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AMOR Y VIDA por Korosensei86

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Notas del capitulo:

- ¡Yuuri!, exclamó gustosamente mientras dirigía su brazo derecho hacia el joven asiático, A partir de ahora seré tu entrenador y haré que ganes el Gran Prix Final.

Viktor no olvidó de rematar su frase, guiñándole el ojo a su involuntario espectador. Por su parte, Yuuri, lejos de sonreírle, sonrojarse o echarse a sus desnudos y mojados brazos, se militaba a mirarle embobado y boquiabierto, en total estado de shock. Poco a poco, las pupilas oscuras del japonés se fueron empequeñeciendo, presagiando su reacción, que no fue nuevamente en absoluto parecida a lo que la mente de Viktor había previsto:

-¿¿¿Quéeeeeeeeeeeee???


Viktor despierta en Hasetsu y comprueba que su añorado Yuuri ya no tiene el aspecto que él recordaba. 

  Fue la voz de Yuuri la que le despertó. Aquella primera vez en la que oyó a Yuuri hablar en japonés, Viktor lo encontró un conjunto de sonidos claro y transparente como un niño jugando con un tambor, contundente pero fluido como el agua arrastrando algunos guijarros río abajo. Frente al japonés de Yuuri, su ruso materno parecía un idioma decadente, lleno de suspiros melancólicos, lleno de suspiros melancólicos y hecho para hablar a cuchicheos. 


Aun en la frontera difusa de la vigilia, se preguntó si no sería cierto que una lengua reflejaba el alma de sus hablantes, pero Viktor no era lingüista, sólo patinador, por lo que se limitó a fingir que seguía durmiendo mientras disfrutaba de aquel concierto de gorgoritos. 


Poco a poco, sus recuerdos del día anterior fueron apareciendo en el horizonte de su memoria con la claridad cegadora de un amanecer. Por fin, se había atrevido, se había escapado de Rusia en pos de su esquivo amante, oculto durante tantas noches de invierno. ¡Y justo en esos momentos lo tenía a su lado! Viktor hubiese caído en la tentación de felicitarse a sí mismo si no fuera plenamente consciente de todo el camino que aun le quedaba por delante antes de poder reclamar al dulce asiático como suyo.


 


Un ligero pero insistente escozor punzó sus fosas nasales. Cuando el pequeño estornudo salió de su cuerpo, Viktor no tuvo más remedio que poner fin a su tonta pantomima. Es lo que suele ocurrir cuando duermes con el hombro completamente destapado. 


Era curioso, tan cómodo y holgado le quedaba aquel rudimentario kimono, que el cuello del mismo se le había bajado dejando a la vista parte de su espalda. ¿Le quedaría bien? ¿Le parecería a Yuuri que Viktor tenía una nuca delicada y sensual? Sabiéndose observado, Viktor se incorporó con la mayor gracia posible después de haber dormido un par de horas tras un viaje abisal. 


Perezosamente, se volvió para encontrarse con la impávida mirada de Yuuri, mientras la tela se deslizaba traviesamente por su brazo. Aún abrazaba tiernamente a su perrita como si de un peluche se tratase.


-Tengo hambre, confesó en un pastoso inglés de ronroneo.


 


Yuuri reaccionó ante la noticia como un frenético juguete robótico pasado de revoluciones.


-¿Qué quieres comer?, preguntó preso de su propio e improvisado estrés.


La respuesta le llevó a Viktor más segundos de los que a él le habría gustado, dado su todavía reciente despertar. Como si de una epifanía repentina se tratase, el afamado ruso recordó uno de los muchos objetivos que tenía su viaje: conocer más a Yuuri, hablar con él.


-Como tu entrenador, quiero saber cuál es tu comida favorita.


Yuuri se levantó diligentemente, salió a uno de los estrechos pasillos que comunicaban la sala con el resto del edificio y gritó algo en esa jerga que tan armoniosa y hermosa se le había antojado en su duermevela. Entonces la vio. 


