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AMOR Y VIDA por Korosensei86

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Notas del capitulo:

 "Fue en ese preciso instante, deslumbrado por el atractivo y el carisma de aquel Yuuri oscuro, que una epifanía cruzó la mente del ruso como una estrella fugaz: Viktor no podía tenerle, porque Yuuri nunca le había pertenecido a él. Yuuri en realidad le pertenecía al Mundo."


 


Resignado a volver a tenerlo como su amante, al menos a corto plazo, Viktor empieza a tomarse en serio el entrenamiento de Yuuri. Sin embargo, ecos del pasado vuelven  a su memoria para traicionarle...

Es invierno, cerca de su séptimo cumpleaños; o al menos eso dicen los mayores, pues al niño esa fecha se le antoja una profecía lejana. Ha empezado a nevar. Con la nariz humedecida y pegada a la ventanilla, observa los copos caer, desde la calidez y comodidad de una limusina. Entonces, los copos alcanzan la tierra y se funden mágicamente con ella.
 
-Retírese, señorito Viktor -le ordena su chófer.- Si se acerca demasiado, pescará un resfriado. Sus padres nunca me perdonarían semejante despiste.
 
-Vale, Sergei –contesta él obediente, para acto seguido calmar su impaciencia agitando sus cortas piernecitas, que todavía no llegan al suelo.
 
Poco después, el pequeño comprueba con expectación, como el opulento vehículo cruza las verjas de bronce que delimitan la barroca mansión donde había vivido toda su vida. Sin esperar el consentimiento de los adultos, abre las puertas del coche y salta de él, para correr hacia el interior. Ensordecidos por la rotundidad inconsciente de sus pasos infantiles y por el eco percutor de su propio corazón, Viktor a penas oye los gritos de su alarmada niñera, intentar frenarle.
 
-¡Vitya, no corras! -le prohíbe la mujer infructuosamente.- ¡Vitya, ven aquí!
 
Pero Viktor ya está muy lejos y sabe perfectamente a dónde quiere ir. Con la cartera colgando y balanceándose a su espalda, y su esfevercencia infatil; se afana en su subir cada uno de los robustos escalones de mármol, cubiertos por el grueso tapiz de terciopelo, con el ímpetu fanático de un héroe de leyenda.  
 
Finalmente, tanto esfuerzo merece la pena: el joven Viktor conquista orgulloso la cúspide de la intrincada escalera de caracol. Aún así, sigue sin detenerse. ¡Tiene que verla! ¡Tiene que contárselo! Irrumpe en la habitación como un huracán, con la impaciencia y sinceridad de quién todavía no sabe que sus sentimientos pueden ofender a otros.
 
Entonces, alertada por el bramido de las puertas, abriéndose de par en par, y la sonoridad de los jadeos brotando del diminuto pecho de Viktor, ella, con la esbeltez y la lentitud meticulosa de un cisne que se ajusta las plumas, ella simplemente se gira. 
-¡Ah! ¡Vitenka! -le llama.- ¿Ya has vuelto del colegio?
 
Al observar a la bellísima mujer, abriendo su rostro de porcelana en una sonrisa estelar, el pequeño Viktor comprueba como el estado de las cosas vuelve a reordenarse a la perfección en su pequeño universo. 
 
“¡Está bien! ¡Hoy está bien! ¡Se lo puedo contar!”
 
La hermosa dama abandona el peine revestido de nácar, perdido en un saturado tocador, repleto de joyas de la más diversa índole y de productos cosméticos. Su cabello, recién atusado, de un rubio incandescente y pálido, como la luz de una estrella temprana, cae abundante y ondulado sobre su espalda descubierta, creando a su paso, algunos tirabuzones aleatorios. Tan rubio que parece plateado, es el mismo tono que comparte con el niño. 
 
El jovencito, todavía inocente, ignora que fue precisamente su cuerpo delgado y alto, cubierto por una piel blanquecina e inmaculada;que no engordó ni un gramo tras el embarazo y que la asemejan a una preciosa estatua cuidadosamente esculpida; el que le valió su puesto entre las mejores modelos de su época. 
 
Evidentemente, sus ojos de un exótico verde grisáceo y azulado ensalzados por dos cejas delgadas pero expresivas, al igual que el corte perfectamente ovalado de su rostro típicamente eslavo, también contribuyeron a su reconocimiento como una de las mujeres más cotizadas en las pasarelas de los noventa. 
 
