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AMOR Y VIDA por Korosensei86

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Notas del capitulo:

  "-Cuando vuelvas, quemaremos esa fea corbata, Yuuri. Te compraremos una nueva para la Copa de China."


Después de un viaje algo accidentado, Viktor sólo quiere relajarse haciendo turismo junto a Yuuri. ¿Logrará que por una vez las cosas le salgan como él planea?

El coche circulaba, caótico y brusco, por aquellas grandes avenidas tan artificiales que suelen caracterizar a las urbanizaciones para ricos. Un joven Vitya de trece años podía sentirlo por la vibración en su espalda, recién sensibilizada por el calor de las magulladuras. Sin embargo, lo que más le dolía, y no sólo físicamente, era el cuero cabelludo. En cierto modo, su mente seguía ahí, en el momento en que su padre le tiró del cabello hasta casi arrancarle unos poco mechones y trasquilarle como a una oveja, con la salvedad de que la mayoría de los granjeros solían tratar mejor a sus animales. Los estridentes gritos todavía resonaban en sus oídos como un pitido incesante y molesto que no quiere remitir. Normalmente, su madre se había mostrado complaciente y cautelosa. Tal vez el tema de la discusión de aquella ocasión la obligó a ir demasiado lejos. 
 
-El chico tiene talento, Anatoli -respondió con una firmeza no vista en años.- Deberíamos dejar que haga lo que se le da bien. Podría llegar lejos. El entrenador Feltsman dice que...
 
-¡Me importa un rábano lo que tenga que decir esa panda de degenerados! -bramó Él. Vitya sintió aquella tensión tan habitual en los hombros. Ya había vuelto ocurrir. Él estaba de mal humor. Se preparó a consciencia para volver a sufrir lo que de seguro se avecinaba.- El chico debería estar preparándose para heredar mis negocios...¡No ir dando saltitos y florituras en mallas!
 
Entonces Él se levantó, y casi sin que, ni Vitya ni Ekaterina pudieran verlo, la tomó del brazo hasta hundir sus gruesos y huesudos dedos de rapaz en la blanca carne. Ekaterina chilló de sorpresa, dolor y miedo. 
 
-La culpa la tienes tú. - declaró Él iracundo.- ¡Tú y todas las chorradas y mariconadas que le has metido en la cabeza! ¡Tenías una sola tarea: parir y criar a mi heredero! ¡Y podrías tener todos los caprichos que quisieras! ¡Durante todos estos años te he dado todo lo que me has pedido! ¿Y cómo me lo agradeces? ¡Lo has convertido...!- Él hizo una pausa, quizá para hacer acopio de toda la bilis que le quedaba en el cuerpo. Vitya fue consciente de que había echado una mirada de soslayo a su pelo, que ahora le llegaba casi a la altura del omoplato.-  ¡En una niña!
 
Viktya casi tembló de terror cuando observó la singular sonrisa desafiante que asomaba en el rostro de su madre. ¿Qué pretendía hacer? ¿Se había vuelto loca?
 
-Bueno -concedió su madre con un timbre musical en su susurrante voz.- Tal vez eso no habría ocurrido de tener el chico, ya sabes, un modelo paterno. 
Vitya contuvo el aliento ante la inminente tempestad que estaba a punto de desencadenarse.
 
-¡¿Estás acusándome de algo, zorra?! - gritó Él, y acto seguido le dio un puñetazo en el rostro. 
 
El ruido del impacto, del basto puño del hombre contra el delicado pómulo femenino, despertó algo en Vitya. A continuación, su padre le propinó un golpe  a su madre en la boca del estómago que hizo que la mujer cayera, rendida e impotente, al suelo. Empezó a patearla. Todo fue muy rápido, tanto que Vitya no supo en qué momento se había levantado de su silla y se había interpuesto entre Ella y Él. 
 
-¡Déjala en paz! -exigió con el tono más grave y firme que su cambiante voz pubescente pudo conseguir. 
 
-¡Vitenka, no!-gimió Ella, a penas capaz de respirar.
 
Él no se inmutó. Al contrario, lejos de intimidarse, casi rió. 
 
-¿Pero qué tenemos aquí? ¡Si es el pequeño marica! ¿Crees que alguien como tú tiene lo que hay que tener para enfrentarse a mí? 
 
De un tiempo a esta parte, Vitya se había acostumbrado a esa designación: “marica”. Su padre podía creer lo que quisiera de él, pero una parte de él, antes dormida, había empezado a despertar. Sentía una extraña ebullición en su interior, o lo que es lo mismo, se había hartado de que creyese que todo aquello, que pegarles, le hacía salirse con la suya.
 
-¿Para enfrentarme a alguien que sólo sabe pegar a mujeres y a niños? -explicó Vitya con tono más cortés y afable, a pesar del terror.- ¡No puede ser tan difícil!
 
Y sonrió, tal y como su madre le había enseñado. Antes de que Vitya pudiera parpadear, sintió como la piel de su cuero cabelludo luchaba para permanecer unida al cráneo, retorciéndole de dolor. Él le había cogido del cabello y había aplastado su cara contra la mesa. 
 
-¿Qué me dices ahora? -gruñó Él.- ¿Eh, “chico”? 
 