No estaban solos, Había una mujer con ellos y saber aquello justo cuando Viktor creía haber conseguido algo de la intimidad añorada, le dio ganas de chasquear la lengua cual furiosa serpiente. Estaba a un poco más de distancia de él de lo que Yuuri había estado hacía unos momentos, como una alimaña que se esconde en la maleza antes de atacar. 


Se trataba de una mujer extremadamente delgada, incluso para una japonesa, con rasgos afilados y refinados. En consonancia con aquel conjunto de aristas que era su cuerpo, destacaban una mirada centelleante rasgada de morbosidad y una larga y oscura melena extremadamente lisa peinada en un semirecogido. La misteriosa dama, le dedicó a Viktor una descarada mirada burlona cuando se percató de que el ruso la estaba mirando, pero no dijo nada, como si entendiese que aquel no era el mejor momento para hablar o que tal vez no le correspondía decir nada. En su lugar, siguió observando a Viktor, estudiándolo desde la distancia, mientras cambiaba cada cierto tiempo de postura, arqueando gracilmente la espalda.


 Por mucha rabia que le diera, Viktor no podía negar que la señora tenía un cierto atractivo maduro, un cierto allure que la empapaba de dignidad y elegancia. Obviamente para alguien con la habilidad y la experiencia del ruso, aquella compostura tan bien mantenida, esa espalda tan recta y aquellas piernas tan delgadas y trabajadas la delataban como una bengala en una noche sin luna.


 


“Gimnasta”, dedujo “O, tal vez, bailarina”.


 


Viktor sintió hacia ella una peculiar mezcla de admiración y rechazo. Desde luego, era alguien con quién Yuuri y él tendrían en común algunas semejanzas en su estilo de vida. Pero, ¿qué hacía esa mujer ahí? ¿De qué conocía a Yuuri? ¿Y por qué se dedicaba a mirarle con tan incómodo atrevimiento? ¿Le habría observado mientras dormía? 


Fuera como fuese, la señora, quién más tarde supo que respondía al nombre de Minako-sensei, no había cejado en su empeño de mirarle con aquella expresión satisfecha, como si hubiera empezado ella solo un duelo de miradas felinas. Por culpa de ella, la espera hasta el regreso de Yuuri se le hizo aún más larga si cabe, a pesar de lo mucho que le había esperado ya.


 


“Oh, Yuuri. ¡Quiero estrecharte entre mis brazos! ¡Y dile a esta fastidiosa mujer que se vaya!”


 


Justo antes de que Viktor estuviera a punto de rendirse y girar la cara, Yuuri apareció por la puerta corredera como si de un torpe ángel salvador se tratara. Le seguía otra mujer, que portaba orgullosa una bandeja de madera con un cuenco de porcelana, del que se desprendía un frangante aroma que le ayudó, en parte, a superar su propia irritación. 


Esta nueva señora no podía ser más distinta a la anterior. De hecho, se oponía a ella como el día a la noche, o mejor dicho, como la o a la i. Si aquella que aún seguía espiándole cual espíritu atrapado desde un rincón de la habitación era delgada y angulosa, esta nueva desconocida era la encarnación de la curva y la flacidez. 


Llevaba el consabido uniforme que la identificaba como trabajadora del lugar. Lucía una corta melena cortada a la altura de la nuca de una tonalidad castaño oscuro con las puntas hacia dentro, además de una gafas de montura casi imperceptibles. Sin embargo, lo que más sobresalía de ella y lo que Viktor nunca podría olvidar era la orgullosa sonrisa de satisfacción con la que portaba el guiso, como un artista que exhibe su mejor obra, y que resaltaba la tersura de sus voluptuosas mejillas. A pesar de la falta de presentación explícita, Viktor la reconoció de inmediato, pues aquella rechoncha criatura no podía ser otra que la madre de Yuuri.


