo. Si me matan Malik se convertirá en el Príncipe Heredero y después de secuestrarme a mí y ponerlos sobre aviso es imposible que lo consigan con Malik.

-Pero no lo entiendo –y no lo hacía-. ¿Cómo planean hacerse con el trono? Aun si no estáis ni Malik ni tú, aun si nos m-mataran a todos, ninguno de ellos tiene derecho sobre Aenia.

Se quedó callado. Más que no saberlo tuve la impresión de que no quería que yo lo supiera.

-Es cierto. Ningún hombre se convertirá en el rey de Aenia a menos que tenga la marca, y por mucho que me golpeen yo no puedo darles la mía. Se nace con ella o no. No sé cómo esperan… no sé qué esperan que haga.

Me acerqué a él.

-Alexei. No… No vale la pena… Vuestra vida es más importante. Dadles lo que quieren si eso hace que nos suelten. Padre no permitirá que se hagan con el país. Los detendrá antes de que consigan su propósito. Simplemente dadles lo que quieren. Padre no pensaría menos de vos si…

-No lo entendéis –se soltó de mi agarre-. No puedo. No sé cómo. Pero aunque lo supiera no lo haría.

-No podéis hablar en serio…

-Prometí que moriría antes de dañar a mi pueblo y la reputación de Aenia y… y… Malik lo hará bien.

-Pero…

-Malik lo hará bien –repitió-. No soy más importante que Aenia.

No dije nada. Tuve la impresión de que solo alimentaría su determinación si hablaba en contra de su plan. Aun así, no pensaba dejar que se sacrificara por ninguna causa. Una parte de mí pensaba: que se queden con el trono si eso consigue que mi familia esté a salvo. Mis hermanos. Mi hermana. Mis padres.

Sabía que mis padres se avergonzarían de mí si pudieran escuchar mis pensamientos ahora. Para ellos el orgullo de la familia lo era todo. Pero yo era una niña y no sabía nada del orgullo. Solo sabía que mi hermano estaba sufriendo y quería que estos hombres se detuvieran.

Cuando al día siguiente vinieron a por él luché contra ellos. Mi hermano me pidió que le dejara ir pero no le hice caso. Terminaron atándome las manos a mi espalda y los tobillos juntos. Le mordí el dedo a Zack cuando quiso amordazarme. Me golpeó la cara con tanta fuerza que la cabeza me dio vueltas durante un minuto entero y lo vi todo negro.

Escuché las palabras llenas de rabia de Alexei.

-Volvedla a tocar y me quitaré la vida en este mismo momento.

Noté la tensión en el aire. Zack dio un paso a amenazador en dirección a mi hermano.

-¿Y cómo haríais tal cosa, príncipe idiota?

-Con magia. No… No nos enseñan magia en casa. Hay muchas otras cosas que aprender. Pero nos ensañaron este hechizo. Por si nos atrapan. So…Solo tengo que decir estas palabras…

Zack se lanzó sobre él y le tapó la boca con una mano.

-Si pudierais hacer eso ya lo habríais hecho hace mucho tiempo. Jason os ha estado golpeando a base de bien.

Se miraron el uno al otro hasta que Zack dijo:

-Pero no me arriesgaré. Estaréis amordazado a partir de ahora. Quedaos bien quietecito mientras os pongo esto o vuestra hermana pagará por vuestra rebeldía.

Alexei se quedó quieto mientras Zack le ponía un trapo en la boca y lo ataba por detrás de su cabeza. Le rogué con la mirada a Alexei que luchara, que no se preocupara por mí, pero no me miró. Zack se lo llevó arriba y cerró la puerta al irse.

Me quedé sola y asustada y por primera vez con el pleno conocimiento de lo que sucedía en la otra habitación. Me hice un ovillo en el suelo y lloré.

***

Sin que nosotros lo supiéramos, cada soldado del país estaba concentrado en nuestra búsqueda. El rey Mikael Myrthäel hizo registrar todas las casas de arriba abajo, incluso en zonas alejadas a las que nuestros captores no podrían haber llegado con tan poco tiempo. Aldeas enteras patas arriba por el paso de los soldados, y por primera vez, los nobles tuvieron que quedarse esperando fuera de sus castillos en plena ventisca de nieve mientras los soldados registraban cada palmo. La furia del rey fue clara para todo aquel que se cruzó con él. Nobles agraviados que viajaron hasta la capital para quejarse tuvieron que volver corriendo a sus castillos cuando el rey descargó su ira sobre ellos.

Ciona, al ser el foco del secuestro, sufrió el registro en dos ocasiones. Aun así, los príncipes no fueron encontrados.

Es decir, hasta el décimo día, cuando el rey ordenó al Consejero Roderick y a su hijo que se encargaran de un tercer registro. El Consejero Roderick, cuchillo en mano, entró a la fuerza a la casa del alcalde en plena noche. La mujer del alcalde gritó cuando invadió el dormitorio y la luz que entraba por la ventana iluminó a medias al Consejero y el cuchillo que llevaba. Él sacó al alcalde y a su esposa de la cama y los llevó a la plaza. Para entonces las campanas ya sonaban por toda la aldea avisando a la gente del peligro. Los aldeanos salieron de sus casas con ropa de cama y expresiones aterrorizadas y al reunirse en la plaza se encontraron al alcalde y a su esposa atados a un poste con el Consejero Roderick apretando un cuchillo contra la garganta del primero.

-Una y otra vez los informes que recibo apuntan directamente a vuestra aldea como los perpetradores del infame secuestro de nuestros dos príncipes. Aunque me niego a pensar que todos seáis culpables de este crimen –el consejero miró a cada aldeano con seriedad. Todos ellos estaban exaltados, algunos llorando, otros con los ojos abiertos de par en par- de lo que sí sois culpables es de ocultarme información. No puede ser que nadie haya visto nada. Cada día que pasáis sin hablar es un día más que nuestros príncipes corren peligro. No voy a tolerarlo más tiempo. Si es una demostración lo que buscáis, gratamente os voy a mostrar lo que os espera a todos aquellos que sigáis negándoos a cooperar. Esto es una advertencia.

El Consejero Roderick sujetó al alcalde. El hombre se sacudía con frenesí, sin duda porque sabía lo que le esperaba. El consejero apretó el cuchillo, lo hundió en la carne, y le cortó la garganta.

Se escucharon gritos de horror en la multitud. La mujer del alcalde gritó como si la hubieran matado a ella. Roderick abandonó su posición detrás del alcalde, cuyo cuerpo estaba desplomado contra las cuerdas que lo sujetaban al poste, y se acercó a la mujer. Le cortó también la garganta con la misma expresión imperturbable, como si nada de lo que sucedía le importara lo más mínimo.

Se volvió hacia la multitud con el cuchillo ensangrentado y preguntó:

-¿Alguien quiere ser el primero en hablar?

***

Mi hermano, siempre tan delgado, fue perdiendo peso ante mis ojos. El último día le rogué entre lágrimas que se comiera el pan por los dos. Me sonrió y cerró los ojos. No despertó hasta que la puerta se abrió con estruendo y Jason entró gritando. No supe lo que decía, solo entendí algo sobre que los soldados estaban viniendo. Cogió a mi hermano del cabello y habló precipitadamente mientras señalaba su hombro. Mi hermano sonrió a pesar del cuchillo que tenía en la garganta.

-No puedo hacerlo –su voz era tranquila a pesar del peligro que corría. Observando su calma, entendí lo que la gente veía en él. Lo que todo el palacio veía en él-. Tienes que nacer con ella. No puedes ser rey.

Jason lo golpeó en la cara. Grité cuando el hombre lo volvió a coger y rompió su camisa con el cuchillo. Dejó al descubierto su hombro.

-Entonces te la arrancaré –dijo-.

Le clavó el cuchillo en el hombro, justo donde mi hermano tenía una pequeña marca. El cuchillo rompió la carne y la sangre salió a borbotones. Grité cuando me salpicó. El hombre gritó también, pero de sorpresa. La marca que acababa de apuñalar se había movido a la derecha, y volvió a moverse cuando el hombre sacó el cuchillo y volvió a intentarlo. No pensé. Me eché sobre él y empecé a darle patadas a pesar de que tenía los tobillos atados entre sí. Mi hermano estaba en el suelo, pálido como un espectro, pero se arrastró hacia nosotros cuando el hombre blandió el cuchillo contra mí. Los tres forcejeamos. Golpeé sin mirar a quien le daba. Todos hicimos lo mismo, pero el hombre era más grande y fuerte que nosotros y apenas unos minutos después nos retuvo contra el suelo con sus manos. Su cara estaba roja por la furia. Levantó el cuchillo por última vez. Iba directo hacia mí, hacia mi cara, pero mi hermano me cubrió con su cuerpo en el último momento y el golpe nunca llegó.

Entonces la puerta se abrió y escuché un montón de pisadas acercándose a nosotros. No veía absolutamente nada, mi cara estaba enterrada contra el pecho de Alexei y su peso me impedía moverme. Intenté respirar, abrí la boca y me atraganté cuando se me llenó de líquido. Forcejeé hasta que alguien retiró el cuerpo de encima de mí. Un soldado en cuyo pecho lucía el blasón de la Casa Real me ayudó a levantarme. Había muchos más, unos apresando al hombre de la cara llena de cicatrices y otros arrodillados en el suelo al lado de…

-¡Alexei!

Tenía el cuchillo metido en la espalda. No pude verle la cara porque estaba tendido boca abajo, pero incluso su pelo rojo estaba cubierto de sangre. Empecé a llamarlo a gritos y seguí gritando cuando me arrastraron fuera.

Mi padre estaba en el exterior de la casa, rodeado de soldados. Se precipitó sobre mí cuando me vio salir. Sus brazos me rodearon con fuerza. Seguí gritando por mi hermano hasta que mi visión se volvió negra y perdí el sentido.

***

Cuando me desperté mi madre estaba a mi lado. Tenía mi mano cogida entre las suyas y alzó la cara en el acto al notar que me movía. Se levantó de la silla y se sentó a mi lado en la cama.

-Josie, mi niña, ¿estáis bien?

Asentí con la cabeza, contenta más allá de las palabras de que estuviera aquí conmigo. Por un momento permití que mi madre revoloteara alrededor de mí como una mama osa, entonces recordé exactamente por qué estaba aquí. Recordé los largos días encerrada en un sótano comiendo pobremente y recordé a mi hermano tendido en el suelo en un charco de sangre.

Me incorporé en la cama, mis ojos abiertos de par en par. Busqué los ojos de mi madre en busca de respuestas. Mi madre me lo diría. Me diría lo que le había sucedido a mi hermano, ¿verdad?

Ella notó mi malestar.

-Sé que tenéis muchas preguntas, querida, pero es mejor que descanséis por ahora. Responderemos a todas ellas cuando os sintáis mejor.

-¿Mi hermano está bien?

Se mordió el labio. No se me pasó por alto las lágrimas en sus ojos ni que repentinamente fuera incapaz de mirarme.

-Él estará bien, hija.

-¡Es mentira! ¡Estáis mintiéndome!

-No es mentira –se defendió-. E-Estoy segura de que estará bien…

Se negó a responder después de eso. Apenas unos minutos después los Sanadores entraron y me obligaron a tomar una medicina para dormir. La próxima vez, pensé, no la dejaré salirse con la suya tan fácilmente.

Resultó que no fue necesario. Cuando me desperté horas después fue a mi padre a quien encontré en lugar de mi madre y antes siquiera de que pudiera interrogarlo me dijo que saliera de la cama y fuera con él. Salté a su lado al instante. Seguía débil y mis piernas apenas me sostenían a causa de la mala alimentación de los últimos días pero podía caminar con un poco de ayuda. Supe adonde me llevaba en cuanto cruzamos al otro lado del pasillo de las dependencias reales, donde estaba el cuarto de mi hermano. Me solté de su agarre y corrí el resto del trayecto, casi cayéndome cuando tuve que detenerme de forma abrupta frente a la puerta. Entré sin llamar y me congelé en el lugar cuando mis ojos captaron la escena delante de mí.

La habitación estaba repleta de gente. Distinguí al duque de Sapphen, el hermano de la abuela. Era un anciano de pelo blanco que caminaba encorvado sobre su bastón y que nunca salía de su castillo. A su lado, la abuela lucía mucho más joven aunque a mí siempre me había parecido que tenía como cien años. Desde luego, ella y mi abuelo habían reinado durante cuarenta años por lo que no debía ser joven precisamente. Mi madre estaba sentada junto a la cama de Alexei, igual que lo había estado junto a la mía apenas unas horas antes.

Pero lo que me impresionó fue el despliegue de Sanadores que cubría cada palmo de la habitación. Una docena rodeaban a mi hermano, haciendo que me resultara imposible verlo, y estaban inclinados sobre él murmurando algo en voz muy baja. Sus manos estaban extendidas delante de ellos y la fuerza combinada de su magia curativa por poco me deja sin sentido de nuevo. Dos Sanadores más trabajaban alrededor de la habitación, limpiándola de malas vibraciones para garantizar una curación más rápida al eliminar la contaminación externa. Dos más limpiaban su instrumental en un rincón. Este estaba lleno de sangre.

Mi padre me sostuvo por los hombros, quizás pensando que iba a desmayarme o algo. En silencio me acerqué a mi madre, quien estaba inclinada sobre mi hermano llorando en voz alta y sin percatarse de mi presencia.

Durante toda la tarde estuve parada entre mi madre y mi padre viendo como los Sanadores trabajaban en mi hermano. Estaba pálido y quieto. Me asustó más de lo que admitiría.

Durante cinco días no nos apartamos de su lado. Mis padres intentaron convencerme de que regresara a mi habitación pero yo no podía; me sentía responsable. Era mi culpa que él estuviera así. Si no hubiera intentado protegerme, si yo no hubiera necesitado que me protegiera, no estaría en esta cama al borde de la muerte.

Después de esos cinco días el consejero Roderick llamó a la puerta. Miró el despliegue de personas en la habitación y le dijo a mi padre:

-Debéis volver a asumir vuestras obligaciones, Su Majestad. Las sesiones del Consejo se han cancelado por cinco días seguidos y hay temas en exceso que tratar.

Mi madre se levantó, lívida, pero mi padre puso una mano en su brazo y negó con la cabeza. Después se volvió hacia el Consejero Roderick.

-Tenéis razón, por supuesto.

-¡Mi rey! –se exaltó mi madre-.

-Asistiré a la sesión de mañana, lord Roderick. Ahora dejadnos.

-Si me disculpáis, Su Majestad, el príncipe Malik debería estar allí también.

-¿Y eso por qué? –preguntó mi madre, fulminándolo con la mirada. Tenía la impresión de que conocía la respuesta-.

-Todo príncipe debería estar al tanto del funcionamiento del país –contestó el consejero diplomáticamente-.

