-¡Vaya cuchitril! -bufó Yuri refiriéndose a la acogedora habitación de Viktor que esté había estado “occidentalizando” a su gusto, a lo largo de los últimos días, seguro como estaba de que se iba a quedar en Hasetsu por mucho, mucho tiempo.
Como no podría ser de otra forma, Yuri seguía molestando y quejándose por todo, temeroso, tal vez, de salirse de su personaje. A pesar de ello, tuvo el descaro poco después de anunciar su intención de volver a pegarse a Viktor como la tediosa e insoportable lapa hormonizada que era y para ello, aderezaría su estancia en el Yuutopia con las habituales dosis de discordia, caos y caprichos aleatorios. Viktor decidió ignorarle educamente, mientras acariciaba a su querida Makkachin en un intento de sobrellevar aquel incoveniente.
-Las aguas termales son geniales, le recomendó Viktor diplomático.
“Venga, niño, vete a bañar. A ver si se te apagan un poco los humos y te calmas, ¿eh?”
-¡No puedo bañarme con más gente! -afirmó- ¡Me voy a dormir!
Segundos después y vaticinado por un sonoro rugir de estómago, Yuri volvía a abrir la misma puerta corredera que acababa de cerrar de un golpe tan violento como innecesario, para pedir justo lo contrario de lo que acababa de decir.
-¡Quiero comida! ¡Y un baño! -exigió como si fuera el maldito emperador del Universo. ¿Tanto le costaba pedir las cosas por favor?
Sin embargo, el reconfortante baño privado que los Katsuki tuvieron a bien prepararle no aplacó el espíritu anárquico de Yuri. Viktor intentó no morir de asco mientras lo veía devorar el Katsudon sin ningún tipo de gracia ni de modales.
“Vulgar”, pensó, “Simplemente vulgar.”
Muy apropiadamente, todo aquello de Yuri que tanta apatía y desazón provocaba en Viktor, debió de embelesar a la hermana de Yuuri, aquella mujer cubierta de piercings y el pelo mal desteñido de rubio, quién no podía parar de babear impúdicamente ante el jovencito rubio.
Viktor nunca le agradecería lo suficiente por aquel impagable momento en el que señaló al pequeño ruso y decidió rebautizarle como Yurio, según ella, para evitar confusiones. No sólo era insultantemente práctico, si no que además le otorgaba otro recurso para hacer rabiar a Plisetsky. Absolutamente brillante.
Desgraciadamente, la llegada de la hermana tuvo como consecuencia que Yuuri fuera ayudarla como hijo cumplidor y obediente que era, precipitando el momento que llevaba temiendo desde hacía horas, el momento en que se quedara a solas con Yuri.
-Muy bien, hablemos en serio -comenzó este- ¿Se puede saber qué pretendes largándote así de Rusia?
Viktor inspiró profundamente para no poder la compostura. No le gustaba tener que darle explicaciones a nadie, y no se las daba a Yakov y no entendía porqué Yuri creía que se las iba a dar a él.
-Ya sabes porqué -se limitó a responder- Me pidió que fuera su entrenador y eso es lo que voy a hacer.
-¿De él? -volvió a bufar el niño indignado- ¡Pero si es pura basura! ¡Sólo es un cerdo japonés mediocre!
-Estás siendo muy injusto, a la vez que muy ignorante -le reprendió Viktor con un tono más serio de lo que pretendía-. Hablas como si Japón nunca hubiera dado patinadores de élite cuando tienes a Mao Asada, Daisuke Takahashi y sobre todo a Yuzuru Hanyu. Ese tipo ganó cinco Grand Prix antes de que tu abuelo te pusiera los patines por primera vez.
-Ya-concedió Yuri- pero esa gente tenía talento. ¡Ese cerdo no vale! ¡No sabe competir! ¡Se arruga ante la presión! ¡Tú mismo lo viste! Y ni siquiera tiene la técnica necesaria para ser un campeón. ¡No sabe saltar, joder! ¡Ni siquiera clava el triple toe loop! Yo podría con cualquier salta que me enseñaras.
-Yo ni siquiera tendría que enseñarte técnica, le corrigió diligentemente Viktor, No es lo que te falta para madurar.
Un leve gemido, un mero rechinar de dientes le avisó de la tormenta que se aproximaba. Viktor, que había estado evitando mirar a los ojos al adolescente por miedo a delatarse, lo enfocó de plano con la esperanza de obtener alguna información para paliar la futura crisis. Estaba empezando a sollozar con aquel cuerpecito tan delgado agitándose como una hoja moribunda en otoño. Allí estaba: el Yuri Plisetsky sensible y temeroso que creía estar enamorado de él.
-Es que no lo entiendo -confesó con una voz agitada y casi incomprensible,- ¿Qué ves en él?
-Eso también te lo explicaré cuando seas mayor -respondió divertido Viktor- pretendiendo desdramatizar la situación.
-¡Deja de tratarme como si fuera un crío retrasado! -le ordenó- ¡Sé qué ha pasado! ¡Yo estaba ahí! ¿Te acuerdas?
Yuri tomó una breve pausa para sorber moco y tranquilizar su respiración. La carita de pena que le mostró entonces era preciosa, totalmente arrebatadora, con sus grandes ojos refulgiendo cual esmeraldas. Si tan solo fuera así todo el tiempo, Viktor sintió que podría haber llegado a corresponderle.
-Sé qué te gusta -explicó- Y sé que estuviste todo el tiempo triste cuando volvimos a San Petersburgo y todo esos meses antes del vídeo. Porque te dejó tirado, ¿verdad? Y a pesar de eso, cuando él te dice “ven”, tú vas como un perro. ¿De verdad vas a tirar tu carrera por la borda por alguien así? Es que no lo entiendo. Ni siquiera es guapo...
¿Qué podría decirle a aquel jovencito orgulloso que se estaba deshaciendo frente a él como un terrón de azúcar en el té?
El mismo Viktor tampoco entendía qué estaba haciendo, intentando reconquistar a alguien que no soportaba tenerle a menos de un metro. ¿Cómo explicarle que, en realidad, Viktor era el principal culpable de esa tristeza de la que había sido testigo, sin arrebatarle al chico lo poco que le quedaba de su inocencia infantil?
-Mi carrera ya estaba acabada -dijo al fin.- Eso lo sabes de sobra. Fue maravilloso mientras duró pero hay que saber retirarse con gracia. Sólo estoy poniendo los acontecimientos a mi favor. Como siempre.
Yuri se limpió la cara bruscamente con las mangas del kimono, antes de ofrecerle la misma expresión falsamente amenazadora de siempre.
-Ya verás -le aseguró- ¡Te conquistaré! ¡Pienso hacerle morder el polvo a ese cerdo y entonces, tendrás que admitir que soy mejor que él! ¡Vas a rogarme que te lleve de vuelta a Rusia! ¡Lo voy a dar todo! ¡Ya lo verás!
Viktor dio un trago al té para aclararse la voz antes de contestar.
-Muy bien -le felicitó sonriente y sin alterar su tono- Me gusta que tomes esa actitud tan positiva, porque si tu plan era seguir insultando a mi alumno, me iba a ver obligado a sacarte de Japón a patadas.
El ruso platino vio el terror tensar el rostro del más joven. Si el niñato pensaba que para ser duro había que gritar y levantar la voz, estaba muy, pero que muy equivocado. Tanto es así, que Yuri se levantó obedientemente y salió de la voz en silencio, otorgándole a Viktor el ansiado el deseo de dejarle tranquilo.