Porque Yuuri se había puesto gordo, oficial, terriblemente e inequívocamente rechoncho; y aquello, incluso con aquel delicioso aroma que tanto había contribuido a mejorar su humor; no podía irritarle más.


¿Qué demonios había hecho Yuuri esos meses con aquel portentoso cuerpo que había perseguido en sueños y que tanto había anhelado? ¡Lo había transformado en una masa de grasa que la ropa apenas podía disimular! Es más, para un patinador, que no es sino un artista y un atleta al mismo tiempo, su cuerpo es sagrado, su instrumento de trabajo, y Yuuri lo había destrozado.


 La alarmante pérdida de forma del japonés resultaba, a los ojos de Viktor, tan aberrante como un pintor que escupía sobre su lienzo. ¡Un auténtico insulto a la profesión! Pero lo peor de todo no era eso. Lo más irritante es que, por mucho que a Viktor prefiriese la tortura antes que admitirlo, su nuevo y rollizo aspecto había dotado al asiático de un inesperado atractivo. Estaba monísimo, con sus adorables mejillas de hámster enfatizando la rendondez natural de su rostro, obvia herencia de su madre. Viktor simplemente se moría de ganas de espachurrar la cara contra esa encantadora tripita.


 


La madre de Yuuri depositó el plato sobre una mesa baja de madera. Un solo vistazo al interior del cuenco bastaba para comprobar su exquisita pinta. El embriagador aroma provenía de un guiso de carne empanada embadurnada de dorado y brillante huevo batido, sobre un lecho de sencillo arroz blanco y decorada con lo que parecía cebolla caramelizada y algunos guisantes dispersos en el plato como perdidos.


-¡Amazing!, exclamó impúdicamente.


Aquella abundancia y flagrancia era justo lo que su maltratado sistema digestivo necesitaba para asentarse y Viktor, acostumbrado a alternar la alta cocina con comida precocinada, nunca imaginó que tan humildes ingredientes pudieran construir un conjunto tan llamativo y tentador.


-¡Deibutsu katsudon no oomori desu!, anunció la madre de Yuuri con voz cantarina.


Viktor no se molestó a esperar una traducción por parte de nadie, si no que se abalanzo ávido e intrigado sobre el plato. El sabor golpeó sus papilas gustativas sin ningún atisbo de piedad. En su boca, la textura gelatinosa y suave del huevo embadurnaba la ternura del cerno empanado, contrastando sabiamente con con el insípido pero crujiente y cálido arroz así como con la agridulce cebolla. Aquella sensación tan espontánea y auténtica solo podía ser expresado en su lengua materna:


- ¡Vkysuno!, exclamó.


 


Contradiciendo su elegancia habitual, Viktor no pudo saciarse con el primer mordisco. Necesitaba más y más de aquella bien armonizada danza de sabores, hasta que pronto se encontró engullendola como presa de una recién descubierta adicción.


-¡Qué delicia! Está buenísmo, continuó explicando en un inglés embadurnado por los restos de comida que invadían sus carrillos, ¿Esto es lo que come Dios?


 


Si bien para alguien que no había degustado algo tan rotundamente rico en toda su vida, las palabras de Viktor podrían considerarse una exageración, este no había hablado con tanta sinceridad jamás. Sí, señor, aquel katsudon o como se llamara era casi mejor que el sexo, casi tan delicioso y satisfactorio como la mamada de Yuuri en cierto pasillo de hotel. Entonces cuando ambas ideas se conjugaron en su mente, una pequeña sospecha, que no tardaría en confirmarse, empezó a fraguarse.


Yuuri bajó tímidamente su dulce y amplificado rostro adornado con un tierno y alegre rubor:


-Me alegro de que te guste, confesó en voz casi inaudible.


La inquisitiva mirada de la mujer misteriosa y delgada que aun no se había largado cambió al fin su objetivo de Viktor a Yuuri, aunque no por ello abandonó esa expresión condescendiente:


-Yuuri tiende a engordar, explicó en inglés y con tono de mofa, así que no puede comerlo si no gana una competencia.