-Estáis enterrando a mi hijo aún antes de que nos deje –le gritó mi madre. Se lanzó contra él pero mi padre la cogió de la cintura y la hizo retroceder. El consejero, imperturbable, hizo una reverencia y se despidió. Apenas salió por la puerta mi madre se dejó caer al suelo, llorando-. Ese hombre horrible… Mikael, él no tiene razón. Ese hombre horrible no tiene razón.

-Tenéis que tener paciencia. Él nos ha devuelto a nuestros hijos, Liliana. Estamos en deuda con él.

-Ese hombre horrible… -repitió la reina-.

-El consejero Roderick… es conocido por llegar a extremos por proteger nuestro país, pero Liliana, es el hombre más leal que conoceréis. Aunque su falta de tacto ofende, no deberíamos desestimar su consejo.

-Prometedme que salvaréis a mi niño. Mikael…

La abuela me apartó de la escena que se desarrollaba ante mí y me llevó a un rincón de la habitación. Cuando intenté desasirme de ella me apretó con tanta fuerza que sin duda me dejaría moretones.

Durante los últimos cinco días los nobles que pertenecían a la Corte, e incluso algunos que viajaron desde rincones apartados de forma expresa, visitaron esta habitación para interesarse por la recuperación del Príncipe Heredero. Los veía arrodillarse junto a su cama y rezar por su buena salud, uno a uno todos estos hombres poderosos doblaban sus rodillas sin dudarlo. Algunas veces sus ojos se volvían hacia mí, negros, acusadores. Tenía la sensación de que pensaban que sería mucho mejor para todos si fuera yo quien estuviera en esa cama. Mi pérdida no sería una carga tan pesada para el reino.

La culpa me atormentaba. Algunas veces intentaba convencerme de que no tenían razón, de que no había sido yo quien le había hecho daño a mi hermano y de que haría cualquier cosa para que él estuviera bien; no me merecía su desprecio. Pero entonces lo veía tendido en la cama, tan quieto como una estatua, y mis ojos se veían atraídos a la herida de su espalda de la que sí que era responsable. Por un terrible momento pensaba que ellos tenían razón. La abuela estaba aquí. El duque estaba aquí. Ninguno de los dos se había interesado por los sucesos de la Corte en catorce años y aquí estaban ambos. El príncipe perfecto se les escapaba de entre las manos mientras que yo seguía ilesa pero sin nada que ofrecer.

Todo lo que quise siempre fue que mis padres me hicieran más caso a mí que a él. Pero ahora me daba cuenta de lo que veían todos en él. Yo no era tan honorable que protegería hasta mi último aliento a la hermana pequeña y molesta de la que solo había recibido burlas desde que tenía uso de razón. Nunca sería tan valiente como para interponerme entre un cuchillo y otra persona.

Esa noche me enviaron de vuelta a mi habitación. En vez de ir allí me dirigí a la habitación de mi otro hermano. Me encontré a Malik sentado en el suelo frente a la chimenea. Lucía completamente aterrorizado.

Cuando me vio, corrió directamente a mis brazos. Me sentí fatal por no pensar antes en él. Malik debía haber estado sintiéndose todos estos días abandonado, aquí apartado y sin que nadie le contara nada. Se echó a llorar en cuanto correspondí el abrazo.

“Y encima mañana lo arrastrarán a esa reunión, y mientras tanto nadie es capaz de decirle si nuestro hermano está bien o no. Es normal que esté aterrado” pensé.

-¿N-Nuestro hermano va a morirse? –preguntó entre lágrimas-.

Me tragué mi propio sollozo y me arrodillé frente a él.

-Yo… espero que se recupere.

Su cara estaba mojada, incluso su frente, como si se hubiera frotado los ojos y hubiera esparcido las lágrimas. Me lo imaginé hecho un ovillo en el suelo cubriéndose la cara con sus manos mientras intentaba ahogar sus sollozos.

-Todo estará bien, Malik.

-Y-Yo no puedo ocupar el puesto de Alexei… No puedo… ¡No dejéis que me obliguen, Josie!

-Oh, Malik, lo siento tanto…

-¡Josie! ¡Josie, yo no puedo! ¡Por favor!

Dejé que llorara contra mí y lo abracé hasta que se durmió. Lo dejé en la cama y le di un beso de buenas noches.

A la mañana siguiente, cuando fui a buscarlo, me lo encontré vestido con uno de sus mejores trajes. Estaba muy elegante, muy principesco, y por lo que debía ser la primera vez en su vida no estaba saltando por ahí y destrozando su vestuario en el proceso. De hecho su traje no tenía ni una sola arruga. Me recordó dolorosamente a Alexei.

Cuando levantó la cabeza su rostro estaba serio y apagado. Me conmocionó de una manera que no sabría describir. Malik era alegre y vivaz y tenía una manera de amar la vida que impresionaba. Ahora mismo, sin embargo, era como observar un muñeco. Me adentré en la habitación y vi a Madre apoyada contra el sillón. Su rostro estaba descompuesto y lágrimas caían por sus mejillas. Debía haberse llevado la misma impresión que yo al entrar.

-Él no irá –dije en voz alta. Luego lo repetí-. No irá a esa estúpida reunión. Tendréis que pasar por encima de mi cadáver.

-Me temo que no hay opción –respondió Madre. Se levantó del sillón, echó los hombros hacia atrás y se transformó en la reina Liliana ante mis ojos-. Ninguno de nosotros tiene opción. Lo único que podemos hacer es rezar para que vuestro hermano se recupere. Mientras tanto, Malik se encargará de sus deberes.

Vi salir a mi hermanito de la habitación como quien se mueve bajo las órdenes de un títere. Sentí muchísima impotencia en ese momento pero Madre tenía razón, no había nada que pudiéramos hacer.

***

Esa tarde, después de visitar de nuevo a Alexei, me encontré con el consejero Roderick y con su hijo al salir de su habitación. Ambos estaban parados unos metros más allá con la espalda vuelta hacia mí.

-¡Raphael! –lo llamé sin pensar y él dejó de hablar con su padre y me miró. Mis mejillas se calentaron. El hijo del consejero Roderick tenía un año más que yo y llevaba toda la vida en Palacio. Solíamos jugar juntos muy a menudo y él siempre me gustó, incluso a medida que los años fueron pasando, pero me temía que él seguía recordándome como la cría que se subía a los árboles, jugaba con él a pelearse y se llenaba de barro hasta las rodillas. La misma que cuando competíamos en carreras cargaba a otros chicos a su espalda, y que ganaba. Lo peor de todo era que había hecho todo eso para impresionarlo y seguramente había conseguido lo contrario-. Me… Me han dicho que estabais allí cuando nos encontraron y que ayudasteis a buscarnos. La verdad es que no os vi… Um… Debí parecer muy tonta cuando me desmayé.

Mi rostro se ensombreció. La verdad es que no debí dar una buena impresión precisamente. Quería que Raphael me viera como una chica, no como una debilucha que iba desmayándose por ahí.

-Desde luego que no me parecisteis eso. Estuve muy preocupado por vos, princesa. Celebro que estéis en mejor condición.

-Gra…Gracias. Siempre sois muy amable.

Me sonrió y volví a sonrojarme como una tonta. Raphael tenía los ojos azules, un azul tan claro que resaltaban de tal manera en su cara que cuando lo mirabas era como si no pudieras mirar hacia otro lado. No eran unos ojos cálidos, eso lo había heredado de su padre; pero en momentos como este, cuando sonreía de forma genuina, su rostro se volvía más suave, más accesible. No sucedía a menudo. A veces me daba la impresión de que se esforzaba por no sonreír, como si fuera algo malo.

Me planteé invitarlo a venir conmigo, quizás pasarnos por la cocina y sentarnos en la mesa del rincón como solíamos hacer antes, contemplar la escena caótica que se desarrollaba ante nosotros con los sirvientes yendo y viniendo, la cocinera gritando, sus ayudantes amasando el pan con la cabeza gacha, como si así pudieran dejar de escuchar a su superiora lanzándoles insultos y órdenes por igual, mientras nosotros veíamos todo esto transcurrir desde nuestro pequeño lugar privilegiado sin que nada nos afectara, sin que ninguna de esas voces se alzara contra nosotros, ninguno de esos ojos nos mirara, casi como si fuéramos invisibles. Habíamos hecho eso mismo decenas de veces en el pasado.

Entonces un día el Consejero Roderick vino en busca de Raphael y le dijo que debía empezar a estudiar más en serio para ser un consejero en el futuro; como consecuencia, nuestras salidas se redujeron considerablemente. Ahora, un año después, se había creado esta brecha entre nosotros que no sabía como eliminar. Era como si unos cuantos meses sin hablar el uno con el otro hubieran borrado todos los años en los que habíamos sido amigos.

-Raphael –el Consejero Roderick llamó a su hijo. Sonaba impaciente por irse-.

Retrocedí.

-Yo… Es mejor que me vaya. Gracias de nuevo y… espero que estéis bien, Raphael.

-El sentimiento es mutuo, princesa.

Sonreí de nuevo sin poder evitarlo. Sabía que no tenía ninguna oportunidad con Raphael. Cuando éramos más pequeños él solía ser todo extremidades y huesos, pelo caótico y ojos demasiado grandes para una cara tan delgada. Éramos todo un espectáculo juntos, él tan delgado y yo tan… grande, el par dispar que provocaba risas ahogadas allá donde iba. A Raphael nunca le había importado que nos miraran y yo lo había adorado por eso. Pero ya no era ese niño. Estaba ahora más alto, más mayor, mucho menos delgado y considerablemente más guapo. Las chicas se giraban a mirarle cuando pasaba por delante de ellas. Yo, en cambio…

Yo en cambio no era el tipo de chica que inspiraría esa clase de deseo en un chico. Sabía muy bien cuales eran mis puntos flacos y mi aspecto era uno de ellos. Por el momento no pensar en ello era lo mejor que podía hacer. Sospechaba que no me sería tan fácil de ignorar cuando creciera.

***

Alexei pasó por tres cirugías para arreglar su brazo. El daño era tan severo que no estaban seguros de que pudiera volver a moverlo pese a las múltiples intervenciones. Por el momento era todo cuanto sabía porque se negaban a hablar de ello delante de mí; todo cuanto sabía lo había averiguado escuchando a escondidas.

Estaba allí cuando despertó, al igual que mis padres. Supe al instante que no estaba bien; no lo había visto nunca con tan mala cara.

Después de ese día no me dejaron volver a la habitación. Necesitaba reposo, dijeron, así que las visitas fueron restringidas a solo mis padres. De esa manera, pasaron dos semanas sin que supiera nada de él. Tampoco pude salir de Palacio ya que aunque el día que nos rescataron atraparon a nuestros captores era posible que quedara suelto alguien que los hubiera ayudado pero que no formara una parte activa del plan. No es que yo quisiera salir. A veces con solo salir de mi habitación me ponía a temblar al imaginarme que pasaba por lo mismo por segunda vez.

Un día Madre vino en mi busca.

-Vuestro hermano quiere hablar con vos.

Estaba tumbado en la cama cuando entré en su habitación, aunque eso ya me lo había esperado. Lo que sí me sorprendió fue ver que estábamos solos ya que, si no era alguno de mis padres, entonces eran los Sanadores quienes permanecían vigilando todo el tiempo a mi hermano. Cerré la puerta tras de mí y me acerqué. Su cara seguía medio amoratada medio amarilla aunque al menos le había bajado la hinchazón, mientras que de cuello para abajo estaba cubierto de vendajes, tanto que dudaba que pudiera moverse aunque quisiera. Su pelo, por primera vez en su vida, estaba pegado a su frente y mojado por el sudor. Olía mal.

-Piensan que si me mueven un milímetro me van a partir en dos –explicó Alexei con una sonrisa irónica-.

Cogí una silla y la arrastré a su lado.

-¿Cómo estáis?

-Vivo.

No creí que lo dijera como una chanza pero sonreí de todas formas. Vivo estaba más que bien.

-No me dejaban venir.

-Ya lo sé –miró hacia el techo-. ¿Cómo está haciéndolo Malik?

-Bi…en.

Quitó la vista del techo y me miró con una ceja alzada. Hizo una pequeña mueca de dolor pero aparte de eso no traicionó su malestar. No podía ni imaginar por cuanto dolor estaba pasando para que un movimiento tan pequeño le molestara.

-La verdad, Josefine.

Nadie me llamaba Josefine. Josefine era mi abuela, la reina viuda.

-Hace lo que le dicen y va adonde le dicen pero es miserable. Él no ha sido criado para esto.

Asintió imperceptiblemente.

-Yo no he conocido otra cosa. Padre me llevaba con él desde antes de que aprendiera a hablar. ¿Supongo que a Malik le gustaría que volviera ya?

Me sonrojé.

-Él quiere que os pongáis bien, como todos.

-Lo estoy. Mejor que hace unos días, al menos. ¿Y vos cómo estáis?

-Yo estoy bien.

Asintió.

-¿Queréis que le diga algo a Malik?

-Decidle que voy a ponerme bien. Volveré a estar en pie antes de que se dé cuenta.

-No tenéis ni idea de cuánto va a significar eso para él.

Se rio.

-Me hago una idea. ¿Su Majestad está ayudándolo? Quiero decir, ¿sabe lo que tiene que hacer durante las reuniones del Consejo, verdad?

-¿Uh? ¿Aparte de quedarse sentado en la silla y hacer como que se entera de algo de lo que están diciendo?

-¿Me estáis diciendo que eso es lo que está haciendo?

-Errr… ¿Sí? Mira, el problema es que no entiende ni una palabra de lo que le dicen. ¿De qué se supone que va a hablar?

-Es por eso que debe reunirse en privado con los miembros del Consejo antes de las reuniones. Yo tampoco lo sé todo por arte de magia.

-Alexei…

-Sé que tiene diez años –me cortó-. Sé que nunca le han pedido responsabilizarse tanto. Pero es el siguiente en la línea de sucesión y estamos de acuerdo en que he demostrado que no voy a vivir para siempre. Los accidentes suceden y soy tan proclive a ellos como cualquier otra persona. Es mejor que aprenda mientras todavía estoy aquí para aconsejarlo.

***

Alexei tardó otras seis semanas en estar en pie. Creo que no fui la única que se sintió aliviada; el palacio pareció volver a la vida por arte de magia. Fue desconcertante encontrarme gente sonriendo por ninguna razón particular, sencillamente porque estaban felices de que su Príncipe Heredero predilecto estaba de vuelta. Incluso vi al Consejero Roderick intentando esconder una sonrisa, lo cual para ser sincera fue un poco espeluznante.

Lo vi de vez en cuando cuando regresaba a cambiarse de ropa para la cena o cuando nos cruzábamos por accidente, pero aparte de eso, pasaron días antes de que viniera a buscarme para preguntarme como estaba. Era un poco extraño pues antes apenas cruzábamos palabra pero al mismo tiempo habíamos pasado por una experiencia horrible juntos que inevitablemente nos había unido. Durante diez días él fue mi única fuente de calma y lucidez, la única cara amiga que me acompañó en ese sótano. Volver a como estábamos antes sería incorrecto.