-¡Anatoli!-suplicó su madre llorando profusamente.- ¡Anatoli, por favor!
 
Vitya nunca supo de dónde salió la tijera. Posiblemente, algún sirviente creyó que les haría falta para trinchar el pavo o algo así. El caso es que todo el ser del joven Viktor se paralizó cuando reconoció el sibilante sonido de unos mechones truncados. Intentó resistirse, pero fue peor. Una vez acabado, Él lanzó al pequeño al suelo, donde se convulsionaba, poseído por la rabia. Al observar como aquella parte de sí mismo que le había arrebato contra su voluntad, caía de las repugnantes garras de su padre, un torrente de lágrimas saladas brotó de sus ojos sin que pudiera impedirlo, mientras sus dientes se hincaban  implacables en sus sonrosados labios hasta hacerlos sangrar levemente. Las palabras escaparon de su interior, casi como si la vomitara, como si su cuerpo quisiera purgar una verdad que se le había vuelto tóxica.
 
-¡Te...odio!
 
-¿Ah sí? - se burló Él.- ¡Qué interesante! 
 
Justo después una lluvia de puñetazos cayó sobre su cuerpo como meteoritos. Vitya se limitaba a recibirlos, incapaz de reaccionar con la suficiente celeridad como para detenerlos, ralentizado por el ardor que surgía en diversos puntos de su piel. Entonces, su padre le pateó las costillas y al intentar respirar, sintió como cientos de pequeñas agujas luchaban por meterse en sus pulmones.
 
-¡Anatoli, por Dios! -lloró su madre.- ¡Lo vas a matar! 
 
Pero Él no pararía. Vitya lo sabía muy bien, por todas esas veces que se había cebado con Ella. Los ruegos no eran algo que funcionaran con Él cuando alcanzaba “ese estado”, así que Vitya se limitó a seguir encajando los golpes, rezando porque se cansara pronto. Pero, algo  extraño sucedió. De pronto, Él se paró en seco. Vitya levantó su mirada, asustado y sorprendido, para toparse con su madre empuñando la misma tijera, ahora ensangrentada, con la que le habían rebanado torpemente el cabello.  Ironías de la vida. Su madre saltó decidida por encima del tembloroso cuerpo de su padre y le instó a incorporarse rápidamente. 
 
Sí, el coche iba demasiado deprisa. Tal vez fuera la primera vez que su madre conducía en años. Sus ojos, del mismo azul verdoso que poseía él, esta vez adornados por un no tan hermoso ribete violáceo, lo miraron desde el retrovisor interior del vehículo.
 
-Tú no lo entiendes, Vitenka- dijo ella a modo de justificación.- Tú no sabes lo que es pasar hambre. Cuando yo era pequeña, en el campo, no había nada. No teníamos nada. Sólo pobreza. Yo sólo quería que tú no tuvieras que pasar por algo así. ¡Y tu padre no era así cuando lo conocí! ¡Era amable!- Vitya notó cómo la voz de su madre se iba humedeciendo.- Pero te fallé... ¡Oh, Vitenka, lo siento tanto!
 
-Madre, no llores. Te dolerá más la herida del ojo. 
 
Él mismo se sorprendió de la frialdad con la que pronunció esas indiferentes palabras. La verdad es que, a esas alturas, su interior se había cansando de sentir lo que fuera que debía sentir. A fuerza de golpes, en su dolorido corazón ya no quedaba nada. Se colocó sobriamente la capucha de la sudadera, consciente su nuevo y pavoroso aspecto de muñeca maltratada.  
 
-Pero voy a enmendar mi error- anunció mientras se enjuagaba las lágrimas.- Te voy a llevar con quien pueda entenderte, con alguien que sí pueda protegerte. 
 
Entonces, Vitya comenzó a reconocer el lugar por dónde viajaban. En algún momento se habían adentrado en las calles aledañas al centro de San Petersburgo, no demasiado lejos de la pista donde había empezado a entrenar. La emoción volvió a impactarle como un nuevo puñetazo.
 
-¿Madre? -balbuceó temeroso.- ¿Qué vas a hacer? 
 
-Voy a llevarte con alguien que sepa cuidar de ti -insistió ella.
 
-Madre, mama- le rogó.- No vuelvas a con él. Quédate tú también. Quédate conmigo. Te matará. Por favor, mama. 
 
-No, Vitenka, solnyshko moya- se negó ella dulcemente, mientras encendía los limpiaparabrisas.- Esto debes hacerlo solo. Tienes que volverte fuerte. Y alguien tiene que acompañar a tu padre en el hospital...
 
-¿Viktor? ¡Viktor!
 
Viktor reconoció la voz, dulce y aflautada, como un susurro romántico, apenas entorpecida por las lógicas dificultades al soltar la -r final de su nombre. La culpa le enturbió el sabor de su boca, al despertar. Había hecho que él se preocupara, aunque por otra parte, durmiendo en clase turista, ¿quién no tendría pesadillas?
 
-¿Yuuri? - llamó, todavía soñoliento.
 
-Siento haberte despertado -se disculpó tontamente el japonés, mientras giraba el rostro con aquella reconocible incomodidad,- pero parecía que tenías una pesadilla. ¿Estás bien?
 