Yuuri reaccionó al comentario con una ligera vergüenza e incomodidad y Viktor odió a la mujer por ello.


“En serio, ¿Quién te ha preguntado? ¡Estaba hablando con él!”


 


Aún así, Viktor se alegró de tener una pista más de lo que había ocurrido con Yuuri en ese tiempo.


-¿Has comido este tazón últimamente?, preguntó


-Yes, yes, confirmó inocentemente Yuuri, Lo como a menudo.


Más tarde se arrepentiría de aquello, y mucho, sobre todo teniendo en cuenta lo hiriente y desconcertante que debió de ser para su adorado y curvilíneo japonesito. Pero, ya estaba hecho. El comentario escapó de su lengua como una decidida y certera daga. Simplemente, estaba demasiado enfadado como para controlarse.


-¿Por qué? ¡Pero si no has ganado ninguna!


 


La expresión gélida de su otrora sonriente y adorable Yuuri le avisó de hasta qué punto estaba metiendo la pata. Y, sin embargo, Viktor solo podía continuar dando rienda suelta a su ira. “Es culpa tuya. Tú me rechazaste. Tú me sedujiste para después abandonarme. ¡Y mira lo que te has hecho! Te lo mereces.” Presa de su infantil resentimiento, Viktor continuó lanzando sus dagas:


 


-Con ese cuerpo como el de un cerdo, no tendría sentido enseñarte nada. Debes recuperar el estado físico que tenías en el Grand Prix, comentó con saña Viktor mientras se retiraba coquetamente un par de granos de arroz de la cara, antes de entrenarte. Hasta entonces, nada de tazones de cerdo.- Viktor tomó aire para acentuar la parte más decisiva de su falsamente amable regañina.- ¿Entendido, cerdito?


Era cierto. Yuuri era un cerdito, su lindísimo, encantador y regordete cerdito. En cierto modo, su obesidad no podría haberle venido mejor a Viktor, pues le daba tiempo para pensar y planificar mejor su siguiente paso. Ahora que ya estaba frente a su deseado nuevo alumno, Viktor se daba por fin cuenta de que no había entrenado a nadie en su vida, de que no tenía ni remota idea de cómo proceder y de que tal vez había hecho otra promesa que no podía cumplir. Siendo sinceros, la principal razón que lo había movido a cruzar mar y tierra para encontrarse con Yuuri tenía muy poco que ver con el patinaje en sí. Lo único que quería, el deseo que de verdad le mortificaba las entrañas, era volver a hacerle el amor: durante horas, para siempre, eternamente, hasta quedar completa y totalmente reseco y exprimido. Viktor se premió con la salvaje idea de que semejante ritmo de trabajo físico seguramente ayudaría al rollizo japonés a bajar de peso. Con la determinación obsesiva con la que perseguía todas sus metas, la misma fuerza motriz incesante que le había llevado hasta aquel alejado rincón del mundo, el ruso sabía que no tardaría en colarse en el futón de Yuuri, aun si para eso tenía antes que convertirlo en el campeón que aquel vídeo viral presagiaba. Para ello tenía que proceder con cautela y presagia. Aprovecharía las semanas que Yuuri tardase en bajar de peso para estudiarlo cuidadosamente, para averiguar cómo actuar, en tanto que su entrenador pero también como conquistador. 

Notas finales:

Supongo que habrá gente que esté enfadada con Viktor, y lo siento XD. 

Estaba algo enfadada cuando escribí esa parte y a lo mejor perdí el control.

He tenido algunos problemas editando el último párrafo, así que también me disculpo por eso.

A pesar de todo, sigue deseando que sea de su agrado, especialmente de todas aquellas personas que me leen y me comentan fielmente semana tras semana. 

¡Sois mis ánimos y mi fuerza de voluntada al escribir!

Muchas gracias y nos vemos la semana que viene!!!


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