Así que nos sentábamos juntos, con nuestras espaldas apoyadas contra la ventana que comunicaba con el patio exterior, y hablábamos de cualquier cosa.

Un día, mientras estábamos allí sentados, apareció corriendo un sirviente diciendo que la reina estaba de parto. Nos levantamos al unísono y caminamos deprisa a la recámara de Madre. Alexei, quien todavía no estaba en forma, tuvo que detenerse varias veces. Me dio un susto de muerte cuando se cogió el pecho como si le costara respirar. Justo cuando iba a gritar para pedir ayuda retiró la mano y vi que su camisa estaba salpicada de sangre.

-Se me han saltado los puntos.

-¿Se os han…? –parpadeé-. Hace dos años cuando me caí de un árbol los Sanadores cicatrizaron la herida con magia curativa. ¿Por qué no han…?

-El lugar no debe ser contaminado por magia externa. Por la marca.

-¿La marca? Oh.

La marca que normalmente tenía en el hombro la tenía ahora en el cuello. Recordé haberla visto en más de una ocasión en los últimos días pero por alguna razón no le había prestado atención. Después de verla moverse cuando Jason intentó acuchillarla nada me sorprendía ya. La marca tampoco tenía una forma interesante, se trataba simplemente de un círculo achatado bastante corriente. Si alguien que no supiera lo que era lo viera pensaría que se trataba de un tatuaje.

Esta es la historia que nos contaron nuestros antepasados. Hace siglos, cuando este país solo era una tierra yerma, viajeros llegaron al continente desde lugares remotos en busca de un hogar. Se crearon nuevas ciudades en el oeste, las cuales más tarde se agruparían para formar Ystania, que a día de hoy seguía siendo el país más extenso. En el sur sucedió algo parecido, con la excepción de que se formaron varios países pequeños, algunos de los cuales robaron terreno a Ystania en una de las muchas guerras que tuvieron lugar antes de que se formara la Confederación hace ciento cincuenta años. Entonces Errol Myrthäel viajó a nuestras tierras siguiendo la voz de Yaresh, el dios supremo, quien lo guio por las tierras yermas hasta lo alto de la montaña de la Suma Sacerdotisa, un lugar que todavía existía a día de hoy, y ella lo contempló y vio en él el favor del dios supremo. Delante de aquellos que siguieron a Errol a través de las tierras yermas la Suma Sacerdotisa le dijo que era su destino convertirse en el rey escogido por dios y que él y su primogénito varón, y el primogénito de este y así sucesivamente reinarían sobre esta tierra desde ese hasta el último día. Errol se arrodilló frente a la Suma Sacerdotisa, quien lo ungió, y se levantó como el nuevo rey de Aenia. Antes de dejarlos marchar la Suma Sacerdotisa hizo llamar a una mujer que esperaba dentro del templo, una hermosa muchacha de cabello como el fuego y ojos dorados, y le dijo que ella sería su reina. La mujer, de la que nunca se supo su nombre y que no habló ni ese día ni en los años posteriores, tenía una marca en el nacimiento de su pecho en forma de un círculo achatado que su primogénito heredó, así como el primogénito de ese niño, y el primogénito de este, y que los segundos hijos heredaban cuando el mayor moría repentinamente. Muchas teorías surgieron alrededor de la mujer pero eran eso, teorías, ya que nunca se supo quien era y de donde la sacó la Suma Sacerdotisa. Algunos dijeron que era su discípula, otros que era otra viajera a la que Yaresh había conducido hasta Aenia al igual que Errol. Otros dijeron que ni siquiera era humana. Tal vez uno tenía razón, o ninguno, pero en todo caso no importaba. Se decidió que solo aquel que naciera con la marca sería el próximo rey ya que de esa manera se aseguraban de que era el descendiente legítimo, y esta era una ley que seguía vigente en la actualidad.

Al principio hubo cierto desacuerdo. El príncipe Jared, el segundo hijo del rey Damian, asesinó a su hermano mayor con el propósito de convertirse en el próximo rey ya que había antecedentes de segundos hijos que se convirtieron en reyes después de que sus hermanos sufrieron un accidente. Encontraron al príncipe Jared y a sus compinches junto al cadáver del Príncipe Heredero con quemaduras espantosas por todo el cuerpo, como si los hubieran cocido vivos. El príncipe Jared murió suplicando clemencia a la habitación vacía por haber matado a su hermano y levantando las manos para protegerse de un atacante invisible. Nadie volvió a intentarlo.

Volví al presente cuando Alexei me cogió del brazo para indicar que deseaba que continuáramos caminando. No parecía querer que preguntara más.

Cuando llegamos Padre estaba fuera de la habitación de Madre, pálido como un muerto. Se sobresaltó cuando nos vio. Los consejeros estaban aquí también, al igual que la mayoría de las damas de la Corte de más alcurnia y varios sirvientes que atendían a todos los anteriores. Le di un abrazo a Padre, en parte para calmarlo, lo que hizo que me sonriera. Alexei no parecía muy para la labor pero cuando me aparté le llegó su turno y Padre se agarró a él como si le fuera la vida en ello.

-Estoy… tan agradecido de que estéis vivo. No podría haber soportado este día si vos…

Su voz se cortó. El peso y el dolor de la pérdida a menudo se reemplazaba con vida nueva, pero no de esta manera, no tan cerca del día en el que mi hermano fue traído de vuelta a Palacio desangrándose y al borde de la muerte. Si algo le hubiera pasado a Alexei mis nuevos hermanos serían un recordatorio perpetuo de esa pérdida, aunque no fuera justo.

Pero Alexei estaba bien, los dos lo estábamos, y este era un día para celebrar, no para pensar en lo que pudo haber sido.

El parto llevó horas. A pesar de haber pasado por esta situación en cuatro ocasiones Padre estaba muy nervioso. Se negó a comer los refrigerios que trajeron los sirvientes y no se tranquilizó hasta que el Consejero Roderick vino y entabló una conversación serena con él.

Más de una vez me pregunté en el pasado cuál era el papel del Consejero Roderick. Era el líder del Consejo de Nobles y la mano derecha de Padre, lo que le granjeaba un gran poder pero al mismo tiempo Madre lo detestaba y en ocasiones hasta a Padre parecía molestarle, y sin embargo aquí seguía, un hombre poderoso y el único capaz de calmar la mente del rey.

-A veces no sé si a Padre le disgusta o le gusta –le dije a Alexei. No los miré pues no quería que notaran nuestra conversación-.

-Yo diría que un poco de ambas cosas, pero la respuesta correcta es que no importa si es de un modo u otro. El consejero Roderick no está aquí para hacerse gustar.

-Madre lo aborrece –insistí-. Si fuera otro hombre ya estaría fuera del Consejo, y sin embargo Padre no la escucha en este aspecto. Si fuera su amigo lo entendería pero…

-Pero no es así –asintió Alexei-. El Consejero Roderick ha hecho cosas que Padre no olvida ni perdona. Posiblemente a eso se deba la frialdad con que se tratan en ocasiones.

-¿Entonces por qué sigue en Palacio?

-Pensé que no querríais que se fuera. Os lleváis bien con su hijo.

Me sonrojé.

-Mi pregunta no tiene nada que ver con Raphael.

-Al contrario, tiene todo que ver. Algún día reemplazará a su padre, y como él, se espera que sea implacable. Imagino que llegaré a aborrecerlo también. Pero ese es el tema. El trabajo de todos aquellos que han llevado el título de lord Roderick es proteger al reino. De los enemigos externos. De las amenazas internas. De nosotros.

-¿Nosotros?

-Yo, en un futuro. Su Majestad, ahora.

-¿Qué significa eso?

-Significa que estamos en deuda con él, porque ningún rey es perfecto y los errores de un rey pueden destruir reinos enteros. Espero nunca tomar una decisión que lo haga volverse contra mí.

-¡No haría eso! Es traición.

-Lo sé, pero igualmente es lo que se espera que haga. No es un trabajo fácil y Padre lo respeta. Por eso lord Roderick es capaz de calmarlo y aconsejarle de esta manera.

-Raphael nunca haría nada contra vos. No es como su padre. Él es bueno.

La puerta se abrió en ese momento y la comadrona salió. Padre se adelantó y cruzó la puerta veloz antes de que la mujer pudiera anunciarnos:

-Son dos niñas sanas.

Me reí y codeé a Alexei en las costillas, sin malicia.

-Esperad a que se lo diga a Malik. Tenía la esperanza de no tener que repetir lo de las últimas semanas si eran chicos.

-Sabe que no puede saltarse el orden de sucesión, ¿verdad?

-Después de que amenazara con escaparse con los actores de teatro pensé que acabaría metido en un saco en la parte trasera de una carreta si le decía que no tiene ninguna oportunidad de retirarse. ¡Qué desgracia!

Su boca se estiró hacia arriba, sin terminar del todo de formar una sonrisa, y repentinamente sentí mi pecho llenarse con afecto. Si sonriera de verdad, una sonrisa abierta y sincera, realmente pondría al país a sus pies.

Veinte minutos después el Jefe de Sanadores salió y nos dijo que podíamos entrar. Él se marchó y nos quedamos la comadrona, Padre, Madre, Alexei y yo en la habitación. Y las niñas. Padre sostenía una en sus brazos con una sonrisa orgullosa y Madre mecía a la restante. Le pedí a gritos cogerla.

-No, Josie, es demasiado pequeña –Madre la apretó protectoramente, como si creyera que iba a dejarla caer o algo-.

Me tragué mi decepción.

Madre se veía cansada y dolorida pero seguía tan guapa como siempre, incluso con su pelo enredado. Me senté a su lado y estiré la mano para tocar con un dedo la mejilla regordeta del bebe. Tosió y aparté la mano como si mordiera. Madre se rio y me abrazó.

-Ojala pudierais ser así de pequeña de nuevo.

-¿Uh? ¿Para qué? No son nada divertidas. Solo lloran, duermen y defecan. Al menos es lo que hacía Marianne.

-¿Dónde están Marianne y Malik?

-Le he dicho al Consejero Roderick que fuera a buscarlos cuando nacieran. No quería tenerlos esperando fuera; sabéis lo impacientes que pueden ser –contestó Padre-.

Ella hizo una mueca al oír hablar del Consejero Roderick pero se mantuvo en silencio. Miré a Alexei, quien a su vez me miró a mí. Parecíamos estar recordando ambos nuestra conversación.

Después de un momento pregunté:

-¿Cómo se llaman?

-La que yo sostengo se llamará como vuestra madre, Liliana.

-¿Por qué la vuestra? –preguntó Madre, mirando al bebe en sus brazos-.

-Miradla, tiene vuestros ojos…

-Si ella tiene mis ojos esta también. Son gemelas.

-Esta tiene vuestra sonrisa.

-Mikael… -Madre se burló-.

-¿Liliana y…? –insistí-.

-Oh, Josie, nunca nos pusimos de acuerdo –miró a Padre acusatoriamente-. Miradnos ahora, Mikael, nos hemos quedado sin nombre.

-¿Puedo elegirlo yo? –pregunté ansiosa-.

-No sé si deberíamos fiarnos, considerando vuestro currículum. Siempre habéis sido un poco literal al respecto –bromeó Alexei-.

-Llamó al oso de peluche que le regalamos Señor Oso –relató Madre-. Y cuando le compramos un gato lo llamó Señora Gata a pesar de que era un varón. Y a mi doncella sigue llamándola doncella.

-Tiene un nombre muy largo –me quejé-. Y ni siquiera es mi doncella.

-¿Cómo queréis llamarla?

-¡Oh! Umm… ¡Jessica!

Los tres compartieron una mirada.

-Me gusta –dijo Alexei-.

-Jessica –Madre asintió-. Bien.

-Es mejor que Gertrude.

-Llamamos a Josie como vuestra madre, a la mía también le hubiera gustado si siguiera entre nosotros.

-Pero como ya no está ya no puede sentirse ofendida.

-¡Eso es ofensivo, Su Majestad!

La puerta se abrió y Malik y Marianne entraron corriendo.

-¡Madre!

-¡Madre!

-¡Quiero verlas!

-¡Qué pequeñas!

-¡Parecen pasas!

-¡Ugg, están arrugadas!

-¡Mamá, mis hermanas están viejas!

-Niños, compórtense –ordenó Padre-.

Ellos agacharon la cabeza durante un segundo y luego volvieron a la carga. Cogí a Alexei del brazo.

-Todavía no las habéis visto bien –lo arrastré hasta Padre-. ¿El Príncipe Heredero puede cogerla, verdad?

Padre titubeó.

-No es necesario –declaró Alexei. En realidad se veía asustado-.

Le mandé una mirada feroz a Padre. Él miró hacia otro lado y decidió agacharse un poco para que pudiéramos ver mejor a Liliana. Tenía unos pocos pelos sueltos de un color muy claro. Imaginé que terminaría heredando el pelo rubio de Madre como Malik y yo.

-Es bonita –dijo Alexei con sorpresa-.

Malik y Marianne se estaban peleando al otro lado de la habitación para ver quien cogía a Jessica a pesar de que la expresión de Madre decía claramente que tendrían que pasar por encima de su cadáver.

-Es suficiente, es hora de que dejemos descansar a vuestra madre –dijo Padre. Nos empujó hacia la salida-.

Malik y Marianne gritaron más fuerte.

Dos minutos después estábamos los cuatro fuera. Malik miró la puerta cerrada con el ceño fruncido durante aproximadamente diez segundos, luego corrió por el pasillo alejándose mientras gritaba “¡Soy el primero!”. Marianne lo siguió como una flecha, por poco lanzando a una dama al suelo. La mujer chilló pero se mordió la lengua cuando nos vio mirándola.

Nos fuimos en dirección contraria.

***

Con Alexei recuperado y las niñas nacidas, Padre comenzó a darle vueltas de nuevo a lo que por fuerza había apartado por estar más preocupado por su familia: la búsqueda de los culpables del secuestro. Aunque los que nosotros conocíamos (Jason, Zack, su hermano y la mujer) habían muerto el día de nuestro rescate insistió en que debía haber alguien más implicado; alguien con el suficiente poder para apoyarlos cuando ellos consiguieran lo que se habían propuesto conseguir: el acceso al trono. Interrogó a Alexei implacablemente ya que él había sido quien había pasado más tiempo con ellos. Alexei negó saber nada más. Cuando eso no funcionó Padre volvió sus esperanzas hacia mí. Le dije honestamente que había estado encerrada todo el tiempo y solo los había visto cuando venían a buscar a Alexei. Cuando sus interrogatorios no sirvieron de nada se puso más nervioso. Se obsesionó.

Fue entonces cuando comenzaron las partidas.