Dios, el chico podía ser tan absoluta y genuinamente adorable, lo suficiente como para que Viktor pudiera sonreír de verdad. 
 
-Estoy bien -le tranquilizó, intentando inventarse una historia creíble.- Es que... estaba soñando que Makkachin se comía todos los manjuus y se ponía enferma. 
 
-Vaya -suspiró Yuuri, conmovido. Incluso con una excusa tan tonta, Yuuri era capaz de empatizar con los demás.- Pero no te preocupes, mi familia la está vigilando.  Evitaremos que eso ocurra. 
 
-No lo dudo- aclaró Viktor, tomándole cariñosamente la mano debajo de la manta que compartían.  
 
Yuuri no se retiró de inmediato, como habría hecho hacía unos meses, pero sí le devolvió una de esas hermosas miradas, con sus ojos negros reluciendo como ópalos luminescentes y los suaves labios a penas entreabiertos, a la espera de un beso. Viktor tenía que hacer algo para que el ambiente no se volviera demasiado “peligroso”.
 
-No sé qué le ha dado a esa perrita con los manjuus. - dijo de pronto.- No suele ser tan avariciosa con la comida. Se le habrá pegado tu glotonería.
¡Viktor! - chilló Yuuri, apurado, ante lo que Viktor no pudo evitar reír.
 
-Siento haberte preocupado- se disculpó suavemente Viktor, atusándole aquel hermoso desastre que era el pelo de Yuuri.- Ahora, descansa. Quiero que en esta competición, le demuestres a todos, lo en forma que estás. ¿Vale? 
 
Yuuri pareció querer añadir algo, pero, al final, se limitó a asentir, volverse hacia su lado y cerrar los ojos.
 
 
A su izquierda, Yuuri bajaba la mirada, abrumado. Seguía sin dársele bien la prensa, lo que era una desventaja, sobre todo ahora que gracias a su apasionado discurso había conseguido tanta atención de la televisión japonesa. En cierto modo , era esperanzador que, él, Viktor Nikiforov estuviera ahí, y una auténtica lástima que aún no supiera hablar japonés. Incapaz de aportar nada, miró el reloj, impacientado. 
 
-Yuuri, vamos a comer el estofado- le susurró animoso a su pupilo.
 
-Estoy en una entrevista -se excusó Yuuri, azorado.
 
Entonces, Viktor vio algo por el rabillo del ojo, la inconfundible estampa del que había sido su entrenador durante años, Yakov Feltsman. Iba acompañando al idiota de Georgi, lo cual sí era muy obviable. Seguro que el muy imbécil ahora iba pavonéandose por ahí como la nueva esperanza del equipo ruso. Afortunadamente, ahora Viktor tenía cosas más importantes que hacer que soportar sus aires de grandeza. Siempre las tuvo, de hecho.  Se centró, como era lógico, en Yakov. En realidad, tenía muchas ganas de verlo. No se había dado cuenta, hasta que lo había divisado, después de tantos meses de separación, de lo mucho que quería compartir con él sus impresiones sobre esta nueva parte de su vida, todo lo que creía haber aprendido. Tal vez, por una vez, Yakov, no le regañaría. ¡Qué iluso de su parte creer aquello! En su carrera, consiguió asirle del abrigo.
 
-Oye, oye -le pidió infantilmente.- ¿Comes estofado con nosotros?- pero Yakov, y Georgi a su lado, visiblemente molestos, siguieron su avance.- ¿Oye, por qué me ignoras? 
 
-¡Viktor! -dijo Yakov girándose con la cara más seria que Viktor le había visto jamás.- Mira, me pone enfermo cuando te veo jugar a ser entrenador. Prefiero que me hables sólo cuando me ruegues volver al patinaje. ¿Entendido? 
 
A Viktor le costó unos segundos procesar todo aquello. Ni él mismo supo porqué le costó tanto, tampoco es que fuese una reacción difícil de predecir, especialmente ahora que él mismo era entrenador. Sabía que Yakov no lo decía todo aquello por las medallas que aún podría haber conseguido. Posiblemente, fuera lo que menos le importara al buen hombre. Viktor podía intuir que, después de todo lo que había invertido en su carrera y su crianza, todo el tiempo y el esfuerzo, que Yakov sólo quería lo mejor para él. Tal vez, precisamente por esa misma certeza, aquel pequeño desprecio le fuera tan duro de digerir a Viktor. 
 
Bueno, como su propio ex entrenador le había recordado, no había mejor desprecio que no hacer aprecio, ¿verdad? Se apresuró en posarle el brazo alrededor de los hombros a Yuuri, que acababa de ser liberado de su entrevista, y dirigirlo hacia la salida.
 
-¡Yakov no está interesado! - le explicó.- ¡Vámonos!
 
El restaurante desprendía una aura tan típica que parecía surgir de cualquier película americana plagada de estereotipos malinterpretado, y al mismo tiempo, aquella oscuridad combinada con el brillo rojizo y tenebroso de los farolillos, tan distinto a la incandescencia diáfana de los de Hasetsu,  le daban un toque misterioso y exótico al local. 
 