Sin embargo, aquellos ecos del pasado le son totalmente ajenos al pequeño cuerpecillo que la abraza. Para Viktor su mamá es, así, vestida con un batín blanco y un camisón rosa claro de seda, la más bella princesa del Mundo, su princesa. Su nombre era Ekaterina Nikiforova.
 
-¡Mama! (pronunciado en ruso) -exclama el infante saltando a aquellos estrechos pero cálidos brazos.
 
-¡Angel Moya! (Mi ángel) -le correspondió ella- ¡Oh! ¡Cómo llevas el pelo! ¿Qué has hecho para que se te enrede tanto? ¡Ven, Mama te lo arregla!
 
Con la complacencia involuntaria de una muñequita, Viktor se sienta en el regazo de su madre y se dejó hacer, pues ambos comparten el mismo pelo, con aquel distintivo flequillo que les caía de forma natural por la parte derecha de la frente. Aquellos son los mejores momentos para el pequeño. 
 
Cuando ella está bien, el niño puede aventurarse en aquel cuarto lleno de tesoros y disfrazarse juntos con todos sus trajes y abalorios. A veces, los días que ella se encuentra mejor, salían a pasear por el pequeño bosque que había detrás de la mansión e incluso, cuando el lago estaba helado, ella le ensañaba a patinar. Eso es lo que a Viktor más le gusta del mundo: deslizarse por el lago,con el frío invernal en el que había nacido acariciándole las mejillas, agarrado de la mano de Mama. 
 
Por desgracia, la paz no siempre reina en aquel pequeño reino. A veces, Mama se pone enferma. Viktor no sabe porqué se empeña en beber todas esas botellas malolientes que la ponían muy contenta al principio, tal vez demasiado, pero que luego la hacían vomitar y tener dolor de cabeza . En esos días no se puede jugar, ni siquiera se puede hacer ruido. 
 
En vez de ello, el pequeño Viktor se ve abocado a la tarea de sujetar el admirado y abundante cabello de su madre, mientras esta regurgita ,ruidosa y patéticamente, todas sus desgracias en la taza del váter. Pero eso no era lo peor,  lo peor es cuando viene el  ogro, aquel hombre que se enfadaba tanto cuando Viktor se olvidaba de llamarlo “padre”.
 
Unas cuantas veces al año, Él aparece, falsamente sonriente, lleno de regalos, y Mama, cegada a la evidencia, se lanza a sus brazos; insistiendo a Viktor, para que se acercara a aquel casi desconocido y le diera un beso. ¡Pero eso no era más que una estratagema, puesto que, al pasar de los días, aquel ser despreciable iba mostrando poco a poco su verdadera naturaleza! 
 
Cualquier descuido puede provocarle: una palabra mal escogida, un comentario poco prudente, una risa fuera de lugar. Cualquier excusa le valía a aquel brutal impostor para desatar su ira, casi siempre sobre Mama, cubriendo  su bella piel de alabastro, con cardenales sanguinolientos. Viktor no soportaba verla deformada tan grotescamente, a ella la criatura más bella que jamás hubiera existido. Sin embargo, Ella iba a su encuentro y le sacaba las lágrimas, con una dolorosa sonrisa cuarteando sus heridas.
 
“¡Sonríe,  Vitenka! ¡Sonríe, moya lyobov (mi amor)! ¡No dejes que ellos noten que estás triste! ¡Si se dan cuenta,  ellos ganan!”
 
Pero no pasa nada, porque Viktor tiene un plan. Si Mama es su princesa, él será su caballero. Algún días, se haría grande y fuerte. ¡Y vencerá al malvado ogro! Así, se llevará a Mama y  vivirán en una casa aún más grande y bonita, donde podrán patinar juntos todos los días. ¡Hasta en verano!
 
-Tienes el pelo un poco largo ya, angel moya -observa ella dulcemente.- Dentro de poco, tendremos que cortártelo.
 
Vitenka expresa su rechazo ante la idea, sacudiendo la cabeza efusivamente.
 
-¡No!- gritó.- Yo quiero tener el pelo tan largo como tú, Mama.
 
-¡Pero Vitenka! -ríe Ekaterina.- Los chicos llevan el pelo corto.
 
Entonces, Viktor vuelve a sacudir sus piernas colgantes con una alegría febril.
 