No sabía qué esperaba encontrar ni cómo exactamente pero salía temprano por la mañana y volvía de noche. Se llevaba a los soldados con él. No debía estarle resultando porque cada vez volvía más irritado.

Una noche me desperté de una pesadilla. No recordaba exactamente qué había soñado pero me sentía nerviosa y sofocada y no me calmé hasta que salí de mi habitación. Normalmente iría a buscar a Malik o a Marianne y me metería en su cama sin preguntar, pero esta vez me quedé en medio del pasillo sin saber adonde ir.

Escuché voces al final del pasillo y caminé hacia ellas. Cuando llegué vi al Consejero Roderick parado frente a la puerta de la habitación de Padre, al otro lado de los guardias que vigilaban la entrada a esta. Mientras miraba la puerta se abrió y una mujer con el pelo despeinado y vestida con una fina bata transparente que dejaba las piernas al descubierto y ocultaba poco de los demás salió de la habitación. La mujer se detuvo fuera y se puso una capa por encima de la escasa vestimenta. Me resultaba vagamente familiar. ¿Qué hacía saliendo de los aposentos de mi padre?

-Consejero Roderick, no es ninguna sorpresa encontrarlo aquí.

El hombre le tendió un pequeño frasco sin dirigirle la palabra.

-Ya veo. Esta parte también sigue el guión de siempre. Hace que me pregunte qué haríais si me niego a beber vuestra pócima, mi querido señor.

El Consejero Roderick puso una mano en la cadera. No vi nada por un momento y entonces se movió y vislumbré el metal oculto debajo de su túnica de consejero. Una daga.

La mujer subió la mirada hacia él después de ver lo que escondía. Alargó la mano y cogió el frasco.

-Estuve casada quince años y nunca concebí, no es que yo lo quisiera, pero os desharíais de mí por algo que no va a suceder de igual manera. Vuestro celo no tiene límites, milord.

Ella bebió de un trago y a continuación abrió la boca para que el Consejero Roderick comprobara que se lo había tragado. Él apartó la mano de la daga.

-Os llamaré de nuevo cuando el rey así lo diga.

-Hacedlo.

Se alejó pasillo abajo con los músculos tensos delatando su enfado. Me di la vuelta y regresé a mi habitación. Ya me había olvidado de mi pesadilla.

***

Dos años después…

Año 217

A medida que pasaban los meses la situación empeoró. Llegó un momento, dos años después, en el que Padre no solo pasaba gran parte del día fuera sino que un día ya no regresó. Recibimos informes de que estaba en el sur investigando, otras veces sus pesquisas lo llevaban aún más lejos. Cada vez pasaba más tiempo fuera y no era la única en notarlo: Madre estaba deprimida, Malik y Marianne más callados y Alexei no tenía tiempo ni para comer ya que Padre dejó sus funciones sin nombrar a alguien que lo reemplazara. Ni siquiera se celebró una fiesta para anunciar el nacimiento de mis hermanas, en cambio, se envió cartas a todos los nobles y a los representantes de cada ciudad. De todos modos gran parte de los nobles seguían enfadados con Padre por haber irrumpido en sus casas cuando estuvimos desaparecidos.

Un día me encontré a Madre llorando en una habitación vacía. Como reina no podía permitirse que la vieran de esta manera y por eso se escondió donde pensó que no la encontrarían. Levantó la cabeza al escucharme entrar.

-Algo le ha pasado a vuestro padre…

-Estoy segura de que nada le ha pasado –le dije, y realmente lo creía-. Volverá en unos días.

-Algo le ha pasado –insistió-. Lo siento aquí… -se tocó el pecho-. Algo horrible. Josie, ¿qué voy a hacer si nunca vuelve? Oh, dios mío, por favor, que esté bien… No podría soportarlo… Josie…

La abracé hasta que dejó de llorar y luego la acompañé de regreso a su habitación. Le dije a su doncella que queríamos estar solas. Madre se durmió llorando.

Dos días después los soldados regresaron. Madre salió corriendo de su habitación, donde había estado encerrada, y fue a recibirlos con tanto alivio que casi podía palparse. La seguí más pausadamente y vi el momento en el que su sonrisa se borró. La última sonrisa que la vi esbozar hasta el día que también ella nos dejó.

-No… -sus fuerzas flaquearon y cayó al suelo prorrumpiendo en sollozos. Esa fue también la primera vez que los miembros de la Corte presenciaron a la reina Liliana en plena crisis emocional-.

En ese momento no entendí su pesar. Los soldados arrastraban una carreta tras de sí, una que no llevaban cuando se fueron. En la parte trasera de la carreta había algo cubierto por una manta. Los soldados bajaron de sus caballos y cargaron el fardo a los pies de Madre, y después se arrodillaron ante ella al unísono.

-¡Fuera! ¡Todos fuera! –gritó Madre fuera de sí-. ¡Desapareced de mi vista! ¡Os quiero a todos muertos! ¡Fuera!

La doncella de Madre quiso llevarme dentro pero quería entender lo que pasaba; me resistí.

-Madre…

Ella lloró más fuerte. Caminé hacia ella, titubeé y luego volví a acercarme.

-Mamá. Mamá, ¿qué pasa?

Me apartó de un empujón cuando quise tocar la manta que cubría todo excepto unas botas. Seguí sin querer entenderlo porque la verdad era demasiado horrible para aceptarla.

-Madre…

-¡Fuera! –volvió a empujarme-. ¡Fuera, Josie! ¡Déjame! ¡Vete!

Solo tenía trece años y ella nunca me había gritado así. Nunca me había mirado con tanta rabia, tanto dolor, tanto odio. Me alejé corriendo.

Una hora después tocaron las campanas anunciando la muerte del rey.

***

Los siguientes días fueron absolutamente horribles. El Palacio se sumió en la oscuridad. Era como si la congoja de sus habitantes hubiera transformado el lugar en uno siniestro. Malik, Marianne, las gemelas (quienes ahora tenían dos años) y yo permanecimos encerrados en mi habitación gran parte de esos días, con solo los sirvientes entrando y saliendo trayendo comida y ocupándose de Liliana y Jessica. Madre se negó a recibirnos. Se negó también a apartarse del cuerpo de Padre y pasó día y noche en el templo, abrazada a él y sin permitir que los sirvientes lo arreglaran para el funeral ni que las sacerdotisas lo bendijeran por última vez. Algo debía hacerse pero nadie tenía la presencia de ánimo para apartarla de su marido, ella era la reina y ahora que Padre no estaba y Alexei era demasiado joven para reinar también era la regente.

En cuanto a Alexei, él se apareció al segundo día.

-¿Dónde habéis estado? –le espeté-.

-Con Madre.

-¿Habéis podido hablar con ella?

-No. No me habla. Ni siquiera nota si estoy allí o no –se pasó una mano por la cara-. Tenemos que sacarla.

Así que fuimos nosotros quienes nos vimos obligados a intentar sacarla de su dolor; cuatro niños demasiado jóvenes rogándole a su madre que no nos dejara, que la necesitábamos, que no podíamos perderla a ella también. Durante todo el tiempo ella se quedó mirando a la nada. Ni siquiera parpadeó cuando Marianne se lanzó a sus brazos.

-¡Mami! –gritó la niña cuando la apartamos-. ¡Mami! ¡Mami!

Madre se dio la vuelta, dándonos la espalda, e ignoró nuestros ruegos. Su mano estaba firmemente sujeta a la de su marido.

-¡Mami! –gritó Marianne por última vez antes de que las puertas del templo se cerraran tras nosotros-.

Al día siguiente Madre salió del templo. Estábamos exultantes. Corrimos a abrazarla y por primera vez desde que todo se vino cuesta abajo no nos apartó, incluso se quedó mirándome atentamente al tiempo que me apartaba un mechón de pelo de la cara.

-Estoy muy agotada y me gustaría que me dejarais sola. Quiero bañarme, cambiarme y dormir un poco.

Su pelo estaba hecho un desastre, completamente suelto y enredado y su vestido roto como si hubiera pasado por una pelea. Pero lo peor eran sus ojos: rojos, salvajes, con una mirada de locura que no remitió ni siquiera mientras me acariciaba la cabeza. Titubeé pero ella nos sacó de su habitación con un tono de voz que semejaba la ternura con la que solía hablarnos pero que escondía una nota de amenaza.

Nos fuimos.

Dos horas después se quitó la vida.

***

Nos mantuvieron encerrados durante horas, a mí, a Malik y a Marianne. A las gemelas se las llevaron a la primera oportunidad y de Alexei no tuvimos noticias en todo la mañana. Fue el Consejero McRae quien vino a darnos la noticia de la muerte de la reina. Malik y Marianne se quedaron mudos, estáticos, y yo le lancé un libro, le llamé mentiroso, y no me detuve ni siquiera cuando se fue. Grité. Mis hermanos empezaron a llorar al ser testigos de mi exabrupto. Les ordené que se callaran y cuando fui a salir vi que nos habían encerrado con llave.

A media tarde McRae volvió.

-Lamento mucho la manera en la que os comuniqué… os lo comuniqué, pero necesito que vengáis conmigo, princesa Josefine.

Ya no me quedaban fuerzas para lanzarle nada. Lo seguí. Estaba tan concentrada en mi propio dolor que ni siquiera me despedí de mis hermanos.

-¿Qué le pasó? –pregunté con un hilo de voz-.

-Princesa… Um… Vuestra madre… estaba muy apenada.

-¿Ha muerto de dolor?

No sabía si era posible que algo así pasara pero yo me sentía como si me estuviera muriendo.

McRae no me contestó.

-Vuestro hermano os necesita.

-¿Mi hermano?

-El Príncipe Heredero.

-¿Por qué? –pregunté, agotada, dolida y sin pensar-. ¿También va a morirse de pena?

-Princesa –McRae me detuvo-. Él estaba con vuestra Madre cuando ella murió. Necesita a su hermana.

No sabría decir qué esperé encontrarme cuando llegamos a la habitación de Alexei pero sin duda no fue lo que encontré. Durante diez días lo vi enfrentarse a su propia desesperación y no delatarse a pesar de las palizas que le dieron, y sin embargo, cuando entré lo vi parado en medio de la habitación con la mirada enloquecida, luciendo igual que nuestra madre la última vez que la vimos con vida. Tenía un abrecartas en la mano.

-Príncipe Heredero –McRae corrió a su lado y le quitó el objeto de la mano de un tirón-.

Alexei ni se inmutó.

-¿Pensáis que voy a utilizarlo contra mí mismo? –preguntó con frialdad. No se movió del lugar, no nos miró, simplemente permaneció allí parado sin hacer nada-. ¿Que voy a abrirme las venas?

-He traído a la princesa –se apresuró a decir McRae, como si quisiera callarlo. Alexei no pareció escucharlo-.

-¿Pensáis que voy a hacer lo mismo que mi madre? ¿Que me plantaré delante de mis padres y… qué? ¿Intentaré resucitarlos? ¿Pensáis que creo que es posible? Mi madre no lo consiguió. Siguió recitando ese hechizo infernal hasta su último aliento y no lo consiguió. A lo mejor pensáis que debería intentarlo. A lo mejor debería coger este abrecartas y clavármelo en el pecho, y dejar que mi sacrificio los resucite a los dos. A lo mejor pensáis que conmigo funciona.

McRae lo cogió del brazo y lo sacudió, queriendo hacerlo reaccionar. Me quedé mirándolos con los ojos abiertos de par en par, sin saber qué decir o qué hacer.

-Ella se quitó la vida delante de mí –siguió diciendo Alexei-. No le importó que estuviera ahí. No se detuvo cuando le rogué que lo hiciera. No se detuvo…

-Príncipe –McRae me lanzó una mirada aterrorizada-.

Apenas escuché los pasos a mi espalda.

-Es suficiente –el Consejero Roderick entró en la estancia, alto, sereno, sin una pizca de simpatía. Empujó al Consejero McRae a un lado y sujetó firmemente a Alexei-. Es suficiente, Su Majestad.

Los ojos de Alexei se salieron de las órbitas al ser llamado de ese modo. Por un momento pareció que iba a vomitar.

-Ahora vos sois el rey y debéis dar ejemplo de entereza. Nadie va a beneficiarse de este espectáculo bochornoso.

-El rey –repitió Alexei. Entonces se rio-. ¡El rey!

-Su Majestad –lo llamó el Consejero Roderick. Había una amenaza implícita en su voz-.

-El rey, decís. Yo no soy el rey de nada. Mi padre es… mi madre es… -su voz se cortó al darse cuenta de que no tenía a nadie más a quien nombrar-.

Me adelanté y lo abracé, e ignoré el roce del cuerpo del Consejero Roderick a mi lado, quien sin duda deseaba apartarme a base de intimidación. No me importó. Simplemente me agarré a Alexei como si me fuera la vida en ello. Nuestros padres ya no estaban. Las dos personas que más habíamos deseado que vinieran a por nosotros durante nuestro secuestro, las dos personas en las que más habíamos confiado para que nos protegieran y nos salvaran, ya no estaban. Me sentí como si hubiéramos perdido una parte esencial de nosotros.

-Estamos tú y yo –le dije al oído-. Y Malik y Marianne. Y Liliana y Jessica. Ellos son nuestra familia.

Levantó sus brazos y luego sentí sus manos en mi espalda. El aire que no sabía que retenía dejó mis pulmones. Me sentí curiosamente agradecida. Recordaba demasiado bien el desapego con el que nuestra madre había recibido nuestros abrazos, su negativa a devolvérnoslos. En ese momento me convencí de que mi hermano estaba bien, de que había conseguido alcanzarlo a tiempo, y me sentí útil por primera vez en mucho tiempo.

Lo he salvado, me dije. Lo he salvado.

***

El funeral de nuestros padres se celebró al día siguiente. Se preparó dos ataúdes cerrados y se nos prohibió ver sus cuerpos, ni siquiera cuando los sirvientes los vistieron y peinaron. No lo sabía entonces pero el cadáver de Madre estaba destrozado después de que ella realizara el hechizo por el que se quitó la vida en un intento fútil por resucitar a su marido.

La niñera de las gemelas se encargó de ellas durante todo el día mientras nosotros mirábamos los ataúdes de nuestros padres desaparecer bajo tierra y asistíamos a la ceremonia de despedida que se celebró en sus nombres. No tenía ni idea de quien la organizó. Por costumbre debía ser el próximo rey el que se encargara de ello, así como de decir las palabras de despedida, pero Alexei estaba como ido y no contestó cuando los nobles se acercaron a darnos el pésame. Por una vez fuimos Malik y yo quienes nos encargamos de las formalidades.

Habíamos esperado que todo se calmara después del doloroso funeral pero no fue así. A partir de ese día surgieron las discusiones sobre quién debía ser nombrado regente hasta que Alexei cumpliera la mayoría de edad. La abuela rechazó el nombramiento de lleno y no quiso recibir la visita de aquellos que quisieron hacerla cambiar de opinión. Aunque en pleno uso de las facultades, estaba mayor. Demasiado para asumir por segunda vez tal responsabilidad, sobre todo porque la persona que fuera escogida debía estar en el cargo entre tres y seis años, dependiendo de cuando decidieran que era exactamente la “mayoría de edad”.