En otro tiempo, con cualquier otra solicitada compañía masculina, Viktor se hubiera sentido tentado a ser travieso, pero ahora estaba con Yuuri y debía comportarse. Sin embargo, en ese ambiente tan concreto y atípico, le resultaba demasiado fácil fantasear con haber conocido a su ahora estudiante en otras circunstancias. Mejor hablar de comida, ese era un tema con el que Yuuri parecía relajarse.
 
-¡Mira, Yuuri! ¡Cangrejo de Shanghái! -exclamó Viktor, dispuesto a enumerar todo la carta si fuera necesario- ¡Camarón ebrio! ¡Sangre de pato! 
 
Y sin esperar respuesta, Viktor se metió un desventurado camarón en la boca, disfrutando de su sorprendente y revitalizante sabor. Con ese hábito tan recurrente de no hacer nunca lo esperado, Yuuri dedicó a la comida la más lánguida de las miradas.
 
-Yuuri, ¿no vas a comer? - preguntó Viktor, disfrazando su decepción.
 
-Prefiero no comer nada crudo antes de la competencia -repuso Yuuri lacónicamente.
 
-¡Está muy bueno!, le animó Viktor, quién no estaba dispuesto a dejarse amargar por las preocupaciones de su pupilo.
 
Pero, Yuuri, como de costumbre, tenía la mente en otros menesteres.
 
Me dejé llevar en la rueda de prensa -se lamentó después de un suspiro de fastidio.- ¿Qué dirán si pierdo después de esto?
La escenita en cuestión retornó a la memoria de Viktor como el estribillo de una mala canción de verano. 
 
“Entonces, si te arrepientes, ¿Qué pretendías soltando todo aquello? ¿No lo decías en serio? ¿O no querías que nadie más lo supiera y no pudiste controlar la lengua? Fuera lo que fuera lo que dijiste sobre yo y el amor...”
 
-¿Eh? ¿Yuuri?
 
La voz que se alzaba por encima del barullo esperable en un restaurante era, tal y como Viktor pudo comprobar al girarse, la de otro patinador. Puede que Viktor no hubiera coincidido con él hasta el momento, pero sabía lo suficiente de él, por todas aquellas anécdotas que le había ido sonsacando a Yuuri de su estancia en Detroit, como para reconocerlo. Aquella actitud alegre y desenfada, aquella sonrisa afable combinada con un tono de piel más oscuro y un gracioso flequillo estilo tazón, junto con la demostrable incapacidad de soltar el teléfono móvil, le confirmaban la identidad del muchacho. 
 
-¡Phichit! -lo reconoció Yuuri.
 
-¡Así que estabas aquí! -exclamó el tailandés, gratamente sorprendido.
 
-¡Hola! -le saludó Viktor tan distendido como correcto. 
 
-¡Ah, buenas tardes!- le correspondió Phichit con una ligera reverencia propia de su tierra.- ¡Pero qué coincidencia! ¿Puedo invitar a Ciao Ciao? Quieres verlo, ¿no? 
Phichit no esperó a la respuesta y ansioso, empezó a trastear con el menú de su su celular. 
 
Si bien, en un inicio, Viktor se cuestionó quién podría ser el mentado Ciao Ciao, al observar la reluctante reacción de Yuuri, teniendo en cuenta su tonta tendencia a la culpabilidad, no pudo sino concluir que se trataba del mismísimo Celestino. 
 
“No, por favor, no lo llames, yo tampoco tengo muchas ganas de verlo.”, quiso gritar Viktor, sabedor de que el italoaméricano conocía sus peores y más oscuros secretos. Pero era demasiado tarde. Para cuando habría podido disentir, el impaciente tailandés, ya había marcado el número.  
 
-Dice que llegará en un cuarto de hora, viente minutos, a lo sumo- respondió Chulanot sin que nadie le preguntara.-  ¿Os importa que me siente? ¿Qué habéis pedido?
 
-Siéntate a mi lado, si quieres- contestó Yuuri un poco inseguro, pero notablemente contento de volver a ver a su amigo.- Las ha pedido sobre todo Viktor, no tengo muy claro qué es cada cosa. 
 
-¡Oh, no! -se abstuvo el tailandés.- No querría separaros. Formáis una pareja tan encantadora. ¿Qué tal si, señor Nikiforov, se pone usted al lado de Yuuri y yo me pongo enfrente? Así te tengo de frente, Yuuri, mientras nos ponemos al día. 
 
-Umm, vale- concedió Yuuri todavía dubitativo. 
 
Viktor se cambió de sitio sin protestar, aunque no terminaba de entender cómo un recién llegado no sólo se entrometía en su cena e incluso se creía con derecho con decidir quién se sentaba con quién. Varios factores le hicieron guardar la calma y no protestar. El primero es que Phichit era amigo de Yuuri, por lo que las confianzas del recién llegado vendrían de ahí. Es más, parece que la vuelta a Japón de Yuuri los había separado. ¿Quién era él para negarle a Yuuri un deseado reencuentro? Además, estaba el tema cultural. Pudiera ser que en Tailandia tuvieran otros modales y eso, unido a la personalidad extrovertida de Phichit lo hubiera llevado a actuar así. 
 
Sin embargo, toda la composición de lugar de Viktor se tambaleó cuando al cruzarse con el tailandés, un inesperado relámpago sospechoso de desprecio y audacia proveniente de sus oscuros ojos, le sobrecogió. ¿Qué quería ese chico? 
 