-Hoy estás muy contento. -comenta ella.-  ¿Ha pasado algo bueno?
 
-¡Sí! -anuncia Viktor, volviéndose hacia su madre con brillo en los ojos.- ¡Hoy he besado a un chico!
 
El inocente niño es todavía demasiado joven e ignorante como para entender el extraño rictus que se esconde tras la sonrisa de su madre. 
 
-¡Vaya! ¿Con que un chico, eh? -exclama la madre con artificial alegría- ¿Y era un chico guapo?
 
-¡Sí! -responde Vitenka con renovado entusiasmo.- ¡Era muy, muy guapo! ¡Tenía el pelo negro como los cuervos! ¡Parecía un príncipe! 
 
-¡Oh, Vitenka! -dice su madre lastimosamente.- No sabes cuánto lo siento.
 
-¿Por qué, Mama? -pregunta  Viktor confuso.
 
-Porque por culpa de Mama te has convertido en un monstruo.
 
Un escalofrío recorre la tierna espalda de Viktor, al tiempo que su madre, la mujer a la que más amaría en todas su vida, le hablaba con tan claro y gélido desprecio.
 
 
Viktor se despertó sudoroso y agitado, como sacudido por el oleaje de su propio mar interno. Tras unos instantes de confusión y respiración descontrolada, lo recordó todo: Era Viktor Nikiforov, campeón mundial de patinaje artístico, orgullo de su nación, y ya contaba con veintisiete años. 
 
Era un adulto independiente, posiblemente no tan fuerte como había soñado en su infancia, pero si lo suficiente como para haber podido escapar de aquella casa.  Estaba en Hasetsu, Japón porque había prometido entrenar a Yuuri Katsuki, al que amaba en silencio y unilateralmente. 
 
Entonces, sumergido en su propia autocompasión, se percató de que sus piernas se sentían misteriosamente ligeras. ¡Un momento! ¿Dónde se había metido Makkachin?
 
Viktor se desperezó resignado, conocedor del carácter vagabundo e inquieto que su perrita había tenido desde cachorro, y salió en su búsqueda. Vestido con el kimono del hotel, recorrió los angostos pasillos intentando evitar el crujir natural de la madera, llamándola con discretos silbidos, hasta que el ruido de  uñas, arañando una indiscreta puerta, le alertó de la presencia del cánido. 
 
Suspiró cuando reconoció la habitación como la de Yuuri. Como no podría ser de otro modo, su perra también se había enamorado del japonés, salvo que ella no tenía que andarse con subterfugios para demostrar su cariño. 
 
Con cuidado, Viktor  abrió la puerta e intentó acallar al animal que salía, para después acariciar a su  obediente mascota. 
 
-No es que no te entienda, pero podrías dejar algo para los demás, ¿eh, chica? -susurró al tiempo que enredaba sus dedos en el mullido pelaje de Makkachin. 
 
Al levantar la vista, Viktor no pudo evitar echar una ojeada al interior de aquel cuarto que le estaba vedado, y toparse con la reconfortante imagen de su adorado Yuuri durmiendo. Durante unos segundos, se planteó la idea de despertarle,  ya que la hora del desayuno, y la posterior práctica conjunta, estaban próximas. 
 
Sin embargo, la expresión de absoluta y sincera placidez del joven nipón le desistió de hacerlo: con el pelo oscuro revuelto, la cara, completamente relajada y libre de gafas, exponiendo sus largas pestañas. Apoyado en el dintel de la puerta, Viktor se dio cuenta de hasta qué punto podría pasarse horas, simplemente viéndolo dormir. A pesar de ello, no podía obviar que había algo ilícito en esas observación, por lo que decidió adecentarse para desayunar en el comedor. 
 
 
“¡Era muy, muy guapo! ¡Tenía el pelo negro como los cuervos! ¡Parecía un príncipe!”, le susurraban los ecos de su memoria. 
 
 
“Vaya”,pensó irónico Viktor, “ Así que siempre he tenido estos gustos, ¿eh? ¡Quién lo iba a decir!”
 
 
 
 
Viktor sentía cómo las cálidas y vaporosas aguas reblandencían sus doloridos huesos y músculos, tras un día de práctica que había sido largo, a pesar de que Yuuri había llegado tarde. ¿Dónde había ido a parar la famosa puntualidad nipona? ¿Era otro de sus mitos como la tecnología punta barata o la solidez de su economía sin paro? 
 