El hermano de la abuela, el duque de Sapphon, también rechazó el nombramiento. A él no le insistieron demasiado. Lo cierto es que el hombre había hecho suficiente viniendo a la Corte dos años atrás cuando Alexei resultó herido. Ni siquiera pudo acudir al funeral.

Agotada la rama familiar de Padre y en vista de que los dos únicos miembros de ella que quedaban con vida se habían negado, trasladaron la atención a la rama familiar de Madre. Ella había perdido a sus padres siendo muy pequeña, razón por la cual había crecido en un templo, pero tenía un hermano pequeño. El tío Julius había sido acogido por la familia de un amigo y al crecer había asumido el título que heredó de sus padres durante unos pocos años, hasta que lo dejó todo atrás y se convirtió en una especie de viajero. No era la mejor opción pero, en vista de que no quedaba nadie más, el Consejo lo hizo llamar a la Corte con urgencia. Semanas después recibimos una carta anunciando que estaba en camino.

Considerando lo mucho que tardó en llegar esa carta se dedujo que tardaría tanto o más en llegar él. Lo esperamos durante meses. Mientras tanto Alexei retomó sus responsabilidades, en principio las mismas que tenía como Príncipe Heredero, pero en vistas de lo mucho que tardaba el tío Julius se retomaron los juicios, las visitas oficiales y las peticiones del pueblo llano. Entonces llegó Octubre y se reabrió la barrera que dividía nuestro país de los países vecinos. Los nobles entraron en pánico. Esta sería la primera vez que enviados de otros países vendrían a la Corte para encontrarse con que no había ningún rey para recibirlos. ¿En qué posición nos dejaría eso? ¿Cuán debilitados pareceríamos? La Confederación se había creado para garantizar la paz entre los diez países, una paz que se había mantenido durante los últimos ciento cincuenta y dos años, pero aunque no hubiera peligro de una guerra tampoco podíamos permitirnos mostrarnos débiles. Las relaciones comerciales eran hoy en día tan importantes como la demostración de fuerza militar; después de todo, el pacto que se había llevado a cabo entre los diez países de la Confederación implicaba que los países estarían recluidos durante cinco largos años, y que después de esos cinco años la barrera se reabriría con el único propósito de comerciar entre ellos. Muchos productos se compraban en tierras extranjeras por la dificultad de encontrar ciertas materias primas y porque resultaba más caro fabricarlos nacionalmente, y muchos productos se vendían a otros países por la misma razón. Los acuerdos que se llevaran a cabo durante los pocos días que los enviados estuvieran de visita marcarían la diferencia durante los próximos cinco años de aislamiento.

Dos días antes de que llegaran los enviados recibimos una nueva carta. El sobre era igual que el que había utilizado el tío Julius la última vez, de modo que dedujimos que se trataba de él. Malik, el Consejero Roderick, el Consejero McRae y yo nos reunimos alrededor de la carta mientras Alexei la abría.

La noticia que transmitía la carta era corta y directa. El tío Julius había muerto durante el viaje.

-No puede ser –musitó Alexei-.

-¿De qué estaba enfermo? ¿Lo dice? –preguntó Malik-.

-Solo dice que cogió fiebre y que no llegaron a tiempo al médico.

-Es una desgracia –dijo el Consejero McRae-. Supongo que es hora de buscar un regente por otros medios. Quizás podamos…

-No.

Todos miramos a Alexei, quien de repente estaba muy serio, casi diría que enfadado.

-Ya es suficiente. En cuanto los enviados se marchen llevaremos a cabo la coronación y me convertiré en el rey de Aenia por pleno derecho.

-Su Majestad… -el Consejero Roderick trató de hablar mientras que McRae solo se le quedó mirando con la boca abierta; claramente no se esperaba este giro de los acontecimientos-.

-Respeté la autoridad de mi abuela y del duque de Sapphon, incluso acepté que se llamara a mi tío quien lleva trece años sin pisar la Corte, pero no voy a colocar a un desconocido en el trono.

-Solo será por unos años…

-Mi padre me ha preparado para este momento desde que tengo uso de razón. ¿Alguien más puede decir eso?

-Sin duda estaréis de acuerdo en que es demasiada responsabilidad para alguien tan joven como vos…

-Lo he estado haciendo durante los últimos meses.

-Sí, os habéis encargado de todo, y precisamente por eso ayer os desmayasteis en medio de una reunión.

-¿Qué? –pregunté, totalmente desconcertada-. ¿De qué está hablando, Alexei?

-De nada que tenga importancia –respondió a toda prisa-. No cambiéis de tema, Consejero Roderick.

-No he cambiado de tema, es precisamente lo que estoy diciendo, que no podéis llevar a cabo todo por vuestra cuenta.

-Veréis como lo hago.

***

Estaba sentada frente al fuego en mi habitación comiéndome un pedazo de tarta con la espalda vuelta hacia la puerta para que me diera tiempo a esconderlo si mi doncella entraba, cuando ésta se abrió de improvisto. Me llené el regazo de migajas y parte del pastel se cayó al suelo antes de que consiguiera esconder el plato debajo del sillón, eso sin contar el susto de muerte que me llevé. Giré la cabeza con la culpa claramente escrita en el rostro y me encontré a mi hermano entrando apresuradamente. Ya fuera por lo extraño que resultaba ver a Alexei aquí o porque no preguntó siquiera si podía entrar me levanté de un salto al verlo aparecer. Más extraño todavía era el hecho de que arrastrara a alguien más al interior de la habitación: un niño que ocultaba su rostro debajo de una capucha.

-¿Quién es ese? –era más bajo que Malik y que Marianne, lo que descartaba las dos únicas posibilidades que se me ocurrieron-.

-Necesito que lo escondáis por mí –me dijo Alexei, y lo lanzó hacia mí sin más-. Volveré en unas horas.

-¡No! ¡Esperad! –avancé y cerré la puerta antes de que pudiera salir-. ¿Se puede saber quién es y para qué me lo habéis traído? ¿O es que creéis que tengo ganas de pasar el tiempo con extraños? ¿En mis aposentos?

-Es alguien a quien necesito que escondáis –repitió Alexei-. Lo he tenido en mi biblioteca estos últimos días pero creo que el Consejero Roderick sospecha. Me lo he encontrado curioseando en mi puerta más de una vez.

-¿En vuestra biblioteca? ¿Durante días? –miré al niño con aprensión-. ¿Y por qué? ¿Ha hecho algo?

-Bueno… más o menos. No. Es decir.

-¿Sí?

-Él… no.

-Ya.

-Pero el Consejero Roderick no debe encontrarlo.

-Hum…

-Hasta después de la coronación, por lo menos. Entonces podré hacer lo que yo quiera.

-Ajá. Lo cual es…

-¿Dejar de esconderlo?

-Alexei.

-Él os contará lo que pueda. Realmente tengo prisa. Ah, su nombre es Aradon. Hasta luego.

Aradon no dijo ni una palabra en las dos horas que siguieron. También se negó a quitarse la capucha.

Me senté en el sillón, saqué la tarta y me la comí.

***

Le lancé preguntas cada vez que me aburrí, lo que fue con bastante frecuencia. A esta hora ya habría salido en busca de mis hermanos para jugar afuera pero no podía dejar a un extraño en mis aposentos y por lo visto tampoco podía llevármelo. Eso no me dejaba muchas opciones.

Así que puede decirse que fui bastante pesada, pero es que me aburría un montón.

Al final terminé persiguiéndolo alrededor de la habitación mientras el niño saltaba por encima de cualquier superficie y yo jadeaba cada vez más fuerte. Conseguí darle un tirón a su capucha al mismo tiempo que Alexei abría la puerta. Se quedó parado en el umbral observando la escena al tiempo que parpadeaba. El niño aprovechó el momento para zafarse de mí y lanzarse contra las piernas de Alexei. Sus brazos se cerraron a su alrededor y empezó a llorar.

Una piedra pesada como el plomo se asentó en mi estómago. No pensé que estuviera haciendo nada más que tener un poco de diversión.

Alexei me mandó una mirada fulminante y acarició la cabeza del niño para calmarlo. Me acerqué. Realmente había conseguido quitarle la capucha y vi que tenía el pelo tan rojo como Alexei.

-Lo siento, realmente no pensé que…

-¡Ella es muy mala! ¡Muy, muy mala! –gritó el niño entre lágrimas-. ¡Por favor, no me dejes más aquí!

Fruncí el ceño mientras observaba la nuca del mocoso. De pronto ya no me sentía tan culpable.

-Debéis hablarle de vos –le espeté-.

El niño giró la cabeza para mirarme a escondidas con burla. Me sacó la lengua.

-Es solo un niño pequeño, princesa. Dejémosle estar por el momento –se agachó frente al niño y le sonrió-. ¿Tenéis hambre?

-¡Sí! Ella se ha comido un pastel ella sola y no me ha dado ni un mordisquito…

-¡Oíd! –le grité-.

-Os he traído galletas –le dijo Alexei con una de esas sonrisas que guardaba para nosotros-.

-¡Gracias! –el niño lo rodeó con sus manitas y lo abrazó-.

Astuto como una serpiente, pensé; pero al mismo tiempo tocó algo dentro de mí. La expresión de Alexei era maravillada, como si fuera la primera vez que alguien lo abrazaba de ese modo. Me di cuenta de que ninguno de nosotros solía hacerlo a menos que estuviéramos consolándolo por algo. Con todo lo que hacía por nosotros no es que recibiera muchas muestras de agradecimiento por nuestra parte, admití con cierta vergüenza.

Después de un rato el niño se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y empezó a devorar las galletas. En vez de morderlas se las metió enteras en la boca. Tenía unos modales espantosos.

Le lancé una mirada a Alexei pero él ya estaba ocupado con otra cosa.

-Traerlo aquí no ha sido la mejor idea. Le preguntaré a Malik si puede quedarse con él.

No dije nada. Mientras saliera de aquí me traía sin cuidado adonde fuera.

***

Me propuse ignorar a mi hermano durante los siguientes días y lo logré hasta que llegaron los enviados. Estando ellos aquí no importaba demasiado mi opinión personal, todavía se esperaba que estuviera entre los delegados escogidos para recibirlos. Considerando que no vinieron todos a la vez eso supuso que Malik y yo nos pasáramos prácticamente todo el día fuera del palacio. Todavía no llegaba el invierno pero el clima ya era frío; en Aenia, sin importar el mes del año, siempre lo hacía. Era habitual que pilláramos una tormenta mientras nuestros vecinos al otro lado de la frontera disfrutaban del sol.

El último en llegar fue el enviado de Ystania, un hombre mayor con el pelo y la barba blanca que caminaba con la seguridad de los años y el aplomo de la juventud. Se acercó a nosotros con una sonrisa amistosa que por alguna razón provocó que se la devolviera, y mientras se inclinaba para besar mi mano enguantada escuché a Malik tomar aire ruidosamente. Lo miré de reojo y vi que observaba al anciano con los ojos abiertos de par en par. Como si lo reconociera. Observé al enviado con mayor atención pero no creía haberle visto antes. El hombre se frotó la barba sin dejar de sonreír y se inclinó ante Malik.

-Es un gusto conoceros, príncipe, princesa. Mi nombre es Sigul Naser. Ystania os manda saludos, y de Su Majestad sus mejores deseos para este nuevo reinado.

Malik abrió la boca pero no dijo nada, simplemente se quedó ahí parado con ella abierta.

-Muchas gracias, milord –dije yo. Me aseguré de codear a Malik muy fuerte-.

Malik volvió en sí.

-S-Sí, m-muchas gracias N-N-Nas… ¡Soy vuestro mayor admirador!

Casi me caí de la impresión.

-¡Malik!

Pero el hombre solo se rio afectuosamente y nos tendió un brazo a cada uno.

-Tengo aproximadamente tres minutos para que me haga cualquier pregunta que desee, príncipe Malik, antes de que mi ayudante se ponga firme y me lleve a la fuerza.

-¡Oh, nadie podría con vos!

Dos minutos después, mientras el enviado contaba una historia acerca de cómo se enfrentó a un oso y Malik lo escuchaba maravillado, algo hizo clic en mi cabeza y descubrí quien era este hombre. En mi defensa, nunca presté atención en Historia, aunque Malik tampoco lo hacía excepto cuando algo captaba su atención y por lo visto este hombre lo había hecho. Sigul Naser nació como un plebeyo pero conoció en su juventud al rey de Ystania, Taek II Zandriel, de quien se convirtió rápidamente en un amigo cuando este reconoció su valía. Siendo ya grandes amigos, Sigul salvó a su rey de una muerte segura cuando este fue atacado, perdiendo de esa manera una oreja, y el rey estuvo tan agradecido que ofreció la mano de su hermana como recompensa. Era la historia más famosa de Ystania, la del héroe y la hermosa princesa Araska que se enamoró de él al instante, pero dejando eso de lado Sigul Naser era la figura militar más grande de Ystania en los últimos años.

Se decía que la princesa Araska fue la mujer más hermosa de todo el reino, con los ojos azules de la familia y un hermoso y extraño cabello tan blanco como la nieve. Elegante y grácil, desempañó su función como princesa con dedicación pero su gran pasión fue cabalgar: fue campeona en las competiciones de equitación durante cuatro años seguidos hasta que se quedó embarazada y su estado le impidió seguir participando. Nadie sabía muy bien si planeó volver con el tiempo porque diez meses después de dar a luz murió de forma inesperada. Sigul Naser no volvió a casarse.

Malik siguió preguntando.

-¿Es vuestro hijo tan buen luchador como vos?

-A mi hijo le apasionan otras cosas. Ha heredado de su madre la dedicación por su país; esa fue siempre la preocupación de mi esposa, aunque él lo ha llevado a otro nivel. Perdió a su madre antes de poder conocerla y quizás por cómo hablamos de ella ha intentado siempre emularla tanto como ha podido. Mi esposa era una mujer brillante ávida por cualquier conocimiento que llegara a sus manos.

-A mí me aburren los libros muchísimo –dijo Malik-.

-Entonces nos pasa lo mismo. Siempre he encontrado más vigorizante aprender sobre el mundo a través de la experiencia propia. Mi esposa solía decirme que todas las experiencias se han vivido ya y que leyendo sobre ellas aprendemos y evitamos cometer los mismos errores. Yo le decía que vivir de otros solo te enseña a ir con tanta precaución que no disfrutas de aquello que consigues. El que se pasa la vida mirando a los lados no ve lo que tiene delante.

-Válgame dios, el príncipe Malik ya va por la vida lo suficientemente atropellado.

Malik se rio de mí.

-Su Excelencia –llamó el acompañante de lord Naser-. Tenemos que irnos.