Los minutos hasta que Celestino llegara pasaron lentamente para  Viktor. Con una facilidad pasmosa, Phichit se había hecho con la conversación, conduciéndola hacia la estancia compartida de ambos en Detroit y todas y cada una de sus graciosos episodios. Relegado de un territorio que no era el suyo, Viktor se limitó a comer en silencio, mientras, de soslayo, notaba la vigilancia constante e injustificada de Phichit. Casi fue alivio el que Celestino apareciera por la puerta.
 
-¡Ciao, Ciao! -saludó el italiano, como no podía ser de otra forma. 
 
Viktor ni siquiera se molestó en levantar la mirada para corresponder al icónico saludo. Al contrario, siguió comiendo. La certeza de que Celestino tampoco le miraría directamente le reconfortaba moralmente. 
 
-¡Este, hola! -balbuceó Yuuri, todavía acobardado por desplantes imaginarios.
 
Viktor suspiró para sus adentros. Si este iba a ser el ambiente que le esperaba en la velada, más les valdría haberse encerrado cada uno en sus respectivas habitaciones de hotel.
-¿Quiere camarón? -ofreció Viktor a Celestino con el pobre bicho todavía debatiéndose entre sus palillos.
 
-Esa comida no va conmigo -se excusó Celestino. 
 
-¡Está rico!- le animó Viktor, acercándole el exótico y dudoso manjar, plenamente enterado de lo mucho que lo estaba incomodando. 
 
Finalmente, Celestino logró sentarse al lado de Phichit, lo que propició que Viktor se sintiera asediado por un muro de potenciales enemigos. La suerte no le estaba siendo favorable esa noche: con alguien que conocía una información peligrosa sobre el ruso situado justo enfrente de él y el incansable seguimiento de Phichit que parecía querer acusarle de algo.  ¡Y él que estaba siendo bueno y sólo quería relajarse con Yuuri un poco! No pasó mucho tiempo antes de que Viktor buscara una excusa para salir de aquel enredo y poder pensar. 
 
-Yuuri, ¿te importaría levantarte un momento? -pidió al fin.
 
-¡Oh, claro!-respondió Yuuri educadamente.
 
-¿Va al servicio, señor Nikiforov?- inquirió un indiscreto Chulanot.
 
-Sí, me temo que he comido demasiado -se excusó Viktor, algo molesto.
 
-Si va a la izquierda por ese pasillo, verá unos servicios adaptados para occidentales. -le indicó el alegre tailandés.- En caso de que no esté acostumbrado a las costumbres de estos lares, claro.
 
-Muchas gracias -masculló Viktor,- Lo tendré en cuenta.
 
En cuanto le perdieron de vista, Viktor resopló de agotamiento. En serio, ¿de qué iba ese muchacho? Sólo había pasado una media hora desde que lo conociera en persona y a Viktor ya le daban ganas de borrar aquella enorme y agradable sonrisa de un puñetazo. Afortunadamente, en el excusado tendría tiempo para pensar. Era evidente que se había topado con otro obstáculo imprevisto: él no le gustaba a los amigos de Yuuri. Bueno, tendría que ganárselos y, a juzgar por la cantidad de carisma que había estado edificando y cuidando, sacándole brillo como si de un deportivo nuevo se tratase; tarde o temprano lo conseguiría. Por ahora, una retirada a tiempo era la mejor estrategia posible. Sí, sacaría a Yuuri del sitio, argumentando que tenía que descansar para el día siguiente. En esos pensamientos se encontraba, cuando al lavarse las manos, una presencia, tan inesperada como poco deseada, vino a acosarle.
 
-¿Señor Chulanot? ¿Ha venido para comprobar que no me he perdido?
 
-No – rió el chico.- En realidad, yo también he sentido la llamada de la naturaleza, si me entiende.
 
-Ya veo -replicó Viktor, dirigiéndose hacia la puerta.- No se corte, acabo de dejar ese cubículo libre.
 
-Sí, ahora iré. ¿Sabe? Es curioso. Me refiero a la forma en la que el entrenador Celestino encontró a Yuuri en su habitación aquella noche que se emborrachó en Sochi.
Viktor, que estaba ya empujando la puerta para salir, se paró en seco y se volvió para encarar al tailandés. En cuanto lo hizo, pudo comprobar que aquella mirada de desafiante no había sido una ilusión momentánea, estaba ahí. 
 
-¿No me diga? -continuó Viktor.- ¿Y qué era lo resultaba tan extraño si puede saberse?
 
-Ah, vamos, señor Nikiforov -rió Phichit sin sonreír.- Creo que usted ya sabe a qué me refiero.
 
-Pues verá, señor Chulanot -le encaró Viktor intentando no perder él también la sonrisa.- Debo de estar algo espeso, pero juraría que no sé de qué me está hablando.
La mirada de Phichit se endureció momentáneamente, bajó la cabeza para resoplar discretamente, como si quisiera retomar fuerzas y prosiguió con su velada acusación.
 
-La disposición de las sábanas era extraña –explicó el tailandés con una calma aparente que se iba quebrando por instantes.-  Tampoco se podía decir que estuvieran muy limpias. Además, Yuuri sólo estaba parcialmente vestido, como si lo hubieran hecho deprisa, por no hablar del lamentable espectáculo del baño...
 