Por fortuna para su organismo cada vez menos ágil y joven, las aguas termales sí eran una realidad, aunque, de vez en cuando, echaba en falta algún macaco compartiendo baño con él. 
 
No podía quejarse demasiado de ello, pues en su lugar, Viktor estaba acompañado por un bello doncel. Viktor aprovechó con discreción  la oportunidad de vislumbrar el maravilloso cuerpo desnudo de Yuuri. El chico se introdujo en el agua, a su lado, portando una molesta toalla que tapaba sus partes pudiendas, con un pudor que parecía indecoroso en la cultura que había creado tan sabio entretenimiento.
 
“Magníficos abdominales”, opinó Viktor sin un ápice de culpa que ensombreciera su recreo, “Aunque echaré de menos al gordito.”
 
Si bien Yuuri era indudablemente atractivo, no era bello en un sentido trandicional. Los rasgos del joven japonés, por muy agradables que resultasen, distaban mucho de la belleza espectacular e innegable de la mayoría de los ex amantes de Viktor.  
 
Comparados con ellos, la belleza de Yuuri era algo mucho más sutil e intangible, como un aura que emanaba, envolviéndolo por completo y presente en todas sus expresiones, movimientos y reacciones. En ese sentido, Yuuri era único e imbatible. 
 
Pese a ello, y por mucho que aquel espécimen irrepetible siguiese apateciéndole como el agua a un sediento, Viktor había tomado la determinación de dejar de coquetear con él. Su misión se limitaba a pulir ese aura y exponerla al mundo, para que todos pudieran disfrutar de aquella belleza tímida e imperceptible que sólo él podía contemplar. Seguiría a su lado como entrenador, porque lo amaba sin remedio, porque era hermoso.
 
-Tal vez sería mejor olvidarse de los tres cuádruples en el programa libre -señaló Viktor con el pelo mojado vuelto hacia atrás y la mayor profesionalidad que su desnudez le dejaba.
 
-¡Pero los necesito para ganar el Gran Prix!- exclamó Yuuri antes de girar la mirada avergonzado.
 
Puede que estuviera pensando en renunciar al chico, pero eso no quería decir que Viktor fuera a dejar de exhibirse ante él, pues ya exhibirse formaba ya parte de la naturaleza del ruso. Además, su carita de vergüenza, ¡era tan divertida!
 
-¿Por qué? -preguntó Viktor, estirándose y exhibiendo impúdicamente sus gloriosos atributos.- Aunque sólo tengas uno, puedes conseguir la puntuación perfecta en los componentes.
 
A Viktor no le temblaba la voz cuando afirmaba aquello. Yuuri había nacido para expresarse por medio del baile, y eso era más que palpable en sus piruetas y secuencias de pasos. Para cualquiera que lleve un tiempo prudencial observando rutinas de patinaje, es bien sabido que existen dos tipos de patinadores: los saltadores que basan todo su programa en las proezas técnicas y los bailarines, que se concentraban en dar un buen espectáculo. Sólo los genios como Viktor podían aunar equilibradamente ambas facetas. En cuanto a Yuuri, sus fortalezas le hacían encajar en la segunda categoría, por mucho que el muchacho asiático, prefiriese torturarse regodeándose en sus debilidades. 
 
Y es que Yuuri se mostraba totalmente ignorante de la magia atrayente e hipnótica que brotaba de su interior, así como de los poderosos efecto que esta tenía sobre sus allegados. ¡Qué estúpido por parte de Viktor sospechar que el joven la usaba de forma consciente para manipularle! Sin embargo, Viktor sabía que lograr que Yuuri aprendiera a usarla si quería hacerle ganar.
 
-Yuuri, ¿Sabes por qué decidí entrenate? -le preguntó Viktor.
 
“Independientemente de quisiera volver a acostarme contigo, claro está.”
 
Yuuri levantó la cabeza, deshaciendo su expresión abatida, reaccionando a la pregunta con una cara igualmente interrogativa. Viktor, que estaba fuera de la bañera natural se acercó a su compañero, tomándolo de las manos, lo obligó a incorporarse y mirarle.
 
-Me sentí atraído a ti por la música -explicó.- Por tu forma de patinar, como si tu cuerpo crease música. 
 