-Sí, sí. Me retiro por el momento, Altezas. Es probable que tengamos ocasión de hablar de nuevo en los próximos días.

***

Esa noche terminamos sentados al lado del enviado de Ystania. Lo habría considerado demasiada casualidad de todos modos pero la expresión de suficiencia de Malik me dejó claro que era cosa suya. Esperaba que no hubiera atosigado al pobre hombre hasta que accedió a sentarse con nosotros.

-Ah, los jóvenes príncipes –le agradara o no quedar atrapado de nuevo con nosotros nos recibió con una sonrisa-. ¿Conocéis a mi buen amigo, el enviado Sayan? Es un compatriota mío que se mudó a las islas de sur hace veinte años y con el que hoy me he reencontrado.

-Qué gran casualidad –ofrecí-. ¿Os habéis conocido desde hace mucho tiempo?

-Unos cuantos años. ¿Treinta y cinco, quizás?

-Naser, creo que ambos lo recordamos muy bien. Era uno de los muchos hombres que disputaba por la mano de la hermana del rey, pero aquí este buen hombre nos dejó a todos atrás y se la ganó por su cuenta. Eso no se hace, hombre. Algunos pasamos años cortejándola.

Aunque su tono era de chanza no me quedó claro si seguía enfadado o no.

-Sayan es un poco rencoroso pero no se lo tengáis en cuenta. Cuando bebe se le suelta la lengua.

Sayan se levantó, su cara roja por el enfado.

-Siempre has tenido una opinión demasiado elevada de ti mismo, Naser. ¿Sabes qué? No eres uno de los nuestros. Nunca lo has sido. Hueles a estiércol y a sudor, campesino, y eso es lo que serás toda tu vida.

Sigul se rio de él.

-¿Eso es un insulto? Los campesinos me suponen mucho más respeto que tú.

Por un momento pareció que Sayan iba a lanzarse sobre él y a golpearlo pero en el último momento se dio la vuelta y se marchó. Nos quedamos todos boquiabiertos por el espectáculo.

-Ah, lo he vuelto a hacer –levantó la copa y nos la mostró en señal de saludo-. Puede que a él no sea al único al que se le va la lengua.

Bebió de un trago y al terminar dejó la copa sobre la mesa con un golpe fuerte. Todos nos apresuramos a actuar como si no hubiera pasado nada pero Sigul siguió hablando.

-Le dije a Taek que no tengo la actitud necesaria para este trabajo pero no me escuchó. Él ya sabe que digo lo que pienso aunque consiga con ello enfadar a la otra persona, pero ni con esas. En fin, podría haber ido peor. Por cierto, es un buen partido el que tenéis ahí. Vuestro hermano. Ha cogido al vuelo la mitad de las trampas que le han lanzado durante el encuentro de hoy y les ha dado la vuelta. Al menos de las que yo haya notado –sonrió, sabía perfectamente de lo que estaba hablando-. No está tan mal.

En ese momento pasó por delante el enviado de Arrandan, quien iba acompañado por un muchacho de apenas dieciséis años, muy rubio y de ojos verdes. Iban cogidos del brazo y tenían sus cabezas muy juntas mientras hablaban. El muchacho se rio de algo que dijo y su rostro se iluminó. De verdad era guapo.

-Él es Kravic, el enviado de Arrandan, y su marido.

-¿Marido? –repetí con un chillido-.

Naser elevó una ceja hacia mí y explicó:

-Es un fértil.

-…Ah.

-Nunca he visto a un fértil –dijo Malik-.

-No quedan muchos en Aenia –añadí, más bien con la intención de defenderme-. Creo que quedan una docena como mucho, y hace años que ninguno viene a la Corte. Lord Hamilton se casó con un fértil de las islas del sur, ahora que recuerdo, pero se mudaron hace unos años. Parece que los fértiles prefieren climas más cálidos –no pude evitar decir esto último con cierto desdén-.

-Yo tengo un nieto fértil –nos contó Naser-. Un niño de cuatro años. Es adorable, cuanto menos. Tengo otros dos nietos mayores que él, de siete y once años, que nacieron de la primera esposa de mi hijo. Son exactamente igual que su padre, mientras que Shiva es igual a su abuela. Mi esposa… Ella tenía el pelo plateado y los ojos azules claro de todos los Zandriel. Ahora solo tiene cuatro años pero cuando sea más grande se parecerá más a ella, y yo… -se encogió de hombros-. Su tío abuelo… el rey, ya lo adora. Se tomó a mal la muerte de su hermana y para él es como si la hubiera recuperado.

-Di…Dicen que los fértiles son muy hermosos –tartamudeé-.

-Lo son.

Se sumió en el silencio e imaginé que ya no quería hablar más. Había una clase de añoranza en su rostro; treinta años después de la muerte de su esposa todavía seguía viva dentro de él. Me pregunté si así habría sido Madre si no hubiera optado por la vía fácil. Dentro de muchos años se habría sentado en una de estas mesas, rodeada de esta misma gente, y le habría contado a todo el que quisiera escucharla historias sobre Padre. De ser así, esta misma nostalgia habría cubierto su semblante, y lo habría extrañado hasta el día de su muerte.

***

-¿Realmente le habéis contado a Sigul Naser que la abuela y el duque de Sapphen han rechazado la regencia, que el tío Julius ha muerto antes de poder tomar el cargo y que posiblemente vayan a nombrarme rey? ¿En serio? ¿Incluso lo de nuestro secuestro?

Alexei entró echo una furia mientras Malik, Marianne y yo estábamos en el cuarto de juegos. Marianne corría alrededor de la habitación haciendo volar una mariposa de juguete con sus manos extendidas al cielo, lo que en parte me hizo recordar mi interés por estudiar magia y preguntarme por qué Madre decidió que ella fuera la única que la estudiara, y Malik y yo nos entreteníamos juntos.

Levanté la cabeza cuando Alexei entró gritando y fruncí el ceño con confusión.

-¿Cuál es el problema? Él nos habló de su familia.

-¡Josefine! Hay cosas que no le podéis contar a nadie, ¡sobre todo si esas cosas son personales o tienen que ver conmigo!

-No le dijimos gran cosa –intercedió Malik-.

-¿Ambos sois estúpidos? ¿No gran cosa? Se lo contasteis todo.

-Él nos habló de su fallecida esposa y de sus nietos y parecía tan triste… -todavía me dolía el pecho cuando recordaba su tristeza-.

Alexei se echó a reír.

-Bueno, buen trabajo, ahora amenaza con contarle a la Confederación que “un chiquillo de quince años” piensa tomar el trono sin consultarlo con ellos, lo que significa que cuando lo sepan cada idiota de este continente va a meter las narices en mis asuntos. “Un niño apenas, con el carácter sin formar, ¿qué nos sucederá si coge una rabieta y decide romper el tratado, echar abajo la barrera y levantarse en armas contra nosotros?”. Eso es lo que se ha atrevido a decirme a la cara vuestro adorado Sigul Naser. Así que o accedo a firmar un acuerdo risible para Aenia que nos comprometa a darle provisiones por un precio injusto o dejo que vengan de fuera y me digan lo que puedo y no puedo hacer y que me planten un regente de su elección que sabrá poco o nada sobre nuestra tierra. Gracias por eso, por cierto. Habéis sido ambos de gran ayuda.

Se dio la vuelta para marcharse. Me levanté de un salto.

-¡Esperad! ¿R-Realmente ha hecho eso?

Me envió una mirada enojada.

-Por supuesto que ha hecho eso. ¿Acaso pensáis que todos ellos están aquí de vacaciones? Desde luego vuestro amigo ha demostrado tener menos escrúpulos, ese bastardo –apretó los puños- pero es lo que han estado haciendo todos desde que han llegado.

-Debisteis… decirnos algo. Nos visteis hablando con él…

-Josie, no es que supiera que ibais a contárselo todo –se frotó la frente. Esa actitud derrotada era peor que verlo enojado con nosotros-.

-¿Qué vais a hacer?

-No voy a aceptar un acuerdo desventajoso. No voy a dejar que mi pueblo pase hambre por culpa de un chantajista.

-Pero entonces… ¿vais a renunciar a vuestros planes?

-No voy a perjudicar a mi pueblo, si es lo que queréis decir, pero tampoco voy a dejar que se salga con la suya.

Esa noche, mientras todos disfrutábamos del festín que se nos sirvió, Alexei se levantó de la mesa principal e hizo llamar nuestra atención golpeando su cubierto contra la copa de cristal que sostenía en la mano. Nos miró con una sonrisa beatífica que por poco me engatusó a mí también.

-Esta noche tengo dos anuncios muy importantes que dar y de gran interés para mi familia –dijo, su sonrisa volviéndose engañosamente tímida-. Permitidme ante todo disculparme por la interrupción ya que la emoción ha conseguido superarme y me siento coaccionado a compartir mi alegría con todos vosotros –ahí su sonrisa se volvió vagamente divertida-. Comenzaré con anunciaros una situación que ha colmado mi corazón de dicha, pues por fin una persona muy importante para mí ha accedido a tomar su lugar en mi familia.

Los vi mirar alrededor buscando un rostro femenino. No fui la única que malinterpretó sus palabras, aunque yo las recibí con bastante más incredulidad. Nunca había visto a Alexei mirar dos veces a una chica y francamente me insultaba que no me la hubiera mencionado ni una sola vez.

-Aradon –llamó Alexei-.

Un niñito pelirrojo con la cara llena de pecas y al que le faltaba un diente de la paleta superior se subió al estrado con Alexei luciendo muy, muy nervioso. Parpadeé. Se trataba del mismo niño al que había echado de mi cuarto apenas unos días atrás.

-Señoras y señores, este es mi hermanastro Aradon. A partir de este momento formará parte de la Familia Real como mi hermano de sangre y aunque no le de mi apellido será tratado como el príncipe que es –su sonrisa desapareció ya por completo y nos miró con advertencia-. Confío en que todos respetéis mis deseos.

Sentado unas mesas más allá vi al Consejero Roderick. Su cara estaba verde y lucía realmente enfermo. No es que yo supiera esto pero cualquier represalia que hubiera podido tomar el Consejero Roderick acababa de ser aplastada ahora que el niño había sido presentado públicamente. No podría hacer con este lo mismo que había hecho con el resto de bastardos nonatos del anterior rey.

-Ahora el segundo anuncio de la noche y que tiene que ver también con un miembro de mi familia al que todos valoramos y respetamos. Por favor, Su Alteza.

Mi abuela, la reina viuda Josefine Myrthäel, a quien la mayoría de miembros de la Corte no había visto en catorce años ya que se mantenía apartada en su solar, caminó lentamente –muy lentamente- hasta donde Alexei se encontraba. Vestía muy elegante y llevaba el pelo recogido y adornado con pequeñas perlas. No era hermosa; no lo fue ni siquiera cuando fue joven. Tenía las facciones muy marcadas, una mandíbula puntiaguda que le hacía ver feroz y unos ojos duros que no evocaban nada de la feminidad que deberían. Pero era temida y respetada y eso contaba mucho más que la admiración masculina, o eso es lo que decía ella.

Alexei bajó los últimos escalones y la tomó de la mano. Sonrió, esta vez una sonrisa de verdad. Esta era una de las cosas que jamás entendería de Alexei. A él realmente le gustaba la abuela. La mujer que no tenía ni una sola palabra buena para absolutamente nadie y que echaba sin miramientos a cualquiera que la molestara en su solar.

Ambas nos llamábamos igual; eso debería haber creado un vínculo entre nosotras, creo, pero tal entendimiento nunca llegó a tener lugar. Una vez, cuando Madre todavía me obligaba a visitarla todos los meses, la abuela me llamó niña estúpida y me lanzó una manzana a la cabeza. Le lloré a Madre durante semanas para que no me obligara a volver y cada vez que iba sucedía algo similar. La abuela sencillamente no tenía el tacto que una esperaría de una mujer que fue madre, aunque considerando la brecha que hubo entre mi padre y ella no debió hacerlo mejor con él que con sus nietos.

Alexei habló una vez subieron ambos al estrado.

-Su Alteza la reina Josefine siempre ha tenido en su corazón los mejores deseos para nuestro amado país y nos ha servido con su fuerza, su dedicación y su ferocidad durante cuarenta años. Bajo su mandato vivimos tiempos de crecimiento cultural y económico; no podríamos haber pedido un gobernante mejor y es por eso que en estos tiempos de tristeza, habiéndonos dejado nuestro rey hace tan poco, abrazamos con alegría la asistencia de la reina Josefine, quien durante un tiempo pondrá su inteligencia y diligencia a nuestro servicio, se convertirá en mi inspiración y me enseñará todo aquello que hizo de ella una gran reina igual que hizo ya mi padre. No olvidemos su delicada salud y que está haciendo un gran esfuerzo por todos nosotros así que démosle nuestra mayor acogida a la mujer que aunque por menos tiempo del que nos gustaría ha aceptado el papel de regente, un papel que desempeñará, y estamos seguros de ello, con gran efectividad durante los próximos seis meses.

Seis meses. Para entonces la barrera estaría cerrada y ya nadie podría impedirle a Alexei hacer lo que le viniera en gana.

Dos sillas a mi derecha Sigul Naser empezó a reírse a carcajadas. Con la mano temblando cogí mi copa y bebí. Parecíamos haber evitado una tormenta.

***

Cinco años después…

Año 222.

Me tiré al suelo y rodé, manteniendo durante todo el tiempo la vara pegada a mi cuerpo para evitar perderla durante el combate, y de esa manera evité el golpe. Cuando me levanté lancé mi propio ataque con energía pero entonces la mitad inferior de mi cuerpo quedó paralizada y me caí de cabeza. La vara cayó a mis pies.

-Habéis bajado la barrera, princesa –me dijo mi instructor-.

Lo miré de mal humor pero asentí al tiempo que me incorporaba y me limpiaba las rodillas. Tendría raspones de nuevo.

-Cuando no se cuenta con experiencia de ataque uno debe ceñirse a la defensa. Os lo he dicho montones de veces. Os concentráis tanto en el ataque físico que olvidáis la defensa mágica, y ese es otro error. Alejaos al extremo opuesto y practicad a mantener vuestra barrera. Yo atacaré.

-¿Podemos seguir con lo que estábamos haciendo?

-No. Al extremo opuesto.

Bufé y me moví donde me indicó. Odiaba cuando sus clases giraban entorno a la defensa mágica. Lo había intentado con todas mis fuerzas durante los primeros meses desde que el instructor llegó al palacio pero fue inútil; se me dijo que nunca llegaría a tener un nivel básico me esforzase lo que me esforzase y que a lo máximo a lo que podría aspirar sería a usar instrumentos mágicos que me ayudaran a conectar con los residuos de magia que todavía tenía dentro, la poca que me quedaba. Trece años sin practicar magia era demasiado tiempo, era afortunada de que quedara algo que rescatar. Yo no me sentía para nada afortunada. Habían pasado cinco años desde entonces y todavía tenía que esforzarme al máximo simplemente para hacer funcionar los instrumentos.