-Los borrachos tienden a ser … erráticos, ya sabe -replicó Viktor.- Ahora, si me disculpa...
 
Pero Phichit, con un rápido juego de pies, volvió a interponerse delante de él y la salida.
 
-Supongo que estará al corriente de mi relación con Yuuri -dijo.
 
Viktor no pudo evitar alzar las cejas, mientras procuraba que la tensión que lo embargaba no frunciera también su ya de por sí crispada sonrisa.
 
-Creo saber que son amigos- terció.- ¿O tal vez fueron algo más?
 
-¡Oh, fuimos compañeros de habitación en Detroit! ¡ Y los mejores amigos! -confesó Phichit, esta vez con una ligera sonrisa sincera, como si los buenos recuerdos lo inundaran de pronto.- Pero no fuimos nada más, si eso le preocupa. No, porque yo no estuviera interesado, claro. -el tondo de voz del tailandés volvió a congelarse.- Ya había alguien más acaparando los pensamientos de Yuuri.  Me fue totalmente imposible llegar si quiera a competir. Además, seguramente ya se habrá percatado de lo mucho que tarda el pobre en darse por aludido. 
 
¿Alguien más acaparando los pensamientos de Yuuri? ¿A quién se estaría refiriendo? La forma en la que Phichit le miraba directamente a los ojos, llena de palpable rencor, le hacía creer que tal vez el misterioso personaje no fuera otro que él mismo.  El “siempre te he querido” de Yuuri en Sochi volvió a sus oídos como un maravilloso y edulcorado canto de sirenas.  
 
“No seas idiota.”, se dijo a sí mismo, “Está intentando manipularte. Está intentando llevarte a su terreno.”
 
-¡Vaya, debe ser que esta no es mi noche!- rió Viktor, procurando mostrarse afable.- Debo estar muy, pero que muy, espeso, si sigo sin entender qué pretende decirme con todo esto.
 
-Lo que pretendo -aclaró Phichit ya abiertamente hostil,- Es hacerle entender hasta qué punto Yuuri es alguien importante para mí: mi apreciado amigo. Es bueno, tierno, inocente, no parece darse cuenta de lo mucho que puede inspirar a los demás.
 
¿Un momento? Los ojos de Phichit, ¿estaban brillando? Al parecer, Viktor no era el único enamorado del japonés en esos servicios.
 
-Pero también sé que puede ser muy vulnerable y frágil –continuó Phichit, levantando todavía más la voz.- ¡Y a usted lo idolatra con toda su alma! Si a usted, con toda esta historia de ser su entrenador, se le ocurre, aunque sea por un instante, jugar con él y con sus sentimientos, tenga por seguro que yo....
 
¿Jugar? La palabrita encendió las turbulentas emociones de Viktor, como un poco de gasolina sobre una ya de por sí ardiente hoguera. Estaba empezando a hartarse de que todos creyesen que estaba “jugando”. Phichit  no llegó a terminar su amenaza.
 
-¿Jugar? - le interrumpió Viktor indignado.- Señor Chulanot, sepa que me tomo muy en serio mi labor de entrenador. No sólo eso: también me tomo muy en serio a Yuuri y sus sentimientos. Creo que es un patinador excepcional con un potencial que todavía no ha sido del todo explotado. Al margen de lo que le acabo de aclarar, no se me ocurre qué más le puede interesar a usted de mi relación con Yuuri. Ahora, si me disculpa, me gustaría volver con mi protegido.
 
Antes de volverse para salir, al fin, de los servicios,Viktor se concedió el placer de comprobar cómo el rostro del tailandés se crispaba de impotencia.
 
-¡Le estaré vigilando! - prometió este, mientras Viktor salía al pasillo, a lo que el ruso correspondió con un leve agitar de la mano derecha.
 
La noche parecía estar plagada de sorpresas, de modo que cuando volvió a su sitio, se topó con otra inesperada novedad. Como si de un acto reflejo se tratara, tomó la botella e intentó suponer algo de su mensaje cifrado en variopintos ideogramas. 
 
-¿Lícor de rosas? -aventuró displicente.- ¿Por qué no directamente limonada?
 
-Pensé que nos vendría bien algo típico- se excusó Celestino.- ¿No le gusta, señor Nikiforov?
 
-No es que no me guste, pero puestos a beber algo chino, me figuro que habrá opciones menos previsibles en la carta –repuso Viktor.- Y tal vez más arriesgadas.
 
Viktor se sirvió un vaso del licor que se tragó de golpe y sin el menor esfuerzo, para después dedicarle una mirada desafiante y orgullosa al italiano. Celestino frunció el ceño. Si, señor, el muy idiota no sólo había picado el anzuelo, si no que se lo había tragado enterito y ahora lo estaba digiriendo.
 
-No estoy de acuerdo con usted- dijo.- Me tengo por un bebedor resistente y le aseguro que el licor de rosas puede resultar muy peleón, si lo toma tan a la ligera.
 
-Bueno -replicó Viktor, burlón.- Tal vez pueda ser considerado un buen bebedor en Estados Unidos, pero no se olvidé que en mi tierra a los niños le dan vodka para calentarse en invierno...
 