Aquel aura de pura belleza emanando de sus exquisitos y delicados movimientos, como si cada exhalación fuera una obra de arte, ¿dónde la vio por primera vez? ¿Fue en el vídeo o fue incluso más temprano, cuando bailaban juntos aquella suerte de flamenco falso? Yuuri se limitaba a mirarle boquiabierto, como si Viktor se hablara en un idioma incomprensible, situación que el campeón ruso quería cambiar por el bien tanto del propio Yuuri como de su carrera. 
 
-Haré un programa complejo que maximice esa ventaja. Sólo yo puedo hacerlo- juró Viktor mirándole a los ojos, hablando más en serio de lo que lo había hecho en toda su vida.
 
“Porque yo conozco tu magia. Porque soy su primera y mayor víctima. Porque te amo.”
 
¡Oh! ¡Había vuelto a acercarse demasiado! El pobre Yuuri se había sonrojado otra vez, y Viktor, a pesar de saber muy bien que ese era un indicativo de que se estaba pasando, decidió dejarse llevar un poco más allá. De un tirón suave, terminó de sacar al atribulado muchacho del agua. Una parte maligna de Viktor tembló gozosa al notarle a su merced. 
 
-Tenía esa sensación -continuó Viktor.- El programa corto lo demostró.
 
Entonces, al verlo frente a él, Viktor no podía contentarse con sólo disfrutar de aquel cuerpo bello física e espíritualmente en el que ya había depositado su marca, pero que de pronto le había sido prohibido. Sin darse cuenta, Viktor tomó las largas y potentes piernas de Yuuri, deleitándose con cada  uno de sus recovecos, la curva elegante del empeine, el valle tumultuoso de la rodilla. Cuando quiso salir de su propio estado de éxtasis, había colocado a Yuuri en posición de bailarina, como si de una muñeco articulado se tratara. Hasta cierto punto le sorprendió la pasividad del nipón. ¡Era tan flexible y ágil!
 
-Tal vez deberías producir tu propio programa libre -aconsejó Viktor.
 
“ Eso es. Tienes que sacar todo ese mundo que escondes en tu interior. Tienes que expresarte a tí mismo y a tu magia, tal y como sois.”
 
-Pero mi entrenador escogía mi música hasta ahora -se quejó Yuuri.
 
Viktor envidió a Yuri Plisetsky con la libertad con la que gemía y chasqueaba la lengua cuando algo lo frustraba, ya que esa era la emoción que sentía el ruso en esos momentos. ¿A quién demonios se le había ocurrido que aquella tímida tortuguita llena de encantos por exponer había que dejarle dentro de su caparazón, obligándole a representar emociones que no eran las suyas? En vez de ello, Viktor optó por poner a prueba la elocuente flexibilidad de Yuuri.
 
-¿No es más divertido si lo haces tú mismo?- terció Viktor.
 
-Pero mi anterior entrenador... -replicó Yuuri, resistiéndose.
 
-¿Quién era tu entrenador, Yuuri?, preguntó Viktor como si no lo supiera ya.
 
En ese instante, sobrecogidos por un silencio artificial y a punto de ser rasgado, Yuuri y Viktor supieron que se habían convertido en la atracción principal para una decena de bañistas curiosos. Por alguna razón, había un padre tapándole los ojos a un niño, y un anciano rezando. 
 
Notas finales:

Bueno, ¡Esta semana, les traiga un poco de drama! Igual me he pasado pero si hay algo que me dejó algo insatisfecha del anime fue , no sólo que no sepamos nada del pasado de Viktor, si no que obvien conscientemente el tema de la homofobia en Rusia. Sé que la autora tenía sus razones, pero sigue fastidiándome XD

Así que, bueno, lo he suplido con algo de mi cosecha, en vez de limitarme a novelar el anime como venía haciendo. 

Afortunadamente, ya estamos inversos en pleno cap 4, aunque sigo yendo a mi ritmo. A ver si puedo escribir un poco más, ya que estos días he estado muy ocupada y, por si fuera poco, se vienen tiempos difíciles en mi trabajo. Ç.Ç

Igualmente, espero que les haya gustado esta tonelada de traumas infantiles en contraste con el fanservice de la semana anterior XP y, muchas, muchas gracias por su apreciada paciencia para con este fic.

Nos leemos la semana que viene, si todo va bien!

Bye!


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