Para evitar que lo mismo les pasara a mis hermanos a todos se les asignó clases. Marianne era sin duda la más talentosa, pues Madre ya le había enseñado unos pocos hechizos, seguida de las gemelas que empezaron muy jóvenes. Malik era de lejos el peor, sin contarme, porque aunque no tenía mi mismo problema el suyo era la falta de ganas.

Por Alexei habíamos hecho todo lo posible, en vano. Siendo dos años mayor que yo hacía tiempo que había perdido toda capacidad de hacer magia. El día que mi instructor se lo dijo, el pobre hombre luciendo pálido y tembloroso, Alexei recibió la noticia sin pestañear siquiera.

-Bien –había dicho-. No pasa nada.

Y luego le había ofrecido un té al instructor para calmar sus nervios. Malik todavía se reía al recordarlo.

Alexei cada vez tenía más momentos así, y me preocupaba. No parecía prestar ninguna atención a sus problemas personales y se enfocaba demasiado en los de los demás. Malik me decía que estaba siendo tonta al preocuparme pues en realidad siempre había sido así, y que era mi culpa por notarlo ahora. Yo opinaba que no sabía de lo que hablaba, luego recordaba los diez días que estuvimos encerrados en el sótano y que en ningún momento expresó preocupación por sí mismo. Él solo dijo que me sacaría de allí.

De algún modo, eso hacía que quisiera todavía más que él estuviera bien. Me propuse hacerme más fuerte hasta ser capaz de proteger a todos mis hermanos. No quería ser de nuevo quien necesitara protección.

***

Me encontré con Raphael esa tarde, al salir de la herrería donde encargué que me hicieran una espada; él corría calle abajo.

-¡Raphael!

Se giró y me vio.

-Princesa. Venid conmigo –aunque siempre era cortés hasta decir basta esta vez me cogió de la mano sin ceremonias y me arrastró detrás mientras corría. Agradecí no estar vistiendo una falda abombada. Aunque no me atrevía a salir con pantalones no había manera de que me pusiera un corsé y un cancán. Ya era lo suficientemente voluminosa, no necesitaba llevar una falda que me impidiera pasar por las puertas, gracias. Eso significaba que el vestido caía con ligereza y la tela rozaba mis piernas, y también que podía coger un puñado de tela y levantar la falda para no tropezarme-.

Raphael se detuvo de improvisto y entró en un edificio. Una campanita sonó cuando entramos y un hombre con uniforme salió a recibirnos.

-Buenas tardes, milord, milady. Por favor, acompáñenme. ¿Esperan más compañía?

-Solo seremos milady y yo.

Empezamos a seguir al hombre. Tiré a Raphael del brazo.

-¿Dónde estamos? –levanté una mano para sujetar el sombrero que llevaba pues con las prisas había terminado ladeado. Mi respiración también era irregular, aunque fuera esto por la corrida o porque Raphael sujetaba mi mano no lo sabía. Empecé a sonrojarme-.

-En una casa de té, por supuesto.

-Por supuesto –repetí-. ¿Y por qué me habéis traído a una casa de té?

-¿No puedo querer pasar tiempo con vos? –me sonrojé todavía más pero ya no me miraba. En cambió susurró-. Mi padre me ha encargado que siga a Su Majestad. El rey ha cancelado todas las reuniones de la tarde sin dar explicaciones y cuando ha salido se ha negado a que alguien lo acompañara. Creemos que va a encontrarse con una mu…

-¡Josie!

Levantamos la cabeza al unísono cuando una voz infantil se alzó por encima del suave susurro de conversaciones y el tintineo de las tazas. Vimos una cabeza rubia en una de las mesas más adelante y luego una segunda cabeza rubia se le unió.

-Sí –le dije a Raphael-. Mi hermano está tan solicitado que va a citas de a tres porque ya no le queda tiempo en su apretada agenda y cortejarlas una a una es demasiado tradicional.

Esta vez fue él quien se sonrojó.

Jessica y Liliana empezaron a hacernos señas para que nos acercáramos. Lo hicimos sin pensar demasiado pues ya nos habían descubierto de todos modos. Otra voz les ordenó que se bajaran de encima de las sillas ya que se habían parado sobre ellas para vernos. Las gemelas hicieron mala cara pero obedecieron.

-Josie, ¿a que es maravilloso? ¿A que sí? ¡Estamos en una casa de té! –exclamó Jessica al tiempo que se dejaba caer en la silla de al lado de Alexei. Me fijé en que los tres vestían modestamente, seguramente para pasar desapercibidos-.

-Lo es, Jessica.

-¿Estáis en una cita? –preguntó Liliana de la nada-.

Alexei parpadeó, luego sus ojos se estrecharon cuando se fijó en nuestras manos unidas. Me solté.

-Le prometí a la princesa que la acompañaría ya que deseaba visitar este lugar.

-Gracias –dijo Alexei-. No habría sido apropiado que viniera sola.

Liliana codeó a Jessica.

-En realidad están en una cita. Es solo que no lo dicen –susurró lo bastante alto para que las mujeres que estaban sentadas cerca giraran la cabeza para mirar. Me apresuré a sentarme para no llamar más la atención sin esperar a que Raphael me apartara la silla. Aun sentada mi cabeza sobresalía en el mar de gente sentada alrededor así que bajé los hombros y agaché la cabeza. Hacía tiempo que no me sentía tan consciente de mis dos metros de altura-.

Las gemelas armaron un gran escándalo durante la merienda; la verdad es que fue un milagro que no nos echaran. Las dos niñas estaban felices a pesar de que Alexei solo les dejó beber un par de sorbos y luego les pidió zumo. Me contaron que antes de venir aquí habían visitado una tienda de ropa y que estaban deseando volver. Mientras tanto, Alexei les peló una manzana y la cortó en trocitos.

-Elegimos un vestido que nos llegará la semana que viene –dijo Jessica emocionada-.

-Eligieron la tela –explicó Alexei-.

-Combina con el color de mis ojos, lo dijo Alexei.

-Y nos dijo que compraría helado y que podríamos comérnoslo cuando llegáramos a casa –añadió Liliana-.

Siguieron parloteando durante una eternidad y la verdad es que, con todo, fue un buen día. Pasar tiempo con mis hermanos estaba bien, claro, pero lo mejor fue que Raphael estuviera con nosotros. Me cogió del brazo cuando salimos y de nuevo me sentí flotar. Cuando se despidió besó mi mano (la de las gemelas también) y se marchó.

Dejamos a las gemelas con su niñera y salimos afuera de nuevo. Alexei comentó que tenía cosas que hacer.

-Esperad. ¿Podemos sentarnos un momento y hablar?

Miró el banco que le señalé con el ceño fruncido. Lo de que tenía prisa no parecía una excusa, sin embargo accedió. El banco en el que nos sentamos estaba apartado del camino de modo que para poder escucharnos tendrían que atravesar la maleza y quedarse al descubierto.

Nos sentamos en silencio durante varios minutos. No sabía cómo empezar una conversación que desembocara en lo que quería decir realmente así que se lo solté abruptamente.

-Tengo dieciocho años y me gustaría encontrar marido.

Me elevó una ceja. Está bien, no necesitaba encontrar marido, más bien necesitaba convertir en mi marido al candidato que ya había encontrado.

-Me gustaría casarme con Raphael. Es decir –carraspeé-, querría que organizarais… que le dijerais… como si fuera vuestra idea –ante su silencio comencé a transpirar-. Él-Él es… es un noble y… su familia está muy bien situada… y estando su padre enfermo… -suspiré. Estaba siendo idiota y dando vueltas cuando ambos sabíamos perfectamente lo que quería decir-. Sabéis que siempre me ha gustado.

-Sí. Ese es el problema –no me miró y ese debería haber sido el primer indicativo que me hiciera saber que mi petición no estaba yendo tan bien como creía, pero no lo vi así. Era mi hermano y siempre me había dado lo que quería, no pensé que esta vez sería diferente-. Es por eso que esto es tan difícil. Josie, os encontraré un prometido que esté a vuestra altura, pero dicho prometido no puede ser Roderick.

-¿Qué? –pregunté completamente confusa-. ¿Por qué decís eso? Alexei, tiene perfecto sentido lo que sugiero. Lo conocemos desde siempre y sabéis que me tratará bien y que al menos se preocupa por mí. ¿No es ese un comienzo mejor que… que cualquier otro que podáis encontrarme?

-No es tan sencillo.

-¡Entonces explicádmelo!

-Roderick algún día va a suceder a su padre, y aunque tuviera otro hermano su familia no puede emparentarse con la nuestra. Os lo dije hace años. La función del Consejero Roderick es velar por Aenia por encima de los intereses personales, incluso de los míos. No puede haber conflictos familiares de por medio. Os lo dije, Josie.

-No –me levanté-. No podéis hablar en serio. ¡Haced que lo haga otra persona!

-¿Vais a quitarle el puesto para el que se ha preparado toda su vida?

-No, yo… Él todavía puede ser un consejero, solo… no así.

-¿Como representante de qué familia? Es un noble pero de una casa menor. Cuando se le propuso a su antepasado el nombramiento de conde lo rechazó con el fin de seguir en el puesto que ocupaba y que algún día él también ocupará. La próxima generación no debe tener sangre real.

-Soy vuestra hermana.

-Y accederé a casaros con cualquier otro hombre, pero no con Roderick.

-No podéis hacerme esto. Por favor. No tiene que ser un problema. Él puede separar lo personal de lo profesional.

-¿Os sentiríais a gusto viendo que se enfrenta a mí?

-No tiene que pasar. ¿Por qué estáis aventurando problemas?

Suspiró.

-Lo siento, Josie. Realmente lo siento.

-No podéis pedirme que simplemente me olvide de él –me sequé las lágrimas con el dorso de la mano. Ni siquiera lo noté cuando empecé a llorar-. Él es todo lo que siempre he querido y vos lo sabéis.

-No estoy disfrutando con esto.

-Se nota que nunca os habéis enamorado –continué-. Porque entonces no podríais mirarme a la cara. No seríais tan cruel si supierais lo que se siente.

Esta vez no me respondió.

-Os llegará también vuestro turno y entonces veréis lo que hacéis por amor. Ese día sabréis el daño que me estáis causando innecesariamente. Raphael ni siquiera es tan importante. Estáis siendo cruel por capricho.

Se levantó también y me cogió del brazo.

-No quiero que estemos peleados, Josie. No convirtáis esto en un motivo de distanciamiento. No os niego lo que queréis para heriros. Nunca querría heriros.

Me solté.

-La intención en ocasiones no es lo que cuenta sino el desenlace –le dije amargamente-.

Me di la vuelta y eché a correr antes de que pudiera decirme algo. No podía creer que mi propio hermano actuara contra mí de esta forma ni que destrozara mis sueños sin pensárselo. Nunca creí que llegaría el día en que me defraudara de esta manera.

***

Puede parecer hasta cierto punto extremo pero lo odié durante mucho tiempo. A medida que pasaban los meses me di cuenta de muchas cosas, como del remordimiento que sufría Alexei en silencio, pero mi propio pesar contaba más para mí. Poco después de nuestra discusión el Consejero Roderick murió y Raphael tomó su lugar. Sostuve su mano durante el funeral, dos amigos compartiendo un dolor conocido, pero nada de la exaltación que habría sentido en el pasado por su contacto me embargó ese día. Ahora sabía que nunca sería para mí aunque correspondiera mis sentimientos, cosa que no sabía si hacía, y dolía. Dolía muchísimo.

En comparación odiar a Alexei resultaba mucho más fácil. Con el tiempo incluso dejé de sentirme culpable por ello.

Un año después de nuestra discusión le pedí que me permitiera mudarme a la mansión que Malik heredó de nuestros padres en la ciudad y aunque no parecía contento con ello me lo permitió. Estaba muy cerca, a quince minutos del palacio caminando, y mis amigos y hermanos me visitaban continuamente, excepto Alexei. Cumplió su palabra cuando le hice prometer que no me molestaría.

A veces me echaba para atrás. Era mi hermano y, pese a todo, le quería, pero otras veces el resentimiento era más fuerte y me impedía buscarlo. Al final simplemente me acostumbré a no tenerlo alrededor.

Pasamos nueve años más de esta manera.

Fue Malik quien me obligó a encararlo finalmente.

-Ninguno de nosotros puede ir con él. Un amigo mío necesita mi ayuda, Marianne está a punto de dar a luz y las gemelas… realmente no serían de mucha ayuda, así que tenéis que ser vos.

-Tiene a Aradon. Él va a ir con Alexei, ¿verdad?

-Aradon es un Sanador. Él no sabe nada de política.

-No voy a ir. Tendrá que ir a Ystania con lo que tiene.

-Josie, esto es un asunto nacional. Tendréis que apartar vuestros motivos personales –me dijo firmemente-.

Me eché a reír.

-¿Vos me estáis hablando de asuntos nacionales? Nunca os habéis tomado vuestra posición en serio.

-Vais a acompañar a nuestro hermano a la reunión que tendrá lugar en Ystania y no hay nada más que hablar. Que tengáis un buen día, hermana.

Empecé a mosquearme pero Malik desapareció antes de que pudiera seguir negándome.

Una semana después sacaba mi baúl de la mansión y lo metía en el carruaje que nos llevaría hasta la frontera. Alexei ya estaba dentro esperándome y me saludó con una sonrisa que escondía nerviosismo. Le respondí mecánicamente y pasamos el resto del viaje en silencio.

***

Cada cinco años, cuando se anulaba la barrera, se celebraba una reunión en uno de los diez países de la Confederación. Quince años atrás fue en Aenia, los siguientes fueron Kren y Arrandan y esta vez le tocaba a Ystania. Normalmente cuando era el turno de este último los gobernantes aprovechaban para juntarse y negociar personalmente y de esta manera mantener las buenas relaciones. La última vez que sucedió fue hace cincuenta años y fue el rey Malik, nuestro abuelo, quien viajó hasta el país vecino con una tropa de soldados como la que rodeaba nuestro carruaje ahora mismo.

Habían pasado tres semanas desde que se anuló la barrera, con lo que podríamos haber venido más pronto, pero los que vivían más al sur necesitaban cruzar un gran territorio y aún con ayuda de la magia no era tan fácil llegar a Ystania para ellos, de modo que la reunión se celebraba la última semana de Octubre.

Cuando llegamos a la frontera primero fue la avanzadilla y luego nos tocó a nosotros pasar a través de la barrera. A pesar de haber hecho esto con anterioridad, cinco años atrás cuando visité Kren con Liliana, me estremecí al pasar: al ser la barrera invisible nunca sabías si estaba inactiva de verdad hasta que cruzabas, con lo que si te equivocabas quedabas frito en el suelo. No era una manera bonita de morir. Algunos magos decían que podían sentirla cuando estaba activa si estaban parados cerca pero obviamente esa no era una opción para mí, yo dependía de ver las consecuencias.