-Viktor -susurró Yuuri, abrumado- No te metas con él, por favor.
 
-Tranquilo, Yuuri -le calmó Viktor.- Sólo estamos debatiendo, ¿verdad, entrenador Celestino?
 
-¡¿Sabe que le digo!? -bramó Celestino por fin.- ¡Que si tan seguro está de su resistencia, deberíamos comprobarla! ¡Le reto, Nikiforov!
 
-Y yo acepto su reto, Celestino -dijo Viktor, encantado de salirse con la suya.- ¡Camarero!
 
Poco después, Celestino y él se terminaban juntos la segunda botella ante la mirada alarmada de Yuuri. Viktor no supo exactamente en qué momento Phichit volvió de hacer sus pesada llamadas y actualizaciones de redes sociales.
 
-¿Qué demonios está pasando?- preguntó el tailandés con más curiosidad que preocupación.
 
-No lo sé -le contestó Yuuri.- De pronto, se han puesto a beber.
 
-¿Sabe, entrenador Celestino? -comentó Viktor con una lengua perezosa dificultándole la pronunciación.- Me parece muy fuerte, que habiendo vivido tooooooda su vida en Estados Unidos, tenga un acento italiano tan burdo. ¿No le da vergüenza? Mi lengua materna es el ruso y se me nota menos que a usted.
 
-¡Eso es lo que te han dicho, ruski! - rió Celestino, ya completamente embriagado.- ¿Por qué no pruebas a grabarte y a escucharte?
 
Perdido en el fragor de aquella estúpida batalla, no reconoció al principio, como esa calidez tan familiar iba impregnándole poco a poco, relajando todos sus músculos. La sensación de calma y plenitud le recordó a su primer baño en las inigualables aguas termales de Yuuri. Sí, era como las aguas termales. Por mucho que Viktor se hubiera dedicado a viajar por el mundo, no había nada que le hubiera procurado mayor placer. El primer acercamiento es siempre tímido. Se acercaba al agua, como quién se acerca a Yuuri, calculando para no salir escaldado, para después reafirmarse en lo delicioso del contacto. Lentamente, su cuerpo iba siendo tragado por esa reconfortante languidez, como una droga consolatoria. El calor lo había invadido dulcemente, si bien había algo que lo sofocaba y le molestaba, que le impedía rendirse completamente al candor del momento. Viktor tardó un poco en determinar qué era. ¿Estaba vestido? ¿Por qué estaba vestido? Bueno, aquello tenía arreglo.
 
-¡ Viktor, no! -le sorprendió la voz escandalizada de Yuuri que le llegaba como un eco lejano, como un sueño. ¿Estaba Yuuri con él, en la termas? Nada le complacería más que su compañía, el perfecto complemento para aquella exquisitez.-¡No te desnudes!
 
Entonces, como si de un deseo cumplido se tratara, Yuuri apareció por la puerta que comunicaba aquella gran bañera con el resto del complejo. Estaba desnudo, como a Viktor le gustaba, a penas pulcramente tapado por la consabida toallita. Llevaba el pelo retirado de la cara sin gafas, como a Viktor le gustaba, mostrando todos las armoniosas y conmovedoras líneas de su redondeado rostro, así como el fulgor de esos cósmicos ojazos negros que lo atormentaba en sus fantasías más febriles. Como una mosca atraída por la miel, Viktor se fijó enseguida en los labios de Yuuri que se mostraban lustrosos y turgentes, como a él le gustaban.
 
“¿Te has acordado de cuidártelos? ¡Buen chico!”, pensó.
 
Yuuri le sonrió sonrojado, desviando la mirada en el último instante, en una aquella mezcla de ternura, picardía y pudor que a Viktor le resultaba tan efervescente. Sin embargo, el chico parecía dudar a la hora de introducirse en el agua a su lado. Intentó alcanzarlo. ¿Cómo había llegado a abrazarle si antes estaban tan lejos? ¿Qué importaba? El peso del cuerpo de Yuuri contra el suyo le dio seguridad, tanta que ignoró las voces agudas, como de duendecillos que se habían colado en su fantasía. 
 
-Ah, perdón- le dijo Yuuri a alguien.- Viktor bebió de más.
 
-¡Vamos todos al balneario! -le apremió Viktor, incapaz de entender porque Yuuri se retrasaba tanto cuando antes se había mostrado tan dispuesto. Viktor tiraba insistentemente de él para ver si lo podía meter en el agua.
 
“Celestino, ¡resiste!... Esto es para adultos. ¿Podemos subir esto?... Mejor no lo hagas.”, cantaban aquellas misteriosas voces, como si quisieran corear su amor.
 
Pero al final, de una forma que Viktor no supo explicar, fue el mismo Yuuri quién lo cargó, llevándolo de vuelta al agua.  Viktor se dejó llevar por él. Mientras se iban internando cada vez más en aquella interminable bañera, Viktor se sintió reconfortado por la suave brisa que lo mecía. De vez en cuando algunas extrañas luces de neón amenazaban con espabilarle, pero Viktor no quería. Prefería seguir a Yuuri a través del agua, como un marinero engañado por una bella sirena. ¡Yuuri lo estaba cargando tan bien! Viktor se preocupó durante un instante, pues el chico era más pequeño que él y tal vez se cansara pronto. 
 