-Ha sido mucho más divertido de lo que pensaba –exclamó Aradon felizmente. Mi hermanastro viajaba con nosotros, lo que en realidad ayudaba a apaciguar la atmósfera-.

-¿Estáis chiflado? –le pregunté-.

-Es solo que he notado un cosquilleo cuando hemos pasado. Tanta magia… incluso inactiva es muy poderosa. Me estoy imaginando de qué manera nuestro organismo queda afectado por…

Dejé de escucharlo.

Media hora después llegamos al castillo Udren, donde tomamos un dispositivo que nos permitió viajar mágicamente hasta la capital, a dos semanas de distancia, en apenas un minuto. Eso implicó dejar atrás el carruaje y los caballos que montaban los soldados pero quedó compensado por el ahorro de tiempo. Alquilar un vehículo y caballos a nuestra llegada nos resultaría más barato que el desembolso de dinero que hubiéramos gastado deteniéndonos en posadas y comprando alimentos para tantísima gente.

De esta manera llegamos a la capital de Ystania, que era tan inmensa como había escuchado. Al salir del edificio al que nos trasportó el dispositivo iba tan desorientada que tropecé con un señor que pasaba. El hombre dijo algo y siguió caminando. Pese a haber estudiado ystaniano durante años no entendí lo que me dijo. Por su aspecto, sin embargo, deduje que me habló en el dialecto local que usaban los de clase baja.

Alexei me sostuvo del brazo y me ayudó a subir al carruaje. Estaba tan mareada que no pensé dos veces en ello.

***

-¿No queréis conocer la Corte de Ystania?

Nuestro carruaje traqueteaba por la enladrillada calle principal donde estaban unas pocas de las grandes mansiones de la ciudad. Más adelante las calles comerciales aguardaban.

-Quiero darme una vuelta, hablar con los comerciantes y ver lo que ofrecen –si entendía lo que me decían, claro. Miré por la ventana-. Decidle al cochero que no entre en la feria o no podréis salir.

Esta calle, pese a estar relativamente lejos, ya estaba repleta de gente. La feria quinquenal reunía a extranjeros y nativos por igual y convertía las calles en un hervidero. En Aenia no llegábamos a reunir una tercera parte de esta concurrencia.

-Me llevaré a varios sirvientes que me ayuden a confeccionar una lista. Hace cinco años descartamos la compra de productos vinícolas porque pensamos comprárselos a Arrandan a mejor precio y luego no llegaron a tiempo. En Kren debieron frotarse las manos por el hallazgo.

Kren estaba entre ambos países así que cuando la barrera se activó y los comerciantes todavía no habían llegado a Aenia se quedaron atrapados allí. Los comerciantes, que no llevaban encima más que lo que tenían puesto, tuvieron que vender lo que ya estaba prometido a otros para poder subsistir durante los restantes años hasta que se volviera a anular la barrera. No fueron los primeros ni serían los últimos a los que les pasaba esto mismo; ese era el peligro de comerciar internacionalmente.

-Ystania suele inflar los precios porque se aprovecha de que está mejor situado y el riesgo de quedarse en el lado equivocado de la frontera es menor. La mayoría apuesta por una inversión segura en vez de una que entraña riesgos aunque sea más asequible económicamente y lo saben bien. Es una vergüenza.

-Bueno, por algo son los más ricos del continente. Avisad al cochero de que voy a detenerme aquí.

Por la calle con la que hacíamos esquina podíamos ver el inicio de lo que era la feria, la cual se extendía durante kilómetros. El espacio estaba aprovechado hasta el último rincón con tenderetes y personas haciendo malabarismos, actores interpretando en medio de la calle y los compradores avanzando lentamente unos pegados a otros porque no cabía ni una aguja. No parecía posible que pudiera meterse una persona más. Todo esto se extendía por toda la parte vieja de la ciudad hasta el templo donde se celebraban los casamientos de la nobleza, el cual era un borrón a lo lejos.

-No podéis entrar ahí –Alexei se veía incrédulo-. Os va a resultar asfixiante, cuanto menos. No voy a quedarme tranquilo si os dejo aquí, lo mejor es que os acompañe.

-A vos os esperan en el palacio. Además, ya puedo ver lo cómodos que estaremos rodeados de todos vuestros guardias –dije con sarcasmo-.

-Yo la acompañaré –se ofreció Aradon-. De esa manera si se encuentra mal durante el trayecto le resultará de utilidad tener un Sanador a mano –me guiñó un ojo-.

-Gracias –dijo Alexei con sinceridad-.

-¿Y quién va a trataros a vos si os desmayáis? –le pregunté a Aradon con falsa dulzura. Desde que el Sanador en Jefe le dijo que era el mejor aprendiz que tenía y lo ascendió a Sanador estaba insoportable-.

-Estoy seguro de que estaré muy bien en vuestras manos, hermana.

-Desde luego. Me aseguraré de acomodaros sobre un confortable cojín, preferiblemente si os tumbáis de cara a él y os ahogáis.

-Josie, parad –me riñó Alexei-.

Aradon se estaba riendo pese a todo. Mis insultos solían tener el efecto contrario al deseado y lo divertían en vez de fastidiarlo, así que era yo la que terminaba irritable.

***

Llevábamos ya bastante rato dando vueltas por el mercado cuando Aradon se apartó para hablar con un boticario mientras yo me quedaba admirando las telas. En un momento dado las personas que tenía cerca se apartaron en estampida y me enviaron contra la tabla. Me sujeté a los rollos de tela mientras la gente se apretujaba contra mí y mis sirvientes intentaban en vano venir en mi auxilio. Estaba considerando seriamente darle un empujón a la señora que me estaba clavando su codo en el esternón cuando vi una docena de soldados vestidos con el uniforme militar de Ystania cruzar por delante de mí inspeccionando la cara de la gente y apartando violentamente a los que no eran lo bastante rápidos para alejarse de su camino. A una mujer que llevaba puesta una capucha la sujetaron del brazo entre dos soldados y la obligaron a descubrirse la cara. El hombre que la acompañaba trató sin éxito de impedírselo; quizás estaban en una cita clandestina o quizás se escondía por otra razón, pero al final vimos que se trataba de una dama noble de cabello rubio que, juzgando por el hecho de que la soltaron y siguieron su camino, no era a quien buscaban. Los soldados ignoraron los gritos de protesta de la mujer y se perdieron entre la multitud.

Aradon me cogió del brazo y me ayudó a incorporarme una vez la gente que se había apiñado a mi alrededor me dejó espacio.

-¿Qué sucede? –le pregunté, vagamente conmocionada. Me resistía a creer que este era un comportamiento normal para la élite militar de un país como Ystania que se vanagloriaba de su estabilidad-.

-Están buscando a un fértil, o eso me ha dicho el boticario –explicó Aradon-. Por lo visto desapareció hará cosa de un mes.

-¿Queréis decir que alguien se lo llevó? –había escuchado historias de ese tipo, de fértiles que eran capturados y vendidos en el mercado negro. Me parecía una cosa horrible y me hacía dar gracias de que en Aenia no quedaran muchos; no querría que en mi país sucediera algo tan inhumano-.

-No lo sé. Supongo que lo encontrarán tarde o temprano. Me ha dicho que últimamente los soldados se aparecen de improvisto todos los días y que sucede algo parecido prácticamente por todo el país. El chico es un primo de los príncipes o algo así.

-Creo que el Príncipe Heredero se casó hace años con un fértil, debe ser un familiar suyo.

-No. No recuerdo su nombre pero el apellido que me ha dado es Yarandriel. Es un apellido secundario que se les da a los que no pueden optar al trono y que significa Hijo de Zandriel, que es el apellido de la realeza de Ystania. Tiene que ser un descendiente directo. La tercera generación de un matrimonio dominante-fértil o el hijo de una princesa –me indicó con la mano una calle secundaria-. Salgamos un momento a respirar. ¿Os han hecho daño, princesa?

-Estoy bien. ¿Cómo estáis vos?

-Bien –asintió-. Seguidme.

***

Lo que debieron ser dos semanas se convirtieron en tres ya que en las dos primeras Alexei se concentró principalmente en dialogar con los países del sur que tendrían que partir antes de tiempo. El día 16 de Noviembre finalmente partimos.

Pasamos por la misma experiencia de la última vez y reaparecimos en el castillo Udren. El lord del castillo nos condujo donde estaban nuestros caballos –limpios, desgastados y alimentados- y se negó a que le pagáramos cuando Alexei hizo el intento. El rey Taek cubriría los gastos.

-Me gustaría visitar a mi amiga Mary cuando lleguemos a Aenia –le dije-. Se mudó a la costa sur hace seis meses y no nos hemos visto desde entonces. Debe estar a punto de dar a luz y no le vendrá mal mi ayuda cuando nazca el bebe. Si no os importa me quedaré allí un tiempo.

Me frunció el ceño.

-En ese caso os pido que escribáis con frecuencia para que sepa que estáis bien.

-Por supuesto, le escribiré a Marianne, a Malik y a las gemelas.

Suspiró.

-Bien. Iréis acompañada, eso no es negociable –hizo llamar a varios soldados-. Y podéis llevaros el carruaje. Aradon y yo cabalgaremos de vuelta a la capital.

-Sois muy amable.

Se me quedó mirando.

-Estamos cerca de la frontera pero vos llegaréis más rápido a la costa si cogéis el camino secundario. Os vais a ahorrar horas de viaje si nos separamos ahora.

-Gracias –y esta vez sí fui sincera-.

-Le preguntaré a lord Udren si tiene caballos extras que pueda vendernos –se bajó del carruaje y se alejó-.

-Sabe que puede ordenarle a otro que lo haga, ¿verdad? –le pregunté a Aradon-. Igual que no tenía que bajar cuando la rueda se quedó atascada en el barro el otro día y ayudó a empujar el carruaje.

Aradon escondió una sonrisa.

-Pero precisamente porque no tiene que hacerlo es por lo que todos lo aman, hermana.

Me encogí de hombros. A veces, solo a veces, recordaba lo que era sentirse atraída por su buena voluntad, pero había demasiado resentimiento para que el sentimiento prosperara.

Cuando Alexei volvió lo hizo subido a una bestia negra enorme que debió costarle una fortuna pero que sin duda era digna de un rey. Habló con nosotros durante el trayecto a través de la ventana abierta.

-El camino está ahí delante, a doscientos metros. De esa manera podréis bordear la cos… Esperad. ¡Alto! –le gritó a la avanzadilla-. Hay algo en el camino. ¡Deteneos!

Asomé la cabeza por la ventanilla.

-No veo nada. ¿Sabéis que pasa? –le pregunté a Aradon-.

Negó. Lo imité cuando abrió la portezuela y se bajó del carruaje. Los caballos relincharon nerviosos cuando pasamos por su lado. Cuando llegamos delante del grupo vimos algo tirado en el suelo. Un soldado se puso delante de nosotros para protegernos de un posible ataque, cosa en la que no había pensado antes de bajar. Bien podía ser que esto fuera una trampa. El Consejero McRae avanzó junto a Alexei hasta que estuvieron lo bastante cerca para distinguir de qué se trataba.

McRae dijo:

-Es un chiquillo. Parece malherido.

Alexei se bajó del caballo a auxiliarlo pese a las súplicas de todos. Los ojos del chiquillo estaban abiertos y desenfocados. Los cerró cuando Alexei se dejó caer a su lado de rodillas y lo sostuvo.

-Ayudadlo. Necesita un Sanador. ¡Aradon!

Aradon se acercó corriendo. Los oí cuchichear.

-Está muy débil. No va a sobrevivir, Su Majestad.

Alexei lo sostuvo más fuerte. Le gritó algo a Aradon que lo hizo palidecer. Me acerqué justo en el momento en que el Consejero McRae exclamaba:

-¡No puede, Su Majestad! ¡Llevarse a un ciudadano de otro país es un delito!

-Va a morir sin ayuda y no podemos quedarnos más tiempo. Ya vamos con suficiente retraso.

-Entonces debe morir.

Se gritaron el uno al otro mientras los otros los observábamos con una mezcla de horror y fascinación. No era habitual que le gritaran a Alexei pero tampoco era habitual que mi hermano necesitase que lo hicieran. Esta vez, sin embargo, McRae tenía razón. El castigo por llevarse a un ciudadano de otro país sin su autorización era la muerte fuera cual fuera el motivo, y el chico no podía dárnosla estando inconsciente.

Al final Alexei ganó argumentando que lo devolveríamos cuando se pusiera bien, lo que con un poco de suerte sería antes de que acabara el mes. Ordenó que lo subieran a un caballo y que emprendiéramos el camino. Me puse delante cuando los soldados se fueron a cumplir la orden.

-Estáis cometiendo un error –le dije-. El peor de vuestra vida. Dejadlo en alguna aldea cercana. Que los aldeanos se encarguen de él. No tenemos que involucrarnos.

-Los aldeanos han sido quienes lo han dejado aquí. Mirad las huellas. Marcas de carruaje, huellas de pies. Son recientes. Han pasado por su lado sin ayudarlo.

-No es vuestra responsabilidad.

-Creo que lo es. Creo que es mi deber ayudar a tantos como pueda para resarcirme por las ofensas que cometí en el pasado.

Supe que se estaba refiriendo a mí, a lo que me había hecho, y tuve que agachar la cabeza para que no viera que estaba a un segundo de… no lo sé, quizás no de perdonarlo por completo pero sí de dar el primer paso.

Puso una mano en mi hombro.

-Lo siento, Josie. Me arrepentiré toda la vida. Teníais razón. No fue justo.

-Ya no importa –me aparté. Y realmente no importaba que hubiera cambiado de parecer. Raphael se había casado seis años atrás siguiendo la última voluntad del testamento de su padre que le exigía tener descendencia en un plazo de cinco años después de su muerte si quería recibir la herencia, lo que incluía su puesto en el Consejo-. Es hora de que me vaya, Su Majestad. Tened cuidado. No… No desearía que nada malo os pasara.

Me di la vuelta y me subí al carruaje. Le ordené al cochero que fuera a la costa y los soldados que Alexei me había asignado vinieron detrás.

Debería haberme dado cuenta entonces de que ayudar a ese chico sería el principio de nuestros problemas. Una decisión precipitada que conduciría a muchas más y que sería el inicio de la caída de todo cuanto conocíamos. Pero en ese entonces no lo sabía y tardaría años en verlo.

Ese día simplemente me alejé y no volví a pensar en ello; no lo hice hasta que fue ya tarde para cambiarlo. Demasiado tarde para que cualquiera de nosotros pudiera hacer algo.

Notas finales:

¿Alguien sabe decirme cuántas veces Shiva ha sido mencionado y/o ha aparecido (si es que lo ha hecho)?


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