“¡Tonto, estás en el agua! ¡Flotas! ¿Cómo se va a cansar de llevarte?”
 
Así, era, Yuuri lejos de mostrar signo alguno de cansancio, empezó a jugar con él en el agua, pasando una pierna traviesamente entre las suyas.
 
-Qué malos eres- resopló Viktor con la poca capacidad motora de su adormecida lengua. 
 
El Yuuri nadador sonrió lujurioso. 
 
-Viktor, no te muevas tanto -le susurró al oído, provocador.- O nos caeremos los dos.
 
Viktor suspiró. Yuuri se estaba mostrando tan encantador esa noche, guiándole atentamente a las profundidas del Onsen, sin perderle de vista pero sin dejar aquel toque picante en todos sus ademanes. Era el mejor anfitrión. Sería tan estupendo si siempre se comportara así. ¡Lo bien que se lo podrían pasar juntos! Entonces, un ruido de llaves, retorciéndose en la cerradura, pareció alertar a aquel gracioso Yuuri tritón. Se volvió hacia él con el semblante alarmadamente sombrío y serio.
 
-Bueno, ya hemos llegado. -anunció con tristeza.- Venga, Viktor, túmbate y deja que te quite los zapatos.
 
Viktor no entendió aquella extrañas palabras. ¿Cómo iba a quitarle los zapatos si estaban nadando en el balneario? 
 
-Vamos, Viktor, no puedo hacer esto solo -continuó diciendo aquel misterioso Yuuri que iba alejándose de él progresivamente, reculando, como un fantasma que vuelve a los dominios de las sombras. 
 
-No, no te vayas – le suplicó Viktor.
 
-Tonto -rió aquel esquivo espectro.- Tengo que ir a mi habitación. ¿Dónde quieres que me quede si no? 
 
Entonces, haciendo acopio de voluntad, Viktor consiguió aferrarse al brazo del esquivo Yuuri y atraerlo hacia él. Ahora estaban muy cerca, tal vez demasiado. 
 
-Podrías quedarte conmigo -propuso Viktor con una voz sospechosamente ronca.
 
El Yuuri de su sueño le respondió con una mirada apesadumbrada, como si no se atreviera admitir la razón por la que debía negarse, con aquellos ojos tintineando en la profundidad del balneario como gemas preciosas talladas pacientemente en aguas fluviales. 
 
-Dios, eres tan bonito -susurró Viktor, deleitándose en el rostro del japonés.- ¿Te ha dicho alguien alguna vez lo precioso que eres? Porque eres precioso. No puede creer que vivas sin saberlo. 
 
Yuuri giró su rostro con un claro rubor a pesar de las tonalidades grisáceas y verdosas del agua. Se veía como si estuviera luchando contra algo. Pero, ¿el qué?
 
-Viktor, por favor, suéltame -le imploró.- No lo hagas más difícil.
 
-Nooo- se negó él con un matiz de lujuria en la voz.- Si te suelto, te irás. ¿Por qué no quieres quedarte conmigo?
 
La piel de Yuuri tembló ligeramente cuando Viktor paseó sus dedos por los más que apetecibles labios del japonés. La canción surgió en su mente como si  la respuesta correcta en un examen se tratara. 
 
-Stammni viccinooooo -empezó a cantar Viktor en sus oídos con una voz demasiado rasgada y difícil de controlar. Desde luego, estaba destrozando la pieza, pero no podía importarle menos, conforme se iba acercando más y más al rostro del japonés, retirándole el cabello amorosamente.- Non teeeeeee  andaaaaaareeeeeeee. Hoooooooooo paaaaaaaaaauraaaaaaaaaa di perdertiiiiiii. (Quédate conmigo. No te vayas. Tengo miedo de perderte.)
 
El bofetón hizo que la habitación del hotel le diera vueltas y la insidiosa luz de la lámpara sobre él no mejoraba la situación. En cuanto el movimiento se estabilizó, Viktor se notó tumbado en su cama. Yuuri se había levantado y lo observaba  desde el otro lado de la estancia con una sombra de temor en sus ojos. En ellos, además, un Viktor todavía borracho, creyó ver algo cristalino. ¿Estaba Yuuri llorando?
 
-¿Qué ha pasado, Yuuri?- quiso saber aún con el cerebro abotargado.- ¿Por qué lloras?
 
Yuuri, visiblemente avergonzado, le retiró la mirada, mientras se tomaba la mano derecha. 
 
-Lo siento mucho, lo siento mucho- repetía  insistente.
 
Entonces, Yuuri se giró y se fue, dejando un sonoro portazo tras de sí. Y la oscuridad se volvió a cernir sobre el mundo de Viktor. 
Notas finales:

Bueno, ahora que estoy de vacaciones, estoy aprovechando para escribir (como una loca) e ir avanzando la historia, No quiero irme de viaje en Agosto sin darles el lemon que les he prometido. Por ahora me dedico ir caldeando aún más el ambiente. 

En fin, espero que les divierta leer este cap casi tanto como a mí me gustó escribirlo. Muchas gracias por seguir leyendo y espero leernos pronto. 

¡Saludos!

 


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